Complicidades sensibles en la clínica con las infancias: La imagen del cuerpo en juego
Por Esteban Levin y Laura Jaite
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Esteban Levin propone ingresar en las complicidades de los niños, para asumir el riesgo y crear junto a ellos deseos, imágenes y afectos inexistentes hasta ese instante.
Las complicidades constituyen el universo infantil y, a su vez, son constituidas por los acontecimientos y el movimiento en el que se juega y se escenifica la niñez. La experiencia cómplice se engendra en la relación con los más pequeños, donde el sufrimiento puede transformarse. La sensibilidad se establece en tanto recepción y donación, a partir de la imagen performativa del cuerpo.
Este libro surge del encuentro con niños y niñas. Ellos nos relanzan al origen del pensamiento sensible y cuestionan cualquier presupuesto teórico alejado de las experiencias.
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Complicidades sensibles en la clínica con las infancias - Esteban Levin
Esteban Levin
Complicidades sensibles en la clínica con las infancias
La imagen del cuerpo en juego
Logo de la editorialLevin, Esteban
Complicidades sensibles en la clínica con las infancias : la imagen del cuerpo en juego / Esteban Levin ; Ilustrado por Laura Jaite. - / Esteban Levin. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Centro de Publicaciones Educativas y Material Didáctico, 2025.
(Conjunciones ; 87)
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-631-6603-58-6
1. Psicología Infantil. 2. Diagnóstico. 3. Autismo Infantil. I. Jaite, Laura, ilus. II. Título.
CDD 155.4
Colección Conjunciones
Corrección de estilo: Liliana Szwarcer
Diagramación: Patricia Leguizamón
Diseño de cubierta: Pablo Gastón Taborda
Ilustraciones: Laura Jaite
Los editores adhieren al enfoque que sostiene la necesidad de revisar y ajustar el lenguaje para evitar un uso sexista que invisibiliza tanto a las mujeres como a otros géneros. No obstante, a los fines de hacer más amable la lectura, dejan constancia de que, hasta encontrar una forma más satisfactoria, utilizarán el masculino para los plurales y para generalizar profesiones y ocupaciones, así como en todo otro caso que el texto lo requiera.
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1ª edición, marzo de 2025
Noveduc libros
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ISBN 978-631-6603-58-6
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ESTEBAN LEVIN. Licenciado en Psicología. Psicomotricista. Psicoanalista. Profesor de Educación Física. Profesor invitado en universidades nacionales y extranjeras. Director de distintos cursos de formación en psicomotricidad, psicoanálisis, clínica con niños y trabajo interdisciplinario. Es autor de numerosos artículos en diversas publicaciones especializadas nacionales e internacionales y de los libros Discapacidad. Clínica y educación. Los niños del otro espejo (Noveduc 2017); Constitución del sujeto y desarrollo psicomotor: la infancia en escena (Noveduc, 2017); Autismos y espectros al acecho, la experiencia infantil en peligro de extinción (Noveduc, 2018); ¿Hacia una infancia virtual? La imagen corporal sin cuerpo (Noveduc, 2018); La dimensión desconocida de la infancia. El juego en el diagnóstico (Noveduc, 2019); Pinochos: ¿marionetas o niños de verdad? (Noveduc, 2020); Las infancias y el tiempo. Clínica y diagnóstico en el país de Nunca Jamás (Noveduc, 2020); La clínica psicomotriz. El cuerpo en el lenguaje (Noveduc, 2020); La niñez infectada. Juego, educación y clínica en tiempos de aislamiento (Noveduc, 2021); La rebeldía de la infancia. Potencia, ficción y metamorfosis (Noveduc, 2021); La amistad en las infancias. Una experiencia fundante (Noveduc, 2022); La función del hijo. Espejos y laberintos de la infancia (Noveduc, 2023), La experiencia de ser niño. Plasticidad simbólica (Noveduc, 2024); ¿Existe el autismo en la niñez? Nadie sabe lo que pueden las infancias cuando gritan (Noveduc, 2024) y, en coautoría con Candela Chávez, Supervisión en la clínica con niñas y niños. Intervenciones con la familia, en el consultorio y en la escuela (Noveduc, 2024).
A Cande, en la sensible y apasionada complicidad de nuestro amor.
A mis hijos, con los que descubrimos la potencia indómita de la escritura.
A las infancias y sus familias, cuya sensibilidad conmueve
y relanza la compasión y la esperanza.
A Laura Jaite y a todo el equipo de Noveduc, por la confianza disponible
y abierta a la creación de este libro.
Introducción
COMPLICIDADES ÍNFIMAS
Este libro agrupa complicidades: algunas dispersas, otras errantes, pequeñas, traviesas e inquietas, generadas a partir de diferentes contingencias –durante el quehacer clínico, educativo, cotidiano, epocal e imaginativo–, atravesadas por instantes fecundos vinculados con las infancias.
Todas las complicidades abordadas son independientes entre sí, solo pueden leerse si uno ingresa en ellas. Para hacerlo, es preciso salir del cuerpo, hacer uso de la imagen corporal y, por unos instantes, aceptar el riesgo de perderse entre las letras sin saber qué puede suceder. La experiencia sensible en las infancias existe en la ficción, la creencia y la ignorancia. No hay espejo antes de que suceda; nadie conoce su forma ni su sustancia. Sin embargo, pese a su autonomía, todas las complicidades narradas tienen en común el singular vacío, el suspenso y el ritmo con el que se constituyen y sobreviven en la gestualidad deseante.
Cada capítulo de este libro comienza con el dibujo de una complicidad. No pretende explicarla ni representarla; por el contrario, se trata de un montaje móvil de apertura hacia otras dimensiones, para entrar en la intriga que genera lo desconocido.
La infancia es revolucionaria y sensible, porque siempre es otra. Nace y muere en secreto.
Los niños y las niñas son hijos e hijas de las complicidades del tiempo, torbellinos en los que se inicia la curiosidad y donde se aloja la natalidad originaria de la imaginación.
La niñez anida en los refugios de la imagen del cuerpo; las tiernas cicatrices enmarcan la memoria carnal disparatada de la ficción hecha en resonancia corporal. Al jugar, las infancias crean la intimidad e intensidad cómplice, vestigios sorprendentes de creencias asombradas, montajes arrebatados, sensibles, de una pluralidad que se escapa.
Lo esencial de la ficción en los más pequeños es que la encarnan, acontecen en ella misma. No juegan para comprender, sino para ser. Rompen el significado de las cosas, crean otras, juegan lo que no existe y, al hacerlo, atraviesan el umbral del cuerpo por medio de la imagen. En la experiencia infantil, algo falta o sobra: nunca encaja en un molde, en un estadio del desarrollo o en un diagnóstico. Siempre inconclusa, ella genera la fecundidad de un vacío cómplice, sensible. Es la apertura para la puesta en juego de la imagen corporal.
La experiencia sensible de la infancia es el destino y la esperanza de la humanidad. Las complicidades son constituyentes y, a su vez, son constituidas a través de la experiencia que realizan. Nunca son una metodología, sino el movimiento en el que se juega y escenifica la niñez.
Cuando era pequeño me regalaron una pecera, un mundo lleno de vida, movimiento que albergaba piedritas, burbujas, colores, peces. Yo jugaba e imaginaba aventuras posibles o imposibles, visibles e invisibles. Mucho tiempo después, compré una pecera para el consultorio, sin anticipar qué me motivaba, creyendo que lo hacía tan solo por placer. Una de las cosas que más atrae a los pequeños que llegan son los peces; con ellos generan alianzas, acuerdos, gestos, legalidades, juegos. Nos miramos, hablamos, jugamos, los pececitos se mueven sin cesar, nos miran, nos hablan, juegan con nosotros. Una corriente afectiva entrelaza el ritmo de la gestualidad. Los niños los cuidan, les dan de comer, los protegen, preguntan por qué, para qué, cómo hacen, dónde duermen…
Los peces giran, suben, bajan lenta o rápidamente, van y vienen, se mueven de modo diverso y con diferentes ritmos y recomienzan todo una y otra vez. Es un movimiento vital que los hace existir de nuevo. A veces, cuando los pequeños sufren, rompen la complicidad y la alianza, se enojan con los pececitos, les arrojan cosas o quieren molestarlos, asustarlos, para ver cómo reaccionan cuando ellos mismos son los monstruos que provocan miedo. La legalidad está sobrepasada, ultrajada por la angustia y el sufrimiento, y nos permite ubicar un límite, un borde frente al incontenible goce que desborda el cuerpo y la imagen. A partir de allí, otra distribución afectiva, otro camino es posible: uno que lleve a recuperar la alianza perdida, que restaure la apuesta ficcional e imaginativa.
En un momento, sin darnos cuenta, devenimos peces, entramos en su hábitat, burbujeamos y armamos otros espacios y tiempos, transmigramos a otra realidad. Por unos instantes, salimos del cuerpo y somos pececitos que descubren el tesoro de ser otros en la epifanía del instante fugaz, errante y verdadero. Jugamos una metamorfosis vital; desde esta óptica, el sufrimiento pesa menos, reacciona de otro modo y hace sensible el mundo. El lenguaje y la sensibilidad son imaginadas, ritmadas, hasta inventar y componer gestos afectivos, deseos que se desmarcan para repercutir en la relación con los demás.
La complicidad es un efecto en el mismo movimiento, es la causa del entredós
por el que entramos en el mundo del otro, somos afectados por él, con toques de inconscientes que generan otros regímenes sensibles, otras probabilidades de experiencias deseantes. Sin duda los acontecimientos en la infancia generan entretejido cerebral; la epigenética destaca el espacio de la experimentación y la experiencia, esenciales para recrear nuevas conexiones, sinapsis y redes que provocan plasticidad neuronal. El pliegue del afuera en el adentro y el despliegue del adentro en el afuera nos permiten comprender el umbral en el que tiene lugar la plasticidad simbólica, un acontecer central tanto para la recepción e inscripción como para la donación y la experiencia infantil.
MARTÍN LIBERA LOS MIEDOS
En un contexto como el actual, de tanta fragilidad, crueldad y enajenamiento, recuperamos y recibimos de la niñez la puesta en juego de la imagen del cuerpo en la experiencia singular del deseo. La complicidad de las infancias genera imágenes no solo para expresar o representar, sino, esencialmente, para posibilitar pensamientos y mundos sensibles.
Estas complicidades abren la posibilidad creativa de lo ficcional, lo gestual, en escenas en las que los niños y las niñas hacen uso de la imagen performativa del cuerpo y encarnan la ficción, al mismo tiempo que la realizan en el devenir del movimiento deseante.
Cuando los pequeños sufren, en lugar de hacer uso de la imagen del cuerpo para salir de sí, tienden a quedar fijados a la misma experiencia corporal, sin poder ni querer emerger de ella. Encerrados en el hacer sufriente, impermeables a cualquier novedad, reproducen la sensibilidad gozosa, opaca, del dolor de existir. Potencia de padecer que inunda y colma la porosidad receptiva de las infancias hasta llegar a bloquearlas para replegarse en el mismo hacer.
El pequeño Martín, de nueve años, le pide a la mamá que hablemos por celular; es de noche, tarde, pero hace dos horas que llora sin parar. Tiene miedos, está muy angustiado. Desbordado, temeroso, no puede dormir y tampoco quiere ir a la escuela. Por teléfono, me cuenta que teme caer en un pozo; no sabe por qué, pero imagina que no podrá salir de ahí; se siente acorralado y solo. Cuando lo relata, me pone en la escena, entro en ella mediante la complicidad del entredós
y, al hacerlo desde esa posición, siento el temblor corporal, comparto la vibración, la sensación de un cuerpo agitado que no miente.
Le pregunto si puede dibujar lo que le pasa; con rapidez toma un marcador, traza un pozo y, mientras lo hace, me lo muestra a través de la pantalla del celular. Estoy junto a él, las líneas atraviesan la imagen en la desmesura del sufrimiento compartido.
Miro el pozo, procuro entrar en él, compartir la opacidad sufriente Desde la complicidad sensible de esos instantes, le pregunto si es capaz de dibujar una montaña. Sorprendido, comienza a trazarla y, entusiasmado, exclama: Voy a dibujar el mal
. A continuación, diseña una nube negra llena de rayos que salen hacia todos lados, mientras pregunta: Y ahora, ¿qué hacemos?
. Perplejo, le respondo: Tal vez puedas elegir otro color –uno que pueda hacer de puente– o encontrar otro camino
. De inmediato, toma un marcador naranja y dibuja un círculo –como una calesita contrapuesta a las líneas negras del mal–; colisiona con los rayos, se entremezclan, la mano de Martín va y viene, las líneas se yuxtaponen y arman un camino que va desde el pozo mortal hacia la cima de la montaña.
Por un momento, en la tenacidad rítmica del trazo, compartimos y construimos un mundo opuesto al susto, los miedos, el abandono y la muerte. Es una lucha de sensaciones coloridas, rítmicas y vibrantes que chocan entre sí, palpitan, cambian las velocidades y, al hacerlo, se transforman sin cesar. La intensidad cómplice nos traslada a otro lugar, con otros sentidos, colores e imágenes que abren espacios y tiempos pasibles de ser habitados. Frente a lo imposible del malestar, lo siniestro y el temor, una nueva cartografía de imágenes, palabras y deseos es posible.
A continuación, mucho más aliviado, mientras camina con el celular en la mano, Martín me muestra la casa, la cocina, el patio y su habitación, en donde está la cama. Veo muchas plantas en cada ambiente, pero no en su cuarto; le pregunto si desearía tener alguna allí. Con mucha alegría, grita que sí, corre a elegirla y la coloca con sumo cuidado junto a su cama. Me mira y entonces le digo: Uy, me parece que en la maceta se puede dibujar
.
Martín responde: Dale, pongamos unas palabras
. Las pensamos entre los dos: Vida, arcoíris, promesa
; de allí en más, fluye la imaginación, sobrepasa la pantalla, jugamos con las formas, haceres mínimos entretejidos a la espera del próximo trazo. Finalmente, nos despedimos hasta el siguiente encuentro. Días después, los papás me avisan que Martín estuvo menos angustiado, pudo descansar, ir a la escuela e incluso invitó a cuatro amigos a dormir en su habitación Con menos angustia, él vuelve a llamarme: está preocupado, me propone que sigamos haciendo el dibujo: los trazos cómplices nos convocan una vez más.
La sensible complicidad del entredós
potencia la puesta en juego de la imagen del cuerpo, y la ficción del deseo genera la posibilidad de apertura de otros mundos. Al jugar, el vivaz acontecimiento de transmutar y transportarse a otro tiempo y lugar por el placer de afectar y ser afectado por lo que hace realiza lo imposible. Desde
