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Las líneas del frente: La escritura de los soldados en el mundo hispánico de principios de la Edad Moderna
Las líneas del frente: La escritura de los soldados en el mundo hispánico de principios de la Edad Moderna
Las líneas del frente: La escritura de los soldados en el mundo hispánico de principios de la Edad Moderna
Libro electrónico480 páginas7 horas

Las líneas del frente: La escritura de los soldados en el mundo hispánico de principios de la Edad Moderna

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"En esta fascinante y original obra, Miguel Martínez documenta las prácticas literarias de los soldados de la España imperial. Contra todo pronóstico, estos soldados españoles produjeron, distribuyeron y consumieron un conjunto extraordinariamente innovador de obras que han sido olvidadas por los estudios literarios e históricos. Los soldados de las guarniciones italianas y de los presidios norteafricanos, de las fronteras coloniales americanas y de los campamentos militares itinerantes del norte de Europa leyeron y escribieron poemas épicos, crónicas, romances, relaciones y autobiografías, las historias de las mismas guerras en las que participaron como combatientes rasos y testigos. La vasta red de agentes y espacios articulados en torno a las instituciones militares de un imperio español en constante expansión y lucha facilitó la circulación global de estos materiales textuales, creando una república soldadesca de las letras que tendió puentes entre el Viejo y los muchos Nuevos Mundos de los siglos xvi y xvii.

Martínez afirma que estos soldados escritores desempeñaron un papel clave en la conformación de la cultura literaria renacentista, que les proporcionó el lenguaje y las formas con las que cuestionar las nociones recibidas sobre la lógica social de la guerra, la ética de la violencia y la legitimidad de la agresión imperial. Los escritos de los soldados criticaban a menudo las jerarquías establecidas y las explotadoras condiciones de trabajo, forjando solidaridades entre las tropas que, a menudo, desembocaban en motines y deserciones masivas. Es la perspectiva de estos soldados la que fundamenta Las líneas del frente, una historia cultural de las guerras imperiales españolas contada por los hombres comunes que lucharon en ellas.

«Miguel Martínez ha identificado algo poco frecuente en los estudios sobre la Edad Moderna: una república de las letras de clase media o trabajadora, arraigada en una práctica social coherente y que se opone conscientemente a sus supuestos superiores». Ricardo Padrón, University of Virginia

«No conozco ninguna otra obra que evoque tan plenamente la existencia de toda una subcultura de soldados-escritores, con su visión desgarradoramente directa de la vida militar y su manera, a menudo experimental, de tratar los géneros recibidos». Michael Armstrong-Roche, Wesleyan University"
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 jun 2024
ISBN9788446055563
Las líneas del frente: La escritura de los soldados en el mundo hispánico de principios de la Edad Moderna

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    Las líneas del frente - Miguel Martínez

    cubierta.jpg

    Akal / Reverso. Historia crítica / 18

    Miguel Martínez

    Las líneas del frente

    La escritura de los soldados en la Edad Moderna

    Traducción de: Ana Useros

    En esta fascinante y original obra, Miguel Martínez documenta las prácticas literarias de los soldados de la España imperial. Contra todo pronóstico, estos soldados españoles produjeron, distribuyeron y consumieron un conjunto extraordinariamente innovador de obras que han sido olvidadas por los estudios literarios e históricos. Los soldados de las guarniciones italianas y de los presidios norteafricanos, de las fronteras coloniales americanas y de los campamentos militares itinerantes del norte de Europa leyeron y escribieron poemas épicos, crónicas, romances, relaciones y autobiografías, las historias de las mismas guerras en las que participaron como combatientes rasos y testigos. La vasta red de agentes y espacios articulados en torno a las instituciones militares de un imperio español en constante expansión y lucha facilitó la circulación global de estos materiales textuales, creando una república soldadesca de las letras que tendió puentes entre el Viejo y los muchos Nuevos Mundos de los siglos XVI y XVII.

    Martínez afirma que estos soldados escritores desempeñaron un papel clave en la conformación de la cultura literaria renacentista, que les proporcionó el lenguaje y las formas con las que cuestionar las nociones recibidas sobre la lógica social de la guerra, la ética de la violencia y la legitimidad de la agresión imperial. Los escritos de los soldados criticaban a menudo las jerarquías establecidas y las explotadoras condiciones de trabajo, forjando solidaridades entre las tropas que, a menudo, desembocaban en motines y deserciones masivas. Es la perspectiva de estos soldados la que fundamenta Las líneas del frente, una historia cultural de las guerras imperiales españolas contada por los hombres comunes que lucharon en ellas.

    «Miguel Martínez ha identificado algo poco frecuente en los estudios sobre la Edad Moderna: una república de las letras de clase media o trabajadora, arraigada en una práctica social coherente y que se opone conscientemente a sus supuestos superiores».

    Ricardo Padrón, University of Virginia

    «No conozco ninguna otra obra que evoque tan plenamente la existencia de toda una subcultura de soldados-escritores, con su visión desgarradoramente directa de la vida militar y su manera, a menudo experimental, de tratar los géneros recibidos».

    Michael Armstrong-Roche, Wesleyan University

    Miguel Martínez es doctor en Estudios Hispánicos por la City University of New York y profesor de Literatura española en la Universidad de Chicago. Su campo de investigación y docencia se centra en las historias culturales y literarias de la España moderna, la América Latina colonial y Filipinas, interesándose en temáticas como la escritura bélica, la cultura popular, las revueltas premodernas, la historia del libro y la autobiografía. Es autor de Front Lines. Soldiers’ Writing in the Early Modern Hispanic World (2016), Comuneros. El rayo y la semilla, 1520-1521 (2021), así como de una edición crítica de la obra de Catalina de Erauso Vida y sucesos de la Monja Alférez (2021).

    Diseño de portada

    RAG

    Director de la colección

    Juan Andrade

    Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

    Nota editorial:

    Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

    Nota a la edición digital:

    Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

    Título original

    Frontlines. Soldiers’ Writing in the Early Modern Hispanic World

    © University of Pennsylvania Press, 2016

    © Ediciones Akal, S. A., 2024

    para lengua española

    Sector Foresta, 1

    28760 Tres Cantos

    Madrid - España

    Tel.: 918 061 996

    Fax: 918 044 028

    www.akal.com

    ISBN: 978-84-460-5556-3

    Lista de abreviaturas

    Prólogo

    El presente libro ofrece una historia cultural de la guerra imperial en la Edad Moderna tal y como la contaron sus principales protagonistas: los soldados. Para ello, Las líneas del frente documenta y estudia las prácticas literarias de los soldados curiosos, para quienes la escritura, la lectura y el trasiego de papeles eran tan parte de su vida diaria como lo eran la limpieza del mosquete, el hambre o el pillaje.

    Recuperar las prácticas literarias de la soldadesca popular del siglo XVI no solo nos permite revelar la existencia de un corpus textual muy significativo al que no le habíamos prestado la suficiente atención, sino que también ayuda a visibilizar la existencia de un grupo humano que basó buena parte de su identidad social en la producción de un discurso especializado sobre su práctica profesional, la guerra. Un discurso múltiple y complejo que celebra la camaradería de la milicia y el servicio de Dios, pero que también cuestiona las representaciones de la guerra imperial producidas por sus superiores. Una literatura, además, con una enorme capacidad para elaborar la experiencia militar, para dar cuenta de la vergüenza expectante del recluta bisoño, registrar la sequedad de la lengua durante el combate o explicar cómo hacer pólvora con carbón de ceiba, azufre, salitre y «orines trasnochados» en las sierras de Nueva Granada[1]. Los textos más audaces, además, no ocultan la experiencia de la derrota y el cautiverio, el dolor de las víctimas civiles o la maldición de los vencidos, como la memorable del soldado mapuche Galbarino contra los españoles en La Araucana de Ercilla.

    Los soldados curiosos transformaron sustancialmente casi todos los géneros literarios que alcanzaron a tocar. Por un lado, hicieron de la épica renacentista un poderoso discurso de clase. Aunque inspirada en la epopeya clásica, el romanzo italiano y ciertas formas poéticas populares, los soldados pláticos que el lector encontrará en estas páginas convirtieron la poesía narrativa en octavas en el principal molde genérico para construir la identidad social de los proletarios de la guerra. Es a lo que me refiero, trabajando una intuición de mi añorado colega Michael Murrin, como la épica de la pólvora. Los soldados cambiaron también la forma de contar la vida. La propia existencia se volvió materia legítima de elaboración literaria en gran medida gracias a las autobiografías escritas por soldados, antes incluso que la picaresca, aunque a menudo en diálogo con ella. Las vidas de Alonso de Contreras, Catalina/Antonio de Erauso o Jerónimo de Pasamonte, entre tantos otros, son textos desafiantes y altivos.

    Las líneas del frente, de hecho, propone que la de los soldados es una escritura bizarra y a menudo amotinada[2]. Bizarra por segura de sí misma, llamativa, amenazante, como bizarro era blasfemar, alzar la barba o vestir como papagayo, con ropas de colores que escapaban a las leyes suntuarias. La bizarría era todo un código social y un estilo cultural que permeaba la escritura soldadesca. Bizarramente se lucían las armas y las heridas, los andares y los sonetos. Y era amotinada no solo porque las prácticas y los imaginarios del motín son constitutivos de la identidad social del soldado común en la Edad Moderna, sino porque buena parte de sus escritos estaban marcados a fuego por el mismo tipo de antagonismo social que dio lugar a las más masivas huelgas de la Europa preindustrial, como algunos historiadores han caracterizado los motines[3]. Los motines eran también espacios de experimentación política que, a pesar de las indiscutibles violencias que los acompañaban, generaron formas de asociación horizontal muy diferentes de las lealtades jerárquicas que caracterizarían al soldado ideal de las visiones más estereotípicas.

    El libro también cartografía una geografía expansiva. Los soldados recorrieron todos los caminos de la fortuna. Sus trayectos vitales, tan difíciles de trazar como el imprevisible vuelo de un vencejo en el aire (según Ortega y Gasset), conectan Granada y Lima, Nápoles y Amberes, Orán y Santiago de Chile, Ciudad de México y Manila. Esteban de Garibay concluía una semblanza de su compatriota vasco Alonso de Ercilla, uno de los protagonistas de las páginas que siguen, asegurando que «merecían su vida, hechos y peregrinaciones de ambos orbes, por mares y tierras, una particular historia, escrita por autor muy diligente y elocuente […], y fuera digna de ser leída en nuestros tiempos y en los venideros». Ercilla y Elcano, decía Garibay con orgullosa hipérbole, «son los hombres nacidos de Adán hasta hoy que más hayan andado y navegado en ambos orbes»[4]. El soldado Miguel de Jaque, que escribió un extraordinario Viaje de las Indias Orientales y Occidentales, navegó «por espacio de catorce años por los reinos y mares más remotos que hasta ahora están descubiertos, que son las Filipinas, reinos de Camboya y Cochinchina, India Oriental y Occidental»[5]. Vidas andariegas, trasegadas, que en muchas ocasiones hicieron del desarraigo y el acomodo una forma permanente de vivir y, así, alimentaron nuevas formas de escribir. La voraz curiosidad de «ver mundo», como dicen Erauso o el Tomás Rodaja de Cervantes, que fue soldado antes que loco, es una de las disposiciones características de este grupo social y de su literatura.

    En conjunto, el libro aspira a una profunda reevaluación de la ubicación social del Siglo de Oro español. Es imposible entender la creatividad cultural del periodo sin tener en cuenta la participación de las clases subalternas, incluidos los soldados, en un rico abanico de prácticas literarias, que dieron lugar a una redistribución parcial del capital cultural. Me interesan especialmente aquellos aspectos de la cultura literaria que están más claramente enraizados en una práctica social coherente. Por eso este libro explora aspectos como las tasas de alfabetización entre las huestes de los conquistadores, los hábitos de lectura de los soldados rasos o las formas de intercambio librario en los espacios de la guerra. Mi trabajo, aquí y en otros lugares, ha tratado de explicar la naturaleza mutuamente constitutiva de la praxis literaria y la vida social. La literatura no solo se distribuye a través de estructuras ya establecidas y fijadas de interacción social, sino que en buena medida las posibilita, constituye y cuestiona. Los textos y los libros son portadores no solo de historias e ideas, sino de relaciones entre individuos y grupos humanos. Cantar, interpretar, imprimir, escribir y leer son, además, momentos cruciales de la disputa social.

    En La poesía de la clase, Patrick Eiden-Offe (2020) sugirió la posibilidad de hacer una «historia de la literatura como historia social»[6]. Me parece que esta podría ser una buena caracterización del presente libro. No se trata tanto de usar la historia social como una disciplina ancilar de lo literario o de continuar la historia social de la literatura que valientemente intentaron hace décadas Carlos Blanco Aguinaga, Julio Rodríguez Puértolas e Iris Zavala (aunque esta vía, tal vez, se abandonó demasiado pronto)[7]. Se trataría más bien de una forma de interrogar desde la producción, distribución y consumo de objetos textuales el juego de las relaciones sociales, la historia del trabajo, las sociedades coloniales o la dominación de género. Una historia que parta del canto, la ficción o la metáfora como formas de organizar y dar sentido a lo social, atenta al papel de la letra, la distribución del alfabeto o la capacidad reguladora del capital cultural en la constitución de las sociedades de la Edad Moderna.

    Es por ello que el lector de las páginas que siguen se encontrará con la escurridiza caligrafía de los amotinados de Namur; los versos de una canción de moda garabateados en un libro de reclutamiento; el librillo de memoria del legendario Diego García de Paredes; el soneto de Andrés Rey de Artieda en el que llama verdugo al rey; las dudas y los tachones de Alonso de Contreras; la firma acróstica, tímida y audaz al mismo tiempo, de un tal Alonso de Salamanca; la poesía épica y vulgar del también desconocido Baltasar del Hierro; la rúbrica colectiva de los amotinados de Mahdia; los pequeños garcilasos en octavo que llevaban los soldados en la faltriquera; los testamentos que los veteranos que sabían escribir firmaban para sus camaradas iletrados. El libro pone el foco en la centralidad de la letra en la sociedad de los soldados, al tiempo que, inversamente, insiste en el papel que tuvieron los piqueros y arcabuceros de los ejércitos de los Austrias en la formación de la cultura literaria áurea.

    La cultura oral y escrita de los soldados curiosos también tuvo un impacto decisivo en articulación de nuevos modelos de lengua literaria. «Lengua soldada» llamó Quevedo a las formas de hablar de quienes profesaban las milicias, formas muchas veces compartidas con el hampa[8]. Alonso de Contreras decía haber escrito su autobiográfico Discurso de mi vida «seco y sin llover, como Dios lo crió y como a mí se me alcanza, sin retóricas ni discreterías, no más que el hecho de la verdad»; mientras que las epístolas poéticas y sonetos de Rey de Artieda se caracterizarían por un «estilo manual y común»[9]. El registro literario en el que escriben muchos soldados se construye retóricamente como un estilo llano que supuestamente tendría una mayor capacidad referencial y por tanto propugnaba un nuevo régimen de verdad, al tiempo que ensanchaba los límites de la lengua legítima. Paul Fussell argumentó persuasivamente que el inocente «sistema de alta dicción» que convertía al caballo en corcel, a las acciones en gestas y a la muerte en hado, fue una de las bajas de la Primera Guerra Mundial, aunque la antigua retórica mostrara una notable resistencia[10]. Mucho antes de que la Gran Guerra transformara para siempre el lenguaje poético, veremos en los textos que recupera este libro que este sistema de dicción heroica nunca fue coherente y consistentemente alto, y que la formación discursiva de las «cosas de guerra» se construyó en buena medida sobre los lenguajes técnicos y el sermo humilis del habla militar.

    Cuando terminé la primera versión de este libro, era difícil imaginar la centralidad pública, inesperada y arrasadora, que apenas tres o cuatro años después adquirirían los tercios como metonimia de un imperio que volvía con fuerza renovada a la disputa política. Los soldados del imperio reaparecían con fuerza no solo en el discurso público, como parte fundamental del rearme simbólico de una derecha radicalizada, sino paseando por la Castellana ante la atenta mirada del rey en el día de la fiesta nacional. La escalada del nuevo imperialismo en la esfera pública y en la imaginación histórica del país dotaría de nuevo protagonismo a estas viejas unidades de los ejércitos de los Austrias, revividas para escenificar una visión abiertamente reaccionaria del pasado nacional.

    Esta hinchazón militarista y neoimperial, afortunadamente, parece haberse desinflado un poco. Creo que una mirada desde abajo, anclada en las voces varias e interrogantes de los propios soldados, termina de desbaratar cualquier visión simplista del imperio. Por eso me alegra particularmente que este libro tenga segunda y nueva vida en español, gracias a la cuidadosa traducción de Ana Useros, la confianza de Tomás Rodríguez y el apoyo del equipo editorial de Akal, a quienes quiero hacer constar mi más sincero agradecimiento. Gracias a ellos espero que Las líneas del frente, y la lectura que ofrece del pasado inscrito en los textos, contribuyan a multiplicar las posibilidades de representación del Siglo de Oro español, en toda su riqueza y complejidad.


    [1] Bernardo Vargas Machuca, Milicia y descripción de las Indias, Madrid, Pedro Madrigal, 1599, 48r-49r.

    [2] Miguel Martínez, «Vidas de soldados. La escritura amotinada», Adrián Sáez y Luis Gómez Canseco (eds.), Vidas en armas, Huelva, Universidad de Huelva, 2019, pp. 87-101.

    [3] Frank Tallett, «Soldiers in Western Europe, c. 1500-1790», en Erik-Jan Zürcher (ed.), Fighting for a Living. A Comparative History of Military Labour, 1500-2000, Amsterdam, Amsterdam University Press, 2013, p. 135.

    [4] Esteban de Garibay, «Linajes de Ercilla», en José Toribio Medina, La Araucana. Documentos, Santiago de Chile, Imprenta Elzeviriana, 1918, pp. 523, 527.

    [5] Miguel de Jaque, Viaje de las Indias Orientales y Occidentales, Sevilla, Renacimiento, 2008, p. 47.

    [6] Patrick Eiden-Offe, La poesía de la clase. Anticapitalismo romántico e invención del proletariado, trad. Imanol Miramón Monasterio, Pamplona, Katakrak, 2020, p. 47.

    [7] Carlos Blanco Aguinaga, Julio Rodríguez Puértolas e Iris Zavala, Historia social de la Literatura española (en lengua castellana), Madrid, Castalia, 1979.

    [8] Francisco de Quevedo, La vida del Buscón, ed. Fernando Cabo, Barcelona, Crítica, 1993, p. 130.

    [9] Alonso de Contreras, Discurso de mi vida, ed. Henry Ettinghausen, Madrid, Espasa-Calpe, 1988, pp. 228-229; Andrés Rey de Artieda, Discursos, epístolas y epigramas de Artemidoro, Zaragoza, Angelo Tavanno, 1605, 54r.

    [10] Paul Fussell, The Great War and Modern Memory, Oxford, Oxford University Press, 1975, pp. 22-23.

    Introducción

    Camaradas de las musas

    «Creteo, el amado de las musas,

    Creteo, el de las musas compañero:

    eran su amor los versos y las cítaras

    poner el verso en canto, y estos siempre

    eran de armas, de potros y de lides».

    Virgilio, La Eneida, libro IX 1059-1063

    «Virgilio fue hijo de un ollero y fue el mejor poeta de los italianos».

    Pedro Mexía, Silva de varia lección

    Se ha dicho que los soldados no heredan las letras: las conquistan[1]. Contra toda expectativa, los soldados de la España moderna participaron en la producción, distribución y consumo de un conjunto notable e innovador de obras sobre la guerra que ha pasado casi totalmente desapercibido para la investigación histórica y literaria. Los soldados de las guarniciones italianas y de los presidios del norte de África, de las fronteras coloniales americanas y de los campamentos itinerantes del norte de Europa, leían y escribían poemas épicos, crónicas, romances, relaciones y autobiografías: los relatos de esas guerras en las que ellos mismos participaban como soldados rasos y testigos. Estos soldados pláticos –soldados profesionales y experimentados– se convirtieron en soldados curiosos, inclinados a las letras, dedicándose a una amplia variedad de prácticas de lectura y escritura. Más aún, fue precisamente la vasta red de espacios articulados en torno a las instituciones políticas y militares del imperio las que facilitaron la circulación global de esos hombres y de su producción textual, constituyendo lo que denomino «una república soldadesca de las letras». Las líneas que escribieron en el frente proporcionan una visión crítica desde abajo de la violencia estatal y el expansionismo imperial. Basándose en su perspectiva, este libro es una historia cultural de las guerras imperiales de España tal y como las relataron los hombres comunes que lucharon en ellas.

    Las líneas del frente desarrolla dos líneas argumentales simétricas. Por una parte expone cómo la revolución militar europea –un objeto de intensa discusión académica y una potente narrativa historiográfica de la modernización ligada al Estado, el imperialismo y la globalización– afectó a las prácticas literarias. En este sentido, defiendo que la soldadesca plebeya de los ejércitos españoles jugó un papel crucial en la formación de la cultura literaria del Renacimiento. Estos hombres reinventaron géneros clásicos como la épica, experimentaron con el lenguaje poético, aportaron objetos innovadores para la lírica y crearon nuevas subjetividades autobiográficas. Por otra parte, examino las maneras en las que estas tradiciones literarias, variadas y enriquecidas, permitieron a los soldados cuestionar los valores e ideas recibidas en torno a la lógica social de la guerra, la ética de la violencia y la legitimidad de la agresión imperial.

    Las preguntas que vehiculan mi análisis pretenden explorar las múltiples y controvertidas relaciones entre cultura literaria y guerra imperial en el periodo moderno. ¿Cómo afecta la guerra a la producción, diseminación y consumo de los diferentes géneros y productos literarios? ¿Cómo representa la literatura la violencia imperial? ¿Cómo la legitima o la cuestiona? ¿Cuál es la distribución social de las diferentes perspectivas y representaciones de la guerra? ¿Cómo se les desbaratan a los testigos presenciales en el campo de batalla sus ideas y valores previos respecto a la guerra? La escritura soldadesca, sostengo, interroga con intensidad la naturaleza, los medios, las metas y las consecuencias de la guerra y el imperio. Las voces de los soldados comunes proporcionan, por lo tanto, un lugar privilegiado desde el que explorar estas interrogaciones, que no son hoy menos urgentes de lo que lo eran en la Edad Moderna. Las líneas del frente contribuye a la historia cultural de la guerra y de la violencia, rebatiendo así una potente narrativa historiográfica sobre el Siglo de Oro español que ha asumido desde hace mucho tiempo una armonía perfecta entre la espada y la pluma, entre el imperio, sus soldados y la literatura militar.

    El tema de «las armas y las letras» sin duda ha estructurado algunos de los discursos más duraderos sobre el Siglo de Oro y el pasado imperial español[2]. El relato del Siglo de Oro habitualmente relaciona, intencionadamente o no, esplendor cultural y grandeza imperial. Consideremos, por ejemplo, al mayor escritor español de la época, Miguel de Cervantes. La mutilación corporal que sufrió en Lepanto, donde un disparo de arcabuz le destrozó una mano, fue durante mucho tiempo una metonimia de la «heroica y ejemplar vida» de Cervantes y sigue siendo un icono de la controvertida relación entre la guerra y la escritura, entre la historia cultural y política, a la que se refiere el «Siglo de Oro» en cuanto narrativa historiográfica. Lope de Vega, más enemigo que amigo del novelista, lo elogió convencionalmente de la siguiente manera:

    La Fortuna envidiosa

    hirió la mano de Miguel de Cervantes,

    pero su ingenio en versos de diamantes

    los de plomo volvió con tanta gloria.

    La mano inhabilitada de Cervantes había transformado el plomo de las balas de los versos (un tipo de cañón) de Lepanto en diamantinos versos poéticos[3]. El presente estudio se basa en un importante corpus de investigación que, en las últimas décadas, ha explorado esta compleja alquimia entre las armas y las letras y ha ofrecido una visión más matizada de la relación entre guerra y cultura, así como entre los soldados y los Estados que los empleaban[4]. Además de Cervantes, otros muchos escritores del Siglo de Oro español sirvieron en la guerra, desde plebeyos como Bartolomé de Torres Naharro, Bernal Díaz del Castillo, Alonso de Contreras y Juan Rufo, hasta quienes pertenecían a los escalones más bajos o más altos de la nobleza, como Garcilaso de la Vega, Francisco de Aldana, Alonso de Ercilla y Bernardo de Vargas Machuca, entre otros muchos. Además de revisar la obra conocida de estos soldados, analizamos aquí las vidas y los escritos de otros autores olvidados o desconocidos, como Baltasar del Hierro, Alonso de Salamanca, Cristóbal Rodríguez Alva, Sancho de Londoño y Emanuel Antunes, así como de toda una cohorte de soldados anónimos. A pesar de la omnipresencia del tema de la pluma y la espada en la literatura y en la investigación académica sobre el Siglo de Oro, la relación específica, material, entre la práctica de la guerra y la práctica de la literatura no se ha explorado aún en todas sus dimensiones socioculturales.

    Las nuevas prácticas y espacios sociales, locales y globales, de la guerra renacentista fueron, en buena medida, el resultado de la revolución militar. Desde que Michael Roberts formulara el concepto de revolución militar en 1955, la historiografía ha discrepado sobre su naturaleza, cronología y relevancia[5]. Sin embargo, a pesar de la amplitud y complejidad de esta línea de investigación, la mayoría de especialistas están de acuerdo en que, durante el periodo moderno, la práctica de la guerra experimentó unas transformaciones sustanciales en Europa, que podrían resumirse brevemente como «ejércitos más grandes, más permanencia y las nuevas armas de fuego»[6]. Aunque no fue en absoluto un proceso lineal y coherente, se pueden destacar algunos momentos clave que transformaron radicalmente las maneras en las que la guerra se libraba y se conceptualizaba. Las formaciones de piqueros que desplegaron los suizos a partir de la década de 1470 habían tenido un papel fundamental en el declive gradual de la centralidad táctica de la caballería tradicional integrada por guerreros procedentes de la aristocracia: entre las batallas de Fornovo (1495) y Pavía (1525) la proporción de la infantería con respecto a la caballería pasó de 1:1 a 6:1[7]. El uso generalizado de la pólvora y las mejoras de la artillería condujeron a importantes avances en la arquitectura e ingeniería militar, lo que a su vez propició una mayor innovación en las armas de fuego y una transformación sustancial de las tácticas y la estrategia militares. La guerra de trincheras se desarrolló en torno a los prolongados sitios de ciudades clave. Los grandes campos de batalla siguieron siendo importantes, por supuesto, pero el grueso del combate se libraba ahora en forma de escaramuzas, incursiones, emboscadas y guerra de desgaste. Los ejércitos exigían más fuerza de trabajo que nunca para poder implementar con éxito las políticas militares. La logística de la guerra, por lo tanto, se hizo más compleja a medida que las campañas se hacían más largas y duras, lo que requería ajustes importantes en el reclutamiento, el entrenamiento y la disciplina, así como en la cadena de mando[8].

    Las tecnologías, espacios sociales y prácticas de la guerra imperial moderna contribuyeron a crear una comunidad de intereses, un público para las «cosas de guerra», que se convirtió en el crisol de nuevas prácticas de lectura y escritura, de nuevos géneros y de nuevas formas materiales de distribución y reapropiación. Mi relato parte de la «sociedad de los soldados», como denominó John Hale a las formas peculiares de organización social e institucional de los ejércitos modernos, para reconstruir una «república soldadesca de las letras»[9]. Esta peculiar república facilitaba, por ejemplo, la recopilación y publicación de los romances o coplas, la traducción de algunas de las obras literarias más importantes de la Europa renacentista y la circulación y el intercambio de todo tipo de materiales culturales en múltiples lenguas. En la república soldadesca de las letras, la tienda de campaña compartida se convertía en una academia literaria improvisada. La cadena de mando ocasionalmente proporcionaba estructuras alternativas para el patronazgo literario. El convoy del ejército transportaba libros desde Amberes a Barcelona, desde Milán a Túnez, desde Sevilla a Santiago de Chile o Manila. Aunque los territorios de los Austrias en Europa, junto con las tierras colindantes, se han considerado «el corazón de la revolución militar», las ambiciones imperiales de la dinastía hicieron que la república de los soldados llegara bastante más lejos[10].

    El discurso de los soldados sobre la guerra implicaba una orgullosa afirmación de su relevancia pública en tanto espina dorsal de la España imperial. Pero cuando celebraban el valor y el honor de los compañeros de lucha se enfrentaban a la ascendencia de una nobleza que, desde los inicios del siglo XVI, había abandonado en parte su tradicional papel militar. Los vínculos profesionales y de clase a menudo pasaban por encima de alianzas que podían considerarse más fuertes, como las lealtades étnicas y nacionales, lo que complicaba la relación entre los soldados y los reyes, las naciones o los imperios que los contrataban a su servicio. Los sonetos y epístolas del poeta-soldado Andrés Rey de Artieda, escritos a finales del siglo XVI y publicados en 1605, no describen a sus camaradas como los orgullosos agentes del imperio sino más bien como sus miserables víctimas. En el famoso poema épico de Alonso de Ercilla, La Araucana (1569-1589), que relata los esfuerzos militares del imperio para derrotar una exitosa insurrección indígena en Chile, el poeta y soldado participante se sitúa del lado del enemigo al que debería estar combatiendo en el campo de batalla. El episodio más largo de la Breve suma de la vida y hechos de Diego García de Paredes (1533), una de las primeras autobiografías renacentistas escritas por un soldado, no relata una de las muchas batallas históricamente cruciales de las guerras de Italia, de las que fue parte y testigo, sino una riña de taberna en la que asesinó y mutiló con saña a unos matones y prostitutas que lo insultaban. El plebeyo Baltasar del Hierro no cuenta en su breve poema épico publicado en 1560 las guerras contra los otomanos en las que sirvió, sino el motín victorioso de sus compañeros de armas contra la autoridad imperial española en la fortaleza norafricana que se suponía que tenían que defender.

    El discurso soldadesco a menudo erosionaba las certezas del imperio. Como ha argumentado Adam McKeown sobre los soldados ingleses de la época isabelina, los soldados españoles muy a menudo «empleaban su autoridad como veteranos para cuestionar no solamente las razones del Estado para librar la guerra, sino también el papel de la guerra a la hora de crear relaciones entre el Estado y sus súbditos»[11]. La heterogeneidad social, cultural, nacional y religiosa de los espacios de la guerra, junto con la porosidad de las fronteras y de las zonas de contacto en las que los soldados pasaban la mayor parte de sus vidas cotidianas, facilitaban intercambios y solidaridades inesperadas. La misma camaradería que era necesaria para alimentar la moral del combate y lograr la cohesión permitía sociabilidades peligrosas y confraternizaciones rebeldes. Las estructuras que posibilitaban librar la guerra también permitían la producción y circulación material de textos soldadescos que se oponían en muchas ocasiones a esas mismas estructuras. Estos escritos expresaban críticas a los superiores militares de los soldados y a las políticas imperiales, a la vez que daban visibilidad a sus condiciones laborales de explotación y establecían solidaridades entre las tropas que, a menudo, conducían a motines y deserciones en masa.

    Los soldados comunes tenían sin duda muchas historias que contar sobre la guerra y el imperio, unas historias que a menudo no coincidían con las que narraban sus superiores, ya fuera en el frente o de vuelta al hogar. Sus historias se contaban con «la voz pequeña de la historia», en la adecuada expresión de Ranajit Guha. Y, aunque sea ocasionalmente, encontramos sin duda en sus textos «la voz de una subalternidad desafiante comprometida con la escritura de su propia historia»[12]. Los soldados de la época moderna, a pesar del alfabetismo parcial y de la desigual distribución del capital cultural, aspiraron a convertirse en autores y entender en sus propios términos las guerras imperiales en las que luchaban. Aunque la belicosidad militarista tiene también su lugar en los escritos y dichos de los soldados plebeyos, sus actitudes hacia la guerra imperial, hacia sus horrores y glorias, varían ampliamente, desde el apoyo entusiasta hasta la oposición frontal, desde el escepticismo hasta la indiferencia. El tumulto caótico de la guerra, la agitación del combate, la euforia de la victoria y los desafíos de la vuelta a casa de los veteranos, todo ello formaba parte del repertorio temático de la escritura soldadesca.

    Ya sea bajo la forma estrictamente codificada de una épica clásica o en el registro efímero, escurridizo y proteico del cotilleo político, ya sea en el manuscrito autobiográfico o en una copla impresa en un pliego de cordel, los soldados pláticos aspiraban a participar en las pláticas o conversaciones del discurso público. Construían sus identidades sociales y políticas, individual o colectivamente, contándose sus historias entre ellos y a otros. Y las voces de los soldados comunes, a menudo broncas y clamorosas, a veces marginales, eran percibidas con frecuencia por las autoridades como sospechosas de heterodoxia y disruptivas del orden social. El tipo del veterano soldado roto plantaba sin duda problemas de orden y disciplina. La figura del bravo o del valentón que haraganeaba por las calles del Madrid altomoderno, se convirtió en un héroe popular, en un peligroso (contra)modelo de comportamiento social y discurso público. Más aún, los códigos y el ethos de la masculinidad militar en entornos altamente homosociales a menudo conspiraban para ofrecer visiones alternativas de las relaciones afectivas, a menudo en agudo contraste con las tradiciones del amor petrarquista, de la amistad ciceroniana o de la piedad filial de Virgilio.

    El primer capítulo ofrece un retrato detallado del mundo social y cultural de estos soldados escritores. «La república soldadesca de las letras» recoge un conjunto de testimonios sobre la presencia generalizada de la literatura y sobre la difusión de las prácticas literarias entre los miembros plebeyos del ejército de la monarquía de los Austrias. Primero muestro que las tasas de alfabetización eran significativamente más altas entre los soldados, con independencia de su origen social, que entre los civiles, y exploro las condiciones materiales bajo las que tuvo lugar la lectura y escritura soldadesca mientras estaban en campaña. Después analizo la circulación y la recepción global de los textos a lo largo y ancho de los espacios de la guerra y el papel que estos espacios jugaron en la conformación de los públicos y de las prácticas de lectura en el ejército. Finalmente, el capítulo dibuja la relación entre la cultural oral y escrita en la república soldadesca de las letras, estableciendo conexiones entre las noticias de la guerra y la esfera pública en la Edad Moderna.

    A partir de este punto, mi argumento se organiza geográfica y cronológicamente, de manera flexible y prestando también una atención a transformaciones en el género literario. Empezando con las guerras de Italia (1494-1559), el segundo capítulo («La verdad sobre la guerra») se centra en un nuevo grupo de poemas españoles escritos en octava real y divididos en cantos que, en contraste con la autoconciencia ficcional de las tradiciones previas de escritura heroica, afirmaban ser relatos realistas y precisos, de testigos oculares, de las múltiples guerras contemporáneas de la monarquía de los Austrias. Estas nuevas epopeyas españolas establecieron una oposición tajante con la tradición textual de la narración poética caballeresca de la que en parte derivaban y, como defendían estar contando «la verdad sobre la guerra», generaron nuevas interpretaciones de los medios y la naturaleza del conflicto armado y de la violencia imperial. A partir de las iluminadoras ideas de Michael Murrin sobre la nueva «relación entre la guerra poética y la guerra real», defiendo que este corpus de épicas de la pólvora, obra de autores como Jerónimo Sempere, Jerónimo Jiménez de Urrea, Juan Rufo y Miguel Giner, se convirtió en la poesía de la nueva guerra, en el género especializado de la clase soldadesca, de los proletarios de la guerra[13].

    El tercer capítulo, «Rebelión, cautiverio y supervivencia», se centra en los conflictos mediterráneos entre los Austrias y el Imperio otomano, especialmente en el Norte de África, tal y como los experimentaron los soldados comunes. A partir de la documentación de archivo, este capítulo también aporta luz sobre varios textos previamente desconocidos, escritos por soldados rasos, que hablan persuasivamente de la rebelión, el cautiverio y la derrota, personal y colectiva. En primer lugar, los poemas épicos y los romances de Baltasar del Hierro revelan las cambiantes alianzas políticas y religiosas de la soldadesca plebeya frente al conflicto y al contacto prolongado entre culturas y sociedades. Después, el capítulo explora la relación entre épica y autobiografía, el heroísmo de la supervivencia y la autoría, en la poesía y en los tratados militares de un soldado español capturado en la reconquista otomana de La Goleta y Túnez en 1574.

    «La guerra del Nuevo Mundo», el cuarto capítulo, se centra en los textos soldadescos producidos en la América colonial durante las guerras de conquista. Durante los siglos XVI y XVII, la Guerra del Arauco en Chile provocó una cantidad enorme de discurso, tal vez sin rival en cualquier otra parte de las Indias. En buena parte, este corpus fue escrito por soldados que participaron en el combate. El desafío en este caso era entender por qué el aparentemente todopoderoso Imperio español no había conseguido derrotar al pueblo mapuche en el sur de Chile. Esta experiencia americana hizo tambalear algunas de las autorrepresentaciones más determinantes de la soldadesca imperial española, representaciones que se habían elaborado de manera coherente en los frentes europeo y mediterráneo del imperio. Entre los autores y las obras que aquí tratamos están las cartas de Pedro de Valdivia; la Milicia y descripción de las Indias (1559), de Bernardo de Vargas Machuca; y La Araucana (1569-1589), de Alonso de Ercilla, junto con una colección de escritos heterogéneos de Melchor Xufré del Águila, Santiago de Tesillo y otros soldados coloniales anónimos.

    El último capítulo «La vuelta a casa», se centra en la experiencia de los mutilados, los desertores y los licenciados en su conflictivo regreso a la sociedad civil. A menudo descritas como picarescas o incluso como criminales, las voces de los soldados que regresaron sí plantearon importantes problemas para el orden público de la ciudad y para las políticas

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