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Entre dos amores
Entre dos amores
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Libro electrónico485 páginas6 horas

Entre dos amores

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Susana es una hermosa niña rubia de ojos verdes. Pese a que perdió a su madre con tan solo once años y, a la vez, quedar en la pobreza, toma la decisión de encargarse de su familia brindando todo su apoyo y convirtiéndose en la mano derecha de su padre. Con mucho entusiasmo y convencida de llegar a tenerlo todo para compartir con su padre y hermanos de nueve y seis años, a quienes dice «mis amores».
Sigue adelante, con esfuerzo y la capacidad que tiene para estudiar, bailar y cantar, así tiene algunos logros hasta su adolescencia, dónde al parecer conoce a quien fuese su primer amor. Pero al no ser lo que ella espera, aprovecha la oportunidad para tener su primera experiencia como mujer en un verdadero amor lleno de pasión y deseo.
Aunque siente su vida enredada, no se atreve a dar explicaciones a sus amores por su nuevo sentimiento, decide entonces darse algo de tiempo para disfrutar cada beso y caricia de su nuevo amor, con intenso y apasionado sexo, transportada a un mundo desconocido pero fascinante para ella. Esta nueva vida viene acompañada con muchos detalles, viajes y obsequios inesperados. A lo que la lleva a una vida con mucha intensidad y en ocasiones complicada para su edad.
Cuando todo parece estar muy bien para ella y sus amores, una sorpresiva enfermedad opaca sus expectativas. Pero es su personalidad decidir no darse por vencida y pese al diagnostico, son muchos años logrando cumplir la promesa de dar apoyo y compañía a sus amores, los que se refieren a ella como su reina.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 ene 2024
ISBN9788411819572
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    Entre dos amores - Luzdary Baquero Agudelo

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    Créditos

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Luzdary Baquero Agudelo

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: María V. García López

    Diseño de cubierta: Rubén García

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1181-957-2

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    ENTRE DOS AMORES

    En un pequeño cementerio de la ciudad, yacen los restos de la amada esposa y madre Leonor Linares de Cahisca.

    Leonor, mujer carismática y soñadora, cariñosa y con muchas expectativas para con sus hijos, por esto decidieron tenerlos jóvenes y poder ayudarlos en sus planes.

    Sábado cuatro p.m.

    Rafael Cahisca y sus tres hijos lloran su muerte. A pesar de sus treinta y dos años solamente, no logró esquivar un cáncer sorpresivo pero severo que les dejó el golpe más aterrador de sus vidas. Acompañados por algunos familiares terminan las exequias y todos se van alejando, después de una corta despedida con cada uno, quedando los huérfanos de la mano de su padre.

    Rafael Cahisca, de treinta y cinco años, delgado, piel blanca, ojos verdes, cabello rubio oscuro, uno ochenta y cinco de estatura, un hombre que ha sido golpeado por la vida ya que perdió a su padre con tan solo dos años de edad, y tres años después perdió a su madre; con su único hermano viven en casa de su abuela materna y cuando cumplió los doce años le tocó dejar sus estudios al igual que su hermano mayor para ayudar en casa, ya que la abuela también fallece y el apoyo de la familia se acaba. Dos años más tarde los dos hermanos deciden viajar a otra ciudad en busca de un mejor trabajo, logran ubicarse en una plaza de mercado donde laboran por seis años, pasando luego a trabajar de ayudantes en los carros de carga por diferentes ciudades y cada uno por su lado. Dos años después, Rafael conoce a Leonor en un almacén de ropa donde ella labora; luego de un año de verse de vez en cuando se casan. Rafael consigue trabajo en una bodega cerca del almacén, muy enamorados y siempre en mutuo acuerdo para tener los hijos y cómo organizar sus vidas.

    Llegan a su humilde casa para seguir de nuevo con sus quehaceres, a pesar de su tristeza, Rafael quiere sentarlos a todos en su regazo y con mucho amor les explica. Susana, la mayor de los tres con once años, prefiere quedarse de pie y dar espacio a sus hermanitos de nueve y seis años.

    Rafael: Yo entiendo que esto es muy duro para ustedes, igual que lo es para mí, pero quiero pedirles que memoricen que siempre estaré con ustedes y para ustedes. Pase lo que pase estaremos juntos apoyándonos en lo que sea y siempre podrán contar conmigo para lo que quieran, los he amado desde que nacieron y nada ni nadie va a cambiarlo.

    Los cuatro lloran mientras se abrazan y sigue hablando Susana, mientras seca sus lágrimas: «Aunque estoy muy pequeña todavía, creo poder ayudar a papá a cuidarlos, también sé que estaremos bien».

    Todos repiten: ¡Así será, así será!

    Pasaron unos años, cuidándose mutuamente y Susana logra graduarse de secundaria sin poder continuar con los estudios, debido a la situación económica de su padre que no alcanza con su salario para los cuatro vivir cómodamente.

    La familia poco ayuda o casi nada, solo críticas van y vienen hasta que, unos días después del grado, una tía hermana de Leonor se conmueve de Susana y le regala para hacer un pequeño curso de manicure, lo que alegra mucho a Rafael; aunque Susana hubiese preferido la universidad, también lo agradece porque así ayudaría a la familia con los gastos del hogar.

    Esta tía, M.ª del Pilar, una de las tres hermanas de Leonor, bien robusta, de cuarenta años, trigueña con bastante cabellera ondulada y generalmente sobre su cara redonda, algo gruñona hasta con sus dos hijos y a pesar de no querer mucho a Rafael desde que se casaron con Leonor, porque lo creen un fracasado, en algo trata de ayudar.

    En varias semanas Susana ya termina el curso y logra integrarse en un salón de belleza en su barrio. Pero este no tiene la clientela suficiente para sostenerla todo el tiempo, un día cualquiera una señora que frecuenta el salón le sugiere que a domicilio ganaría más dinero y secretamente sin que escuche la jefa le explica en qué sector podría comenzar.

    Con el entusiasmo que sabe expresar, Susana espera a su padre para comunicarle la nueva. Solo espera que entre a la casa y lo besa como siempre en la barbilla: «Papacito, te tengo una buena».

    Rafael: ¿Sí? Tan buena que ya no preguntas cómo me fue.

    Susana: Perdón, papá, es que ya sé cómo traer más dinero. Pero sí, dime cómo te fue.

    Rafael: Pero no lo digas así que me siento mal, tú no eres la que debe traer más dinero a esta casa.

    Susana: Pues no te sientas mal por eso, recuerda que prometí ayudarte y además me gusta sentirme útil y no una carga para ti. Voy a servir la cena mientras te explico.

    Rafael: Nunca serás una carga, ni tus hermanitos, porque los amo con toda mi alma y si pudiera hacer más por ustedes lo haría, pero ese trabajo en la bodega es lo único que tengo, ya me has ayudado mucho, tanto que creo que te preocupas más por nosotros que por ti misma.

    Susana: Gracias a la vida que tienes ese trabajo, si no qué hubiera sido de nosotros estos años, con la poca ayuda de las tías, cuando no son las verduras pasadas es la carne echada a perder. No pienses que soy desagradecida, pero hay cosas que molestan y claro que me preocupo por ustedes, tengo que hacerlo ya que son lo más importante en mi vida.

    Rafael: Sí, lo que dices es cierto y de verdad te lo agradezco, pero quisiera tener otro trabajo adicional y así podríamos vivir en otra casa más amplia, donde tuvieras tu alcoba y más comodidades para los niños.

    Susana: Gracias, papá, pero no quiero que te esfuerces, es mejor así y no que te enfermes por trabajar demasiado.

    Rafael: Pero claro que me tengo que esforzar, y hace un tiempo que espero algún trabajo en la noche, ahora que ustedes crecieron un poco más y son responsables, puedo dejarlos solos en la noche e irme a ganar más dinero.

    Susana: Perdón, papá, pero no estoy de acuerdo…

    Son interrumpidos por Sebastián y Ronald, quienes hace rato esperan en la habitación

    Rafael: Hola, niños, ¿cómo les fue hoy?

    Ambos: Muy bien, papá.

    Sebastián: No queríamos interrumpir, pero tenemos hambre.

    Susana: Sí, ya les sirvo, se nos pasó el tiempo, pero ya.

    En medio de la cena, Susana les cuenta sus planes y los tres se miran sin decir una palabra, hasta que el papá opina.

    Rafael: Eso no es tan bueno, teniendo en cuenta que eres solo una niña de dieciséis años y también eres muy hermosa, los peligros están por todas partes, pero si no se buscan mejor.

    Susana: Primero, ya casi cumplo diecisiete y además tú dices que hay que tener fe y nada malo me va a pasar.

    Sebastián: Yo pienso que no se trata de fe, sino de hacerle caso a papá (su hermano de catorce años también opina). Él sabe por qué se lo dice, además, mírese en un espejo y compárese con las de revista y solo soy su hermanito, pero también escucho lo que dicen de ti en la calle.

    Susana: Si me comparo con ellas me voy a ver gorda.

    Todos sonríen, hasta que Rafael: «Lo mejor es que sigas en el salón hasta que te conozcan más por otros salones y te ofrezcan mejor sueldo, ¿sí, mi amor?».

    Susana: Listo, papá, está bien.

    Para Susana no es fácil esperar, porque ya está cansada de vivir en tanta pobreza, de dormir en una cama que tiene que armar todas las noches en la pequeña sala y sus necesidades de mujer han aumentado, con solo tres vestidos y sin más accesorios para lucir su juventud.

    Cuando los dos menores se van a la cama, Susana le brinda un café a su padre que está sentado en un pequeño sofá, al lado de la cocina frente a la tele, pero con la mirada algo ausente.

    Susana: ¿Papá, se toma un café? (en voz baja).

    Rafael: Gracias, mi amor.

    Susana: Quiero preguntarte algo, pero no quisiera que te indispongas conmigo recuerda que ya crecí, ¿está bien?

    Rafael: ¿Qué sería, hija?

    Susana: Yo entiendo que un adulto necesita de otro adulto y me preocupa verte tan solo, sería normal que tuvieses a alguien, aunque la verdad, no aquí con nosotros, pero sí que te haga sentir bien y te distraigas un poco.

    Rafael alcanza a sonrojarse un poco y de momento no sabía cómo reaccionar con su niña, dejo salir una sonrisa nerviosa hasta que se decidió: «Veo que has madurado más de lo que pensé y te agradezco que te preocupes tanto por mí, y ya que te interesas por mi situación de adulto, te confieso que ya tengo a alguien que me hace sentir bien. Pero nada es completo y ahora se ha vuelto complicado, porque ella quiere estabilidad y yo no sé la puedo dar».

    Susana: ¿Y la estabilidad sería traerla a vivir aquí?

    Rafael: Pues es lo que ella quisiera.

    Susana: Ah, pues eso sí está muy mal y me alegra que no hayas tomado esa decisión que sí sería difícil para nosotros, pero me tranquiliza que no has estado tan solito como lo estabas haciendo creer (sonríe).

    Rafael: Bueno, mi amor, lo que pasa es que ustedes están por encima de cualquier otra persona, incluyéndome, además no estoy muy seguro de lo que hago todavía y si así el dinero no alcanza, para compartirlo con otras personas es imposible. Gracias por preocuparte y estar al pendiente de nosotros, no te imaginas lo valiosa que es para mí tu opinión y tu apoyo. Que dios te bendiga.

    Ella está sentada en un borde del pequeño sofá, mientras escucha a su padre y este a su vez le acaricia su hermoso cabello largo rubio y ondulado.

    Susana: Gracias, papá, ya me voy a acostar y gracias por confiar en mí, cuando quieras hablar aquí estaré.

    Le acaricia también su cabeza y se prepara para ir a dormir.

    Rafael: Gracias, pero quisiera que fuera nuestro secreto por ahora.

    Susana: Cuenta con ello, papá, que duermas bien.

    Rafael: Bueno, mi amor, tú también.

    Susana había madurado más de lo que su papá y sus hermanitos creían, tanto que pretendía tomar la decisión sola y hacer todo por su cuenta, por el bien de su familia.

    Al día siguiente, después de hacer sus obligaciones y que sus hermanitos se han marchado al colegio, decide arriesgarse por el sector mencionado; pero en cinco días de caminar ofreciendo sus servicios solo consigue hacer dos manicure. Así que prefiere por el momento hacerle caso a su padre y se queda en el salón estable por ahora.

    Una tarde saliendo del trabajo, se dispone Susana a regresar a su hogar cuando accidentalmente es sorprendida por la vida.

    Esta niña, más dulce que la miel y adolescente aún, conoce su primer amor, un chico de veintidós años, con figura de modelo de revista, de uno ochenta de estatura, atlético, piel trigueña, cabello negro ondulado muy corto, sonrisa blanca como la nieve, ojos hundidos de color café oscuro, labios puntiagudos y mejillas un poco hundidas. Jhon Jairo Ortiz, muy distraído porque en ese momento se despedía de un amigo mirando hacia atrás, pero rápidamente reacciona al chocarse y se entera de que acaba de encontrar un ángel. Queda tan flechado que se le salen por todos los poros el deseo de conquistar a la nueva dueña de su corazón.

    Susana: ¡Oye!, cuidado.

    Jhon Jairo: Perdón, princesa… qué pena, contigo no te vi… de verdad, perdóname, no sé cómo pasó.

    Susana: Tranquilo, no pasó nada… ya me voy.

    Jhon Jairo: Pero si me lo permites, puedo recompensarte, si me aceptas un refresco.

    Susana: No es necesario, no se preocupe.

    Jhon Jairo: Insisto para creer que sí me perdonaste, por favor (sonríe).

    Susana también sonríe, porque no puede disimular que le agrada su insistencia y termina por aceptar. Entran a una heladería y es tan entretenida la charla que no se da cuenta de la hora, pero Susana reacciona al ver que ya es noche y debe ir rápidamente a preparar la cena para sus amores. Se citan para el día siguiente y el siguiente… hasta…

    Pasados cuatro días, caminando cerca de la casa de Susana, Jhon Jairo decide proponerle noviazgo, al que Susana no se niega y lo sellan con un beso.

    Entran a la casa y mientras Susana prepara la cena, Jhon Jairo conoce la familia en fotos que hay en la pared de la sala, cada uno va llegando y son presentados con el primer extraño que ven en casa. Todos lo aceptan y son muy amables durante la cena, después de una corta charla, Jhon se despide agradeciendo y los niños se van a dormir.

    Rafael: Mi amor… me alegra bastante que tengas un novio, pero ten cuidado, aún no tienes experiencia y te pueden lastimar.

    Susana: Tranquilo, papá, tendré cuidado.

    Con este amor tan inesperado, solo bastaron unos días para darse cuenta de que uno no podía vivir sin el otro un día más. Un domingo en la tarde Susana espera a su enamorado en casa para los dos comunicarle la noticia a la familia.

    Al llegar… Susana llama a su padre a la pequeña sala, ya que este se encuentra recostado en la cama, aprovechando que sus hermanitos juegan al balón en el parque.

    Susana: Papá… los dos queremos pedirte el permiso para casarnos. ¿Qué dices?

    Muy asombrado por la repentina decisión de su niña, la luz de sus ojos, su mano derecha. Aun así piensa solo en dar el apoyo prometido a su hija, en ese momento prefiere callar, los felicita y abraza. Aunque Rafael no se aguanta y decide preguntar __

    « ¿Están seguros de esta decisión?».

    Susana: Gracias, papá, sí, estamos seguros y con tu permiso vamos a preparar todo para la boda entre los dos, así que no te preocupes.

    Rafael: Bueno, mi amor, como tú quieras (algo dudoso).

    Jhon: Gracias, señor, le prometo cuidarla (estrechándole la mano).

    Rafael: Eso espero, Susanita es uno de mis grandes tesoros.

    Jhon: Para mí también, se lo aseguro.

    A Susana le dolía separarse de sus amores, pero no quería perder a su príncipe azul. En pocos días todo queda preparado, es algo muy sencillo y de pocos invitados. Las tres hermanas de Leonor se disgustan un poco al recibir la invitación, deciden visitar a Rafael para exigir una explicación, llegan dos noches antes de la boda y encuentran al novio reunido con la familia, en los últimos preparativos.

    Susanita: Hola, bienvenidas, les presento a mi prometido, Jhon Jairo.

    Las tres le brindan la mano y se arrepienten de expresar lo que intencionalmente llevan en mente, al ver el físico y personalidad de este hombre. Muy al contrario, se ofrecen para ayudar en los preparativos.

    Jhon: Me da mucho gusto conocerlas y gracias por su apoyo.

    María del Pilar, la tía que le pagó el curso, se ofrece para llevar el pastel, María del Carmen y María del Socorro llevarían la comida. Rafael y sus hijos disimulan su asombro.

    Susana queda muy agradecida, ya que con los primeros gastos para su nueva vivienda y el vestido de novia Jhon no alcanza para las otras cosas y ese era el tema al momento de llegar las tías. Al quedar todo dicho las tías se despiden muy amables y comprometidas para la boda. Aunque el vestido es blanco, es corto y demasiado sencillo, uno alquilado que encuentran en un almacén cercano.

    Jhon Jairo, con sus veintidós años apenas, en mitad de su carrera y pagando el préstamo para la misma, a los dos todo se les complica económicamente, pero eso no importa mucho ahora, lo que más le importa a Susana es estar cerca de todos sus amores.

    A los hermanitos no les gusta la idea y no tienen muy claro por qué Susana los ha dejado tan pronto, aun así están felices por ella.

    Después de firmar en un juzgado, la pareja, acompañada de algunos familiares, se dirige a la celebración el veinte de febrero.

    En la misma humilde casa de Rafael se reúnen, charlan, cenan y todo sale según lo planeado. A esta ceremonia asiste su hermano Javier, separado de su esposa desde hace nueve años con un hijo llamado Edward, de once años, sus otros familiares están lejos de la ciudad. Javier… con un buen parecido a Rafael pero más fortachón, algo serio y callado, los acompaña un rato.

    Horas más tarde, todos se marchan, los enamorados han escogido un pequeño apartamento muy cerca de allí donde se facilita poder cumplir su promesa, de cuidar a su padre y hermanitos.

    Todo parece muy hermoso y perfecto. Jhon Jairo, enamorado de su princesa y con su delicada ternura, no le demuestra toda la pasión que por ella siente, ya que teme herirla de alguna manera, así se acostumbra a tratarla y así entiende Susana que será su matrimonio.

    Una semana después, el cumpleaños de Susana los vuelve a reunir, esta vez son menos los invitados, solo comparten un pastel que compró Rafael y un rato de charla.

    En esta reunión, M. ª del Carmen quiere preguntar a Jhon, lo que no se atrevió en la boda: «Jhon, ¿y su familia por qué no vino a la boda?».

    Jhon: Bueno, porque mis padres están un poco enfermos y mi única hermana que vive cerca de ellos los cuida… además ella tiene dos hijos, así que le queda complicado viajar.

    M. ª del Carmen: Qué pesar, ¿y están muy mal?

    Jhon: No señora, afortunadamente solo es una virosis, pero ya hace tres semanas que están con medicamentos, se están recuperando.

    M. ª del Carmen: Gracias a Dios, me alegra mucho por usted que los tenga aún con vida.

    Jhon: Sí, señora, gracias a Dios lejos pero bien… sí señora.

    En ese momento se acerca su hermana M. ª del Socorro: «Ya nos vamos».

    Susana se encuentra en la cocina lavando los platos, cuando entran sus hermanitos…

    Sebastián: ¿Podemos preguntarte?

    Susana: Claro, dime.

    Sebastián: Queremos saber por qué nos dejaste tan pronto, creímos que seguiríamos juntos por mucho tiempo.

    Susana: Como así, yo no los he dejado (con lágrimas en los ojos) escogí otra forma de compartir mi vida, pero cerca de ustedes, y siempre estaré cerca para lo que necesiten y es para lo que sea.

    Ronald: Para nosotros no es igual.

    Sebastián: Bueno, ya nada se puede hacer, papá dice que lo hecho, hecho está, y que lo más importante es que la niña sea feliz.

    Susana: Creo que lo más importante es que todos estemos felices, si ahora no, seguramente muy pronto será

    Ronald: ¿Por qué lo dices?

    Sebastián: Bueno, ya no más, papá se va a molestar si sabe que la hicimos llorar hoy en su cumpleaños.

    Susana: Tranquilos, mis amores, ya pasó (secando sus ojos los abraza).

    Jhon también entra a la cocina: « ¿Mi princesa se quiere ir ya a descansar?».

    Susana: Sí, mi amor, ya terminé de organizar.

    Susana cumple su promesa de estar cerca y ayudarles en todo, el trato que hace con Jhon es de seguir trabajando para ellos y así lo hace.

    Aunque es muy poco el trabajo, Susana no pierde su entusiasmo, unos cuatro meses después, una vecina suya que tiene un almacén de cosméticos le recomienda un sector en un estrato alto, donde las señoras prefieren ser atendidas en su apartamento. Susana, a pesar de la falta de experiencia con esta gente de clase, se atreve a intentarlo, armándose de valor para no ser rechazada, dándole gusto a su primera clienta de quedar satisfecha con sus uñas y teniendo también la oportunidad de encontrarse en ese camino frente a un edificio de siete pisos, con un almacén de antigüedades algo pequeño pero muy bonito, donde alcanza a ver dos señoras de avanzada edad muy elegantes a través del cristal.

    Susana: Buenas tardes, ¿cómo están las señoras? Estoy ofreciendo los servicios de manicure a domicilio.

    Berta: Buenas tardes, señorita. (Quizás la más amistosa… le sonríe y le dice a la otra señora que está un poco sorda): ¡Mira, Rebeca, esta señorita nos quiere hacer manicure!

    Mientras Rebeca se pone de pie para atenderla, Susana le explica los precios.

    Berta: Claro, niña, está muy bien, puedes empezar conmigo si quieres.

    Rebeca: Sí, acomódese donde guste y después sigues con las mías.

    Susana: Muchas gracias, ustedes tan queridas. Vamos a ver qué colores van a querer.

    Al terminar dejan programados los sábados fijos en la tarde, y Berta, que quedó muy contenta con sus uñas, le aconseja que por esos lados puede cobrar un poco más, ya que su trabajo es excelente. Susana está muy contenta y agradecida.

    Ya algo tarde pero con dinero para su hogar llega Susana a preparar la cena para sus amores, luego de servirle a su padre y hermanos, se marcha para ver a su otro amor.

    En lo que llevan juntos Jhon siempre llega tarde, entre el trabajo y el estudio el tiempo es muy corto y solo le quedan unas pocas horas para dormir. Así es que siempre que llega su princesa está dormida, en las mañanas se hablan un poco, si es que Susana se logra despertar a tiempo de Jhon irse al trabajo. Esto es algo ya normal para los dos, pero se sienten enamorados y se creen felices.

    A la semana siguiente Susana logra hacer varios manicure por el sector de estrato alto, hasta que llega de nuevo el sábado para regresar donde las señoras. Una hora antes de llegar Susana, mientras doña Rebeca atiende unos clientes, doña Berta le atiende el saludo, al señor que generalmente pasa los sábados a esta hora…

    Don Néstor Cortés, un sensual hombre de cuarenta y siete años, uno ochenta y tres de estatura, de piel canela y cabello negro con un toque suave de color blanco alrededor de sus orejas. A pesar de ser corpulento, tiene un físico envidiable para los hombres y encantador para las mujeres, aunque al hablar suene fuerte su personalidad es sociable.

    Néstor: ¿Cómo está, señora Berta?

    Berta: Muy bien, sí, señor gracias, ¿y usted?

    Néstor: Muy… muy bien, gracias.

    Berta: Aquí esperando a terminar esta semana.

    Néstor: Seguramente terminará muy bien (sonríe) me dio gusto verlas, me saluda a la señora Rebeca, por favor, hasta luego.

    Berta: Gracias, con mucho gusto (sonríe) y que esté muy bien, señor Néstor.

    A la hora acordada llega Susana a la cita con las señoras. Entre charla y preparación pasa media hora. Cuando está a punto de terminar con la señora Berta, se va preparando la señora Rebeca, Susana se levanta de su silla para recoger un poco de agua y en ese instante cruza de nuevo por la puerta el señor Cortés, que a la vez es sorprendido por su belleza cuando solo mira por mirar… se detiene para contemplarla un instante y toma una decisión rápidamente…

    Néstor: Disculpen las señoras.

    Al mismo tiempo todas voltean a mirar. Y es más su asombro cuando alcanza a ver los ojos verdes de la hermosa niña.

    Berta: Mira Susana, te presento al señor Cortés… Don Néstor, ella es una niña que nos hace manicure a domicilio.

    Néstor se acerca y le brinda la mano…

    Susana: Mucho gusto, señor, disculpe, pero no acostumbro a dar la mano.

    Néstor: Encantado, está bien así, ¿puedo esperar el turno siguiente? (con sonrisa coqueta).

    Susana mira a la señora Berta, mientras esta a la vez le confirma: «Claro, niña, otro cliente».

    Susana: Bueno, señor, enseguida lo atiendo.

    Néstor: Gracias, te espero en el seiscientos dos. Hasta pronto y disculpen la interrupción (de nuevo sonrisa coqueta).

    Cuando se retira el señor Cortés, las señoras le repiten a la niña que ya tiene otro cliente, aunque Susana se inquieta por no saber que sería en otro lugar, prefiere callar.

    Lo que no saben es que este otro cliente volvía a su apartamento después de tener su clase de defensa personal y solo desea cambiarse de vestido para ir a cenar con su hermano que está de visita en la ciudad y al tener esta sorpresa tan encantadora para su visión, decide cancelar la cita y esperar.

    Una hora más tarde llega la manicurista al apartamento… algo nerviosa se decide a tocar el timbre, inmediatamente le abre el señor Cortés: «Entra, por favor».

    Susana: Gracias, ¿dónde puedo ubicarme?

    Néstor: Donde tú quieras (señalando con la mano derecha un sofá que está al lado izquierdo de la entrada) ¿está bien aquí?

    Susana: Sí, está bien, necesito un poco de agua, por favor.

    Néstor: Claro, ¿algo más? (sonríe)

    Susana: No… así está bien, gracias.

    Cuando Néstor coloca una pequeña mesa y le entrega el agua, se inicia el manicure. Pero también crecen los nervios en Susana y la ansiedad en Néstor que no la deja de mirar.

    Néstor: Eres una niña muy hermosa.

    Susana: Gracias.

    Néstor: No es un cumplido, la verdad eres muy hermosa.

    Susana sigue con su trabajo sin darse cuenta de que no deja de morder su labio inferior, pero esto solo hace aumentar la pasión en Néstor obligándolo a repetir, en pocos minutos: «Eres muy hermosa».

    Susana: Podría dejar de repetirlo, por favor, yo soy casada.

    Néstor: No, no puedo. Además, no te hago ningún daño con decírtelo, ¿o sí?

    Esto hizo sonreír a Susana.

    Néstor: Perdona si te incomodo, pero me gusta decir lo que siento y tú me haces sentir un deseo incontrolable de decirte que eres hermosa.

    Susana: Estoy bien (mientras le hace masaje en las manos con crema).

    Ya terminando…

    Néstor: Déjalo así, ya está bien.

    Susana: ¿No le coloco esmalte?

    Néstor: No, no lo acostumbro, así quedaron muy bien, gracias, ¿quieres tomar algo?

    Susana: No, gracias.

    Néstor: ¿Un refresco, agua?

    Susana: Nada. Gracias (se dispone a organizar sus cosas para marcharse).

    Néstor: Bueno, está bien.

    Néstor se para cerca de la puerta con un billete en la mano izquierda. Susana se acerca a la puerta para salir y se chocan las miradas; Néstor, que está encantado con esta niña, se atreve a tocar su mejilla; Susana, aunque ignora el porqué de sus nervios, no le reclama, solo lo mira recibiendo el billete.

    Néstor: Eres una niña muy hermosa, gracias por tu trabajo.

    Susana: ¿Pero no tiene más sencillo?

    Néstor: Es el pago por tu servicio.

    Susana: Pero es mucho más de lo que vale y no tengo para devolver.

    Néstor: Para mí está bien así (sonríe).

    Susana: Pero no puedo aceptar y tengo que irme ya.

    Néstor: No te preocupes. Te espero el próximo sábado.

    Susana: Bueno, señor, gracias.

    Susana sale rápidamente tratando de disimular que le tiemblan las piernas y preguntándose por qué pagó cinco manicure adelantados. Néstor queda algo idiotizado dudando si regresará.

    Susana cruza por la portería sin darse cuenta de que al frente en el local las señoras se despiden: « ¡Adiós Susana!».

    A varias cuadras de allí espera su transporte mientras respira profundo para no llorar, sin entender lo que está pasando. Trata de disimular los nervios, cuando regresa a su hogar solo quiere darse un baño y a la cama, después de una hora se da cuenta de que no fue a darles vuelta a sus hermanitos, de todas formas no quiere saber nada más por hoy

    Más tarde… siente entrar a Jhon y le aumentan los nervios, prefiere voltearse de lado y hacerse la dormida.

    Jhon: Hola, mi amor, mi princesa (lo dice en voz baja, la siente dormida y una vez más se acuesta solo a dormir).

    Al día siguiente la rutina igual, pero siente un vacío tan intenso en su pecho y en su vida que no encontraba algo que le hiciera cambiar este sentir por alguien a quien no conoce. Aún cree haberse casado estando segura de lo que hacía, pero no deja de pensar en la caricia atrevida por aquel apuesto señor.

    De nuevo el lunes… se siente inestable y a veces con ganas de llorar, pero la misma emoción inexplicable que por ratos siente se lo impide y solo suspira, hace lo que acostumbra siempre en su apartamento y luego en casa de su padre, afortunadamente para Susana, las dos viviendas son muy pequeñas y a dos cuadras de diferencia, solo un cuarto, una pequeña sala, un baño y cocina, quedándole la tarde disponible para trabajar. Al terminar sus labores, decide volver al salón para ver si hay trabajo, ya que por varios días no la han llamado, pero se encuentra con la sorpresa de que le tienen remplazo.

    Susana: Buenas tardes.

    La dueña del salón, doña Blanca una señora de cuarenta y ocho años, talla media, no tan blanca como su nombre, casada, con dos hijos, pero tan celosa que no podía permitir que Susana trabajara más con ella desde que el marido comenzó a mirarla detenidamente.

    Doña Blanca: Hola, Susana, ¿cómo está?

    Susana: Muy bien, gracias.

    Doña Blanca: No la he vuelto a llamar porque no hay trabajo y esta niña trae las clientas de ella y ahí gano yo también.

    Susana: Bueno, doña Blanca, de todos modos muchas gracias, hasta luego.

    Así transcurre un día más en la vida de Susana y así termina la semana haciendo una manicure aquí y otro allá, llegando de nuevo el sábado para volver al sector que le ha traído sorpresas y cambios inesperados.

    Primero la clienta de la una de la tarde, una señora de unos treinta y cinco años muy estirada y de pocas palabras, flaca y poco amable, Susana le hace el manicure lo más rápido posible como ella le ha pedido. Luego a dos cuadras de allí, en el edificio…

    Susana: Buenas tardes, doña Berta, doña Rebeca, ¿cómo están?

    Berta: Hola, Susana, muy bien, ¿y usted?, el otro día ni se despidió.

    Susana: Claro que sí, cuando salí de aquí.

    Rebeca: Sí, pero cuando volvió a bajar no.

    Susana: ¡Ah, sí! Qué pena, estaba muy tarde ya.

    Berta: ¿Y es qué el señor le pidió también para los pies?, ¿o es que le coqueteó mucho? Porque se demoró en bajar.

    Rebeca: ¡Oye, Bertica!, no le digas eso a la niña, ella no se demoró nada, ¿no te da pena?

    Berta: Pues, Susana, me disculpa, aunque don Néstor es muy serio, hombre es hombre, y esta niña tan bonita, qué más se puede pensar.

    Hasta que por fin tuvo la palabra, pero sin dar mucha importancia ya que no fue tanta la demora…

    Susana: Sí, el señor es muy serio, solo fue trabajo, ¿podemos iniciar ya?

    Rebeca: Pues hoy no quiero, mañana tengo mucho que hacer y se me dañan.

    Berta: Vos tan vieja que estás, que tantas cosas tendrás para hacer. Pero bueno, serán solo las mías.

    Rebeca hace un gesto con la boca y se acomoda en un sillón al fondo del local. Como es temprano, Susana aún al terminar no sabe si subir al apartamento de don Néstor, o esperar una hora más.

    Berta: Si quieres, subes de una vez, don Néstor hace rato subió.

    Los nervios vuelven, pero trata de disimular lo más posible para evitar el chisme, se despide y se anuncia en portería; el portero le informa que el señor la espera. Las piernas tiemblan de nuevo y comienza a morderse los labios sin entender el porqué.

    Encuentra la puerta abierta, porque ya había sido anunciada, y al entrar la recibe Néstor con la misma amabilidad anterior.

    Susana: Buenas tardes.

    Néstor: Hola, niña hermosa, siéntate (ofreciéndole el sofá que está en la entrada).

    Susana: Gracias, prefiero comenzar ya mismo.

    Néstor: Como tú quieras, ¿deseas tomar algo?, ¿agua o un refresco?

    Susana: No, gracias.

    Néstor le pasa el agua para las manos y Susana comienza. Después de unos minutos….

    Néstor: ¿Ya te dije que eres una niña muy hermosa? (sonríe)

    Susana solo trata de controlar sus nervios, pero vuelve a morderse el labio inferior. Cuando le lava las manos para continuar su manicure, Néstor se atreve a robarle un beso en la mejilla, inclinándose sobre la mesa.

    Susana: Creo haberle dicho que soy

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