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Tuever, te amare por siempre
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Tuever, te amare por siempre
Libro electrónico379 páginas5 horas

Tuever, te amare por siempre

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Información de este libro electrónico

Todos alguna vez hemos sido parte de un amor que se vuelve memorable en la vida y surge el sentimiento del primer amor.
Tuever es una historia basada en hechos reales que narra el primer amor desde la vida de Madison junto a Jaime, donde la interacción ocurre en el momento menos esperado, trayendo consigo vivencias únicas, las cuales titularon Tuever.

¿Es posible enamorarse, pero no ser destinados a estar juntos?
¿Estás preparado?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 oct 2023
ISBN9788411815987
Tuever, te amare por siempre

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    Tuever, te amare por siempre - Raúl Alfonzo

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Raúl Alfonzo

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Anthony Velasquez

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1181-598-7

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    Este libro va a dedicado a ese primer amor.

    Esto va dedicado a ti, Vallita.

    .

    «Si quieres olvidar a una persona, conviértela en literatura».

    Henry Miller

    Prólogo

    Qué bien se debe sentir una vida así… Como las de esas chicas superdelgadas y con buen cuerpo que me salen siempre por Instagram. Deben de tener miles de chicos detrás de ellas por su hermosa manera de vestir y lo bellas que son.

    Seguramente deben de ser de familias con una buena posición económica. Pero no es mi caso.

    ¡Cosas que no tengo yo! Quisiera tener una vida como la de ellas. ¡Wuao!, una amiga acaba de publicar una foto en su perfil de Instagram con un chico bastante atractivo. «Todas alguna vez en la vida hemos sido víctimas de esas flechas de atracción que nos lanza cupido a simple vista, que nos hacen saltar por amor y llegar a sentirnos un poquito locas por alguien que nos parece bastante atractivo». Le daré clic para ver el perfil del afamado chico que la acompaña. ¡Soy demasiado curiosa! No puedo negar que es muy guapo. Todas sus fotos son realmente buenas, parece un modelo, no puedo creer que sea de Venezuela. Pero es obvio que lo es, mi amiga se acaba de tomar una foto con él. ¡Qué ilusa soy al pensar que puede ser de otro país! Tiene más de cien mil seiscientas personas suscritas a su perfil.

    ¿Será que es influencer o algo similar? Las chicas se mueren por él, puedo darme cuenta a simple vista por todos los comentarios de sus fotos, puede ser que sea cantante o uno de esos chicos que se lanzó a youtuber y tuvo suerte. ¿Será que lo seguimos? Sí, lo seguiré, pero es obvio que no me seguirá de vuelta, mira la cantidad de chicas que aparecen con él en las fotos. Seguro debe de ser uno de esos bad boys (chicos malos) al que solo le importa el físico, que tiene una vida muy entretenida por lo que se ve, aunque de todo lo que miramos en redes sociales es cierto que nada es real. Adoro esta foto en la que sale despeinado. ¡La guardaré! No sé, pero desde hoy será mi amor platónico, quisiera un novio, así como él, lo manifestaré para que me llegue uno idéntico a él o por lo menos similar. Suelto una risa. «Típico que sientes una atracción casi hipnótica por un chico, la cual te puede durar días, meses o tal vez años». Le tomaré captura a esta foto para mostrársela a mi amiga mañana. Me sale otro vínculo en la pantalla para seguirlo en otras de sus redes sociales —le doy clic—. Me abre su perfil de Twitter. Por lo que veo, no lo utiliza mucho, así que lo seguiré por aquí también. Tengo más oportunidad de que me devuelva el seguimiento y vea que existo…

    1

    Abro los ojos y escucho la alarma de mi celular sonar desesperadamente. Lo primero que veo es la luz del sol entrar por mi ventana. «Solo unos minutos más, por favor. Solo unos minutos más». Recito esta frase varias veces dentro de mí, pero el resplandor es demasiado fuerte. Tengo un examen hoy y no puedo faltar. Me levanto y me dirijo directo al baño con algo de cansancio, tal vez si no me hubiera quedado hasta tan tarde estudiando no estuviera así de agotada. Me miro en el espejo y veo a esa chica pálida, cabello castaño, ojos color miel y con pómulos algo ruborizados. Ahí estoy, esa chica tímida y de personalidad insegura. Golpean mi puerta. Salto del susto e interrumpen mi pensamiento frente al espejo. Realmente no tengo ánimos de nada, ni siquiera de peinarme. Me hago dos trenzas en el cabello y voy a colocarme mi uniforme que había dejado preparado la noche anterior, listo como siempre en la puerta del closet. Es una falda de color azul marino, camisa de lana azul, junto con un suéter de algodón. Odio usar uniforme.

    Me miro por última vez en el espejo y puedo notar que cada vez la falda se me está encogiendo, ya me llega dos dedos arriba de las rodillas. Me dirijo a desayunar y tratar de esconder mi corta falda escolar, bajo las escaleras y veo a mi madre Carolina Vásquez de espalda dentro de la cocina, preparando mi repetido y aburrido desayuno de todas las mañanas. Está recién levantada y lo puedo notar porque aún lleva su pijama puesta y su cabello algo rebelde. Mi madre es una mujer muy blanca, de cabello y ojos oscuros, sonrisa perfecta y bien perfilada. Muchos dicen que somos hermanas de lo muy parecidas que somos.

    —Buenos días, hija. ¿Cómo amaneces? —me dice de forma cariñosa y dándome un beso en la frente.

    —Buenos días. No tan bien que digamos, anoche me quedé estudiando para mi examen de hoy —le contesto con un bostezo de por medio.

    —Era preferible que te levantaras temprano y estudiaras antes de irte. Además, necesito que me hagas un favor, si puedes comprarme estos medicamentos al salir de clase, hoy tendré una reunión importantísima y no creo que me dé tiempo de pasar por ellos.

    —Está bien, mamá, solo que por favor necesito que pienses lo que hablamos anoche, sobre la fiesta del club. Todas mis amigas irán y no sabes las ganas que tengo de ir, no te preocupes por mis evaluaciones, que esta semana ya salgo de todas ellas.

    «Cada año los accionistas de unos de los mejores clubs de la ciudad de Caracas, como es el Valle Arriba Athletic Club, realizan una fiesta para los hijos de los socios en honor a su aniversario, pero nunca había tenido la oportunidad de ir, por no poseer la edad adecuada para mis padres, llevo días suplicando que me dejen ir».

    —Déjame pensarlo, Madison. Sabes que tengo que conversarlo con tu padre, ante todo. No nos gusta que estés hasta horas de la noche en la calle y para completar esas fiestas tiene muchas historias nada buenas. Por qué crees que no te habíamos dejado ir en los años anteriores, hay chicos que utilizan esa oportunidad para aprovecharse de niñas como tú —dice con un tono medio incrédula.

    —Lo sé, mamá y no tienes que preocuparte por eso, no voy a estar sola, iré con mis amigas —le replico.

    Mi madre no dice más nada al respecto y deja que mi respuesta se vaya junto al aire, sin decir una sola palabra. Odio cada vez que me deja con la duda. Me siento en la silla del mesón a esperar que esté listo el desayuno, pero, mientras, saco mi teléfono y comienzo a revisar mis redes sociales. Soy amante de publicar gran parte de mi vida en las redes, creo que todo el mundo en este siglo xxi ama eso. Siempre he querido ser famosa y me preparo para cuando eso ocurra. Abro mi Twitter y coloco mi «Buenos días» a mis seguidores, aunque solo tenga unos seiscientos followers, pero soy feliz haciéndolo. Mi madre termina de cocinar y me sirve el desayuno con algo de apuro, tiene que salir a trabajar y aún no está lista. Sube a su cuarto rápidamente, dejándome sola y contemplando mi desayuno. El televisor está prendido y comienza a pasar una propaganda que está muy de moda. Todas mis amigas tienen que ver con ella y por primera vez podré ver lo que tanto comentan ellas:

    «Trata de una pareja de enamorados que están en un parque tomando un pícnic. Cuando la chica de repente le pide que hiciera algo divertido porque estaba aburrida, el novio se levanta y comienza a hacerle miles de caras graciosas. Pero a la chica no le causa nada de gracia lo que estaba haciendo, hasta que al frente de ellos se ve pasar un chico gordito comiéndose una barra de chocolate Hershey’s. La chica se levanta ya cansada de esperar que su novio hiciera algo gracioso y se va corriendo hacia donde estaba el otro chico comiéndose el chocolate. Se dirige a caminar con él cuando le ofrece un poco. Ella muy amable y con una sonrisa le dice que sí.

    Prosigue a salir la nueva colección de Hershey’s».

    Termino de comer y mi mamá ya está casi lista para irse a trabajar. El resto de la familia está durmiendo, es decir, mi padre y mis dos hermanos —sí, soy la hija del medio—. Subo a mi cuarto a terminar de arreglarme; me toca esperar que mi mamá esté lista para que me deje en el paradero de autobuses, hoy estuve lista antes de tiempo —cosa que jamás pasa—. Me acuesto en mi cama con ganas de no ir, agarro mi teléfono y se me ocurre colocar algo referente al comercial que todo el mundo está comentando.

    «Necesito un chico gordito que me regale un Hershey’s».

    Escribo en el pie de Twitter y no puedo contener la risa sola en mi cuarto, parezco tonta al colocar eso, pero ya me acabo de unir a la moda con un solo clic.

    Se asoma mi hermano menor en la puerta.

    —Mi mamá dice que bajes, que ya se van.

    —Ya bajo.

    Ahí está mi hermano. Es el más pequeño de la familia. Físicamente es moreno con cabello oscuro, así como un indígena, pero no cabe duda de que es mi hermano. Él y yo no nos soportamos, somos como el aceite y el agua, no compatibles, pero así nos amamos. Sin decirle más nada, termino de revisar mi Twitter y bajo a la sala con algo de apuro.

    Estaba mi mamá buscando las llaves del carro en su cartera para poder irnos.

    —Madison, por favor, que no se te olviden las medicinas, cuento contigo. —Me entrega el dinero.

    —Sí, mamá, está bien, tranquila. —Tiendo la mano y lo agarro.

    —De todas maneras, te llamaré para recordarte porque ya te conozco.

    Suelto una risa entre dientes.

    Salimos de la casa y me monto en su carro. Un Corolla 2010, color blanco, mi madre estaba impecable el día de hoy. Llevaba unos jeans ajustados de color negro, franela de vestir manga larga color verde esmeralda, con unos zapatos altos y su cartera de mano. La hacía ver elegante y seductora, me imagino que es porque tienen su importantísima reunión de trabajo.

    Ella siempre me lleva al paradero de autobuses todas las mañanas antes de irse a trabajar y ahí yo sigo como Dios me trajo al mundo SOLA. Durante el camino viajamos en un silencio algo incómodo que no puedo contener, trato de romper el hielo que hay en el ambiente tratándole de suplicarle una vez más mi permiso para la fiesta del club.

    —¡Mamá!, por favor, trata de convencer a mi papá que me deje ir, te lo pido. Te prometo que no vuelvo a salir más después de esta fiesta —digo haciéndole ojitos y suplicándole.

    —Madison Sofía, ya he hablado contigo eso, yo no mando en las decisiones de la casa sola. Tú eres muy joven aún y eres mujer, me da temor saber que mi hija de quince años estará a las tantas horas de la noche en una fiesta que tiene mala reputación.

    —No estaré sola, mamá —digo de forma alterada—. Voy con mis amigas, no sabes cómo me molesta que miles de chicas de mi edad salgan a fiestas y hagan miles de cosas normales, y yo ni pueda salir de esas cuatro paredes.

    —Vivimos en un país inseguro, Madison, eso era en mi época, que uno podía salir tranquila y no pasaba nada, ahora no. Si a ti te llega a pasar algo los culpables seremos tu papá y yo, por dejarte salir siendo menor de edad.

    —Como quisiera ya tener dieciocho años y poder salir a todos lados, sin decirles nada —le replico y vuelo a mirar la vía.

    A pesar de que tengo una linda familia y hogar —cosa que le agradezco siempre a Dios—, a veces necesito salir y conocer esa vida de la que tanto hablan mis amigas, realmente es frustrante vivir así. Necesito libertad ya mismo. —Respiro hondo y trato de no hablar más del tema.

    —Déjame pensarlo, Madison, y hablamos en la noche bien sobre el tema, todavía falta para eso —lo dice en un tono algo alterada.

    Prefiero no decir más nada en todo el camino, para no caer en discusiones. Pero sabe que tengo la razón. Mi madre siempre me ayuda con los permisos y sé que esta no será la excepción. Nos dirigimos en un viaje en silencio por las vias de la ciudad de Caracas. Apenas hay tráfico en dirección al paradero de autobuses.

    Me bajo del coche de mal humor porque aún no tengo respuesta a si me dejarán ir. Me despido de mi madre. Ella acelera y yo trato de respirar profundo, me dirijo a mi parada particular de todas las mañanas para esperar el bus que me llevará a clases. Estaba repleto el paradero de muchos estudiantes, hoy tuve suerte de no estar acompañada de mi hermano menor, suelo venirme con él todos los días, ida y vuelta, una especie de niñera a temprana edad. Lo cuido en las tardes mientras llegan mis padres por la noche —sí, esa es mi vida diaria—. Con todo eso que hago no me quieren dejar ir a la fiesta. ¡Qué clase de hija hace eso, solo yo! Me apoyo en un muro que está detrás de mí a esperar mientras llega el autobús.

    Del otro lado de la calle veo cruzando a una de mis compañeras de clase, que me saluda desde lejos haciéndome miles de caras graciosas. Sí, ella es mi espontánea amiga Samantha Herrera, mi cómplice de locuras. Está vestida igual que yo, solo que su falda es mucho más larga que la mía. Hoy tiene su cabello algo despeinado, sin una gota de maquillaje y se le nota que se levantó sin ánimos de nada. Es una chica de piel morena y cabello ondulado largo oscuro, flaca, de labios pequeños, nariz perfecta y ojos grandes.

    —Amiga, ¿para dónde vas tú tan bella hoy? —me dice de forma de piropo.

    —Para clases, igual que tú, ¿no me ves?

    —Si no me dices, créeme que ni cuenta me doy. ¿Ya te dieron permiso para la fiesta o todavía nada?

    —Todavía nada y eso me desespera muchísimo, no sabes las ganas que tengo de ir —reclamo con un suspiro.

    —Lo sé. —Me sonríe amablemente, mientras afirma con la cabeza.

    Llegamos al salón de clase y estamos esperando que llegue nuestro profesor, es un salón algo grande, con muchos ventanales alrededor, te da una vista maravillosa a unas de las montañas más espectaculares y famosas de mi ciudad, como es el Ávila. Todos están hablando y contándose las cosas que hicieron en su largo fin de semana. Samantha está sentada detrás de mí, escuchando música a todo volumen y yo revisando mis redes; observo la cuenta del club en Twitter y acaban de publicar algo sobre la fiesta. No dudo en presionarlo y leer la información.

    Martes, 29 de noviembre de 2016

    Después de leer eso, lo que hago es quedarme sin palabras, el chico más bello del club va para la fiesta, mi crush (amor platónico) va para la fiesta también. No puedo contener las ganas y pego un grito en pleno salón. Samantha me mira rápidamente.

    —¿Te sucede algo? —dice de forma burlona y alzando una ceja.

    —Es que no lo puedo creer, mi crush, el amor de mi vida, mi platónico, va para la fiesta también.

    —¡Mentira! El chico de las fotos bellas. ¿El bello, bello?

    —Sí, amiga, ese mismo, el que seguí haces meses en Twitter, va para la fiesta.

    —Amiga, no sé cómo te las vas a ingeniar, pero tienes que hacer lo posible por ir.

    —De igual modo, no creo que me haga caso con tantas chicas que van a ir.

    —¿Tú qué sabes? Lo que tenemos que hacer es sacarte el permiso con tus padres, eso es lo primero.

    —Samantha, yo los conozco y no creo que me dejen. Además, ese chico es obvio que le deben gustar chicas que se vistan bien y mírame a mí… Soy todo lo contrario a ellas.

    —¿Cómo se te ocurre decir eso? ¿Acaso a ti te dicen adivina, que sabe las cosas antes de que sucedan? Vamos a cruzar los dedos, es para que te dejen ir. Me manda a callar y me frunce el ceño.

    Amo con locura a mi amiga, me encantaría tener su personalidad y ser tan positiva en todo, como lo es ella, pero me cuesta muchísimo ser así. Conozco a mis padres y mi aburrida vida, es obvio que no podré ir a la fiesta, ni tampoco conocer a mi crush.

    ¿Por qué seré tan tímida en todo? ¿Por qué? Me apoyo a pensar encima de mi cuaderno tratando de imaginármelo mientras espero que el profesor se digne a llegar.

    Ya es hora de la salida y salgo junto a mi amiga Samantha hacia la puerta principal del colegio. Después de aquel examen que estudié tanto anoche lo que quería era caminar y despejar la mente un rato. Le pido que me acompañe a comprar las medicinas que mi madre me había encargado.

    Estudio en unos de los mejores liceos de la ciudad como es el Campo Alegre y está algo alejado de donde vivo. Comencé a estudiar por una beca que recibí en el trabajo de mi padre. Es grande y con muchos espacios verdes, al salir lo primero que ves son dos canchas de voleibol y fútbol. Al frente hay una pastelería que para mí es lo mejor que ha podido existir, siempre cuando tenemos dinero vamos por un par de dulces —somos adictas a todo lo que tenga azúcar—.

    —¡Madi! Si quieres te ayudo con tu mamá o le podrías decir que te quedarás en mi casa para que te dejen ir sin ningún problema.

    —No sé, sabes que no me gusta mentirles, aunque creo que es lo más conveniente. A veces, quisiera ser como tú, que te dejan ir para todos lados y sin complicaciones de nada.

    —Tampoco es que a mí me dejen ir a todos lados, solo que sé cómo sacarles el permiso a mis padres y no quedarme callada, como haces tú.

    —Aparte, no sé qué me pondré. Estaba pensando en algo, pero ahora que va Jaime es obvio que tengo que ir bien vestida y mi mamá no me dará dinero para comprarme ropa.

    —¿Y es que tú crees que yo voy a dejar que vayas mal vestida? ¡Jamás! Y no te preocupes por eso en estos momentos, que es lo de menos.

    Llegamos a la farmacia y pido la lista de medicinas que tenía que comprar. En todo el camino se me pasaba el nombre de Jaime Douthbrown por la mente y las ganas que tenía de verlo, aunque él no supiera quién era yo, me bastaría solo con tenerlo en frente y poder contemplar su belleza, tal vez va a sonar algo loco, pero realmente ese chico me encanta.

    Luego de un largo tráfico por toda la ciudad, por fin estoy en mi dulce y cálido hogar. Vivo un poco alejada de donde estudio, en una urbanización llamada La Hatillana ubicada en el Alto Hatillo, que tiene diversidad de casas, cada una con el mismo estilo en sus fachadas. Mi hogar es de dos pisos y de ladrillo, llevo viviendo aquí desde que tengo uso de razón. Entro a casa y lanzo el bolso en el piso, me acuesto en el mueble y comienzo a imaginarme miles de historias sobre esa fiesta y lo perfecto que sería si me dejaran ir. Llega mi hermano menor y me arruina mi inspiración.

    —¡Madi! —me grita—. Menos mal, llegaste, mi papá tuvo que salir y tengo mucha hambre, así que, ¿puedes prepararme el almuerzo, por favor?

    Respiro profundo y me paro con una sonrisa fingida.

    —Acabo de llegar, dame unos minutos, me quito el uniforme y te hago el almuerzo, ¿sí?

    Recojo mi bolso del piso y subo a mi cuarto de mal humor por el comentario de Samuel.

    Ya son aproximadamente las seis y media de la tarde, y estoy en la sala de mi casa, el mueble es de cuero y color negro, las paredes son blancas y en ellas hay varios cuadros abstractos diseñados por mi papá, en el medio de la sala hay una mesa pequeña con fotografías de toda la familia y una mía cuando era pequeña y no tenía dientes. ¡Qué vergüenza cuando vienen visitas y la ven! Tengo mi teléfono y estoy viendo fotos de chicas que sí tienen una vida de adolescente envidiable y no aburrida como la mía que de lunes a lunes está encerrada en estas cuatro paredes mientras espera que mis padres lleguen. Seguía viendo fotos hasta que me apareció una del bello Jaime Douthbrown y es que había publicado una foto recién en su Twitter, saliendo con sus amigos. Fue tomada en un carro y es obvio que es de él, no dudo en quedarme embobada como una fan enamorada al verlo sonreír.

    Escucho la puerta sonar y es que mis padres han llegado, me saludan cada uno con un beso en la frente. Ambos tienen una cara de cansancio. Mi madre entra a la cocina y deja las cosas que ha traído, mi padre sube a saludar a mis hermanos. Mientras, aprovecho el momento y le pregunto a mi mamá si ya ha hablado con mi papá.

    —¿Ya has hablado con mi papá sobre el permiso? —le pregunto.

    —Más o menos y no está muy convencido que digamos.

    —Pero estaré en un lugar seguro. Además, creo que mi amiga Samantha va a ir también.

    —No me habías dicho que ella iba.

    —Es que tampoco lo sabía, me enteré hoy de que también iba.

    No sé por qué razón dije que Samantha iba a ir, pero me salió esa mentira sin yo planearla. Sabía que no me iban a dar el permiso y la única forma de que lo hicieran es que inventara eso, aunque la verdad es que no irá por tener compromisos familiares. Sé que no me iba a dejar de apoyar con esta mentira pequeña. Aprovecho para hablarle sobre las medicinas para tratar de disimular.

    —Te dejé las medicinas en tu cuarto y gasté menos de lo que me habías dado.

    Mi papá es moreno, cabello oscuro, contextura gruesa y alto. Tiene cara de amargado, pero realmente no lo es. Es un amor de persona, cuando realmente lo conoces, aunque tiene un carácter tan fuerte que muchas veces me da temor preguntarle cualquier cosa, pero, en fin, él es mi padre, Carlos Berbens. No espero más tiempo y aprovecho para preguntarle yo misma.

    —Papá, quería saber si me darán permiso para ir a la fiesta del club.

    —Tu madre me estuvo comentando en el camino sobre esa idea loca que tienes de ir y de una te lo voy diciendo, Madison. Sabes muy bien que no me convencen esas fiestas, ya he escuchado muchas historias de mis amigos; de chicas que terminan haciendo show alrededor de la piscina y algunas hasta que ni se acuerdan de lo que han bebido —me dice con un tono algo alterado.

    —Nada malo pasará, es un lugar seguro y voy con mis amigas del club. Y, además, Samantha también irá, así que no tienen por qué preocuparse, sola no estaré. Por favor, tengo demasiadas ganas de ir.

    —Dura un par de minutos en silencio, pensando.

    —Bueno, Madison, está bien, puedes ir, pero con una sola condición y es que yo las llevo y las paso a buscar —me reafirma.

    —¡Gracias! —le grito y salgo corriendo a abrazarlo—.

    No puedo contener la emoción.

    La alegría invade mi cuerpo al saber que iré a la fiesta, no aguanto para contarle a Samantha. Además, debo advertirle de que dije que iría conmigo, pero estoy superfeliz. Sí, podré conocer a mi crush y ya no será a través de una foto. Subo corriendo a mi cuarto y me lanzo en mi cama, marcando enseguida su número.

    Repica tres veces y me contesta.

    —¡Hola, amiga! —me grita.

    —Sí me dejaron ir a la fiesta —grito de la emoción.

    —¿En serio?

    —Sí, sí, pero hay un problemita.

    —¿Qué pasó ahora? No me digas que vas con tus padres.

    —Les dije que tú vas conmigo. —Cierro los ojos esperando su reacción.

    —¿Que tú hiciste qué?

    Sorry, si no lo hacía, tal vez no me hubieran dejado ir.

    —Siento que te mataré, pero ni modo, ya lo hiciste, si quieres

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