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Nudo de brujas
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Libro electrónico214 páginas3 horas

Nudo de brujas

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Información de este libro electrónico

Julia no sabe si lo que le está pasando es una revelación o una maldición. Lo que sí sabe es que despertó en un hospital sin recordar cómo llegó allí, con un único nombre retumbando en su mente: Leviatán.

Regenta una pequeña tienda esotérica en el corazón del Barrio Gótico de Barcelona, rodeada de inciensos, runas y velas encendidas para clientes que buscan respuestas en lo oculto. Pero ahora es ella quien necesita esas respuestas. ¿Por qué esa sombra la persigue? ¿Por qué el pasado parece alcanzarla justo ahora? ¿Por qué siente que su bisabuela Caridad, a quien nunca conoció, le susurra a través del tiempo?

Cuando el miedo la aprieta el alma, un colgante que siempre ha llevado con ella cobra un significado inesperado: el nudo de bruja. Un amuleto de protección, un símbolo antiguo… ¿o una llave para abrir puertas que deberían permanecer cerradas?

Guiada por su instinto —y por Pablo, su amigo con el que comparte el amor por lo místico—, Julia emprende un viaje hacia sus raíces, a un rincón de Galicia donde las meigas nunca dejaron de existir y las rías guardan secretos en su bruma. Allí descubrirá que su historia ya estaba escrita mucho antes de su nacimiento, que el miedo puede ser un eco del pasado y que hay destinos de los que no se puede huir… solo aprender a enfrentarlos.
IdiomaEspañol
EditorialLetrame Grupo Editorial
Fecha de lanzamiento8 abr 2025
ISBN9791370122539
Nudo de brujas

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    Nudo de brujas - Rosa González Martín

    Imagen de portada

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Rosa González Martín

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de cubierta: Rubén García

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 979-13-7012-253-9

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    A mi padre ayer, hoy y siempre.

    Y a mis tres soles que iluminan

    mis días de lluvia.

    Prólogo

    Siempre han dicho que el destino está escrito, pero nadie te advierte que a veces las páginas pueden estar manchadas de sombras.

    El nudo de brujas es una travesía hacia el pasado, un viaje entre lo real y lo intangible, entre la razón y aquello que la mente se niega a aceptar, pero el alma reconoce como cierto. Julia, su protagonista, despertará en un hospital psiquiátrico sin saber cómo llegó allí, con un único recuerdo nítido: un nombre que sus labios repitieron una y otra vez antes de perder la conciencia: Leviatán. Pero lo que más le aterra no es el olvido, sino la certeza de que algo la está esperando. Algo que nunca se fue.

    Ese despertar será solo el primer hilo de un nudo que entrelaza generaciones, secretos y señales que llevan a un destino inevitable. La historia nos lleva por un mundo donde el pasado aún respira, donde los amuletos pueden ser llaves o cadenas y donde la envidia puede abrir puertas que jamás deberían cruzarse.

    Desde su pequeña tienda en el Barrio Gótico de Barcelona hasta los bosques y las rías de Galicia, Julia se verá obligada a desenredar el nudo que une su presente con un pasado que nunca conoció, pero que la reclama. No está sola en este viaje: Pablo, su amigo y confidente, un apasionado del ocultismo con más preguntas que respuestas, la acompañará en esta travesía donde la lógica se tambalea y las sombras parecen tener memoria.

    Y luego está Caridad, la bisabuela de Julia. Una mujer fuerte, libre y adelantada a su tiempo, que en su Galicia natal fue más que una meiga: fue guardiana de secretos ancestrales. Su historia se entrelaza con la de Julia como si el tiempo fuera solo un espejo, reflejando los miedos y las luchas de ambas en diferentes épocas.

    Rosa González susurra más que grita e insinúa más que revela. Con un lenguaje cercano y evocador, nos deja adentrarnos en el misterio para que cada uno lo descifre a su ritmo. Su estilo es una mezcla entre lo poético y lo crudo, entre la brisa salada de las rías y el humo de un incienso encendido al anochecer.

    Esta historia es para quienes creen que el pasado nos acompaña de formas que aún no comprendemos. Para quienes alguna vez han sentido un escalofrío inexplicable al cruzar una calle antigua, para los que han percibido la presencia de alguien cuando estaban completamente solos. Para los que buscan en los libros preguntas que les quemen en las manos mucho después de haber pasado la última página.

    Porque hay historias que, como los nudos, se entrelazan con hilos invisibles a través del tiempo. Hay recuerdos que nos atan a lo que fuimos y misterios que solo pueden resolverse tirando del hilo correcto. Pero cuidado. No todos los nudos están hechos para deshacerse. Algunos existen para protegernos de aquello que nunca debió ser liberado.

    Julia

    Julia despertó aquella mañana envuelta en incertidumbre, esa sensación en la que la oscuridad apenas deja entrar una brizna de luz. Sentía haber estado ausente de su propia vida una eternidad. Apenas abrió los ojos, encontró paredes blancas y una pequeña ventana cerrada al lado de lo que parecía una puerta. A ambos lados de la cama, un vacío casi tan grande como el que sentía por dentro. Intentó levantarse, pero sus brazos no respondían a pesar de los esfuerzos que su frágil cuerpo hacía; con las piernas sucedía lo mismo.

    «¿Qué me está pasando?», pensaba Julia en un intento desesperado por entender su situación.

    Cerro los ojos, su cuerpo volvió a quedarse inmóvil y el sueño se apoderó de ella.

    El campo se vestía de color con las primeras luces del día; tonos amarillentos y anaranjados oscilaban entre las espigas de trigo. La leve brisa hacía de ellas un baile de colores que atraía a Julia y ese instante que apenas duraba era la mejor parte del sueño. Ese frágil recuerdo al que se aferraba era lo más real, aunque fuera mientras dormía. Era real, ella lo había vivido y sentido, no sabía cuándo ni dónde, pero perduraba como una pintura de Van Gogh en el tiempo.

    El ruido de unas llaves intentando romper su paz la despertó. Julia abrió los ojos y mil preguntas se agolparon en su mente, pero su boca no acertaba a darles forma, como si de repente volviera a ser un bebé balbuceando sílabas que nadie entendía.

    —Buenos días, Julia, soy el doctor Alonso Sánchez. En breve se empezará a encontrar mejor y más despierta. Hemos tenido que sedarla, es el protocolo que sigue el hospital cuando alguien ingresa en su estado.

    «¿Hospital?», pensaba Julia. «¿Qué hospital, qué estado…?».

    El hospital de salud mental Virgen de la Concepción estaba ubicado a las afueras de Barcelona. Era antiguo, pero las baldosas del suelo brillaban como estrellas, en tonos marrones y crudos que le daban al lugar una apariencia acogedora a pesar de la tristeza que albergaban sus paredes. Lo demás era sobrio: la recepción, las puertas y hasta las escaleras invitaban a no subir, como si, una vez lo hicieras, fuera difícil volver a bajar.

    Olía a cadena perpetua, incluso se intuían los barrotes de alguna habitación.

    Algún grito perdido rompía el silencio de vez en cuando y, entonces, sabías que el lugar estaba habitado.

    Todas las habitaciones de los cinco pisos eran similares. Las del primero tenían todas barrotes y parecían estar blindadas; quizá simplemente estaban llenas de gente cuerda, solo que ellos no lo sabían.

    Julia fue dejando el sopor poco a poco mientras las horas pasaban. El doctor Alonso ya se había marchado, pues únicamente había entrado a informarla. Su voz seria y distante no le inspiró confianza, pero eso era lo último que le preocupaba cuando recobró algo de cordura.

    Cuando los sedantes se habían evaporado de su cuerpo, se sintió serena y despierta.

    Esperaba oír el tintineo de esas llaves de nuevo. Ahora sí podía hablar, pero no había nadie con quien hacerlo, excepto ella misma, o los fantasmas que acudían a su mente débil y ella desechaba rápidamente.

    «No pienses, esto pasara rápido…, como otras veces», pensaba Julia… «No pienses».

    Lo último que recordaba era su casa, el pequeño sofá en el que se recostaba después del trabajo y sus libros, que descansaban en una estantería de madera vieja que le daba un tono rústico al pequeño apartamento en el que vivía.

    No tenía ascensor, era un piso muy antiguo y vivía en el quinto. A ella le parecía bien, porque desde su balcón casi podía tocar la luna en las noches en las que parecía entera. Era pura magia, no lo cambiaría a pesar de las escaleras y el cansancio que a veces sentía después de un día de trabajo agotador.

    Julia trabajaba en una pequeña tienda esotérica. Siempre le había gustado todo lo relacionado con lo espiritual, era un trabajo perfecto para ella.

    Al atardecer, volvió a escuchar ruidos de llaves y la puerta se abrió. El doctor Alonso entró en la habitación y Julia esta vez sí pregunto.

    —¿Qué me ha pasado? ¿Por qué estoy a qui?

    —Julia —le dijo el doctor Alonso—, te trajeron hace dos días y te dejaron en la puerta en un estado lamentable. Gritabas palabras incoherentes, solo se te entendía Leviatán, no parabas de repetirlo. ¿Recuerdas?

    Julia cerró los ojos y enseguida recordó, pero no le gustaba ese recuerdo… Leviatán…

    No quiso comentarle nada al doctor, puesto que entonces seguro que se quedaría allí mucho más tiempo del que esperaba.

    Leviatán era un demonio de la tradición judeocristiana. ¿Cómo le iba a explicar al doctor que ese nombre que repetía una y otra vez era el de un demonio? Su apariencia era la de un demonio robusto con rostro de serpiente.

    Tormento es lo que vio Julia en la tienda, tan claro que se quedó paralizada. Cerró la tienda y salió corriendo.

    Su mente se detuvo aquel instante, dominada por el miedo, y corrió bajo la lluvia. Tropezó y perdió uno de sus zapatos, pero eso no le impido seguir corriendo. Ya entrada la noche, un grupo de jóvenes que iban con una copa de más la recogieron y, debido a su estado, la dejaron en la puerta del sanatorio.

    Ella solo repetía «Leviatán».

    —No sé, doctor —le dijo Julia al doctor—. Tuve un mal día…

    —Ha sido un ataque de pánico —le dijo el doctor Alonso—. Estarás unos días hasta que te estabilicemos.

    Julia decidió enfrentarse a su miedo sola, averiguar por qué se le había aparecido Leviatán.

    Al día siguiente, cuando despertó, ya podía mover sus brazos, sus piernas…Esa sensación le arrancó una sonrisa y se apresuró a bajarse de la cama.

    Sus pies descalzos tocaban el suelo de la realidad después de cuatro días. Volvía a ser ella y, aunque la imagen de Leviatán la atormentaba, se mantuvo firme para que su realidad interior no la captara el doctor Alonso.

    Alrededor del mediodía, el sonido de unas llaves la sacó de sus pensamientos y, como el suelo en el que sus pies descansaban, la trajo de vuelta a la realidad.

    El doctor entró en la habitación. A ella le pareció más cercano que las veces anteriores.

    —Hola, Julia —saludó el doctor—. Vamos a darte el alta con algo de medicación para esos episodios de pánico. Volverás a consulta en un mes.

    Julia asintió con la certeza de que no iba a tomarse nada de lo que le recetara el doctor. Tenía que estar con los cinco sentidos, pues sabía que Leviatán volvería, pero… ¿por qué? Eso es lo que tenía que averiguar a pesar del miedo que la embargaba.

    Era martes, aunque Julia no sabía el día en el que estaba. Se apresuró a vestirse para salir con cierta incertidumbre, aunque su fortaleza volvía a ser de nuevo parte de ella. Parecía que todo había sido un sueño…, pero no, ella sabía que era real.

    Julia subía las escaleras más lentamente de lo habitual, todavía se sentía algo cansada.

    «La resaca de la medicación», pensó.

    Normalmente, subía los cinco pisos casi sin descansar, pero esta vez lo hacía en cada rellano.

    Cuando llegó al quinto, exhaló y pensó: «Por fin».

    Se desplomó en el sofá y agradeció estar en casa por fin; sola, pero en casa.

    Salió al pequeño balcón. Era de noche ya. Miró al cielo, pero la luna no estaba y esa magia no apareció.

    Pablo se encontraba vagando por la calle cerca de casa de Julia. No sabía nada de ella desde hacía cuatro días, pues tenía el teléfono apagado y no se había presentado a la cita el sábado anterior.

    Se acercó a su casa por cuarta vez y apretó de nuevo el timbre del telefonillo, sin esperanza de que al otro lado ella le contestara, como había sucedido los días anteriores en los que su preocupación lo había llevado a tocar ese timbre. Pero, esta vez, alguien respondió:

    —¿Sí?

    —¡Julia! Por fin… Abre, Julia, abre —exclamó Pablo aliviado.

    Tardó una eternidad en subir hasta el quinto piso. Julia abrió la puerta y se fundieron en un abrazo.

    —Julia, ¿qué te ha pasado? ¿Dónde estabas? —le decía Pablo cogiéndola por los hombros—. ¿Estás bien?

    Ambos se sentaron y Julia le relató lo sucedido durante los cuatro días en los que estuvo ausente de la vida.

    Pablo era cliente habitual de la tienda en la que trabajaba Julia. Habían forjado una buena amistad y compartían el mismo interés por temas esotéricos y espirituales. Él tenía un amplio conocimiento sobre esos temas, incluso en algunas ocasiones había percibido presencias, pero ninguna como la que Julia vio.

    —Julia —le dijo Pablo—, hay que llegar al fondo de todo esto.

    —Pablo, lo sé —contestó ella—. Y, seguramente, hasta que no lo averigüe, continuará ahí.

    De pronto, la puerta de su cuarto se abrió y, como si alguien la empujara con violencia, se volvió a cerrar dando un portazo. Un viento frío invadió el pequeño salón. Ambos se miraron y percibieron la señal de que, posiblemente, alguien quería comunicarse con ellos.

    Pablo tenía treinta y ocho años, el pelo rizado y los ojos grandes color marrón. Su tez era clara y de una de sus orejas colgaba un pendiente con forma de cruz. Era enjuto y esbelto.

    Julia tenía el pelo corto y unos enormes ojos azules que llamaban la atención. No era demasiado alta, pero siempre brillaba como la luna a la que adoraba. Llevaba un colgante de nudo de bruja, como el nombre de la tienda en la que trabajaba, el cual no se quitaba nunca. Tenía 30 años, aunque aparentaba muchos menos: su cuerpo menudo y su dulce cara la hacían parecer una niña.

    Leviatán es uno de los siete reyes del infierno, es el demonio que encarna el vicio de la envidia. Leviatán tienta a los hombres induciéndolos al odio y al rencor para querer tener los bienes de toda índole que los otros posean.

    Julia sabía quién era por su amplio conocimiento sobre temas esotéricos. Pero ¿por qué a ella?, ¿por qué en ese momento?, ¿qué quería?

    Tenía que ver con la envidia tanto espiritual como física y no entendía por qué; por qué se repetía una y otra vez.

    Tenía que descubrirlo y para eso contaba con Pablo.

    Ambos se iban a adentrar en el oscuro mundo del ocultismo hasta averiguarlo.

    Esa noche, Pablo se acomodó en el sofá de Julia, pues no quería dejarla sola y ella agradecía su compañía, al menos esa noche, luego ya vería…

    Cenaron pizza con una botella de vino Merlot para evadirse un poco de todo lo que estaban viviendo.

    La noche amenazaba lluvia. Las nubes vestían de negro el cielo, que solo se iluminaba con los relámpagos que, segundos antes, con su estruendo, amenazaban con llegar.

    Nudo de Bruja era el nombre de la tienda esotérica que regentaba Julia. Se encontraba en el Barrio Gótico de Barcelona, un barrio con encanto, pequeñas calles repletas de bares y tiendas y, en medio de esos locales, se encontraba el Nudo de Brujas.

    El nombre de la tienda tenía que ver con su bisabuela. No llegó a conocerla, pero de ella era el colgante que llevaba y que le regaló su abuelo antes de morir, no sin antes hacerle prometer que no se lo quitaría nunca.

    Sentía una especial conexión con su bisabuela Caridad. Por lo que le había comentado su abuelo, Caridad lo había criado sola y su bondad y sabiduría habían sido parte de la vida de Celso, el abuelo de Julia. Pero había algo más que intuía y que solo el tiempo podría revelarle.

    Julia llegó a la tienda acompañada de Pablo, que no se despegaba de ella. La persiana que había en el local era antigua, diríase que acorde al lugar, y a ella le solía costar levantarla. El ruido tan estridente que hacía al subir anunciaba en la calle que el Nudo de Brujas ya estaba abierto.

    Julia se apresuró a revisar la tienda, pues, tras su huida, no sabía si todo seguiría en su sitio.

    Apenas se adentró en ella seguida de Pablo, percibieron un olor a azufre. Aunque no era precisamente agradable, Julia sabía que ese aroma llevaba una carga simbólica que iba más allá de su mera percepción sensorial. De hecho, su presencia se podía interpretar de diversas maneras, tanto positivas

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