Poemas selectos
Por Joseph Brodsky
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Poeta ruso nacido en San Petersburgo en 1940.
De formación autodidacta, reconoció la influencia que en él ejercieron los poetas clásicos, los metafísicos ingleses y los poetas polacos modernos, además de Proust, W. H. Auden y Herman Melville.
Acusado de "parasitismo social", fue encarcelado durante dieciocho meses a la edad de veinticuatro años.
En 1972 emprendió el camino al exilio, obteniendo la nacionalidad estadounidense en 1977.
Sus "Poemas selectos", que reúnen una importante colección de su poesía, se publicaron en versión inglesa en 1973, seguidos de "Partes de la oración" en 1980 e Historia del siglo XX en 1986.
En 1981 obtuvo una beca de la Fundación MacArthur, y en 1987 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura.
Su producción literaria se extendió hasta su muerte, ocurrida en Nueva York el 28 de enero de 1996.
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Poemas selectos - Joseph Brodsky
24 DE DICIEMBRE DE 1971
Todos son algo magos, en Navidad.
En las tiendas hay nieve sucia y apreturas.
El gentío cargado de paquetes
organiza un asalto al mostrador
Por una lata de halva[1] de café:
cada cual es el rey y es el camello.
Redes, bolsas, capachos, paquetes,
gorros ladeados y corbatas torcidas.
El olor es a vodka y abeto, a bacalao,
a mandarinas, a canela, a manzanas.
Un caos de rostros oculta el camino
hacia Belén, tras la nieve cernida
Quienes llevan regalos humildes
Toman cualquier transporte, se apiñan en las puertas
Y se sumen en la entrada de los patios,
aun a sabiendas de que el Portal está vacío:
faltan los animales, y el pesebre, y Aquélla
que resplandece bajo nimbo de oro.
La nada, piensas; de inmediato, no obstante,
brota una luz sin origen visible.
Si supiera Herodes que a mayor poder
más cierto e infalible es el milagro…
En la constancia de semejante relación
se basa el mecanismo de las Navidades.
Hoy se celebra en todos lados,
juntando mesas para recibirlo.
Todavía no urge la estrella,
pero en los hombres se ve desde lejos
la buena voluntad, y los pastores
ya tienen encendidas las fogatas.
Nieva pesadamente. Las bocas de las chimeneas
trompetean. Cada rostro es una mancha.
Herodes bebe. Las mujeres esconden a los niños.
¿Quién llega? Nadie lo comprende:
ignoramos los signos, y quizá
ignore el corazón a Aquél que viene.
Pero, al abrir la puerta, la corriente
dispersa el espesor de la bruma nocturna
y queda al descubierto una forma embozada;
entonces en ti mismo descubres, sin turbarte,
un niño recién nacido y un Espíritu Santo.
Miras al cielo y allí está: la estrella.
1972
A UN TIRANO
Venía por aquí, aún sin entorchados:
con abrigo de paño; taciturno, cargado de hombros.
Luego, cuando arrestó a los asiduos del café,
poniendo fin a la cultura entera,
dio la impresión de estar vengándose (no de los clientes,
sino del Tiempo) por la pobreza, las humillaciones,
tanto café, tan malo, el tedio y las batallas
al veintiuno que perdía siempre.
Y el Tiempo encajó la venganza.
El local está lleno, ahora; carcajadas,
discos atronadores. Pero antes de sentarse
tiene uno el impulso de mirar en torno.
Plástico todo, niquelados, nada que guste;
y los pasteles saben a bromuro.
De vez en cuando, antes del cierre, a la salida del teatro,
se da una vuelta por aquí, pero sin pompa.
Todos se levantan al verlo entrar.
Unos por obligación y otros por gusto.
Con un gesto cansino de la mano
devuelve su sosiego a la noche.
Se toma su café —mejor que entonces—
y, bien acomodado en el sillón, mordisquea
una pasta tan rica, que los muertos
no gritan «¡oh!» porque no resucitan.
1972
EL FUNERAL DE BOBÓ
I
Ha muerto Bobó, pero no es menester descubrirse.
¿Cómo explicar la falta de consuelo?
Pero no es menester clavar la mariposa
en la afilada torre del Almirantazgo: sería mutilarla.
Mires a donde mires, en todas partes hay
rectángulos de ventanas. Como respuesta a «¿qué pasó?»,
abre una lata vacía por dentro
y di: «Pues eso mismo, o algo semejante».
Ha muerto Bobó. Y el miércoles se acaba.
No se ofrece refugio para nadie en las calles
cubiertas de blanco. Tan sólo el agua negra
del río de la noche se resiste a la nieve.
II
Ha muerto Bobó, y este verso está triste.
Rectángulos de ventanas, semicírculos de arcos.
Hace tantísimo frío, que quien quiera matarte
tendrá que utilizar armas de fuego.
Adiós, Bobó, mi dulce y bella amiga.
Dejemos las lágrimas para el queso curtido.
No tenemos valor para seguirte,
ni fuerzas para hacer un alto.
Desde ahora te digo que tu imagen
no se marchitará, sino al contrario,
haga calor o frío terrible como ahora
en la incomparable calle concebida por Rossi.
III
Ha muerto Bobó: sentimiento
que bien podría compartirse, pero resbaladizo
como el jabón. Hoy tuve un sueño.
Me veía tendido en la cama, como estaba.
Arranca la hoja, pero cambia la fecha.-
las desdichas empiezan con un cero.
Los sueños, sin Bobó, semejan la vigilia,
y el aire penetra en el