Los cinco detectives 7 - Misterio del gato comediante
Por Enid Blyton y Òscar Julve
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Una función de teatro acaba con la caja fuerte desvalijada. Los cinco detectives tienen una lista de sospechosos que... ¿incluye a un gato? A base de espionaje y seguir pistas, darán con el culpable.
Enid Blyton
Enid Blyton is one of the worlds' best-loved storytellers. Her books have sold over 500 million copies and have been translated into more languages more often than any other children's author. She wrote over 700 books and 2,000 short stories, including favourites such as The Famous Five, The Secret Seven, The Magic Faraway Tree and Malory Towers. Born in London in 1897, Enid lived much of her life in Buckinghamshire and adored dogs, gardening and the countryside. She died in 1968 but remains one of the world's best-loved storytellers.
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Los cinco detectives 7 - Misterio del gato comediante - Enid Blyton
Título original: The Mystery of the Pantomime Cat
© Hodder & Stoughton Limited.
© de esta edición digital: RBA Libros, S.A., 2019.
Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.
www.rbalibros.com
REF.: ODBO521
Composición digital: Newcomlab, S.L.L.
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Índice
1. En la estación del tren
2. Un pequeño y esmerado plan para Pippin
3. El agente Pippin descubre a dos maleantes
4. Un pelirrojo tras otro y pistas a granel
5. El agente Pippin en acción
6. Surge un misterio
7. Goon, Pippin y Fatty
8. La versión de Pippin… y una entrevista
9. Pippin colabora
10 Los sospechosos y sus coartadas
11. Jugarreta al señor Goon
12. Zoe, la primera de la lista de sospechosos
13. Larry y Pip actúan con éxito
14. Más noticias y una cara mofletuda
15. Después de la función
16. El gato comediante ofrece una taza de té
17. Comprobando las coartadas
18. Más comprobaciones y más pasteles
19. John James y el cine
20. Una derrota y una corazonada
21. Comprobación de la última coartada
22. ¡Una sorpresa para el inspector!
CAPÍTULO 1
En la estación del tren
Larry y Daisy, junto a la verja del jardín, esperaban que pasara Fatty a buscarlos con Buster, su perro, un pequeño terrier escocés.
—Da gusto estar de nuevo en casa, de vacaciones —comentó Daisy—. Ojalá Fatty llegue pronto, porque si no, no llegaremos a tiempo de recibir a Pip y a Bets en la estación. Estoy deseando volver a verlos. Parece que haya pasado un siglo desde las vacaciones de Navidad.
—¡Ahí está! —exclamó Larry, echando a correr—. ¡Y viene con Buster! ¡Hola, Fatty! Tendremos que darnos prisa si queremos llegar a la estación antes que el tren.
—Hay tiempo de sobra —lo tranquilizó Fatty, que era de los que siempre mantienen la calma—. ¡Qué divertido será volver a estar todos juntos! ¿No os parece? ¡Los cinco detectives dispuestos a enfrentarse a un nuevo misterio alucinante!
—¡Guau! —protestó Buster, que se sentía un poco olvidado.
—¡Es verdad! —exclamó Fatty—. Lo siento, Buster. Quería decir Los cinco detectives y el perro.
—Vamos —apremió Daisy—. El tren está al llegar. ¡Pensar que llevamos casi una semana de vacaciones y aún no hemos visto a Bets y a Pip! Apuesto cualquier cosa a que no les habrá gustado estar con su tía Sofía. ¡Es una mujer terriblemente rígida y severa! Estoy segura de que estarán varios días sin parar de decir, por la fuerza de la costumbre, «gracias» y «por favor» con muy buenos modales.
—¡Ya se les pasará! —murmuró Fatty—. ¿Alguno de vosotros ha visto a nuestro amigo el Ahuyentador durante estas vacaciones?
Los chicos llamaban Ahuyentador al señor Goon, el policía del pueblo. El hombre no podía tragar a los cinco muchachos y detestaba a Buster, cosa bastante comprensible, pues el perro era muy aficionado a saltar y brincar alrededor de los tobillos del grueso policía de un modo francamente irritante. Además, Los cinco detectives habían desentrañado un buen número de misterios que el señor Goon consideraba que solo le correspondía a él investigar y, como es de suponer, estaba celoso de ellos.
—En cuanto nos vea a uno de nosotros por algún sitio, soltará: «¡Largo de aquí!» —dijo Larry con una sonrisa burlona—. No falla nunca… ¿Qué pensáis? ¿Surgirá algún nuevo misterio durante estas vacaciones? Me gustaría poner mi materia gris a trabajar en algún caso apasionante.
Sus compañeros se echaron a reír.
—Procura que no te oiga papá —recomendó Daisy—. Has tenido tan malas notas en el colegio que seguramente te diría que por qué no usas la materia gris para el latín y las matemáticas y te dejas de misterios.
—Me imagino que en tus notas habrá frasecitas como estas: «Podría sacar más partido de su inteligencia» o «No saca partido de su inteligencia» —intervino Fatty—. Conozco el paño.
—¡No puedo creer que hayan puesto semejantes observaciones en tus notas, Fatty! —exclamó Daisy, que admiraba muchísimo el talento de su amigo.
—Bueno… —empezó Fatty, modestamente—. Generalmente me ponen «Brillantes trabajos en este trimestre» o «Aventaja con mucho al término medio de su clase», o…
—¡Ya salió nuestro presumido amigo Fatty dándose importancia con aires de modestia! —lo interrumpió Larry, dándole un puñetazo amistoso—. No sé cómo te las arreglas para ser así de creído con ese tono de voz tan modesto, Fatty. Te a s e g u r o …
—Dejaos de discusiones —intervino Daisy, echando a correr—. ¿No oís el silbido del tren? Debemos estar en el andén antes de que lleguen Pip y Bets. ¡Pobre Buster! ¡Con esas patitas tan cortas no puede seguirnos! ¡Vamos, perrito!
Los tres amigos franquearon la puerta de la estación e irrumpieron en el andén. Con un ladrido de euforia, Buster olfateó la orilla de unos gruesos pantalones azul marino cuyo propietario se hallaba junto al quiosco de revistas.
—¡Largo de aquí! —dijo una voz conocida, lanzando un resoplido de fastidio—. ¡Atad a ese perro con una correa!
—¡Ah, hola, señor Goon! —exclamaron Fatty, Larry y Daisy, todos a la vez, como si el policía fuese su mejor amigo.
—¡Cuánto me alegro de verlo! —añadió Fatty—. Supongo que sigue usted bien, señor Goon, a pesar de este tiempo tan deprimente y…
En el preciso momento en que el señor Goon se disponía a contestar con algún reproche, llegó el tren haciendo un estruendo ensordecedor que impedía cualquier conversación.
—¡Allí está Pip! —gritó Larry, agitando la mano con tal fuerza que por poco echa a rodar el casco del señor Goon.
Buster fue a sentarse, muy digno, bajo el banco del andén. No le gustaban los trenes. El señor Goon permanecía a poca distancia, buscando con la mirada a la persona a quien esperaba. Bets y Pip bajaron del tren muy excitados.
—¡Fatty! —exclamó Bets, abrazándolo—. ¡Estaba segura de que vendrías a recibirnos! ¡Hola, Larry! ¡Hola, Daisy!
—Hola, querida Bets —saludó Fatty, que sentía un profundo afecto por la muchacha—. ¡Hola, Pip! —añadió, dando al recién llegado una palmada en la espalda—. ¡Regresáis a tiempo de ayudarnos a aclarar un tremendo misterio!
El chico dijo esto en voz muy alta para que lo oyera el señor Goon, pero, desgraciadamente, la frase no llegó a oídos del policía, ocupado en estrecharle la mano a un colega, un individuo joven y sonriente de rostro sonrosado.
—¡Mirad! —exclamó Fatty—. ¡Otro policía! ¿Será porque a partir de ahora habrá dos agentes en Peterswood?
—No tengo ni idea —contestó Fatty, mirando al segundo policía—. Me gusta bastante la pinta del amigo del señor Goon. Da la impresión de ser un tipo simpático.
—Me encantan sus orejas —comentó Bets—. Parecen soplillos.
—No digas bobadas —protestó Pip—. ¿Dónde está Buster, Fatty?
—Allí —respondió Fatty—. ¡Eh, Buster! ¡Sal de ahí debajo! ¿No te da vergüenza ser tan cobarde?
Buster salió de debajo del banco, meneando el rabo entre las patas como si quisiera disculparse, pero en cuanto el tren se puso en marcha otra vez para marcharse de la estación entre una serie de aterradores resoplidos, el animal volvió a meterse debajo del banco.
—¡Pobre Buster! —se compadeció Bets—. Estoy segura de que si yo fuese perro también me escondería debajo de un banco.
—Hasta hace poco siempre te ponías detrás de mí cuando entraba el tren en la estación —sacó a relucir Pip—. Y recuerdo que tratabas de…
—Vamos —interrumpió Fatty, al advertir que Bets empezaba a ponerse colorada—. ¡En marcha! ¡Buster, sal de ahí y no seas bobo! El tren ya está a un kilómetro de aquí.
Buster obedeció, y al ver dos pares de piernas con pantalones azul marino, se precipitó hacia ellas alegremente.
—¡Ya está aquí este perro! —gruñó el señor Goon, dando puntapiés. Y, volviéndose a su compañero, dijo en voz alta—: Tendrá usted que vigilar a este perro, pues un día u otro habrá que dar parte. Como usted puede ver, no está debidamente controlado. Mantenga los ojos abiertos, Pippin, y no soporte ninguna impertinencia.
—¿De modo, señor Goon, que ahora van a ser ustedes dos contra el pobre Buster? —intervino Fatty, siempre dispuesto a entablar una discusión con el señor Goon.
—Nada de eso —replicó el policía—. Estaré unos días de vacaciones, ¡que ya era hora de que me las dieran!, y este señor es mi colega, el agente Pippin, encargado de sustituirme. Me alegro muchísimo de veros, porque eso me permite poner sobre aviso a mi compañero y advertirle que no os pierda de vista, ni tampoco a ese perro. —Y volviéndose a su colega, que lo escuchaba un poco sorprendido, añadió—: ¿Ve usted a estos cinco chavales? Se creen muy listos, capaces de desentrañar todos los misterios de la comarca. ¡No puede usted imaginarse los líos en los que me han metido! No los pierda de vista, Pippin, y si surge algún misterio, guárdeselo para usted. De lo contrario, estos chicos meterán las narices en lo que es competencia exclusiva de la policía y le darán una guerra tremenda.
—Gracias por la presentación, señor Goon —soltó Fatty, sonriéndole al otro policía—. Encantado de darle a usted la bienvenida a Peterswood, señor Pippin. Le deseo una feliz estancia. Y si… si alguna vez cree usted que podemos ayudarle, no tiene más que decírnoslo.
—¿Ve usted? —masculló el señor Goon, poniéndose rojo como un tomate—. ¡Lo que le decía! ¡La cuestión es meterse en lo que no les importa! ¡Vamos, largaos de aquí todos y llevaos a este perro insoportable! Y no lo olvidéis: pondré al señor Pippin al corriente de todos vuestros trucos y llevad mucho cuidado, porque no toleraré ninguna majadería. ¿Entendido?
Dicho esto, el señor Goon se alejó con su amigo Pippin, que, por su parte, no pudo dejar de volverse para mirar a los muchachos con aire de disculpa mientras andaba. Fatty le guiñó el ojo y Pippin correspondió con otro guiño.
—Me cae bien ese agente —repitió Bets—. Tiene una cara muy simpática. Y unas orejas…
—… como soplillos —terminó Pip—. Sí, ya nos lo has dicho antes. Oye, Fatty: estoy seguro de que el viejo Goon va a contarle a Pippin todas nuestras cosas. Nos presentará como una banda de jóvenes gánsteres o algo por el estilo.
—¡Dalo por hecho! —exclamó Fatty—. Me gustaría oír lo que dice de nosotros. ¡Van a silbarnos los oídos!
No se equivocaba. El señor Goon realmente disfrutaba de lo lindo poniendo en guardia al agente Pippin.
—Téngalos a raya —le decía—. Y no soporte ninguna impertinencia del más gordito, ese tal Frederick.
—Parecía buen chaval —murmuró el agente Pippin.
—Esto es parte de su astucia —aseguró el señor Goon, lanzando uno de sus típicos resoplidos—. ¡No quiera usted saber las veces que ese chico me ha fastidiado con sus travesuras, dándome toda clase de pistas falsas y estropeando algunos de mis mejores casos! Es un pelma, siempre está disfrazándose y haciendo el tonto.
—Pero ¿no es el muchacho de quien el inspector Jenks tiene tan buena opinión? —preguntó el agente Pippin, frunciendo el ceño—. Me parece recordar que dijo…
No cabía observación más inoportuna. El señor Goon se puso como la grana y echó a Pippin una mirada incendiaria.
—Ese chico ha embaucado al inspector Jenks —declaró el señor Goon—. Sepa usted que es un adulador de campeonato. No crea usted una palabra de lo que diga el inspector respecto a él y limítese a vigilar a los misteriosos chicos pelirrojos que vea merodeando por todas partes, ¿entendido?
—¿Chicos pelirrojos? —exclamó el agente Pippin, verdaderamente asombrado—. No comprendo.
—Utilice su materia gris, Pippin —aconsejó el señor Goon en tono arrogante—. Ese chico, o sea Fatty, tiene una enorme colección de disfraces, y uno de sus predilectos consiste en una peluca roja. ¡La de veces que he visto chicos pelirrojos! Y siempre se trataba de Fatty, disfrazado para desorientarme. Extreme usted las precauciones, Pippin. Recuerde lo que le digo: el chico intentará gastarle la misma broma. Es un pillo. Lo cierto es que todos esos niños son una plaga, una verdadera plaga sin el menor respeto por la ley.
El agente Pippin escuchó todo esto sorprendido, pero muy respetuosamente. El señor Goon le doblaba la edad y, sin duda, debía de tener muchísima experiencia. El joven se sentía orgulloso de ocupar su puesto durante sus vacaciones.
—No creo que surja ninguna dificultad en mi ausencia —prosiguió el señor Goon, al tiempo que ambos franqueaban la verja del pequeño jardín interior del viejo policía—, pero si ocurre algo, llévelo usted en secreto, Pippin. Haga lo que haga, no permita que esos chavales metan las narices en sus cosas, y en caso de que no pueda evitarlo, póngase en contacto conmigo, ¿de acuerdo? Por otro lado, procure encerrar al perro con cualquier pretexto. Es un bicho peligroso y me gustaría quitarlo de en medio. Vea usted lo que puede hacer.
El agente Pippin se sintió aturdido. Le habían caído simpáticos los chicos y el perro, y era desconcertante que el señor Goon tuviese una opinión tan distinta. Aun así, sabía cuál era su obligación, y prometió hacer cuanto estuviera de su parte para complacer al señor Goon.
CAPÍTULO 2
Un pequeño y esmerado plan para Pippin
Los cinco detectives estaban encantados de haberse vuelto a reunir todos de nuevo, pero las vacaciones de Pascua no eran tan largas como las de verano. Para colmo, había transcurrido casi una semana antes de que Pip y Bets regresaran de casa de su tía y, en consecuencia, les quedaba muy poco tiempo.
—Tres semanas escasas —refunfuñó Fatty—. Espero que haga buen tiempo. Así podremos ir a merendar
