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Recuerdos de Aether: Revolución
Recuerdos de Aether: Revolución
Recuerdos de Aether: Revolución
Libro electrónico594 páginas8 horas

Recuerdos de Aether: Revolución

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Información de este libro electrónico

"Cuando Aether creó la existencia, pensó en las esencias de la misma. Encadenadas en los cuatro elementos y portadas por los humanos, la vida, la muerte, la inteligencia y la belleza fundamentan la base de todo lo que conocemos. Sin embargo, solo el portador que se siente en el trono podrá dirigir el rumbo del mundo.
Aunque la esperanza de existir amenaza con desaparecer, la esencia de la vida abre un nuevo camino en el destino de Alexia, una adolescente que se embarca en la búsqueda de su padre en el mundo creado por Aether, y de Kilian, su mejor amigo. Juntos, se unirán a la Revolución y enfrentarán las adversidades que impone el trono.
¿Logrará Alexia encontrar a su padre?
¿Devolverán la esperanza al mundo?".
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 jul 2023
ISBN9788411811538
Recuerdos de Aether: Revolución

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    Recuerdos de Aether - Luis López López

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Luis López López

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1181-153-8

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    Dedicado a todas las personas

    que afrontan la vida con una sonrisa.

    Para que nunca oculten sus sentimientos

    ni cubran la tristeza con una falsa felicidad.

    .

    Con mis manos, construí la tierra que sostuvo el peso de la realidad.

    De mi respiración surgió el aire que alentó a la existencia.

    En mis ojos nació la llama que hizo arder su curiosidad.

    Y, al presenciar su latido, la borré con mis lágrimas.

    ~Aether

    - CARTA DE DISCULPA -

    Cuando creé la existencia, dividí mi don en las esencias en las que la misma se basa. Idealicé un mundo en el que su poder coexistía sin intereses propios, y ese fue mi primer error. El equilibrio de las esencias era la clave de la subsistencia y no me vi capaz de sostenerlo con la delicadeza que precisaba.

    Por ello, erigí cuatro torres, cada una en su elemento correspondiente, para que los portadores de las esencias controlaran el mundo que les regalé.

    Y ese fue mi segundo error.

    Las primeras personas que portaron las esencias pulieron la forma de mi mundo.

    Cuando Airón, el primer portador de la muerte, se hizo con su trono, ahogó al mundo en la inmensidad de los océanos.

    Cuando Eva, la primera portadora de la vida, se sentó en su trono, elevó las tierras para sustentar a los seres.

    Cuando Jofiel, el primer portador de la belleza, ocupó su lugar en el trono, hizo que respirar fuera placentero.

    Cuando Brigit, la primera portadora de la inteligencia, obtuvo su trono, avivó la llama del raciocinio.

    Las esencias serían portadas por humanos, seres creados a mi imagen y semejanza, pero evité que cayeran en la tentación de sentirse superiores a las demás razas que merecían existir. Así, repartí el flujo de mi don por el resto del mundo.

    Sin embargo, el equilibrio sucumbió cuando las esencias originaron una guerra por el ego de sus portadores. Una única torre resistió, aquella que se erguía sobre la tierra, y el equilibrio que deseé para la existencia terminó. En ese momento, cometí mi tercer error, elegí que mi creación tuviera la libertad de ser.

    La maldad en los latidos de algunos seres me parecía irracional, nunca logré entenderla. Descubrí que el poder del ego es mayor que el mío, con lo que envié a los Guardianes para intentar retomar el control.

    Decepcionado, ideé el destino de mi creación con el deseo de que ningún ego tuviera el valor de superar mis planes de salvación.

    Conocer el destino de mi creación es aburrido, pero es la única manera en la que puedo deshacerme de algo tan perjudicial para la existencia ideal. Me disculpo por no ser capaz de solucionarlo de otra manera, perdí la confianza en lo existente, ya no confío en mi propio ser.

    Yo también existo, también me hice existir.

    Y en cada latido me pregunto si ese fue mi cuarto error.

    ~Aether

    - ALEXIA -

    Unos lunares rojos resplandecían en los iris verdes del joven que aspiraba a sentarse en el trono. El impetuoso torrente de agua que había pulverizado la colorida vidriera del salón lo engulliría sin piedad. Sonrió con los labios ensangrentados, despidiéndose del mundo que le vio crecer con la mirada fija en aquel que lo había corrompido.

    Sin embargo, ni la ola más grande del océano podría acabar con él, y ambos lo sabían. Por esa razón, su rival cedió a sus peticiones.

    Su deseo se había concedido, podría vivir feliz lejos de aquel lugar sin esperanza. Ni su corazón sentía el ímpetu de la Revolución ni su cuerpo la fuerza para seguir batallando.

    Y eso lo reafirmó cuando su hija heredó la mirada de la vida.

    Tiempo después, los ojos verdes de Alexia sosegaban la agitada salida del instituto. Su largo y ondulado cabello escarlata ondeaba como una llama que luchaba por no desvanecerse bajo la tormenta. La acompañaba un grupo de adolescentes de su edad. Sonrió al ver a Kilian cerca de la puerta. Tenía una intrigante mirada azul que la invitaba a acercarse. Su pelo era negro como la noche, con un flequillo despeinado que se posaba por encima de una ceja. Acababa de sacar un paraguas de su mochila.

    —Nos vemos mañana, Alexia —comentó una de sus compañeras al ver al chico.

    Los demás adolescentes del grupo la imitaron, serios, y se marcharon. Sus miradas antipáticas se oponían al chico. Alexia se despidió alzando una mano.

    —¿Cómo ha ido el día, Kilian? —dijo sin detenerse.

    —Estoy disfrutando de la lluvia —contestó Kilian con una sonrisa—. Por cierto, ¿vendrás al concierto de mi hermano?

    Antes de que Alexia pudiera contestar, Marvin empujó a Kilian con el hombro. La mochila del chico cayó al suelo y ambos se miraron. Los ojos azules de Kilian mantuvieron su indiferencia ante la afilada mirada oscura del otro estudiante.

    —¿Algún problema, llorón? —preguntó Marvin.

    Estaba rodeado de otros jóvenes y era mayor que los demás. Tenía una cicatriz en la frente y el pelo rojizo. Kilian se agachó, calmado, para recoger su mochila del suelo.

    —Ninguno.

    El pelirrojo comenzó a reír.

    —¡Lárgate de una vez, Marvin! —ordenó Alexia.

    Marvin la miró antes de seguir su camino, escoltado por los demás adolescentes. Kilian se levantó y abrió el paraguas ante la mirada de Alexia. Desde que lo conocía, le había visto usar el mismo paraguas, aquel con la firma de alguien en el mango. Ambos se miraron y Kilian mostró una sonrisa.

    —Ven, Álex, seguro que no quieres mojarte.

    —¿De verdad vuelves a sonreír? —preguntó Alexia aceptando su invitación.

    —¿Por qué no debería hacerlo?

    —No dejes que te trate así. —Frunció el ceño—. Si hace algo que no te gusta, díselo.

    Kilian le revolvió el pelo.

    —No te preocupes, chica escarlata. —La miró de reojo—. Sabes que no me importa.

    Alexia resopló y se peinó. Caminaban mientras hablaban de las clases de esa misma mañana, como de costumbre. El día era intermitentemente iluminado por los relámpagos que adornaban la tormenta.

    Llegaron al pequeño jardín de la casa de la adolescente.

    —¿Estás sola hoy, Álex?

    —Deberían estar mis padres, voy a llamarlos.

    Llamó a ambos un par de veces, primero a su madre y luego a su padre, sin éxito.

    —No funciona, parece que no hay cobertura por la lluvia. —Le miró—. Mi padre suele llegar antes que yo, hoy se habrá retrasado.

    —No te preocupes —dijo Kilian con seguridad—. Esperaré aquí hasta que lleguen.

    —No hace falta.

    —Insisto.

    La mirada de Kilian la hizo olvidar la estrepitosa lluvia que caía sobre el paraguas que les cubría.

    —Hace frío, ¿entramos? —propuso Alexia agachando la cabeza.

    Salió de la falda del paraguas para entrar a su casa; parecía no importarle la lluvia. Estaba demasiado centrada en ocultar sus mejillas sonrojadas. Kilian la detuvo agarrándola de un brazo.

    —Llévatelo.

    Puso sobre ella el paraguas para que no se mojara.

    —No, no quiero que te resfríes —negó Alexia antes de girarse hacia él.

    Las gotas se estrellaban sobre ella en la tela del paraguas. Kilian seguía bajo la lluvia; su ropa se empapaba y de su oscuro flequillo caían finos hilos de agua.

    —Yo tampoco quiero que te resfríes, Álex.

    Alexia agarró inconscientemente el mango del paraguas. Las gotas se detuvieron en el aire cuando los ojos azules de Kilian adornaron la oscuridad con el reflejo de sus iris verdes en ellos.

    —Así te resfriarás tú, idiota —comentó Alexia con el corazón acelerado.

    —Me gusta la lluvia, Álex.

    En ese momento, Kilian abrió los brazos y mostró una sonrisa radiante.

    —Iba a cubrirme en la entrada, no era necesario —reprochó Alexia.

    Después, se acercó a una maceta que había cerca de la puerta. Debían subirse un par de escalones para llegar y un pequeño techado la cubría por completo. La maceta tenía un cactus con hermosas flores rojas en su parte superior. Miró a Kilian, que seguía a la intemperie.

    —Si mojas mi casa, te echo a la calle.

    Kilian se rio y se resguardó bajo el techado.

    —No me gustaría quedarme solo en la calle.

    Alexia le dejó el paraguas para levantar la maceta. En el suelo había una llave.

    —¡Calla! ¡Mira mi pequeño truco! —exclamó al mostrarla.

    El chico asintió con una sonrisa.

    —Ya veo. —Se detuvo—. Por algo eres la más inteligente del instituto.

    Alexia se rio. Después, intentó abrir la puerta, sin éxito.

    —¿Todo bien, chica escarlata?

    —No puedo abrirla —masculló entre tirones.

    —Permite que un hombre valiente y fuerte te ayude —dijo Kilian antes de cerrar el paraguas y forzar la llave.

    Alexia arqueó una ceja y se cruzó de brazos.

    —No necesito a ningún hombre valiente y fuerte. —Kilian le hizo caso omiso y sacó la lengua para centrarse—. Por suerte, mi amigo no lo es —prosiguió.

    Se encogió de hombros y se puso un mechón detrás de la oreja.

    —Dime que soy gracioso, al menos.

    —No, eres idiota.

    Tras varios intentos, la puerta se abrió. Al entrar, intentaron encender la luz; estaba todo oscuro y había un olor desagradable.

    —La luz no se enciende —dijo Alexia después de haber pulsado por enésima vez la llave de la luz.

    —Es culpa de la tormenta, pronto volverá —dijo Kilian en su intento de aportar seguridad con la sonrisa que mostraba siempre.

    Después, encendió su teléfono para tener algo de luz que le permitiera avanzar hasta el paragüero que Alexia tenía cerca de la entrada. Cuando lo encontró, colocó el paraguas dentro. Se fijó en una mancha del suelo.

    —¿Y esto? —se preguntó.

    Por otro lado, Alexia se apoyó en la puerta del salón. Estaba vacío.

    —Esto no tiene ni pies ni cabeza —dijo, pensativa.

    Kilian se acercó a ella.

    —Tranquilízate —dijo con pies de plomo—. Tu padre vendrá pronto del trabajo.

    Le puso una mano en el hombro antes de sentarse en el salón. Alexia lo imitó, pensativa. Dejaron sus mochilas en el suelo, apoyadas a la parte baja del sofá.

    —¿Dónde está tu madre?

    —No lo sé, Kilian.

    La lluvia manchaba el silencio. Kilian tenía la mirada perdida en la mochila de su amiga. Estaba intranquilo.

    Los relámpagos iluminaban sus caras cada vez que aparecían entre las nubes. El chico se encogió de hombros.

    —A lo mejor te están preparando una fiesta sorpresa.

    Alexia no pudo evitar sonreír.

    —Si no es mi cumpleaños, idiota.

    Kilian se rio.

    —¡Ah!, ¿no?

    La chica suspiró y negó con la cabeza.

    —¿Tienes hambre, vacilón?

    —Bueno, si me ofreces algo, no lo puedo rechazar.

    Alexia se levantó hacia la puerta, sin mirarle. Conocía a su amigo y sabía que tenía la odiosa costumbre de ocultar sus emociones detrás de bromas y sonrisas.

    —¿Te ocurre algo, Kilian?

    Kilian cerró los ojos y se apoyó en el respaldo.

    Se perdió en la golpeada sinfonía de la lluvia. Para él, esas gotas eran las lágrimas del cielo, y el tejado la mano que las secaba para que nadie se mojara con su tristeza.

    —No me pasa nada, Álex.

    Alexia observó la oscuridad del pasillo antes de salir. Detestaba que Kilian no fuera sincero, pero era una conversación que había repetido demasiadas veces.

    De repente, volvió la luz. La televisión se encendió y asustó a Kilian por el sonido. El chico se incorporó con rapidez y cogió el mando a distancia para bajar el volumen. Había una señora dando las noticias; advertía de la llegada de una potente tormenta que podría causar grandes daños al inmobiliario de la ciudad.

    Alexia no se percató de la mancha de la entrada cuando atravesó el pasillo. La puerta de la cocina también tenía manchas y varios arañazos. El marco también estaba roto por algunas zonas, como si hubiera sido golpeado con rudeza. Alexia, sin percatarse de ello, la abrió. Sus ojos se llenaron de lágrimas bajo la presión de un silencio amargo. Le tiritaba la mano con la que sujetaba la manivela. Su corazón se aceleró y sus rodillas cedieron.

    Deseó que nada fuera real.

    —¿Álex? —preguntó Kilian al escuchar la caída— ¿Estás bien?

    Alexia no era capaz de contestar.

    Kilian se acercó a la cocina, y lo que vio le obligó a retirarse al baño, mareado.

    —¡Ayúdame! —sollozó Alexia cuando su única compañía la abandonó ante la realidad.

    Estaba sola. El hedor de la muerte le revolvió el estómago como si aquel ambiente cálido hirviera sus entrañas. Unas finas lágrimas resbalaron tímidamente por sus mejillas. Los latidos de su corazón le aporreaban el pecho con rabia, y el dolor que le hacían solo se amainó cuando una brisa fresca acarició su cabello.

    —Alexia —musitó alguien tras ella.

    La chica soltó la manivela y se levantó, temblando. Alzó la cabeza y vio la cara de su padre. Era un hombre recio y alto, con el pelo castaño y reflejos rojizos.

    —¡Papá!

    Lo abrazó entre llantos. Deseaba que todo fuera un sueño, deseaba no haber despertado aún, deseaba haber estado en su casa esa misma mañana.

    Su padre la miró y le puso una mano sobre la cabeza. Observó el interior de la cocina con indiferencia. Grandes cantidades de sangre bañaban todas las paredes, hasta el techo. Había cubiertos y cacharros por el suelo. En el fondo, apoyado en un mueble, había un cuerpo deforme, ensangrentado, con un cuchillo clavado en el lado contrario al corazón. Tenía la mandíbula caída y el pelo rubio, largo y revuelto. En la cara del cuerpo inerte perduraba una mirada de horror, centrada en lo que quedaba de unos brazos que parecían haber sido brutalmente arrancados a trozos.

    Era su madre.

    Kilian oía los llantos de Alexia mientras controlaba sus náuseas en el lavabo.

    «abnamA», pensaba una y otra vez.

    Alzó la mirada al espejo como si se hubiera percatado de la realidad. En la pared de la cocina había algo escrito en sangre y no había logrado leerlo hasta ese momento.

    —Amanda, eso pone —descubrió, sorprendido—. Es como si fuera un reflejo.

    Cerró los ojos con fuerza y negó con la cabeza, asqueado. Los latidos de su corazón palpitaban al ritmo de la tristeza. En ese instante, comprendió la verdadera situación.

    —Es la madre de Álex, es ella de verdad —musitó con la voz temblorosa.

    Forzando una triste sonrisa, agachó la cabeza y respiró hondo. Las lágrimas bañaron sus mejillas pese a su esfuerzo por retenerlas. No había nadie que pudiera juzgarle por llorar, pero él mismo se sentía débil e indefenso.

    —Álex —susurró—, no quiero que tengas que sufrir lo mismo que yo.

    En el pasillo, Alexia se abrazaba a su padre sin ser consciente de que Kilian sufría tanto como ella. Miró a su padre cuando sus latidos se tranquilizaron. Él no actuaba con tristeza o rabia, únicamente le decía que se relajara mientras le acariciaba el pelo. La miraba con ternura, pero sus ojos no eran los de siempre.

    —Papá, ¿cómo puedes estar tan tranquilo? —preguntó entre llantos.

    Su padre la abrazó con fuerza, le impedía respirar. Apretó los dientes, cohibida.

    —Papá, me estás haciendo daño —dijo, confusa.

    Haciéndole caso omiso, su padre intentó sacar algo del bolsillo trasero del pantalón.

    —¡Papá, suéltame! —gritó ahogadamente.

    Logró alejar a su padre con un empujón. Le dolía el pecho y sentía presión en las costillas. Jadeando, encontró la libertad de poder respirar de nuevo.

    Su padre se dio en la parte trasera de la cabeza contra un estante que había en el pasillo con algunas fotos apoyadas, fotos que cayeron junto a él al suelo manchado de la sangre de su madre.

    —¡Lo siento! —exclamó.

    Su cuello se retorció cuando se acercó a socorrerle. Alexia retrocedió y se apoyó en el marco roto de la puerta de la cocina, aterrorizada.

    —¿Papá?

    Kilian salió del aseo, que estaba al final del pasillo. Se detuvo un instante, confuso, cuando vio a su amiga tirada en el suelo. Su padre se acercaba a ella empuñando un cuchillo.

    Alexia se apretó las manos contra el vientre, encogiéndose de dolor. Sangraba. La mirada de Kilian, azul como el océano, se inundó de una sensación que le recordaba al pasado. Las gotas de sangre que caían desde la punta del cuchillo perpetraban contra el suelo.

    Sacó el teléfono para llamar a la Policía. Un hilo de agua cayó del dispositivo, inservible.

    Apretó los dientes.

    —No había cobertura, igualmente —susurró.

    Cerró los ojos y respiró profundo. La lluvia le permitió asimilar la situación. Cuando volvió a abrirlos, comprendió lo que podría ser capaz de hacer por Alexia.

    Tiró el teléfono al suelo y apretó los puños.

    —¡¿Cómo te atreves a hacerle daño?! —exclamó, enfurecido.

    Cogió una toalla blanca que había en la entrada del baño y corrió hacia ella; le levantó la camiseta hasta ver mejor la herida. Era profunda y no se detenía el sangrado.

    —Tranquila, no pasa nada, estoy aquí contigo —dijo mientras le ataba la toalla por la cintura para taponar la herida. Miró sus confusos ojos verdes—. Álex, estoy aquí, ¿vale? —dijo poniendo la mano de su amiga sobre la herida—. Todo va bien, en un momento vuelvo contigo, aguanta.

    Sollozó. Sus ojos azules se inundaron de lágrimas al pensar que la había perdido.

    Alexia era la única que le acompañaba en el arduo camino de su vida. Arturo, su hermano mayor y tutor legal, apenas pasaba tiempo a su lado.

    Los sollozos de Alexia le hicieron volver en sí. Se levantó, frustrado, y miró a su padre. Se limpiaba la camisa de las salpicaduras de sangre de su hija, pero a Kilian no le importó. Le empujó, consiguiendo que cayera al suelo.

    Kilian se secó las lágrimas con decisión.

    El padre de Alexia seguía limpiándose las manchas de la camisa sentado en el suelo, sin dar importancia a lo que sucedía a su alrededor. Kilian se impuso de pie ante él.

    —¿Por qué estás haciendo esto? —preguntó.

    El hombre le sostuvo la mirada como respuesta. Kilian se sorprendió y supo que esa persona no era el padre de su amiga. Esos extraños iris verdes le consumían la energía.

    Tenía miedo.

    Se estaba enfrentando a la muerte.

    Sin previo aviso, aquel hombre saltó hacia él con una velocidad sobrehumana. Kilian cayó al suelo sin poder respirar después de estrellarse contra la pared. Le dolía todo el cuerpo. Solo pudo quedarse mirando al pelo escarlata de su amiga mientras la veía recibir patadas del monstruo que tenía delante.

    Estaba intentando no cerrar los ojos, pero todo daba vueltas a su alrededor.

    —¿Qué estás haciendo? No la toques más —murmuró con dificultad mientras Alexia seguía recibiendo patadas—. Pégame a mí, déjala en paz —susurró entrecerrando los ojos—. No toques a mi amiga.

    Encogió los brazos con un quejido e hizo todo lo posible para ponerse en pie. Los brazos le temblaban al sujetarse contra el suelo. Finalmente, después de hacer un gran esfuerzo por levantarse, consiguió mantener el equilibrio.

    —¿Acaso no me escuchas? —preguntó, tambaleándose.

    Seguidamente, saltó hacia él agotando la fuerza de sus piernas. Lo agarró del cuello para alejarlo de su amiga, que yacía en el suelo con los ojos cerrados.

    Kilian sangraba por el lateral de la cabeza, pero no soltaba el cuello de aquel monstruo. Ambos cayeron de espaldas tras un forcejeo y Kilian perdió la consciencia al golpearse la cabeza contra la pared. El asesino se irguió y estiró todos los rechinantes huesos de su cuello. Con el cuchillo en mano, fue a por él.

    Alexia abrió los ojos, débil. Su amigo estaba a punto de morir por salvarla. Sacó fuerzas de flaqueza al verlo tirado en el suelo y, mientras apretaba su herida, intentó levantarse.

    Las piernas le temblaban, pero ella intentó llegar caminando hasta el maltratado cadáver de su madre. Parecía que el asesino se había olvidado de ella. Cayó de rodillas al intentar dar el primer paso, pero siguió gateando. Sus rodillas se manchaban con la sangre del suelo y sus manos chapoteaban en ella. Cuando llegó, sacó con dificultad el cuchillo que el cuerpo tenía clavado.

    Miró el cuerpo de su madre.

    No supo ni qué pensar ni qué sentir.

    Agarró con decisión el mango del cuchillo y fue hacia la espalda de ese ente con la apariencia de su padre. Gateó hasta que el ardor de su vientre se expandió por todo su ser. Impulsada por la presión de sus sentimientos, se puso de pie con dificultad y le clavó el cuchillo en la espalda con la fuerza que ejercía su cuerpo al dejarse caer. Aun así, fue suficiente para atravesarlo de lado a lado, haciendo que su padre cayera al suelo con el cuchillo metido en el cuerpo. Aquel monstruo se arrastró hacia la pared y se sentó usándola como respaldo. Fue entonces cuando se marchó, sus iris desaparecieron como si de un reflejo se trataran.

    Alexia cayó al suelo, tiritando, y no sabía si era por frío, por miedo o por la llegada de la muerte. Sus sollozos complementaban el golpeado sonido de la lluvia. Sus lágrimas caían al suelo deslizándose tristes por las mejillas. Sus dedos temblaban.

    —¡Mamá! —exclamó sin fuerza.

    Los suspiros no le permitían respirar.

    —¡Papá! —sollozó.

    Apretó los dientes acompañando su llanto y las violentas sacudidas de su cuerpo. Estiró la mano para tocar a Kilian. Se le rompió la voz cuando la herida de su vientre se agrandó. Sentía que su cuerpo ardía y que su cuello iba a estallar. Su brazo no se movía, era incapaz de controlar su cuerpo. Lentamente, su visión se enturbió y sus oídos dejaron de escuchar el sonido de la lluvia. El olor a sangre desapareció y el contacto con el suelo se hizo imperceptible. El hecho de pensar que había acabado con la vida de su padre, la hizo desear su propia muerte. Su fuerte respiración y la presión de los latidos de su corazón la encerraron en un pesado y apagado ambiente. A su lado había un niño con el cabello blanco, vigilándola sin pestañear con unos ojos tan verdes como los suyos.

    En la casa reinaba el incesante ruido de la lluvia chocando con el tejado. Los tres seguían tirados en el suelo. Una luz verdosa apareció de improviso entre la lluvia. Era una pequeña esfera luminosa que se movía como si tuviera vida propia. La bolita viajó por el cielo hasta atravesar la ventana de la casa. La esfera de luz se detuvo sobre la espalda de la chica, a la altura de su pecho y, sosegadamente, se atenuó por un pequeño hilo de luz verde que surgía entre ellas.

    En ese momento, Kilian se despertó como si hubiera sido víctima de una pesadilla. Con sudores fríos, se sentó bruscamente. Después, miró a su amiga. Estiraba una mano hacia él. La agarró; estaba helada. Un repentino dolor de cabeza le atacó, poniéndose la otra mano en la frente. Al separarla, vio que estaba llena de sangre. Con la respiración acelerada, apretó los dientes y se limpió la mano con la camiseta.

    Detrás de él se encontraba el cuerpo del padre de Alexia, con la camisa bañada en sangre y una perforación en el pecho de la cual salía el filo ensangrentado de un cuchillo. Kilian lo observó con indiferencia. No sentía nada, solo lo miraba. No había nadie más.

    Kilian volvió a mirar a Alexia, perdido en sus pensamientos, ordenando en su mente todo lo que había pasado antes y lo que podría haber ocurrido mientras estaba inconsciente. Finalmente, llegó a la conclusión de que ella lo había salvado, no sabía cómo, pero era la única opción que tenía sentido.

    —Soy inútil —susurró con los ojos llenos de lágrimas y una leve sonrisa mientras miraba a su amiga—. Siempre eres tú la que me salva.

    En ese momento se puso en pie, mareado, y volvió a echarse las manos a la cabeza. Cerró los ojos con fuerza y apretó los dientes; se apoyó en la pared para no volver a caer. Le escocía el brazo que había apoyado, pero no había tiempo de preocuparse por eso.

    Se sobrepuso al mareo y, con el mundo dándole vueltas, cargó con el cuerpo de Alexia hasta llevarla al sofá del salón. La chica respiraba con dificultad.

    Kilian la acostó en los cómodos asientos del mueble y la observó descansar. Se arrodilló en el suelo porque no podía estar más tiempo de pie, las piernas le fallaban. Él no quería dejar a su amiga sola, no quería desmayarse de nuevo, quería ayudar a Alexia, así que le apretó de nuevo la herida del vientre.

    No notaba la herida.

    Le quitó con esfuerzo la toalla que le había puesto antes y vio una pequeña cicatriz en el lugar donde se encontraba la herida que causó el cuchillo. Se sorprendió. Parecía que la herida era antigua, ya que estaba completamente cerrada y apenas era notoria. Confuso, se llevó de nuevo las manos a la cabeza. Una lágrima causada por el dolor vaciló con salir de sus ojos, pero no lo hizo.

    De repente, la habitación se iluminó con una suave luz verdosa. Emanaba de la frente de Alexia. En ella, un símbolo soltaba la hermosa luz.

    La mano de la chica se movió lentamente hasta la cabeza de Kilian, expulsando una tenue luz verde parecida a la que salía de su frente. El chico no comprendía lo que pasaba, pero no se movió, dejó que la luz verde lo iluminara con su amabilidad. Su cuerpo comenzó a sanar, ya no le dolía ni la cabeza ni el brazo.

    Conquistada por el cansancio, la mano de Alexia se dejó caer sobre su cabeza. Él mantenía su asombro. La mano de su amiga había expulsado una luz y le había curado las heridas. No lo podía creer. Miró al suelo, pensativo, antes de poner de nuevo la mano de Alexia en el sofá.

    Agarró el teléfono de su amiga y se puso en pie en busca de cobertura, sin éxito. Quería llamar a la Policía y advertir a su hermano. Miró hacia la ventana. Las hojas de un árbol chocaban con el cristal. La abrió antes de esquivar las grandes hojas del exterior. Las apartó para asomarse.

    El jardín estaba repleto de grandes y frondosos árboles.

    —No deberían crecer así por una tarde lluviosa —comentó.

    La rama crecía sin detenerse dentro del salón. Kilian retrocedió, confuso, antes de salir por la puerta del salón. Se detuvo en el pasillo al ver el cuerpo inerte del padre de su amiga, desconfiado. Dio un paso sin apartar la vista del sujeto. Le pareció que se había movido. Se acercó a él antes de que su cuerpo comenzara a moverse con brusquedad: el cadáver retorcía los brazos de forma inhumana, quebrando cada uno de sus huesos. Se detuvo cuando encontró la azul mirada de Kilian en sus pálidos ojos. La mandíbula se le había descolgado. El cuchillo que tenía clavado cayó al suelo, junto al chico. Kilian lo empuñó y, con el arma en alto, retrocedió sin desviar la mirada ni un instante. El miedo se apoderó de su cuerpo. Pasó un eterno instante hasta que el cadáver se deterioró. Kilian sabía que sucedía algo extraño, pero no lograba comprenderlo.

    Unos pasos a su espalda le alarmaron.

    —Hola, Kilian —dijo Alexia saliendo del salón.

    Ocultaba un suave bostezo con la mano y sujetaba la toalla ensangrentada con la otra. Su largo cabello escarlata ondeaba por la fresca brisa que entraba de la ventana.

    —Hola, Álex, ¿cómo va tu herida? —preguntó, preocupado.

    —¿Mi herida? —Al pensar un instante, observó la toalla que sujetaba en la mano y, luego, miró hacia donde antes se encontraba la herida—. Ya no me molesta, me encuentro bien.

    Kilian se mosqueó. Se cuestionó nuevamente lo que estaba pasando ante él y, como era de esperar, no obtuvo ninguna respuesta lógica. Tenía miedo, así que sonrió.

    La sonrisa protegía su corazón desde que era un niño.

    —Álex, tu herida se ha curado en apenas unos minutos, ¿qué pasó mientras yo estaba inconsciente?

    —Bueno, era tu vida o la de él, y él quería matarme, así que elegí la tuya —dijo Alexia sin titubear.

    Le mantenía la mirada, tranquila. Tenía los brazos relajados. Kilian dio un respingo cuando la toalla que llevaba en la mano cayó al suelo. Alexia arqueó una ceja.

    —¿Este es el chico valiente que me ayudaría?

    De imprevisto, el cadáver volvió a convulsionar. Alexia lo miró. Apretó los dientes antes de que su frente se iluminara y sus iris se bañaran del rojo color de la sangre, despidiéndose de la dulzura que mostraba el verde que la caracterizaba.

    La rama del salón creció hasta asomarse por la puerta; las hojas que asomaban por la ventana seguían moviéndose por el viento.

    Kilian retrocedió hasta la puerta de la cocina protegiéndose con el cuchillo, tratando de deducir, asustado, qué clase de locura pasaría ahora. La gélida mirada del putrefacto cadáver lo seguía.

    Alexia cogió una lámpara de mesilla que había en una mesa al entrar al salón, le dio un golpe contra la pared y la rompió, dejando una parte puntiaguda. Gritando, atravesó el ojo del cadáver, que detuvo sus espasmos y le manchó las manos de sangre. Kilian no había percibido el movimiento de su amiga, era veloz.

    Alexia miraba la sangre de su padre con una sonrisa de satisfacción. Los iris rojos de sus ojos disfrutaron el contacto con la muerte.

    —Álex…

    Retrocedió otro paso, temblando. Apenas era capaz de sostener el cuchillo. Alexia le miró inadvertidamente, haciendo que su corazón se acelerara de nuevo. La lámpara cayó al suelo con un ruido estridente y sus ojos volvieron a su verdoso color original.

    —Kilian, debo contarte algo.

    Le invitó a sentarse en el sofá del salón. Sus ojos verdes miraron el árbol de la ventana al entrar. Ya no crecía. Alexia parecía haber vuelto en sí, pero Kilian la seguía con precaución.

    —Creo que me ha pasado algo extraño —dijo, cabizbaja, y se tocó el pecho—. Vita forma parte de mí ahora —explicó.

    Kilian se llevó una mano a la cara.

    —No te entiendo, Álex.

    —Es una esencia, Kilian.

    El chico la miró. Las manos de Alexia temblaban, pero no se atrevió a acercarse a ella para tranquilizarla.

    —¿A qué te refieres? ¿Qué es una esencia? —preguntó cruzando los brazos.

    —No lo sé con exactitud —se sinceró Alexia—. Pero, por alguna razón, tengo unas ganas inmensas de ir a otro lugar —expuso, aún sin levantar la mirada.

    —No estarás hablando de morir o algo así, ¿verdad?

    Alexia no respondió. Levantó la cabeza mostrando una mirada capaz de viajar libremente por su alma. Los ojos de la chica se volvieron del color rojo que acompañaba el tono de su cabello.

    Una tímida luz verdosa emanaba de la marca de su frente

    —Iré a Yakuen —le dijo con seriedad.

    Kilian retrocedió con un ardor en el pecho, incapaz de mantenerle la mirada. No le dolía, no sentía miedo, sino inquietud, como si los ojos de Alexia perforaran hasta el fondo de sus pensamientos y emociones. Como si una divinidad estuviera frente a él.

    Alguien que nadie podría alcanzar.

    Apartó la mirada con rudeza, sofocado, secando sus sudorosas manos en el pantalón.

    —Yakuen. —Repitió Alexia, que volteó su cabeza hacia el techo, apedreado por la tormenta, frunciendo el ceño.

    Bajó la cabeza, indiferente, y prosiguió:

    —El nuevo mundo. Mi mundo. —Suspiró—. Tengo ganas de ir después de lo que ha pasado hoy. —Le dio un pequeño empujón a su amigo—. Realmente, todos los humanos morimos.

    Kilian era incapaz de alzar la cabeza. Sabía que sus ojos no eran lo único que cambiaba en ella cuando la marca de su frente se iluminaba.

    —Si no quieres venir, iré yo sola, no te preocupes. Quiero ir, ese es mi propósito. —Suspiró—. Mi padre debe estar ahí —finalizó.

    Kilian apretó los dientes antes de mirarla.

    —¿Te has vuelto loca, Álex? —preguntó con decisión—. ¿Piensas que voy a quedarme aquí?

    Alexia volvió a la realidad, sorprendida. Sus ojos habían vuelto a ser los de siempre.

    —¿Vendrás conmigo, Kilian?

    Apretó los puños con un imperceptible atisbo de ilusión. Kilian sonrió. Recordó la canción que su hermano siempre tocaba en el piano cuando no podía dormir.

    —Claro que iré, chica escarlata, es una gran oportunidad para descansar de toda esta gente. —Suspiró—. Además, estaré contigo. Es perfecto.

    Se había tranquilizado, la sonrisa le protegió de nuevo.

    Alexia cerró los ojos, feliz. Kilian miró la rama del árbol que había crecido hasta la puerta. El aire le acariciaba la piel. Deseó poder volar y escapar de su vida un instante. La luz verde de la frente de Alexia llamó su atención. Se encontró con sus rojizos iris al mirarla. Ya no se asemejaba a la chica que se asustó al entrar en su propia casa.

    —Ven, Kilian —dijo ofreciéndole las manos.

    Kilian la cogió de las manos, mirándola con decisión. Percibió la brillante ternura de sus iris rojos. La calidez que le transmitían le hizo olvidar el miedo que sintió hacia ellos un momento atrás. Era una mirada poderosa, capaz de dominar los latidos de quien la presenciara. Pertenecía a alguien superior a él.

    Pero Alexia era su amiga, la persona más bondadosa que había tenido la oportunidad de conocer.

    —¿Cuándo volveremos, Álex?

    El cuerpo de la chica se vio envuelto por la luz verde que expulsaba la marca de su frente. Kilian cerró los ojos sin recibir respuesta.

    Fue entonces cuando comenzó a vivir.

    - ESENCIA -

    Tres señales grabadas en una pared alumbraban una gran cueva. Se oía tímidamente el incesante y rítmico goteo del agua. Kilian estaba tirado en un suelo de piedra fría y húmeda, cerca del gigante trío de marcas luminosas. La luz que emanaba de la central era anaranjada. A un lado, había otra cuya luz era amarilla. Al otro, la marca que aparecía en la frente de Alexia, del mismo color verde que avisaba de su presencia. Había una cuarta marca junto a la de su amiga, apagada, lo que la camuflaba entre las señales de vejez de la pared.

    Alexia estaba cerca de ellas, concentrada en la luminosa marca verde que ahora formaba parte de ella.

    —Kilian, mira esto —dijo sin haber tenido que comprobar si su compañero estaba despierto o no.

    Kilian se levantó, mareado. Caminó con dificultad hasta donde estaba Alexia. Su brazo también parecía haberse curado. Se sentía bien. Paró un momento y se sorprendió al ver que una de las marcas de la pared era del mismo color y forma que la de su amiga. No se apreciaba nada más, todo lo que había a su alrededor estaba oscuro. Se detuvo al encontrarse mirando las señales junto a su amiga, como si estuviera hipnotizado.

    —¿Qué es eso? —preguntó Kilian con intriga—. Parecen letras.

    —Vita —respondió Alexia tocando y mirando con una sonrisa una señal en forma de «V».

    El grabado se asemejaba a la forma de una hoja.

    Alexia tenía los iris rojos. Kilian se extrañó. Cuando ella mostraba los ojos rojos, no expresaba ni sentía ninguna emoción.

    —La «V», la «A» y la «D» —susurró—. ¿Son las esencias, Álex?

    —Son sus símbolos.

    —¿Cómo lo sabes? Es por Vita, ¿verdad?

    Tenía los ojos clavados en las flores que recorrían, cruzándose, la forma esbelta de la letra, uniéndose con gracilidad para formar el elegante símbolo de Vita.

    —¡Sí, es por mi esencia! —afirmó con emoción.

    Kilian suspiró.

    —¿Por qué te ha elegido a ti?

    Alexia le imitó.

    —No lo sé. Creo que antes de conocer a Vita había alguien conmigo, pero no recuerdo nada. Sin embargo, tengo claro quién soy —replicó—. Soy el elemento Terra, la tierra representada por esta hoja que se combina con la «V» de Vita.

    —¿Y esta? —dijo Kilian acercándose a la marca anaranjada.

    —¡No la toques! —advirtió mientras su amigo posaba la mano en la marca.

    Kilian la separó en cuanto pudo reaccionar a las palabras de su amiga.

    —¡Perdón!

    Alexia frunció el ceño.

    —Debí imaginarlo, las esencias no se defenderían de alguien que no las posee. Cuando yo la toqué, sentí una descarga en mis dedos. Solo las de Vita y Decor me han permitido hacerlo, así que parece que a la tierra no le cae bien el fuego. —Cerró los ojos—. Hay otra, pero está apagada, desconozco si es peligrosa o no para mí.

    Kilian miró la pared en busca de la cuarta marca, sin éxito.

    —Tiene sentido, el fuego quema a las plantas, igual que el agua lo apaga —comentó rascándose la cabeza.

    —Es como un ciclo —supuso Alexia mirando la marca anaranjada—. La que has tocado es Astuia, la inteligencia. Deduzco que tiene forma de llama porque el fuego es su elemento portador —se detuvo—. Hay cuatro elementos y una esencia para cada uno de ellos, complementándose entre sí. Las esencias son las llaves que abren las puertas de los elementos, y yo soy uno de ellos —explicó, ilusionada—. Al igual que Decor —dijo tocando la «D» sin verse atacada—. La belleza portada por Ventus, el aire, representado por esas espirales que la deforman.

    —No he entendido ni una palabra, Álex —dijo con los brazos en jarras—. Además, ¿qué relación tienen la belleza y la inteligencia con la vida?

    Alexia se miró las manos, extrañada, haciendo caso omiso a su amigo.

    —Aquí me siento diferente —explicó—. En este lugar hay algo especial.

    —¿Ves? Así es más fácil entenderte, chica escarlata.

    —Siento el flujo de Vita con cada latido de mi corazón —prosiguió—. Soy la portadora de la vida, ¿te das cuenta de cómo suena eso?

    El chico frunció el ceño sin esforzarse por comprender lo que, aparentemente, era incomprensible. Alexia había disfrutado al matar a aquel hombre en su casa y llenarse las manos de su sangre. Miró hacia donde debía estar la cicatriz del cuchillo en su vientre, pero no había nada. No se sorprendió, ya lo sabía. Comenzaba a interiorizar que lo que sucedía ante él no había sido mostrado nunca en su mundo. Nada de lo que él sabía podría aplicarse con certeza a esas nuevas experiencias que estaba viviendo.

    —Álex, si eres la portadora de la vida, ¿por qué mataste a tu padre? —preguntó.

    —Esa cosa no era mi padre —contestó, cortante.

    El color rojo de sus iris se intensificó, desafiante. Cerró los puños y miró al frente.

    —¿Sabes lo que era? —preguntó el chico.

    —Era un enviado de Yakuen, alguien de aquí.

    Kilian suspiró.

    —¿Un enviado para qué?

    —No lo sé.

    Centró su mirada en los abrumados ojos azules de Kilian. La indiferencia de su amiga le inquietaba.

    —Álex. —Suspiró.

    Puso los ojos como platos cuando se percató de que había hablado en voz alta. No sabía de qué manera continuar.

    —¿Qué sucede? —preguntó la chica.

    Kilian tragó saliva.

    —¿Por qué disfrutaste matando a esa cosa? —titubeó.

    Resaltó las palabras que había dicho ella con anterioridad.

    —Es simple. —Se acercó a él mostrando una placentera sonrisa—. Sentía el flujo de la muerte dentro de él, y Vita no la soporta; me dejé llevar y disfruté haciéndolo.

    Sus intensos ojos rojos se detuvieron en la profundidad azul de los iris de su amigo. Le abrazó.

    —Kilian, aquí incluso la vida es capaz de matar por placer.

    El verde de sus iris se mostró de nuevo. El chico no sabía con certeza lo que debía hacer. Cuando se decidió por devolverle el abrazo, Alexia se separó y miró hacia la infinita oscuridad del lugar.

    —¿Te apetece dar un paseo? —preguntó comenzando a andar.

    Kilian no contestó, sino que la siguió tras echar un último vistazo a las marcas de la pared.

    Las palabras de su amiga resonaban en su cabeza. Tenía muchas dudas. No comprendía cómo el enviado de Yakuen sabía quién era el portador de la vida, el elemento Terra. Por otra parte, deseaba saber la razón por la que su amiga ahora fuera tan distinta a como era antes. Parecía que ya no tenía sentimientos; encontró el cuerpo sin vida de su madre, mató al enviado que calcaba la figura de su padre y, sin embargo, parecía no importarle.

    Usaban la linterna del teléfono de Alexia para vislumbrar el lugar por el que pasaban, pero ya no tenía suficiente batería para continuar y no iban a poder llamar a nadie usándolo desde ahí.

    —Álex, ¿volvemos a casa?

    —No sé cómo hacerlo.

    Kilian se rio.

    —¿Cómo que no? Tú nos trajiste aquí. Pensaba que íbamos a poder volver, al menos, para asimilarlo mejor.

    Alexia se detuvo con brusquedad.

    —Kilian, cállate —susurró.

    —¿Qué pasa? ¿Acaso no puedo…?

    Alexia apretó los dientes y empujó al chico, tirándolo junto a su móvil con la linterna encendida. Se puso sobre él y le tapó la boca con la mano. La respiración de Kilian se agitó.

    Los ojos verdes de Alexia presionaban con intensidad la confusa mirada de su amigo. Sus mechones escarlatas llegaban a apoyarse en el suelo. Kilian se ruborizó en un instante que no quería que acabara. Su amiga estaba tan cerca que podía sentir su aliento acariciándole las mejillas. Alexia volvió a girar la cabeza hacia la oscuridad. Sus iris volvían a ser rojos como la sangre y su fuerza

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