Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Estados para el despojo: del Estado benefactor al Estado neoliberal extractivista
Estados para el despojo: del Estado benefactor al Estado neoliberal extractivista
Estados para el despojo: del Estado benefactor al Estado neoliberal extractivista
Libro electrónico401 páginas5 horas

Estados para el despojo: del Estado benefactor al Estado neoliberal extractivista

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Contra el Estado han chocado las mejores intenciones emancipatorias de los pueblos y de los trabajadores, en los dos últimos siglos. Cuando se rebelaron armas en mano, fueron reprimidos hasta el genocidio. Cuando optaron por el camino institucional, sus demandas fueron escamoteadas en los laberintos de las burocracias, a través de la cooptación de sus dirigentes o de la incorporación de movimientos enteros a la gobernabilidad neoliberal. Lo intere- sante del período actual, es que los levantamientos no han cesado, aunque ya no se saldan con exterminios directos sino con una combinación de cooptación y violencia paramilitar que provoca matanzas por goteo.

Pero el cambio mayor consiste en que la tradicional alternativa que dividió el campo de las izquierdas, entre tomar el Estado por asalto u ocuparlo gradualmente, se vio brutalmente alterada desde el aterrizaje del neoliberalismo en la década de 1990. El capital f inanciero más concentrado y volátil consiguió secuestrar los Estados-nación a través de la legislación internacional y la formación de una camada de administradores capacitados para gestionar las instituciones a la medida de las necesidades de la globalización y de la creciente modernización de las fuerzas armadas y policiales.

En ese contexto, los gobiernos "progresistas" no tienen la menor posibilidad –amén de que no tienen la voluntad– de salir del modelo neoliberal ya que no están dispuestos a afrontar las consecuencias, pero, sobre todo, porque el camino estatal se ha revelado como una trampa mayor: implica ingresar en una suerte de cárcel dentro de la cual sólo es posible administrar lo existente. Quienes aspiren a cambiar el mundo deberán hacerlo por fuera de la institucionalidad establecida.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 ago 2023
ISBN9789917625476
Estados para el despojo: del Estado benefactor al Estado neoliberal extractivista

Lee más de Raúl Zibechi

Relacionado con Estados para el despojo

Libros electrónicos relacionados

Política para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Estados para el despojo

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Estados para el despojo - Raúl Zibechi

    Ilustración de la portada:

    Fragmento de un cuadro de William Blake (1757-1827),

    Behemoth and Leviathan

    Edición a cargo de Débora Zamora.

    © Raúl Zibechi / Decio Machado, 2023

    © CEDLA / Plural editores, 2023

    Primera edición: abril de 2023

    DL: 4-1-1425-2023

    ISBN: 978-9917-625-34-6

    ISBN DIGITAL: 978-9917-625-47-6

    Producción:

    Plural editores

    Av. Ecuador 2337 esq. c. Rosendo Gutiérrez

    Teléfono: 2411018 / Casilla 5097 / La Paz, Bolivia

    e-mail: plural@plural.bo / www.plural.bo

    La publicación de este libro cuenta con el apoyo de la Embajada de Suecia en Bolivia, en el marco del proyecto: 2022-2024: Knowledge and Debate in a Changing World. Las opiniones y orientación son de exclusiva responsabilidad de los autores y no necesariamente son compartidas por las instituciones y/o agencias que han apoyado la publicación de este trabajo.

    Diagramación digital: ebooks Patagonia

    www.ebookspatagonia.com

    info@ebookspatagonia.com

    Índice

    Introducción

    CAPÍTULO I

    La evolución del sistema-mundo: del orden bipolar al desorden global multipolar

    CAPÍTULO II

    El desmantelamiento

    CAPÍTULO III

    El Estado en su fase

    CAPÍTULO IV

    Estados para el despojo

    CAPÍTULO V

    El recorrido de las izquierdas latinoamericanas hasta quedar sin respuestas

    Bibliografía

    Introducción

    Contra el Estado han chocado las mejores intenciones emancipatorias de los pueblos y de los trabajadores en los dos últimos siglos. Cuando se rebelaron armas en mano, fueron reprimidos hasta el genocidio, como sucedió en París en 1871 para aniquilar la Comuna, el primer gobierno obrero en la historia; y en El Salvador en 1932, cuando la rebelión campesino-indígena se saldó con un brutal etnocidio, el exterminio directo de casi la totalidad de las comunidades nahuas del país.

    Cuando optaron por el camino institucional, sus demandas fueron escamoteadas en los laberintos de las burocracias, a través de la cooptación de sus dirigentes o de la incorporación de movimientos enteros a la gobernabilidad neoliberal. Lo interesante del período actual es que los levantamientos no han cesado, aunque ya no se saldan con exterminios directos, sino con una combinación de cooptación y violencia paramilitar que provoca matanzas por goteo, como viene sucediendo en Colombia, o de modo más intenso, en México. Los resultados, empero, no son muy diferentes para los pueblos afectados.

    Pero el cambio mayor consiste en que la tradicional alternativa que dividió el campo de las izquierdas entre tomar el Estado por asalto u ocuparlo gradualmente, se vio brutalmente alterada desde el aterrizaje del neoliberalismo en la década de 1990. Si las dictaduras militares habían cercenado buena parte del campo popular diezmando sus organizaciones, aniquilando a los dirigentes más experimentados e imponiendo el terror a la población, el neoliberalismo consiguió blindar a los Estados de cualquier intento por modificar el modelo desde dentro.

    Como esperamos demostrar a lo largo de este trabajo, el capital financiero más concentrado y volátil consiguió secuestrar los Estados-nación a través de la legislación internacional y la formación de una camada de administradores capacitados para gestionar las instituciones a la medida de las necesidades de la globalización y de la creciente modernización de las fuerzas armadas y policiales. De ese modo, todo gobierno que se apartara de las indicaciones de los organismos financieros internacionales fue tachado de populista y autoritario, cuando no directamente de dictatorial. Así, las grandes corporaciones del Norte y los organismos dependientes de la Casa Blanca (desde el fmi hasta el Comando Sur), se dispusieron a descabalgar gobiernos más o menos populares apelando a una amplia gama de métodos, desde golpes blandos, como los sufridos por Manuel Zelaya en Honduras (2009) y Fernando Lugo en Paraguay (2012), hasta procesos de desestabilización dura, como el que viene sufriendo Cuba desde la década de 1960.

    Lo que viene sucediendo ante nuestros ojos a comienzos de 2022 resulta más que revelador. Por un lado, diversos estudios constatan un fuerte deterioro de la democracia en el mundo. El informe El estado de la democracia en el mundo 2021, elaborado por el Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (idea Internacional), registra 90 países en los que se han aprobado leyes o se han tomado acciones que restringen la libertad de expresión y el acceso a la información bajo el pretexto de luchar contra la pandemia (idea Internacional, 2021). Más grave aún es que se estima como muy probable que muchas de estas restricciones se mantengan después de que haya finalizado la crisis.

    Agrega que 38 países han utilizado nuevas leyes para criminalizar la desinformación, siendo posible castigarla incluso con penas de prisión. En Filipinas, por ejemplo, las multas por el delito de desinformación pueden alcanzar los 20 mil dólares. Actualmente, agrega el informe, el 70% de la población del planeta vive bajo regímenes autocráticos o en democracias en retroceso. Aunque la mayor parte de esa población pertenece, por su orden, a países de Oriente Medio, África y América Latina y Caribe, el 14% vive en naciones europeas, hasta ahora tenidas como lo más granado de las democracias.

    La libertad de expresión está en franco retroceso, es evidente en 90 países, y las medidas que se vienen imponiendo son desproporcionadas, incluyendo el uso de legislación para silenciar las voces críticas, la censura, las restricciones de acceso a ciertos tipos de información y los ataques a periodistas (ibid.). Quienes se oponen a las medidas contra el covid, sin debate público ni parlamentario, estemos o no de acuerdo con ellos, están viendo sus libertades cuestionadas en los países llamados democráticos; ni qué hablar en naciones de Asia como China, donde no existe la menor posibilidad de disentir.

    En paralelo, en muchos casos los cuerpos represivos están fuera de control. Un reciente informe del Grupo de Estudios de los Nuevos Ilegalismos (geni) de la Universidad Federal Fluminense revela que la decisión del Supremo Tribunal Federal de restringir las operaciones policiales en las favelas tuvo un impacto positivo traducido en haber reducido la letalidad policial en un 34% (geni, 2021). No obstante, el mismo informe muestra que en casi la mitad de las operaciones policiales en las favelas de Río de Janeiro no se cumple con la decisión del Supremo de comunicar previamente al Ministerio Público las intervenciones policiales.

    Por otro lado, estamos asistiendo a las serias limitaciones que se están imponiendo a gobiernos como el de Pedro Castillo en Perú o Xiomara Castro en Honduras. Más allá de la evidente incapacidad demostrada por el Gobierno peruano, el sistema político impone serias restricciones a su capacidad de gobernar, toda vez que su gestión está permanentemente socavada por un Parlamento dominado por las fuerzas de la derecha golpista.

    En Honduras, un solo dato revela la relación de vasallaje con Estados Unidos. La vicepresidenta Kamala Harris llegó al país para la asunción de Castro, pero no lo hizo al aeropuerto internacional, sino a la base militar estadounidense Enrique Soto Cano, lanzando una señal de que ese emplazamiento militar no es negociable para la estrategia del Pentágono. Esa base militar fue utilizada contra las insurgencias en la región durante los años 70 y 80, para después traducirse en un punto de discordia entre el gobierno de Barack Obama y el de Zelaya, al punto que el presidente hondureño intentó convertirla en aeropuerto comercial con la feroz oposición del Departamento de Estado. Cuando Zelaya fue destituido de forma irregular, fue detenido y trasladado a esa base, en la que había al menos 600 militares estadounidenses, antes de que lo sacaran del país por la fuerza (López, 2021).

    En estos momentos, de los cuatro países miembros de la Alianza de Pacífico tres tienen gobiernos progresistas: México, Perú y Chile. El otro miembro, Colombia, vivirá un proceso electoral en mayo con gran posibilidad de triunfo del progresista Gustavo Petro; y en Brasil, con elecciones el próximo octubre, también el progresista Lula Da Silva aparece como favorito. Lo anterior implica que el año 2023 podría comenzar con las seis mayores economías latinoamericanas (Brasil, México, Argentina, Colombia, Chile y Perú) en manos de gobiernos progresistas, algo nunca antes visto en el continente.

    Sin embargo, estos gobiernos no tienen la menor posibilidad –amén de que no tienen la voluntad– de salir del modelo neoliberal ya que no están dispuestos a afrontar las consecuencias, pero, sobre todo, porque el camino estatal se ha revelado como una trampa mayor: implica ingresar en una suerte de cárcel dentro de la cual sólo es posible administrar lo existente. Quienes aspiren a cambiar el mundo deberán hacerlo por fuera de la institucionalidad establecida.

    * * *

    Quien lea atentamente los cinco capítulos que integran este libro reconocerá, en sus diferentes tramos, pensamientos, preocupaciones y estilos de escritura distintos. Efectivamente es un libro elaborado a cuatro manos, donde pese a que los dos autores metieron cabeza y tinta indistintamente en todos sus capítulos, es reconocible el mayor peso de uno u otro en función de las temáticas abordadas y la perspectiva de los análisis derivados. Pese a ello, y teniendo en cuenta que no es nuestro primer trabajo conjunto, consideramos que esta obra goza de coherencia y una visión compartida fruto de extensos intercambios de ideas, debates conjuntos, análisis complementarios y trayectorias militantes comunes.

    La intención de este trabajo reposa en investigar las razones por las cuales el acceso al gobierno o al poder estatal supone la legitimación del orden existente, de ahí que quienes llegan a ocupar los altos escalones del Estado apenas pueden limitarse a administrar lo existente, introduciendo pequeños cambios, casi cosméticos, pero sin poder realizar transformaciones estructurales, más allá del discurso y su propia voluntad. Rechazamos el concepto de traición para explicar por qué tantos gobiernos progresistas y de izquierda, en todo el mundo, se limitaron a cumplir con las recomendaciones de los organismos financieros internacionales y a favorecer, cómplices, al gran capital. Más allá de las inconsecuencias en el accionar político de las izquierdas institucionales o del incumplimiento de compromisos o promesas realizadas durante sus campañas electorales, consideramos que el gran error consiste en fijar como objetivo asaltar los cielos en lugar de enterrarse en lo interno de la realidad existente.

    Tras tal enfoque, el primer capítulo realiza un análisis geopolítico del sistema-mundo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la implementación del neoliberalismo, pasando por la crisis del socialismo real, para poder tener un panorama del extraordinario poder que alcanzaron las grandes corporaciones multinacionales durante estas últimas décadas, así como del acelerado deterioro de los sistemas democráticos y los Estados-nación. El ascenso de Asia-Pacífico como nuevo eje de la centralidad geopolítica en detrimento de la decadente hegemonía estadounidense y la creciente polarización global completan este capítulo introductorio.

    En el segundo apartado abordamos el auge, la crisis y el desmantelamiento de los Estados de bienestar desde una mirada focalizada en las luchas obreras y los pueblos oprimidos. La producción industrial en masa y el keynesianismo, que otorgaba un papel regulador al Estado, fueron contestadas por el capital, por una generación de luchas obreras y también por las dictaduras militares que contribuyeron a debilitar las organizaciones sindicales, alfombrando el camino para una nueva fase evolutiva del sistema capitalista basada en el modelo de acumulación por despojo/desposesión. La particularidad latinoamericana es que este nuevo tipo de acumulación (minería a cielo abierto, monocultivos, grandes obras de infraestructura, etc.) aterrizó en ancas de la represión.

    El tercer capítulo enfoca su análisis en el proceso de transformación al que fue sometido el Estado, convertido ahora en instrumento al servicio del nuevo modelo, lubricando el despojo y sirviendo al capital financiero, el gran beneficiario del período neoliberal y de la globalización. De ese modo, los Estados se convirtieron en artífices y garantes de la desregulación de las economías a través de una amplia gama de mecanismos que van desde la deuda y las privatizaciones hasta el control digital de las poblaciones.

    En la cuarta sección de este trabajo procedemos a analizar el mismo fenómeno, la mutación de los Estados latinoamericanos, pero desde la confluencia de los aparatos coercitivos legales con prácticas paramilitares heredadas de las dictaduras ensambladas ahora con el narcotráfico. Nos interesa enfatizar que la proliferación de grupos y de prácticas irregulares o mafiosas en todos los países no son ni accidentes ni desviaciones de la norma, sino que forman parte de una nueva realidad gestionada por y desde el Estado. Poco a poco, México y Colombia están dejando de ser excepciones para convertirse en modelos de formas de control sobre las sociedades que sintetizamos en la militarización de los Estados. Las competencias exclusivas que definieron a los Estados de antaño, monopolio del uso legítimo de la violencia y control sobre la superestructura, hoy son compartidas y cogestionadas con el poder corporativo.

    Por último, el capítulo cinco hace un somero recorrido de las izquierdas de nuestra región, desde el período en el que intentaron tomar por asalto sus respectivos palacios de invierno hasta la actual política progresista de sometimiento a las limitaciones que supone estrictamente ocupar el Estado. Derrotadas las guerrillas de las décadas del 60 y 70, de aquel impulso parece no haber quedado más que la voluntad de poder, no ya para cambiar el mundo, sino para gestionar el modelo de acumulación con despojo, adobado con algunas políticas sociales compensatorias.

    Quisiéramos enfatizar que nuestro trabajo no está guiado por alguna consideración ideológica sobre el papel del Estado, como ha sucedido en el movimiento obrero desde las postrimerías de la Comuna de París. Nos apegamos estrictamente a los hechos, que son los que enseñan que el Estado realmente existente está estructuralmente al servicio de los poderosos y no es una herramienta neutra que pueda ser utilizada en los procesos emancipatorios. Realidad que conlleva que la izquierda de hoy viva un permanente proceso de impotencia, que comparte espacios con los estados hipnóticos de la catatonía.

    CAPÍTULO I

    La evolución del sistema-mundo:

    del orden bipolar al desorden global multipolar

    No hay progreso en la historia, salvo en un sentido instrumental […] y si hablamos desde un punto de vista moral, no hay más que mirar lo que sucede en torno nuestro para dejar de hablar de progreso. El progreso es una significación imaginaria esencialmente

    capitalista por la que el mismo Marx se dejó seducir.

    Cornelius Castoriadis,

    entrevista en La République des Lettres (junio de 1994)

    Por geopolítica se define a la ciencia que, a través de la geografía política, la geografía descriptiva y la historia, estudia la causalidad espacial de los sucesos políticos y sus efectos actuales y futuros.

    Dicha ciencia tiene su arranque a finales del siglo xix, siendo el geógrafo y politólogo sueco Rudolf Kjellén el primero en usar dicho término en su obra El Estado como forma de vida (1916), aunque el mayor exponente y padre fundador de este concepto fuera el geógrafo alemán Friedrich Ratzel a través de su libro Politische Geographie, en el cual definió las leyes de crecimiento de los Estados. Posteriormente, ya en el siglo xx, varios geógrafos –anglosajones, alemanes y estadounidenses– trabajaron este término. Será en los años 70 cuando Yves Lacoste¹ –académico vinculado en su momento al Partido Comunista–, desde el ámbito de la escuela francesa de geografía crítica, se referirá a la geopolítica como el espacio de rivalidad de poderes políticos o de influencias sobre un determinado territorio para controlarlo, y por extensión, el mundo.

    A partir de Lacoste, la geopolítica comenzó a ser utilizada como denominador de la rivalidad global en la política mundial y su etimología es aprovechada para referirse a un proceso general de organización en el equilibrio y disputa por el poder.

    Los últimos ochenta años de la historia de la humanidad se han enmarcado en un proceso acelerado de transformaciones tanto en la geopolítica global como en la cartografía de actores en ella implicados, pasándose de un orden mundial bipolar a uno unipolar hoy en crisis, y transformándose doctrinas políticas y militares en el ámbito de un protagonismo nunca antes visto del mundo transnacional corporativo en detrimento del rol anteriormente adquirido por los Estados-nación.

    Configuración del mundo tras la Segunda

    Guerra Mundial y el Estado protector

    En la conferencia de Casablanca, realizada en el Hotel Anda de esa ciudad ubicada en el oeste de Marruecos entre el 14 y el 24 de enero de 1943, los entonces mandatarios de Estados Unidos y Reino Unido, Franklin Delano Roosevelt y Winston Churchill, afirmaron en una declaración conjunta que las fuerzas aliadas no aceptarían ningún acuerdo con Alemania y Japón que no fuera estrictamente su rendición incondicional. En lugar de hablar de ‘capitulación’² –convenio en el cual se estipulan las condiciones de la claudicación de una nación y su ejército–, se utilizó el término ‘rendición’, algo que no figuraba por aquel entonces en el derecho internacional sino en el derecho mercantil (Traverso, 2015) para designar la utilidad de un bien o la cantidad de moneda acuñada en un período determinado y cuya circulación no ha sido todavía autorizada.

    De esta manera, tanto Roosevelt como Churchill rechazaron cualquier posibilidad de aplicación de norma jurídica internacional que pudiera obstaculizar la transferencia de territorios y modificación de los viejos límites fronterizos previamente establecidos sobre los países enemigos que posteriormente serían ocupados. Fue así que la rendición incondicional, sometimiento absoluto del derrotado a la voluntad del ganador, permitió rediseñar las fronteras y el control de territorios tanto en Europa como en Asia tras la ocupación de Berlín y Tokio, imponiendo en los países enemigos derrotados regímenes políticos auspiciados por los vencedores. Este modelo de imposiciones políticas y militares sería replicado con cierta frecuencia a partir de entonces sobre naciones militarmente subyugadas por Estados Unidos y sus aliados.

    Cuadro 1

    Países con mayor número de muertos en la Segunda Guerra Mundial

    Fuente: British Political History

    Este acuerdo anglo-estadounidense, definido en Casablanca dos años y medio antes de la finalización del conflicto bélico más sangriento de la historia, devela la pronta intencionalidad de ambas potencias de ampliar sus respectivas áreas geográficas de influencia y reafirmar/imponer viejas y nuevas hegemonías. Sin embargo, estos consensos enmarcados en la relación especial³ entre los dos nodos principales de la angloesfera tuvieron forzosamente que ser reformulados debido al peso adquirido por otro de los actores en el transcurso del conflicto.

    La división de Europa a lo largo de la línea Szczecin-Trieste no correspondió a los intereses previamente trazados entre Washington y Londres, sino que fue el resultado del importante rol ejercido por la Unión Soviética en la guerra contra el Tercer Reich. La ocupación de territorios por parte del Ejército Rojo, de los que paulatinamente iban siendo expulsadas las tropas alemanas en lo que se denominó como frente oriental,⁴ condicionó los acuerdos de Teherán, Yalta y Potsdam. Citando a Ernest Mandel, "la forma en que la Segunda Guerra Mundial reorganizó el mapa de Europa y el Lejano Oriente fue decidido en gran parte en el campo de batalla y no en las conferencias de Yalta y Potsdam, la realpolitik militar-diplomática fue desbaratada y parcialmente neutralizada" (2015: 245).

    En todo caso y más allá de lo anterior, el desenlace de esta guerra significó el fin del imperialismo alemán, italiano y japonés; además de un fuerte debilitamiento de sus contrapartes francesas y británicas,⁵ así como el posicionamiento de Estados Unidos como nuevo hegemon global⁶ y de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (urss) como su contrapeso político y militar con control sobre parte de Europa. En paralelo, asistiríamos a la emergencia de diferentes movimientos de liberación en las colonias que protagonizarían procesos de revolución social –el caso más emblemático fue China–, y a la reorganización del movimiento obrero en Europa, Japón y Estados Unidos. Todo ello, a su vez, se daría en paralelo a una rápida configuración de un sistema-mundo bipolarizado y a la disputa entre bloques enmarcada en la Guerra Fría, la que conllevó el surgimiento de la ideología campista (Arcary, 2005) al interior del movimiento obrero internacional.

    La doctrina de tensión bajo riesgo permanentemente calculado, desarrollada durante la Guerra Fría mediante la estrategia de intimidación a través del alarde de poderío militar y atómico, nunca llegó a mayores, excepto en el caso de Corea y situaciones concretas que generaron picos de tensión tales como la batalla de Dien Bien Phu⁷ (mayo de 1954) y la crisis de los misiles de Cuba (octubre de 1962). Podríamos afirmar, entonces, que pese a la partida de ajedrez geopolítico desarrollada por Estados Unidos y la Unión Soviética durante cinco décadas, las razones de perfil político se impusieron sobre criterios de ámbito estrictamente militar.

    Para que la Guerra Fría, en su fase inicial y posiblemente de mayor riesgo, no llegase a convertirse en guerra caliente fueron determinantes cinco hechos. Primero, que el Congreso de los Estados Unidos no aprobase en 1945 el reclutamiento militar forzoso, lo que permitió bajar las tensiones en Europa –primer territorio postbélico en disputa– donde los movilizados norteamericanos estuvieron a punto de amotinarse demandando su repatriación.⁸ Segundo, que el movimiento obrero estadounidense, italiano⁹ y francés impulsara una importante oleada de huelgas en sus respectivos países. Tercero, el desarrollo de la guerra civil en Grecia, prolongada entre 1946 y 1949, una vez que la resistencia partisana antifascista (elas) y el Partido Comunista Griego (kke) –por aquel entonces con un millón y medio de afiliados– no aceptaron la entrega del país a Gran Bretaña y su posicionamiento bajo hegemonía estadounidense acordada entre Stalin y los mandatarios aliados en la Conferencia de Teherán. Cuarto, las incógnitas del momento respecto a la evolución e implicaciones de la guerra civil en China. Y, finalmente, quinto, las dudas respecto a si la gigantesca maquinaria industrial estadounidense, inflada por las inversiones de la economía de guerra, tendría la capacidad de reconvertirse en industria de producción civil sin caer en una profunda crisis de sobreproducción (Mandel, 2015).

    En palabras de Eric Hobsbawm,

    este acuerdo tácito de tratar la guerra fría como una «paz fría» se mantuvo hasta los años setenta […], la

    urss

    supo (o, mejor dicho, aprendió) en 1953 que los llamamientos de los Estados Unidos para «hacer retroceder» al comunismo era simple propaganda radiofónica, porque los norteamericanos ni pestañearon cuando los tanques soviéticos restablecieron el control comunista durante un importante levantamiento obrero en Alemania del Este […], a partir de entonces, tal como confirmó la revolución húngara de 1956, Occidente no se entrometió en la esfera de control soviético (1998: 232).

    La posición dominante de Estados Unidos, especialmente durante el período 1945-1965, momento a partir del cual a Washington se le empieza a complicar su participación en Vietnam, posibilitó el establecimiento de nuevas formas internacionales de regulación y control sobre los países aliados y especialmente sobre el Sur global. Así se establecería, mediante la Conferencia de Bretton Woods (oficialmente Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas) realizada entre el 1 y el 22 de julio de 1944, la creación del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (parte de lo que hoy es el Grupo del Banco Mundial) y del Fondo Monetario Internacional (fmi); el Acuerdo General de Aranceles y Comercio (gatt por sus siglas en inglés) en 1947; y el desarrollo del Plan Marshall (oficialmente Programa de Reconstrucción Europea), aplicado durante el período 1947-1952 sobre distintos países de la Europa occidental y Turquía, el cual alcanzó un monto de inversión aproximado de 13.000 millones de dólares de la época bajo la condición impuesta a los países receptores de formar parte del libre comercio internacional y del sistema multilateral de pagos, así como aceptar la influencia directa de Estados Unidos a través de acuerdos sobre los fondos vinculados al plan y mediante los programas de difusión del modelo económico norteamericano.

    Tomaría cuerpo así la edad de oro del capitalismo, los llamados Trente Glorieuses del boom de la postguerra, período comprendido entre 1945 y 1973, el cual estuvo caracterizado por un crecimiento económico nunca antes alcanzado en la historia escrita de la economía global y enmarcado en la tensa pax existente entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Durante ese período asistimos a la implementación del modelo keynesiano en los países occidentales, temática que será abordada más adelante en este trabajo.

    Cuadro 2

    Crecimiento del PIB entre 1900 y 1973

    Fuente: Maddison, Wayne (1992). MacClade. Analysis of phylogeny and character evolution.

    Crisis del petróleo de 1973

    En un contexto en el que desde finales de la Segunda Guerra Mundial la dependencia del petróleo crecía de forma acelerada, fundamentalmente en las zonas económicamente desarrolladas¹⁰ –Japón, Estados Unidos y Europa occidental–, en agosto de 1971 el gobierno del presidente Richard Nixon, fruto de la compleja situación por la que atravesaba la economía estadounidense derivada de la guerra en Vietnam, decidía –de forma unilateral– desligar la moneda dólar del patrón oro. Esta decisión abre una coyuntura de fuerte desorden en el sistema monetario internacional que, sumado al crecimiento del déficit de la balanza de pagos norteamericana, deriva en que las principales monedas del planeta flotaran inmersas en un marco de creciente inestabilidad.

    Si bien entre 1960 y 1971 el precio del petróleo se había mantenido más o menos estable –pese a que en la práctica había perdido aproximadamente un 20% de su valor–, siendo negociado por las grandes petroleras que dominaban el 80% de la producción mundial,¹¹ en 1973 esa realidad se había transformado fruto de que las reservas petroleras que año a año eran descubiertas representaban un saldo negativo respecto al consumo anual de entonces. En paralelo, cabe señalar que, para entonces, con excepción de Estados Unidos y la Unión Soviética, el resto de países industrializados que demandaban altas cuotas de consumo de crudo no eran productores. Las primeras licencias de producción petrolera que se dan en Gran Bretaña y Noruega, fruto del descubrimiento de nuevos yacimientos en el Mar del Norte, no llegarían sino a partir de la segunda mitad de la década de 1970.

    En este contexto, uno de los factores determinantes que afectó al sistema de precios del crudo establecido por el cartel de empresas productoras y Estados importadores de petróleo durante las décadas anteriores fue la nacionalización de grandes compañías explotadoras: en 1971 el presidente argelino Huari Bumedian nacionalizaba su industria petrolera, la cual era hasta entonces controlada en un 51% por Francia; en 1973 Libia hacía lo mismo; y pocos años más tarde, en 1979, Arabia Saudí constituía la empresa nacional de petróleo Aramco.¹²

    El evento detonante de la crisis se daría el 16 de octubre de 1973 como parte de una estrategia política de los países árabes derivada de la Guerra del Yom Kippur,¹³ lo que significaría el fin de todos los acuerdos previamente alcanzados respecto al precio del barril de crudo. La Organización de Países Exportadores de Petróleo (opep), liderada por siete naciones árabes, detuvo la producción de crudo y estableció un embargo para los envíos a Occidente, especialmente hacia Estados Unidos (que consumía en aquel momento el 33% de la energía global) y los Países Bajos, acordándose también un boicot al Estado de Israel. Debido a aquella decisión se duplicó el precio real del crudo a la entrada de las refinerías y se produjeron cortes de suministro, lo cual aceleró una etapa económica negativa que ya estaba fraguándose en los países desarrollados. Al año siguiente el mundo entraba en recesión y las evidencias eran notables: en Estados Unidos, el precio de venta al público de un galón de gasolina pasó de 38,5 centavos promedio, en mayo de 1973, a 55,1 centavos en junio de 1974, mientras el mercado bursátil de Wall Street perdía 97.000 millones de dólares de su valor en apenas seis semanas.

    En su evolución, el precio del petróleo se multiplicó por cinco en el período 1973-1974, para luego continuar escalando hasta el 150% en 1979-1980. El derrocamiento de la dinastía Pahlaví,¹⁴ con la consiguiente revolución islámica en Irán (1979) y la posterior guerra entre Irán e Irak (1980), terminaron por aguzar aún más el incremento de precios del crudo a nivel global.

    La crisis del petróleo, combinada con el descenso de la tasa de ganancia en los países económicamente desarrollados del mundo occidental, marcaría el comienzo del fin del llamado Estado del bienestar y del modelo keynesiano aplicado tras la Segunda Gran Guerra. La fase inicial de la crisis del keynesianismo aparecerá en la primera mitad de la década de los 70, enmarcada en la fractura del modelo de relación entre capital

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1