Teoría del arte y cultura digital
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La perspectiva de análisis filosófico de las nuevas prácticas artísticas entabla en este escrito un continuo y muy personal diálogo con las metodologías de los Estudios visuales y de la Historia del arte. Con ello se trata de facilitar la comprensión de las principales estrategias artísticas más comprometidas con la reflexión crítica sobre la era digital, así como atisbar sus líneas de evolución en el futuro.
El texto hace hincapié en problemáticas centrales en el arte reciente, como la producción de subjetividad, la diferencia, la identidad, la participación…, analizándolas en su relación específica con algunos de los nuevos desarrollos tecnológicos (redes sociales, inteligencia artificial, realidad aumentada, realidad virtual, blockchain…).
Un libro, en definitiva, fundamental para la compresión del impacto que la evolución digital está teniendo sobre el desarrollo de la creación artística en nuestro presente, así como acerca de los nuevos caminos que se abren para su teorización, difusión y comercialización.
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Teoría del arte y cultura digital - Juan Martin Prada
Akal / ARTE CONTEMPORÁNEO / 43
Juan Martín Prada
TEORÍA DEL ARTE
Y CULTURA DIGITAL
Este libro aborda las principales cuestiones y retos de la estética y de la teoría del arte en el cada vez más complejo contexto de la cultura digital. Ofrece un amplio, profundo y detallado estudio de los nuevos interrogantes, categorías y conceptos emergidos en el campo artístico a consecuencia de las transformaciones provocadas por la revolución informática, poniendo especial énfasis en lo acontecido en las dos primeras décadas del siglo XXI.
La perspectiva de análisis filosófico de las nuevas prácticas artísticas entabla en este escrito un continuo y muy personal diálogo con las metodologías de los Estudios visuales y de la Historia del arte. Con ello se trata de facilitar la comprensión de las principales estrategias artísticas más comprometidas con la reflexión crítica sobre la era digital, así como atisbar sus líneas de evolución en el futuro.
El texto hace hincapié en problemáticas centrales en el arte reciente, como la producción de subjetividad, la diferencia, la identidad, la participación…, analizándolas en su relación específica con algunos de los nuevos desarrollos tecnológicos (redes sociales, inteligencia artificial, realidad aumentada, realidad virtual, blockchain…).
Un libro, en definitiva, fundamental para la compresión del impacto que la evolución digital está teniendo sobre el desarrollo de la creación artística en nuestro presente, así como acerca de los nuevos caminos que se abren para su teorización, difusión y comercialización.
Juan Martín Padra (Madrid, 1971) es catedrático de la Universidad de Cádiz (España), donde dirige el grupo de investigación «Teorías estéticas contemporáneas». Ha escrito numerosos artículos y ensayos sobre estética, teoría del arte y estudios visuales en revistas como EXIT, Revista de Occidente, Estudios visuales, Deforma, Fibreculture-The Journal, REIS, Red Digital, FLUOR, Papers d'Art, Transversal o en el suplemento «Cultura/s» de La Vanguardia. Entre sus libros cabe mencionar La apropiación posmoderna. Arte, práctica apropiacionista y Teoría de la posmodernidad (2001), Las nuevas condiciones del arte contemporáneo (2003) y Otro tiempo para el arte. Cuestiones y comentarios sobre el arte actual (2012). En Ediciones Akal ha publicado Prácticas artísticas e Internet en la época de las redes sociales (2012; 2.ª edición ampliada, 2015) y El ver y las imágenes en el tiempo de Internet (2018).
Maqueta de portada: Sergio Ramírez
Imagen de cubierta:
Mon Esprencella, Digital Worlds, 2023. Por cortesía del autor.
Diseño interior y cubierta: RAG
Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.
Nota a la edición digital:
Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.
© Juan Martín Prada, 2023
© Ediciones Akal, S. A., 2023
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.akal.com
ISBN: 9788446053330
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Prefacio
Agradecimientos
1. La teoría del arte en la era de la inflación icónica
Teorías del arte desde las teorías de la imagen
El arte exige otra mirada
2. El arte y la condición circulatoria de las imágenes.
La motilidad de la networked image
Estéticas de lo viral
3. Prácticas artísticas, algoritmos e inteligencia artificial
La mirada no humana
Creatividad e inteligencia artificial
4. Subjetividad, diferencia e identidad
Diferencia ¿Modos «auténticos» de la diferencia?
Identidad
5. Otros interrogantes estéticos
Sobre el modo existencial de un mundo global
La potencia de la colectividad ¿Comunión de ideas y principios?
6. Estrategias y núcleos conceptuales de las prácticas artísticas en la era digital
Liminar
Sistemismo estético y ecosistema natural
Invaginación
Ectopia
7. Participación, interacción, inmersión
Arte y participación
8. Arte, BLOCKCHAIN y NFT
La nueva circulación comercial de la obra digital
La blockchain como tema del arte
Prefacio
Este libro aborda las vías en las que el arte responde a un contexto cada vez más mediado por tecnologías digitales, a los modos de infiltración de estas en nuestras interacciones cotidianas y a sus efectos en la generación de nuevos planos de valor y de sentido. Por tanto, su campo de análisis no se ve reducido únicamente a las prácticas artísticas que emplean tecnologías informáticas, sino que abarca todo lo que el trabajo de los artistas nos dice sobre las dinámicas que constituyen hoy los modos de vida y experiencia propios de la cultura-red. Estas páginas no son, por ello, solo una teorización del arte digital; la perspectiva que aquí se propone es mucho más amplia. Su intención se orienta al estudio de cómo el arte asume como referencia los condicionantes técnicos que, ya con tremenda intensidad, articulan nuestras vidas y regulan nuestra subjetividad.
Un escrito que, obviamente, no podía comenzar sino desde el análisis de la dependencia de los discursos sobre el arte respecto de las teorías de la imagen y la mirada. Será por ello tema fundamental del Capítulo 1 el papel del arte como contradiscurso en relación con las formas dominantes de representación, como actividad enfrentada a la estandarización de las imágenes y activa cuestionadora de las condiciones más asentadas de lo visible en esta era nuestra de lo digital. Para ello, nos ocuparemos de las características del distintivo tipo de lógica expresiva que es propia de lo artístico, así como de las estrategias retóricas que parecen responder con mayor eficacia a este contexto de saturación visual, de inflación icónica que nos envuelve, incansablemente alimentada por los flujos digitales.
Más adelante, ya en el Capítulo 2, afrontaremos la tematización artística de la condición circulatoria de las imágenes, de los trepidantes ritmos del fluir digital, y cómo son problematizadas en ella las formas de éxito de ciertas tipologías representacionales y de consumo audiovisual. Algunas reflexiones sobre lo viral, la ironía y el humor nos permitirán apuntar luego al carácter muchas veces paradójico de las dinámicas que mueven al Sistema-red y de las que el arte, en ocasiones, sabe sacar enorme partido.
Todo el Capítulo 3 estará dedicado a la relación entre las prácticas artísticas y la racionalidad algorítmica. Pondremos aquí especial énfasis en los modos en los que las prácticas del arte asumen un enfoque crítico respecto a las tecnologías de inteligencia artificial (IA), al hacer de los poderes de la mirada automatizada y de sus formas de reconocimiento, de los sesgos y prejuicios contenidos en los sistemas de visión computacional, temáticas de trabajo específicas. No dejaremos de lado en este capítulo las problemáticas sobre el concepto de creatividad que el empleo de los nuevos sistemas de creación visual basados en sistemas de IA está trayendo consigo.
El Capítulo 4 lo dedicaremos a la pregunta por la subjetividad cuando esta es cada vez más maquino-dependiente, así como a los modos en los que los artistas exploran formas de subjetivación alternativas. Valoraremos la capacidad del arte para inducir a modelizaciones diferentes de la subjetividad, para oponerse a su simplificación o aplanamiento, para imaginar nuevas subjetividades. Nos ocuparemos también aquí de la capacidad de las obras de arte, como realidades de excepción, para promocionar formas de la alteridad y modos de la diferencia no domesticados, en los que esta pueda escapar de su habitual condición inflacionada y enfrentados a la estandarización de las formas de ser y sentir. Y no podíamos, desde luego, dejar de aludir en este apartado del libro al concepto de identidad, uno de los fundamentales en el arte desde hace muchas décadas, para ponerlo en relación con los fenómenos del narcisismo, la hiperexposición y la posprivacidad que tan intensamente caracterizan la vida online.
Las bases de un enfoque sociotécnico de la práctica artística serán ejes centrales del Capítulo 5. Protagonizará este apartado la cuestión acerca de cómo devienen temas del arte los códigos técnicos y sociales del Sistema-red, el sentido de que los procesos mediáticos mismos se conviertan en campo de referencia de las manifestaciones artísticas. A partir de estas consideraciones, nos ocuparemos de los emergentes interrogantes estéticos acerca del modo existencial de un mundo global e hiperconectado.
La propuesta de algunos términos (liminar, sistémico, invaginación y ectopia) que, a modo de núcleos conceptuales, nos permitan pensar algunas de las principales estrategias y enfoques que caracterizan las prácticas artísticas hoy (así como vislumbrar sus líneas de posible evolución futura) será el objetivo del Capítulo 6. En la primera parte de este apartado se significarán como puntos de especial consideración, por un lado, la exploración artística de las formas de hibridación entre lo material y lo digital, y, por otro, lo que pueda aportar el arte, con sus indagaciones poéticas sobre los ámbitos liminares entre lo humano y lo no humano, a los nuevos planteamientos poshumanistas. En este capítulo incidiremos también en el enfoque sistémico que caracteriza muchas de las estrategias del arte actual, con su comprensión del mundo como conjunto de sistemas interrelacionados y su particular mirada a la continuidad entre cultura y naturaleza. El señalamiento de las disfuncionalidades y desequilibrios en la relación entre lo tecnológico y lo natural, manifiestos en la grave problemática medioambiental, será también centro de atención importante en estos apartados. Una aproximación a las bases de una estética sistémica orientada a un holismo ecológico nos permitirá cuestionarnos sobre cómo puede el arte contribuir a ese reposicionamiento que nos exige la llamada inflexión posantropocéntrica. Ya en los apartados finales de este capítulo, veremos la importancia de ciertas estrategias de invaginación y ectopización en las operaciones de dislocación poética de determinados órdenes de sentido y valor, y de algunas subordinaciones y jerarquías especialmente problemáticas (y a su vez enormemente características) de la cultura digital.
En el Capítulo 7 haremos una revisión histórica del concepto de participación y de sus múltiples cuestionamientos, para pasar, desde allí, al análisis del concepto de interacción electrónica. Será luego el turno de la inmersión digital, que abordaremos tratando con extensión las poéticas de la realidad virtual y de la realidad aumentada.
Por último, nos aproximaremos a la relación entre arte y tecnología blockchain, para analizar tanto la comercialización de obras digitales mediante NFT como los modos en los que las cadenas de bloques y los procesos que ponen en marcha se están convirtiendo en temáticas específicas de ciertas líneas de trabajo artístico.
Páginas las de este libro, en definitiva, cuyo tema central no es sino el conjunto de prácticas creativas más comprometidas con el análisis poético y crítico de la cultura digital, con la exploración de posibles alternativas de valor, sentido y experiencia en este contexto. Un intento de teorización del arte de las dos últimas décadas que procura no solo dar cuenta de lo que está sucediendo, sino también de lo que podemos esperar del arte en el futuro, ofreciendo propuestas, preguntándonos por vías posibles de desarrollo.
Agradecimientos
En primer lugar, quiero agradecer a Anna Maria Guasch, directora de esta colección, por la confianza depositada en este nuevo libro, así como a Jesús Espino, director editorial de Akal, por todo el apoyo brindado a lo largo de estos años y por su siempre excelente labor. Desde aquí también mi agradecimiento a los autores y autoras de las obras que ilustran este libro, así como a los miembros del grupo de investigación
«Teorías estéticas contemporáneas HUM-1012» de la Universidad de Cádiz y a los del proyecto I+D PID2021-127336NB-I00 del Programa Estatal para Impulsar la Investigación Científico-Técnica y su Transferencia, por haber conformado el entorno ideal para el debate sobre muchos de los aspectos desarrollados en este escrito.
1. La teoría del arte en la era de la inflación icónica
Teorías del arte desde las teorías de la imagen
Todo hoy tiende a adoptar una configuración visual, consecuencia de esa pasión que nos domina por dar a ver. Es clave, por ello, el preguntarnos sobre el sentido del arte en una época en la que hemos devenido activos creadores (y también gestores) de nuestras propias representaciones, cuando todo el mundo es productor de la mayoría de las imágenes de las que quiere disponer. Esto nos lleva a la cuestión acerca del artista como operador visual específico en un escenario en el que la imagen cada vez tiene más de autorrepresentación, y cuando la automatización de la producción de imágenes, asistida por tecnologías de inteligencia artificial, está alcanzando ya niveles sorprendentes[1]. En este contexto, es obligado hacernos algunas preguntas: ¿cómo debe actuar el arte en una cultura eminentemente visual, caracterizada por una presencia excesiva de imágenes, en un tiempo de inflación icónica?, ¿cómo puede el arte atender críticamente a esa nueva condición que es el primado del hacer ver, del valor exhibitivo de las imágenes?, ¿qué esperamos del artista visual cuando lo que más abunda son imágenes?
La experiencia comunicativa cotidiana acontece ya, sobre todo, como experiencia audiovisual, mediada digitalmente. Somos incansables televidentes, adictos a las pantallas, casi siempre portátiles, de las que nos resulta difícil separarnos (las llevamos siempre encima). Pasamos la vida medio hipnotizados en un interminable desfilar de elementos visuales, en un continuo fluir de lo siempre-igual-siempre-diferente que transita delante de nuestros ojos. Y aunque nos domina la sensación de estar saturados de imágenes, esto, en verdad, solo acontece en el plano cuantitativo; cualitativamente hablando, las diferencias existentes en ese mar de imágenes son, en realidad, escasas. Predominan las formalizaciones reiterativas, el seguimiento de patrones especialmente exitosos en la producción de un imaginario que se globaliza más y más, acentuando, para lograrlo, su poder simplificador.
Vivimos una relación de instantaneidad con las imágenes, acompañada, por lo general, de una inadvertida ceguera social. Frente a esto, parece pertinente que sigamos pensando el arte como la más compleja y sofisticada práctica de problematización de los modos de relacionarnos con lo visual. Esperamos del nuevo arte una función en cierto modo desilusionadora, pero solo en relación con los efectos ilusionistas y a la vez embriagantes que procuran los intereses corporativos que mueven los regímenes visuales dominantes. Y puede que sea en esto en lo que consista el principal cometido del arte hoy, es decir, en mantener el componente crítico de la experiencia estética[2].
La cultura-red se ha domiciliado en la velocidad, vive en un tiempo acelerado. Pero la consigna del no hay tiempo que perder las más de las veces conduce a un no hacer realmente nada o, más bien, a un dejarnos hacer. Bajo las pautas de la velocidad, un nuevo régimen de atención basado en el scanning se hace predominante. Proliferan expresiones como nowist culture (cultura del ahora) o hurried culture (cultura apresurada)[3]; incluso se habla de un tiempo vivido «de forma puntillista»[4]. Lejos de las distinciones que hacía Buci-Glucksman entre lo efímero «meláncolico» y lo efímero «positivo»[5], ahora lo efímero es, más bien, hipnótico; vivimos cautivos en efluvios digitales. El horizonte de pasado se diluye ante la scoop, la primicia, la actualización continua, la obsolescencia digital.
Los múltiples estímulos del estado de conexión imponen una mirada dispersa, ansiosa, un continuo y extenuante traslapamiento perceptivo. Las nuevas condiciones establecidas por la ubicuidad de las pantallas, nuestra dispersión en múltiples focos de atención, hace que necesitemos niveles cada vez más altos de estimulación para que nuestra atención se consiga fijar en algo. Todo se configura en modo atracción, a través de estrategias distractoras, intensamente excitativas, siempre ambiciosamente dinamogénicas. Pero lo más propio de lo humano no es estar en modo multitarea, en permanente atención flotante (como lo están los animales salvajes, en alerta continua por un posible depredador), sino el ser capaces de focalizar con intensidad nuestra mente en algo concreto. La atención es el enfoque en el plano del sentido, y, solo cuando esta se concentra suficientemente, podemos hablar de una auténtica experiencia. Por el contrario, no es difícil relacionar distracción con regresión, incluso con la generación de cuerpos dóciles de la que tanto habló Foucault.
La configuración de las interfaces informáticas nos lleva a un modo perceptivo de mosaico, de saturada simultaneidad, sin subordinaciones ni apenas transiciones, meramente disyuntivo, de organización paratáctica, donde todo se sitúa al mismo nivel, con el mismo valor. Aquí, más que intérpretes somos meros evaluadores, dadores de likes; más que lectores devenimos ávidos downloaders (no nos sería incluso impropia la calificación de esquilmadores digitales).
Vivimos en la potencia del ahora, de la conmutación instantánea entre emisión y recepción. Al profundizar tan poco en lo que vemos, sentimos un nervioso apetito, casi irrefrenable, de pasar a otra cosa, de ver más, de verlo todo. Nos ahogamos en la abundancia de imágenes. Más que receptores somos aceptores de materiales visuales en un contexto de deplesión de todo requerimiento interpretativo. Un contexto este, el de «lo visual»[6], que nos brinda mucho que ver y muy poco que interpretar.
Si bien el acto contemplativo no debe quedar reducido a simples impresiones, tampoco esto significa que al arte no le quede otro camino que el incidir en lo que se resiste a ese devenir pasajero que imponen los pulsátiles flujos digitales. No creamos que es cometido obligado del arte ir contra el vértigo de lo visual, oponerse a su pulso acelerado. Aunque muchas de las manifestaciones del arte contemporáneo se han caracterizado por su compromiso con un cuestionamiento de los regímenes hegemónicos de la temporalidad, la búsqueda de esa dimensión enriquecida del estar-en-el-mundo que esperamos del arte no tiene por qué darse, necesariamente, como ejercicio de estabilización o fijación. Es más deseable, de hecho, que lo haga haciendo suyos, estratégicamente, la impaciencia, lo camaleónico y ese apetito por la acumulación de sensaciones que hoy tanto padecemos. Quizá no le quede al arte otra alternativa que abordar esa fascinante paradoja que es la de perseguir una cierta inmortalidad momentánea, seguramente la única posible de imaginar en estos raudos tiempos digitales.
La historia del arte contemporáneo es la de la problematización cuestionadora de los órdenes de valor y semióticos hegemónicos, esos que, casi siempre, los artistas han tratado de desestabilizar. Las obras son sutiles señalizaciones de los excesos de sentido de aquellos órdenes y de su injustificada univocidad; formaciones que se oponen a ser simplemente medios de entretenimiento, abriendo vías a otras formas alternativas, más sutiles y complejas, de experiencia. Su exigencia de un esfuerzo interpretativo por parte del espectador es, en el fondo, un posicionamiento crítico respecto a esos excesos de sentido que inundan, en una atrayente plenitud, las imágenes que predominan en la cultura del consumo. En ello radica parte de su capacidad para disentir respecto a la legitimación generalizada de los órdenes semióticos sobre los que esta cultura fundamenta sus valores.
Este mundo de lo visual es productor de una estetización generalizada que, sin embargo, no se da a la luz del arte, como se soñó en algunos de los más ambiciosos momentos de las vanguardias y neovanguardias, sino condicionada por las formas de la seducción comercial y de sus procesos típicos de identificación. Estetización que, en términos generales, no corresponde a la conversión de la vida en obra de arte, a ese enaltecimiento vital a través de lo estético al que se ha aspirado tantas veces a lo largo de la historia, sino a la colonización económica de nuestras vivencias estéticas. No reclamemos, pues, del arte un empuje a comportarnos estéticamente (de eso ya hemos tenido bastante), sino a reflexionar críticamente sobre cómo vivir en un mundo intensamente estetizado.
Podemos estar de acuerdo con los que aseguran que este contexto de estetización difusa (en la que la imagen adopta tan intensamente funciones de modelo-ideal o de tipo compensatorio) es malo para el arte, pero no con los que afirman que todo el arte se ha volatilizado en «éter estético»[7]. Lo cual no es óbice para que reconozcamos que hay una permanente sensación de déjà vu en el arte actual, un cierto estancamiento y, en los mejores casos, solo un avance relativo que tiene más que ver con un pausado movimiento en elipse. A pesar de las apariencias, el arte evoluciona hoy muy lentamente.
En medio de esta estructura caleidoscópica de lo visual, el arte debe continuar ofreciendo espacios para un tipo distinto de mirada, una exigente y ávida de sutilezas y complejidades. Las obras de arte deben ser capaces de condensar las percepciones en torno a esferas de valor más allá de las limitantes lógicas corporativas.
El horizonte intencional del arte contemporáneo más ambicioso es catalizar mutaciones en los órdenes de la subjetividad, alejarnos, aunque sea de forma momentánea, de los pasivos equilibrios de lo cotidiano, de nuestra paralización en los meandros de las formas identitarias que nos limitan al rol de consumidores. La función existencial de la experiencia del arte ha de ser pensada en la senda de la disidencia respecto a la sobreabundancia de la banalidad que, a través de imágenes, nos asedia. El arte debe colaborar a que pasemos de una mirada asertórica a una aletheica[8], reveladora de otras posibilidades de experiencia que nos faciliten el camino hacia una reapropiación de los procesos de subjetivación.
Asimismo, no debemos conformarnos con una noción de arte contemporáneo como antítesis de la cultura de lo espectacular, un tópico excesivamente manido y quizá ya escasamente útil. Pues, en la sociedadred, muchas cosas han cambiado respecto al contexto dibujado por Debord a finales de los sesenta. El mundo ya no es puesto en escena, sino que se hace ver, él mismo se pone en escena a cada momento. Las lógicas de lo espectacular son hoy ejercidas por todos en nuestro incansable uso de los medios sociales, en los que la representación es cada vez más autorrepresentación. Atrás quedó el omnipotente poder de los mass media. Al contrario que estos, los propios de la conectividad digital tratan de disolver cualquier separación o relación comunicativa unilateral, procurando que todo devenga participativo, en un permanente intento de eliminar las distinciones entre esferas antes separadas: trabajo y ocio, lo público y lo privado, etc. La vida misma de los internautas, consumidores-productores, es, en su dataficación, el bien del que extraer el beneficio económico. El espectáculo propio del Sistema-red no es tampoco ya ese «monólogo autoelogioso»[9] que para Debord correspondía, sobre todo, a un autorretrato del