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Regreso al origen
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Libro electrónico304 páginas4 horas

Regreso al origen

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Un libro que te da las herramientas suficientes para que encuentres la felicidad que tanto has anhelado y buscado.


Un camino hacia la búsqueda de la paz y la felicidad. Jorge Cantero funge como una guía en su segundo libro, Regreso al origen. Haciendo una reflexión, que más bien parece una conversación entre amigos, el autor nos lleva de la mano en la búsqueda de los principio y su trascendencia.
Compasión, respeto, felicidad son algunos valores en los que se sumerge de manera profunda para explicarnos la importancia de volver a ellos y continuar, para así poder tener una vida equilibrada. Regresar a los básicos y reencontrar la esperanza es el mensaje que se queda en nuestro interior al concluir de leer este libro. Ser felices y vivir en paz es aquello a lo que debemos atrevernos. Salgan y reclamen su vida.
IdiomaEspañol
EditorialVERGARA
Fecha de lanzamiento1 abr 2014
ISBN9786074807592
Regreso al origen
Autor

Jorge Cantero

Jorge Cantero es psicólogo clínico, especializado en psicoterapia psicoanalítica, con más de quince años de experiencia como terapeuta de jóvenes y adultos en la Ciudad de México. Lector empedernido, filósofo amateur, y obstinado perseguidor del perfeccionamiento del carácter humano, en esta ocasión se aleja de la teoría clínica para adentrarse en el terreno de la narrativa, para lo cual sin duda ha echado mano de su experiencia como psicoterapeuta, pero mucho más de su pasión por la novela negra y por la exploración de esas extrañas locuras que si, nos vuelven humanos, pero también un poco peligrosos.

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    Regreso al origen - Jorge Cantero

    Portada

    1. HONOR

    Obrando con rectitud, coraje y deber

    Prefiero fracasar con honor, que triunfar con engaños

    SÓFOCLES

    Podéis salvar toda la cara que queráis y, sin embargo, perder vuestro honor y, al contrario, mantener vuestro honor intacto con independencia de lo que la gente piense y diga de vosotros. Obligados a escoger entre estas dos opciones, el guerrero superior optará por la segunda

    FORREST E. MORGAN

    ESTA ES UNA PALABRA que ha caído peligrosamente en desuso. Hoy en día, cuando alguien habla de honor, regularmente es observado con extrañeza, como si quien pronunciara tal expresión proviniese de algún lugar extraño o, más aun, de una época distinta. Una época más civilizada. Aquí y ahora, en este mundo en el que se ha vuelto tan común la necesidad de cuidarnos la espalda, de ser suspicaces ante la posible agresión que pudiera venir de cualquier dirección o persona, hablar del honor es como una promesa, una ofrenda, que sí, antoja esperanza, pero parece mentira, o ilusión. Parece una garantía que se ofrece solo en los cuentos de hadas, que aunque fascinan por su sencillez e inocencia, se juzgan ajenos a la cruda realidad; cosa de niños. Esa percepción es un error, y justamente por eso es que empezamos por aquí, pues por el contrario, es el honor el concepto que más íntima ligadura tiene con la ética y la moral, y por lo tanto es la base de la que habremos de partir para cimentar nuestro edificio de conciencia y positiva actitud. Sin el honor —me enseñó una persona muy querida hace ya muchísimos años—, realmente no hay nada. Vamos a ver por qué.

    No existe una manera sencilla de definir lo que es el honor. Se trata de un concepto abstracto y por supuesto, cada persona dará cuenta de él de manera diferente. Sin embargo, cuando somos testigos de un acto no honorable, sin importar nuestro lugar de origen, nuestra cultura o religión, lo sentimos. Así ha sido siempre: desde dentro, probablemente en la zona del vientre, una forma especial de calor nos consume. Es el calor del desprecio; del tipo que nos hace sentir enojados, frustrados. Todos lo hemos experimentado, cuando nos enteramos de un hombre que golpea a su esposa, de un ladrón que asesina a su víctima, de un miembro de la pareja engañando al otro, de un amigo que le miente a su familia. En todos esos casos y otros parecidos, la sensación compartida es de malestar y desagrado. En verdad, podrá ser complejo encontrar una definición concreta, pero no darse cuenta de que existe una diferencia clara y contundente entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, y ahí, justamente, es donde descubrimos intuitivamente lo que significa la conducta honorable. Pero hay que ir más allá. Seguir la intuición casi siempre es suficiente, pero por esta ocasión, dado que nuestro objetivo es alcanzar balance y paz en la vida, necesitamos pensar mucho más.

    Imaginen a un profesionista indeterminado —elijan ustedes su actividad— en una posición de poder. ¿Cuánto? Eso también depende de su imaginación; cualquier persona con suficiente información, o jerarquía, puede ubicarse en una posición de poder. Este profesionista, que no ha estado teniendo una buena semana, o hasta mes (tal vez tiene deudas por pagar, problemas con algún hijo, o un familiar enfermo), de pronto recibe una invitación de un colega a participar en un negocio fácil, poco peligroso, y muy, muy redituable. El negocio, como podrán suponer, requiere un cierto grado de corrupción: mentir, engañar, malversar, en fin. Siendo pequeño el riesgo, la tentación se vuelve grande, así que nuestro personaje entra en duda. ¿Debería?, se pregunta a sí mismo…

    ¿Debería?, les pregunto también a ustedes.

    Si su respuesta es que no, es porque entienden lo que significa el honor. Es porque entienden que encierra mucho más que reputación (como ocurría en la época victoriana y otras semejantes en donde se ostentaba como bandera ideológica o como la estirpe en la genealogía), mucho más que la opinión de los demás, o el miedo a fracasar y errar, el orgullo, o una excusa narcisista para justificar el daño que se inflige a otros en la defensa ridícula de «nuestro nombre». El honor es, más bien, una relación silenciosa con uno mismo, un reconocimiento íntimo de dignidad, en el que superamos, en una sola decisión, nuestro egoísmo y vanidad. Y eliminamos, de un solo corte, nuestra dependencia a toda aquella opinión o juicio externo que se atreve a sugerirnos quiénes somos en verdad, cosa que solo nosotros tenemos derecho a determinar, y nuestras acciones concretas de confirmar.

    El hombre de nuestro ejemplo haría bien, efectivamente, en negarse a participar en el negocio. Pero no va a serle fácil. Seguramente van a llamarle idiota. Deberá seguir enfrentando sus dificultades personales con esfuerzo y sudor, sin optar por atajos, e incluso habrá quien le asuma cobarde. ¿Por qué es mejor entonces tomar este camino que, a todas luces, es más difícil? ¿Un camino que implica disciplina y auto control? En mi opinión, porque de esta forma podrá sentirse orgulloso de sí mismo, podrá saberse honesto, íntegro y valeroso.

    «El honor es justicia dirigida hacia nosotros», afirma Charles Hackney en su libro Martial Virtues, y tiene razón. Es como una brújula infalible que nos permite distinguir el correcto curso de acción y que después nos obliga a tomarlo, pues no basa sus valores en lo que viene bien a otros, en el beneficio personal, o en la expectativa social, sino en los principios éticos que mejoran nuestra calidad como Seres Humanos, principios que tal vez nos fueron heredados por generaciones anteriores, o que hemos elegido nosotros en nuestro camino de la vida, pero que inevitablemente (1) guían y dan sentido a nuestra conducta, aun cuando todo parece perdido o sin propósito y (2) beneficia a todos: a mí y a todo aquel que reciba nuestra «correcta acción». Cuando actuamos de manera honorable, es poca la probabilidad de que erremos, no porque así lo busquemos conscientemente, sino porque aquello que guía nuestra decisión no es el egoísmo, sino un honesto compromiso con la bondad.

    Palabras delicadas, ya lo creo, sobre todo en una época en la que hemos caído en un postura teórica absurda que intenta asegurarnos que todo es relativo. Que según la óptica con la que acomodamos las cosas podemos justificar o no una acción, un hecho o un evento, de modo que lo bueno y lo malo no es rotundo y contundente sino solo una interpretación más de todo lo que ya de por sí es bastante abstracto y caprichoso.

    Y es que algo es seguro: al ser humano le cuesta trabajo entender las cosas de manera objetiva, pese a todo lo inteligentes que supuestamente somos. Caemos en vicios del pensamiento con una facilidad enorme, y cuando en una generación, por ejemplo, somos increíblemente autoritarios, en la siguiente nos volvemos laxos hasta el grado de la irresponsabilidad. Nos encanta ver las cosas de manera extrema, inflexible, pintadas de un solo color, cosa que probablemente llevó a los teóricos del comportamiento a creer que proclamar una visión relativista era la mejor alternativa para luchar contra la rigidez. Para algunos temas, como la política o la religión, funciona muy bien, pero para la ética y la moral ha resultado desastroso a diferentes niveles. Es como si ambos estuviesen sujetos a interpretación, a negociación, y junto con ellos la dignidad del hombre.

    ¿Cómo saber qué dirección tomar?, ¿qué elegir cuando todo depende del cristal con que se mire? ¿Cómo enfrentarse a la duda,a la zozobra, a la angustia, al miedo, a la presión social, al dolor del cambio, a las crisis cuando nada nos asegura el «éxito», o que las cosas «saldrán bien»?

    Porque al lograr ser honesto con uno mismo e identificar lo que distingue un acto bueno de uno malo, escoger la buena acción, aunque ello implique de nuestra parte renunciar a un deseo, a un satisfactor, a una meta, y sobre todo, al ego, es mucho más sencillo, mucho más obvio y transparente. Ser honorable tiene que ver con la capacidad de poner lo bueno por encima de uno mismo, motivado por la fuerza interior. Por la sola certeza de que al hacerlo, aunque parezca que perdemos algo en el camino, en realidad ganamos congruencia interna. Tiene que ver con la posibilidad de mirarnos en el espejo por las noches y sentir tranquilidad. Sentir que no le debemos nada a nadie, ni siquiera a nosotros mismos, porque hemos hecho, en todo momento, lo mejor posible, y además con la mejor intención.

    Y es que hay algo de práctico también en todo esto: debemos recordar que la «correcta acción» siempre tiene que ver con la cooperación, la confianza y la humanidad: el bien de todos. Aquí, en este mundo, aunque seamos seres individuales, nuestras acciones sí que afectan a los demás. Si destruimos nuestro entorno o nuestras relaciones en un intento por saciar nuestro voraz apetito de tener y gozar de todo aquello que parezca disponible también nos destruiremos a nosotros mismos. La supervivencia humana depende de la cooperación, y esta solo es posible a través de la ética. De lo contrario optaríamos por competir los unos contra los otros, a veces por nada más por probar quién posee el garrote más grande.

    Pero, ¿y qué es la «correcta acción» de la que hemos estado hablando? Convendría, en este punto, que tratemos de ser también muy claros acerca de «lo malo» y definirlo hasta donde sea posible, puesto que siguiendo el tenor de lo dicho, para obrar con honor no podemos darnos el lujo de caer en relativismos vagos que dejan muy a la interpretación personal la calidad de una acción. Tengamos en cuenta que para evitar algo primero hay que conocerlo, y sobre todo, aceptar que somos capaces de hacerlo… Porque eso sí: todos somos capaces de obrar con mal. Todos. No importa lo puros o buenos que nos creamos. Lo peor que podemos hacer es pensar «a mí eso no me va a pasar; eso yo nunca lo voy a hacer». Desconocer una fuerza nos vuelve vulnerables a ella. Creernos incapaces de obrar con mal nos vuelve presas fáciles, justamente, de caer en la tentación. Y más aun, no conozco a una sola persona genuinamente honorable que en algún momento, por desconocimiento, omisión o intención genuina, no haya llevado a cabo una mala acción. Al final, somos humanos, y nuestra única posibilidad para aprender es

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