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Músicas y prácticas sonoras en el Caribe colombiano: Volumen 1: prácticas musicales locales, festivales y cosmovisiones diversas
Músicas y prácticas sonoras en el Caribe colombiano: Volumen 1: prácticas musicales locales, festivales y cosmovisiones diversas
Músicas y prácticas sonoras en el Caribe colombiano: Volumen 1: prácticas musicales locales, festivales y cosmovisiones diversas
Libro electrónico432 páginas5 horas

Músicas y prácticas sonoras en el Caribe colombiano: Volumen 1: prácticas musicales locales, festivales y cosmovisiones diversas

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El presente trabajo comprende, en dos volúmenes, la voz actual de investigadores que abordan, desde variadas perspectivas, disciplinas, metodologías y marcos teóricos, el estudio y análisis de diversas músicas y prácticas sonoras en el Caribe colombiano. El primer volumen, que usted tiene en sus manos, reúne textos que abordan diferentes cosmovisiones, significados y prácticas de las músicas locales y de tradición oral. El segundo, compila artículos que exploran las músicas populares, masivas y mediatizadas, o bien la relación de algunas músicas tradicionales con la industria musical.

En conjunto, ambos volúmenes presentan un panorama actual y diverso, desde una perspectiva multidisciplinar, de las músicas del Caribe colombiano. Por el rigor y calidad de los textos incluidos, el presente trabajo constituye un hito en cuanto a las investigaciones sobre el tema. Esperamos que este libro sea una catapulta que multiplique el interés y el desarrollo de trabajos de investigación sobre asuntos tan importantes para las comunidades, académicos y público en general dentro y fuera de la región, como es el caso de las prácticas musicales en el Caribe colombiano.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 dic 2022
ISBN9786287618046
Músicas y prácticas sonoras en el Caribe colombiano: Volumen 1: prácticas musicales locales, festivales y cosmovisiones diversas

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    Músicas y prácticas sonoras en el Caribe colombiano - Federico Ochoa Escobar

    Portada_vl1_2023-09-18_ebook_s.jpg

    Músicas y Prácticas Sonoras en el Caribe Colombiano

    Volumen 1: Prácticas Musicales Locales, Festivales y Cosmovisiones Diversas

    Santiago de Cali, 2022

    Músicas y Prácticas Sonoras en el Caribe Colombiano

    Volumen 1: Prácticas Musicales Locales, Festivales y Cosmovisiones Diversas

    Federico Ochoa ESCOBAR

    Juan Sebastián Rojas

    (Editores)

    Santiago de Cali, 2022

    Prólogo

    Hoy tenemos el honor de presentar el libro Músicas y prácticas sonoras en el Caribe colombiano , el cual se divide en dos volúmenes. El primero, denominado Prácticas musicales locales, festivales y cosmovisiones diversas , y el segundo, Multiculturalismo y prácticas musicales en la industria . Aquí se da la extraordinaria conjunción de dos tipos de textos excelentes, cada uno a su manera: los ensayos y artículos que constituyen los volúmenes I y II, y el enjundioso ensayo de introducción ¡Ay! Al sonar los tambores. Historiografía de la investigación musical sobre el Caribe colombiano , escrito por los compiladores-editores, Juan Sebastián Rojas y Federico Ochoa, en el que se detallan los orígenes y características de los textos seleccionados, por lo que no es necesario abordar aquí lo que ellos hacen con tanta calidad y precisión. Por tanto, me limitaré a señalar algunos asuntos generales que nos llevan a inevitables inquietudes, a partir, principalmente, del ensayo introductorio, y un poco menos de los textos que constituyen ambos volúmenes.

    Una de las preocupaciones frecuentes en el ámbito académico latinoamericano es la designación apropiada de los conceptos e ideas prestados del mundo anglosajón, particularmente en lo que atañe a la traducción más eficaz de los términos correspondientes a tales conceptos e ideas. Por ejemplo, se usa estado del arte para referirse a la organización de textos que nos permiten establecer qué es lo central que se sabe sobre un tema, asunto o campo de investigación. Pero no parece una traducción afortunada del usual literature review, por lo que puede preferirse revisión de bibliografía o aun balance bibliográfico.

    Pues bien, este estudio presentado aquí como Introducción es todo eso al mismo tiempo y mucho más. Los autores hacen una revisión detallada de la producción intelectual sobre músicas y prácticas sonoras en el Caribe colombiano, prácticamente desde que se inició y, paso a paso, van estableciendo características y diferencias de los distintos enfoques. Así, nos asomamos con ellos a las aproximaciones que incluyen el folclorismo más tradicional, la pasión por las biografías de figuras de la música, algunos textos periodísticos valiosos, intentos más académicos desde lo sociológico o, incluso, desde una perspectiva etnomusicológica más profesional, hasta llegar a las tendencias más recientes.

    Gracias a la claridad de esta Introducción, nuestro conocimiento sobre las prácticas sonoras y musicales de la región Caribe, en Colombia, se vuelve sistemático y podemos distinguir los logros y limitaciones de cada una de las tendencias de estudio y sus textos principales. Los autores inician explicando el origen del libro y de cada volumen, para proponer enseguida una discusión sobre las dificultades y diferencias en la denominación Caribe colombiano y qué tanto abarca en una dimensión geocultural. Luego nos presentan un balance de lo que encontramos en el tiempo presente sobre lo que llaman prácticas musicales en el Caribe colombiano, para mostrarnos un certero balance crítico de la producción bibliográfica sobre estas temáticas, culminando, ahora sí, con un estado actual de los conocimientos sobre las músicas y prácticas sonoras de y en la región Caribe, correspondiente a la producción intelectual de este siglo XXI.

    Luego nos presentan el libro en sus dos volúmenes, para pasar a Conclusiones, que completan el balance con información pertinente y reflexiones argumentadas sobre las músicas, los autores y autoras y sus contextos de investigación, los enfoques y otras precisiones. Rematan con una bibliografía que sirve como guía de lectura para quien quiera iniciar o continuar investigaciones sobre estos temas y tópicos. Esta Introducción es un estudio completo en sí misma. Es muy estimulante e incita a la lectura de los textos que constituyen este libro.

    Hay algunas reflexiones de los autores de la Introducción, en las que vale la pena detenerse.

    a) La baja producción académica de calidad, de gente oriunda de la región Caribe de Colombia, detectada desde hace más de quince años y sobre la que aún no se trazan políticas públicas desde las instituciones, que debieran responder por soluciones para superar estas carencias; en este caso, principalmente universidades, casas de la cultura, secretarías de cultura de los municipios y departamentos. Como lo explican Rojas y Ochoa, la convocatoria que dio origen a este libro fue amplia, divulgada a través de muchos canales y, primero, la respuesta de trabajos hechos por gente de la región no fue voluminosa. Segundo, pocos de los trabajos enviados pasaron la prueba de calidad de pares evaluadores competentes. Como diagnóstico, nos sirve para corroborar la urgencia de políticas investigativas y recursos apropiados, necesidad que debe ser asumida por quienes dirigen las entidades antes mencionadas, pero, como es evidente, esto no se logrará si no se hace presión desde la gente que investiga sobre las músicas y prácticas sonoras del Caribe colombiano, con independencia de su lugar de origen o sitio desde donde investiga. Una comunidad académica que agrupe a la gente, individualmente pero también desde los colectivos de investigación, articulada a una organización gremial o a un(os) grupo(s) de investigación de universidades, puede empezar a generar tal presión.

    b) Al examinar los asuntos y temas trabajados por los textos publicados aquí, podemos encontrar, en los volúmenes I y II, un texto sobre historia de ciertos instrumentos musicales más bien poco difundidos y los sentidos del término bunde (texto 1, vol. I), dos textos sobre tambora (2 y 3, vol. I), dos textos sobre la gaita del Caribe colombiano (4, vol. I y 2, vol. II), dos textos sobre bullerengue (5 y 6, vol. I), un texto sobre la música de Lucho Bermúdez y el jazz (1, vol. II), dos textos sobre figuras de la música caribeña colombiana (4 y 9, vol. II), un texto sobre el sonido sabanero (3, vol. II), un texto sobre el porro de bandas de vientos (5, vol. II), un texto sobre la música juvenil en San Andrés y Providencia (6, vol II), un texto sobre los picós y el mercadeo de música africana en Cartagena (7, vol II) y un estado del arte sobre las investigaciones de la champeta (8, vol II).

    c) Si bien la convocatoria fue amplia en temática y enfoques, y se abarcan fenómenos de músicas y prácticas sonoras tradicionales (tambora, gaita, bullerengue y porro), de músicas producto del desarrollo de industrias culturales (gaita grabada, Lucho Bermúdez, mercadeo de música africana, conocimientos sobre champeta), de figuras de nuestra música regional (Carlos Piña, Noel Petro), y aun sobre músicas poco estudiadas y divulgadas (la juvenil del archipiélago sanandresano), saltan a la vista las ausencias.

    d) La más notoria, la de la música de acordeón, particularmente la vallenata, dominante en el mercado; los editores en la Introducción sugieren algunos motivos de tal ausencia. Pero no hay trabajos sobre la salsa producida en la región Caribe colombiana; no se encuentran estudios de recepción sobre ningún género musical, sea de origen regional o no; tampoco sobre movimientos juveniles de fuerte presencia, particularmente en las ciudades de nuestra región, como los dedicados al rock o los colectivos del rap; se echan de menos trabajos sobre las intermedialidades que conectan distintos géneros y esos espacios de coexistencia musical que son las casetas y conciertos multitudinarios; asimismo, no encontramos trabajos sobre los rescates etnomusicológicos que se están intentando, por ejemplo, con algunas músicas de la Sierra Nevada de Santa Marta.

    e) En fin, la lista puede aumentar si se incluyen preocupaciones sociológicas sobre el oficio del músico en el Caribe colombiano, las estratificaciones entre los que cultivan géneros exitosos en el mercado y quienes se dedican a géneros de nichos localizados y ausentes de las corrientes principales; y esto, como es sabido, determina muchas veces la calidad de vida de la gente de la música, a menos que se trate del ya clásico caso de profesionales o gente de otros oficios, que se dedica a la música por afición. Aquí podemos recordar preocupaciones expresadas en otra parte sobre la precariedad de los cultores populares de géneros marginales, que apenas sobreviven con su arte y no tienen cobertura de salud, ni aspiraciones de pensión, o siquiera servicios sociales básicos.

    Por supuesto, estas ausencias y otras por señalar son precisamente consecuencia de la debilidad manifestada antes, la ausencia de una comunidad académica fuerte que pueda establecer agendas de investigación, consecución de recursos apropiados y diseño de medios que garanticen la apropiación pública de los conocimientos alcanzados, mediante adecuados canales de divulgación.

    Mientras tales sueños se concretan, esfuerzos como este libro, Músicas y prácticas sonoras en el Caribe colombiano, editado por Juan Sebastián Rojas y Federico Ochoa, son admirables, necesarios y alentadores. Estos autores logran una combinación más bien escasa en el ámbito de los estudios sobre músicas populares. Son académicos rigurosos en lo investigativo, y son músicos activos, abiertos a una preciosa sensibilidad por las músicas y prácticas sonoras, especialmente de la región Caribe de Colombia.

    Jorge Nieves Oviedo

    Cartagena de Indias, noviembre de 2022

    Introducción

    ¡Ay! Al Sonar los Tambores. Historiografía de la Investigación Musical sobre el Caribe Colombiano

    ¹

    Juan Sebastián Rojas y Federico Ochoa Escobar

    ¿Por Qué Esta Publicación? 

    Después de seis libros editados en diez años, este es el séptimo volumen de la colección Culturas Musicales en Colombia . Con muchos más en mente, esperamos que haya colección para rato. El primer libro salió a la luz en 2010, dedicado a las músicas en el Pacífico afrocolombiano. Con el pasar de los años se fue haciendo evidente que no hacer un volumen similar sobre las músicas de la otra costa, la Caribe, sería una omisión. Por tanto, en 2015, año en el que Federico Ochoa se radicó en Cartagena, los directores de la colección le encomendaron dicha misión, fundamentada en sus trabajos previos sobre la región –entre los que destacaba para ese entonces El libro de las gaitas largas: tradición de los Montes de María , tercer libro de la Colección (2013)–, y su cercanía familiar con los directores. La primera tarea para dar inicio a este proceso era conseguir un investigador musical vinculado con las músicas a tratar, ojalá oriundo de la región, que fungiera como coeditor. En 2019, ante la falta de redes entre investigadores musicales en el Caribe colombiano, en particular con formación de posgrado en etno/musicología o áreas afines, y por sugerencia de los directores de la colección, se acordó la coedición con Juan Sebastián Rojas, quien ha centrado sus investigaciones en esta región del país y es amplio conocedor de sus músicas, no solo desde el punto de vista teórico, sino también desde el musical y vivencial, a partir de su extenso trabajo de campo en la región y su propia interpretación de la percusión tradicional, así como de su participación en grupos de cantos, pitos y tambores, principalmente de bullerengue, en la ciudad de Bogotá.

    Las músicas del Caribe colombiano han sido quizás las más estudiadas del país. Tenía sentido, por tanto, iniciar la colección con una recopilación de textos no sobre las músicas de esta costa, sino sobre las músicas de la costa Pacífica, campo para entonces prácticamente virgen en cuanto a la producción de textos académicos. Sin embargo, a pesar del relativo volumen de investigaciones sobre músicas del Caribe en relación con otras regiones del país, es un campo aún débil y desarticulado. En el mencionado volumen sobre las músicas del Pacífico afrocolombiano, los directores manifiestan que la colección busca contribuir a las investigaciones sobre las diversas músicas en el país y a la visibilización y documentación de estas. Reconocen un vacío en la investigación musical a nivel nacional y, por tanto, buscan que la colección contribuya a articular esfuerzos en este sentido. Más de diez años después, dos de los directores de la colección lo reiteran: a pesar del innegable peso que tienen las músicas del Caribe colombiano en la esfera pública nacional, aún son escasas las investigaciones de corte histórico que intentan reconstruir de manera rigurosa el cómo, el por qué, el cuándo, el surgimiento y desarrollo de estas expresiones artísticas (Santamaría y Ochoa, 2021). Este trabajo, acorde al objetivo de la Colección, busca contribuir a llenar este vacío, reuniendo en dos volúmenes la voz actual de diversos investigadores y textos que abordan, desde muy variadas perspectivas y metodologías, el estudio y análisis de las diversas músicas y prácticas sonoras en el Caribe colombiano.

    Los Diversos Caribes y el Caribe Colombiano

    Los Diversos Caribes

    En la cotidianidad utilizamos los términos región Caribe, cultura Caribe o músicas del Caribe, sin mayor dificultad. Damos por hecho que entendemos a qué nos referimos. Sin embargo, como es habitual en las ciencias sociales, una vez profundizamos en el concepto, lo problematizamos y buscamos desplegar sus múltiples posibilidades de significación, así como el carácter construido de las mismas.

    El caso colombiano es complejo: ¿es Colombia un país andino o caribeño?, ¿o ambas cosas? ¿Hasta dónde llegaría el Caribe colombiano y dónde iniciaría su región andina? Como plantea Ernesto Bassi (2009), durante el siglo XX predominó en Colombia el término costeño para referirnos al norte del país, conocido entonces como la costa Atlántica. Tan solo en la década de 1970 empezó a surgir la idea de plantear este espacio como región Caribe, término que tomó fuerza con la constitución de 1991 y por su uso en posteriores alianzas políticas con otros países de la región. Ya en el siglo XXI es el término más habitual dentro de los intelectuales y académicos, aunque en la cotidianidad continúa predominando el término costeño, y en particular, cuando hablamos de sus músicas, todavía pervive con fuerza la referencia a la costa atlántica.

    Esto no es un asunto menor, especialmente teniendo en cuenta los complejos procesos de racialización de las distintas regiones de Colombia, construidas desde un status quo andino, eurocéntrico (Appelbaum, 2003, pp. 19-20) y blanco-mestizo. Plantea Bassi (2009), por ejemplo, que el término costeño implica una identificación en oposición al interior del país, caracterizado como andino y, desde los imaginarios de nación, mayoritariamente blanco, mientras que una periferia de este centro andino sería la costa atlántica, entendida como una región primordialmente negra, aunque con un importante componente indígena. Lo costeño, afirma, era una construcción identitaria no por lo que se era, sino por lo que no se era. En resumen, significaba no ser del interior del país (en términos coloquiales, no ser cachaco, apelativo frecuentemente de carácter despectivo). Esta oposición binaria entre costa Caribe e interior es, además, una muestra de cómo estas dos regiones han sido dominantes, tanto a nivel socioeconómico como en los imaginarios de nación en la historia de Colombia, invisibilizando las demás regiones del país —entre otras, la región Pacífica, que también es costeña, pero no se suele identificar desde el interior con este calificativo—.

    El término Caribe –para la región–, o caribeño –para sus habitantes y su cultura–, por el contrario, ya no es una construcción identitaria en oposición al país andino, sino por asociación con el resto del Caribe. Y aquí volvemos al inicio: ¿qué significa entonces ser caribeño?, ¿qué es el Caribe?

    Como plantea Gaztambide (2006), el término Caribe inicialmente aludía a los principales grupos indígenas que habitaban en las primeras regiones colonizadas por los españoles en las Antillas y zonas aledañas, y si bien se empezó a utilizar en una fecha tan temprana como el siglo XVII, predominó el uso de West Indies, traducción al inglés de Indias Occidentales, como erróneamente concibieron los europeos este territorio en sus inicios colonizadores. A través de la historia, por tanto, no solo no había una convención del nombre a utilizar (Antillas, West Indies o Caribe), sino que no había una clara definición del término. Afirma este autor que la región Caribe se comenzó a consolidar a finales del siglo XIX y se reafirmó en el XX, principalmente a partir del expansionismo norteamericano en la región:

    Los latinos dejamos inconclusa, en Cuba y Puerto Rico, la independencia de la América Hispana. Los hermanos del Norte, por su parte, comenzaron la expansión hacia el oeste de su continente con la compra de la Luisiana en 1803. Luego de obtener las Floridas entre 1810 y 1819, la Doctrina Monroe de 1823 definió un contradictorio aislacionismo expansionista: aislacionista con respecto a Europa y expansionista con respecto a América. (Gaztambide, 2006, p. 8)

    Fue entonces en ese contexto, y fundamentalmente a partir de la guerra independentista cubano-hispano-filipino-estadounidense, que se formó el Caribe en 1898: Hace apenas cien años que el expansionismo post-esclavista estadounidense comenzó a definir el Caribe como región y a mirar a Suramérica a través de ese prisma […] hasta confundían el Caribe con Suramérica y vice-versa tan tarde como en los 1950 (p. 9). Es decir, el Caribe como trastienda. Sin embargo, sus límites y definición tampoco estaban claros y, por tanto, se ha utilizado el término con diferentes alcances y matices, según su función. En este sentido, Gaztambide (2006) resume y esquematiza las diferentes concepciones de la región en cuatro posibilidades: 1. Caribe insular (limitado exclusivamente a las Antillas), 2. Caribe geopolítico (pensado fundamentalmente como el relacionado con Estados Unidos, es decir, el insular más Centroamérica), 3. cuenca del Caribe (que ya incluye a Colombia y Venezuela), y 4. Caribe cultural o afro-América Central (que incluye además el norte de Brasil y el sur de Estados Unidos).

    Como vemos, el norte de Colombia está incluido en dos de las cuatro definiciones, precisamente las más abiertas e incluyentes. Por tanto, a pesar de que en Colombia no hay ningún conflicto en reconocer a una ciudad como Cartagena, y a su población, como caribeña, esto no es claro para los investigadores y habitantes de otros lugares de la región (Bassi, 2009).

    Retomando argumentos de Santana (2007) y Bassi (2009), son tres los aspectos fundamentales para entender o conceptualizar la región y el lugar de Colombia dentro de ella: desde lo geográfico, lo histórico y lo geopolítico. Desde el primer punto, es fácilmente argumentable la caracterización de Colombia, o por lo menos una parte, como un país vinculado al Caribe, ya que limita al norte con dicho mar. Desde lo histórico, no sería toda la costa norte colombiana una región caribeña, sino fundamentalmente las regiones desarrolladas a partir de la colonización española, debido a lo que dicha colonización implicó: principalmente la trata esclavista y el sistema colonial; en este sentido, ciudades como Cartagena o Santa Marta serían lugares eminentemente caribeños, pero lugares con desarrollos diferentes como la Guajira, o la Sierra Nevada de Santa Marta, no. Desde lo geopolítico, pensando en el concepto como una invención del colonialismo estadounidense del Mediterráneo americano, el Caribe llegaría al sur, hasta Panamá, y Colombia limitaría con él.

    Además de estas tres posibilidades de comprender el Caribe, hay una cuarta manera que consiste en pensar un Caribe histórico-cultural. Este, en palabras de Sheller (como se citó en Bassi, 2009):

    […] es a menudo definido como la agrupación de islas compuestas por las Antillas Mayores, las Antillas Menores y las Bahamas, además de ciertas zonas costeras de América del Sur y Centroamérica que comparten una relación histórica y cultural caracterizada por la existencia de sociedades de plantaciones (por ejemplo, Surinam, Guayana, Belice) […] Sin embargo, en lugar de una definición geográfica o histórico-cultural, prefiero […] pensar el Caribe como un efecto, una fantasía, un conjunto de prácticas, y un contexto. (p.17) (énfasis nuestro)

    En este sentido, plantea Bassi (2009), hay dos caribes: uno real, es decir, uno que se puede pisar, habitar y visitar; y uno imaginado, tanto como objeto de estudio, producido en los centros académicos del norte y como objeto de deseo en las culturas de consumo populares (p. 17).

    Es decir, en términos de identidad, se piensa en un Caribe vinculado con la historia colonial —que trae como consecuencia las características previamente mencionadas—, principalmente hispana. Por tanto, cuando se habla del Caribe, no se habla de todos los pueblos y culturas que habitan la cuenca, o el gran Caribe, sino de los principales centros urbanos construidos a partir de las colonias hispanas, lo cual, de paso, invisibiliza a los países de habla no hispana de la región, como Jamaica. En otras palabras, no se piensa en todo México, sino en Veracruz y la península de Yucatán; no se piensa en todo el sur de Estados Unidos, sino en Nueva Orleans; no se piensa en todo Centroamérica, sino fundamentalmente en una parte de México, Costa Rica y Panamá; y no se piensa en todas las Antillas, sino fundamentalmente en Cuba, República Dominicana y Puerto Rico. Esto, por un lado, funciona para pensar estos lugares y sus vínculos, pero invisibiliza otras regiones y poblaciones del Caribe geográfico que no hacen parte de este Caribe cultural, producto de la colonia: no dan cuenta de la mayoría de México, ni de varios países de Centroamérica, como El Salvador. Se trata de narrativas centradas en la diáspora africana, pero a espaldas de la situación de los pueblos indígenas, concebidos como ingrediente de un mestizaje triétnico, pero centrado en lo europeo y lo africano.

    Para el caso colombiano, nuestro Caribe, en general, se puede entender como parte del Caribe real (en tanto limita con el mar Caribe), pero no todo haría parte del Caribe imaginado. Entender esto nos ayudará a comprender y visibilizar la invisibilización que sufren algunas regiones de nuestro Caribe real, por no pertenecer al Caribe imaginado.

    El Caribe Colombiano

    También ha habido diferentes maneras de entender el Caribe colombiano (Abello, 2015). Desde un punto de vista turístico y de la industria del entretenimiento, se puede resumir con la famosa frase que da título al porro de Lucho Bermúdez: playa, brisa y mar. Cuando en el interior del país se piensa en la región Caribe, se remite inmediatamente al eje Cartagena, Barranquilla y Santa Marta, además de municipios como Tolú y Coveñas, en el departamento de Sucre, que en conjunto han constituido importantes destinos turísticos de los cachacos por décadas. Todos estos lugares serían, así mismo, lugares costeños, por tener costa en el mar Caribe. Sin embargo, política y culturalmente hablando, se reconoce que el Caribe colombiano abarca una extensión que se amplía hacia territorios alejados de dicha costa. Desde la división política, se asume que la región va desde el Urabá en el occidente, hasta los límites con Venezuela al oriente, territorio que cubre un área de 132 279 kilómetros cuadrados —algo más del 11 % del territorio colombiano— y tiene un extenso litoral de 1 300 kilómetros de largo (Posada, 1998, p. 39). Incluye los siguientes departamentos, nombrados de occidente a oriente: el norte de Chocó y Antioquia, Córdoba, Sucre, Bolívar, Atlántico, Magdalena, Cesar y Guajira.

    El departamento de Cesar, por ejemplo, siempre se ha considerado región costeña o caribeña (según el término empleado dependiendo de la época y el lugar de enunciación), a pesar de ser un departamento que no tiene costa marítima; de igual manera, un municipio tan alejado del mar, como Mompox, se reconoce como caribeño por estar en el departamento de Bolívar (políticamente adscrito al Caribe) y por su afinidad histórica y cultural con la región. Desde este mismo imaginario histórico y cultural, se suele excluir a la Sierra Nevada de Santa Marta y al norte de la Guajira, por ser regiones conformadas fundamentalmente por comunidades indígenas y, por tanto, con una historia y una cultura diferentes a la construcción del gran Caribe, bien sea en sus conceptos de cuenca, afro-América Central o Caribe imaginado. En otras palabras, las comunidades indígenas del Caribe colombiano se reconocen como habitantes de la región, pero con culturas diferentes, es decir, se reconocen como pertenecientes al Caribe real, pero no al imaginado, por tanto, los estudios del Caribe, y de músicas del Caribe, suelen dejarlos por fuera.

    El caso del archipiélago de San Andrés y Providencia es particular. Por ser una región histórica, política y culturalmente con débiles lazos con la nación, durante la mayor parte del siglo XX no se asociaba claramente con la idea de costeño, y en consecuencia no se solía pensar como perteneciente al Caribe colombiano, a pesar de su evidente ubicación en dicho mar y de sus relaciones históricas con otras poblaciones del Caribe insular y geopolítico. Sin embargo, fundamentalmente a partir de la Constitución de 1991 —la cual reconoció la diversidad cultural del país, visibilizó las culturas afro y promovió la integración de la nación a partir de su constitución pluriétnica— cada vez más esta zona insular se piensa como vinculada a la nación y, por tanto, cercana a la noción de Caribe colombiano.

    Como región geográfica, el Caribe colombiano va desde el golfo de Urabá en el occidente, hasta la frontera con Venezuela, al oriente, y desde el archipiélago de San Andrés y Providencia al norte, hasta casi la cuenca media del río Magdalena al sur del departamento de Bolívar. Sin embargo, culturalmente se suelen ver la Sierra Nevada de Santa Marta, el norte de la Guajira, y en menor medida el archipiélago de San Andrés, como lugares con historias y culturas diferentes. En este sentido, de manera esquemática se suele hablar de un Caribe afrocolombiano (centrado fundamentalmente en su zona continental), y uno indígena, siendo el primero el que domina las narrativas, estudios, e imaginarios sobre la región, y que estaría vinculado cultural e históricamente con las definiciones internacionales del término.

    Desde el punto de vista de su territorio, excluyendo nuevamente a la Sierra Nevada de Santa Marta, y la zona desértica del norte de la Guajira, es de flora y fauna tropical, con elevadas temperaturas durante todo el año y una altura al nivel del mar que no suele superar los 400 metros. Caracterizada como una región anfibia, es en general una tierra fértil, con abundantes cuerpos de agua, como ríos, ciénagas y llanuras inundables. Sus habitantes, que rondan en la actualidad los 10 millones —alrededor de 20 % del total del país—², se identifican en su mayoría como mestizos, alrededor de 30 % como afrodescendientes, y cerca del 20 % como indígenas. A pesar de que Chocó y San Andrés son regiones con mayor porcentaje de afrodescendientes, es el Caribe colombiano continental la región con el mayor número de personas que se autorreconocen como afrocolombianas. Incluso, las ideas sobre lo mestizo allí son diferentes a las instrumentalizadas desde el interior del país: en el territorio la noción de mestizo es más negra y la presencia del elemento afro ha sido central en su conformación histórica y cultural (Wade, 2002).

    En cuanto a sus comunidades indígenas, en la región de Urabá priman los cunas y emberas; en Córdoba y Sucre los zenú; en la Sierra Nevada los arhuacos, wiwas, koguis y kankuamos; y en el norte de la Guajira los wayú. Toda esta diversidad en poblaciones y culturas se ha visto reflejada en la música, y si bien la mayoría de las prácticas sonoras tradicionales son generalmente relacionadas con el elemento afro (principalmente por su uso de tambores, sus ritmos y bailes), no son ajenos los elementos indígenas, siendo las gaitas largas quizás el aporte más reconocido. En este sentido, Zambrano Pantoja (2000) caracteriza así a la región: el Caribe colombiano es mar, es litoral, es área continental, es área insular y es, ante todo, un espacio de encuentros (p. 5).

    Figura 1.1. Mapa del Caribe colombiano, señalando la Sierra Nevada de Santa Marta y el norte de la Guajira

    Fuente: Romero (2022).

    Historia y Características del Caribe Colombiano Continental

    El primer lugar en tierra continental al que arribó la delegación de Cristóbal Colón fue a Santa María de la Antigua del Darién, hoy región de Urabá, en el Caribe colombiano. Y una de las primeras ciudades de la colonia fue Cartagena. Nuestro Caribe, por tanto, es una región con una larga historia colonial. Cartagena fue el principal centro esclavista en el nuevo mundo durante los siglos XVI y XVII (Vila, 2012), primer lugar de llegada hacia Suramérica durante la colonia y centro de uno de sus virreinatos. Era una ciudad sumamente importante para la época.

    La región estaba previamente habitada por numerosas comunidades indígenas. Ante la llegada de los europeos y, luego, de los africanos esclavizados, se reconoce a la región como uno de los primeros lugares en los que se produjeron múltiples y diversos tipos de mestizaje, a lo que contribuyeron los vínculos e intercambios entre Cartagena y los demás enclaves coloniales del Caribe, como La Habana, Santo Domingo o Veracruz.

    Las guerras de independencia, y la obtención de la misma, dejaron a Cartagena, y en general al Caribe colombiano, mal librados. El centro político, cultural y económico se trasladó al interior del país, principalmente a su capital, Bogotá³. Aun en una época tan tardía —y tan reciente— como principios del siglo XX, era más fácil viajar desde Barranquilla a Nueva York, que

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