Instrumentos de naufragio
Por Manuel R. Montes
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Federico Vite
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Instrumentos de naufragio - Manuel R. Montes
Instrumentos de naufragio es sin duda alguna el más claro ejemplo de la potencia del narrador y ensayista mexicano Manuel R. Montes, que confirma una herencia insospechada, venida de Jesús Gardea y de António Lobo Antunes. Ejemplo de mi aseveración es Tadeo Mazur, protagonista de esta novela, quien nos muestra que la enfermedad es el motor más lúcido de la ficción. Mazur, trasunto de escritor e invidente, posee recuerdos que son espinas, y los usa para fabular desde la claridad hasta el desamparo y su paso por el mundo se torna convulso. La vida y la obra de Mazur yerguen el cuerpo de este libro en el que el lector encontrará la lucidez de quien entiende la literatura como un dispositivo para radiografiar a un hombre que recrea todo aquello que le incendia. Federico Vite
logo-edoblicuas.pngInstrumentos de naufragio
Manuel R. Montes
www.edicionesoblicuas.com
Instrumentos de naufragio
© 2023, Manuel R. Montes
© 2023, Ediciones Oblicuas
EDITORES DEL DESASTRE, S.L.
c/ Lluís Companys nº 3, 3º 2ª
08870 Sitges (Barcelona)
info@edicionesoblicuas.com
ISBN edición ebook: 978-84-19805-35-5
ISBN edición papel: 978-84-19805-34-8
Edición: 2023
Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales
Ilustración de cubierta: Héctor Gomila
Fotografía de contraportada: Diana Cárdenas
Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.
www.edicionesoblicuas.com
Contenido
Instrumentos de naufragio
Traslaciones literales del acervo secreto de Tadeo Mazur
El autor
A los embajadores del tango Krzysztof Galus y Jennifer Jarrett
A Chili
Esta obra contó con el apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA), en el rubro Jóvenes Creadores, categoría Novela (2010-2011)
Blindness was not the end
Derek Walcott
Inhalo arabescos que modela en humo el nebulizador. Los catéteres arponean dosis de antibiótico. Mi sudor emana yodo, destila el agrio rezumar de alcohol con el que se me rocía y friega sobre la sábana en la que yazgo. No me restituyen estos tratamientos ni fortalecen mi aptitud para reconstruir el episodio, la vaguedad anecdótica que precede los esguinces, el mondadientes con el que la costilla entrecorta las bocanadas de oxígeno si respiro. Y es imperativo que respire. Otro diapasón, el del páncreas, a intervalos me clava en el abdomen sus agudísimos alambres.
Acuden las enfermeras. Las convoca la tos que sin tregua taracea en lascas mi tráquea. Ceremoniosas, acuerdan duplicarme los mililitros de un líquido que abulta el grosor de las venas.
Decaigo.
Voces indistintas.
Altoparlantes de hospital. Puertas que azotan. Dos carcajadas placenteras o la misma, y su eco fidedigno. Tacones. Conversaciones. El infinitamente dilatado corredor que las extravía.
(La sueño. Elude la vigilancia de los practicantes y me brinda una visita. La insulto con piropos, con arrumacos viles que la ruborizan. Se atiene a un mutismo que infiero expectante. Mi hosquedad no le suscita la sensatez de huir. Esparce un vaho a perfume al acercarse, y se dispone, acomedida y servil, a mecer con cauta suavidad el yeso, equilibrándolo. Con esmero destrama los cabestrillos, los andamios que no restauran mi brazo derecho del codo hasta las falanges que, tumefactas, le tocan un pezón ciruela bajo el algodón de la bata).
Voces indistintas.
—¿Podría escucharme, si me acerco y le hablo, no tan alto?
—Intenta.
—Supongo que nos oye.
—Mea sin contenerse.
––O eyacula. Pobre.
—De sus piernas quedan sólo desgarraduras. El doctor Valcárel y sus auxiliares deliberan si canalizarlo al quirófano. Discuten si amputarle o no las extremidades.
—Mira.
—Sí, lo noto.
(Temblores de octogenario con Parkinson o de prestamista invalidando monedas en la balanza de su zarpa).
—La joven de la que, se rumora, es pariente, tiende a un movimiento similar. Me intriga que los dos lo reproduzcan, idéntico.
(Lo sueña. Desde que la internaron, irrumpe para profanarla. Se recarga en el barandal de la camilla. Presiona con desagrado y condolencia las marcas de los daños que la postran, palmeando las escarpaduras de la desfiguración. Ávido, codicia erotizarla y examina la sutura que le zurce la cadera, los muslos. Frota el plexo solar, las clavículas. Arquea, obispal, su espalda. Sorbe. La mordedura con la que le hinca los caninos en el durazno del pubis, la enerva).
—Atención. Otra retahíla.
—Nosotros, aljibe, pardo, avestruces, América, postal y leviatanes.
—¿Qué implican esas palabras?
—Es como si alucinara.
—Lapsus, una mera incoherencia de sílabas que lo emocionan.
—Tros, alji, ardo, truces, méri, tal y levia, tanes.
—Lo aqueja un trastorno de afasia, supuso el neurólogo, irreversible. Asume que nos dice algo distinto a lo que tartamudea.
—Niega y asiente, se incomoda.
—¿Qué podría ser lo que querrá expresar?
—No lo sabremos. Les aseguro que, si cree aducirnos