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El largo intervalo: historia de la recepción de "El Bernardo" de Balbuena (1624-1832)
El largo intervalo: historia de la recepción de "El Bernardo" de Balbuena (1624-1832)
El largo intervalo: historia de la recepción de "El Bernardo" de Balbuena (1624-1832)
Libro electrónico501 páginas6 horas

El largo intervalo: historia de la recepción de "El Bernardo" de Balbuena (1624-1832)

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El Bernardo de Balbuena es una obra clave de la historia literaria hispánica. Sin embargo, a pesar de haber sido considerada frecuentemente como la mejor epopeya en lengua española, por delante de la Araucana, hoy «espera su turno en las antesalas de la erudición» (Gimferrer dixit). Junto con la mayor parte del inmenso cuerpo de la épica literaria de la Edad Moderna, se encuentra ausente de colecciones, antologías y planes de estudios. Además, por el azaroso hecho de que la figura de Balbuena parece escindida entre las actuales México y España, el poema permanece olvidado en las dos orillas, como diría Fuentes. En esta monografía se estudia el papel protagónico que este poema desempeñó en la conformación de la primera historiografía literaria hispánica y su canon desde 1624, el año de aparición de la princeps, hasta 1832, el previo a la publicación de la Musa épica de Quintana: un periodo en el cual la épica literaria era todavía un género vivo. Se presenta, en suma, la historia de las recepciones y mediaciones del poema y de quienes, a lo largo de dos siglos, resoñaron su sueño literario.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 may 2024
ISBN9783968695907
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    El largo intervalo - Martín Zulaica López.

    CAPÍTULO PRIMERO

    SIN PENA NI GLORIA (1624-1671)

    El Bernardo pasó sin pena ni gloria entre sus contemporáneos. Recibió algunas menciones elogiosas, pero no fue aclamado de forma general ni ocupó un espacio central del campo literario del momento (§4). Su dilatado y azaroso proceso de impresión en la península, dirigido desde el continente americano, probablemente explique en parte la mala difusión que recibió en un primer momento (§31). Además, algunos indicios permiten suponer que una parte sustancial de la primera tirada de ejemplares, que había sido enviada a Puerto Rico a las manos del prelado poeta, fue destruida (§32). Esto pudo ocasionar verdaderas dificultades para conseguir ejemplares del poema y, en definitiva, limitar su recepción. La epopeya, llamada a completar la imagen de Balbuena como un poeta de producción pura (§41), solo alcanzó la imprenta, según parece, gracias a la ayuda de Lope de Vega (§32), lo cual explica que buena parte de las noticias de recepción del poema procedan de ingenios de su entorno (§5).

    § 3. LA PRINCEPS

    1. El proceso de publicación de El Bernardo es complejo, y se extiende a lo largo de tres lustros. Una primera redacción del poema recibió la aprobación y un primer privilegio de impresión en el año 1609, pero por motivos que todavía hoy desconocemos el proyecto no llegó a buen término.¹ En 1615 el prelado trató nuevamente de imprimir el poema desde las Indias, según se deduce de la redacción del Prólogo,² que, en opinión de varios especialistas, se incorporó entonces a la obra (Van Horne 1940, p. 108 y Rojas Garcidueñas 1982, p. 34), pero la empresa volvió a fracasar. Tanto se retrasó el proyecto que en 1622 el dedicatario original del poema, don Pedro Fernández de Castro, VII conde de Lemos, falleció sin que este se hubiera impreso, obligando a Balbuena a ofrecer el poema a su sucesor. En la nueva dedicatoria a Francisco Fernández de Castro, VIII conde de Lemos, Balbuena lamentaba la tardanza en la impresión, que «hasta ahora no se ha hecho, por las dificultades con que de ordinario caminan las cosas que van sobre diligencia de cuidados ajenos». El 9 de julio de 1624, el secretario del rey Felipe IV, Sebastián de Contreras, redactó la cédula que concedía una ampliación del privilegio real para imprimir un «libro intitulado, Bernardo del Carpio» al obispo de Puerto Rico Bernardo de Balbuena. Fueron finalmente los operarios de la imprenta de Diego Flamenco quienes se ocuparon de preparar las planchas completando la ‘Fe de erratas’ el 18 de septiembre de 1624, y el libro fue tasado en doscientos ochenta maravedís el 28 del mismo mes, con lo que «poco menos de veinte» años después de compuesto, según se afirma en el Prólogo § [3], Balbuena veía por fin impreso El Bernardo

    Lope de Vega: ¿conseguidor de la edición?

    2. La escasa documentación que conocemos sobre esta impresión parece indicar que solamente pudo llevarse a cabo gracias a la mediación de Lope de Vega. Balbuena hubo de conocerle, seguramente gracias su primo Miguel Sánchez Cejudo —del círculo íntimo del fénix—, en su viaje a la península ibérica entre 1606 y 1610 para obtener el título de doctor por la Universidad de Sigüenza.⁴ En este tiempo, además, Balbuena obtuvo poesías laudatorias de Lope, Quevedo y Baltasar Elisio de Medinilla, entre otros, para su novela pastoril Siglo de oro en las selvas de Erífile (1608). Es probable que existiera una correspondencia entre ambos ingenios a partir de este momento, pero no conservamos pruebas documentales al respecto. Sabemos que cien ejemplares de la príncipe de El Bernardo fueron enviados en la flota de 1625 a Balbuena en la isla de Puerto Rico por Diego Rodríguez de Loaysa.⁵ Además nos consta una carta de poder de 27 de abril de 1627 por la que Lope de Vega autorizó a su factótum sevillano Antonio de Toro a cobrar 800 reales del mercader Pedro Rodríguez de Loaysa que le había otorgado el «señor obispo de Puerto Rico».⁶ El documento lee así:

    Sepan cuantos esta carta de poder vieren como yo, Lope de Vega Carpio, vecino de esta villa de Madrid, otorgo y conozco por esta presente carta que doy y otorgo todo mi poder cumplido, cuan bastante de derecho se requiere y es necesario y más puede y debe valer a Antonio de Toro, mercader de libros vecino de la ciudad de Sevilla especialmente para que por mí y en mi nombre haya, reciba y cobre del Señor D. Pedro Rodríguez de Loayssa, mercader, vecino de la dicha ciudad, ochocientos reales por otros tantos que su señoría del señor obispo de Puerto Rico me hizo merced, y le remitió carta para que me pagara la dicha cantidad de los bienes que administra del dicho señor obispo, según y como en ella se contiene. [Aquí las facultades generales de un poder, impresas.]

    En la villa de Madrid a veinte y siete días del mes de abril de mil seiscientos veinte y siete años siendo testigos Alonso de Escobar y Joan de Barrioayuso y Luis de Piña estantes en esta corte y el otorgante a quien conozco lo firmó de su nombre. Testado: señor Diego, no vale.

    Lope de Vega Carpio [firmado y rubricado] Pasó ante mí, escribano Joan de Piña [firmado y rubricado].

    Parece razonable pensar que estos dos Rodríguez de Loaysa, Diego y Pedro, relacionados con el comercio de libros en la Carrera de Indias por las mismas fechas tuvieran algún parentesco.⁸ De este modo Balbuena habría empleado el mismo conducto comercial para recibir los ejemplares de su libro y para hacer llegar una gratificación económica a Lope, con lo que resulta una hipótesis razonable pensar que entre ambas operaciones pueda haber una relación causal más o menos directa.⁹ Lope podría haberse encargado de favorecer la impresión del poema y Balbuena le habría hecho merced de esos 800 reales. Además, debe tenerse en cuenta que la «Tasa» de El Bernardo establece un precio de 280 maravedís por ejemplar. Por tanto, el precio de los 100 ejemplares que enviaron a Balbuena era de 28.000 maravedís o, lo que es lo mismo, de 800 reales (1 real = 35 maravedís). Exactamente la misma suma remitida por «el obispo de Puerto Rico» a Lope. De este modo, parecen mejor contextualizados los encomios del fénix de los ingenios dedicados a la epopeya de Balbuena en su Laurel de Apolo, que comentaremos a continuación, y se pone en perspectiva la correspondencia de los contenidos del prólogo de la Jerusalén conquistada (1609) con los de El Bernardo.¹⁰

    § 4. POSICIÓN EN EL CAMPO LITERARIO Y ROTA VERGILII

    1. Antes de publicar su epopeya, Balbuena ya había dado a la imprenta otras dos obras: la extensa epístola en tercetos describiendo la ciudad de México Grandeza mexicana (1604), y la novela pastoril Siglo de oro en las selvas de Erífile (1608); y en ambas había anunciado la publicación del poema épico sobre Bernardo del Carpio, que tenía por la mayor de sus obras. Si observamos este corpus literario podemos percatarnos de que se inscribe en el esquema programático medieval de la rota Vergilii de manera cabal,¹¹ con una obra por las Bucólicas, una por las Geórgicas y una por la Eneida.¹² Balbuena demuestra de este modo haber llevado a cabo un consciente diseño de su carrera literaria encaminado a obtenerle el mayor capital simbólico posible en el campo literario de su tiempo del mismo modo que lo hicieran también Cervantes o Lope de Vega.¹³ Sus tres tomas de posición públicas como literato, pues sabemos que compuso otras obras que nunca logró publicar, lo sitúan entre sus contemporáneos como poeta bucólico, didáctico y épico —capaz de ocuparse de pastores, trabajadores y héroes— y de escribir siguiendo los metros y registros bajo, medio y elevado. Balbuena procuraba emular al autor de mayor relevancia en el canon literario. En la primera de sus publicaciones, además, incluyó su icón en un grabado xilográfico con el objetivo de poder ser recordado [ilustr. 1], en una nueva toma de posición prestigiadora: «la virtud es la sola y única nobleza».¹⁴ Balbuena, hijo natural de plebeyos, sería recordado por el fruto de su virtus, su poesía.

    Ilustración 1. Bernardo de Balbuena, xilografía incluída en Grandeza mexicana: (México: Melchior Ocharte, 1604). «summa laboris habet»; «bernardo de balbuena»; «nobilitas sola est atque unica virtus».

    Sus obras no iban destinadas a alcanzar el triunfo popular ni cortesano, sino reputación intelectual en un ejercicio de autofiguración dentro del campo literario que pudiera traducirse, a la postre, en la concesión de mercedes económicas y de reconocimiento social, tal como sucedió con el nombramiento como abad de Jamaica primero, y como obispo de Puerto Rico después. Su obra entraría, dentro de una distinción muy general pero operativa, en lo que se ha dado en llamar como producción pura destinada al público docto o discreto, a los instruidos en letras humanas, frente a la destinada al vulgo que podemos considerar masiva.¹⁵ En particular, la obra que mayor reconocimiento había de otorgarle era su epopeya, pues era tenido por el género superior y de mayor mérito.

    2. Esta preminencia del género épico la atestigua, por ejemplo, el hecho de que para ingresar en la madrileña Academia Peregrina, según sus estatutos,¹⁶ los candidatos en cualquier disciplina (dialéctica, lógica, medicina, filosofía moral, derecho, gramática, jeroglíficos, emblemas, letras humanas, poesía de todo género, dramática, poética, ortografía, astrología, magia, música, pintura, matemáticas, esgrima, arquitectura…) hubieran de presentar doce obras o bien realizar doce demostraciones públicas de sus conocimientos con la excepción de los poetas épicos:

    el que mereciere esta honra y grado, para que con ella llegue su fama a los más remoto, haya hecho, o haya de hacer doce actos, como los poetas cómicos, de doce comedias aplaudidas por grandes; los pintores doce pinturas admirables… O todos, cada uno en su facultad, sacado a luz alguna obra sumamente perfecta, o sustentando doce veces conclusiones públicas de las materias que en su arte señalaren (…) Siendo solo excepción de esta regla el Poeta heroico que bastará para ser laureado haber escrito un poema a quien aprueben los demás por famoso.

    La escritura de una sola epopeya era mérito suficiente para alcanzar la cima del Parnaso y para que los poetas fuesen admitidos en la Academia, dada la dificultad que albergaba completar una buena obra de este género.

    En el mismo sentido, otros textos de la época inciden en la preeminencia de la épica en el campo literario coetáneo. Así ocurre con las burlescas ordenanzas pseudoapolíneas para los poetas españoles ideadas por Cervantes en el Viaje del Parnaso y puestas a la mano del poetón Pancracio de Roncesvalles, que reglamentaban:

    que todo buen poeta, aunque no haya compuesto poema heroico, ni sacado al teatro del mundo obras grandes, con cualesquiera, aunque sean pocas, pueda alcanzar renombre de divino, como le alcanzaron Garcilaso de la Vega, Francisco de Figueroa, el capitán Francisco de Aldana y Hernando de Herrera (p. 143).

    Las cuales insisten en ello ex contrario, salvada la ironía.

    Y algo análogo sucede con otro pasaje del Diablo Cojuelo. En este se presenta a un estudiante, e insufrible poetastro, dispuesto a escribir un poema heroico que quede para su posteridad —algo muy por encima de sus capacidades—:

    —No hay que reírse, que si Dios me tiene de sus consonantes, he de rellenar el mundo de comedias mías, y ha de ser Lope de Vega —prodigioso monstruo español y nuevo Tostado en verso— niño de teta conmigo, y después me he de retirar a escribir un poema heroico para mi posteridad, que mis hijos o mis sucesores hereden, en que tengan toda su vida que roer sílabas. Y agora oigan vuesas mercedes —amagando a comenzar— el brazo derecho levantado los versos de la comedia (1988, p. 132).

    La intervención del pedante personaje suscita las risas y amenazas del resto de los huéspedes de la posada que le están escuchando y que le tienen por un fanfarrón: la composición de un poema épico logrado estaba al alcance, solamente, de unos pocos.

    Así también Francisco Cascales defendía en sus Tablas poéticas que los poetas debían ser capaces de tomar una «materia conveniente a sus fuerzas» (1617, p. 23), dado que la escritura de los géneros más elevados, épica y tragedia, no era accesible a todos en cuanto a las dotes ni tampoco en cuanto a la inclinación individual: «quien no es bastante para hacer una obra épica, ni una tragedia, haga comedia, o haga una égloga, una sátira, una canción, o un soneto» (1617, p. 24). La consideración de la epopeya como cúspide de géneros y el deseo del reconocimiento y prestigio social que conllevaba movieron a Lope de Vega, a partir de un momento determinado de su carrera, a ocuparse en obras poéticas narrativas colindantes con la épica como el Isidro y, finalmente, en ella en la Dragontea, La hermosura de Angélica, la Jerusalén conquistada o la Corona trágica (Wright, 2001, pp. 136-137).

    3. Por lo que respecta a Balbuena, en la dedicatoria de la Grandeza mexicana a don Pedro Fernández de Castro añadida en la emisión de López Dávalos¹⁷, afirma que los versos panegíricos entonces presentados eran solo un «pequeño ensaye» (v. 42) frente a los que incluiría en otra obra mayor, El Bernardo (v. 50). Y anuncia que no ocupará más su pluma en describir el Nuevo Mundo o los sucesos allí acontecidos, como puedan ser las guerras de Arauco (vv. 241-256), prefiriendo dejar esa tarea a otros escritores (en clara referencia a Ercilla y Oña), ya que por mucho que lo hicieren con «estilos y venas de oro» no estarán tratando sino guerras bárbaras. Él, en cambio, cantará las hazañas del héroe de Roncesvalles contra príncipes cristianos y obtendrá crédito como poeta por ello:

    Yo cantaré de tu español Bernardo,

    las antiguas victorias y hazañas,

    de aquel siglo furor, del nuestro espanto,

    y en honra de su espada y de mi canto,

    mientras en veloz curso y brío gallardo

    vence las aventuras más extrañas

    y a León humilla las francesas sañas,

    no habrá golpe de afrenta,

    grandeza, antigüedad, pecho de cuenta,

    que allí no suene de ambas las Españas.

    Y celebrando asombros y portentos,

    y a ti por mi Mecenas

    en aulas de oro y de carbuncos llenas,

    deste árbol hallarás los fundamentos,

    y arrimada ya en él mi humilde rama,

    mío será el pregón, tuya la fama

    (vv. 257-272).

    Más adelante, en la conocida como «Carta al Arcediano», supedita el valor de la obra que entonces publica al de otros trabajos que dice no dar a la imprenta por el coste que tiene imprimir en el Nuevo Mundo; algo que se propone hacer en España:

    Y así los demás trabajos míos, si algún día como estos merecieren salir a la luz, será gozando de las comodidades de España, enviándolos allá o disponiéndome yo a llevarlos. Entre tanto, quiero que esta sombra y ademán de cosa vaya a descubrir tierra y ver el acogimiento que el mundo le hace (159).

    Además, Balbuena no hablaba solo basándose en sus propósitos, sino que ya había enviado para imprimir a España al menos una de sus obras, la novela pastoril Siglo de Oro en las selvas de Erífile. El dato lo conocemos por el soneto encomiástico dedicado a Balbuena del licenciado Miguel de Zaldierna que se incluye en la Grandeza mexicana, cuyo segundo cuarteto dice:

    Ya Erífile fue a España. Desencierra

    de ese tu Potosí de venas de oro

    el valiente Bernardo, y con sonoro

    verso el valor de su española guerra.

    Zaldierna afirma que la novela ha viajado a España para hacerse pública e invita a Balbuena a tratar de imprimir también El Bernardo.¹⁸ Pero algún contratiempo impidió que la pastoril viese la luz, de lo que da cuenta Balbuena en la dedicatoria de la misma a don Pedro Fernández de Castro. En ella explica cómo al regresar desde América a España —Balbuena desembarcó en Bonanza, o sea Sanlúcar de Barrameda, el día 16 de octubre de 1606— encontró esta obra de juventud que ya daba por perdida, y solicita el favor de su mecenas atendiendo a la obra principal que ya le ha presentado, «el famoso Bernardo», pues escribiendo esa novela se formó como poeta:

    Suplico a V. E. se digne de aceptar este servicio, y favorecer los principios en que se cortó la pluma para el famoso Bernardo, que ufano de haber ya llegado a los pies de V. E. piensa asombrar el mundo con tal grandeza.

    Ambos preanuncios de la publicación de su epopeya, tanto en la Grandeza mexicana como en el Siglo de oro en las selvas de Erífile, suponen tomas de posición conscientes en el campo literario que, junto con la publicación de El Bernardo, perfilan un habitus autorial destinado a la obtención de capital simbólico por parte de Balbuena como un escritor docto. A pesar de las adversidades —como vemos Balbuena no tuvo nunca mucha fortuna con sus gestiones editoriales— el Siglo de oro se publicó en Madrid en 1608 en la imprenta de Alonso Martín; y el poema épico parecía estar a punto de aparecer entonces, dispuesto a «asombrar el mundo».¹⁹ Pero Balbuena fue electo abad de Jamaica el 29 de abril de ese mismo año, y desde entonces hasta que partió de vuelta con la Flota de Indias en el verano de 1610 estuvo ocupado en numerosas gestiones administrativas con el estado español y con la Santa Sede que, a pesar de que El Bernardo obtuvo la aprobación y el privilegio para su impresión en febrero y julio de 1609 respectivamente, le impidieron ver en letras de molde el poema.²⁰ Así, quedó la obra pendiente de estampar, y no vio la luz hasta 1624 gracias a las gestiones que llevó a cabo el autor desde Puerto Rico (acaso con la mentada intercesión de Lope de Vega).

    § 5. RECEPCIÓN CONTEMPORÁNEA

    1. Las noticias de recepción contemporánea de la obra de Balbuena, y singularmente de El Bernardo, son escasas. Al parecer, la epopeya se convirtió pronto en un producto bibliográfico de difícil adquisición. De este modo, en el siglo XVII solamente tenemos constancia de que contaran con ejemplares de la epopeya grandes bibliógrafos como Vincencio Juan de Lastanosa y el virrey Pedro Antonio de Aragón (Díez Borque y Bustos Tauler, 2012, pp. 168 y 171), que también contaba con el Siglo de oro en las selvas de Erífile. Además, cabe la posibilidad de que también dispusiese de uno el secretario real Juan Fernández de Madrigal (Díez Borque y Bustos Tauler, 2012, p. 42).

    Recepción de la obra de Balbuena previa a la publicación de El Bernardo

    2. Por lo que respecta a la recepción de la obra de Balbuena en general o, específicamente, de sus obras menores, disponemos de varios testimonios escuetos. El primero de ellos lo encontramos en la fingida «Carta de las damas de Lima a las de México» de Mateo Rosas de Oquendo (c. 1580-c. 1635) conservada en su Cartapacio de diferentes versos. El autor, que había llegado a la Nueva España desde Perú hacia 1599, le menciona junto con Terrazas y González de Eslava:

    Y porque más dignamente

    sus alabanzas se canten

    van a buscar el favor

    de Terrazas y González.

    Y el divino Balbuena,

    cuyos conceptos suaves

    al viejo mundo se extienden

    porque en el nuevo no caben

    (Paz y Meliá ed. 1907, p. 168).

    En opinión de Peña (2000, p. 47): «El calificativo de divino lo coloca [a Balbuena] por encima de los dos novohispanos, y a la altura de los peninsulares Francisco de Figueroa y Fernando de Herrera, que lo llevaron en el siglo XVI».²¹ En segundo lugar, Cervantes menciona en el Viaje del Parnaso (1614) su novela pastoril —nótese que en esta fecha El Bernardo aún no había sido publicado—: «Este es aquel poeta memorando / que mostró de su ingenio la agudeza / en las selvas de Erífile cantando» (Viaje del Parnaso, II, 205-207). En tercer lugar, el poeta sevillano Juan Bermúdez y Alfaro (c. 1579-c. 1621) le menciona elogiosamente entre los escritores del «museo» literario mexicano por el tiempo en que residió allí su pariente Luis de Belmonte Bermúdez (c. 1577-c. 1649). Lo hace en el prólogo que escribió a La Hispálica (ed. Piñero Ramírez, 1976, p. 8), poema épico de este último concluido y prologado entre 1616 y 1619 (Piñero Ramírez, 1976, p. 62). Por último, Agustín Collado del Hierro, según su editor moderno, parece citar el Siglo de oro en las selvas de Erífile en su poema Granada —aunque se trata de una afirmación dudosa— (Fernández Dougnac, 2015, p. 653, VIII, 44).

    Obras bibliográficas: León Pinelo y Tamayo de Vargas

    3. En cuanto a las primeras obras bibliográficas del XVII el panorama no es mucho más ventajoso. El Epítome de la biblioteca oriental y occidental de Antonio de León Pinelo, elaborado como una «memoria de libros de Indias», recoge exclusivamente la publicación de la Grandeza mexicana (1629, p. 97), por ser obra aparecida en la Ibérica —nombre con el que el autor designa al continente americano— y no da cuenta de las obras de Balbuena impresas en Madrid.

    4. Por su parte, el bibliógrafo Tomás Tamayo de Vargas (c. 1589-1641) solamente tuvo noticia del Siglo de oro en las selvas de Erífile (2007, p. 264). Su Junta de libros no alcanzó la imprenta, por lo que su importancia para el devenir de los estudios bibliográficos e históricos sobre la literatura española quedó reducida. No obstante, sirvió de base a Nicolás Antonio y, a través de él, constituye el primer eslabón de la bibliografía hispánica moderna.²² En este tratado no figuran la Grandeza mexicana, algo razonable por cuanto había sido impresa en México, ni El Bernardo, lo cual es más sorprendente porque el poema se publicó en Madrid, lugar de residencia del erudito. Podría achacarse la ausencia de El Bernardo a que su fecha de publicación coincide con el último año del arco temporal que Tamayo de Vargas se propuso registrar en su tratado, 1624. Sin embargo, la Junta de libros registra 31 títulos de ese año además de otros 43 fechados entre 1625 y 1639 (2007, pp. 53-54). Más aún, entre los títulos registrados se encuentran los Donaires del Parnaso de Castillo Solórzano, que aparecieron en el mismo año y por la misma imprenta, la de Diego Flamenco, que El Bernardo. La ausencia del poema épico parece apuntar a que ya desde un primer momento el texto no fue de fácil adquisición.

    La sátira literaria de Saavedra Fajardo

    5. Por la importancia que tuvo en la constitución de un subgénero de sátiras literarias hispánicas durante el siglo XVIII, debemos detenernos a considerar brevemente el opúsculo satírico de Diego de Saavedra Fajardo (1584-1648) conocido hoy como República literaria. Su primera redacción en Italia se data entre 1614 y 1620. Con un marco narrativo fantástico, hacía crítica de la literatura española integrándola con la clásica y contemporánea europea —se emplea el término «literatura» en un sentido amplio, es decir, comprendidas todas las disciplinas—.²³ El texto circuló manuscrito en vida del autor en esta redacción y en una segunda de hacia 1642. En esta última apareció publicado por vez primera, ya póstumamente, en 1655 como Juicio de artes y ciencias y bajo el nombre de un suplantador —Claudio Antonio de Cabrera—;²⁴ y en 1670 con el de República literaria y ya atribuido a Saavedra Fajardo gracias al canónigo José Salinas. Por una parte, el texto de la primera versión, dada su fecha de redacción, no podía hacer mención de El Bernardo. Por otra parte, no lo hizo el de la segunda, a pesar de que Saavedra trató de poner su opúsculo al día en estas materias.²⁵ La República sí incluyó, no obstante, menciones a los épicos Ariosto, Camoens, Ercilla y Barahona de Soto, lo cual parece indicar la escasa relevancia que la obra de Balbuena alcanzó en el campo literario coetáneo. Ahora bien, mientras que El Bernardo no figura en el opúsculo de Saavedra Fajardo sí lo hará, sin excepciones, en las obras escritas a zaga de la huella de la República literaria durante el siglo siguiente —en el Juicio lunático de Porcel (§85-7), en la Lección poética y La derrota de los pedantes de Moratín hijo (§105-6) o en la Sátira contra los vicios introducidos en el lenguaje castellano y las Exequias de la lengua castellana de Forner (§108-9)—.²⁶

    Mira de Amescua

    6. Los testimonios de recepción contemporánea de El Bernardo no son mucho más numerosos que los de sus obras menores. Balbuena había llegado a la península en 1606 con el objetivo de doctorarse por la Universidad de Sigüenza y de impulsar su carrera literaria y eclesiástica. En esta época, gracias a su primo Miguel Sánchez Cejudo, hubo de entrar en contacto con Mira de Amescua, así como con Lope de Vega, Quevedo y otros ingenios peninsulares. El primero de ellos se prestó a escribir una juiciosa y extensa introducción «Al lector» para el Siglo de oro en las selvas de Erífile (1608), en la que presentaba la evolución del género bucólico desde la Antigüedad clásica hasta su época y destacaba la inspiración de las églogas de Balbuena en el modelo de Sannazaro. Por la misma época, cuando el poeta de Valdepeñas trató de publicar la primera redacción de El Bernardo, Mira de Amescua fue el encargado de redactar la aprobación legal para el poema —con fecha de 9 de febrero de 1609—. El texto legal, a pesar de su brevedad y de cierto tono formulario, nos ofrece sin embargo una clave de recepción fundamental sobre la obra:

    Este poema heroico, llamado El Bernardo, que v.m. me remitió, he visto con particular atención, y pienso que los españoles ingeniosos, dados a la lección de poetas, no tienen en su lengua poema como este, porque en la variedad de los sucesos y episodios hallarán imitado a Ludovico Ariosto, y en la unidad de la acción, y cotextura de la fábula, a Torcuato Tasso, y así merece ser impreso y leído y su autor alabado. También advierto a v.m. que no hay en él cosa contra la Fe Católica, y buenas costumbres.

    El autor granadino destaca una de las claves del planteamiento macroestructural del poema, la intención de Balbuena de emular tanto a Ariosto en la «variedad de los sucesos» como a Tasso en la «unidad de acción y cotextura de la fábula». Es decir, su empeño por conciliar el modelo digresivo y episódico del romanzi junto con una acción principal unitaria a la manera de Virgilio y Tasso —algo sobre lo que tratará Lista posteriormente (§159), aunque este considera que Balbuena no cumplió su propósito—. Asimismo, y a pesar de su condición de texto legal, Mira de Amescua también señala que a su juicio el poema «merece ser impreso y leído y su autor

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