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Nuevas aventuras de Sherlock Holmes: Edición anotada e ilustrada
Nuevas aventuras de Sherlock Holmes: Edición anotada e ilustrada
Nuevas aventuras de Sherlock Holmes: Edición anotada e ilustrada
Libro electrónico333 páginas3 horas

Nuevas aventuras de Sherlock Holmes: Edición anotada e ilustrada

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En 1893, Arthur Conan Doyle publicó el relato "El problema final", en el que el autor decidía poner fin a las aventuras de Sherlock Holmes matando a su carismático protagonista, cansado de ser eclipsado por su propia creación.

Sin embargo, Doyle no pudo predecir el eco que tendría ese relato. Sherlock Holmes ya era uno de los personajes literarios más famosos de Inglaterra y el mundo, y su muerte llevó a un auténtico escándalo. Doyle recibió miles de cartas que iban de las súplicas a las amenazas en las que se pedía que resucitara a Holmes.

Tras nueve años de ausencia, Doyle finalmente accedió a los deseos de sus lectores, y a partir de 1903 publicó una nueva serie de relatos, que narraban la vuelta de Holmes al mundo de los vivos.

El lector encontrará en esta edición siete relatos correspondientes al período de regreso de Holmes, entre ellos algunos tan remarcables como "La aventura de la casa vacía" (en el que se narra cómo el detective sobrevivió a su supuesta muerte), "La aventura de los muñecos danzantes" o "La aventura de los seis napoleones", todos ellos con el característico estilo que han convertido las historias de Sherlock Holmes y John Watson en clásicos inmortales, o, quizá en un género literario en sí mismo.

Esta edición anotada se acompaña con 35 ilustraciones de Syndey Paget, que ayudarán al lector a sumergirse en las historias y el ambiente victoriano en el que vivía el mejor detective de la historia.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 ene 2024
ISBN9791222492872
Nuevas aventuras de Sherlock Holmes: Edición anotada e ilustrada

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    Nuevas aventuras de Sherlock Holmes - Arhur Conan Doyle

    NUEVAS AVENTURAS

    DE SHERLOCK HOLMES

    *

    ARTHUR CONAN DOYLE

    Traducción de Jaime Lafuente Álamo

    Moai Ediciones 2019

    Nuevas aventuras de Sherlock Holmes

    © Arthur Conan Doyle

    La aventura de la casa vacía (The adventure of the empty house, 1903)

    La aventura de los seis Napoleones (The adventure of six Napoleons, 1904)

    La aventura de la escuela de la Prioría (The adventure of the Priory School, 1903)

    La aventura de los lentes de oro (The adventure of the golden prince-nez, 1904)

    La aventura de Abbey Grange (The adventure of the Abbey Grange, 1904)

    La aventura de los muñecos danzantes (The adventure of the dancing men, 1905)

    La aventura de la ciclista solitaria (The adventure of the Solitary Cyclist, 1903)

    © De la presente traducción Jaime Lafuente Álamo 2019

    © Prefacio y Posfacio Jaime Lafuente Álamo 2019

    Diseño de Cubierta: Magma Diseño

    Ilustración de Cubierta e Interiores: Sydney Paget

    INDICE

    Prefacio:

    Sherlock Holmes o la deducción

    La aventura de la casa vacía

    La aventura de los seis Napoleones

    La aventura de la escuela de la Prioría

    La aventura de los lentes de oro

    La aventura de Abbey Grange

    La aventura de los muñecos danzantes

    La aventura de la ciclista solitaria

    Posfacio:

    Conan Doyle y los comienzos de la novela policiaca

    PREFACIO

    SHERLOCK HOLMES O LA DEDUCCIÓN

    Hay escritores que llegan a ser anulados por sus propios personajes hasta el punto de que todo el mundo llega a saber quién es tal personaje y sus aventuras pero ignora el nombre completo (e incluso, en algunos casos, desconoce quién es el creador del personaje) y los mínimos datos biográficos del escritor. Ello es todavía más frecuente en las obras de «genero» como los folletines lacrimógenos del siglo pasado, la novela policiaca o la serie negra o las novelas rosas; el público al que van dirigidas principalmente no suele ser un público especialmente exigente y las características de edición (prensa sensacionalista, entregas o seriales, colecciones descuidadas) señalan ya el destinatario de estas obras. Así se produce el desprestigio literario del género y también el de sus autores, al juzgarse todas las obras y a sus autores con los mismos criterios sin pararse a analizar sus valores Individuales.

    Sherlock Holmes adquirió tanta popularidad que se llegó a convertir en un mito literario, un personaje de ficción que oscureció a su propio creador, Conan Doyle. Realmente Sherlock Holmes es el auténtico mito de todo el género policíaco, habiendo llegado a convertirse por sí solo en un género literario, ya que no solo obligó a Conan Doyle a resucitarlo, sino que después de muerto su creador, nació una larga serie de obras que continuaban las aventuras del inteligente detective, sin contar las versiones cinematográficas que se hicieron.

    Conan Doyle se convirtió así para muchos lectores en una especie de anotador de las historias que el médico Watson escribía sobre los extraordinarios casos que Sherlock Holmes resolvía, un Sherlock Holmes cada vez más real y, seguramente, personaje verídico para algunos lectores. Un Sherlock Holmes que ha originado gran cantidad de estudios críticos, como personaje literario, siendo probablemente uno de los personajes de ficción que más estudios ha merecido.

    Posiblemente harto de esta popularidad que anulaba sus otras obras literarias y hasta su propia personalidad, Conan Doyle decidió matar al detective, pero tuvo que volverlo al mundo de los vivos (en la ficción literaria) ante la avidez de los lectores. El mito pudo más que el escritor. En uno de los relatos de esta edición (La aventura de la casa vacía) encontrará el lector esta resurrección de Sherlock Holmes, explicada con la misma lógica que caracteriza a todos los demás relatos de la serie. Cuando definitivamente Conan Doyle no pudo seguir escribiendo las aventuras del detective, es decir, después de su propia muerte, otros continuaron esta labor, bien en la misma línea que le había dado su creador, bien en otras muy diferentes.

    Sherlock Holmes es un superhombre; es capaz de percibir los más nimios detalles, de hacer las más complicadas deducciones y sacar las más imprevistas conclusiones. Su inteligencia está por encima de la de los demás mortales; y no es sólo su inseparable de incondicional amigo el doctor Watson quien lo dice y lo reconoce al contarnos los distintos casos: el mismo Sherlock Holmes hace gala de ello, en afirmaciones tan inmodestas como definitorias.

    En La aventura de la casa vacía pueden leerse dos ejemplos de ello:

    Los tres años pasados no habían suavizado la aspereza de Holmes ni su impaciencia, cuando se encontraba con una inteligencia inferior a la suya.

    Creo que la edad no marchita, ni la costumbre desgasta mi infinita variedad —dijo—, y yo reconocí en su voz el gozo y el orgullo que el artista tenía ante su propia obra.

    Si la característica principal de la novela policíaca es la existencia de un enigma que ha de ser resuelto, Sherlock Holmes cuenta con la clave para conseguirlo: su extraordinaria capacidad de deducción. La observación de detalles mínimos, sin importancia para el resto de los personajes o para el lector todavía no familiarizado con sus aventuras, le sirve para ir armando el rompecabezas de los diferentes casos, hasta dar con la última pieza que todo lo aclarará. Su método está reflejado en estas frases de La aventura de los muñecos danzantes:

    (...) no es realmente difícil enlazar una serie de deducciones, cada una consecuencia de la anterior y a la vez simple en sí misma. Si, actuando así, uno encuentra todas las deducciones intermedias y sólo presenta a su auditorio los puntos inicial y final, puede lograr un sorprendente efecto, aunque, posiblemente, ello sea de mal gusto.

    Por eso Sherlock Holmes no se fija en los detalles que los investigadores oficiales, la policía, tiene por importantes sino en todos los otros que son despreciados por las mentes normales de los funcionarios encargados del caso, a los que paternalistamente ayuda y regala, en ocasiones, el éxito, con lo que gana nuevos e incondicionales amigos que su vanidad personal necesita

    La caballerosidad de Sherlock Holmes y su trato galante con las mujeres son otro rasgo de su carácter. En La aventura de la ciclista solitaria dice:

    —Desde luego, su problema no debe de ser la salud —dijo, mientras sus penetrantes ojos se fijaban en ella—. Una ciclista tan lozana como usted debe de estar llena de energía.

    Por último, y para señalar una de las características más notables de Sherlock Holmes a través de las palabras del propio personaje, hay que hacer notar que el detective tiene su propia norma que no siempre coincide con la legal; él organiza el mundo según sus propios criterios, y juzga y decide según su propio dictamen. Así habla en La aventura de Abbey Grange:

    Mire, capitán Croker, resolveremos esto conforme a la ley. Usted es el acusado; usted, Watson, el jurado, y conste que nunca hubo nadie más adecuado para este puesto, y yo soy el juez.

    Tenía un rostro vil y siniestro, con una frente amplia y una mandíbula sensual que hablaba de una gran inteligencia y propensión al mal. Sus crueles ojos azules, con cínicos párpados caídos, su nariz agresiva y la línea amenazadora de sus cejas, confirmaban esta impresión.

    Los siete relatos de esta edición pertenecen a la serie de El regreso de Sherlock Holmes, publicada en 1904, después de que Conan Doyle resucitara a su personaje. Si es absurdo narrarle el argumento de cualquier novela o relato al lector en un texto de esta clase, lo es doblemente en las obras del género policíaco, ya que la intriga, el desarrollo del argumento es lo más importante, pasando el estilo literario a un segundo plano en la mayoría de los casos. Por tanto solo llamaremos su atención sobre algunos detalles del estilo o del pensamiento de Conan Doyle que la voracidad lectora que nos asalta en estas obras puede encubrir. Y lo haremos con palabras del propio autor que aparezcan en estos siete relatos cortos. Por ejemplo; los personajes están tratados de una forma maniquea; los malos son malos en todos los aspectos y una simple mirada los define. La adjetivación del siguiente fragmento es buena muestra de ello.

    El ambiente de la obra es muchas veces éste:

    Era un noche fría y borrascosa, el viento soplaba cortante a lo largo de la calle y casi todas las personas que transitaban por ella iban envueltas en sus abrigos y gabardinas.

    Algunos rasgos de critica irónica sobre la propia obra aparecen en las críticas que Sherlock Holmes hace al doctor Watson sobre su estilo literario:

    Debo admitir que tiene usted una capacidad de selección que compensa sobradamente lo lamentable de sus narraciones, porque con su funesta costumbre de considerar los casos como historias, en vez de como ejercicios científicos, ha arruinado toda una serie de demostraciones instructivas e, incluso, clásicas. Ha menospreciado la habilidad y la delicadeza por extenderse en detalles sensacionalistas, que posiblemente excitarán al lector, pero que difícilmente le instruirán.

    Con ello, además, Conan Doyle nos está dando casi una definición del género que tan hábilmente cultivaba.

    Finalmente, la crítica social también está presente, sobre todo en lo que respecta a unas leyes rígidas y anticuadas:

    Es un crimen, una villanía, un sacrilegio, obligar a que un matrimonio semejante continúe unido, y les digo que estas monstruosas leyes de ustedes les traerán un castigo, porque el cielo no puede permitir una maldad tan grande.

    Otros aspectos podrían ejemplificarse, como el humor o la ironía sobre algunos detalles de la vida inglesa, pero eso quedará para otro análisis en más profundidad. Ahora es momento de sumergirse en las historias. ¡Sherlock Holmes entra en acción!

    LA AVENTURA DE

    LA CASA VACÍA

    E

    n la primavera de 1894, todo Londres, y, en particular la alta sociedad, estaba consternada por la muerte del Honorable Ronald Adair, ocurrida en las más extrañas circunstancias. El público conocía, a través de la investigación policíaca, hasta los más pequeños detalles del crimen, aunque muchos resultaron inútiles desde el momento en que las pruebas que poseía el Fiscal eran tan abrumadoras que no fue necesario poner de manifiesto todos los hechos. Sólo ahora, al cabo de los diez años, se me permite traer a la luz los eslabones perdidos que completaban aquella cadena tan singular. El crimen, interesante en sí mismo, no tenía, a pesar de ello, comparación con la increíble serie de sucesos que produjeron en mi ánimo la mayor impresión de mi azarosa existencia. Incluso ahora, después del tiempo transcurrido, tiemblo al pensar en ello y mi mente queda inundada por contradictorios sentimientos de gozo, asombro e incredulidad. Deseo decir al público que ha mostrado algún interés en mis pequeños esbozos sobre los hechos y pensamientos de un hombre extraordinario, que no me culpe si no he compartido con él todos mis conocimientos, lo que habría considerado mi primer deber, si no me lo hubiese impedido una prohibición de sus propios labios, que me ha sido retirada recientemente.

    Mi intimidad con Sherlock Holmes me había hecho interesarme en el crimen en sí mismo, y después de su desaparición nunca dejé de leer cuidadosamente los diferentes casos que se presentaban ante el público, e incluso, me aventuré, más de una vez, a emplear sus métodos en la solución de casos complicados, aunque con éxito relativo. Cuando leía alguna información judicial que conducía a un veredicto de asesinato premeditado contra persona o personas desconocidas, comprendía yo más claramente que nunca la pérdida que la comunidad había sufrido con la muerte de Sherlock Holmes. Había puntos en este extraño asunto que indudablemente habría esclarecido él, y que los esfuerzos de la policía hubieran sido suplidos, o al menos anticipados, por la experiencia y la mente siempre alerta del primer agente criminalista de Europa.

    Durante todo el día examiné el asunto desde distintos puntos de vista y no encontré ninguna explicación adecuada. Ante el riesgo de caer, en una posible repetición, recapitularé los hechos tal y como fueron presentados ante el público en la resolución final del caso.

    El Honorable Ronald Adair era el segundo hijo del conde de Maynooth, Gobernador, entonces, de las colonias australianas. Su madre había regresado de Australia para operarse de cataratas y, con sus hijos, Hilda y Ronald, vivía en el número 427 de Park Lane. Al joven, que alternaba con la mejor sociedad londinense, no se le conocían enemigos ni vicios. Estaba prometido a Miss Edith Woodley, de Corstair, pero el noviazgo se había deshecho de mutuo acuerdo, varios meses antes, y no hay que suponer que dejase tras sí sentimientos profundos. Por lo demás, la vida del joven se desarrollaba en un círculo reducido y convencional; sus costumbres eran tranquilas y su naturaleza poco dada a emociones. Sin embargo, precisamente a este joven, fue a quien se presentó la muerte de la forma más extraña e inesperada, entre las diez y las once y veinte de la noche, del 30 de marzo de 1891. A Ronald Adair le gustaba mucho jugar a las cartas, y lo hacía a menudo, pero sin exponer demasiado. Era miembro de los clubs de Baldwin, Cavendish y Bagatelle. Se sabe a ciencia cierta que el día de su muerte, después de cenar, había jugado una partida de whist

    ¹ en el último de estos clubs. Adair pudo llegar a perder como máximo cinco libras, y siendo su fortuna considerable, tal pérdida no pudo, en modo alguno, afectarle. Jugaba casi todos los días en un club u otro, pero, como ya hemos dicho, era cauteloso y ganaba con mucha frecuencia. Se testificó en el juicio que, teniendo como pareja al coronel Moran, había ganado en una mano, hacía poco, la fuerte suma de cuatrocientas veinte libras a Godfrey Milner y a Lord Balmoral.

    La tarde del crimen regresó del club exactamente a las diez. Su madre y su hermana habían salido a visitar a un familiar y la doncella atestiguó que le oyó entrar por la puerta principal del segundo piso, dejó abierta la ventana, a causa del humo, no oyendo ningún ruido en la habitación hasta las once y veinte, hora de llegada de Lady Maynooth y su hija. Al ir a dar la primera las buenas noches a su hijo, observó que la puerta estaba cerrada por dentro y no recibió contestación a sus gritos y llamadas. Solicitada ayuda, forzó la puerta, encontrándose al infortunado joven tendido junto a la mesa y con la cabeza horriblemente mutilada por un disparo de revólver, pero no se halló arma alguna en la habitación.

    Sobre la mesa había un billete de diez libras y diecisiete libras más en monedas de oro y plata, en pequeños montones. Había también algunas monedas sobre una lista de nombres de unos amigos del club, de lo que se dedujo que, poco antes de su muerte, trataba de saber lo que había ganado o perdido en el juego.

    Un examen superficial de lo ocurrido habría servido sólo para hacer el caso más complejo. En primer lugar, no había razón alguna para que el joven se hubiera encerrado por dentro; existía la posibilidad de que lo hubiera hecho el asesino para huir más tarde por la ventana; sin embargo, el salto era de veinte pies, por lo menos; había un macizo de azafranes en flor completamente debajo, pero ni la tierra ni las flores mostraban señales de haber sido removidas; tampoco había rastros sobre la estrecha franja de hierba que separaba la casa de la carretera. Por consiguiente, parecía haber sido el joven quien había cerrado la puerta. ¿Cómo le sobrevino entonces la muerte? Nadie pudo haber trepado por la ventana sin dejar huellas. Suponiendo que un hombre hubiera disparado a través de la ventana, el disparo tenía que haber sido de una precisión extraordinaria para producir una herida de muerte semejante, con un revólver. Además, Park Lane es una calle muy frecuentada y con una parada de coches a unos cientos de yardas de la casa. Nadie oyó el disparo y, sin embargo, había un hombre muerto y una bala de revólver que produjo una gravísima herida y, probablemente, la muerte instantánea.

    Estos fueron los hechos del misterio de Park Lane, tan complicados por la ausencia de un móvil ya que, como hemos dicho, al joven Adair no se le conocían enemigos y no hubo siquiera intento de robo.

    Durante todo el día seguí dándole vueltas al asunto, esforzándome en dar con una teoría donde encajasen todos estos datos y que me permitiera encontrar ese punto débil que mi infortunado amigo consideraba el arranque de toda investigación, pero confieso que hice pocos progresos.

    Por la tarde, paseando por el parque, me encontré, alrededor de las seis, en Oxford Street, al final de Park Lane. Un grupo de gente desocupada me orientó hacia la casa que había venido a ver. Un hombre alto y delgado, con gafas de color, al que consideré un

    policía vestido de paisano, enunciaba sus propias teorías, mientras la gente a su alrededor se arremolinaba para oírle. Me acerqué todo lo que pude, pero sus observaciones me parecieron tan absurdas que me separé de allí malhumorado. Al marcharme choqué con un viejo deforme, que estaba detrás de mí y le tiré varios libros que llevaba. Recuerdo que mientras los recogía, observé el título de uno de ellos: «Los Orígenes de la Adoración al Árbol», y me chocó que aquel viejo pudiera ser un bibliófilo de tan baja estofa, ya lo hiciese por hobby o por comerciar con tan extraños volúmenes. Intenté disculparme, pero resultaba evidente que estos libros tenían un gran valor para su propietario, el cual, con un gruñido de desprecio, giró sobre sus talones, desapareciendo entre la muchedumbre con su curvada espalda y sus blancas patillas.

    Mis observaciones en el 427 de Park Lane, apenas sirvieron para aclarar el asunto. La casa estaba separada de la calle por una valla, cuya altura no excedía de cinco pies. Evidentemente, era muy fácil para cualquiera entrar en el jardín, siendo, sin embargo, la ventana completamente inaccesible, ya que no había tuberías ni ninguna otra cosa que pudiese ayudar al nombre más ágil a llegar hasta ella. Más desconcertado que nunca, regresé a Kensington. No llevaba cinco minutos en mi estudio cuando la criada entró para decirme que una persona deseaba verme. ¡Cuál no sería mi asombro al ver ante mí al extraño viejo, coleccionista de libros, con sus preciosos volúmenes, una docena por lo menos, bajo su brazo derecho!

    —Se sorprenderá de verme, señor —dijo con extraña y gangosa voz—, pero es que soy un hombre educado. Como venía renqueando detrás de usted, cuando le vi entrar en la casa me dije

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