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Latinoamérica: El proceso literario. Hacia una historia de la literatura latinoamericana
Latinoamérica: El proceso literario. Hacia una historia de la literatura latinoamericana
Latinoamérica: El proceso literario. Hacia una historia de la literatura latinoamericana
Libro electrónico547 páginas7 horas

Latinoamérica: El proceso literario. Hacia una historia de la literatura latinoamericana

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La presente obra es la reedición de dos clásicos de la historiografía literaria latinoamericana:“ Hacia una historia de la literatura latinoamericana” y
“La literatura latinoamericana como proceso”. Esta nueva entrega, además, suma ensayos sobre los casos de Brasil y el Caribe no hispano.
La recopilación, que consta de ocho capítulos en su totalidad, aborda problemas teóricos relativos a la periodización de la historia de la literatura en Latinoamérica, entregando los discursos que la han interpretado como producto de una nueva forma de modernidad y los pensamientos que la conciben como parte de una historia común basada en la pluralidad.
Un completo material para conocer y desentramar las realidades de los distintos países y culturas que componen la diversidad de nuestro continente.
IdiomaEspañol
EditorialRIL editores
Fecha de lanzamiento26 jul 2023
ISBN9789560114389
Latinoamérica: El proceso literario. Hacia una historia de la literatura latinoamericana

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    Latinoamérica - Ana Pizarro

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    Ana Pizarro

    (Coordinadora)

    Latinoamérica:

    el proceso literario

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    Latinoamérica: el proceso literario

    Primera edición: abril de

    2014

    © de la coordinación Ana Pizarro,

    2014

    © RIL® editores,

    2014

    Los Leones 2258

    cp 7511055

    Providencia

    Santiago de Chile

    Tel.

    (56-2) 2238100

    ril@rileditores.com • www.rileditores.com

    Composición, diseño de portada e impresión: RIL® editores

    Impreso en Chile • Printed in Chile

    ISBN

    978-956-284-905-0

    Derechos reservados.

    RIL editores

    bibliodiversidad

    En torno a la historiografía literaria

    Discusiones históricas

    Prólogo a esta reedición

    Reeditamos aquí, en forma conjunta

    , dos volúmenes publicados durante los años ochenta que giran en torno a problemas de historiografía literaria latinoamericana y que incluyen, por primera vez, los casos del Brasil y el Caribe no hispano. Constituyen dos partes de una misma reflexión sostenida en dos encuentros realizados: uno, en la Universidad Simón Bolívar de Caracas, Venezuela, en 1982; y otro, en la Universidad Estatal de Campinas, Brasil, en 1983. En ellos participaron algunos de los mayores teóricos del siglo

    xx

    , como Antonio Cándido y Ángel Rama, y especialistas que entonces se perfilaban como lo que más tarde serían, teóricos y críticos del más alto nivel.

    De difícil acceso, estos textos constituyen el discurso fundacional de la nueva historiografía literaria latinoamericana, y como tal se leen en distintos países, por lo que se han convertido en materiales de estudio fundamentales.

    La publicación que presentamos consta de dos partes. Un prólogo explica su contexto. La primera y la segunda partes corresponden a las reediciones señaladas: Pizarro, Ana (Coord.) (1987), Hacia una historia de la literatura latinoamericana. México-Caracas: El Colegio de México-Universidad Simón Bolívar; y Pizarro, Ana (Coord.) (1985), La literatura latinoamericana como proceso. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina (CEAL).

    Hacia una historia de la literatura latinoamericana consta de cinco apartados, junto al prefacio, la introducción y el apéndice. En estos cinco apartados se distribuyen diez artículos con sus respectivas discusiones. Ellos tratan sobre aspectos teóricos vinculados con una nueva historiografía literaria latinoamericana. En relación con su publicación original, aquí se entregan reflexiones más concretas sobre los distintos sistemas literarios continentales (literaturas indígenas, literaturas populares).

    La literatura latinoamericana como proceso incluye, además del prefacio, un informe final y un listado de participantes; un total de ocho artículos, entre los que se cuenta la introducción. Allí se abordan problemas teóricos relativos a una periodización de la historia de la literatura latinoamericana.

    Nuestra intención es entregar al lector un discurso historiográfico fundamental que interpreta el nacimiento de una nueva forma de percibir la historia en su pluralidad, que es, a la vez, una manera de situar al pensamiento latinoamericano en los albores de la percepción de una nueva forma de modernidad.

    Los Editores

    Hacia una historia

    de la literatura latinoamericana

    Con la participación de:

    Antonio Cándido, Antonio Cornejo Polar,

    Jean Franco, Beatriz Garza Cuarón,

    Rafael Gutiérrez Girardot,

    Jacques Leenhardt, Franco Meregalli,

    Domingo Miliani, Kenneth Ramchand,

    Roberto Schwarz y Mario Valdés

    Comisión asesora:

    Hugo Achugar, Beatriz González y Carlos Pacheco

    Prefacio a la primera edición

    El presente volumen

    contiene el material desarrollado durante la reunión de expertos titulada Para una historia de la literatura latinoamericana, que tuvo lugar en Caracas, Venezuela, entre el 26 y el 29 de noviembre de 1982, con el apoyo de la

    Unesco

    .

    Esta reunión cierra la primera etapa de un programa de la Asociación Internacional de Literatura Comparada (

    Ailc

    ), que consiste en elaborar una historia de la literatura latinoamericana desde una perspectiva comparatista y como una empresa de colaboración internacional en la investigación. Ella ha tenido su sede en la Universidad Simón Bolívar de Venezuela, y en su etapa preliminar trabajaron las profesoras Carmen Bustillo y Luisana Itriago, con el apoyo departamental del profesor Fernando Fernández.

    Agradecemos a las autoridades de la Universidad en general; al vicerrector, profesor Gerardo Tálamo; y al director de Humanidades, profesor José Santos Urriola, quienes nos han dado las facilidades necesarias para llevar adelante este proyecto.

    La reunión cuyos resultados publicamos fue posible gracias al apoyo financiero de la

    Unesco

    y de nuestra Universidad. Agradecemos también la colaboración de la comisión asesora formada por los profesores Hugo Achugar, Carlos Pacheco y Beatriz González; así como la inestimable ayuda del personal de

    Cresalc

    -

    Unesco

    , Márgara Russotto, Paula Atías, Peter Soelke y José Herrera, que hicieron posible el trabajo de traducción, secretaría y transcripciones. Para ellos, el reconocimiento de todo el grupo de trabajo de esta reunión.

    A. P.

    Introducción

    «Todos los que en América sentimos el interés de la historia literaria hemos pensado en escribir la nuestra. Y no es pereza lo que nos detiene: es, en unos casos, la falta de ocio, de vagar suficiente (…); en otros casos, la falta del dato y del documento; conocemos la dificultad, poco menos que insuperable, de reunir todos los materiales. Pero como el proyecto no nos abandona, y no faltará quien se decida a darle realidad, conviene apuntar observaciones que aclaren el camino»¹.

    Eran las palabras de Pedro Henríquez Ureña en 1925. Desde entonces no han faltado los intentos de escribir esta historia. De los aciertos y errores que ellos han implicado es que vamos aprendiendo.

    El presente volumen intenta aportar elementos a la discusión historiográfica que, en nuestro continente, ha tenido un lugar escaso como reflexión, aunque ha contado con exponentes de altísimo valor. Como proyecto colectivo, la empresa intelectual que nos anima −la construcción de una historia de la literatura latinoamericana− tiene una razón de ser: nos parece que a título individual sus limitaciones son de lejos superiores a aquellas de una percepción colectiva de la historia. Pero es esta una empresa de carácter aún más riesgoso, por cuanto implica para cada uno de los investigadores, sobreponer el criterio de la labor colectiva a la fuerza de la opinión individual. De este modo fue llevado adelante el trabajo en esta reunión, y es en estos términos como podrá elaborarse una historia que dé cuenta del estado de la definición de problemas y de la contemporánea reflexión sobre este proceso, de tan grande complejidad. Para esto fuimos adelantando consultas y definiendo temas a discutir, los que abrimos al juicio riguroso de quienes compusieron la reunión que damos hoy a conocer al público. Nos parece importante ofrecer este material dado que la discusión y los planteamientos con que se encontrará el lector pertenecen, como decíamos, a una perspectiva no trabajada como elaboración colectiva en los estudios de literatura latinoamericana. Más allá de la existencia de importantes −y escasos− aportes individuales², la reflexión en historiografía literaria es un campo abierto al estudio, como fundamento para encauzar la comprensión de la dinámica de los fenómenos literarios continentales. Pero si la reflexión historiográfica ha tenido escasa voz entre los latinoamericanistas, la historiografía comparativa ha sido prácticamente inexistente en el continente. Estas son las vías de reflexión que aporta el presente trabajo. La necesidad de desarrollar una labor en este sentido, en función del conocimiento de la literatura latinoamericana y de su ubicación dentro de la literatura general −«verdaderamente» general, como diría Etiemble−, es la tarea que surge de esta lectura.

    El primer problema que aborda el texto que presentamos tiene que ver con la delimitación del área de lo que constituye la literatura latinoamericana. En efecto, la historiografía literaria del continente ha utilizado criterios no siempre justificados de inclusión y exclusión. Como se verá en el primer capítulo, el concepto de literatura latinoamericana ha tenido, desde luego, relación directa con el concepto de Latinoamérica, noción que ha sido bastante dinámica por cuanto ha ido incluyendo paulatinamente unidades culturales y geográficas diversas. Pero, además, la literatura plantea problemas adicionales: por ejemplo, si se debe entender por literatura latinoamericana la de los pueblos indígenas, o la del viajero, el conquistador y el colonizador −extranjero al continente, europeo las más de las veces− que escribió sobre América o a partir de una experiencia de ella; si se debe entender por tal la publicada fuera y en otras lenguas por los emigrados o exiliados; o si se debe entender por literatura latinoamericana la de los chicanos, la de los hispanos, etc. Todos estos problemas son relativos a la delimitación de una zona literaria.

    Une zone littéraire, c’est, a mon avis, un ensemble de quelques littératures nationales avoisinantes qui se sont developpées sur la base des mêmes ou des similaires facteurs fondamentaux d’économie, de vie sociale, politique et culturelle pendant une époque ou un laps de temps plus large. Une telle zone littéraire manifeste, très souvent, la même tradition culturelle³.

    En el caso de América Latina, ni los criterios lingüísticos, ni los geográficos, ni los políticos dan cuenta por sí solos del espacio específico de lo literario; dan cuenta de él los parámetros culturales que articulan, en su convergencia como en su contradicción, la estratificada complejidad de las manifestaciones literarias. En ese sentido, no podemos prescindir del nivel cultural al buscar un eje organizador del discurso literario latinoamericano como sistema, que si bien se afinca fundamentalmente en tres lenguas europeas −español, portugués y francés− integra también a los créoles en sus variantes, como también a las lenguas indígenas. Es, pues, este sustrato económico-social e histórico común el que genera espacios culturales que, aunque posibles de regionalizar, constituyen un campo común al condicionar no las mismas respuestas, tal vez, pero sí cuestionamientos similares en el discurso literario. De acuerdo con la discusión que presentamos a lo largo del presente texto, lo que delimita el área comprensiva de una literatura latinoamericana es la existencia de significaciones culturales comunes. Este criterio se establece frente a la precariedad de los criterios lingüísticos, geográficos o políticos instrumentados aisladamente.

    El siguiente planteamiento puesto en discusión es la perspectiva comparatista. Habría que preguntarse, primeramente, por qué un comparatismo, qué es y qué ha sido en el continente en donde ha tenido escasa trayectoria, y en qué medida puede sernos útil.

    La carencia de una denominación única para el comparatismo en América Latina nos entrega el primer signo de su situación en los estudios continentales. En efecto, en función de un mismo objeto se habla, por una parte, de «literatura comparada» y, por otra, de «comparatismo», de «crítica comparada» o de «métodos comparativos»⁴. Se apunta, así, indistintamente a un campo de investigación, al tipo de actividad que se desarrolla sobre ese campo y a la forma de aproximación a este. El primer problema, entonces, es la falta de definición del comparatismo que, como se ha señalado en relación con su situación general, no acaba de definir su objeto, sus metas y sus funciones, ni acaba de determinar y sistematizar sus problemas básicos, así como sus relaciones con otras disciplinas⁵.

    El problema no es propio de nuestro continente, en donde los estudios de literatura comparada han tenido una historia bastante precaria y reciente, lo que nos remite necesariamente a su desarrollo más allá de nuestras fronteras. No ha sido diferente en Francia la apreciación de René Etiemble en su texto ya clásico de oposición al enfoque positivista de la tradición francesa: Comparaison n ‘est pas raison. La criseé de la littérature comparée (1963). Se propone allí Etiemble realizar «le diagnostic, en vue, qui sait, de prescrire ou du rnoins de suggérer quelques remèdes». Ahora bien, la enfermedad a que alude el estudioso francés parece expresarse en una sintomatología generalizada. Se habla entonces de «crisis», situación sobre la que apunta el investigador rumano Adrián Marino:

    Il est devenu de mise, presque rituel, de se demander −a la suite de la polérnique ouverte et entièrement justifiée par René Wellek si le comparatisme est oui ou non en état de «crise», s’il s’est remis ou pas, quels en sont les remdes, etc. On se rappelle les objections majeures: «Pas d’objet distinct et pas de méthodologie spécifique» (…). «Grande imprécisions de ses techniques et vague catholicisme de ses préoccupations», objet «imprécis», buts, techniques «restent mal fixés, etcétera»⁶.

    Una mirada a los últimos congresos de la

    Ailc

    y a un documento de la Société Française de Littérature Comparée, de 1978, le permite apreciar el «état d’incertítude marquée» que lo lleva a señalar causas múltiples y antiguas: «on dirait originaires».

    Relaciones de hecho, relaciones causales, empirismo; el peso del positivismo sobre el análisis comparativo es evidente. Frente a él la proposición que postula «L’approche littéraire, critique et valorisante (…) qui admet, voire exige, des comparaisons sans rapports historiques, ainsi que des généralisations et des jugements de valeur (…). Le comparatisme des faits face au comparatisme des structures littéraires».

    El panorama general del comparatismo está, pues, lejos de ser claro. En esta situación no podemos esperar claridad en el caso de nuestro continente en donde, como decíamos, su historia es bastante reciente⁷ y se encuentra lo suficientemente atomizada como para dificultar la obtención de un panorama global: algunas cátedras, algunos institutos de investigación en algún momento y escasa crítica comparativa. Sus problemas prácticamente no han sido tematizados como tales, aun cuando han sido, parcial y felizmente, apuntados por algunos latinoamericanistas⁸. Vale la pena, en este sentido, preguntarse el porqué de esta carencia de sistematización. En efecto, ella llama la atención dado que la aproximación comparativa es un enfoque implícito en la reflexión sobre la literatura continental como totalidad, objeto teórico construido necesariamente sobre la base de la comparación entre las diferentes literaturas nacionales.

    Asimismo, podemos observar que esta aproximación subyace en un tipo de análisis más o menos tradicional en nuestra crítica, aquel en donde se consideraban los fenómenos propios de nuestra literatura desde una perspectiva dominada por un eurocentrismo proyectado, muchas veces, desde nuestra misma periferia. Allí, en el análisis de movimientos o autores, estos resultaban ser epifenómenos surgidos en función de modelos más o menos obligatorios. Incluso en desacuerdo con tales postulaciones, debemos observar que en ellas se encuentra subyaciendo una noción de comparatismo que para nuestra literatura está guiada por una muy colonial noción de «influencia» o modelo.

    Podría pensarse, como una explicación de la carencia de sistematización de la que hablamos, que estos estudios no acaban de surgir, en los términos de una conceptualización más o menos clásica de comparatismo Europa-América Latina, en la medida en que la comparación necesita de un corpus literario y cultural configurado, esto es, de un establecimiento de la identidad de cada uno de los términos a comparar. En ese caso el problema residiría en que el carácter de nuestro desarrollo literario y crítico apunta apenas a la configuración de esa identidad. Así planteado, el problema obedecería a una conceptualización discutible, por lo que lo justo sería invertir sus términos. En este caso, la aproximación comparativa puede constituirse claramente en un instrumento imprescindible para una definición del campo y los problemas de la literatura latinoamericana.

    Así también ocurre con los de su inserción en la literatura universal. Con razón señala A. Dessau que: «La investigación de la literatura latinoamericana no es posible sin la aplicación sustancial de métodos comparativos»⁹.

    Como podemos observar, los problemas que enfrenta el comparatismo en nuestro continente no se alejan, por una parte, de los generales de estos estudios en términos de definición de su campo y de su orientación metodológica; y, por otra, enfrenta la necesidad de definir su sentido y su especificidad en la situación concreta de un continente que genera una producción literaria de configuración singular, es decir, a partir de una historia cultural surgida en las condiciones de un desarrollo económico-social dependiente. Respecto de este fenómeno las ciencias sociales latinoamericanas, en especial desde los años sesenta, han producido un detallado e innovador corpus de estudios sobre la caracterización de nuestra formación económico-social en sus distintos niveles de desarrollo e integración, de indudable utilidad para la comprensión cabal del nivel de análisis que nos interesa.

    Dado, pues, el estadio de desarrollo en que el comparatismo se encuentra en nuestro continente, dada la configuración de problemas generales de la perspectiva en la que se inserta y dadas las interrogantes planteadas por las condiciones históricas concretas de existencia de nuestra literatura, se hace imprescindible llevar la reflexión a algunos de los problemas de base que el análisis comparativo nos plantea. Es la discusión que se entrega al lector en el capítulo II. Respecto de su necesidad para los estudios historiográficos en el continente, no habría más que pensar que el concepto «literatura latinoamericana» se construye sobre la base de una perspectiva de este tipo. En efecto: por una parte, la pluralidad cultural de América Latina; por otra, la pluralidad lingüística y la multiplicidad de países, así como la especial inserción que tiene su literatura en tanto que producción de un continente de estructura económica y social dependiente de las áreas metropolitanas y su inserción con las demás literaturas en general, exigen que nuestra percepción del continente sea como conjunto, es decir, en los diferentes niveles de sus contradicciones y sus convergencias

    La perspectiva comparatista, en nuestro caso, debe desarrollarse de acuerdo con los propios elementos de una historia continental concebida como una totalidad orgánica de nacionalidades o regiones y como articulación de sistemas literarios diferenciados, en donde las literaturas nacionales no desaparecen sumidas en una percepción uniformadora sino que la unidad pone en evidencia «las multánimes voces de los pueblos», como quería el maestro dominicano.

    It is important −dice Irina Neupokoeva− in any case the choice of the word’s structure, the selection of the material, the determination of its propositions and the other correlations should be carried out proceeding from the premise that in literary synthesis the conception of the national specific must not dissapear, be dissolved in bigger zonal, regional or world formations (…). Just as the national is not exclusive, but is only part of the general history of humanity, so also the world literary process is not «supernational», but is manifested in the development of the national literatures, in their mutual links and interaction¹⁰.

    La perspectiva comparatista debiera, por otra parte, apuntar a las específicas formas de apropiación con que América Latina, en tanto que continente de formación económico-social dependiente, asume a las literaturas metropolitanas. Una de estas formas de apropiación más evidente es la «discronía» de la recepción, el desfase temporal con que se asumen y que determina las condiciones de desarrollo en las que son apropiadas, así como con la específica reformulación que el continente hace de sus parámetros¹¹.

    A este respecto surge una importante noción de la discusión que presentamos: la de comparatismo contrastivo. En efecto, si el comparatismo apunta a la observación de fenómenos análogos, es importante señalar que, en el caso de América Latina, se trata de visualizar una relación que, estableciendo los elementos que apuntan a la similitud de los fenómenos, pone también en evidencia aquellos que hacen su diferenciación. Detecta, en este sentido, el proceso de recepción en cuanto a la reformulación de un modelo. Esta reformulación tiene que ver, en el caso de la vinculación Europa-América, que constituye una de las relaciones de base para la comprensión de nuestra cultura, con una diferente forma de inserción de cada una de estas regiones en la historia. Lo importante es observar cómo se constituye esa relación y qué es lo que hace su diferencia: en ese sentido el concepto de «función histórica», que establece mecanismos diferenciales de funcionamiento ideológico del texto en relación con la historia, es una noción, propuesta por el profesor Antonio Cándido, fundamental. El comparatismo contrastivo apunta también a las formas de articulación de las literaturas brasileña e hispanoamericana, o del Caribe con la América hispana continental, en donde, a partir de historias diferenciadas por la relación colonial vinculada a distintas metrópolis, así como a partir de una unidad estructural de los procesos, se hace necesario evidenciar tanto a los elementos que unifican como a los que individualizan los fenómenos observados.

    Lo cierto es que el comparatismo en América Latina está por definirse, a partir del diseño concreto de los problemas que el discurso literario plantea, tanto internamente como en sus vinculaciones con otros procesos literarios. En la dimensión historiográfica, el problema parece apuntar a la construcción, a partir del análisis histórico-literario concreto, de los modelos organizativos que permitan dar cuenta de la dinámica de la unidad en la pluralidad, y, en ese sentido, de los procesos de estructuración, desestructuración y reestructuración del discurso literario en el movimiento de la historia desde donde emerge. Se trataría, pues, de llevar a cabo una reflexión comparativa de la pluralidad y la heterogeneidad de un continente cuyo desarrollo se inscribe dentro de los parámetros de una estructura económico-social dependiente, lo que genera condiciones específicas de evolución cultural y literaria.

    Una de las líneas de esa evolución es consecuencia de la formación social heterogénea a que acabamos de aludir: los procesos transculturales. Como sabemos, el término pertenece a Fernando Ortiz¹², quien lo entiende como el proceso transitivo de una cultura a otra:

    No hubo factores humanos más trascendentes para la cubanidad −dice Ortiz− que esas continuas, radicales y contrastantes transmigraciones geográficas, económicas y sociales de los pobladores; que esa perenne transitoriedad de los propósitos y que esa vida siempre en desarraigo de la tierra habitada, siempre en desajuste con la sociedad sustentadora. Hombres, economías, culturas y anhelos, todo aquí se sintió foráneo, provisional y cambiadizo, «aves de paso» sobre el país, a su costa, a su contra y a su malgrado.

    El discurso literario de América Latina aparece marcado por la distorsión de las estructuras del lenguaje y de las estructuras textuales, en una subversión realizada a partir de la irrupción de otras articulaciones lingüísticas y de otras formas de relación con el mundo, que alteran el supuesto equilibrio de nuestra romanidad o latinidad. Así, el lenguaje se penetra de oralidad, necesitando cubrir las funciones de un proceso transmisor diferente: se genera la necesidad de llenar espacios de representación, a veces de entregar una configuración mítica, de desarrollar un discurso cuyos núcleos generadores encuentran su inserción en otros sistemas culturales que coexisten sobre un mismo eje temporal. Es así como surge el lenguaje de un Arguedas o de un Roa Bastos, cuando la relación es latino-indígena; de un Guillén, cuando es latino-africana; o de un Naipaul, cuando se trata del Caribe y los procesos configuradores se multiplican.

    Estos procesos, en gran medida intertextuales, parecieran constituir una de las líneas fundamentales de un comparatismo latinoamericano.

    El debate sobre la perspectiva comparatista se plantea a partir de las ponencias de los profesores Mario Valdés y Franco Meregalli.

    Otro punto importante de la discusión que encontrará el lector es el de la literatura nacional y su forma de articulación con la literatura latinoamericana.

    Como sabemos, la noción de literatura nacional surge con la república y, concretamente, con el romanticismo, desarrollándose en distintos lugares del continente: por una parte es Esteban Echeverría quien lo impulsa, Ignacio Altamirano habla en México de una literatura nacional mexicana y Juan León Mera publica en Quito su Ojeada histórico-crítica sobre la poesía ecuatoriana, en 1868. Ubicada en su historia, esta proposición literaria nacionalista no es sino la expresión de la inicial organización de los estados nacionales.

    Lo importante del fenómeno es que el nacionalismo literario en nuestro continente crece en una dialéctica permanente con el continentalismo. Detrás de la noción de literatura nacional se asoma el perfil continental, cuando no se habla de literatura «nacional hispanoamericana». Como bien señala Ardao, por literatura nacional se entienden distintas acepciones: por una parte, la literatura nacional de un determinado país; por otra, las literaturas nacionales teniendo en vista su comunidad con los demás países hispanoamericanos, y por otra, la existencia de una sola literatura nacional continental. La dialéctica generada por la noción de literatura nacional es importante, por cuanto la aleja de los nacionalismos estrechos que han existido en culturas como las germanas o eslavas. Como sabemos, entre estos últimos la idea de «alma eslava» constituyó una noción casi religiosa, de superioridad en relación con otros pueblos en todos los aspectos de la vida cultural.

    Al aproximarnos a la relación entre las literaturas nacionales y la literatura continental, concebida como zona literaria (es decir, unidad orgánica de relaciones, tensiones, movimientos e intercambios cuya base se sitúa en una historia de parámetros comunes), nos parece necesario introducir el concepto de región. Este implica una delimitación intermedia de un conjunto que desarrolla una base de relaciones transculturales diferenciadas, lo que de alguna manera genera un discurso de referente y enunciación específicos. Una de esas regiones está siendo utilizada como noción desde hace tiempo: la literatura del mundo andino. También las literaturas del Caribe, en todas sus diferenciaciones, parecen constituir una unidad de discurso relativamente común y, como han sido estudiadas en relación con la anterior, con sistemas literarios diferenciados internamente. Ángel Rama ha hablado de otra región específica al plantear el problema de la «cultura suratlántica», que comprendería parte de la Argentina, el Uruguay y las provincias del sur de Brasil, desde Sao Paulo a Rio Grande do Sul, «de dominante pampeana, urbanizada, agrícola-ganadera, inmigratoria e industrializada, dentro de cánones modernizadores». Su apropiación de las culturas europeas implica un descentramiento en relación con su significación inicial. Dice Rama:

    Una cultura de la modernidad no es como se ha tendido a pensar respecto a su presencia en América, una mera imitación desvaída de culturas foráneas, un amasijo de influencias importadas, trasplantadas tal cual, sino una cultura que, liberada de pesadas amarras al pasado remoto y a su tradición gracias a azares históricos, consigue organizarse coherentemente a partir de los elementos de que dispone y evoluciona hacia un punto focal que está situado en el futuro y no en el pasado. Adquiere entonces, tal como creo visible en la Argentina, las características de una cultura de vanguardia, cuya potencialidad deriva de que explora territorios desconocidos, los inventa con audacia, los sueña y aun planifica y los convierte progresivamente en su propia realidad¹³.

    El discurso literario del continente aprehende, en tanto que espacio simbólico, estas diferenciaciones regionales, sus superposiciones y las contradicciones de la histórica pugna entre «modernidad» y «retraso». Reconstruye como discurso las rupturas y las tensiones, el pasado y el presente que se asumen con ritmos disímiles y en forma fraccionada, y que sería necesario aprehender conceptualmente en un modelo organizativo de la historia literaria en donde sea posible tanto el diálogo de los grandes procesos con aquellos que se aproximan al estatus de los acontecimientos, como quería Braudel, como el diálogo de la globalidad conceptual de nuestra literatura con su existencia en tanto que manifestación concreta.

    En el ámbito de las literaturas nacionales, el trabajo de Antonio Cornejo Polar proporciona la incitante dialéctica de los procesos nacionales, regionales y latinoamericanos, proponiendo un modelo sin exclusiones en donde la noción de literatura latinoamericana ya no es la serie erudita o «alta literatura», sino que la configuración de los distintos sistemas literarios que surgen de la heterogénea realidad latinoamericana. En este mismo espacio el profesor Kenneth Ramchand nos ofrece la perspectiva de las literaturas del Caribe inglés.

    La crítica de la labor historiográfica ocupa el capítulo III. Allí se abre la discusión para criticar aquellos esfuerzos gigantescos que significaron siempre un aporte en la aprehensión del proceso que intentamos abordar como trabajo colectivo. Surgieron, en general, como esfuerzos individuales, pecaron de diferentes reduccionismos y no tuvieron los instrumentos que el desarrollo del conocimiento sobre el continente entrega hoy para abordar el problema. Las proposiciones son polémicas y la discusión da cuenta de ello. De ambas se podrá extraer, sin duda, lecciones positivas, y su aporte a la discusión historiográfica, como podrá apreciar el lector, es indudable.

    Los problemas propios de la periodización, así como las nociones de «periodo» y «movimiento», constituyen materia de las intervenciones durante la discusión en general. En ella la noción de «periodo» fue referida a la serie histórica, en tanto que «movimiento» a la propiamente literaria. Una de las líneas de trabajo futuro deberá ser justamente el develamiento del carácter, del ritmo de desarrollo, de las articulaciones internas y externas de los movimientos literarios de América Latina, de sus recepciones y sus reformulaciones, así como de su constitución a partir de un específico condicionamiento histórico. Es aquí justamente donde el «comparatismo contrastivo» como instrumento adquiere su plena función.

    El capítulo V aborda, a través del trabajo de Antonio Cándido y Jacques Leenhardt, un problema enorme: la relación entre literatura e historia. El aporte de ambos trabajos a la historiografía literaria del continente es de una riqueza muy grande. Ambos visualizan una perspectiva comparativa del discurso literario en relación con Europa, en donde los modelos explicativos deben constituirse a partir de la especificidad de un proceso literario que, en el caso de Antonio Cándido, asume una función histórica de doble referencia («ambigüedad», señala él en un comienzo), lo que apunta a un nexo orgánico con las metrópolis de vinculación-liberación, que sería una característica fundamental de nuestra forma de relación periférica con las metrópolis en el discurso literario. Nos parece que ambas proposiciones −Leenhardt señala el carácter de desarticulación fundamental de lo sociopolítico, lo cultural y lo económico en todo el continente− aluden a las condiciones de producción literaria en un espacio cuyo ritmo y dinámica histórica imposibilitan, como ya lo notó Mariátegui a comienzos de siglo, la utilización de modelos explicativos que no surjan como una necesidad de la particular configuración de su desarrollo. En este sentido, la línea general de la discusión implica la concepción de una historia literaria no acumulativa de autores y obras, sino de una historia de los procesos a través de los cuales el imaginario de América ha plasmado, en términos de necesaria contradicción, el desgarramiento de su condición histórica.

    Sabemos que el campo de la historiografía latinoamericana es un ámbito de problemas no resueltos y, en gran parte, no delimitados ni percibidos como problemas. Se trata, entonces, de una discusión difícil. Aún más, el diálogo pudo haber permanecido en la discusión de cada uno de ellos. De las dificultades, como de la importancia de este esfuerzo, estamos conscientes todos quienes apoyamos esta posibilidad. Se trata, finalmente, de un paso en lo que Pedro Henríquez Ureña veía como «la toma de conciencia de lo que significa América en la historia, de sus posibilidades y de sus metas», que no es sino un paso más en la «utopía» del continente, un paso más en busca de nuestra expresión.

    Ana Pizarro

    Caracas, 1983

    1 Pedro Henríquez Ureña, «Los caminos de nuestra historia literaria», en La utopía de América, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1978.

    2 Son importantes al respecto los trabajos de C. Rincón, A. Cándido, Á. Rama, A. Cornejo Polar, J.C. Mariátegui, J. A. Portuondo, Oldrich Belic, R. Fernández Retamar y J. A. Crow.

    3 Werner Bahner, «La zone littéraire» (discussion), Neohelicon, vol. 1, núms. 1-2, Budapest, 1973, p. 158.

    4⁴ Véase Eduardo Núñez, «Literatura comparada en Hispanoamérica», Comparative Literature Studies 1, 1964, pp. 41-45; Afranio Coutinho, «Conoeito e vantagens da literatura comparada», Congreso Brasileiro de Lingua e Literatura, VI, Rio de Janeiro, 1975; Carlos Rincón, «El crítico, ¿un estratega en las luchas literarias?», Revista de crítica literaria latinoamericana, año III, núm. 6, Lima, 1977; Adalbert Dessau, «La investigación de la literatura latinoamericana y los métodos comparativos», Casa de las Américas, año

    xix

    , núm. 82, La Habana, 1974; y Ana Pizarro, «Sobre las direcciones del comparatismo en América Latina», Casa de las Américas, núm. 135, La Habana, 1982.

    5 Ana María de Rodríguez, «Aspectos de la literatura comparada en Latinoamérica», en Carlos Silva (Ed.), Problemas de teoría y crítica literaria latinoamericana, Caracas, CELARG, en prensa.

    6 Adrián Marino, «Repenser la littérature comparée», Synthesis, VII, Bucarest, 1980, pp. 9-38.

    7 Insistimos en que se trata de su historia como perspectiva de análisis, no así en tanto que campo de investigación. En este sentido se podría decir que nuestra literatura nace en el espacio propio del comparatismo: la literatura de viajes. Cartas de relación, crónica colonial o relatos de viaje constituyen una copiosa «literatura de viajes» que se aleja un tanto del modelo clásico (se trata de viajes de conquista) pero que pertenecen con toda evidencia al género.

    Es necesario precisar que al hablar de «literatura» estamos dándole al término la amplitud de «fenómeno literario», incluyendo en él toda una serie de fenómenos que ya no son solamente escritura ni serie erudita.

    8 Véase sobre esto los trabajos de A. Dessau, A. Rodríguez, C. Rincón, A. Coutinho y E. Núñez ya citados.

    9 Adalbert Dessau, op. cit, p. 114.

    10 Irina Neupokoeva, «National and world literature», Neohelicon, vol. 1, núms. 1-2, Budapest, 1973, p. 130.

    11 Ana Pizarro, op. cit. Algunas ideas de ese trabajo se toman aquí.

    12 Fernando Ortiz, «Del fenómeno social de la «transculturación» y de su importancia en Cuba», en Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, La Habana, Jesús Montero Editor, 1940.

    13 Ángel Rama, «Argentina: crisis de una cultura sistemática», INTI, núm. especial 10-11; Julio Cortázar en Barnard, otoño, 1979, primavera, 1980, pp. 51-52.

    i. Delimitación del área

    Ana Pizarro

    Al abordar este proyecto

    en torno a la reflexión historiográfica, el primer problema que parece surgir es el de la delimitación del área. En efecto, ¿bajo qué criterios entender cuál es el campo que abarca la denominación de «literatura latinoamericana»?

    Apuntar solamente a criterios geográficos, lingüísticos o políticos pareciera no bastar para dar cuenta de un proceso que implica tanto a la literatura de los conquistadores europeos −españoles, portugueses y otros−, como a la literatura escrita en latín por los jesuitas expulsados a fines del siglo

    xviii

    y publicada en Europa; tanto a la del Caribe latino como a la producción en lenguas indígenas; a las del Caribe no latino, como a las literaturas del exilio masivo de los últimos años, escritas en lenguas diversas. ¿Qué pensar de la literatura de Quebec, en donde la Universidad de Montreal propicia un movimiento llamado «Unión de los latinos de América», o de las literaturas de los grupos migratorios, como la de los chicanos o la de los «hispanos» en Estados Unidos?

    Sucede que la acepción de «literatura latinoamericana», desde que Torres Caicedo usara la expresión en la segunda mitad del siglo

    xix

    , ha respondido a un concepto de dinámica específica. No fuimos latinoamericanos desde el comienzo, del mismo modo como el nombre y la idea de América¹⁴ fueron entidades separadas y tardaron en constituirse en esta unidad que progresivamente ha ido incorporando nuevos territorios. La literatura latinoamericana fue primero literatura de la América Hispana. Luego Pedro Henríquez Ureña incorporó al Brasil, llamándola «Hispánica». En su Historia de la cultura en la América Hispánica, dijo:

    La América Hispánica, que conscientemente se designa con el nombre de América Latina, abarca hoy diez y nueve naciones; una es de lengua portuguesa, el Brasil, la de mayor extensión territorial. Diez y ocho son de lengua española¹⁵.

    Ya avanzado el siglo

    xx

    empezamos a incluir el área del Caribe de lengua latina bajo el concepto de literatura latinoamericana. La literatura haitiana, sin embargo, pareció percibir antes que el continente su pertenencia. En 1927 aparece en Haití la Revue Indigène, órgano del movimiento del mismo nombre que daría lugar a contradictorias proposiciones. Allí, precede a una larga exposición introductoria de la historia de la literatura continental, el siguiente propósito:

    Nous devons connaître la littérature et l’âme de l’Amérique Latine. (…) Les peuples ont vécu d’une vie aussi difficile que la nôtre, ont connu les mêmes tâtonnements, des vicissitudes semblables, l’ère des caudillos et des pronunciamientos, la période ou s’affrontent les forces d’anarchie et les forces de cohésion et d’ordre, les temps pénibles de la puberté des jeunes nationalités. (…) Nous sommes coupables d’ignorer l’Amérique Latine parce que les origines sont semblables et qu’un grand danger commun nous menace¹⁶.

    Integrada la zona francófona del Caribe, es recién en los últimos años que el concepto de «literatura latinoamericana» empieza a incorporar, con mucha timidez, a las literaturas del Caribe no latino −hasta hace poco prácticamente desconocidas en el continente– en función de una articulación que, no siendo siempre evidente, se asienta en líneas estructurales de desarrollo. Primeramente existe una historia común del Caribe insular pese a la vinculación colonial con metrópolis distintas; una estructura económico-social similar sustentada en la economía de plantación, la trata de esclavos y su evolución posterior en toda una historia de cimarronaje; cultura de resistencia; incomunicación entre las islas y lucha entre las metrópolis; piratería; procesos independentistas, etc. Existe entonces la posibilidad de incorporar al Caribe en el concepto de América Latina, por las relaciones históricas comunes con importantes regiones del continente, por formas de desarrollo cultural similares y, en el caso de la literatura, por la evidencia de temas, problemas y articulaciones que son asumidas tanto en el caso de las literaturas del Caribe inglés y holandés como en el caso del francés y el español, tanto en las literaturas en lenguas metropolitanas como en los créole, pidgin english, el papiamento o su equivalente de Surinam, en los términos en que se asumen en la literatura latinoamericana.

    Esta incorporación de la literatura caribeña al ámbito de la literatura latinoamericana se ha materializado, en lo oficial, con la incorporación de la región en el premio anual de Casa de las Américas, en Cuba.

    Y es que el concepto de literatura latinoamericana tiene que ver directamente con el de Latinoamérica, recién oficializado por organismos internacionales a mediados de nuestro siglo (la regionalización de Naciones Unidas es posterior a la Segunda Guerra Mundial y da lugar a la creación de organismos como

    Cepal

    , Ilpes,

    Celade

    ,

    Clacso

    , etc.) y constituido por un área en evolución hecha de incorporaciones sucesivas y marcada por intentos aglutinantes y centrípetos. Así, han entrado a configurar lo que Ardao ha llamado los territorios latinoamericanos «por accesión»:

    Autoconcebida corno expresión de una comunidad histórico-cultural en complejo desarrollo, pero una, la americanas de lenguas latinas –española, portuguesa, francesa– de las que saca su nombre, persigue la incorporación de las letras americanas de otras lenguas correspondientes a su área: autóctonas hacia un extremo, de procedencia europea no latina hacia otro. Estamos ante un cuarto nivel, o nivel supernumerario, de la integración literaria y cultural latinoamericana¹⁷.

    El planteamiento en torno a qué es literatura latinoamericana tiene, pues, implicaciones de diverso orden, que proponemos a la discusión: por una parte, su relación con el concepto de América Latina cuyo todo heterogéneo apunta, sin embargo, a una estructura global abarcante que ha ido integrando históricamente diversos elementos. Por otra, la categoría «literatura latinoamericana» implica también un acuerdo sobre la noción de literatura en nuestro continente. En efecto, la percepción social en América Latina ha ido asignando el carácter de «literariedad» a textos de diversa índole, así como lo asigna a expresiones de la oralidad que en otros continentes se remiten al folklore, entendido este como cultura popular tradicional en desuso.

    Quiero, con el planteamiento de estos problemas, apuntar a la discusión en torno a la delimitación del área de una historia de la literatura latinoamericana.

    Discusión

    Jean Franco:

    Me sorprende un poco el que la presentación no aborde el tópico de la crítica feminista y la marginalización de la mujer de la alta cultura. Yo creo que, en cierta forma, tiene algún paralelo con lo que pasa con los otros grupos marginados. Pienso que debernos abordar eso como tópico, además que en estos momentos hay aportes teóricos nuevos, sobre todo de antropólogos. Hay muchísimas mujeres trabajando sobre esta cuestión, descubriendo formas de literatura o haciendo otro trabajo que es justamente lo que tú mencionabas, un trabajo sobre lo imaginario latinoamericano pero en relación con la construcción de lo que ha sido lo femenino. No sé si eso interesa en cuestiones históricas a los demás, pero si este grupo se olvida de este problema yo creo que el trabajo en muy pocos años va a parecer anacrónico.

    Ana Pizarro:

    A mí me parece que no está olvidado el problema. Dentro de la noción de heterogeneidad está el problema general

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