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COAPA, La cienega de la culebra y las aguas dulces
COAPA, La cienega de la culebra y las aguas dulces
COAPA, La cienega de la culebra y las aguas dulces
Libro electrónico477 páginas6 horas

COAPA, La cienega de la culebra y las aguas dulces

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Con una rica narrativa nutrida por numerosas investigaciones de campo, esta obra nos acerca al paisaje original de la Coapa novohispana y nos devela su pasión por la historia y la etnohistoria al ofrecernos una visión tanto histórica como humana de “la región de las aguas dulces”.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 nov 2023
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    Vista previa del libro

    COAPA, La cienega de la culebra y las aguas dulces - Delfina E López Sarrelangue

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    Baltazar Gómez Pérez, Santa Úrsula Coapa, México,

    Ciudad de México - Delegación Coyoacán,

    1999, p. 11

    Imagen portada (Colección Particular): Plano topográfico del Rio Antiguo de Coapa y del nuevo abierto por Don Cosme del Llano en jurisdicción de la villa de Coyoacán.

    Explicación: No. 1, Puente de Santa Bárbara o de la bóveda. No. 2, Calzada de San José de cinco varas de ancho. No. 3, Zanja divisoria de las dos haciendas de cinco varas de ancho. No. 4, Borde de 2 varas de ancho en terreno de Coapa. No. 5, río Nuevo abierto por Don Cosme de cuatro varas y media de ancho. No. 6, Calzada y Terreno de Coapa de dos varas al principio anchando después hasta cinco varas para contener las aguas tanto del río Nuevo, como de la ciénega de San Antonio que tiene al oriente. No. 7, Punto de reunión que tenía el río Nuevo con la zanja divisoria y acalote que viene de Tepexpa y es conocido con los nombres del Hueso, el Mirador y San José. No. 8, Acalote que viene de Tepexpa. No. 9, Reunión el río Antiguo con el Acalote de San Antonio en el punto de la Noria. No. 10, Puente de Toros. No. 11, reunión del río con la acequia real que viene de México. Hechas las nivelaciones por los tres peritos para averiguar el corriente de los 2 ríos resultó que el río Abierto por Don Cosme en su longitud de dos mil y ochocientas varas de corriente una vara y ocho pulgadas y el río Antiguo en su longitud de cuatro mil y quinientas varas tiene veinticinco pulgadas y media. Firmado por: José María Delgado y Fuentes. Otra rúbrica: Joaquín N. de Heredia.

    Nota: Si bien el plano no tiene fecha sabemos que José María Delgado y Fuentes, recibió en 1798 el título de Agrimensor de Tierras y Aguas en la ciudad de México. (Archivo General de la Nación, unidad documental compuesta, expediente). En 1829, siendo segundo director de Arquitectura de la Nacional Academia fue el encargado de elaborar un plano de dos fincas situadas en el barrio de la Santa Cruz el cual se puede consultar en el Archivo General de la Nación (Instituciones Coloniales/Colecciones/Mapas, Planos e Ilustraciones, 280).

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    Coapa. La ciénaga de la culebra y las aguas dulces (1500-1968)

    Delfina E. López Sarrelangue (autora)

    Alicia Bazarte Martínez (coordinadora)

    Primera edición: 2012

    D. R. © 2012

    Instituto Politécnico Nacional

    Luis Enrique Erro s/n

    Unidad Profesional Adolfo López Mateos

    Zacatenco, Deleg. Gustavo A. Madero

    CP 07738, México, DF

    Dirección de Publicaciones

    Tresguerras 27, Centro Histórico

    Deleg. Cuauhtémoc

    CP 06040, México, DF

    ISBN: 978-607-414-321-8

    Impreso en México / Printed in Mexico

    http://www.publicaciones.ipn.mx

    Alfredo López Austin (iia-unam)

    Alicia Bazarte Martínez (unam-ipn)

    Ana Rita Valero (ahsil)

    Antonio Rubial García (unam)

    Deyanira García Martínez (enah-ipn)

    Elsa Malvido Miranda (deh-inah)

    Eréndida Gallo (ucsj)

    Felipe Castro Gutiérrez (unam)

    Guadalupe Dávalos Macías (izc-Zacatecas)

    Inocencio Noyola (ahgeslp)

    José Rubén Romero Galván (iih-unam)

    Laura Gema Flores García (uaz)

    Manuel Ramos Medina (cehmcsa)

    Margarita Jimémez Urraca (Prepa 5-unam)

    María Eugenia Cano (deh-inah)

    Ma. Teresa Jarquín Ortega (Colegio Mexiquense, ac)

    Roberto Beristain (agn)

    PRESENTACION

    PRÓLOGO

    INTRODUCCIÓN

    EL ESPÍRITU DE LA PALABRA

    LA FUENTE, LA SEMENTERA Y EL GUERRERO

    BAJO EL DOMINIO DE LOS FALSOS QUETZALCÓATL

    EN LA LINDE OCCIDENTAL

    HACIENDO LA HACIENDA. Las haciendas de San Juan de Dios y San Antonio

    LA HACIENDA DE COAPA, SEMILLERO DE LITIGIOS. EL GAÑAJE

    HERIDAS Y RESTAÑES

    SOMBRAS DE OPRESIÓN Y DE MISERIA

    LA EDAD DORADA

    EL FUEGO NUEVO

    LA SUERTE DE LAS TIERRAS COAPANESES

    DE LAS PAVESAS

    RESEÑA BIOGRÁFICA

    PALABRAS FINALES

    BIBLIOGRAFÍA

    SIGLAS

    ACNC Archivo de la Confederación Nacional Campesina. México.

    ADAAC Archivo del Departamento de Asuntos Agrarios

    y Colonización.

    AGN Archivo General de la Nación.

    AHH Archivo Histórico de Hacienda.

    AHINAH Archivo Histórico del Instituto Nacional de Antropología

    e Historia.

    AHSAG Archivo Histórico de la Secretaría de Agricultura

    y Ganadería.

    AHSIL Archivo Histórico San Ignacio Loyola.

    APC Archivo de la Parroquia de Coyoacán.

    APRGV Archivo de la postulación de la causa de beatificación

    del siervo de Dios monseñor Rafael Guízar y Valencia.

    AHDN Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional.

    BCOLMEX Biblioteca del Colegio de México.

    BNM Biblioteca Nacional de México.

    CDIAI Colección de documentos inéditos relativos al descu- brimiento, conquista y organización de las antiguas posesione­s españolas, de América y Oceanía, sacados

    de los archivos del Reino y muy especialmente del

    de Indias.

    CGHS Colección de Guillermo Hagg Saab.

    COyB Colección Orozco y Berra

    ENE Epistolario de la Nueva España

    MDAG Mapoteca de la Dirección de Geografía y Estadística de

    la Secretaría de Agricultura y Ganadería.

    MDGM Dirección de Geografía y Meteorología de la Secretaría de Agricultura y Ganadería.

    NCDHM Nueva Colección de Documentos para la historia

    de Méxic­o.

    SAG Secretaría de Agricultura y Ganadería.

    UNAM Universidad Nacional Autónoma de México.

    PRESENTACION

    En un principio fue el agua el medio para que todo naciera. Sobr­e su espejo la imagen de una docta inteligencia hurgando. Su inquie­tud y paciencia nos llevan a desentrañar los orígenes etimológicos de Coapa a partir de un centro elipsoidal, lacustre, que aunque anegado recibía las corrientes del Valle de México a través de los afluentes que la refrescaban y de los manantiales circundantes de la antigua zona de Nativitas. Así formadas las ciénagas: en una sólida narrativa la Dra. Delfina Esmeralda López Sarrelangue va documentando la riqueza de su flora y de su fauna, la vasta ecología de los pueblos míticos, su asiento y fortalezas, sus quehaceres en la alquimia descriptiva propia de un texto litúrgico; cíclico con su génesis y su apocalipsis.

    El cromatismo de su lenguaje nos nutre de imágenes, retira el cortinaje de lo mundano, de lo moderno, y nos acerca al paisaje original para comprender a esta gran urbe llamada Distrito Federal, desde la Coapa del sur; La región de las aguas dulces. Pueblo reseñado en más de medio siglo de una vida de indagaciones. Suena corto, se lee fácil: una vida. Pero no todas las mentes se apasionan, no todas deciden comprender, ni se resignan a los cambios. No acumulan un acervo crítico tan vasto para propiciar el entendimiento como lo hace la autora.

    Relacionar lo estrictamente histórico y literario, con la legislación, la sociología con la etnohistoria y la geografía, con la cuestión agraria, con los caudillos que lucharon por la libertad y el reparto justo de la tierra como deseaba Emiliano Zapata, da bandera social y política a estos pueblo­s como Coapa que hicieron la Revolución porque no querían cambiar, dejar sus tierras y su modo de vida para ser tragados por el industrialismo y el urbanismo caótico. Todo de la mano de lo científico, con una poética labrada en la sencillez. Es enorme y fecunda tarea de vida, como la de muchas vidas que serán motivadas a la preservación de nuestros pueblos o lo que queda de ellos, desafortunadamente olvidados.

    Dra. Yoloxóchitl Bustamante Díez

    DIRECTORA GENERAL DEL IPN

    PRÓLOGO

    La Dra. Delfina Esmeralda López Sarrelangue, erudita de la Historia Novohispana, nos heredó dos excelentes libros que destacan en la historiografía nacional: ¹ y .² Para subrayar la importancia de estas obras que continúan siendo fuente inagotable de sabiduría para la historia y etnohistoria a través de los años, citamos al Dr. Felipe Castro, refiriéndose a una de ellas:

    Este libro ha pasado la más dura de las pruebas: la del tiempo. Hay obras que tienen su cuarto de hora de fama por razones incidentales, ya sea porque se ocupan de temas que inquietan momentáneamente a la sociedad (como la amplia producción presente referida a Chiapas) o hasta cuestiones más incidentales, que tienen que ver con el prestigio de la editorial o la habilidad del autor para promoverse a sí mismo. Estas situaciones coyunturales tienden a desvanecerse y perder su importancia con el paso de las décadas; lo que queda al final, lo que se decanta, es la calidad, el peso específico de la investigación, que lleva a sucesivas generaciones de historiadores a consultarla y leerla con provecho y placer.³

    Así, nuevas generaciones, no sólo de historiadores, sino también cualquier lector al recorrer cada una de las páginas de estos libros se sentirá cautivado por el pasado que la Dra. López Sarrelangue logra revivir magistralmente.

    En cuanto a la metodología y las técnicas de investigación social y humanística del siglo pasado que utilizó Delfina, veamos lo que dice, una de sus más queridas amigas: María Teresa Martínez Peñaloza, en el prólogo de …:

    Todos los trabajos de López Sarrelangue se caracterizan por la profundidad y amplitud de su quehacer heurístico que privilegia las fuentes de primera mano que ofrecen los repositorios y colecciones publicadas o microfilmadas de documentos.

    Ella pertenece a un linaje de investigadores que los avances tecnológicos, desde el surgimiento de las fotocopiadoras hasta el Internet, han puesto en proceso de extinción. En nuestros días, es fácil desde un cubícu­lo o estudio particular, tener acceso a información por lejana que esté.

    No así en aquel entonces; los investigadores habían de acudir personalmente a consultar y tomar notas a mano, sin embargo, lo que se perdía en tiempo se ganaba en conocimiento pues había que leer cuidadosamente y analizar expedientes completos para seleccionar el que habría de ser útil y extraer del texto los datos significativos.

    El libro que hoy se suma a los dos anteriores y que se convirtió en el proyecto de vida de la Dra. Sarrelangue, es una rica veta de información sobre una región del sur del Valle de México: ; inevitablemente esta obra nos hará reflexionar sobre la labor del historiador, aquel que se apasiona con un tema, se compromete con una indagación que nunca se agota, se propone desentrañar en bibliotecas y archivos (por lejos que se encuentren y lo difícil de su consulta) aquellos tan dispersos pero destacados datos que, finalmente, a través del análisis enriquecen el aporte científico de la historia mexicana.

    Nuestra querida catedrática del seminario El Mundo Indígena en la Nueva España, de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de México, guió a sus alumnas y alumnos por los archivos de la época virreinal, los enseñó a amar los manuscritos y a tratar de descifrarlos, les inculcó la perseverancia, a no amedrentarse ante los obstáculos, así se tratara de magros resultados, o bien, en ocasiones la desmedida burocracia para acceder a los documentos. Fue también una de las primeras investigadoras que se acercaron a los archivos privados eclesiásticos, basta recordar que se convirtió en la primera mujer en consultar el archivo de la Catedral de México y el del Santuario de la Villa de Guadalupe.

    Su curiosidad la guió para ser una de las primeras historiadoras en darle valor a los testimonios orales de los habitantes de los antiguos pueblos de indios que circundaban a la Ciudad de México, prueba de ello son sus estudios sobre la parcialidad de Santiago Tlaltelolco; en la obra que prologamos, los relatos de los zapatistas entrevistados, nos hacen cabalgar con Miliano por los senderos del Ajusco o de Milpa Alta.

    Cuando la doctora llegó a la región de las aguas dulces en 1957, como una de las primeras profesoras de la Escuela Nacional Preparatoria Núm. 5 de la UNAM, al ver coexistir a los estudiantes con los campesinos se interesó en escribir la historia de Coapa, tema que poco a poco se fue convirtiendo en una obsesión entre el encanto que le proporcionaban sus descubrimientos en archivos y mapotecas y el desencanto de ver como la mancha urbana desecaba manantiales y canales, devoraba las tierras de cultivos y destruía una hacienda centenaria.

    Fue a finales de 2010 que mi querida maestra me llamó para despedirse de mí, darme su bendición y entregarme el portafolio gris con su investigación sobre Coapa, contenía nueve capítulos que nosotros habíamos mecanografiado en años anteriores y que ella había revisado y corregido; otros dos capítulos manuscritos que completaban la obra, los cuales mecanografié y cotejé. En sus últimos días elaboró el capítulo De las pavesas, asistida por Susana Clares Popoca. La introducción fue elaborada por mí y por Francis Mestries, sociólogo conocedor del zapatismo y desde luego no podía faltar la colaboración de su querido vecino y colega Don Luis Evereard cronista de Coyoacán, quien elaboró las palabras finales.

    La doctora López Sarrelangue nació en Acayucan, Veracruz en 1919 y nos abandonó el 14 de febrero de 2011, no pudo ver terminado este volumen, pero sabemos que se fue con la certeza de que sería publicado y que, sin lugar a dudas, se convertiría en uno de los mejores testimonios históricos para los oriundos del Valle de México que aman su ciudad y sus raíces, así como para los interesados en la historia agraria de México y para quienes transitaron y transitan la región de la será su mejor legado.

    La inspiración y pasión por este trabajo se debe a: Chari y Vigo, sus hijos; Queta, su hermana; Lupita y Paulín, Lilí y Celestesus sobrinos.

    También dedicó este trabajo a los actuales moradores de la Coapa ancestral: que en los nombres de José Luis García Martínez y Leticia Zarate Tinoco están representados todos ellos.

    Como toda bella publicación en diseño y contenido, este libro es producto del esfuerzo de un grupo de personas comprometidas con su Institución, consigo mismas y, en esta ocasión, con esta megalópolis que en ocasio­nas nos devora. En primer lugar mi reconocimiento a la Dirección de Publicaciones del Instituto Politécnico Nacional, siempre abierta a vincularse con la sociedad ensalzando la técnica, la ciencia, la cultura, el arte y la historia en nuestro país y en el extranjero. Estamos en deuda con la Secretaría de Investigación y Posgrado, en donde se gestan nuestros trabajos de investigación, que alcanzan dimensiones universales y justifican la razón de su existencia al formar a nuestros alumnos como los futuros científicos que demanda el país. No podemos dejar de mencionar a todos los participantes de los proyectos de investigación de la Escuela Superior de Economía (2011-2012) y de otras instancias politécnicas, en especial al M. en C. Héctor Allier Campuzano, Guillermo Domínguez Yañez, Eugenia Acosta Sol, Aurelio Colmenares, así como a los alumnos del Programa Institucional de Formación de Investigadores: Patricia Aleyda Jiménez Ariceaga, Maribel García Cruz, Carmen Valle Bustamante, Ana Lilia Miranda Osornio y Julio Cesar Nava Cortés. El ingeniero Humberto Huerta Han nos auxilió en la difícil tarea de la informática. A todos ellos nuestro infinito agradecimiento.

    Alicia Bazarte Martínez

    Casco de Santo Tómas

    Instituto Politécnico Nacional

    México, DF, Febrero, 2012

    1 Primera edición, 1957; 2ª edición 2005.

    2 Primera edición, 1965; 2ª edición 1999.

    3 http://felipecastro.wordpress.com/2011/02/15/delfina-lopez-sarrelangue/

    Coapa%2000Intro%20Gris.tif

    Miguel León Portilla y Carmen Aguilera, Mapa de México Tenochtitlan y sus contornos hacia 1550, México, Celanese Mexicana, SA, 1986, lámina 5 (Detalle).

    INTRODUCCIÓN

    Este libro es notable por varias razones que lo hacen una lectura apasionante y deleitable: ofrece una visión holística de una microrregión con identidad propia al presentar las historias de las generaciones de hombres que la habitaron y la configuraron, del ecosistema lacustre que tiene su propia lógica y resistencia, y de los mitos y dioses que fueron creados y dieron sentido a las sociedades locales y a la relación con su entorno. Asimismo esta obra se destaca por la amplitud del recorrido histórico que abarca (mil años), por su extensa base documental en fuentes primarias y por la objetividad de su visión sobre los actores sociales, pues realiza una mirada de los pobladores originarios de esta comarca.

    La región sur del Anáhuac y su entramado lacustre fue bendecida por el paso del héroe-dios civilizador Quetzalcóatl, que enseñó a su gente la agricultura y las artesanías finas como el arte plumario, con lo que se convirtió en una de las cunas de la agricultura irrigada en Mesoamérica, evidenciada en las técnicas de manejo del agua, de la tierra, de los árboles y de las plantas de la chinampería y de las abundantes cosechas de maíz.

    Pero esta feracidad de la tierra también fue objeto de codicia y envidia de parte de los invasores venidos del norte, los mexicas, o del oriente, los españoles; Quetzalcóatl fue víctima de las intrigas de Tezcatlipoca y de sus rivales, y obligado a exiliarse. Así, la toponimia de la comarca Coapa simboliza el paso de Quetzalcóatl (la Serpiente Emplumada) en los dominios del Chalchihuitlicue, diosa de la aguas dulces color esmeralda, y su unión fructífera. Xochimilco, y luego Chalco fueron los señoríos que levantaron estas primeras y refinadas culturas, sin embargo, después de una pertinaz resistencia, fueron vencidos y sometidos a tributo por los descendientes de los chichimecas, quienes fueron civilizados a su vez por los hijos de Quetzalcóatl, quien sustrajo el maíz del inframundo para regalárselo a los hombres.

    La conquista de los falsos Quetzalcóatl, los españoles, acabó con una civilización, pero tuvo como efecto devolver parte de las tierras a sus antiguos dueños por medio de la restitución o de juicios legales asesorados por la misma Malintzin. La corona española estableció una legislación protectora de los indios, legitimando a sus gobernantes locales y sus territorios comunales. Sin embargo, Coapa, como parte del Marquesado del Valle, fue colonizada con el tiempo por agricultores españoles y criollos. A su vez, las nuevas técnicas agrícolas y ganaderas importadas de Europa causaron el ocaso de Chalchihuitlicue, al provocar el inicio del azolve de las lagunas, aunado a la construcción de bordos y al desecamiento de los pantanos, proceso que finalizó cinco siglos después con la vaporización de la totalidad de las lagunas de Coapa y la desecación de sus manantiales, no sin erupciones de coraje de la diosa que, con la ayuda de Tláloc, inundaba periódicamente la zona y la capital. De esa época, la autora retraza el intenso tráfico por los canales de chalupas que llevaban los frutos de la región y de las provincias del sur a la gran ciudad, recalcando la posición estratégica de Coapa en la producción agrícola y el comercio. También describe la fertilidad de las tierras sembradas de maíz, al que se sumó luego el trigo, el maguey para la fabricación de pulque, y luego, a fines del siglo xix, la alfalfa para dar origen a un emporio ganadero lechero en las haciendas de Coapa.

    Si bien éstas engulleron durante la Colonia algunos pueblitos indígenas, y crearon otras en sus lindes, se enfrentaron a una resistencia tenaz de las grandes comunidades indígenas que lograron salvar la mayoría de sus tierras y lagunas. El pueblo de Coapa nació en el siglo xvi en la frontera de la comunidad de Xochimilco y de propiedades de criollos, las que dieron paso en el siglo xvii a las primeras haciendas; su vecino y súbdito, Santa Úrsula, cuyo suelo volcánico era poco propicio a la agricultura, fue objeto de constantes despojos, injusticias y agresiones a sus intentos de resistencia a lo largo de la Colonia y del México Independiente, al grado de quedar reducido a un barrio chico de la ciudad. Sin embargo, su falta de tierras de cultivo generó una dependencia económica de sus moradores hacia la hacienda de Coapa que le daba empleos, estableciéndose lazos de lealtad y relaciones filiales, características de la simbiosis latifundio-minifundio de la estructura hacendaria.

    La hacienda de Coapa fue fundada por frailes dominicos quienes, siend­o buenos empresarios, iniciaron las obras de irrigación para el cultivo y la vendieron luego a un capitán que la levantó y la integró a su mayorazgo por vía del ennoblecimiento de su linaje; sin embargo, sus herederos la abandonaro­n y la endeudaron al grado de que fue arrendada y rematada a fines del siglo xviii, como ocurrió con muchas tierras de mayorazgos peninsulares en la Nueva España. López Sarrelangue retrata con detalle el lujo y comodidades del casco de la hacienda y registra los altos rendimientos y la rentabilidad de la ha­cienda, tanto por su cosecha de trigo como por sus hatos de ovejas y por el trabajo de sus gañanes, que recibían bajos salarios; aun así la historiadora analiz­a largamente todas las medidas legales y recomendaciones que la Coron­a y la Iglesia promulgaron para protección de los jornaleros agrícolas, los cuales en ocasiones llegaban, si se juntaban contingentes numerosos, a soli­citar su constitución como pueblo y a solicitar tierras de la hacienda. La maestra escudriña las condiciones laborales de los trabajadores de Coapa, que se dividían en mayordomos (blancos), indios residentes, y no residentes o traba­jadores estacionales, notando que imperaban relaciones de lealtad y entendimiento entre ellos y el patrón, cultivadas por fiestas comunes en que eran agasajados por éste, al grado que tomaban el lado de su amo en los pleitos con otras haciendas. Descarta la existencia del peonaje por deudas y subraya el carácter asalariado de las relaciones de trabajo (en dinero y en especie).

    Posteriormente, la autora nos conduce por los avatares de la comarca a través de las turbulencias del México Independiente, como las revoluciones y guerras de invasión que asolaron y devastaron las haciendas, pero lo que no cambió fue la rígida estructura de clases y de estatus con tintes raciales, y la estructura agraria fundada en la hacienda, que prosperó con la protección oficial, se expandió a costas de pueblos y comunidades, y se aprovechó de la falta de leyes y garantías para el trabajador agrícola, rebajado a peón, como lo muestra el comportamiento de un rico empresario español, allegado de Santa Anna, que compró la hacienda de Coapa, hizo encarcelar a sus peones para no pagarles mientras daba un banquete a su Alteza Serenísima, y se apropió de gran parte de la Ciénaga de Xochimilco a espaldas de los comuneros. La bota extranjera volvió a ocupar Coapa cuando el ejército norteamericano estableció allí su bastión en la guerra de 1847 y derrotó a las fuerzas mexicanas.

    Ya en tiempos del Imperio aparece la primera manifestación de la contradicción campo/ciudad, cuando el Director de Aguas de la Ciudad de México decidió construir una muralla de diques y albarradas alrededor de la capital, inundando todas las tierras del sur, incluidas las haciendas y los pueblos; si bien este proyecto fue cancelado al poco tiempo, dejó anegada la zona, como muestra de la insensibilidad tecnocrática de las autoridades de la capital, que no se preocupan por los equilibrios hídricos y ecológicos de la cuenca de México, rasgos constantes de sus políticas hasta hoy. En consecuencia, como dice la autora, Las aguas del sur prosiguieron mansamente su agonía, agitadas sólo por espasmos cada vez más débiles.

    La paz porfiriana encumbró aún más la clase terrateniente, que engulló las tierras aledañas a sus haciendas, conformó verdaderas dinastías locales y acentuó sus prácticas y actitudes de ociosidad, lujo y derroche, con lo que las técnicas y la estructura de cultivos poco se modificaron, pero empeoraron las condiciones de los peones al grado de caer en una casi ser­vidumbre. Los hacendados coapenses, aunque introdujeron innovaciones tecnológicas en sus explotaciones (alfalfa, sistemas de riego), se abalanzaron sobre las tierras comunales de los pueblos vecinos, amparados en las Leyes de Reforma que desconocían la propiedad comunal y anulaba la autonomía de los gobiernos comunales, los cuales debilitados, se dejaban fácilmente corromper. A los indios se les restringió, incluso, el derecho de litigar, su principal arma de defensa de sus tierras desde la Colonia. No es extraño entonces que estallaran explosiones locales de descontento, como en el pueblo indígena de Ameca despojado de su bosque, y en Chalco, en 1869, donde Julio Chávez López, bajo la bandera del socialismo utópico, se levantó en armas y saqueó varias haciendas, antes de ser asesinado por el gobierno. En efecto, a partir del último cuarto del siglo xix la paz porfirian­a logró aplacar las rebeliones con puño y hierro, y a los indios no les queda sino la nostalgia y el rencor, que siguen nutriendo con nuevos agravios. Los pueblos indígenas se refugian en el recuerdo y, en la conciencia de su orfandad, se refugian en el silencio.

    Por tanto, los indios fueron reducidos a la condición, en el mejor de los casos, de medieros, teniendo que cargar con el trabajo y los gastos del cultivo, y compartir la cosecha por mitad con el dueño de la tierra, o en la mayoría de los casos de peones, amarrados a la hacienda por deudas, por la tiend­a de raya y por una choza con su pegujal, complementados con la ración de maíz otorgados por el hacendado. Sin embargo, las haciendas coapenses dispensaban un trato un tanto más decente a sus trabajadores, ya que no tenían tienda de raya, y pagaban mejores salarios que la mayoría de las fincas del país, aunque la escasez de brazos agravó sus condiciones en la primera década del siglo xx, gestando un sentimiento antiespañol entre los peones, que se volcó en su adhesión masiva al zapatismo en la Revolución. Por lo demás, el incipiente desarrollo industrial hizo brotar algunas fábricas de papel y de hilados en la región, abriendo fuentes de empleo que ofrecían mejores salarios que las haciendas, mejores viviendas y hasta escuelas, a raíz de la toma de conciencia y organización protosindical de grupos de obreros.

    La irracionalidad económica de la hacienda resalta al constatar que la mayoría de sus extensos terrenos permanecían ociosos, por falta de mano de obra, de capital de los dueños, y por la magnitud de los gastos que implicaba la desecación de las ciénagas para ellos; en contraste, la escasez de tierras, incluso para solares, en los pueblos se agudizó por el alza del valor de la tierra en la zona, situación que aprovecharon las haciendas para notificar porciones de sus terrenos para fines urbanos. Empero, los últimos destellos del Porfiriato vieron el apogeo de las haciendas de la región, que se dividieron para tener tamaños más viables económicamente y se reconvirtieron a la ganadería lechera, con hatos de ganado fino importado, alfalfares y establos modernos, alcanzando altos rendimientos y ganancias por la proximidad del mercado de la ciudad. Con ello, los cascos se volvieron lujosas mansiones y la renta de la tierra se elevó, disparando el valor económico de las haciendas, lo que no impidió que sus dueños tuvieran que hipotecarlas para conseguir créditos para su explotación. El oropel de las ostentosas fiestas de la oligarquía coapense-española pronto se marchitó en las llamas de la Revolución.

    El estallido de 1910 marca para la autora el fin de un ciclo vital y el inicio de otro, la destrucción de lo viejos cacharros e ídolos y la irrupción de un fuego nuevo, como cada 52 años entre los mexicas. La concepción cíclica de la historia de los habitantes del México profundo se encarna en el derrocamiento de la viejas castas privilegiadas incapaces de sacrificar sus riquezas, en el encumbramiento de nuevos grupos sociales que tuvieron que satisface­r parcialmente, y por un tiempo, los reclamos ancestrales de los pueblos originarios, pero se asimilaron también a los viejos moldes de concentración del poder y del dinero: tras un fugaz resplandor del fuego nuevo, no quedó sino un brillo de luces de artificio que también desapareció entre sombras cada vez más espesas y amenazadoras, y la podredumbre de los ricos y el silencio de los oprimidos volvieron a imperar.

    Frente a la incapacidad de los nuevos gobernantes de resolver los ingentes problemas sociales, en particular el problema agrario, y a la falta de instituciones políticas estables y de partidos y programas estructurados y renovadores, los campesinos de Morelos, dirigidos por su líder natural Zapa­ta, arrojaron el fuego nuevo a las haciendas y sus cañaverales, y prendieron la chispa de la revuelta entre los campesinos del centro del país. El poder de convocatoria de Miliano provenía de su origen campesino, similar al de sus seguidores, de su intachable patriotismo, de la sencillez de sus objetivos (la justicia, la libertad), y de su integridad moral, puesto que, a diferencia de otros caudillos revolucionarios, no ambicionaba el poder, por lo que la región de las Aguas Dulces se convirtió en un nido zapatista, su refugio y su puesto de avanzada hacia la capital.

    La autora narra como los campesinos, peones y rancheros se le unían al ver su honradez, su entrega a la causa, su respeto a los pueblos, la disciplina que imponía a sus tropas y su desprecio a los privilegios militares o civiles, y como las mujeres abastecían de alimentos e informaciones a los zapatistas del Ajusco, o luchaban con las armas en la mano. Con el retrato minucioso de la vida cotidiana de las tropas de Zapata en la región, a partir de entrevistas y fuentes directas, la autora nos ofrece un valiosísimo y entrañable testimonio sobre el líder de la corriente popular y social de la Revolución Mexicana. Explica que procedió sin conflictos al reparto de tierras entre los pueblos de Morelos y Puebla, apoyándose en la sabiduría de los ancianos y en los títulos virreinales, Zapata se mantuvo congruente con sus ideales hasta su derrota y asesinato a traición, y los campesinos coapenses le refrendaron su lealtad hasta el final, apoyando a los guerrilleros en su retirada, y su muerte lo convirtió en nuevo héroe cultural, en una reencarnación de Quetzalcóatl.

    Los herederos de Zapata al mando de lo que quedaba del Ejército libertador del Sur, debilitados, se unieron a Obregón en su golpe de estado a Carranza, más por razones tácticas que de convicción, pero pronto se perca­taron de la doble moral de los caudillos sonorenses que, por un lado, incorporaron a los combatientes zapatistas al ejército, y a su expresión partidista, el PNA, a su gobierno, y a sus demandas de tierras al Código Agrari­o, pero por otro lado mandaban matar a traición a sus líderes naturales, al igual que a Pancho Villa. Esto no hace más que dimensionar la enorme brecha existente entre leyes, discursos y programas políticos oficiales, y la actuación real de los políticos en el poder en México. El resultado fue un reparto agrario a cuenta gotas durante los gobiernos sonorenses, que distribuyó mínimas parcelas de tierra sin obras de riego ni equipo, debido a una legislación confusa, cambiante y contradictoria, a trámites engorrosos y una burocracia tortuguista.

    Las haciendas campesinas quedaron devastadas por la Revolución y endeudadas, y pronto enfrentaron demandas de restitución de tierras por parte de los pueblos vecinos, a lo que respondieron con amparos y con fraccionamientos y ventas por pedazos de sus predios, lo que les resultó un excelente negocio. Esta treta impidió a Xochimilco recuperar la mayor parte de su Ciénaga Grande, ya lotificada, entre otros a generales de la Revolución. Llama la atención la pequeñez de las parcelas ejidales repartidas, frente a la extensión de las adjudicaciones de tierras que se otorgaron jefes militares y funcionarios de los nuevos gobiernos, a quien la Revolución sí les hizo justicia.

    El conflicto armado cristero volvió a agitar el límpido espejo de las aguas dulces, y, paradójicamente, fueron jefes zapatistas, que supuestamente eran aliados del gobierno de la Revolución (más de Obregón que de Calles), los que aportaron los cuadros militares de la rebelión en el sur del Distrito Fede­ral (Ajusco), a los que se sumaron estudiantes y miembros de la clase media, —sin experiencia no sólo militar sino de la vida en el monte—, campesinos ex zapatistas y Brigadas Femeninas de clase popular que cumplieron un papel clave de logística y espionaje. Otra paradoja poco subrayada en otros estudios, ellos pedían la separación de la Iglesia del Estado, garantías para el trabajador y el empleador, respeto a la propiedad privada y a la vez justa dotación ejidal. A pesar de una feroz represión que acabó con los grupos cristeros del Ajusco, los alzados controlaron la zona sur de Chalco hasta Milpa Alta, abastecidos de armas por obreros católicos y mujeres verduleras en sus trajineras; el gobierno no pudo derrotarlos completamente, y sólo la traición de los obispos que firmaron un armisticio sin garantías para los alzados aplacó el movimiento. Así, la etapa moderna de México cierra su primer ciclo de movimientos sociales con otra traición, constante trágica de su historia.

    Otro mal endémico de las relaciones de poder en México, la corrupció­n, se generalizó en la posrevolución, gangrenando a las autoridades ejidales, que se apoderaron de parcelas y del dinero, de sus representantes, destinando las tierras a obras de urbanización o a la venta para fraccionadores. En los años cincuenta se desató una ola de fraudes, acicateada por la especu­la­ción inmobiliaria, por parte de pseudoempresas desarrolladoras, cuyas víctimas fueron los ejidatarios y los incautos colonos compradores de lotes, y cuyos beneficiarios fueron grandes empresarios y políticos. El pueblo de Santa Úrsula fue despojado de sus tierras comunales por invasores que luego las vendieron a prominentes políticos-empresarios, y por el gobierno de Díaz Ordaz que, de manera autoritaria, convirtió sus tierras comunales en ejidales para que fuera más fácil expropiarlas, y desalojó violentamente a sus moradores destruyendo sus casas para construir el Estadio Azteca. Así mismo, sus yacimientos de cantera fueron saqueados por particulares protegidos por las autoridades delegacionales.

    En síntesis, este libro es un fresco que cuenta la historia de una región con identidad propia basada en sus mitos, leyendas, paisajes, sitios ceremoniales, santos, fiestas, técnicas de cultivo, formas colectivas de trabajo, agravio­s y luchas que fueron formando una memoria colectiva; sustento simbólico de su resistencia a los invasores de toda índole, a los latifundistas y a los adalides y operadores de la especulación inmobiliaria; sus pobladores originarios trataron de conservar la vocación agrícola y la compleja hidrografía de sus tierras, hasta que fueron arrasados casi todos por la expansión incontenible de la megalópolis. Su tragedia fue ser dueños de terrenos y recursos naturales de alto valor, de renta diferencial elevada, lo que despertó la codicia de los poderosos. A la distancia, las consecuencias han sido graves para el ecosistema del Valle de México: agotamiento de los manantiales, desecación de las lagunas, escasez de agua potable, descontrol en el manej­o de las aguas

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