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Arte en la era digital
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Libro electrónico180 páginas2 horas

Arte en la era digital

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La revolución digital ha aumentado este abismo: ¿qué sentido tiene ir al museo cuando podemos ver los cuadros por el ordenador? ¿Podrá una inteligencia artificial crear arte? ¿Cómo afecta nuestra continua exposición a pantallas y estímulos a nuestra experiencia estética actual?

Este libro es una respuesta coral a estas preguntas. Una respuesta que abarca diferentes formatos, desde el ensayo hasta la ilustración, pasando por el poema o el relato. No hace únicamente un análisis sobre el estado actual del arte, sino que crea también un espacio en el que los distintos formatos dialoguen entre sí.

Con las voces de Paula Ducay, Myriam Rodríguez del Real, Javier Correa Román, Javier Calderón, Paula Melchor, Marta Martínez, Alba Mezcua, Marcin Bartosiak, Julia Isasti, Mara Sancho, Pepe Tesoro y Pablo Caldera.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 nov 2023
ISBN9788417786960
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    Arte en la era digital - Javier Correa Román

    Javier Correa Román y Julia Isasti (eds.)

    Arte en la era digital

    © de la edición, FILOSOFÍA&CO, 2023

    © Javier Correa Román y Julia Isasti (eds.), 2023

    Diseño de cubierta: Estudio Laia Guarro

    Edición digital: José Toribio Barba

    ISBN epub: 978-84-17786-96-0

    1.ª edición digital, 2023

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).

    Índice

    Introducción

    I. Sobre el museo

    En el museo, por Paula Ducay

    ¿Van a morir los museos? Hacia espacios artísticos y culturales más democráticos en la era digital, por Myriam Rodríguez del Real

    II. Nosotras ante el arte en la era digital

    Espectros, por Javier Correa Román

    Y si resulta que después de todo te quería porque no estabas, por Javier Calderón

    Toda mi vida he tenido miedo de los alacranes, por Paula Melchor

    III. El hastío y la sobresaturación

    Ficciones de pantalla, por Marta Martínez

    Feed, por Alba Mezcua

    IV. La mirada

    Alerta visual. Despertar la mirada para la era digital, por Marcin Bartosiak

    Una estrella y un demonio amuletos de lo bueno, Mara Sannia

    V. Nuevas tecnologías, nuevos paradigmas

    La revolución tampoco será generada por IA, por Pepe Tesoro

    Una estética para TikTok, por Pablo Caldera

    Autores

    A mi madre, Marisa,

    por llevarme al museo

    A Javi, por compartir

    su amistad, amor y sabiduría

    Introducción

    ¿Por qué este libro?

    En 1936, en la Alemania nazi, Walter Benjamin publicó La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica. En este ensayo, uno de los últimos antes de su muerte, Benjamin se preguntó por el estatus ontológico del arte, esto es, por la propia realidad del arte y su esencia una vez que la fotografía había llegado para quedarse.

    Así, si el núcleo del arte se basó tradicionalmente en la unicidad, en el aura de objeto único que rodea a las piezas artísticas, ¿qué ocurría entonces con la llegada de la fotografía y sus múltiples copias?¿Cómo modificaba la esencia del arte una técnica que se basa, principalmente, en la multiplicación infinita? ¿Tiene sentido hablar de una copia de una fotografía como hablamos de una reproducción de un cuadro? ¿Es que acaso en la fotografía hay un original? Y, sobre todo, ¿cómo afecta esto al arte?

    Estas preguntas, nacidas al albor de la modernidad tecnológica, son hoy más acuciantes que nunca por el evidente hiperdesarrollo tecnológico. Nuestra época es una época hiperacelerada, tecnológicamente revulsiva, donde uno sale cada día a descubrir el mundo que habita, un mundo siempre distinto a la noche anterior. Nuestra vida es completamente digital, nuestro lenguaje ha incorporado elementos propios del ciberespacio (gifs, emoticonos, stickers...) y nuestra forma de relacionarnos con las imágenes (selfies, hiperabundancia, memes...) es radicalmente distinta a la de generaciones anteriores. ¿Por qué este libro? Porque nosotros, con Benjamin, nos preguntamos: ¿cómo afecta esto al arte?

    Varios siglos antes de la publicación del texto de Benjamin, Immanuel Kant escribió su célebre ensayo ¿Qué es la Ilustración? (1784). Hace apenas unas décadas, Michel Foucault releyó el texto y afirmó, con acierto, que el elemento fundamental del texto kantiano no eran tanto las respuestas que daba a la actualidad que le había tocado vivir, sino la capacidad de preguntarse por el propio presente, por la particularidad histórica que uno vive. El valor de ¿Qué es la Ilustración?, creía Foucault, reside en analizar las líneas históricas que nos atraviesan, las fallas que nos constituyen, los cambios que se advierten (y que advienen) y que anuncian movimientos intempestivos... En fin, pensar el presente en su radical particularidad, permitiendo una cartografía que desvele los flujos y líneas que marcan nuestro tiempo. A esto, y como es sabido, el pensador francés lo llamó una «ontología del presente».

    Así todo, con las inquietudes de Benjamin y el espíritu que Foucault leyó en Kant, creemos que hacer hoy una ontología del presente pasa, sin lugar a dudas, por reflexionar sobre el arte y la era digital.

    El primero parece secuestrado por un sistema económico que extrae plusvalía de cualquier dimensión humana y que adorna sus proclamas ideológicas con diseño gráfico e imágenes en alta definición. Tiempo hace de la simpleza estructural del capitalismo basada en la (des)posesión de los medios de producción. En su fase tardía, el capital genera acumulación con el mero consumo y ha mostrado un gobierno de los cuerpos que es mucho más rentable económicamente que cualquier fábrica. Todo esto ocurre en un entorno digital, sea lo que sea que eso signifique. La digitalización de nuestra vida ha traído muchos cambios, pero ha supuesto fundamentalmente un vuelco en toda nuestra esfera social: nuevos lenguajes, nuevas formas de relacionarse, nuevos ritmos, nuevas identidades…

    Ante este panorama, creemos que hacer una ontología del presente pasa por buscar las líneas e intersecciones que recurren al arte y a lo digital. Nos preguntamos entonces: ¿cómo son los circuitos de circulación del arte en el espacio digital? ¿Qué función social cumple? Si pensamos el arte como un lenguaje, ¿qué mutaciones digitales han ocurrido en las últimas décadas? Y viceversa: ¿se ha integrado el arte en los lenguajes digitales? ¿Desde dónde pensar el arte en la era digital? ¿Qué paradigmas quedan obsoletos y cuáles se abren? ¿Cómo afecta la digitalización masiva a la separación entre cultura popular y arte minoritario? Aceptar este reto es nuestro objetivo.

    Antes de pasar al contenido de los capítulos, creemos importante señalar que la forma de los textos es deliberadamente plural: desde el ensayo hasta la ilustración, pasando por el poema o el relato. No pretendemos hacer únicamente una ontología del presente artístico, sino también crear un espacio en el que los distintos formatos narrativos dialoguen entre sí en su variedad de lenguajes: del denso y profundo ensayo a la apertura del poema, del mundo del cuento a la silueta de la ilustración.

    El museo

    Por cómo se han ido configurando los espacios de circulación del arte en los últimos doscientos años, si cualquiera tuviera que decir cuál es el espacio predilecto del arte, todas diríamos sin pensarlo dos veces que es el museo. Desde sus inicios, los museos no se han comportado únicamente como grandes almacenes de arte, en el sentido de meras instituciones receptores, sino como verdaderos poderes instituyentes: con la selección de obras que guardan han dibujado la frontera entre lo que debe ser considerado arte y lo que no. Como dice Myriam Rodríguez del Real en su ensayo ¿Van a morir los museos? Hacia espacios artísticos y culturales más democráticos en la era digital: «Los museos en su desarrollo performativo generan exclusividad: objetos exclusivos, élites intelectuales».

    Este poder había sido históricamente naturalizado y, por tanto, invisibilizado. Sin embargo, en los últimos años no ha escapado a la crítica de multitud de autores. El hecho de ampliar la experiencia estética más allá de los formalismos de la propia obra ha obligado a preguntarse cuál es la experiencia estética que posibilita el museo (de contemplación, de cierta sacralidad hacia lo artístico), qué tipo de espectador dibuja (pasivo, muy fácilmente derivable en consumidor) y cómo se conecta con otras estructuras de poder (el museo no es algo etéreo, sino que incluye trabajadores, excluye a mujeres en sus colecciones y se aprovecha de la historia de saqueo colonial para sus exposiciones).

    Pero la crisis de los museos no es una crisis únicamente de legitimidad, sino que tiene también que ver con su difícil inserción en la sociedad tecnológica y de masas. Respecto a lo segundo, es paradigmático el protagonista de En el museo, el relato de Paula Ducay, que «apenas guarda un recuerdo tenue de la última vez que pisó un museo en persona, pero rememora casi con dolor cómo el ruido de las conversaciones y el trajín de las visitas guiadas anidaba en sus sienes y le martilleaban el cerebro». Y es que ¿cómo disfrutar del arte si no tenemos espacio para respirar entre una multitud que nos asfixia? Las ciudades cada vez son más grandes y la densidad de nuestra vida (y sus espacios) es cada vez más alta, con ritmos más acelerados. ¿Cómo disfrutar de una obra de Van Gogh entre sudores y codazos? ¿Es que es acaso posible tener una experiencia estética ante estas condiciones?

    Por todo esto —por las críticas a sus efectos de exclusividades, a su relación con el poder y ante la crisis de su espacio por la sociedad de masas— podemos decir sin tapujos que el museo es una institución en crisis. Los caminos que se pueden resolver son varios y tanto En el museo como ¿Van a morir los museos? exploran, directa o indirectamente, algunas de ellas. En el relato de Paula Ducay, por ejemplo, se explora la vía en la que parecen estar los museos en nuestro tiempo: digitalizarse (literalmente). El protagonista del relato va al museo a través de su pantalla. ¿Cómo es esta experiencia estética? En el texto leemos, por ejemplo, que el protagonista «se pregunta si habrá más personas sentadas frente a sus pantallas a esa hora de la noche». ¿Qué sujeto dibuja esta forma de experiencia estética? ¿Resuelve la crisis o profundiza en ella?

    En ¿Van a morir los museos?, en cambio, no se explora tanto la actualización digital de los museos, sino si, efectivamente, serán destronados por el propio mundo digital; en concreto, por las redes sociales:

    El asunto que nos interesa atender en las próximas líneas es cómo construir espacios para la creación y desarrollo artístico más democráticos y si internet y las redes sociales en la nuestra era digital pueden contribuir o ser una herramienta de ayuda para encaminarnos hacia otros modelos de creación, participación y disfrute del arte.

    Su objetivo será, entonces, analizar si, por un lado, las redes sociales pueden acaso ocupar el espacio en crisis del museo y, si la anterior respuesta es afirmativa, si este trasvase es algo deseable o, en cambio, trae nuevos problemas.

    ¿Asistiremos, pues, al derrumbe de uno de los iconos de nuestra modernidad ilustrada? ¿O, por el contrario, estamos ante el enésimo anuncio de un derrumbe y una muerte que nunca acaba de producirse? ¿Estamos ante un cambio de época o, en cambio, nos pasará como al protagonista de En el museo, para el que «siempre hay un momento en el que cree que escuchará algo, un intruso, un daño por venir, pero nunca sucede»?

    Nosotras ante el arte en la era digital

    Lo que ocurre en la experiencia estética, sacralizada en la normativa experiencia museística, es el encuentro de un sujeto con un objeto artístico. La propia consistencia ontológica de este objeto ha sido objeto de experimentación y ulterior debate en las últimas décadas, especialmente a raíz de los juegos vanguardistas y las experimentaciones en los ismos. Sin embargo, y a diferencia de lo que a veces pueda parecer en muchos análisis, no ha sido el único polo cambiante en la relación estética. El nuevo sujeto estético (o con menos grandilocuencia, el individuo que hoy accede a la experiencia artística) es un individuo tremendamente fracturado por una sociedad atomizada y atomizante, rebosante de neoliberalismo y grandes distancias en metros y demás no-lugares.

    Así, resulta casi paródica la promesa revolucionaria del arte que prometían algunas vanguardias. El sujeto del capitalismo tardío —y especialmente después de la experiencia pandémica— es un sujeto que se siente solo, con la salud mental resquebrajada ante la multitud de estímulos. En Espectros, de Javier Correa Román, el protagonista escribe en su móvil «¿cómo va alguien a quererme?» y la historia de su encuentro con el arte es la historia de la soledad. Una soledad que las redes sociales en particular, o la tecnología en general, habían prometido suplir. «¡Ahora estaremos más conectados!», prometían, como si fueran la compensación al aislamiento de las macrociudades. Pero no fue así. Como dice Javier Calderón en el poema que escribe para este volumen: «necesito que me mires / y eso solo puedes hacerlo desde ti y no / desde la representación de ti». Y es ante esta ausencia, como en el caso del protagonista de Espectros, que volvemos a las pantallas más por consolación que por disfrute. Otra vez las notas del móvil en nuestra experiencia cotidiana: «no he podido evitar / abrir las notas del móvil y escribirte».

    Pero esta mirada, nos recuerda Paula Melchor en Toda mi vida he tenido miedo a los alacranes, es una mirada demasiado centralista, demasiado cosmopolita. Una mirada que, desde Madrid o Barcelona, cree hablar en nombre de todas las experiencias de la actualidad. Y lo cierto es que hay un afuera enorme que cuestiona esta presuntuosidad. El texto de Melchor parte de la misma premisa, la soledad, pero desde coordenadas radicalmente distintas. El yo que habla es un yo aislado no por las redes sociales o las dinámicas de las grandes urbes, sino por los procesos territoriales que vacían las ciudades pequeñas y los pueblos. Aquí el espacio digital tiene una función completamente distinta. No son las redes sociales las que llenan de falsa cercanía un espacio densamente poblado (como una capital); más bien al contrario: es precisamente gracias a esas

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