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La cultura de defensa en la literatura española desde el Siglo de Oro
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Libro electrónico291 páginas4 horas

La cultura de defensa en la literatura española desde el Siglo de Oro

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Desde una perspectiva histórica, reflejada en la literatura de la época, cobra importancia en la España del Siglo de Oro el concepto de cultura de defensa (anejo al nacimiento del Estado moderno) y se consolida el ejército como poder estable que recorre un largo camino desde su origen estamental hasta su progresiva profesionalización. La importancia de los ejércitos en la España del XVII es una pieza fundamental en la articulación y proyección, frente al resto de potencias europeas, del Imperio español, prueba visible de la influencia hegemónica que adquirió España no solo en Europa, sino en el comercio con las Indias frente a otras potencias marítimas como Inglaterra y los Países Bajos. En este sentido, la influencia de lo bélico en el arte, la cultura y la vida cotidiana del Barroco español tiene una presencia constante, y se convierte en tema fundamental de la literatura de la época del que quedan todavía muchos puntos por esclarecer y estudiar, teniendo en cuenta que constituye un riquísimo patrimonio cultural que hay que preservar y difundir como parte viva de nuestra historia.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 jun 2024
ISBN9783968695945
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    La cultura de defensa en la literatura española desde el Siglo de Oro - Juan Manuel Escudero Baztán

    A MODO DE PRÓLOGO

    El objetivo primordial de este monográfico es presentar, desde una perspectiva histórica y literaria, la importancia de la cultura de defensa en la España del siglo XVII, aneja al nacimiento del Estado moderno y la consolidación del ejército como poder estable que recorre un largo camino desde su origen estamental hasta su progresiva profesionalización. La importancia de las fuerzas armadas en la España del XVII es una pieza fundamental en la articulación y proyección, frente al resto de potencias europeas, del imperio español, prueba visible de la influencia hegemónica que adquirió España no solo en Europa sino en el comercio con las Indias frente a otras potencias marítimas como Inglaterra y los Países Bajos. En este sentido, la influencia de las fuerzas armadas en el arte, la cultura y la vida cotidiana del XVII tiene una presencia constante, y se convierte en tema fundamental de la literatura de la época del que quedan todavía muchos puntos por esclarecer y estudiar, teniendo en cuenta que forma parte de un riquísimo patrimonio cultural que hay que preservar y difundir como parte viva de nuestra historia.

    Por tanto, se reúnen aquí diferentes trabajos sobre cuestiones muy diversas, otorgando especial atención a la presencia en el ideario social colectivo del concepto de cultura de defensa, a través del estudio de varias líneas que van definiendo a lo largo del siglo la concepción moderna de las fuerzas armadas españolas (solo un trabajo se centra en cuestiones relativas al siglo XVIII). Bajo esta perspectiva, este monográfico pretende ser un muestrario de las últimas investigaciones relacionadas con varios ejes transversales: la visión de la vida militar en la literatura del Siglo de Oro; la propaganda oficial sobre las victorias militares del ejército español y los mitos representativos de las cualidades castrenses españolas; las técnicas militares y los adelantos tácticos del ejército; los escritos teóricos sobre estrategia militar; la visión de los adversarios militares europeos; y finalmente, dentro de la carrera por la supremacía marítima, ecos de las grandes gestas navales de la armada española.

    ***

    Esta publicación ha sido posible gracias a la generosa ayuda de la Fundación San Millán de la Cogolla; del Vicerrectorado de Investigación e Internacionalización de la Universidad de La Rioja, en su convocatoria para la celebración de congresos y reuniones científicas AOCYRC 2022; del Grupo de Investigación Siglo de Oro (GRISO) de la Universidad de Navarra.

    También ha recibido el apoyo del Ministerio de Defensa del Gobierno de España y de su Secretaría General de Política de Defensa a través del programa de subvenciones para promover la cultura de defensa en su convocatoria de 2022.

    Juan Manuel Escudero Baztán

    Logroño, primavera de 2024

    LA MUJER SOLDADO: LA VERSIÓN DRAMÁTICA DE LA MONJA ALFÉREZ DE DOMINGO MIRAS

    Juan Manuel Escudero Baztán

    Universidad de La Rioja

    (TEMT. Teatro Español desde la Modernidad Temprana)

    La Historia de la Monja Alférez, Catalina de Erauso, escrita por ella misma es un relato autobiográfico singular dentro del panorama de la literatura áurea hispánica. En él aparece autorretratada una novicia, militar, virgen y casi mártir, nacida en San Sebastián, pero cuya vida transita en su mayor parte en tierras americanas desempeñando distintos oficios y participando en numerosas acciones militares. A su regreso a España, su fama es ya considerable a ambos lados del Atlántico de tal manera que es recibida por el propio Felipe IV a principios de 1626, quien le concede una pensión vitalicia por los servicios prestados a la Corona, y por el propio papa Urbano VIII, que meses más tarde le permite seguir vistiendo como hombre. Todos estos datos configuran un personaje que traspasa los límites de la realidad y cruza al mismo tiempo las fronteras de lo legendario. Y todo ello vertido sobre un molde genérico muy cercano a la autobiografía de soldados del siglo XVII¹, con mezclas desiguales con el relato de aventuras y la novela picaresca. En suma, un relato que se mueve siempre entre la realidad y la ficción, entre la verdad y la sombra de la impostura. Como todo relato autobiográfico de vida soldadesca se mezcla la realidad, la veracidad histórica y la hipérbole desmesurada de hazañas. Como relato picaresco, se establece un punto de vista parcial, casi experimental en este caso, a través de la presencia de una protagonista femenina convertida en hombre². Alrededor de su figura histórica, sobre la que pivotan profundas sombras, se desliza pronto en el imaginario colectivo la fuerza de un mito alimentado fuertemente por varios factores³ como la existencia de una autobiografía de la que no se conserva el manuscrito original, por lo que no se sabe realmente si la escribió ella misma o fue dictada a otra persona o fue un escritor anónimo quien redactó la obra tal y como ha llegado a nuestros días; el conocimiento de varios manuscritos que han ido apareciendo a lo largo del tiempo y que añaden elementos polémicos a su ya acusada personalidad; las continuas exageraciones que se describen en los manuscritos, casi todas relacionadas con lances de honor, aventuras o episodios bélicos; la mezcla de ficción y realidad en los relatos, con datos a todas luces falsos o erróneos, si se contrastan con documentos históricos de la misma época; el hecho de que toda esta leyenda gire en torno a la vida de una mujer, ya que el protagonismo de las mujeres en la sociedad de aquella época es casi nulo; y, por último, la ambigüedad creada en relación con el género sexual, pues rara vez se nos descubre sus verdaderos sentimientos o inclinaciones eróticas, manteniéndose además virgen durante toda la vida y en atuendo de varón.

    Insisto en que todos estos elementos configuran un relato cuyas fronteras entre realidad y ficción son borrosas, presentando un retrato y una acción que a cada renglón bordean la línea que separa la verdad de la impostura, que en este caso afecta a la consideración real de la protagonista, a los principios de la propia autobiografía, singularizada a través de un texto que se puede tildar de no autorizado y de un molde genérico en la línea de los relatos picarescos autobiográficos de soldados, que poco ayudan en la veracidad de un relato y de un personaje sujeto a férreas convenciones literarias. Esta nebulosa poco precisa aleja nuestra percepción de personaje real de la protagonista porque la naturaleza de lo que se narra, y la propia perspectiva que toma la narradora de la supuesta autobiografía, están dirigidas por unas estrategias discursivas que dibujan una protagonista hierática y vaciada de humanidad. En este sentido, las versiones dramáticas posteriores, me refiero a las de Pérez de Montalbán en el siglo XVII y a la de Domingo Miras en el XX, de la que me voy a ocupar aquí, buscan en la propia invención ficcional del personaje, cubrir los huecos que deja el relato autobiográfico para llevar a las tablas un personaje de carne y hueso más humano y conflictivo en su interacción social y en sus íntimos procesos sicológicos.

    Se podría considerar como un hecho extravagante a primera vista la existencia de una mujer que a lo largo de su vida y sus trabajos y peripecias transita disfrazada de hombre en pleno siglo XVII⁴, es más, que concita, según se destila del propio relato, del beneplácito nada menos que del rey Felipe IV y del papa Urbano VIII. Sin embargo, existe abundante documentación, recogida en los apéndices que acompañan a la edición de Ferrer (de la que luego hablaré) de 1829 (hubo una segunda en 1838) donde se incluían pruebas documentales irrefutables como la partida de bautismo y numerosos certificados, memoriales, pedimentos, testamentos, cartas o decretos reales que dan fe de la carnalidad real del personaje⁵. El propio Ferrer en un extenso prólogo señala la fuente exacta de gran parte de este material recogido en la Historia de la vida y hechos del ínclito monarca don Felipe III, de Gil González Dávila, que proporciona un resumen de la vida de Catalina de Erauso. El resto de la documentación consignada con mayor detalle es la que sigue: su partida bautismal; partidas compulsadas de los libros del convento de monjas de San Sebastián el Antiguo; expediente relativo a los méritos y servicios de dona Catalina de Erauso, localizado en el Archivo de Indias de Sevilla; relación del historiador Lope Isasti en 1625, con una breve descripción de la vida de la Monja, en un manuscrito titulado Compendio histórico de la provincia de Guipúzcoa; relación de algunos documentos relativos a solicitudes hechas al rey por el almirante Tomás de Larraspuru, una carta suya escrita en alta mar el 11 de octubre de 1624, viniendo con la flota desde Cartagena de Indias; y una relación fidedigna del suceso de don Juan de Benavides, general de la flota de Nueva España, de la que se apoderaron los holandeses en el puerto de Matanzas en Cuba. Todo ello contrasta con la presencia de un personaje cuya Historia apenas es un apretado compendio de viajes continuos por tierras españolas y americanas para regresar finalmente a tierras peninsulares, trufado de hazañas bélicas como soldado⁶, de lances de honor que demuestran la destreza de la protagonista en el uso de las armas, y situaciones ciertamente inverosímiles de cuyas consecuencias fatales escapa siempre Catalina gracias a la caprichosa fortuna. Es inverosímil, por ejemplo, el lance de honor que le acontece en la ciudad de la Paz y su sentencia a muerte abortada al grito de «Iglesia me llamo, iglesia me llamo» (pp. 144-145⁷), o la conclusión de la reyerta en el puerto de la Concepción donde accidentalmente mata a su propio hermano⁸. Como toda autobiografía dirigida hacia un fin que corresponde al dibujo convencional del relato picaresco, solo se cuenta aquello que tiene un carácter instrumental en la estrategia discursiva elegida, la elección de un único punto de vista sobre la realidad donde el autor (narrador y protagonista) escamotea al lector todo aquello que no considera pertinente para el buen cumplimiento de sus propósitos o considera no apropiado para lograr sus fines narrativos. Todo el relato casi hasta su conclusión bascula sobre dos cuestiones básicas que atañen a la construcción de la tensión narrativa: la presencia de los lazos familiares que permite una constante anagnórisis truncada: «estando una noche a la puerta con otro paje compañero, llegó mi padre y preguntonos si estaba en casa el señor don Juan […] subió el paje, quedándome yo allí con mi padre sin hablarnos palabra ni él conocerme» (p. 96); «Y un día oí misa en mi convento, la cual oyó también mi madre, y vide que me miraba y no me conoció» (p. 97) y de nuevo, otra anagnórisis truncada, esta vez fuera de los lazos familiares, focalizada en el hecho fundamental del disfraz masculino, tan interiorizado que permite hablar de un cambio de sexo, en el que la propia narradora no hace distingos de género. Muchas veces es la perspectiva del varón la que predomina, ejercitado en el oficio de las armas en una clara vorágine de viajes y lances de juego que tienen consecuencias mortales para aquellos que rodean a su figura. Las escenas carcelarias en las que la protagonista es sometida a tortura, en camisa (es decir, fuera del hábito que la masculiniza) como le ocurre en un lance que le sucede en la ciudad de la Plata («Yo negué totalmente saber del caso; luego pasó a me mandar desnudar y poner en el potro», p. 131) o las escenas amatorias en las que es requerido en amores por otras mujeres suponen en su conjunto riesgos narrativos que nunca terminan con el desvelamiento de su verdadera naturaleza femenina. Solo acaba la impostura cuando libremente decide descubrir su verdadera identidad al obispo de Guamanga (p. 160):

    La verdad es esta: que soy mujer, que nací en tal parte, hija de fulano y sutana; que me entraron de tal edad en tal convento, con fulana, mi tía; que allí me crie; que tomé el hábito; que tuve noviciado; que estando para profesar, por tal ocasión me salí; que me fui a tal parte, me desnudé, me vestí, me corté el cabello; partí allá y acullá; me embarqué, aporté, trajiné, maté, herí, maleé; correteé, hasta venir a parar en lo presente, y a los pies de su señoría ilustrísima.

    También las propias vicisitudes del texto autobiográfico arrojan una más que fundada sospecha sobre la invención de un artefacto literario cuya composición y autoría se antojan muy escurridizas y quizá muy alejadas de la verdad. En principio, la propia composición autobiográfica permite conjeturar si su escritura fue llevada a cabo por la protagonista o fue un relato oral transcrito por otra persona, o si un tercero tuvo acceso o se documentó sobre su posible periplo y puso esta información por escrito (o incluso si la comedia de Pérez de Montalbán, La Monja Alférez, comedia famosa, escrita quizá en 1626 pudo ser la fuente del relato, aunque esto es poco probable). El hecho fundamental es que no se conoce ni manuscritos ni ediciones a lo largo de todo el siglo XVII de un texto cuya redacción debió de ser muy cercana a algunos de los hechos históricos que se narran. Es un dato verificado que el original desaparecido fue entregado por la Monja Alférez en 1625 al editor Bernardino de Guzmán en Madrid para su publicación, pero ahí se pierde la pista. El mismo manuscrito, o quizá una copia, llegó a manos de Domingo de Urbizu, Alguacil Mayor de la Casa de Contratación de Sevilla a mediados del siglo XVIII (recuérdese que doña Catalina fue empleada y protegida del comerciante Juan de Urbizu y puede que por esta cuestión el manuscrito fuera a parar a manos de la familia). De ese texto en posesión de Domingo de Arbizu sacó una copia el poeta Cándido María Trigueros⁹ hacia mediados del XVIII con un largo título: Vida y sucesos de la Monja Alférez, o Alférez Catarina, doña Catarina de Araujo doncella, natural de San Sebastián, provincia de Guipúzcoa. Escrita por ella misma el 18 de septiembre de 1646, volviendo de la Indias a España en el galeón San José, Capitán Andrés Otón, en la flota de Nueva España, General, don Juan de Benavides, general de la armada, Tomás de la Raspuru, que llegó a Cádiz en 18 de noviembre de 1646. Este manuscrito se halla hoy día custodiado en los fondos de la Biblioteca de la Real Academia de la Historia de Madrid¹⁰. Es decir, la base de casi todas las ediciones conocidas de la obra parte, directa o indirectamente, del manuscrito transcrito en su día por Trigueros (pues el que perteneció a Domingo de Arbizu consta en paradero desconocido). Ahora bien, es imposible averiguar llegados a este punto la fidelidad de la copia hecha por Trigueros con respecto al manuscrito que le sirvió de texto copia. La fama de Trigueros como editor conoce muchos detractores en la época. Menéndez y Pelayo daba, por ejemplo, poca fiabilidad al texto por la mala fama del poeta copista «conocido por otras falsificaciones literarias y que tenía cierto talento para ellas»¹¹.

    Una nueva copia del manuscrito de Trigueros fue llevada a cabo por Felipe Bauzá en el primer tercio del siglo XIX. Este manuscrito fue editado por su amigo y colega Joaquín María Ferrer en París en 1829. La edición de Ferrer, muy exhaustiva, lleva un amplio prólogo y un destacado abanico de documentos históricos recogidos en el apéndice final, como he apuntado arriba, que demuestran la veracidad histórica de Catalina de Erauso. Casi todas las ediciones posteriores parten del texto de Ferrer¹².

    En consecuencia, la historia textual arroja serias dudas sobre su fidelidad con respecto al original que pudo haber escrito su autora. Casi a la vez en que se supone escrito el texto que Catalina entregó al editor madrileño hacia 1625, aparecen tres relaciones de escaso valor literario, pero de importancia fundamental desde la perspectiva de la veracidad histórica¹³: dos españolas de 1625 y otra mejicana con fecha de 1653. La primera relación española toma su texto de un original que dejó su autora en casa del impresor Bernardino de Guzmán, detiene su relato en Potosí y está escrita en tercera persona. La segunda española, retoma el relato de la primera y se detiene con el proyecto de viajar a Roma para hablar con el papa y con el deseo de que el rey premie sus servicios. La tercera, la mejicana, retoma el texto ahí donde lo deja la segunda y como novedad refiere un segundo viaje a las Indias, esta vez a México, y su muerte en Cuialaxtla, camino de Veracruz en 1650. Hay otros manuscritos más tardíos (del siglo XIX) que bien ofrecen una versión novelada de la vida de la Monja o bien versiones muy cercanas a las que pudo manejar Ferrer con letra de los siglos XVII y XVIII. Desde la perspectiva de la veracidad incuestionable de ciertos motivos que aparecen en el relato, un manuscrito encontrado en la Biblioteca Universitaria de Zaragoza en 1992 por María Remedios Moralejo Álvarez¹⁴, con el título Relación de una monja que fue huyendo de España a Indias, firmado por Catalina de Jesús y Araujo anexa un documento donde se consigna el auto de reconocimiento de la feminidad y virginidad de Catalina de Erauso por cuatro parteras con la firma del escribano y secretario Francisco Navarrete y el obispo de Guamanga.

    El molde genérico dominante de la novela picaresca también ayuda a que pueda yuxtaponerse a la verdad histórica las propias convenciones genéricas. No cabe duda de que la perspectiva autobiográfica difumina las fronteras entre el género picaresco y la llamada autobiografía de soldados, que desde la escritura del Guzmán creo que puede considerarse esta última como una variante de la picaresca a través del cultivo preponderante de una de sus manifestaciones más habituales como es el mundo de la soldadesca, que se adorna de otros ámbitos relacionados con el juego, la prostitución y la delincuencia. Sin embargo, donde se atisban mayores aproximaciones es en el análisis de cuestiones estructurales en el diseño del relato. No en vano, tanto en los modelos fundacionales de la picaresca como en las autobiografías de soldados se impone un único punto de vista sobre la realidad, una selección de la materia narrativa, y un eje vertebrador que da sentido a la sucesión cronológica de episodios (pues todos tienden a quedar explicados por un fin compartido, teleológico y pragmático)¹⁵. También, en este caso concreto de la autobiografía de una mujer disfrazada de varón entran en juego diferencias esenciales entre la consideración de un protagonista de sexo masculino o femenino. Desde la propia perspectiva genérica, el periplo vitalista y desafiante de Catalina de Erauso solo es posible en su asimilación completa de la alteridad masculina. Y de esta manera, en su autobiografía no hay restricciones de movilidad en la protagonista, ni uso de estrategias eróticas cuidadosamente planificadas para la consecución de los objetivos marcados por ese eje ordenador. Podría decirse, como regla general, que la hipotética verdad de la protagonista corre siempre el peligro de quedar sepultada por los imperativos que impone la recepción en base al pacto tácito de principios genéricos reconocidos por emisor y receptor.

    Estas reflexiones teóricas liminares, apenas esbozadas con trazo grueso, pueden considerarse rectoras de las líneas maestras trazadas por Domingo Miras (1934-2022¹⁶) en su versión dramática de la Historia de la Monja Alférez, a cuyo texto se acercó por primera vez en 1985 cuando obtuvo una beca del INAEM para la redacción de una obra dramática sobre la figura de esta mujer soldado tan singular¹⁷. En el proyecto explicativo que presentó señalaba lo siguiente¹⁸:

    Es importante que se escriba, por lo menos, una obra sobre la Monja Alférez, tan incomprensiblemente olvidada por nuestros dramaturgos. Aun en la hipótesis de que no se llegara a estrenar es fundamental que esta obra esté escrita y, en su caso, publicada: los textos dramáticos con interés, incluso estando inestrenados ocupan un espacio y juegan un papel en la historia de nuestra cultura contemporánea. […] No es concebible un país europeo cuya Historia contenga un personaje como este, sin que en su literatura dramática haya uno o varios textos […] para ofrecerlo o glosarlo desde el punto de vista correspondiente a la época de su redacción. Solo nosotros parecemos ser el pueblo que tales lujos se permite y la conciencia de ello me viene impulsando desde hace tiempo la escritura de este texto.

    Esta incomprensión tenía su origen en la profunda convicción del dramaturgo de encontrarse ante una auténtica «figura teatral», ya que¹⁹

    Su híbrida y contradictoria condición de religiosa militar, de mujer y soldado, le confiere ese misterioso atractivo que suele tener lo ambiguo y oscuro,

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