Los cinco detectives 12 - Misterio del cuadro robado
Por Enid Blyton y Òscar Julve
4/5
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Información de este libro electrónico
Ern, el sobrino de Goon, vuelve a colaborar con Los cinco detectives. Ern se aloja junto a la finca Tally-Ho, el escenario de un misterio en el que intervienen un cuadro robado y una perrita de lanas desaparecida.
Enid Blyton
Enid Blyton is one of the worlds' best-loved storytellers. Her books have sold over 500 million copies and have been translated into more languages more often than any other children's author. She wrote over 700 books and 2,000 short stories, including favourites such as The Famous Five, The Secret Seven, The Magic Faraway Tree and Malory Towers. Born in London in 1897, Enid lived much of her life in Buckinghamshire and adored dogs, gardening and the countryside. She died in 1968 but remains one of the world's best-loved storytellers.
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Comentarios para Los cinco detectives 12 - Misterio del cuadro robado
57 clasificaciones3 comentarios
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Aug 9, 2021
Nò - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Aug 11, 2019
"A very fine mystery - there's more than meat on this rubber bone!"
Book twelve in this series was first published in 1954, and for me, it stands the test of time!
The Five Find-Outers: Fatty, Pip, Daisy, Larry and Bets - along with Buster, the dog, are soon on the trail of the thieves! The Lorenzos, tenants of Tally-Ho cottage, have vanished - just leaving behind their precious poodle, Poppet, with Mr and Mrs Larkin.
A priceless old picture is discovered to be stolen from a famous gallery.
Fatty needs to use all of his skills in the art of disguise, in order to find out information, clues and possible suspects! There are some really good characters in this story. Goon, the hapless village policeman, is once more struggling to keep up with the shrewdness of Fatty, and the other find-outers!
After some interesting and amusing encounters, the breakthrough finally comes when Bets makes an innocent and off-the-cuff remark about the sudden change in the behaviour of Mrs Larkin, in respect of dear Poppet! From that moment, going forward, there's no stopping Fatty, as he finally figures it all out - with the aid of a relaxing and thoughtful soak in the bath!
I found this story quite clever. It was not obvious to me, until quite close to the end, who the real perpetrators were! A very enjoyable read. A very good book for children that love to read an entertaining mystery. Recommended. - Calificación: 3 de 5 estrellas3/5
Jul 11, 2013
The twelfth in Enid Blyton's fifteen-book Five Find-Outers and Dog series, in which a group of British schoolchildren play detective on their holidays, The Mystery of Tally-Ho Cottage sees Fatty, Larry, Daisy, Pip, and Bets (along with Buster the dog) engaged in a case involving a stolen painting and a couple of thieves on the run. When the elegant Lorenzos disappear from their rented home at Tally-Ho House, the entire country is put on the alert, and the Find-Outers keep watch at the cottage of their groundskeeper, Mr. Larkin. Could the Larkins be hiding the Lorenzos? And what can Poppet, Mrs. Lorenzo's beloved pet poodle, reveal about the case?
Read as part of a project to familiarize myself with the work of Enid Blyton, who, despite being virtually unknown in the United States, is the sixth most popular author in the world, the Five Find-Outers and Dog series has thus far confirmed some of the criticism I have read, that her writing is rather bland, her stories formulaic, and many of her social ideas outdated. For all that, I can understand why her work remains popular, as young readers often gravitate to series work, as a means of reinforcing reading skills, while being entertained. This particular title was fairly innocuous, despite the presence of Ern Goon, whose characterization in previous titles revealed some rather obnoxious classism. Somehow, his interaction with the Find-Outers was less irritating this time around, probably because there wasn't any ridicule of his pronunciation.
Vista previa del libro
Los cinco detectives 12 - Misterio del cuadro robado - Enid Blyton
Título original: The Mystery of Tally-Ho Cottage
© Hodder & Stoughton Limited.
© de la traducción: María Dolores Raich Ullán.
© de esta edición digital: RBA Libros, S.A., 2021.
Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.
www.rbalibros.com
REF.: ODBO818
ISBN: 9788427224216
Composición digital: Newcomlab, S.L.L.
Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Todos los derechos reservados.
portadillaÍndice
Portada
Créditos
Portadilla
1. En la estación de Peterswood
2. ¡Qué divertido estar juntos otra vez!
3. Poppet, la perrita de lanas
4. Una pequeña victoria
5. Surgen inconvenientes
6. El buen amigo Ern
7. Ern tiene una idea
8. Ern está al acecho
9. El señor Hoho-Ha
10. Ern sigue a un sospechoso
11. Una larga conversación
12. Dos días de calma
13. Momentos de tensión
14. Ern se queda estupefacto
15. Fatty está satisfecho
16. Recapitulación
17. Visita colectiva a Tally-Ho
18. Unas ideas magníficas
19. Un poco de diversión
20. Suceden muchas cosas
21. Más enigmas
22. Fatty ata cabos
23. Una historia realmente curiosa
CAPÍTULO 1
En la estación de Peterswood
Una tarde, cuatro niños y un perro entraron en la pequeña estación de tren de Peterswood. El perro retozaba alegremente, meneando el rabo sin cesar.
—Será mejor que atemos a Buster a la correa —propuso Pip—. Hemos llegado muy pronto y es posible que pasen dos o tres trenes. Ven aquí, Buster. Déjame que te ate.
El pequeño terrier escocés obedeció, acelerando el ritmo del vaivén de su rabo, al tiempo que lanzaba unos cortos ladridos.
—Sí, ya sé que estás deseando ver a Fatty —murmuró Pip inclinándose a ponerle la correa—. Lo mismo nos pasa a todos. ¡Eh, estate quieto!
—Sujétalo bien —recomendó Larry—. ¡Ahí llega un tren! Este pasará de largo.
Buster se mantuvo impasible hasta que el tren, al pasar por la estación a toda velocidad, dio un estridente silbido. Entonces el perro, tirando de Pip, se acurrucó debajo de un banco de madera, de espaldas al tren, tembloroso y aterrorizado. ¡Qué horrible silbido!
—¡Qué susto me ha dado! —exclamó Bets—. ¡Ánimo, Buster! Fatty está a punto de llegar. Nos ha encantado tenerte los días que ha estado fuera y, además, te has portado estupendamente.
—¡Hasta mamá se ha encariñado contigo! —añadió Pip, acariciándolo—. ¡Pensar que al principio no veía con buenos ojos que te cuidásemos mientras Fatty estaba en Suiza!
—No comprendo por qué a Fatty se le ocurrió marcharse quince días a Suiza en plenas vacaciones de Navidad —se lamentó Bets.
—Fatty tenía que acompañar a sus padres —le recordó Daisy—. Supongo que lo habrá pasado muy bien con tanta nieve.
—Seguramente —dijo Larry sonriendo—. Y con semejante colchón, apuesto a que no le habrán importado las caídas. ¡Está tan gordinflón! ¿Qué hora es? ¡Caramba! ¡Qué temprano hemos venido! ¿Qué haremos mientras tanto?
—Aquí en el andén hace mucho frío —comentó Daisy—. ¿Vamos a la sala de espera? En marcha, Buster.
Sin embargo, Buster siguió firme en su sitio.
—Venga, Buster —gruñó Pip, tirando de la correa—. Estaremos mejor en la sala de espera. El tren de Fatty tardará un rato aún.
No obstante, el perro, como sabía que Fatty llegaría en uno de aquellos trenes que pasaban por la estación y se bajaría en aquel andén, se negaba a seguir a los muchachos, impaciente por recibir a su dueño allí.
—Amárralo al banco —sugirió Larry—. Si lo obligamos a ir a la sala de espera, se pondrá desconsolado. Qué bobo eres, Buster. A mí por nada del mundo se me ocurriría sentarme en las losas del andén. ¡Estarán heladas!
Por fin, tras dejar a Buster atado al banco, los cuatro muchachos entraron en la sala de espera, que, aunque provista solo de una pequeña lumbre, al menos estaba protegida del viento que soplaba en la estación.
—Por suerte esta vez Fatty no podrá engañarnos con uno de sus disfraces, porque, como llega con sus padres, tendrá que comportarse —comentó Daisy, sentándose en un duro banco de madera.
—Mucho mejor —afirmó Bets—. Prefiero que se presente tal cual es, alegre, gordito y sonriente. Llevamos meses sin verlo. ¡Después de un trimestre entero en el colegio, se le ocurre marcharse a Suiza!
—Ya me imagino lo que dirá en cuanto nos vea —dijo Pip con una sonrisa—. Dirá: «Hola, chicos, ¿hay algún misterio a la vista?».
—Lo malo es que tendremos que reconocer que no hay ninguno —masculló Larry—. Desde hace una temporada, Peterswood está más tranquilo que una balsa de aceite. ¡Con deciros que Goon no tiene absolutamente nada que hacer!
En efecto, Goon, el policía del pueblo, había disfrutado de quince días de completa tranquilidad, sin que ni siquiera hubiera un pequeño robo, ni un perro que alborotase las ovejas en muchas millas a la redonda. Gracias a ello, el hombre podía pasar casi todo el tiempo dormitando en su enorme sillón.
Mientras los chicos estaban en la sala de espera, llegó un taxi a la estación, seguido de otro coche de alquiler. Desde la ventanilla del primero, un hombre hizo una seña al único maletero de Peterswood.
—¡Eh, mozo! —le gritó—. ¡Venga a por estas maletas! ¡Dese prisa! ¡Tenemos el tiempo justo!
La voz era firme y clara. El maletero acudió en seguida a hacerse cargo de dos pequeñas maletas. Un hombre se bajó del taxi y ayudó a bajar a una mujer. Ambos eran de edad madura y aspecto alegre, e iban muy bien vestidos. La mujer llevaba una diminuta perra de lanas muy blanca.
—¡Mi querida Poppet! —exclamó la recién llegada, metiendo a la perrita debajo de su abrigo de piel, de modo que solo le asomara el curioso y afilado hociquito—. ¡No te enfríes con este viento tan helado!
A los cuatro muchachos, que observaban la escena desde la ventana de la sala de espera, les encantó el animalito.
Unos instantes después, del segundo taxi salieron cuatro o cinco personas, todas muy bulliciosas, que, al parecer, acudían a despedir a las dos primeras.
—Date prisa, Bill —apremió la mujer de la perrita—. Apenas te queda tiempo para comprar los billetes.
—¡Que sí, mujer! —exclamó Bill, entrando en la estación a grandes zancadas—. Hay tiempo de sobra. ¡Vaya! ¿Qué es eso que viene allá lejos? ¿Un tren? ¡Cielos! ¡Tendremos que darnos prisa!
—No, no es nuestro tren —lo tranquilizó la mujer precipitándose al andén con la perrita—. Va por la otra vía. ¡Oh, Poppet! ¡Qué susto he tenido!
Los recién llegados armaron tanto jaleo que los cuatro chicos salieron de la sala de espera para observarlos. Todos parecían muy alegres.
—¡Procurad pasarlo bien! —gritó un pelirrojo, dándole palmadas en la espalda al hombre llamado Bill, hasta que este tuvo un ataque de tos.
—¡Mandadnos un telegrama en cuanto lleguéis! —rogó una mujer—. ¡Echaremos de menos vuestras fiestas!
La mujer de la perrita se sentó en el banco donde Buster estaba atado, y depositó a la pequeña perra de lanas en el suelo del andén. Inmediatamente, Buster empezó a olfatear el tupido pelaje de la perrita, y esta ladró, asustada. Entonces Buster se abalanzó hacia la parte delantera del banco, enrollando su correa alrededor de las piernas de la mujer. Con un chillido, la mujer tomó a Poppet en brazos, alarmada por si Buster la mordía.
Para colmo de los males, en aquel preciso momento llegó otro tren a la estación con tal estrépito que Poppet estuvo a punto de enloquecer de pánico y, muerta de miedo, saltó de los brazos de su dueña y echó a correr a galope tendido. Buster intentó seguirla, olvidando su correa, y poco faltó para que se estrangulara con ella, al tiempo que tropezaba con las piernas de la mujer y esta se venía abajo, chillando:
—¡Detengan a mi perrita! ¡Oh! Pero ¿qué hace este perro? ¡Apártate, bruto!
En un segundo se originó un caos tremendo.
Los cuatro niños intentaron atrapar a Poppet, y luego Pip fue a rescatar al pobre Buster, molido a patadas por la asustada mujer.
—¿De quién es este perro? —chillaba esta, encolerizada—. ¿A quién se le ocurre amarrarlo debajo de un banco? ¡Que venga un guardia! ¿Dónde está mi perrita?
—Vamos, Gloria, cálmate —farfulló el hombre que se llamaba Bill.
Nadie prestó atención al tren que acababa de llegar a la estación, ni siquiera los cuatro muchachos. ¡Todos estaban tan preocupados por Buster y por la pobrecilla Poppet!
Con tanta confusión, no vieron apearse del tren a Fatty con sus padres, un Fatty rollizo y tostado por el sol que parecía la viva imagen de la salud. El muchacho no tardó en localizar a sus amigos, sorprendido de que estos no acudieran siquiera a saludarlo.
—Tomad un taxi, mamá —sugirió Fatty—. Yo volveré a casa con mis amigos. Están allí.
Fatty se acercó al lugar donde Pip estaba tratando de pedir excusas a la enojada mujer y su marido. Sujetaba a Buster por el collar, mientras el perro pugnaba por escabullirse. De pronto, Buster se soltó de la firme mano de Pip, ladrando desaforadamente.
—¡Vaya! —exclamó una voz conocida—. ¡Ya es hora de que alguien me reconozca! ¡Hola, Buster!
Los cuatro chicos se volvieron inmediatamente.
—¡Fatty! —exclamó Bets, echándose en brazos de su amigo con tanto impulso que por poco lo derriba—. ¿Ya estás aquí?
—¡Eso parece! —contestó el muchacho.
Entonces se sucedieron una serie de palmadas en la espalda y cordiales empujones. Buster estaba tan excitado que casi atronaba la estación con sus ladridos. Al mismo tiempo arañaba con tal fuerza las piernas de su dueño que este tuvo que tomarlo en brazos.
—¿De quién es este perro? —preguntó el hombre llamado Bill—. ¡En mi vida había visto un perro tan malcriado! ¡Ha hecho caer a mi esposa y le ha puesto el abrigo perdido! ¡Ah! Allí veo a un agente. ¡Venga aquí, buen hombre! Quiero denunciar a este perro. ¡Como nadie lo tenía a raya, ha atacado a nuestra perrita de lanas y ha tirado al suelo a mi esposa!
Los chicos comprobaron, horrorizados, que el agente en cuestión no era otro que el señor Goon. Este había ido a comprar un periódico a la estación y, al oír el bullicio, salió al andén. Llevaba aún prendidas en los pantalones las pinzas de ciclista, y sus saltones ojos brillaban de placer.
—¿Dice usted, señor, que este perro les ha atacado salvajemente? Permítame tomar nota. ¡En realidad, este bicho lleva mucho tiempo cometiendo toda clase de fechorías!
Entonces Goon, sacándose la libreta del bolsillo, humedeció la punta del lápiz con la lengua, encantado de recibir al fin una verdadera queja contra aquel detestable perro.
El tren arrancó de la estación entre la indiferencia general, pues todo el mundo estaba pendiente del pequeño grupo de niños, rodeado de mayores. En cuanto vio al señor Goon, Buster saltó de los brazos de Fatty para retozar alegremente en torno a los tobillos del policía, a pesar de que este intentaba golpearlo con su libreta, gritando:
—¡Fuera de aquí este perro! ¡Eh, tú, chico! ¡Llámalo en seguida! ¡Voy a denunciarlo inmediatamente! ¡Voy a…!
De repente, la mujer lanzó una exclamación de alegría.
—¡Oh, ahí está Poppet… con Larkin! ¡Pensé que no iba usted a llegar a tiempo de llevarse a Poppet a casa, Larkin!
Larkin era un hombre de aspecto curioso, que andaba encorvado y arrastrando una pierna. Bajo su gastado y voluminoso abrigo, se lo veía grueso y torpe, con la parte inferior del rostro cubierto por una bufanda y los ojos casi invisibles tras la visera de una vieja gorra. El desconocido llevaba a Poppet en brazos.
—¿Quién es este hombre? —preguntó Goon, mirando con sorpresa al sospechoso individuo que acababa de presentarse con Poppet.
—Es Larkin, el guarda que vive en la casilla del jardín de Tally-Ho, la casa que tenemos alquilada —explicó la mujer—. Le pedí que viniera a la estación a tiempo de recoger a Poppet y llevársela consigo. Va a cuidar de ella durante mi ausencia, pero no he querido separarme de mi preciosa Poppet hasta el último momento, ¿verdad, cariñito?
Y tomando en brazos a la perrita, empezó a mimarla y acariciarla.
—La cuidará usted bien, ¿verdad? —preguntó, dirigiéndose de nuevo a Larkin—. Recuerde mis instrucciones. Pronto volveré a reunirme con ella. Ahora, llévesela antes de que venga nuestro tren y la asuste.
Larkin se alejó renqueando, sin decir una palabra. La mujer le había entregado a Poppet como si fuese una muñeca, y en ese momento la perrita se hallaba acomodada debajo del grueso abrigo de su guardián.
Goon se impacientaba por momentos, con la libreta en la mano. Los chicos de buena gana habrían echado a correr, pero no se atrevían a hacerlo, conscientes de que el policía no los perdía de vista.
—Veamos, señora —insistió Goon—. Respecto a la cuestión de este perro entrometido. ¿Tiene la bondad de darme su nombre y dirección, y…?
—¡Ah! —exclamó la mujer—. ¡Aquí está nuestro tren!
Y en un instante todo el mundo apartó a codazos al pobre Goon con el afán de besar, estrechar la mano y gritar frases de despedida a los viajeros. El hombre y la mujer subieron al vagón y, poco después, el tren arrancó, mientras todos los presentes agitaban frenéticamente las manos.
—¡Uf! —resopló Goon, cerrando la libreta, decepcionado.
Entonces buscó con la mirada a Buster y a los demás. ¡Demasiado tarde, porque tanto el perro como los chicos habían desaparecido!
CAPÍTULO 2
¡Qué divertido estar juntos otra vez!
Los cinco detectives y Buster estaban ya en la mitad de la calle, corriendo a toda prisa.
—¡Menos mal que el tren llegó en el momento oportuno! —jadeó Pip.
—¡Qué horrible es ese Goon! —gruñó Bets—. ¡Mira que presentarse en la
