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El futuro de los museos: 28 diálogos
El futuro de los museos: 28 diálogos
El futuro de los museos: 28 diálogos
Libro electrónico508 páginas6 horas

El futuro de los museos: 28 diálogos

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Estos diálogos nos hablan del comienzo de una nueva era en los museos, porque estamos ante el comienzo de una nueva era en el mundo. Pero aquí, como en cualquier rincón del planeta, los cambios no surgieron de la nada. Fueron germinando a lo largo de décadas, a medida que olas de transformaciones sociales planteaban nuevas exigencias a las instituciones culturales y se postulaban ideas progresistas sobre qué es un museo.

El nuevo siglo ha marcado una fase de pluralismo para las instituciones de arte. Ya no están obligadas a copiar viejos modelos ni a importar ideas foráneas. Se ha abierto un campo fértil de posibilidades para los museos, sobre todo para aquellos que funcionan por fuera de los que se consideraban centros del arte occidental.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 feb 2023
ISBN9789878969091
El futuro de los museos: 28 diálogos

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    El futuro de los museos - András Szántó

    tapa.jpg

    Szántó, András

    El futuro de los museos. 28 diálogos / András Szántó

    1ª ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires

    Adriana Hidalgo editora, 2022

    Libro digital, EPUB - (Ensayo y teoría_arte)

    Archivo Digital: descarga

    Traducción de: Julia Benseñor.

    ISBN 978-987-8969-09-1

    1. Museos. 2. Curaduría. 3. Descolonización. I. Benseñor, Julia, trad. II. Título.

    CDD 069.09

    Ensayo y teoría_arte

    Título original: The Future of the Museum. 28 Dialogues

    Traducción: Julia Benseñor

    Editor: Fabián Lebenglik

    Coordinación editorial:

    Gabriela Di Giuseppe y Mariano García

    Diseño e identidad de colecciones: Vanina Scolavino

    Imagen de tapa: Mónica Heller

    Retrato de autor: Gabriel Altamirano

    © András Szántó. The Future of the Museum. 28 Dialogues, erschienen 2020 im Hatje Cantz Verlag, Berlin.

    All rights reserved by and controlled through Hatje Cantz Verlag GmbH, Berlin.

    © Adriana Hidalgo editora S.A., 2022

    www.adrianahidalgo.es

    www.adrianahidalgo.com

    ISBN: 978-987-8969-09-1

    Prohibida la reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial. Todos los derechos reservados.

    Disponible en papel

    Índice

    Portadilla

    Legales

    Dedicatoria

    Prólogo

    Introducción

    Suhanya Raffel - Localidad

    Victoria Noorthoorn - Museos para todos

    Franklin Sirmans - Equidad

    Marie-Cécile Zinsou - Museos desde cero

    Anne Pasternak - Comunidad

    Adriano Pedrosa - Desoccidentalización

    Tania Coen-Uzzielli - Pensar globalmente y actuar localmente

    Eugene Tan - Repensar los museos de arte en Asia

    Koyo Kouoh - Museos en África

    María Mercedes González - Museos latinoamericanos

    Philip Tinari - Aprender de China

    Rhana Devenport - Voces originarias

    Thomas P. Campbell - Los museos y la confianza pública

    Meriem Berrada - Levantar barreras

    Anton Belov - El museo como campus

    Marion Ackermann - Los museos y el poder político

    Hans Ulrich Obrist - La ecología y desacelerar la programación

    Sonia Lawson - Arte y biodiversidad

    Max Hollein - Contemporaneidad

    Cecilia Alemani - El ámbito público

    Brian Kennedy - Alfabetización visual

    Sandra Jackson-Dumont - Educación e inclusión

    Daniel Birnbaum - Museos y tecnología

    Katrina Sedgwick - Experiencias inmersivas

    Axel Rüger - El museo como negocio

    Adam Levine - Calidad en el siglo XXI

    Mami Kataoka - Museos para un futuro mejor

    Marc-Olivier Wahler - El post-museo

    Agradecimientos

    Acerca de este libro

    Acerca del autor

    Otros títulos

    A mis hijos, Alexander y Hugo

    Prólogo a la edición en español

    Desde la publicación original en inglés de este libro a fines de 2020 el mundo no ha dejado de cambiar.

    Las conversaciones incluidas en este libro no podían predecir que el Covid seguiría asolando al mundo de manera tan implacable, engendrando nuevas mutaciones, conquistando nuevos territorios y poblaciones y volviendo a amenazar el futuro de los museos de arte en todos los rincones del planeta. En ese momento, era difícil imaginar que llegarían vacunas milagrosas que nos ofrecerían la posibilidad de erradicar el virus, pero que, aun así, la polarización ideológica, la ineptitud administrativa, la desinformación y el cinismo nos impedirían gozar de todo su potencial.

    Los directores de museos con los que interactué durante el verano boreal de 2020 no podían saber qué crisis habrían de empañar el horizonte de sus países en los meses siguientes. Como el resto de nosotros, pudieron haber elaborado vagas conjeturas, pero difícilmente habrían podido imaginar la horrible aceleración de la crisis climática: el rompimiento de los glaciares polares en inmensos pedazos del tamaño de algunos países y la apocalíptica ola de calor e incendios forestales que arrasarían vastas extensiones de tierra en todo el planeta. No podían imaginar que las Olimpíadas de Tokio prohibirían el ingreso de espectadores, que el Carnaval de Río se pospondría y que las alteraciones en las cadenas de suministro obstaculizarían la recuperación económica del mundo.

    Los directores con quienes dialogué no estaban preocupados por los tokens no fungibles ni por el auge de las criptomonedas. No podían haber oído hablar de la obra maestra de arte ambiental de Olafur Eliasson expuesta en la Beyeler Foundation, en Basilea, un potente manifiesto sobre las posibilidades del arte y la adaptabilidad de las instituciones vinculadas al arte. Ninguno había leído aún los comunicados de prensa sobre la inauguración de un puesto remoto del Centro Pompidou en la ciudad de Jersey, al otro lado del río Hudson desde Manhattan. La contratación de directores BIPOC y curadores indígenas en algunas de las instituciones de arte líderes del mundo y el tardío reconocimiento a artistas antes marginados en forma de subsidios, exposiciones, publicaciones y premios aún no había sucedido. Cecilia Alemani, una de mis interlocutoras en los diálogos incluidos en este libro, todavía no había dado a conocer el tema de la 59a Bienal de Venecia, La leche de los sueños.

    El vuelo al espacio de multimillonarios estaba todavía muy lejos en el horizonte, al igual que la epidemia de ransomware. Un gigantesco buque de carga no había bloqueado aún el Canal de Suez. El príncipe Harry y Meghan Markle seguían alineados con la monarquía británica y el príncipe Felipe aún no había fallecido. Y mientras estábamos manteniendo las conversaciones reproducidas en este libro, no era en absoluto seguro que habría un nuevo presidente electo en los Estados Unidos que le devolvería cierta apariencia de normalidad a la conducción política.

    En suma, por muy certeras que fueran sus conjeturas, mis interlocutores no podían predecir el futuro; de hecho, nadie puede. Aun así, estos diálogos, al leerlos hoy, un año y medio después de haber sido recopilados y editados, continúan transmitiendo un sentido de urgencia que, de alguna manera, se ha vuelto más palpable a medida que pasa el tiempo.

    El mensaje central de estos diálogos es que estamos ante el comienzo de una nueva era en los museos, porque estamos ante el comienzo de una nueva era en el mundo. Pero aquí como en cualquier rincón del planeta, los cambios no surgieron de la nada. Fueron germinando a lo largo de décadas, a medida que olas secuenciales de transformaciones sociales planteaban nuevas demandas a las instituciones culturales y generaciones de líderes de museos postulaban ideas progresistas sobre qué es un museo.

    Me entusiasma que este libro ahora se publique en español, gracias al esfuerzo de amigos y colegas de la Argentina. He tenido el privilegio de contar con experiencias profesionales extraordinarias y la estrecha amistad de personas notables de Buenos Aires. Me siento agradecido y en deuda con Victoria Noorthoorn, cuya conversación también se incluye en estas páginas y cuyo liderazgo del Museo Moderno es una expresión de la resiliencia e innovación propias de las artes visuales en América Latina. A través de su gestión, Adriana Hidalgo editora aceptó publicar este libro, que ahora tendrá la oportunidad de llegar a un inmenso público hispanoparlante. Como ex traductor, quiero extender mi especial agradecimiento a Julia Benseñor por asumir la ardua tarea de crear esta versión.

    Es mi ferviente deseo que estos diálogos sean leídos no solo por los actuales directores, colegas y entusiastas de habla hispana, sino especialmente por jóvenes estudiantes de instituciones culturales y gestión de museos. América Latina es uno de los laboratorios del museo moderno. A pesar de los numerosos desafíos, hay numerosas razones para que ese legado de construcción institucional siga en pie, comprometido en la búsqueda de formas novedosas de materializarse en los museos públicos y privados, por no mencionar a las empresas comerciales y otras iniciativas no institucionales. Cada generación tiene la responsabilidad de continuar el trabajo de quienes nos precedieron, pero también de cuestionar sus supuestos y encontrar nuevas respuestas a qué es el arte y qué mecanismos pueden idearse trabajar a su favor.

    Tal como se ilustra en estas páginas, este nuevo siglo ha marcado una nueva fase de pluralismo para las instituciones de arte. Ya no están obligadas a copiar viejos modelos ni a importar ideas foráneas. Se ha abierto un campo fértil de posibilidades para los museos, sobre todo para aquellos que funcionan por fuera de los que se consideraban centros del arte occidental canónico. Nutrida por nuevas perspectivas y experiencias, la nueva generación de líderes está lista para impulsar a las instituciones de arte en direcciones desconocidas, ayudándolas a adaptarse y a satisfacer las demandas de hoy. Si esta recopilación de diálogos ayuda a informar e inspirar esas iniciativas, habrá cumplido entonces su misión original.

    András Szántó, noviembre de 2021

    Introducción

    Ambición y ansiedad:

    Cómo reinventar el museo de arte

    Este libro es producto del confinamiento de 2020 causado por la pandemia; sin embargo, apunta a un horizonte mucho más lejano. Hacía tiempo que planeaba mantener y recopilar una serie de conversaciones con directores de museos, pero no encontraba la manera de abordarlo... ni el momento para hacerlo. Ahora, en medio de esta calamidad única en el siglo, nos encontramos de pronto con mucho tiempo disponible, mirando hacia un futuro tan nuevo como incierto.

    Al promediar el mes de abril de 2020 se hizo cada vez más evidente que este año pasaría a la historia como el punto de inflexión global más importante desde el fin de la Guerra Fría, en 1989, no solo para los museos, sino para todos nosotros. Un capítulo se cerraba y otro estaba a punto de abrirse. Los museos de todo el mundo habían cerrado sus puertas. Su modalidad básica de funcionar y generar ingresos –mostrar objetos a otros en vivo y en directo– quedaba ahora en una suerte de suspenso prolongado. Parecía el momento propicio para preguntarse: ¿Cómo será el museo del futuro? ¿A quién se dirigirá? ¿Qué formas adoptará? ¿Qué necesidades habrá de satisfacer y cómo?

    Se ha señalado, en infinidad de ocasiones, que las grandes crisis tienden a acelerar los cambios que ya están en marcha. Y así ha sucedido con los museos de arte en este momento sin precedentes. Ya antes de la aparición del Covid-19, el campo museístico internacional llevaba un largo periodo de reflexión, en general puertas adentro. Se estaban explorando otros métodos de gestión de museos y producción de exposiciones. Instituciones emergentes proponían soluciones seductoras para responder al desafío de qué es un museo. Independientemente de su tamaño o lugar en el mundo, las instituciones de arte se estaban cuestionando el rol que desempeñaban en las sociedades donde la desigualdad es cada vez mayor, la justicia social es esquiva, la polarización política se profundiza y el colapso ambiental se está transformando en parte de nuestras vidas. Estas tendencias intensificaron el debate respecto de cuáles eran las funciones e implicancias de los museos de arte en la actualidad. Crecía el consenso de que las instituciones de arte debían volver a alinearse con una sociedad que se caracteriza por cambios cada vez más rápidos. Pero las turbulencias del año 2020 aceleraron la llegada de las definiciones, al obligar a los museos a enfrentar preguntas fundamentales sobre su pertinencia y viabilidad.

    Ese sentido de urgencia –y oportunidad– resuena en todos los diálogos que se presentan a lo largo de estas páginas, que fueron grabados y editados en 2020 durante la primavera y el verano del hemisferio norte, época en que el mundo museístico se vio convulsionado por tres grandes conmociones: la epidemia del coronavirus, el consiguiente deterioro económico de los museos y, sobre todo en los Estados Unidos, la confrontación con los legados históricos de injusticia racial e inequidad estructural. Cada una de estas sacudidas habría de dejar una marca indeleble en el futuro de los museos.

    Paisaje cambiante

    En septiembre de 2019, pocos meses antes de que en la ciudad china de Wuhan se diagnosticara el primer caso del nuevo coronavirus, el Consejo Internacional de Museos, conocido como ICOM, por su sigla en inglés, se reunió en Kioto, Japón, para debatir una propuesta de actualización de la definición de museo. La propuesta era el resultado de un trabajo concienzudo y laborioso en comisión. Por muy verboso, torpe y profundamente controvertido que haya sido el proceso, esta nueva definición simboliza la nueva actitud que impera cada vez más en este campo, sobre todo en las economías emergentes. Describe al museo de arte como algo más que un lugar donde se almacena belleza y tesoros, dado que subraya la función de satisfacer las necesidades de la sociedad en su conjunto. La versión de Kioto –que al momento de la publicación de este libro sigue en proceso de revisión– definió a los museos de la siguiente manera:

    Los museos son espacios democratizadores, inclusivos y polifónicos para el diálogo crítico sobre los pasados y los futuros. Reconociendo y abordando los conflictos y desafíos del presente, custodian artefactos y especímenes para la sociedad, salvaguardan memorias diversas para las generaciones futuras, y garantizan la igualdad de derechos y la igualdad de acceso al patrimonio para todos los pueblos.

    Los museos no tienen ánimo de lucro. Son participativos y transparentes, y trabajan en colaboración activa con y para diversas comunidades a fin de coleccionar, preservar, investigar, interpretar, exponer, y ampliar las comprensiones del mundo, con el propósito de contribuir a la dignidad humana y a la justicia social, a la igualdad mundial y al bienestar planetario.

    El arduo esfuerzo del ICOM por redefinir el significado de museo fue la manifestación de una tensión disruptiva y, en última instancia, constructiva que atraviesa el universo de los museos de arte en la actualidad. Las instituciones están luchando para compatibilizar sus múltiples mandatos, los viejos y los nuevos. Recientemente, han intentado ampliar su impacto, sobre todo con acciones para atraer a las generaciones más jóvenes y satisfacer las necesidades de grupos marginados. El contraste entre las funciones tradicionales del museo del arte –coleccionar, conservar, investigar, interpretar, exhibir– y su rol ampliado como agente de la vida comunitaria y del progreso social se ha intensificado tras el surgimiento de la pandemia del coronavirus, pero ya había comenzado tiempo atrás. Esta tensión configura el telón de fondo de este libro, lo que sugiere que en los museos prevalece un ambiente de ambición y ansiedad a medida que nos adentramos en el siglo XXI.

    Este conjunto de diálogos, que reúne a un grupo diverso de líderes de museos de todo el mundo, ofrece un panorama del estado de ánimo y de las formas de pensar del sector museístico. Juntos, estos directores son responsables de alrededor de cuarenta instituciones y filiales distribuidas en catorce países de los seis continentes, con un presupuesto anual combinado de unos novecientos millones de dólares, con un total de visitas anuales antes del Covid-19 de más de treinta y seis millones de personas y con colecciones que reúnen más de siete millones de objetos. La institución más antigua entre las que aquí están representadas ha cumplido cuatrocientos sesenta años desde su fundación; otras cinco instituciones tienen menos de cinco años de existencia, y dos ni siquiera han sido inauguradas oficialmente. (Técnicamente, dos de las veintiocho personas entrevistadas no están actualmente a cargo de la dirección de un museo: una acaba de renunciar para centrarse en proyectos digitales; la otra supervisa un museo sin techo, al aire libre, según sus propias palabras.) Las conversaciones dan testimonio de cómo las instituciones de arte y sus líderes perciben el camino hacia un futuro que exige flexibilidad y resistencia.

    Tal vez el aspecto más llamativo de ese futuro es su alcance global. Los museos –producto del Iluminismo europeo y hasta hace poco tiempo concentrados en las regiones más prósperas del mundo– han proliferado geográficamente en las últimas décadas. Algunos de los experimentos más apasionantes y rupturistas respecto de los viejos paradigmas se llevan adelante en África, América Latina y partes de Asia. Se trata de las regiones donde se están escribiendo los próximos capítulos de la historia de los museos. Instituciones creadas recientemente, a menudo nacidas de iniciativas privadas, están configurando formas ingeniosas de dar apoyo a las prácticas culturales locales, sumar la participación de públicos no familiarizados con los museos y desacoplar la historia del arte de las narrativas culturales occidentales. Donde antes los museos de las regiones emergentes buscaban emular los modelos institucionales de Berlín, Londres y Nueva York, ahora se dedican a incubar proyectos dinámicos, tan auténticos como apartados de las convenciones.

    Otra faceta de los cambios tiene que ver con aspectos demográficos vinculados al liderazgo de los museos, lo que seguramente cambiará en los próximos años y abra la puerta a nuevas adaptaciones de las actividades y actitudes. La ola de desasosiego global que siguió al asesinato de George Floyd –al momento de comenzar con las entrevistas– dio lugar a una mayor toma de conciencia de las inequidades sociales y de la insensibilidad de los museos. Tal como lo observan inequívocamente varios directores en estas páginas, queda mucho trabajo por hacer para que los museos sean más diversos en términos de sus ejecutivos, curadores, administradores, empleados, donantes, públicos, por no mencionar sus colecciones. En relación con la brecha de género en la conducción de los museos, las instituciones avanzan en la dirección correcta, aunque aún están muy lejos de alcanzar la paridad. Es una señal auspiciosa que la mitad de los directores de museo representados en este libro sean mujeres.

    La juventud de muchos directores de museos también está inyectando nuevas energías y miradas. En este libro se encuentran representados varios de estos directores jóvenes: dos tenían treinta y tres años al momento de nuestra conversación y una de las directoras fundó su primer museo a los veintiún años. La juventud suele caracterizarse por su saludable escepticismo respecto del saber recibido y por su destreza natural para las nuevas tecnologías. Pero independientemente de su edad, todos los líderes de museos incluidos en este compendio fueron invitados a participar por su mirada escudriñadora del arte y sus instituciones y por su apertura a la hora de compartir sus opiniones en público.

    En cuanto a la tecnología, tal vez este sea el primer libro sobre museos gestado a través de la plataforma Zoom, con entrevistas mantenidas entre fines de mayo y mediados de agosto de 2020. Cada capítulo comenzó como una larga videollamada. Algunas preguntas se repiten en casi todos los intercambios; otras son muy específicas. Cada conversación recorre un tema único que refleja alguna faceta particular del museo en cuestión. Estos diálogos no son simplemente transcripciones. Son el fruto de un proceso de colaboración editorial. Adapté cada conversación original a una extensión estándar, expandiendo las ideas para asegurar mayor claridad y fluidez. Los participantes revisaron y actualizaron sus textos. Tras varias rondas, los diálogos pasaron a la etapa de corrección hasta alcanzar su forma actual.

    Inevitablemente, este libro es un reflejo de un momento particular, pero lo fundamental es que no trata sobre ese momento particular. El objetivo era investigar el futuro en un momento en que todos estábamos bastante inactivos. Los directores accedieron a estas conversaciones en circunstancias de mucha presión, cuando numerosas instituciones estaban aún cerradas al público o acababan de reabrir después de un cierre prolongado, incluso con importantes limitaciones. Si bien las conversaciones arrojan luz sobre cómo hicieron los museos de arte para atravesar esta crisis del Covid-19, de lo que realmente se trata es de lo que viene a continuación. Liberados de tener que viajar diariamente, la gran pausa que sobrevino les proporcionó a mis interlocutores el tiempo y el espacio necesarios para detenerse y reflexionar sobre los propósitos más generales de sus instituciones y vidas profesionales. Retenido en mi casa con jardín, aunque en un entorno menos pintoresco que las colinas arboladas de los alrededores de Florencia, a menudo recordé el Decamerón, de Giovanni Boccaccio, esa obra maestra de la narrativa inspirada en pandemia, que nació durante la peste de 1348 como una reclusión forzosa convertida en una ocasión para la reflexión colectiva.

    Trabajo en elaboración

    Pues bien, ¿qué tipo de museo de arte surge de estas páginas? Una institución en permanente necesidad de reinventarse.

    A principios de 2020, se encendieron luces rojas de alarma. La pandemia desnudó la fragilidad del modelo de negocios de los museos. Los ingresos por venta de entradas, tiendas, restaurantes y alquileres se evaporaban. El personal era enviado a sus casas en medio de una ola de suspensiones y despidos. Los grandes espectáculos itinerantes, un pilar de la programación de los museos, ya no eran viables. Si bien los museos demostraron una encomiable flexibilidad para manejar el trabajo remoto y la programación virtual y gratuita, ninguna de estas medidas compensaba semejante merma en los ingresos. Los desoladores pronósticos de la industria auguraban el cierre definitivo de miles de instituciones.

    Luego, el 25 de mayo de 2020, George Floyd murió asfixiado bajo la rodilla de un policía de Minneapolis. A principios de junio, numerosas ciudades de los Estados Unidos fueron testigo de las más grandes manifestaciones de derechos civiles de la historia. Monumentos en homenaje a los estados confederados eran derribados. Las protestas se extendían por todo el planeta. Las instituciones culturales enfrentaban un nuevo momento decisivo por su complicidad consciente o involuntaria en el saqueo colonial de artefactos culturales y la perpetuación de la injusticia racial sistémica. El nuevo escrutinio social reavivó e intensificó la crítica a la ética de los museos, que llevaba décadas. Cabe destacar que, antes del Covid-19, muchos activistas y periodistas habían comenzado a criticar a las instituciones de arte por aceptar financiamiento de industrias e individuos considerados moralmente cuestionables. Abordar de manera significativa estos desafíos cada vez más grandes requería dar pasos que resultaban intimidantes. Para ilustrarlo con un ejemplo: una directora incluida en este libro hizo los cálculos para saber qué implicaba alcanzar la paridad de género en la colección de su museo y descubrió que, al ritmo actual de adquisiciones de su institución, se requerían setenta y dos años de comprar exclusivamente obras de artistas mujeres. Para otros museos, la paridad demandaría aún más tiempo.

    En suma, la pandemia expuso las vulnerabilidades de los museos, tanto de funcionamiento como de prestigio. A pesar del aumento en el número de visitantes, los esfuerzos realizados en el pasado para atraer a nuevos públicos y la elegante retórica sobre la reducción de barreras, los museos de arte –mucho más que los de ciencias e historia natural, por no mencionar las bibliotecas– han continuado siendo, a los ojos de muchos, un ámbito privilegiado e inescrutable. El veredicto de los gobiernos fue claro. Los museos no eran instituciones esenciales en la pandemia. El estado de Nueva York, donde vivo, los ubicó en la cuarta categoría a la hora de la reapertura, después de las ferreterías y barberías. Los responsables de tomar decisiones en políticas públicas, sobre todo en los Estados Unidos, no consideraban que los museos desempeñaran un papel indispensable en la vida de sus comunidades.

    Ahora las buenas noticias. Los diálogos incluidos en este libro ofrecen abundantes ejemplos que aseguran que la innovación goza de buena salud en los museos de arte. Los directores entienden que se necesitará introducir reformas, así como tener la disposición de experimentar nuevas ideas con miras a restaurar la vitalidad, credibilidad y sostenibilidad económica de los museos... y han puesto manos a la obra.

    La innovación goza de buena salud en Beijing, donde el UCCA Labs –el brazo empresarial del UCCA Center for Contemporary Art– está incursionando en colaboraciones con marcas líderes y movilizando el conocimiento de los museos para generar recursos para su misión cultural. También en Melbourne, donde el Australian Centre for the Moving Image cuenta con un laboratorio en el que sus diseñadores y artistas pueden probar videojuegos y proyectos de realidad virtual y aumentada con el público. Una nueva forma de pensar que surgió en el Garage Museum de Moscú lo ha motivado a recurrir a Pixar Animation Studios para explorar la mejor forma de optimizar el espacio de trabajo para fomentar la creatividad. Por su parte, el Toledo Museum of Art de Ohio ha hecho consultas con Netflix para aprender a afianzar la fidelidad del público con contenido serializado.

    Nuevas formas de pensar la participación del público están impulsando a la National Gallery Singapore a organizar la bienal de la niñez, en parte para alentar a los padres y abuelos a entrar en contacto con el arte contemporáneo. Su gusto por la experimentación ha llevado a la Fondation Zinsou, en Benín, África occidental, a sumar la participación de los cantantes de música pop más famosos del país para que canten temas que hablan de las exposiciones, que luego se transmiten por la radio nacional. De manera similar, MACAAL, en Marruecos, invita los días viernes a todos aquellos que nunca han visitado el museo a compartir sesiones donde se sirven platos de cuscús y se conversa sobre arte. También se están renovando las áreas de curaduría y de gestión de la experiencia de los visitantes, tal como sucede en el MASP de San Pablo, donde la exposición anual de encuestas sobre la historia de ciertos temas, como la niñez y la ecología, están modificando las categorías históricas del arte establecido; o como sucede en el Zeitz Museum of Contemporary Art Africa, en Ciudad del Cabo, donde el atelier entero de un artista fue trasladado al museo para generar un mayor entendimiento y apreciación del proceso creativo.

    Detrás del programa Detectives del Arte implementado por el Pérez Art Museum de Miami hay un profundo sentido de responsabilidad por la vida comunitaria, ya que los niños de grupos desfavorecidos contemplan obras de arte junto a miembros de la policía para entender por qué tal vez tienen diferentes miradas. Ese mismo pensamiento no convencional allanó el camino para una colaboración entre el Brooklyn Museum of Art y el Center for Court Innovation, que permite a los jóvenes que han cometido faltas menores tomar clases en el museo para limpiar así sus antecedentes penales. Una nueva manera de mirar el museo como organización se refleja en el futuro Lucas Museum of Narrative Art, en Los Ángeles, donde la estrategia y los recursos humanos se encuadrarán, tal como expresó su directora, dentro del marco de la diversidad, la equidad, la inclusión, la accesibilidad y el sentido de pertenencia.

    En muchas instituciones establecidas se observa ingenio y compromiso social. Las Serpentine Galleries, Londres, han invitado a miles de artistas a crear obras como parte de una campaña global para generar acciones contra el cambio climático. En las Dresden State Art Collections se ensayó la posibilidad de crear una codirección en Ghana para compartir la toma de decisiones y los recursos. En Nueva York, el Metropolitan Museum of Art está planeando armar una sala dedicada a reflexionar sobre las complejidades del presente. Y en el otro extremo del espectro puede observarse un espíritu de innovación y emprendimiento en un museo completamente nuevo, ubicado en el jardín botánico de Lomé, la capital de Togo, donde la educación sobre biodiversidad va de la mano del aprendizaje sobre la cultura, donde la apicultura es parte de la agenda y donde los tradicionales narradores orales togoleses cantan y bailan frente a las obras de arte para establecer una conexión con los visitantes locales.

    Y la lista continúa. Cada institución descripta en este libro está experimentando con nuevos enfoques sobre curaduría, participación del público, tecnología, equidad e inclusión, aprendizaje y narraciones multisensoriales, todo al servicio de expandir el ámbito cultural y el impacto del museo de arte en la sociedad.

    Elaborar este tipo de museo empático, sensible y de cara al público es una iniciativa de esta generación. Los líderes de museos incluidos en el libro, nacidos entre 1960 y 1986 que promedian los cuarenta y nueve años, son miembros de una cohorte que está reconfigurando los museos de hoy para el futuro. Tienen en común algunas experiencias profesionales y premisas culturales. Se hicieron adultos en un mundo artístico posmoderno, multidisciplinario y con un gusto por el pluralismo artístico. Sus carreras se forjaron en el largo periodo posterior a la Guerra Fría, en una época relativamente pacífica y próspera de la globalización y los viajes accesibles. Unos pocos se inspiraron en su juventud en el Centro Pompidou de París, que dio forma a un concepto completamente novedoso del museo de arte bajo la gestión de Pontus Hultén. Los miembros de esta generación dirigieron museos durante el florecimiento de la cultura de las bienales, el crecimiento explosivo del mercado del arte, la proliferación de las ferias de arte, la gentrificación de las grandes ciudades, la incipiente crisis ambiental, el recrudecimiento del populismo y del autoritarismo y, por supuesto, el drástico vuelco de todas las dimensiones de la vida como consecuencia de la proliferación de las tecnologías digitales.

    Es lógico que la perspectiva sobre los museos que tiene esta generación sea diferente de la de sus predecesores. A medida que uno lee los diálogos surge una filosofía clara y bastante convergente sobre qué es un museo de arte y qué debería aspirar a ser.

    La perspectiva de mis interlocutores se pone claramente de manifiesto cuando responden a una pregunta que surgió en casi todos los debates: ¿Qué es un museo? Si bien todos subrayaron la misión pública de los museos, la centralidad de sus edificios y colecciones y el encuentro significativo con los objetos y las oportunidades de aprendizaje que los museos ofrecen en su condición de espacios de cultura y educación, también enfatizaron, en reiteradas ocasiones, el rol del museo como lugar de encuentro, como ágora para cierto tipo de experiencia comunitaria, un santuario para el idealismo y un lugar de conversación donde se da voz a las opiniones y donde el arte puede ser un catalizador para despertar la conciencia, promover el pensamiento crítico y empoderar a las comunidades. Los museos, como productores de realidades, pueden señalar el camino hacia el futuro a nuestras sociedades y facilitar el compromiso creativo de las personas con su propio futuro, señalaron. En particular, en los países donde las instituciones cívicas son débiles, el museo puede ser un lugar donde uno se siente libre para tener razón, una zona libre, un refugio seguro y acogedor, no solo para el arte y los artistas, sino con un sentido de hospitalidad, de compartir, de comunión. Los miembros de este grupo valoran no solo la agudeza académica de una institución, sino también sus rasgos intangibles, por lo que conciben al museo como un lugar de equilibrio que no es estéril sino inclusivo y empático, una entidad viva y experimental, una plataforma que no te hablaría con altivez sino que se parecería más a un amigo. Quizás más importante, los miembros de esta cohorte ven al museo como un proyecto abierto que no obedece a ningún modelo: "museos en vez de museo".

    No menos reveladoras fueron las respuestas a la pregunta: ¿Qué deben desaprender los museos para seguir siendo relevantes? Mis interlocutores respondieron sin tapujos. Los museos necesitan quitarse de encima esa idea detestable de que son una autoridad sobre todas las cosas o tenemos que bajarnos de nuestros pedestales y romper nuestras propias reglas a fin de liberarnos de todos los protocolos y dejar de ser tan moralistas. Para muchas personas de esta generación, los museos se han vuelto demasiado institucionales y demasiado cautelosos. Los directores acusan a las instituciones por tener trabas para hablar de los temas que decimos que queremos hablar. Imploran por que logren desaprender las ortodoxias de la tradición intelectual occidental con el fin de que se abran gradualmente y empiecen a escuchar más, vean y sientan de otra manera, de manera que puedan estar más liderados por artistas y centrados en el público. Los museos, en suma, deberían abandonar su arrogancia y desprenderse de la percepción de elitismo. Pero lograrlo puede significar ir más allá de la idea de que todo sucede dentro de estructuras arquitectónicas y detrás de paredes, en edificios que no cesan de expandirse y con planteles de empleados que no cesan de crecer.

    Posibilidades abiertas

    Espero que estos diálogos reflejen, ante todo, la señal del inicio de una nueva etapa en la evolución de los museos de arte de todo el mundo. En este nuevo capítulo, no solo la institución de arte logrará contar múltiples historias y narrativas sobre el arte, la sociedad y las vidas individuales, sino que la propia historia del museo pasará a ser más caleidoscópica al despojarse de su uniformidad y multiplicarse en un abanico de versiones cultural y localmente arraigadas de lo que puede ser un museo.

    El museo del futuro, ya no más entendido como herencia o imposición de Occidente, tendrá su propia latitud para asumir formas y funciones auténticamente regionales. En estas encarnaciones futuras y sorprendentes –así espero–, el museo de arte será abrazado por personas de todos los contextos, edades y ocupaciones, dará la bienvenida y reflejará la

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