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En la soledad del sur: Góngora y el Marqués de Ayamonte
En la soledad del sur: Góngora y el Marqués de Ayamonte
En la soledad del sur: Góngora y el Marqués de Ayamonte
Libro electrónico513 páginas7 horas

En la soledad del sur: Góngora y el Marqués de Ayamonte

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El presente monográfico es fruto del estudio de las composiciones que Góngora dedicó al marqués de Ayamonte y su familia durante el bienio 1606-1607. Aborda de manera global y comprensiva tanto la figura del noble dedicatario de aquellas piezas líricas como aquel fascinante conjunto de versos redactado por uno de los más grandes poetas del Barroco europeo. Así pues, en la primera parte del libro se trazan las andanzas vitales de don Francisco de Guzmán y Zúñiga (1564-1607), IV marqués de Ayamonte, y se iluminan varios aspectos relacionados con las prácticas culturales de diversos miembros de la Casa de Zúñiga, mientras en la segunda parte se esboza, con todo el pormenor posible, un comentario histórico-cultural y filológico de las piezas líricas gongorinas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 jun 2024
ISBN9783968695723
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    En la soledad del sur - Jesús Ponce Cárdenas

    1.

    DON FRANCISCO DE GUZMÁN Y ZÚÑIGA: UN ESBOZO BIOGRÁFICO

    El perfil de don Francisco de Guzmán y Zúñiga no ha suscitado excesivo interés entre los historiadores de la Edad Moderna. Eclipsado por la figura de su padre, que ostentó el prestigioso cargo de gobernador de Lombardía durante el reinado de Felipe II, y deslucido el brillo de la casa nobiliaria por el ominoso final de su hijo, decapitado por orden de Felipe IV en 1648 en el Alcázar de Segovia a raíz de su participación en la llamada «conjura de Andalucía», pocos estudiosos han dedicado alguna atención a un prócer olvidado, casi por completo, entre la pléyade de magnates de la aristocracia meridional. Intentando paliar ese silencio historiográfico, a lo largo de las páginas siguientes seguiremos los pasos de un noble andaluz vinculado a las Casas de Zúñiga y Guzmán, para lo que nos valdremos de una documentación no atendida hasta la fecha.

    Don Francisco de Guzmán y Zúñiga Fernández de Córdoba (Sanlúcar de Barrameda, marzo de 1564-Lepe, 7 de noviembre de 1607) fue el primogénito de don Antonio de Guzmán Zúñiga y Sotomayor (Lepe, h. 1530-Milán, 20 de abril de 1580), III marqués de Ayamonte, y doña Ana Pacheco Fernández de Córdoba y de la Cerda¹. Por la rama paterna pertenecía al linaje de los duques de Béjar, marqueses de Gibraleón, marqueses de Ayamonte, marqueses de Villamanrique y condes de Belalcázar, en tanto que entroncaba por el lado materno con los marqueses de Comares y los condes de Cabra. Como era habitual en el siglo XVI, las distintas ramas de la Casa de Guzmán y la Casa de Zúñiga establecieron «reiterados enlaces» dinásticos, a menudo entre parientes cercanos, practicando así una «endogamia recurrente» con el objetivo de «reforzar sobremanera los lazos internos de solidaridad que estructuran al grupo de familiares»². Contribuía también al estrecho contacto de estos linajes emparentados la cercanía entre los dominios señoriales que poseían en la Andalucía occidental, que se extendían desde la raya con Portugal hasta el estrecho de Gibraltar, ocupando buena parte de las actuales provincias de Huelva, Cádiz y Sevilla. Contaban asimismo con casas y tierras en las provincias de Córdoba, Granada y Málaga. De hecho, las numerosas posesiones de los Guzmán y los Zúñiga se extendían más allá de los dominios andaluces, hacia el norte, por diferentes localidades de Castilla (Béjar, Curiel).

    Figura 1. Mapa de los principales dominios aristocráticos en la Andalucía atlántica: territorios del marquesado de Ayamonte, el marquesado de Gibraleón, el condado de Niebla y el ducado de Medina Sidonia.

    El trato familiar y personal entre los miembros de las diversas ramas de la Casa de Guzmán y Zúñiga debía de resultar muy estrecho, hasta el punto de que el heredero del marquesado de Ayamonte no vio la luz en los dominios onubenses de su familia, sino que nació y recibió el bautismo en Sanlúcar de Barrameda, residencia y término principal de los feudos de su primo hermano, don Alonso Pérez de Guzmán Zúñiga y Sotomayor, VII duque de Medina Sidonia (Sanlúcar de Barrameda, octubre de 1549-26 julio 1615). La partida bautismal da fe de tal circunstancia:

    En veinte y cinco de marzo de mil e quinientos y sesenta y cuatro años, bauticé yo, Silvestre Camacho, vicario de esta iglesia a Francisco, hijo del Excelentísimo Señor Don Antonio de Zúñiga y de su legítima mujer, Doña Ana de Zúñiga, marqués y marquesa de Ayamonte. Fueron sus padrinos el Ilustrísimo Señor Don Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, duque de Medina Sidonia e Doña María, su hermana, y Don Pedro de Zúñiga y Don Diego de Zúñiga, hermanos de dicho Señor marqués, fecho ut supra (Libro 8º de Bautismos, fol. 60)³.

    Como se infiere del breve documento, entre los familiares que llevaron al pequeño don Francisco a cristianar figuraban representantes tanto de la Casa de Medina Sidonia como de la Casa de Béjar⁴. Comparecieron como padrino y madrina el gran duque de Medina Sidonia, don Alonso Pérez de Guzmán, junto a su hermana María Andrea Coronel de Guzmán, futura duquesa de Béjar, tras su matrimonio en 1567 con don Francisco Diego López de Zúñiga y Sotomayor. Ambos aristócratas eran primos hermanos del recién nacido, ya que la madre de estos, doña Leonor Manrique de Sotomayor y Zúñiga (Sevilla, 12 de febrero de 1526-Sanlúcar de Barrameda, 1582), condesa viuda de Niebla, era la hermana mayor de don Antonio de Zúñiga, el III marqués de Ayamonte. Concurrieron asimismo como padrinos otros dos familiares muy próximos del padre del retoño, dos de sus hermanos menores: don Pedro de Zúñiga y Sotomayor, señor de Chillas, Gatos y Mures y don Diego López de Zúñiga, presbítero y futuro rector de la Universidad de Salamanca.

    En años sucesivos, del matrimonio formado por don Antonio de Guzmán Zúñiga Sotomayor y doña Ana Pacheco Fernández de Córdoba nacería otro vástago, don Luis Fernández de Córdoba y Sotomayor Zúñiga Castañeda (Sevilla, 1566-Caribe, noviembre de 1605), que al igual que muchos segundones de las grandes casas, sería destinado a la carrera militar.

    1. ENTRE LA ANDALUCÍA OCCIDENTAL E ITALIA

    Poco se sabe de la primera infancia de don Francisco de Guzmán, que pudo transcurrir acaso entre el castillo de Lepe, la casa palacio de Ayamonte y la residencia señorial de la familia en Sevilla. El palacio hispalense de los marqueses de Ayamonte se hallaba junto al convento de Regina Angelorum, con el que tenía directa comunicación. Los marqueses podían asistir a los oficios divinos desde una tribuna y poseían dentro del recinto sacro una capilla, en la que se inhumaron los restos de doña Teresa de Zúñiga y Guzmán (h. 1502-1565), III duquesa de Béjar, abuela paterna del prócer⁵. Cabe intuir que los primeros años de formación de don Francisco de Guzmán y Zúñiga transcurrieran en la capital andaluza, donde florecían por aquel entonces algunos de los ingenios más ilustres de España.

    Los distintos nombramientos que el III marqués de Ayamonte recibió en Italia desde los inicios de la década de 1570 debieron de resultar decisivos para la formación y vivencias de su heredero. En efecto, don Antonio de Zúñiga Sotomayor había tenido experiencia en algunas campañas militares en Italia al menos desde 1557, puesto que —bajo las órdenes del gran duque de Alba— formó parte de la defensa de Civitella, en las inmediaciones de Nápoles, al mando de una compañía de caballos⁶. Tres lustros después ascendería al mando de la caballería ligera de Milán, desde septiembre de 1572, y apenas un año más tarde su posición militar y política se hizo aún más encumbrada, ya que sustituyó a don Luis de Requeséns en el cargo de gobernador del Milanesado y capitán general de los ejércitos de Italia⁷. Desafortunadamente no se han exhumado aún documentos que identifiquen la fecha de llegada de la marquesa de Ayamonte y sus hijos a Lombardía, pero quizá se produjera en torno a 1573. Se abría entonces para el matrimonio formado por Antonio de Zúñiga y Ana Pacheco de Córdoba, así como para los dos hijos del mismo, un largo período de estancia en Italia que debió de resultar crucial.

    La residencia oficial del gobernador del Milanesado era el palacio ducal, ubicado en pleno centro urbano, junto al Duomo. En aquel entorno solemne que servía de sede a la corte se acometieron labores de reforma y decoración, promovidas por el marqués de Ayamonte durante los años 1573-1580. Allí trabajaron figuras tan insignes como el pintor-arquitecto Pellegrino Tibaldi, que ejerció asimismo como ingeniero militar y responsable máximo de la Veneranda Fabbrica del Duomo⁸. A las órdenes del mismo se situaron algunos de los representantes más conspicuos del Manierismo en la Italia septentrional, los pintores milaneses Aurelio Luini y Giovanni Ambrogio Figino así como el cremonés Antonio Campi⁹. Las distintas bogas artísticas del momento tuvieron eco en ese refinado entorno, como la moda de las pinturas sobre pizarra, que se había difundido por los principales centros artísticos de Italia (Roma, Florencia, Venecia) y llegó también a los distintos focos norteños (Turín, Génova, Milán…)¹⁰. Entre los artistas afincados en Lombardía, esa modalidad pictórica fue cultivada con singular talento por Bernardino Campi, quien gozó de la estima del III marqués de Ayamonte y de varios próceres lombardos y vénetos de su entorno:

    Fece al medesimo Illustre Sig. Marc’Antonio [Aresio] nello stesso tempo sopra pietre da paragone un Crocifisso, la Faccia del nostro Signore, e due Pietà. Uno di questi quadri, e la Faccia sodetta esso Signore mandò a donare all’Eccellentissimo Marchese d’Ayamonte, Governatore dello stato di Milano, i quali tanto gli piacquero, che volle conoscere Bernardino […]. Furono questi quadri veduti in Milano, dal R. Prior della Certosa e da Don Matteo Rivolta procuratore di esso convento […]. Ma non resterò già di dire, come sopra la pietra di paragone ha fatto quattro Pitture, le quali fanno trasecolare coloro, a’quali è conceduto di rimirarle, delle quali due n’ebbe l’Illustrissimo ed Eccellentissimo Signore Marchese d’Ayamonte, altre volte Governatore dello stato di Milano, l’altra il Signore Maffeo Veniero Gentiluomo Veneziano e l’altra l’Illustrissimo signore Marco Antonio Aresio degnissimo senatore di Milano¹¹.

    El aprecio de don Antonio de Guzmán por las bellas artes suele vincularse a sus esfuerzos por hacerse con obras de Tiziano Veccellio, tal como acredita la copiosa correspondencia que mantuvo con el embajador de España en Venecia, en la que a menudo solicita el envío de lienzos del artista véneto, indudable favorito de Carlos V y Felipe II¹². Por otro lado, las misivas que cruzaba con la corte del Rey Prudente se hacen eco en algunas ocasiones de encargos de naturaleza artística, como la orden de requisar para el soberano algunas esculturas en mármol de Agostino Busti, el Bambaia¹³.

    Desafortunadamente, no se tiene noticia de un inventario de las pinturas y esculturas que pasaron a engrosar la colección del III marqués de Ayamonte durante su estadía italiana, de manera que solo puede conjeturarse que en tan selecto elenco figuraran algunas piezas de Tiziano, Bernardino Campi, Pellegrino Tibaldi, Aurelio Luini, Giovanni Ambrogio Figino y Antonio Campi, entre otros.

    Además de la residencia oficial, sita en el centro de la capital lombarda, uno de los lugares que sirvió de solaz a los Ayamonte fue el castillo Sforzesco de Vigevano, que en el pasado había sido la morada estival de los duques de Milán. De hecho, durante los peores momentos de la epidemia de peste declarada durante el bienio 1576-1577, don Antonio de Guzmán y su familia instalaron su residencia en dicha localidad de la provincia de Pavía, distanciándose así de los espacios más críticos del foco.

    Desde el punto de vista de la política local mantenida por el III marqués de Ayamonte en Lombardía, cabe señalar cómo se produjeron algunas fricciones entre los poderos civiles y la autoridad eclesiástica. En efecto, el fasto de los festejos públicos organizados por el gobernador ocasionó de vez en cuando algunas tiranteces con el puntilloso cardenal arzobispo de Milán, Carlo Borromeo¹⁴.

    Entre los literatos que formaban parte del entramado cortesano milanés cabe destacar al poeta Giuliano Gosellini, secretario de los sucesivos gobernadores (el príncipe de Molfetta, el duque de Sessa y el marqués de Ayamonte). La obra lírica de Gosellini gozaba por aquel entonces de una estima considerable, ya que conoció sucesivas estampas. Sus Rimas vieron la luz hasta cinco veces entre 1572 y 1588, junto a un notable volumen de comentarios del autor a sus propios poemas, una biografía de Ferrante Gonzaga, príncipe de Molfetta, y una colección de poemas religiosos en torno a la epidemia de peste: Rime (Milano, Paolo Gottardo Pontio, 1572), Rime² (Venezia, Bolognin Zaltiero, 1573), Dichiaratione di alcuni componimenti del signor Giuliano Gosellini (Milano, Paolo Gottardo Pontio, 1573), Vita di Ferrante Gonzaga (Milano, Paolo Gottardo Pontio, 1574), Rime³ (Milano, Paolo Gottardo Pontio, 1574), Componimenti christiani in materia della peste (Milano, Giovan Battista Pontio, 1577), Rime⁴ (Venezia, eredi di Pietro Deuchino, 1581) y Rime riformate e ristampate la quinta volta⁵ (Venezia, Francesco Franceschi, 1588)¹⁵.

    Otra figura notable en los círculos literarios lombardos durante los años 1573-1580 fue la del quaestor in extraordinariorum redditum magistratu, el jurisperito Massimiliano Calvi. Este publicó en castellano el Tratado de la hermosura y del amor (Milano, Paulo Gotardo Poncio, 1576), en el que resuenan los ecos de los Dialoghi d’Amore de León Hebreo entremezclados con los de la obra De pulchro et amore de Agostino Nifo¹⁶. Se tiene además noticia de una composición lírica de este autor, dedicada a don Antonio de Guzmán, la canción Del profundo pensamiento amoroso (Milano, Per Paolo Gottardo Pontio, 1579, in quarto).

    Durante la segunda mitad del Quinientos también tuvo alguna relevancia en los medios literarios de Lombardía el militar y poeta español Juan Sedeño (Jadraque, hacia 1525-Alessandria, hacia 1590)¹⁷. Además de una serie de composiciones propias (cuatro églogas y una canción amorosa), en la producción del castellano de la fortaleza de Alessandria destaca un notable conjunto de traducciones de obras italianas. Dos códices conservan su versión española de La Arcadia de Sannazaro (BNM, ms. 7716) y de una colección de poemas sacros, entre los que figuraban las Lágrimas de san Pedro de Tansillo, las Lágrimas de la Magdalena de Erasmo de Valvasone y el capitolo dedicado Al Crucifijo por el abad Angelo Grillo (Biblioteca Trivulziana, Milán, Ms. 1107). Existe noticia de que tradujo asimismo Le Metamorfosi di Ovidio ridotte da Giovanni Andrea dell’Anguillara in ottava rima (Venezia, Giovanni Griffio, 1561), adentrándose así en el terreno de la épica de argumento mitológico¹⁸. Por otro lado, conviene recordar cómo la primera traducción castellana del poema heroico de Torquato Tasso que vio la luz en la corte de España fue la de Sedeño: Jerusalén libertada (Madrid, Pedro de Madrigal, 1587). Entre los preliminares de esta edición hispana del mayor poema épico manierista (cuya aprobación había firmado en Madrid Lucas Gracián Dantisco el 3 de junio de 1586) figuran poemas laudatorios de Massimiliano Calvi (soneto en castellano), Giuliano Gosellini (soneto en italiano) y Scipione Guasco (epigrama latino).

    Por último, entre los autores que cultivaron la musa neolatina en Milán durante los años del gobierno del III marqués de Ayamonte puede recordarse a Francesco Civelli, que dio a las prensas por aquel entonces el volumen titulado Carminum Libri Sex (Mediolani, Apud Michaelem Tinum Typographum, 1579), en el que se combina el modelo lírico de Horacio con la inspiración cristiana de Aurelio Prudencio y se insertan reminiscencias de maestros de la poesía humanística (Pontano, Poliziano, Sannazaro)¹⁹.

    El entorno cultural de la corte del Milanesado en el que se formó don Francisco de Guzmán y Zúñiga (entre los nueve y los dieciséis años, aproximadamente) era, en esencia, trilingüe: latín, español, italiano. Jurisperitos, clérigos y hombres de armas como Gosellini, Calvi, Sedeño y Civelli cultivaron la poesía en aquellos círculos y cabe pensar que el futuro marqués de Ayamonte recibiera una instrucción humanística y unos valores semejante a la de tantos nobles ingenios del período. La formación en leyes, letras y artes iba asimismo acompañada del aprendizaje del arte ecuestre, la esgrima, la danza y el ejercicio de la caza, imago belli y ocio nobiliario por excelencia. De hecho, no puede olvidarse cómo en el entorno itálico el adorno de las litterae humaniores resultaba especialmente adaptado al perfil de un aristócrata y cortesano, según refleja el interesante fragmento de una epístola de Cristóbal de Mesa (Fregenal de la Sierra, 15 octubre 1556-Madrid, 27 septiembre 1633). En dicho pasaje, el poeta épico —que igualmente residió una temporada en Italia— evoca los años juveniles del IV marqués de Ayamonte en los siguientes términos:

    Gobernando a Milán, en Lombardía,

    el marqués vuestro padre, don Antonio,

    bien hasta el de la vida último día

    os dejó por insigne patrimonio

    el gran valor y singular prudencia

    de que dan vuestras obras testimonio.

    Ya ésta (como a más próspera herencia)

    acrecentaste en edad temprana

    —lo que agora se ve por experiencia—

    lengua latina, lengua italiana

    y el estudio del arte de poesía,

    sobre saber también la castellana.

    Gustáis de la moral filosofía

    y sabéis de memoria al Anguillara,

    estimando su buena compañía²⁰.

    Si se concede algún crédito a los tercetos de Cristóbal de Mesa, el perfil del joven Francisco de Guzmán y Zúñiga, educado en la refinada corte de Milán, era el propio de un adolescente noble que domina, al menos, tres lenguas de cultura: «latina», «italiana» y «castellana». Además, el aristócrata se perfila no solo como aficionado a las bellas letras («sabéis de memoria al Anguillara»), lector de tratados de ética («gustáis de la moral filosofía») y cultor ocasional de las musas («el estudio del arte de poesía»), detalle en el que se ahondará más adelante.

    Entre los espectáculos y diversiones de la corte milanesa del III marqués de Ayamonte la música y la danza tuvieron, al parecer, un papel destacado²¹. El coreógrafo y maestro de baile Cesare Negri proporciona interesante noticia sobre aquellos entretenimientos: las mascherate y gagliarde, los mattaccini, las moresche… Por ejemplo, pueden entreverse algunos rasgos de los mismos en el relato de los festejos organizados durante la primavera de 1574 por el marqués de Ayamonte en honor de don Juan de Austria, el vencedor de Lepanto y hermano bastardo del Rey Prudente²². También evoca con cierto lujo de detalles las solemnidades que ordenó preparar don Antonio de Guzmán para honrar al rey Enrique III de Francia a su paso por Lombardía, durante el mes de agosto de 1574²³. Conviene recordar cómo en el tratado de las Gratie d’Amore se incluía, además, un lisonjero elenco de los nobles caballeros que en la corte milanesa brillaron por su disposición para la danza y, significativamente, a la cabeza de los mismos figuran los dos hijos del III marqués de Ayamonte, gobernador de Lombardía: «l’Illustrissimo Signor Don Francesco et l’Illustrissimo Signor Don Aluigi, figlioli del Signore Marchese d’Aiamonte». Por supuesto, en el primer lugar entre las damas que danzaron con elegancia y gallardía en palacio, Cesare Negri citará ineludiblemente a «l’Illustrissima et Eccellentissima Signora Donna Anna de Cordova, marchesa d’Aiamonte, Governatrice de Milano»²⁴.

    Desde el punto de vista de las acciones de gobierno del III marqués de Ayamonte que pudieron dejar huella en la formación de su heredero podrían destacarse dos aspectos: el patrocinio de obras pías y los desvelos por controlar las epidemias en núcleos de población diversos. En el primer ámbito cabe recordar la fundación en septiembre de 1578 de la Casa de las Vírgenes, una institución destinada a albergar a las huérfanas españolas en Lombardía, iniciativa que fue respaldada por el castellano de la fortaleza de Milán, don Sancho de Guevara²⁵. En el segundo entorno podrían destacarse las medidas de contención promulgadas durante el bienio 1576-1577 para frenar la difusión de la peste por toda la región del Milanesado. Durante el ejercicio del gobierno de sus estados señoriales en el sur de la península, don Francisco de Guzmán y Zúñiga tendría que hacer frente asimismo a ambas cuestiones en años venideros.

    La estancia en Lombardía se vio truncada por el óbito repentino de don Antonio de Zúñiga, que tuvo lugar el 20 de abril de 1580. Una anécdota referida por Pietro Verri en su conocida Storia di Milano permite vislumbrar —como en escorzo— cuán grande era la pompa y ceremonia que rodeaba a la familia del III marqués de Ayamonte en la vida cotidiana que llevaban en la Italia septentrional. El episodio —relatado con humor faceto y una punta maliciosa de censura por el marqués Lorenzo Isimbardi— tuvo lugar en la primavera de 1580, después del óbito del gobernador, cuando los hijos del finado se disponían a regresar a España:

    Avendo cessato di vivere il governatore d’Ayamonte nell’aprile del 1580, tenne il suo luogo, per quasi tre anni, il castellano don Sancio di Guevara, del quale l’arcivescovo Borromeo era assai contento, come appare da una di lui lettera a monsignor Speciano; ad un suo cenno furono banditi ciarlatani, commedianti, e tolto ogni divertimento, il che non avea potuto ottenere dagli altri governatori. È gaio l’aneddoto riferito dal marchese Lorenzo Isimbardi nella sua cronaca, in proposito dei figli del marchese d’Ayamonte. Trovavasi egli alla sua villa del Cairo in Lomellina, quando occorse avere ad alloggiare in casa una notte li figlioli del marchese d’Ayamonte, governatore dello Stato di Milano; il qual, essendo morto pochi giorni prima, questi figlioli se ne ritornavano in Spagna, de’ quali il maggiore era di circa dieci otto anni. Ed essendo a tavola, cenando, successe caso assai ridicoloso, ma tanto più misterioso, quanto che procedette da semplicità contadinesca; perché, trovandosi a caso in quell’ora sotto al portico un contadino, qual, veduto venire dalla credenza quattro paggi senza cappello o berretta in testa, con torce accese in mano, che accompagnavano nel mezzo di loro un altro, pur scoperto, qual teneva in mano una tazza d’argento, coperta, sopradorata, e questi, passando per detto portico per entrar in sala a dar da bere al padrone, con la cerimonia che suol usar alcuni grandi di Spagna, il buon contadino, non sapendo altro, subito all’improvviso si buttò a terra in ginocchione, col cappello in mano, battendosi il petto; il quale, interrogato perché facesse tal atto, ed ammonito di levarsi su, rispose: «Non volete ch’io adori ed onori il mio Signore?». Persino le bevande che dovevano entrare nello stomaco di un grande di Spagna erano onorate, venerate, adorate quasi!²⁶

    Este «caso asaz ridículo» revela los matices sacrales que el ceremonial propio de «algunos grandes de España» revestiría ante los ojos poco avezados de un simple campesino lombardo. Aquel rústico testigo contempló por azar cómo pasaban por un pórtico cuatro pajes con la cabeza descubierta portando antorchas. Rodeaban estos a un quinto servidor que llevaba en la mano una taza de plata sobredorada cubierta, para ofrecerle algo de beber a don Francisco de Guzmán y a su hermano menor, don Luis Fernández de Córdoba²⁷. La solemnidad y circunspección del cortejo era tanta que generó el equívoco chistoso: el campesino creyó que los sirvientes llevaban una custodia con la sagrada forma y, consecuentemente, reaccionó con gestos de devoción inequívoca: se arrodilló, se descubrió la cabeza y se golpeó el pecho. La frase que pronunciara el modesto personaje al ser interpelado por los criados sorprendidos asumía así un doble ribete, si se mira con cierta distancia: «¿No queréis que adore y honre a mi Señor?».

    El regreso a España de doña Ana Pacheco de Córdoba, marquesa viuda de Ayamonte y sus dos hijos menores de edad suponía, en la primavera de 1580, el cierre abrupto de una etapa vital. El fallecimiento de don Antonio de Guzmán y Zúñiga, según la valoración de Luis Salas Almela, complicaba no poco las posibilidades de que la familia pudiera seguir medrando en Italia o aspirase a iniciar una carrera de servicio en la corte:

    La gobernación del estado de Milán fue, desde un cierto punto de vista, el cargo de mayor prestigio y honra alcanzado por un titular del marquesado. Sin embargo, precisamente la muerte del III marqués en Milán le privó de la posibilidad de recoger los frutos de su servicio en forma de mercedes más duraderas para su mayorazgo o para sus hijos²⁸.

    La situación financiera de la viuda debía de resultar algo complicada entonces, como parece desprenderse del memorial que don Álvaro Manrique de Zúñiga (Salamanca, 1532-Sevilla, 1604), tío paterno del IV marqués de Ayamonte, envió a Felipe II solicitando el apoyo del soberano: «todo lo pensaba mi hermano remediar con la merced que Vuestra Majestad le había de hacer mejorándole de encomienda [de la Orden de Alcántara] que tuviese frutos, por ser la suya de las menores de su orden, que se la dio el Emperador cuando entregó a Vuestra Majestad estos reinos»²⁹.

    La experiencia atesorada en la etapa milanesa por el joven Francisco de Guzmán y Zúñiga no caería, con todo, en saco roto, ya que casi veinte años más tarde, entre finales de 1598 y comienzos de 1599, el IV marqués de Ayamonte recibió el encargo regio de desplazarse al norte de Italia en misión diplomática como portador de ciertos mensajes de Felipe III a su cuñado, Carlo Emanuele I, duque de Saboya.

    2. EL REGRESO A LOS DOMINIOS: SEVILLA, LEPE, AYAMONTE

    Una vez se produjo la vuelta de la marquesa viuda y sus hijos a la península, la vida familiar debió de transcurrir entre el palacio de Sevilla, el castillo de Lepe y la mansión de Ayamonte. Debido a la minoría de edad de don Francisco, la administración de su patrimonio recayó legalmente en su madre, doña Ana. Durante los años de ausencia de la familia en Milán, la gestión de los dominios señoriales se habían confiado a uno de los hermanos pequeños del III marqués de Ayamonte, don Álvaro Manrique de Zúñiga, flamante I marqués de Villamanrique por concesión regia desde el 4 de febrero de 1575³⁰.

    Las principales fuentes de riqueza de la Casa de Ayamonte se vinculaban a la pesca y a la actividad comercial desarrollada en esta localidad portuaria onubense, situada en la desembocadura del Guadiana, que servía de frontera natural con la región lusa del Algarve³¹. La producción agrícola de las tierras del marquesado generaba también, en menor parte, algunos ingresos. Al igual que ocurría entonces con otras grandes familias nobiliarias, la situación de las finanzas de la Casa de Ayamonte no debía resultar excesivamente boyante en estas décadas finales del Quinientos y durante los primeros años del siglo XVII, ya que buena parte de la economía de la nobleza de título «se movía» entonces «en los límites del colapso financiero debido al empuje de la deuda acumulada»³². Sin lugar a dudas, la coyuntura no era tan favorable como la que varias décadas atrás había reflejado Lucio Marineo Sículo en sus Cosas memorables de España. El humanista italiano afincado en la península ibérica apuntó en dicha obra un dato relevante: los ingresos anuales de las principales casas nobiliarias vinculadas a la ciudad de Sevilla en el año 1535. Según dejó constancia, los tres linajes principales de la floreciente capital andaluza —estrechamente emparentados entre sí— manejaban entonces unas cantidades fabulosas: el ducado de Medina Sidonia (55.000 ducados), el ducado de Béjar (40.000 ducados) y el marquesado de Ayamonte (30.000 ducados)³³. A finales de la centuria, Pero Núñez de Salcedo consignaba en un interesante manuscrito escurialense una Relación verdadera de todos los títulos que hay en España, ansí de las rentas que cada uno tiene, como de las casas solares y linajes de a donde ascienden y donde tienen sus estados, lugares y rentas. El dato que arrojaba el erudito genealogista para el año 1597 es bastante revelador: «El marqués de Ayamonte es del linaje de los Zúñiga y Sotomayor y tiene su casa en Sevilla y su estado en el dicho reino de Sevilla y de renta veintiséis mil ducados»³⁴. Si se comparan las informaciones proporcionadas por Marineo Sículo y Núñez de Salcedo, las rentas de la Casa de Ayamonte en los más de sesenta años que median entre 1535 y 1597 no solo no habían crecido, sino que menguaron en cuatro mil ducados anuales.

    Figura 2. Mapa de la localidad de Ayamonte, con la desembocadura del río Guadiana.

    Las gestiones de la marquesa viuda de Ayamonte para el control de rentas, ejecución de obras y todo tipo de cuestiones prácticas abarcan una cierta variedad, como muestran diversos documentos que dan precisa noticia de las actividades ejercidas por doña Ana Pacheco Fernández de Córdoba como curadora y administradora de los bienes de sus herederos. Por ejemplo, el 3 de agosto de 1585 firmaba en Lepe la aprobación y ratificación de una escritura de obligación otorgada por su hijo a favor de sus fiadores (Lorenzo Gil de Arellano, Pedro Dorantes, Juan Núñez Burgalés, Juan de Herrera, Francisco García y Francisco Hernández) para el pago de un censo³⁵. Algunos meses después, el 20 de marzo de 1586, rubricaba en la misma villa onubense un documento en nombre de don Francisco —en calidad de patrón del convento hispalense de Regina Angelorum— para que dos apoderados residentes en la capital andaluza encargaran la ejecución del retablo, altar y gradas de la capilla mayor de dicho convento al escultor hispalense Jerónimo Hernández:

    Porque yo no me puedo de presente hallar al ver las obras y de presente se ha de hacer el retablo y altar y gradas de la capilla mayor […] otorgo que doy mi poder cumplido al doctor Luciano de Negrón, canónigo de la Santa Iglesia de Sevilla, y a Pedro de Esquivel, mi criado, alcaide de las casas principales que el marqués mi hijo tiene, que están juntas e incorporadas con el monasterio, para que en nombre del marqués mi hijo puedan con Jerónimo Hernández dar la orden y traza de la obra del retablo, altar y gradas y sepulcro y todo lo demás que fuere necesario hacerse en dicha capilla para el ornato de ella y concertarse por el precio más convenible que se puedan y dar orden que el superior del monasterio dé y pague a Jerónimo Hernández el precio en que se concertaren de los ciento y cincuenta mil maravedíes que [doña Teresa de Zúñiga], duquesa [de Béjar, abuela del marqués mi hijo,] dejó reservados³⁶.

    Desde el punto de vista de los contactos personales y redes clientelares de los Ayamonte, el documento aporta un pequeño dato de interés: el contacto de la marquesa viuda con uno de los intelectuales más conocidos del entorno sevillano, el erudito Luciano de Negrón (1540-1606), canónigo y arcediano de la catedral, juez de la Santa Cruzada y consultor del Santo Oficio³⁷. En los medios hispalenses eran bien conocidas la galería de pinturas y la selecta biblioteca del doctor Negrón, contertulio del cenáculo humanista de Pacheco³⁸.

    No mucho después, en junio de 1586, doña Ana de Córdoba mantuvo —en nombre de sus hijos— un pleito con doña Ana de Mendoza y de la Cerda, princesa de Éboli, para reclamarle que abonara los 15.200 ducados que adeudaba a su familia por los derechos al cobro del tributo de las villas de Estremera y Valdaracete, en Madrid³⁹.

    3. LAS NUPCIAS CON ANA FÉLIX DE ZÚÑIGA Y SOTOMAYOR

    Algunos años después del regreso de don Francisco de Guzmán y Zúñiga a Andalucía, asentado ya en sus dominios, llegó el momento del paso obligado en la vida de todo joven de la alta aristocracia: el matrimonio con una dama acorde con su rango. La marquesa viuda doña Ana Pacheco de Córdoba, en el momento de elegir entre las posibles candidatas de la nobleza del reino, decidió atenerse a la tradicional alianza dinástica entre las distintas ramas de la Casa de Zúñiga. Se concertó así el matrimonio entre don Francisco con su prima hermana, doña Ana Félix de Zúñiga y Sotomayor (Béjar, junio de 1567-Lepe, diciembre de 1618), hija de don Francisco López de Zúñiga y Sotomayor, IV duque de Béjar y V marqués de Gibraleón († Ávila, 1591), y de su segunda esposa, doña Brianda Sarmiento de la Cerda, hija de los condes de Salinas.

    Las nupcias debieron de celebrarse hacia finales de 1586, si bien no se ha exhumado todavía la partida matrimonial⁴⁰. Gracias a un documento de las actas capitulares de Ayamonte, fechado el 3 de marzo de 1587, se conoce el conjunto de preparativos y festejos organizados por el concejo ayamontino con ocasión de la llegada de los recién casados a la villa. Según evidencia dicho texto debía erigirse un arco triunfal en la entrada de la población, donde aguardarían la venida de los jóvenes marqueses todos los miembros del concejo municipal, mientras sonaban músicas y cantos de ministriles. Como era uso y costumbre en la península, la festividad se coronó con una corrida de toros, juegos de cañas, danzas, fuegos artificiales, amén de la consabida entrega de regalos a la joven pareja⁴¹.

    Figura 3. Partida de bautismo de doña Ana Félix de Zúñiga Sotomayor y Sarmiento de la Cerda, marquesa consorte de Ayamonte.

    La relación del IV marqués de Ayamonte con su tío paterno y suegro, don Francisco López de Zúñiga, el IV duque de Béjar, pudo conocer algunos altibajos, ocasionados principalmente por el retraso en el pago de la dote de su esposa. El monto de la misma era notable incluso entre la alta aristocracia del reino, ya que ascendía a sesenta mil ducados. La abundante documentación que atestigua los sucesivos quebrantos financieros padecidos tanto por el cuarto titular del ducado de Béjar (el padre de doña Ana Félix) como su heredero Francisco Diego López de Zúñiga Sotomayor y Mendoza (Béjar, h. 1560-Madrid, 9 de mayo de 1601), V duque de Béjar y hermano mayor de la marquesa consorte de Ayamonte, ha sido analizada por Anastasio Rojo Vega. El malogrado historiador vallisoletano refería así uno de los momentos cruciales en la evolución de dichos problemas: «en 1589 llegó, por fin, el reconocimiento por parte de la Casa [de Béjar] de la incapacidad de hacer frente a las deudas contraídas y de satisfacer las rentas e intereses adeudados por los préstamos recibidos». Es decir, dicho año resulta una «fecha clave en la historia económica del ducado» por ser el de «la primera suspensión de pagos»⁴². Como se desprende de diferentes documentos, la incómoda situación generada por el retraso en los pagos de la dote de Ana Félix de Zúñiga llegó a prolongarse durante bastantes décadas⁴³.

    El IV duque de Béjar, padre de doña Ana Félix, «había ido pagando los réditos o intereses de la dote (que no el principal) durante cinco años, hasta su muerte el 21 de septiembre de 1592»⁴⁴. Tras el óbito comenzaron los pleitos entre el V duque de Béjar, su madrastra doña Brianda de la Cerda y la medio hermana del nuevo titular del ducado salmantino y el marquesado de Gibraleón, doña Ana Félix de Zúñiga, que quedaron irresueltos hasta la muerte de aquel prócer en 1601. La tensa situación llegó a manos de su heredero y se dilató aún varios años más, hasta que en octubre de 1606 los marqueses de Ayamonte llegaron a un acuerdo con su sobrino, el VI duque de Béjar, don Alonso Diego, el dedicatario de las Soledades gongorinas, que se comprometió a pasar a sus deudos «una renta de 3.000 ducados anuales en concepto de lucro cesante y otros 6.000 ducados anuales por la amortización de la dote»⁴⁵.

    Del matrimonio de don Francisco de Guzmán y doña Ana Félix de Zúñiga nacieron tres hijos: doña Brianda de Guzmán y de la Cerda (h. 1591-h. 1661), don Francisco Antonio de Guzmán Zúñiga Sotomayor (h. 1592-Segovia, 1648) y doña Ana María de Guzmán (1597-¿?). Luis de Góngora exaltó las figuras juveniles de la primogénita y el heredero del título en pose cinegética y piscatoria dentro del luminoso ciclo de poemas compuesto en 1606-1607, tal como se verá más adelante⁴⁶.

    Siguiendo la consabida política de alianzas matrimoniales de la familia, el 13 de julio de 1604 se firmaron las capitulaciones matrimoniales del heredero del título con su prima, Leonor de Zúñiga, primogénita del V duque de Béjar⁴⁷. Cinco años más tarde, las bodas se celebraron solemnemente en Gibraleón, el 1 de junio de 1609. Por otro lado, doña Brianda de Zúñiga se unió en matrimonio con su primo don Rodrigo de Silva y Mendoza (Sanlúcar de Barrameda, 25 mayo 1585-Sanlúcar de Barrameda, 15 octubre 1614), comendador de Martos en la Orden de Calatrava y I conde de Saltés, hijo segundogénito del VII duque de Medina Sidonia, don Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y doña Ana de Silva y Mendoza⁴⁸. Todavía no se han localizado más datos sobre la hija pequeña, Ana María de Guzmán, acaso destinada al monacato o fallecida tempranamente.

    Por cuanto atañe a la descendencia del IV marqués de Ayamonte resulta ineludible mencionar, aunque sea brevemente, la infortunada historia de don Francisco Antonio de Guzmán y Zúñiga, V marqués de Ayamonte (h. 1592-Segovia, 1648)⁴⁹.

    4. VÍAS DEL BUEN GOBIERNO: LA VIDA EN EL MARQUESADO DE AYAMONTE

    La información que proporcionan las actas municipales de la villa de Ayamonte permite observar cuáles fueron algunas de las actividades principales de don Francisco de Guzmán y Zúñiga en el ejercicio del gobierno de sus dominios. A grandes rasgos, estas cubrían aspectos tan variados como el nombramiento de funcionarios de alto rango que dependían de su jurisdicción, la construcción y refuerzo de las torres y fortalezas costeras en su territorio (las denominadas «torres almenara»), el patrocinio de órdenes religiosas, la fundación de nuevos núcleos de población para mejorar la productividad de las tierras del marquesado, la renovación del personal de servicio doméstico⁵⁰… Los documentos rubricados por el marqués de Ayamonte suelen identificar como lugar de firma el castillo de Lepe, lo que induce a pensar que la residencia de los señores debía alternarse entre el palacio que poseían en la cabeza del marquesado, el castillo de la vecina localidad onubense y algunas estancias en el palacio de Sevilla.

    La importancia estratégica del marquesado de Ayamonte dependía de dos aspectos: su condición fronteriza con Portugal y la ubicación en la desembocadura del Guadiana, a las puertas del Atlántico. La apertura del territorio al océano lo hacía especialmente sensible a los reiterados ataques de los piratas berberiscos y las escuadras de corsarios anglo-holandeses. Habitualmente, las expediciones náuticas del enemigo solían escalonarse durante los períodos de bonanza, desde el comienzo de la primavera hasta el mes de septiembre. Por ese motivo, entre las provisiones que debía cumplir don Francisco de Guzmán en su territorio, ocuparon un lugar principal la edificación de nuevos baluartes defensivos (como el de Buscarruidos) y el refuerzo de las torres almenara distribuidas a lo largo de la costa onubense⁵¹. Competía a la autoridad principal ordenar las vigías en el baluarte de las Angustias, en la torre de la Canela y en la barra de Ayamonte.

    Durante los primeros meses de 1588 tuvieron lugar los preparativos para la Jornada de Inglaterra, comandada por don Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, duque de Medina Sidonia, primo hermano y también padrino del IV marqués de Ayamonte. A tenor de lo que afirma el cabeza de la Casa de Guzmán en un memorial dirigido a Felipe II (1598), don Luis Fernández de Córdoba, hermano del marqués de Ayamonte, participó en la Armada contra los ingleses a las órdenes de su primo hermano don Alonso, que había recibido el nombramiento regio de Capitán General del mar Océano y costas de Andalucía⁵².

    Numerosos testimonios prueban que los avatares de las torres almenara eran, entre 1577 y 1613, una cuestión candente en todo el litoral atlántico andaluz. Por ejemplo, don Francisco de Zúñiga, tío paterno y suegro del marqués de Ayamonte, comunicaba en un documento dirigido a Felipe II sus dificultades económicas para hacer frente a los gastos de construcción de las mismas en los territorios onubenses bajo su jurisdicción: «el duque de Béjar dice que por Vuestra Majestad le ha sido concedida facultad para tomar a censo sobre su casa y estado los veinte mil ochocientos ducados con que se le manda acudir al depositario general de Sevilla para la fábrica de las cuatro torres que se mandan hacer en el marquesado de Gibraleón»⁵³. La edificación de las torres suponía, en efecto, un gasto extraordinario para los nobles meridionales que debían acometer tales obras en la línea de costa de sus territorios, entre Huelva y Cádiz: el marqués de Ayamonte, el marqués de Gibraleón, el conde de Niebla y el padre de este último, el duque de Medina Sidonia⁵⁴.

    A los problemas financieros y las dificultades del terreno, venían a sumarse los riesgos que corrían los peones de construcción, ya que en algunas ocasiones fueron aprisionados por los corsarios berberiscos y vendidos como esclavos en el norte de África. Las deficiencias de algunos baluartes no afectaban solo a la construcción de escasa calidad y al estado de notable deterioro de varios de ellos, sino también a la falta de personal asignado a cada torre y al armamento con

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