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El catalán y el español cara a cara: Una aportación historiográfica. Mallorca y Menorca (siglos XVIII Y XIX)
El catalán y el español cara a cara: Una aportación historiográfica. Mallorca y Menorca (siglos XVIII Y XIX)
El catalán y el español cara a cara: Una aportación historiográfica. Mallorca y Menorca (siglos XVIII Y XIX)
Libro electrónico336 páginas4 horas

El catalán y el español cara a cara: Una aportación historiográfica. Mallorca y Menorca (siglos XVIII Y XIX)

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Este trabajo aporta nuevos datos a la historia social de la lengua catalana en Mallorca y Menorca durante los siglos XVIII y XIX. En un periodo clave para la estandarización de las lenguas de Europa y las identificaciones lingüísticas, la lengua catalana queda sometida a unas leyes que pretendían eliminarla de los ámbitos referenciales. Sin embargo, los organismos locales y la conciencia lingüística colectiva llevan a cabo acciones de lealtad lingüística (y cultural) en torno al idioma propio. A partir de un extenso corpus documental, se constata el alcance del enfrentamiento entre dos realidades discursivas y lingüísticas de fuerzas desiguales (Estado e instituciones locales). Además, se pone de manifiesto que los mallorquines, al igual que lo hicieron otros pueblos europeos sometidos a procesos de subordinación cultural, continuaron con el uso escolar del latín (y, por ende, del catalán) en las escuelas como estrategia para limitar el alcance de las políticas estatales que exigían la universalización del castellano.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 abr 2024
ISBN9783968695785
El catalán y el español cara a cara: Una aportación historiográfica. Mallorca y Menorca (siglos XVIII Y XIX)

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    El catalán y el español cara a cara - Rosa Calafat Vila

    I.

    LA RESISTENCIA DEL CATALÁN EN LA EUROPA DE LOS SIGLOS XVIII Y XIX (MALLORCA Y MENORCA)

    1. La expansión de los vernáculos en el desarrollo y consolidación de la conciencia lingüística en Europa

    La Edad Moderna asistía al nacimiento de la conciencia lingüística,¹ en tanto que constructo mental sociocognitivo que percibe el uso de una lengua en sociedad como un elemento de singularización.² A lo largo de este proceso, los idiomas vivos se normativizaban y se preparaban para ocupar todas las funciones sociales y simbólicas del lenguaje.³ La Gramática castellana (1492) de Antonio de Nebrija incluía en su dedicatoria a la reina Isabel I la explícita frase siempre ha sido la lengua compañera del imperio.⁴

    Entre los siglos XV y XVI, Europa vivía una aceptación de la norma en que las gramáticas y los diccionarios se convertían en instrumentos esenciales de unas lenguas vivas cuyo objetivo era implantarse en todos los registros del lenguaje, al tiempo que desplazar el latín. ⁵ Ya en la Edad Media, en las aulas de latinidad, los estudiantes usaban la lengua materna entre ellos.⁶ Se documentan castigos y multas que pretendían frenar la entrada del vulgar en los espacios escolares. Progresivamente, los idiomas vivos, el catalán entre ellos, iban ganando espacio en el estudio del latín.⁷ Se apunta el Methodo y art molt breu en Romans y molt clara per aprendre la Grammatica de la lengua Latina, de Miquel Ferrer, como la primera gramática latina escrita en lengua vulgar editada en la península Ibérica, en concreto en Lleida (1572).⁸

    A pesar de que es en el Renacimiento cuando se publican muchas de las primeras gramáticas de las lenguas europeas —es la época del bon usage—, este es un proceso de cronología variable. De ahí que, en la Edad Media, algunas lenguas vernáculas como el catalán o el polaco⁹ ya contaran con tratados gramaticales.¹⁰ Durante los siglos XIV y XV, la Corte Real y la Cancillería se ocuparon de normativizar el catalán. Sin embargo, este centro directriz desapareció definitivamente con la entrada de los Austrias. De modo que el catalán —receptor tempranero del humanismo precoz del siglo XIV y propulsor generoso del humanismo maduro del siglo XV—¹¹ quedaba parcialmente excluido del camino ascendente de las lenguas con poder político, al tiempo que iniciaba una aproximación creciente al castellano en los espacios elitistas. En el segundo tercio del siglo XVI, la imprenta facilitaba la penetración de esta lengua entre las clases privilegiadas.¹² Y las reimpresiones de los autores clásicos catalanes constataban una ruptura importante con la tradición literaria.¹³

    En la Edad Moderna, la única gramática que se denominó catalana no era más que un manual para el aprendizaje del latín con el apoyo de la lengua viva: Gramàtica cathalana breu i clara (Barcelona: en casa de Mathevat administrada per Martí Gelabert, 1676), de Llorenç Cendrós:¹⁴

    De la primera conjugació. Sols resta ara explicar la traça i modo que ha de tenir lo principiant per a saber ben conjugar qualsevol verb i acertar en los temps. Sabuts los quatre exemples: Amo, doceo, lego, audio; amb les passives: Amor, doceor, legor, audior.¹⁵

    El idioma catalán deberá esperar a que Josep Ullastre escriba la Grammatica catalana embellida ab dos ortografies (1743-1762).¹⁶ Precisamente, en 1800, Josep Bellvitges,¹⁷ profesor de Retórica en el Seminario de Barcelona, se lamentaba de la tardía codificación contemporánea del catalán: En lo antiguo no se siguió ningún método cierto de escribir en catalán.¹⁸ Así lo ponía de manifiesto en su disertación para la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona: Sobre por qué métodos de ortografía o por cuáles medios se arregló en lo antiguo el método de escribir en catalán.

    En el proceso de nacionalización de las lenguas,¹⁹ estas emprenden una actividad discursiva en torno a las propias capacidades, que atisban superiores a las de las demás.²⁰ El pronombre personal nosotros, connotado semánticamente, aglutinaba a unos hablantes, al tiempo que los separaba del ellos, antagonistas discursivos del sentimiento de identidad lingüística. Sin duda, el recorrido hacia la estandarización delimitaba identidades y configuraba el terreno de la lealtad, es decir, de la consciencia social sobre el idioma.²¹ En 1568, Ambrosio de Morales diría de la traducción que hiciera Boscán de Il Cortegiano (1534) que el Cortesano no habla mejor en Italia, donde nació, que en España, donde lo mostró Boscán por extremo bien el castellano.²² Y el gramático Bouhours, en 1671, declaraba, en la obra Entretiens d’Ariste et d’Eugène, la superioridad de la lengua gala sobre las otras, incluida la latina.²³ Pedro Simón Abril (1589) afirmaba que las lenguas vulgares llenaban un espacio social de valor incalculable, a diferencia de las lenguas peregrinas. Estas últimas, latín y griego, corrían errantes por el mundo, al no tener una comunidad lingüística propia.²⁴ En este sentido, las lenguas vivas empezaban a explicarse a través del binomio nación-Estado. El poeta Joachim Du Bellay (1549), autor de Defensa e ilustración de la lengua francesa,²⁵ afirmaba haber escrito su libro movido por razones patrióticas.²⁶ Du Bellay ponía al servicio de la lengua viva el latín y el griego, cuyo papel quedaba relegado a meros proveedores de neologismos para la compleción de la lengua francesa.

    En las primeras décadas del siglo XVI, Martín Lutero aseguraba que la lengua alemana era la más perfecta. Con todo, esta lengua tuvo que esperar al asentamiento del Imperio alemán, en 1871, para convertirse en el valor preeminente del binomio nación-Estado, al estilo posrevolucionario francés. Mientras tanto, el ideologema nación-cultura prevalecería sobre el otro en el contexto germano.²⁷ En el siglo XVIII, algunos de los enciclopedistas se negaron a aceptar que el francés descendiese directamente del latín, atendiendo al génie principal de la langue. Argumentaron que su idioma era la continuación moderna de una lengua celta muy anterior que, durante la época del dominio romano, había incorporado muchas palabras latinas.²⁸ El prestigio cultural, en mayúsculas, que iba tomando el francés lo erigía en lingua franca, capaz de prestar neologismos a los otros idiomas. La Real Academia Española (1714) vigilaba los galicismos, que empañaban la labor codificadora de la institución: De esta manera, si los lingüistas anteriores pedían propiedad y pureza en las palabras, la Academia quiere someterlas a un juicio de sangre […]. El problema del galicismo comenzaba a inquietar.²⁹ El escolapio Benito de San Pedro,³⁰ en el Arte del romance castellano, dispuesta según sus principios generales y el uso de los mejores autores (Valencia: Imprenta de Benito Monfort, 1769), prevenía contra el uso de los barbarismos o extranjerismos sancionados por la Real Academia Española (RAE). Asimismo, el autor condenaba los vulgarismos por metátesis y otros fenómenos propios de los registros no formales de la lengua —perlado por prelado o sútil por sutil—,³¹ en un momento en que la variedad estándar desarrolla todo su influjo como referente del buen uso del idioma.

    La supremacía lingüística de algunas de las lenguas europeas en la época contemporánea representó el triunfo de los mecanismos coactivos del Estado —creencias e ideologías legitimadas por la autoridad— sobre el conjunto de la población. En los siglos XVI y XVII, en Francia y España la codificación es ya un asunto de gobierno. Sin embargo, en otros lugares se tiene que esperar a que la política acompañe a la lengua. El desenlace de la questione della lingua italiana —la preocupación por la norma que ocupa a los escritores— no se produce hasta el siglo XIX con el Risorgimento o unificación del Estado italiano.³² Mientras tanto, los italianos tuvieron que aferrarse a los autores clásicos. Por el contrario, los catalanes se distanciaban de la tradición literaria clásica y la lengua libresca se empezaba a nutrir de préstamos de la lengua española. Esta última entraba en una época floreciente que la conduciría a su Siglo de Oro:

    […] el rumbo que a fines del siglo XIV sobre todo a partir del XV toma el vocabulario catalán. Su orientación deja de conformarse siempre con lo que ocurre en Occitania para adoptar actitudes cada vez más afines con lo hispanolusitano. […] Este desvío tiene lugar cuando hay un relevo de dinastía en la Corona de Aragón, al morir sin sucesor el rey Martín el Humano (1410) y entrar a reinar la casa castellana de los Trastámaras. […] También es entonces cuando empiezan a afianzarse los primeros castellanismos: boda, buscar, casar […], que lucharán con y a menudo triunfarán de los genuinos: noces, cercar, maridar […]. Tales castellanismos se hacen presentes de manera más intensa en los siglos XVI y XVII, coincidiendo con la época de decadencia cultural catalana, la cual es contemporánea precisamente del Siglo de Oro español. Sin embargo, no vamos a imaginar que muchos de los préstamos que afloran en obras de este período […] arraigarán en el pueblo: agasajo, aposento, etc., son forasterismos librescos.³³

    Finalmente, el siglo XVIII, con los Decretos de Nueva Planta —promulgados entre 1707 y 1716 en los territorios catalanohablantes de la península Ibérica—, significó la pérdida total de potestad jurídica para los catalanes.³⁴ Se imponían en la Corona de Aragón las leyes de Castilla.³⁵ El capítulo séptimo de la Nueva Planta de Mallorca e Ibiza (28 de noviembre de 1715) decía: declaro y mando que, en adelante, cesen en Mallorca las costumbres y leyes que hablen de extranjería.³⁶ El capítulo décimo otorgaba la facultad de acuñar monedas al Consejo de Castilla. En 1719, la Audiencia³⁷ anunciaba que la moneda usada en la isla quedaba fuera de circulación. El 10 de mayo de 1730, la Cámara del Consejo ordenaba que los funcionarios castellanos fuesen numéricamente superiores a los catalanes en las audiencias, e indicaba que los fiscales debían ser castellanos: La Cámara ha procedido siempre con reflexión a que siempre sea mayor el número de castellanos en cada sala que el de naturales, y los fiscales siempre castellanos.³⁸ Los libros municipales del Ayuntamiento de Palma, entre 1720 y 1730, se llenaban de instancias que gremios y particulares dirigían al Consistorio con el objeto de reclamar el uso de la moneda propia. En 1731 se debía recordar a la población la obligatoriedad, bajo sanción, de dar circulación a la moneda castellana, hasta el momento empleada solo por militares y funcionarios castellanos. El capitán general, Antoni Alós, en 1773 mandaba a los mallorquines entregar las piezas isleñas para depositarlas en la Casa de la Moneda de Madrid y Sevilla. Finalmente, el 25 de octubre de 1787, una real orden clausuraba definitivamente la Casa de la Moneda mallorquina, creada en 1300. La fraseología popular recogió el sentimiento que estas imposiciones despertaron: Carles III i Felip V m’han deixat amb lo que tinc.³⁹

    A lo largo del siglo XVIII, se decretaron las primeras normas contra la lengua y la cultura catalanas. En 1716 los jurados del Reino de Mallorca se dirigían al Consejo de Castilla para expresar, entre otras, la duda sobre la (in)conveniencia de introducir el castellano —idioma que el común de la población no entendía— en la administración isleña:

    Que habiéndose introducido por la nueva Audiencia el despachar las letras y provisiones que van dirigidas a los bailes de las villas para ejecuciones y otras cosas en lengua castellana, cuando antes se despachaba en lengua mallorquina, se cree será muy nociva esta práctica al público y particulares por no encontrar en la mayor parte de las villas personas que entiendan la lengua castellana.⁴⁰

    La respuesta que ofreció el Consejo a los jurados se ha convertido en un icono de la historiografía catalana: Mando se ejecuten los despachos como se propone en ella —es decir, en lengua mallorquina—, previniendo mañosamente ir introduciendo la lengua castellana en aquellos pueblos.⁴¹ Sin embargo, en 1773, por Real Decreto se obligaba a que los libros de contabilidad se escribieran en castellano.

    El lenguaje pronto incorporó expresiones de rechazo a las exigencias de la lengua extraña. Así, el término foraster, en la acepción de castellano de nación o de lenguaje, adquirió semánticamente un valor negativo. El Alcover-Moll⁴² recoge el sentido peyorativo del término: "Foraster. Grosser d’enteniment o comportament (Mall). No sies tan foraster!".⁴³ Entre los mallorquines esta locución connotaba despectivamente a ellos, los hispanohablantes, frente a nosotros, los catalanohablantes. El periodista, poeta e historiador Miquel dels Sants Oliver (1864-1920) usaba el término forasterismo para referirse a las imposiciones castellanas y a la naturalización de estas entre la élite isleña: "Quedaron aquí tropas españolas con carácter permanente y vinieron empleados castellanos […]. De entonces data la influencia que podemos llamar forasterismo".⁴⁴ En su obra Mallorca durante la primera revolución (1901), describía las nefastas consecuencias de la Nueva Planta: Se hicieron levas durísimas, hasta tal punto de que los campesinos se abstenían de venir a Palma a vender sus frutos, temerosos de caer en manos de las patrullas. Interrumpían la quietud de los años alguna que otra fechoría de la soldadesca contra el paisanaje.⁴⁵ El Alcover-Moll recoge también la locución parlar foraster o en foraster, equivalente a hablar en castellano. El diccionario alude a las actitudes lingüísticas de los tránsfugas, que consideraban una característica de distinción el uso de la nueva lengua: Creuen que dona més llustre parlar i entendre es foraster.⁴⁶

    En 1802, el trinitario Miquel Ferrer, libelista, periodista y poeta, en el opúsculo Obreta petita sobre s’obra grossa del Dr. Don Antoni Llodrà, prevere, intitulada "Carta de un maestro a su discípulo". Obra, etc. escrita en llengua mallorquina per a que l’entenguen los qui no saben foraster, castellà i espanyol (a partir de ahora, Obreta petita), empleaba el término foraster en sinonimia con las denominaciones científicas del idioma. Por su parte, el erudito Josep Togores i Sanglada⁴⁷ reivindicaba el uso adecuado, correcto y estándar de su lengua materna, a la que denominaba mallorquín,⁴⁸ en oposición a la forastera: Gloses vull en mallorquí / qui responguen a ses meves. / Digues en es secretari / que no en vull de forasteres. / […] En mallorquí vull parlar, / i si dependís de mi, / tots hi parlarien clar.⁴⁹

    Esta conciencia cultural de los catalanohablantes, más allá de las circunstancias sociolingüísticas que forzaban el cambio lingüístico en la administración y en la escuela, (im)ponía límites a la homogeneización castellana. El término España significaba, para los catalanes, una realidad extraña al grupo. En 1758, Johann Jacob Volkmann —en el libro de viajes Neueste Reisen durch Spanien, publicado en Leipzig— daba cuenta de las diferencias culturales entre las dos realidades, así como del sentimiento grupal de los catalanes: De manera general, no se puede juzgar las costumbres de España por las de Cataluña, porque son muy diferentes. Los catalanes lo saben y consideran su país como una cosa peculiar. Por esta razón, cuando se van de viaje a las otras provincias dicen que se van a España.⁵⁰ Además, a pesar de las leyes que obligaban con el castellano, no es hasta el siglo XIX, a través de la prensa periódica, cuando se empieza a popularizar este idioma. Con estas palabras lo expresaba el archiduque Luis Salvador de Austria: A la mayor divulgación de la lengua castellana ha contribuido recientemente, y en no poca medida, el número creciente de periódicos publicados en dicha lengua.⁵¹ El insigne personaje visitó en la segunda mitad del siglo XIX las islas,⁵² relatando su experiencia de viajero sagaz y culto en la obra Die Balearen in Wort und Bild Geschildert (Las Baleares descritas en texto e imágenes),⁵³ publicada en Leipzig entre 1869 y 1891.

    La pesada carga que supuso para algunos hablantes de la Europa contemporánea la obligación de adoptar una lengua extraña quedó acuñada en las expresiones populares que recomendaban hacerlo en estado de embriaguez. En occitano, la frase coumenço de parla francés se aplicaba a une personne entre deux vins; en Galicia, se decía que un vino demasiado alcohólico faiche falar castellano.⁵⁴ La creencia de que la desinhibición por ingesta alcohólica permitía la verborrea en una lengua distinta, que además se sentía distante, había popularizado en el ámbito catalán la paremia El bon vi fa bon llatí.⁵⁵

    En los hablantes de lenguas europeas despojadas de autoridad se abría una brecha en el sentimiento de lealtad grupal. Baldiri Reixac, en las Instruccions per a l’ensenyança de minyons (1749),⁵⁶ confrontaba a los catalanohablantes que no se sometían al cambio lingüístico con los que mostraban desafección por lo propio, dado que querían ingresar en el grupo dominante. Asimismo, ponía de manifiesto las consecuencias de la subordinación en el código lingüístico catalán. Se lamentaba de la falta de voluntad correctiva hacia el idioma:

    I com no fàltien catalans que a vegades desprecien nostra llengua, és precís advertir aquí que la rusticitat, grosseresa i falta de termes que li imputen, provenen de dos causes: l’una és que dites persones tenen lo geni d’estimar més lo que és foraster. Per la raó contrària hi ha catalans que prefereixen la llengua catalana a totes les demés, perquè sols estimen lo que és de sa pàtria, o bé perquè, com no estan acostumats a oir parlar altres llengües, los apar que són dures, seques i desabrides, singularment si no les entenen. La segona causa és perquè hi ha poc cuidado en esta província d’ensenyar a parlar lo català amb aquella perfecció i gentilesa que es deuria parlar.⁵⁷

    Ciertamente, el pedagogo achacaba, como lo harían los del género apologético, los problemas del catalán a su condición de lengua sometida. Distinguía entre las cualidades intrínsecas del idioma, que calificaba de excelentes, y las vicisitudes contextuales, que excluían el catalán de los ámbitos simbólicos del lenguaje. Aseveraba que en circunstancias favorables el catalán luciría como cualquier otro idioma referencial: I és cert que si en català s’escrigués tanta còpia de llibres com en llatí i en castellà, vindria a ser nostra llengua tan fèrtil en les veus com és la llatina i l’espanyola, perquè los hòmens doctes aplicarien a nostra llengua totes aquelles veus que vindrien bé per explicar les coses, així com se fa en la llatina i espanyola.⁵⁸ La conciencia de que una lengua conseguía la compleción formal mediante su estandarización era ya un postulado entre los autores de la Europa moderna. De ahí que Du Bellay, siguiendo los razonamientos de Speroni sobre la importancia de la lengua propia, exhortara a los escritores franceses a que usaran su lengua materna en detrimento del latín.

    1.1. Latín y catalán en la imposición del castellano

    En la España del siglo XVIII, las gramáticas prescriptivas y a la vez correctivas, que a partir de la Real Cédula de 23 de junio de 1768 se adaptaron al uso escolar, buscaban extender la norma lingüística para dar cumplimiento a la citada ley, que mandaba universalizar el castellano: Real Cédula de Su Majestad a consulta de los señores del Consejo, reduciendo el arancel de los derechos procesales a reales de vellón en toda la Corona de Aragón; y para que en todo el reino se actúe y enseñe en lengua castellana, con otras cosas que se expresa.⁵⁹ La disposición dictada por Carlos III en Aranjuez exigía el uso del idioma español en la administración y en la escuela, al tiempo que recomendaba, en el capítulo séptimo, su utilización en la Iglesia:

    Finalmente mando que la enseñanza de las primeras letras, latinidad y retórica se haga en lengua castellana generalmente donde quiera que no se practique, cuidando de su cumplimiento las audiencias y justicias respectivas; recomendándose también por el mi Consejo a los diocesanos, universidades y superiores regulares para su exacta observancia y diligencia en extender el idioma general de la nación para su mayor armonía y enlace recíproco.⁶⁰

    Sin duda alguna, la Real Cédula de 23 de junio imponía la lengua estatal, silenciaba las otras lenguas vivas distintas de la castellana y arrinconaba el latín. El capítulo cuarto del mandato real calificaba de lengua extraña —se entiende que para el uso común— la lengua clásica:

    En la Audiencia de Cataluña quiero cese el estilo de poner en latín las sentencias, y lo mismo en cualesquiera tribunales seculares donde se observe la práctica, por la mayor dilación y confusión que esto trae, y los mayores daños que se causan; siendo impropio que las sentencias se escriban en lengua extraña, y que no es perceptible a las partes, en lugar que escribiéndose en romance con más facilidad se explica el concepto y se hace familiar a los interesados.⁶¹

    La política lingüística del Estado se dirigía a desplegar el español en todos los ámbitos, en detrimento del latín y de las demás lenguas. Las expresiones correctivas sobre el idioma prestigiado se manifestaban como concreciones del sentimiento de lealtad lingüística que desde las instancias pedagógicas (discursos políticos, leyes, academias, ámbito educativo) se imponía. Las obras escolares para la enseñanza del español se escribían atentas a estas ideologías. La grandeza de la nación corría paralela a la plenitud funcional y simbólica de la lengua. Así lo expresaba San Pedro (1769) en el prólogo a su gramática:

    Las lenguas han seguido la condición de los pueblos que las han hablado. Una lengua es tanto más excelente en riqueza de palabras, variedad y artificio de colocarlas, y en ingeniosas y agradables frases o maneras de hablar, cuanto ha sido la nación que la ha cultivado en grandeza de ánimo, fuerza de ingenio, elegancia de costumbres y extensión de imperio. […] No ha habido jamás imperio más grande y dilatado que el español en el decimosexto, y este mismo es el de la grandeza y perfección de nuestra lengua.⁶²

    Sin embargo, en el ámbito europeo el francés iba a la cabeza: las revistas publicadas en este idioma se leían por todo el continente. Reixac (1749) atribuía al idioma galo cualidades superiores a las que pudiera tener la lengua española y aun la latina: […] notarem aquí l’excel·lència de la llengua francesa i la utilitat i necessitat que tenen d’ella los espanyols. Ella és tan excel·lent en si mateixa —vull dir, en lo modo de pronunciar-se—, que molts la judiquen superior a l’espanyola, i tenen per basta i grossera la pronunciació espanyola respecte de la francesa.⁶³ En 1744, la Academia de las Ciencias de Berlín sustituía el latín por el idioma de París. Proponía para el concurso de redacción, en 1782, el explícito tema Qu’est-ce qui a fait la langue française la langue universelle de l’Europe?.⁶⁴

    Las lenguas asumían una posición de gran envergadura en la escala de los valores sociales. En 1771 salía a la luz la Gramática de la Real Academia Española (GRAE). El prólogo a la obra constituye un alegato a favor de la lengua común. Los académicos daban por sentado que el español era el idioma natural de prácticamente todos los vasallos de Su Majestad. Pasaban por alto a los catalanohablantes que ignoraban aquel idioma, así como a otros hablantes de lenguas vivas distintas al español:

    Todas las naciones deben estimar su lengua, pero mucho más aquellas que abrazando gran número de individuos gozan de un lenguaje común que les une en amistad e interés. Ninguna, señor, podrá constarse en esta clase con mejor título que la nuestra, pues a todos los vastos dominios y casi innumerables vasallos de V.M. es común la castellana; y, ya que la ha llevado con su valor a los últimos términos del orbe, debe ponerla con su estudio en el alto punto de perfección a que puede llegar.⁶⁵

    Lo cierto es que las políticas lingüísticas derivadas de la Real Cédula de 23 de junio de 1768 perseguían generalizar el español en detrimento del paisaje lingüístico del momento. La Real Provisión de 22 de diciembre de 1780 exigía saber gramática española para poder acceder a los estudios de latinidad: A ninguno se admita a estudiar latinidad, sin que conste antes estar bien instruido en la gramática española.⁶⁶ De esta manera, no solo el idioma clásico quedaba excluido de las primeras letras, sino que también se arrinconaba las demás lenguas vivas. Decididamente, el ámbito educativo tenía que hablar exclusivamente en castellano. A tal fin, el padre Scío de San Miguel publicaba el Método uniforme para las escuelas de Castilla, deletrear, leer, escribir, aritmética, gramática castellana y ejercicio de doctrina cristiana, como se practica por los padres de las Escuelas Pías (1780). En el proceso hacia la universalización, se encargó a la escuela enseñar a los nativos el buen castellano. El mandato se dirigía también a los alófonos, un sector de la población que curiosamente había desaparecido del universo discursivo institucional. Se desplegaron medios para lograr la extensión del español. En este sentido, los escolapios ejercerán una importante tarea castellanizadora en Cataluña.⁶⁷

    En el espacio lingüístico catalán, algunas voces disconformes con la política de homogeneización lingüística se alzaron en contra de la discriminación del latín. En Mallorca se publicaba, en 1820, el manual escolar Reglas para traducir con exactitud, y facilidad el latín al castellano (Palma: Imprenta Garcia). En el prólogo, el autor —bajo el pseudónimo un apasionado a la literatura latina y con las siglas J.M.J.— se dirigía al traductor principiante alentándolo en el estudio de la lengua clásica: "Procurad, repito, entender el latín, aunque tantos políticos lo persigan a sangre y fuego. Pues muchos, que pretenden conocer el origen

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