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Lectura y acoso escolar: Propuestas para la mejora de la convivencia
Lectura y acoso escolar: Propuestas para la mejora de la convivencia
Lectura y acoso escolar: Propuestas para la mejora de la convivencia
Libro electrónico243 páginas2 horas

Lectura y acoso escolar: Propuestas para la mejora de la convivencia

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Este libro parte de la consideración de que la lectura es un factor esencial en el desarrollo personal y social de los niños y niñas. Las historias que nos ofrecen los libros son una fuente de información y entretenimiento que genera valores sociales. Las creencias nos acercan al conocimiento del mundo y a las circunstancias que rodean nuestras relaciones personales y sociales, en las distintas situaciones que vivimos.

Ciertamente, las historias que contienen los libros pueden convertirse en una estrategia útil para visibilizar determinados temas sociales y pueden facilitarnos la realización de intervenciones socioeducativas. En este libro se desarrollan los factores de protección frente al acoso. Se han seleccionado una veintena de obras de literatura infantil y juvenil que, aunque no tratan el tema de la violencia en las aulas de manera explícita, permiten realizar numerosas propuestas y actividades para la intervención socioeducativa contra el acoso escolar. La selección de títulos se presenta por edades, y las actividades se diseñan y estructuran poniendo énfasis en las competencias y valores que ofrecen las narraciones, facilitando así la tarea de los mediadores de lectura, profesorado y familias.

El interés de este texto es ayudar a que los educadores y educadoras mejoren sus conocimientos, dominen estrategias y dispongan de materiales adecuados para realizar intervenciones socioeducativas eficaces para la prevención del acoso.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 may 2023
ISBN9788427729247
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    Lectura y acoso escolar - Santiago Yubero

    1

    El acoso escolar: concepto, causas y consecuencias

    «—Le tengo miedo —dijo Piggy— y por eso le conozco. Si tienes miedo de alguien le odias, pero no puedes dejar de pensar en él. Te engañas diciéndote que de verdad no es tan malo, pero luego, cuando vuelves a verle…, es como el asma, no te deja respirar. Te voy a decir una cosa. A ti también te odia, Ralph».

    WILLIAM GOLDING

    LA AGRESIÓN Y LOS CONFLICTOS EN LA NATURALEZA HUMANA

    La primera novela de William Golding, El señor de las moscas, fue publicada en 1954 y ha sido considerada como una alegoría sobre la naturaleza humana, en la que se habla de la complejidad de nuestra mente y su capacidad para albergar tanto emociones positivas como sentimientos destructivos. Algunos la consideran como una fábula moral que explora los comportamientos agresivos de autoritarismo y dominación, más allá de los instintos de supervivencia. Su argumento plantea situaciones, en principio, ligadas a la necesidad de alimentación, pero que se convierten de forma progresiva en una necesidad de poder y dominio, donde prima la agresividad.

    La disección del contenido de esta obra literaria nos permite analizar distintos aspectos de la naturaleza humana y de las relaciones tóxicas que pueden llegar a producirse. Como muestra el texto inicial en el que uno de los chicos, «Piggy» (apodo que le ponen por ser obeso y que significa «cerdito» en inglés), habla del miedo que supone ser víctima de agresiones. Este caso nos recuerda en buena medida la preocupación que alimenta el libro, las conductas de acoso, sus consecuencias y cómo intentar prevenirlas.

    Este otro fragmento que pertenece a uno de los momentos emblemáticos de la novela nos permite reforzar la idea de que el ejemplo literario de El señor de las moscas, como ocurre con otras muchas obras, puede acercar a los lectores a la complejidad de las relaciones humanas, determinadas por factores personales; pero, también, y esto es lo relevante, por los contextos y las dinámicas culturales que los envuelven. Desde luego, dentro de las relaciones humanas, la agresión parece consustancial a los procesos adaptativos; sin olvidar que, realmente, ha sido la cooperación entre las personas el verdadero artífice de la evolución humana.

    Para todos los que ya han leído o van a leer la excelente novela de William Golding es oportuno decir que en ella no se muestra una visión determinista de la conducta, aunque hay quienes consideran que puede ser la maldad de la naturaleza humana el hilo conductor de la novela, sino que puede ofrecer a los lectores múltiples lecturas ligadas a su propio bagaje cultural y a sus actitudes y experiencias.

    Sin duda, el problema de pensar que la naturaleza determina el carácter agresivo de las personas es que hablaríamos de la agresión como una conducta normal y justificable y, en cierta medida, le asignaríamos un carácter inmutable (Navarro, & Yubero, 2007). Aunque no se puede negar la influencia de lo biológico sobre nuestros comportamientos, nadie puede dudar del peso de los factores educativos en nuestras actitudes y de la influencia de las relaciones sociales que establecemos en nuestros comportamientos. Aunque, desde luego, los límites no siempre están claros. La novela de William Golding puede mostrar, en cierta medida, la tendencia innata en el uso de la agresión, pero también se observa de forma clara cómo es la interacción social la que está provocando el uso de un determinado tipo de violencia, vinculada con la organización de una sociedad en la que sus miembros rivalizan por el poder y el liderazgo del grupo.

    En relación con los conflictos, estamos hablando de situaciones inherentes a las relaciones humanas que, a priori, no tienen por qué considerarse como algo negativo. De hecho, puede tratarse de procesos legítimos de confrontación de motivos y puntos de vista, que deben gestionarse con diálogo buscando soluciones prácticas. La dificultad estriba en no aprovechar las características positivas de la confrontación para intentar mejorar las relaciones entre las personas que forman parte del conflicto. Porque, si el conflicto no se aborda correctamente puede agravarse y derivar en conductas agresivas.

    Aun así, el conflicto suele enfrentar a dos partes que tienen discursos diferentes dentro de un contexto específico y uno de los principales obstáculos al que podemos enfrentarnos es que una de las partes no asuma el conflicto como tal, sino que lo considere como una situación normalizada. Desde un punto de vista u otro, si no se inicia un proceso correcto de resolución del conflicto terminará produciendo efectos perniciosos. Desde luego, la correcta gestión del conflicto puede ayudar a la mejora del clima de diálogo y al fortalecimiento de las relaciones personales.

    En El señor de las moscas el incumplimiento de las reglas establecidas en relación con el mantenimiento del fuego, como señal de socorro en la isla, termina desencadenando una escalada del conflicto que tiene consecuencias violentas. Una violencia utilizada erróneamente para tratar de solucionar las diferencias. Ocurre que, en ciertas ocasiones, pueden naturalizarse comportamientos agresivos o violentos como propios de las relaciones entre grupos y esto, sin duda, contribuye a la trivialización de las conductas agresivas. En este sentido, hemos de considerar los comportamientos agresivos, básicamente, como el producto de un proceso de socialización y no como un legado genético.

    En muchas ocasiones, los términos agresión y violencia se utilizan de forma alternativa; considerándolos, prácticamente, como sinónimos. Olweus (1999) entiende que la violencia podría incluirse dentro de los comportamientos agresivos, pero para este autor implicaría acciones en las que el agresor utiliza un objeto o su propio cuerpo para infligir daño a otra u otras personas. Otros autores entienden la violencia como una conducta agresiva y antisocial que se caracteriza por una alta intención destructiva, pero no solo a nivel interpersonal, sino también cuando el daño es causado por fenómenos naturales.

    En general, pensamos que la violencia puede considerarse como una manifestación de la conducta agresiva cuya intención es herir o causar daño simbólico, verbal o físico a una persona. De esta manera, se trata de un daño deliberado, donde la intención de provocarlo ya hace que pueda ser considerado como conducta violenta, independientemente de que la agresión tenga o no éxito. Es interesante observar que, en nuestra sociedad, aunque a priori se prejuzga todo acto agresivo como negativo; en ocasiones, se aprueban o no se recriminan determinadas acciones que pueden ser consideradas como agresivas. Desde aquellos que aprueban la pena de muerte, hasta la legitimación de algunos castigos agresivos que los padres aplican a sus hijos, aunque lo hagan con intención positiva.

    Cuando se habla de conductas agresivas, se establecen diferencias entre agresión hostil, también denominada emocional, realizada con la intención de hacer daño físico y/o psicológico desde una reacción colérica motivada por la ira; y la agresión instrumental, que es aquella cuyo objetivo es dañar a alguien con la intención de obtener algo, que va más allá del daño que se inflige a la propia víctima (Myers, 2000). Aunque, en ocasiones, diferenciar ambos tipos de agresión resulta complicado, es muy interesante tener en cuenta la idea de una agresión que no es motivo de una conducta impulsiva, sino de un acto de pensamiento reflexivo, que busca un interés más allá de la propia conducta dañina.

    En relación con la agresión instrumental, algunos autores diferencian entre agresiones proactivas y agresiones reactivas. En el primer tipo de conductas, el agresor utiliza su conducta predatoria en función de un propósito, obligando a realizar una conducta específica a la víctima que él considera que le va a ser beneficiosa. En cuanto a las agresiones reactivas, serían utilizadas como respuesta a una provocación o una amenaza con la que se pretende detener algún tipo de conducta que no se considera aceptable o también podría utilizarse a modo de venganza.

    Felson (2002) considera que las personas utilizan distintos tipos de agresión, en general, por tres motivos: intentar controlar el comportamiento de la víctima, para así conseguir su conformidad; cambiar un comportamiento considerado injusto y obtener una compensación y, por último, para intentar defender su propia imagen y poder reforzar su identidad social.

    Las conductas de acoso entran dentro de las consideradas como agresiones instrumentales. Como se ha señalado antes, el relato de William Golding nos describe una situación de acoso hacia el personaje que los otros niños llaman «Piggy» y del que ni siquiera conocemos, a lo largo del relato, su verdadero nombre. Aunque al final de la historia este joven es considerado como un verdadero e inteligente amigo, su mote responde solo a su apariencia física y marca las relaciones agresivas de algunos de sus compañeros de la isla hacia él, de los que sufre un maltrato continuo hasta provocar un trágico final.

    El relato literario también nos muestra la sensación de miedo y odio que la víctima siente hacia sus agresores y nos permite transferir esta situación a la realidad de los propósitos de quienes acosan e intimidan a sus compañeros del colegio, con el propósito de fortalecer su imagen, conseguir parcelas de poder u obtener beneficios a partir de sus conductas agresivas; con la connivencia de los compañeros que animan y refuerzan esas situaciones con sus actitudes y comportamientos.

    Así pues, los libros, y la historias que estos contienen, pueden ser un vehículo con el que interrogar/se sobre una problemática social como la del acoso escolar. Las novelas, sin necesidad de que nos hablen de acoso escolar, pueden además ser de utilidad para fomentar aquellos factores que sabemos que protegen del acoso escolar. Este libro pretende ofrecer propuestas para que, a través de distintas historias, se aborden la intervención del acoso escolar de una forma indirecta mediante el trabajo de aquellas variables psicológicas y sociales que pueden ejercer un papel protector ante el acoso.

    DEFINICIÓN Y CAUSAS DEL ACOSO

    La escuela ha de ser un lugar seguro, un instrumento eficaz de cohesión social y de integración democrática. Es por ello por lo que no puede ocuparse únicamente de los procesos de enseñanza-aprendizaje, sino también de los procesos de socialización que refuerzan la tolerancia con los que son, piensan o parecen diferentes, tratando de eliminar o reducir las conductas excluyentes, hostiles o violentas entre los compañeros (Ovejero, 2016). En el contexto escolar las conductas de acoso no son nuevas, pero lo que sí ha ocurrido es que la sensibilización sobre este fenómeno, actualmente, sea mayor. Aunque este tipo de conductas agresivas ha sido, en muchas ocasiones, tolerado y considerado como una experiencia escolar de «baja intensidad» y, en cierta medida, se han llegado a considerar como conductas «normales» dentro del proceso de socialización; ya nadie duda de que se trata de conductas violentas que hacen daño a personas que no pueden defenderse y, desde luego, que es necesario erradicar. Además, los estudios han ratificado que estamos ante un complejo fenómeno psicosocial, en el que de una manera u otra están implicados todos los que forman parte del conglomerado educativo (alumnos, profesores, personal del centro, padres, autoridades…), cuya repercusión negativa no solo afecta a la convivencia del centro, sino también a la propia comunidad.

    A la hora de definir el acoso existe consenso en considerarlo como una conducta agresiva que, de forma intencional, daña a otra persona. Se trata de una conducta que se repite en más de una ocasión y que, como señala Olweus (1999), se produce en relaciones de desigualdad de poder en las que las víctimas terminan aisladas e incapaces de defenderse por sí mismas. Fue este mismo autor el que realizó los primeros estudios sobre el maltrato entre iguales en los centros escolares y acuño la expresión anglosajona bullying para describir estos procesos.

    Estamos ante conductas agresivas hacia un alumno o grupo de alumnos, que tienen consecuencias a corto plazo en las víctimas y también en su futura vida adulta. En el bullying o acoso escolar se da un abuso sistemático de poder, que puede ocurrir en diversos contextos y producirse desde la primera infancia en adelante. De hecho, existen estudios que hablan ya de proto-conductas de acoso en la primera infancia, entendiendo algunos comportamientos agresivos de estas edades como inicio de futuras conductas de acoso (Monks et al., 2011). Además, hemos de tener en cuenta que este tipo de conductas puede ser realizado por un grupo de personas o por una única persona, que suele ser más fuerte que su víctima.

    Cuando se habla de las causas del acoso escolar hay que hacer referencia a la implicación de diferentes factores y a las causas múltiples que pueden estar detrás de estas conductas. Como muestran distintas investigaciones los factores sociales son los que mejor explican estos actos; sin dejar de lado los factores escolares, personales y familiares.

    En relación con los factores sociales, las desigualdades o la exposición a la violencia mediática o social pueden ser causas que originen este tipo de conductas, ya que las conductas violentas pueden haberse normalizado como estrategias de resolución de conflictos.

    Con respecto a los factores familiares, la falta de una comunicación positiva y de apoyo familiar son causas importantes en la construcción del auto-concepto y de una autoeficacia, que puedan actuar como factores preventivos del acoso. En relación con la familia, también han de tenerse en cuenta los estilos de socialización familiar y el afrontamiento que los padres hacen de estas situaciones, ya que esto puede facilitar o complicar la resolución del conflicto.

    Entre los factores escolares la escuela, la organización del centro, el establecimiento de normas, el protocolo de afrontamiento de conflictos, el clima escolar relacionado con la convivencia y la tolerancia de las diferencias, la vigilancia y el control en los

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