El propósito
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El propósito - Mireia Moutik Silvestre
© Derechos de edición reservados.
Letrame Editorial.
www.Letrame.com
info@Letrame.com
© Mireia Moutik Silvestre
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz
Diseño de cubierta: Rubén García
Supervisión de corrección: Celia Jiménez
ISBN: 978-84-1089-130-2
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
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EL PROPÓSITO
Para D.
Por lo que has influido y despertado en mí, por lo que me has enseñado e inculcado.
Pero no tan sólo a mí, también a ella, a quien le debo todo lo que soy hoy, a la niña que fui, a mi guerrera de luz.
PRÓLOGO
Soy fiel creyente de que la vida es más sabia que nosotros. Sea cual sea el camino que intentemos tomar, la vida, de un modo u otro, nos llevará siempre hacia donde estamos destinados a llegar y, en el camino, irrumpirán todas aquellas personas y sucesos necesarios para que estemos más preparados cada vez a medida que nos vamos acercando hasta nuestro cometido. Habrá veces en que las señales serán mínimas e imperceptibles, casi sin importancia. Pero cuando llega una de mayores dimensiones se hace notar. Tanto que no nos abandona hasta que no entendemos el porqué vino en nuestra búsqueda y cuál es el tan importante mensaje que tiene que transmitirnos. Hemos de estar atentos a su aspecto, puede tener cualquier tipo de apariencia. Y, simultáneamente, mantener a salvo nuestra energía de perturbaciones exteriores para estar disponibles y en sintonía para recibir la señal.
Todo pasa por algo y todo tiene una causa. La vida nos habla infinidad de veces pero sólo la escucha aquél que aprecia la existencia y su magia. Aquél capaz de ver que no estamos hechos tan sólo de aquello que podemos tocar y ver. Aquél que percibe las energías y sus propósitos. Aquél que las recibe, las cuestiona y las entiende al final. Aquél que rebusca tanto dentro como fuera una respuesta y un sentido para poder soltar primero y poder sujetar después lo nuevo por venir. Sólo así encontraremos nuestro camino y entenderemos nuestra razón de ser.
Puede que su aspecto sea el de una persona, alguien que llega a nuestra vida, cumple su propósito y se va. Y, al contrario de lo que parece, si se marcha significa que hemos entendido el mensaje, hemos encontrado su significado y lo llevaremos con nosotros desde ahora, no por un nuevo camino, sino por el que estaba destinado a ser.
I
Después de haber estado en Marruecos, no podía creerme que estuviera en el aeropuerto de Barcelona subiéndome a un avión dirección Los Ángeles. Después de haber estado trabajando un año en un restaurante en el norte de California, había pasado casi cuatro meses en España. Mis pensamientos e ideas habían cambiado conforme pasaba tiempo allí, había descubierto Marruecos por primera vez y habían llegado personas nuevas a mi vida. Pero para entonces ya estaba todo firmado y en enero empezaba mi nueva vida en Los Ángeles. Mi avión me dejaría en San Francisco, donde visitaría por un par de días a todas las personas que dejé allí. Me sentí cómoda, estaba en un sitio que ya conocía con gente que ya conocía y todo se me hacía fácil. En cuanto acabó el fin de semana recogí todas las cajas que dejé allí y, de madrugada, me puse rumbo al sur en un coche de alquiler. Me acompañaron un par de amigas. El viaje no estuvo mal, pasó rápido y mi mente pensaba poco y cantaba mucho. Al llegar dimos una vuelta por Beverly Hills, mi amiga compró algo no muy asequible en Rodeo Drive y fuimos a comer a un restaurante peruano, lo único asequible de aquel viaje. Cuando terminamos de comer me llevaron hasta mi nuevo apartamento y, mientras me ayudaban a descargar todas las cajas y maletas del coche, empecé a darme cuenta de que ya estaba ahí, ahora ya no había marcha atrás. Ellas se irían junto con todos nuestros amigos de nuevo y yo me quedaría en ese oscuro y frío apartamento situado en la planta baja.
No era muy normal en mí tomarme un cambio de esta manera. He hecho muchos cambios antes y nuevos comienzos en mi vida y siempre han sido con ganas, positividad, sin dudas, sin miedos y lista para la aventura. Todo iría bien, como siempre lo ha hecho. Pero esa vez me sentía distinta. Sabía que yo pedí el cambio a Los Ángeles, sabía que yo crucé los dedos para que me renovaran en ese trabajo y poder seguir trabajando en el continente americano. Pero viví muchas situaciones y emociones en esas vacaciones en casa, y yo ya tenía más motivos para quedarme que para volver aquí.
Antes de mi primer día de trabajo tenía un par de días libres para acomodarme y tener tiempo de organizarme, pero lo único que hice fue pensar y buscar alternativas y maneras de poder irme lo antes posible de allí.
¿Qué hago? Me tengo que quedar aunque no quiera. ¿Y si pido que me cambien donde estaba antes? Al menos allí todo será más fácil, más económico y tendré a mis amigos para hacer el tiempo aquí más llevadero. Mi cabeza no podía dejar de pensar en maneras de salir de aquello. Incluso ya trabajando y con los nuevos compañeros, donde uno suele dejar de pensar un poco en sus cosas y socializar le hace bien, no podía evitar soltar alguna lágrima día sí día también. No quería siquiera conocer del todo a mis nuevos compañeros ni darme a conocer, sabía que en algún momento se me ocurriría la manera de irme de allí.
Sinceramente, me decepcioné a mí misma por tener esa actitud, no iba conmigo no abrirme con los demás o no aceptar ni habituarme a un cambio. Ni siquiera sabían si tenía los dientes torcidos o no, no había podido ni gesticular un amago de sonrisa.
Mi función en el restaurante era de food runner, llevar a las mesas los platos que salían de la cocina. Un día, pero faltaba todavía una hora para que llegara el server que se iba a ocupar de las mesas esa mañana, y como yo ya sabía todo lo que necesitaba saber porque fue mi función en el restaurante con ubicación en el norte, me dejaron a cargo de las mesas hasta que el server llegase.
Era mediodía y el trabajo era bastante llevadero a esas horas. No tenía más que cuatro mesas. Una pareja entró al restaurante y se sentó en una mesa. Antes de tomarles nota nos acercábamos a servirles el agua mientras le echaban un ojo a la carta y ahí pude escucharles hablar entre ellos y darme cuenta de que eran catalanes como yo. Volví para tomarles nota y empezaron con las preguntas más habituales por parte de la gente de nuestro país: ¿Vives aquí? ¿Qué te trajo por aquí? ¿Cuánto tiempo llevas? ¿Cuánto piensas quedarte?
Empecé a contarles un poco sobre todo lo que me llevó hasta ahí, pero también todo aquello que me estaba llevando a querer irme.
Al principio os conté que había estado en Marruecos durante mi visita a España. Era la primera vez que viajaba al que es en realidad mi otro país. Mi madre es de Barcelona y mi padre, al que nunca conocí, de Casablanca. Nunca lo conocí hasta después de ese primer viaje a Marruecos donde quise buscarlo y conocerlo por primera vez en veintinueve años y lo encontré todavía en Barcelona. No nos vimos más que tres veces, las mismas que viajé a Marrakech, ciudad de la que me enamoré y el motivo de la ausencia de mi sonrisa.
Me vi reflejada en esa ciudad como en ninguna antes. Todo me gustaba, parecía todo hecho a mi gusto. Vi muchas cosas que tengo inculcadas en mi manera de ser y que no se asemejan a ninguna de las de mi alrededor: Me encanta comer con las manos, me fascinan los lugares y las cosas viejas, los usos de la naturaleza en todas sus formas, la simplicidad, la escasez del lujo, la ausencia de protocolo y de normas… y mi creencia de que necesitamos muchísimo menos de lo que nos hacen creer. Quería quedarme en mi otro país, conocer mi otro idioma, mi otra cultura y, si todo salía como tenía pensado que lo hiciera, tener al fin mi propio negocio. Y no había mejor lugar que ese porque así lo sentí en mi pecho. Por todo ello era tan infeliz en ese momento en Los Ángeles, por no estar donde mi corazón me había dicho que estuviera.
—Tengo que quedarme aquí hasta ahorrar todo el dinero que necesito para arrancar el negocio, pero es mucho dinero y demasiado tiempo aquí. Si fueran unos meses… Emprendimiento en base a su experiencia. Empecé a contarle todo lo sucedido y las posibles variantes a la solución.
—Si creo un buen producto alguien lo comprará, ¿verdad?
Las palabras de Albert habían dado un giro de trescientos sesenta grados a todo mi plan, a todas mis dudas y a mi desesperación. Sí, todo eso. Pero aun quedándome los cinco años
