La Iglesia Católica: Boceto De Un Poema
Por Juan León Mera
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Cada línea es como una ventana abierta al alma de la Iglesia, revelando su grandeza y su humildad, su lucha y su triunfo a lo largo de los siglos. Con una prosa rica y evocadora, Mera nos sumerge en la atmósfera de los tiempos antiguos, donde los mártires forjaron el fundamento de la fe con su sacrificio, y nos guía a través de las vicisitudes y los éxitos de la Iglesia en la era moderna.
Este poema es mucho más que una obra literaria; es un testimonio vibrante de la fe que ha sostenido a generaciones, un tributo a la luz divina que guía el camino de los creyentes. Con cada estrofa, Mera nos recuerda la importancia de la fe en nuestras vidas y nos inspira a seguir el ejemplo de aquellos que han mantenido viva la llama de la esperanza a lo largo de los siglos.
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La Iglesia Católica - Juan León Mera
I. Invocación y proposición.
¡Oh tú, hija excelsa del Amor eterno,
Del hombre ingrato para el bien nacida!
¡Oh esposa de Jesus, Iglesia santa,
Sin cesar del averno
Por el odioso monstruo combatida!
¡Tú, madre nuestra! tú, de gracias fuente,
En quien hallan las almas dulce vida!
Permite que a tu planta
Postre mi Musa su marchita frente,
Destrozado su cerco de azucenas,
Desgarradas las vestes virginales,
Envuelta en triste velo,
Bañada en llanto y pobre de consuelo;
Permite que a la voz de gemebundo
Enlutado laud glorias y penas
Tuyas recuerde y dones celestiales
Por ti ofrecidos con largueza al mundo,
Que te los vuelve en redoblados males;
Permite que indignada
Contra el malvado y el inicuo truene,
O que hiriéndose el pecho desolada
De ayes el aire y de plegarias llene.
II. Estado moral del mundo antes de Jesucristo.
¡Cuán triste suerte al mundo amenazaba!
Abismo era todo él de inmundos vicios;
En torpe frenesí de las pasiones
Sus números forjó; y ¡ay! desbocado
Potro, por sus deidades excitado.
A perdición segura se lanzaba.
El rey del orco infames sacrificios
Así en áureos altares aceptaba;
¡Oh cruel sarcasmo! impías oraciones
Así volaban a él de almas precitas,
Cual de corrupto cieno exhalaciones;
Así del vil pecado las malditas
Manos ¡ay! diligentes entornaban
De la perdida beatitud las puertas,
Y a no abrirlas jamás las condenaban.
III. Esperanzas conservadas en el pueblo de Israel.
Mas no del todo muertas
Vió la prole de Adan sus esperanzas:
Las abrigaba Israel, árbol frondoso
Criado del Señor bajo el amparo,
Y a cuyas ramas el celeste fruto
Se deberá, que al tósigo funesto
Que aniquilara en flor la humana dicha,
Como único remedio, será opuesto.
El grave tiempo en curso perezoso
Transcurrió al fin, y vino el día claro,
El día del amor, día bendito
Que en manso y bondadoso
Padre enseñó trocado
Al que terrible juez volvió el delito
Por la sierpe engendrado.
IV. Venida del Mesías. Su gloria en sus milagros.
Triunfó de los profetas la palabra;
Los misteriosos símbolos pasaron;
Lució en oriente milagrosa estrella,
Y allá en la humilde Nazaret se labra
La ansiada redención. Las que miraron
Calladas y suspensas el triunfante
Paso del gran Josué, sagradas ondas,
Otra gloria más bella,
Más clara y más excelsa contemplaron; (1)
La vió Genezaret, y la tronante
Tormenta al punto serenose ante ella;
La vió el monte Tabor en cuya altura
Resplandeció un instante;
La vió Bethania cuando
La tumba, de estupor sobrecogida,
Dejó volver a Lázaro a la vida;
Del amor el prodigio coronando
En la mística cena
La admiraron los doce; en tu recinto,
¡Oh templo! penetró; Sion dichosa,
De justo orgullo y de alegría llena,
De rosas coronada y terebinto,
A encontrarla saliste; ¡oh Palestina,
Tierra de bendición! ¿qué aldea tuya
No inundó de Jesús la luz divina?
V. Sacrificio de Jesús exigido por la Justicia divina.
Después el tiempo llega
Del sublime dolor: ¡Jesús padece!
¡Porque al cielo el mortal se restituya
De la muerte al poder Jesús se entrega!
¡Jesús en lo alto de una cruz perece!...
¡Holocausto divino! de su sangre
Una gota brevísima, invisible,
Vale más que los mundos y los cielos,
Y el abismo a cerrar bastante fuera;
Más del Señor a desarmar el brazo
Fué menester que toda se vertiera.
Su justicia terrible
Como los mundos y los cielos grande
También es: los anhelos
De mil justos la hallaron inflexible;
Y cual onda de mar sobre una roca
Granítica va y viene
Sin que la mueva, melle ni la ablande.
Así corrió perenne
Por cuarenta centurias raudal rojo
Y humeante de sangre expiatoria
De hecatombes sin cuento,
Sin atenuar de Jehová el enojo. (2)
Inmenso sacrificio a inmenso agravio
Preciso fue; de un Dios a la justicia
El martirio de un Dios; al ardimiento
De la infernal malicia,
De divinal amor todo un tesoro;
Al que entonces llamose mundo sabio.
El que supo verter divino labio
De luz eterna manantial sonoro.
VI. La Iglesia nace entre el martirio.
Tal fue ¡oh Iglesia! la admirable cena:
Te arrulló de los ángeles el canto:
Te cercaron pasmosas maravillas:
De verdad te nutriste; a tu crianza
De las virtudes no faltó