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Anthony Rushfoth: Aprendiz del engaño y la venganza
Anthony Rushfoth: Aprendiz del engaño y la venganza
Anthony Rushfoth: Aprendiz del engaño y la venganza
Libro electrónico388 páginas5 horas

Anthony Rushfoth: Aprendiz del engaño y la venganza

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Información de este libro electrónico

Utah 1995, El pequeño Anthony Rushforth experimentó el terrible incendió que arrebató a su madre (Eli) y hermano (Mikey) llevándolo a habitar un orfanato y posteriormente viajar a Japón junto al embajador Norteamericano Stephen Rushforth.


Explorando culturas diferentes Anthony se ve envuelto en el conflicto contra el grupo inte

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento16 abr 2023
ISBN9781685743215
Anthony Rushfoth: Aprendiz del engaño y la venganza

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    Anthony Rushfoth - Andrés Pérez

    Anthony_Rushforth_port_ebook.jpg

    ANTHONY

    RUSHFORTH

    Aprendiz del engaño y la venganza

    Andrés Pérez

    Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    El contenido de esta obra es responsabilidad del autor y no refleja necesariamente las opiniones de la casa editora. Todos los textos e imágenes fueron proporcionados por el autor, quien es el único responsable por los derechos de los mismos.

    Publicado por Ibukku, LLC

    www.ibukku.com

    Diseño y maquetación: Índigo Estudio Gráfico

    Copyright © 2023 Andrés Pérez

    ISBN Paperback: 978-1-68574-319-2

    ISBN Hardcover: 978-1-68574-320-8

    ISBN eBook: 978-1-68574-321-5

    Índice

    Capítulo 1 — Feliz cumpleaños

    Capítulo 2 — Orfanato

    Capítulo 3 — Nuevo hogar

    Capítulo 4 — Explorando

    Capítulo 5 — Papá y yo

    Capítulo 6 — Primer día de clase

    Capítulo 7 — Lauren

    Capítulo 8 — Proyecto de vida

    Capítulo 9 — Masashi Toriyama

    Capítulo 10 — Regreso a clases

    Capítulo 11 — Las memorias de Stephen

    Capítulo 12 — Viaje de fin de año

    Capítulo 13 — Lección de vida

    Capítulo 14 — Encuentro con la realidad

    Capítulo 15 — Cruzando fronteras

    Capítulo 16 — Impacto

    Capítulo 17 — Londres

    Capítulo 18 — Francia

    Capítulo 19 — La horrible verdad

    Capítulo 20 — Regreso a casa

    Capítulo 21 — Amigos

    Capítulo 22 — Fiesta

    Capítulo 23 — Viviendo con el enemigo

    Capítulo 24 — Doble identidad

    Capítulo 25 — Predecir lo impredecible

    Capítulo 26 — Complicidad

    Capítulo 27 — 11 de junio, 1999

    Capítulo 28 — Infiltración

    Capítulo 29 — Venganza

    Capítulo 30 — Después de la venganza

    Para Dani, Caro, Emi, Vale y Mati.

    La ficción es como soñar despierto.

    Depende de nosotros hacerla realidad.

    Capítulo 1 — Feliz cumpleaños

    Febrero 28, 1995.

    La hermosísima tarde reflejada en un cielo color carmesí prometía la culminación de un gran día en la hoy conocida área metropolitana de Salt Lake City en la ciudad de Utah. Vecinos y amigos degustaban el pastel de frutas frescas con crema moldeado con dibujos de superhéroes que mamá encargó al pastelero Fletcher —un emprendedor viviendo a pocas casas cerca de la nuestra—para la celebración de mi cumpleaños número 12. Acordé reunirme con mis amigos en la casa de Cristopher para prepararnos para el juego de soccer que tendríamos a continuación. Ya que mis amigos viven en el mismo conjunto que yo, siempre están cerca. Son esas personas que te invitan a ser tú mismo. Diría que son hermanos, pero de otra madre. Spencer, Georgy y Damian, sentados en el sofá de cuero, esperaban que Cristopher terminara de hablar por teléfono.

    —Tú eres la única en mi vida —dijo Cristopher por el auricular mientras se rascaba su rubia cabellera—. Te veo luego, los muchachos acaban de llegar.

    —Adivino… Está hablando con Tammy.

    —No, Anthony, estaba hablando con María —me respondió Georgy desilusionado y acomodándose las gafas.

    —¡Diablos, Tammy! —dijo Cristopher—. Tengo que llamarla.

    —Les advierto —dijo Spencer señalándonos con sus dedotes—, la clave del soccer y todo deporte es trabajo en equipo. Tengo una reputación que mantener en el deporte. No acostumbro a jugar soccer, pero como mariscal de campo debo dar ejemplo.

    —Deja de lucirte —dijo Damian.

    —Convoqué a los demás hace diez minutos en la cancha para que vayan calentando —dijo Spencer ignorando a Damian—. Nosotros deberíamos hacer lo mismo. Así que vamos.

    —Tenemos que esperar a Cameron—dijo Damian—. Se fue por más pastel el tragón ese.

    —Yo vengo de allá y no lo vi.

    —De seguro se fue a la casa a dormir—dijo Georgy enojado—. Ustedes son muy demorados para salir, qué falta de respeto con los contrincantes y con Anthony en su cumpleaños.

    —Tú eres la única en mi vida, Tammy—dijo Cristopher rascándose la cabeza—. Te veo luego, los muchachos acaban de llegar.

    —¿Cuándo aprenderás? —le dijo Georgy a Cristopher.

    —Tu única novia ha sido Jennifer, cuando termines con ella me entenderás —le dijo Cristopher.

    —Oigan, vean estos dólares arrugados —dijo el suertudo de Cameron—. Me los encontré cuando iba para la cancha. Los de la otra cuadra nos están esperando, vamos a jugar.

    Algunos vecinos observaban el partido de soccer más emocionante de la región —según el viejo Boodram, narrador y animador del encuentro—. Mis amigos y yo nos enfrentamos a los niños de la otra cuadra en un 10 vs 10 porque mi hermano Mikey sufrió una terrible migraña en la mañana que no le permitió salir, lo cual preocupó a mami, ya que me llamó en el momento crucial del juego para chequear si seguía adolorido. Yo le grité:

    —¡Será mejor hacerlo en unos minutos! Apenas termine el partido le haré compañía.

    Mami esbozó una sonrisa, estiró su dedo índice y apuntó hacia mí. Lo recogió y lo volvió a estirar varias veces con rapidez solicitando una pequeña conversación. Aproveché unos segundos fuera de la cancha y me acerqué.

    —Iré yo, mi pequeño príncipe —dijo ella mientras acariciaba mi cabello y se inclinaba para besar mi frente.

    —Me avergüenzas —contesté con timidez y un poco ruborizado.

    Ella me hizo un guiño.

    Le sonreí y volví al encuentro. Animado por el tradicional «¡último gol gana!», tomé la pelota, que rodó a mis pies gracias a un excelente pase de Georgy, regateé con rapidez, rebasé el primer jugador por velocidad, evadí el segundo y quedé frente al tercero —el último obstáculo para enfrentar al portero—. Procedí con una finta, pateé con gran destreza, el guardameta tocó el balón con los dedos e hizo rebotar el esférico contra el travesaño, empujando el balón al fondo de la red.

    —¡Gol! —gritó el equipo a una sola voz.

    Los abrazos y las hurras por la victoria no tardaron. Estrechamos las manos con el equipo perdedor como acto de protocolo, para sentir la satisfacción de victoria en su estado más puro y llenarnos de alegría en uno de los mejores días de mi vida. Me apresuré a ir por el balón para regresar a la residencia Rushforth y mostrarle a mi hermano Mikey los presentes que me regalaron. —En especial quería mostrarle el reloj de bolsillo que me dio mami, La señora de pelo castaño y ojos azules en la foto. Ese día en Disneyland mi hermano mayor cumplió 7 años. El reloj perteneció a Stephen Rushforth, mi padre…nunca lo he visto, ni siquiera en fotos. Mami dice que cuando él regrese nos lo explicara todo. Creo que se miente a sí misma, nadie sobrevivió al accidente de avión del 83. Yo creo que murió, se supone debía abordar el vuelo 007 de Korean Air que estalló en agosto de ese año—. Tomé la pelota del suelo con ambas manos y al dar la vuelta la solté por instinto. Aquello que vi me robó el aliento. El aspecto de mi cara cambió, mis ojos vertieron lágrimas de preocupación, tomé aire y salí a correr: ¡mi casa estaba en llamas! ¿Por qué? ¿En qué instante?

    —Détente, Anthony.

    —¡Alguien deténgalo, por favor!

    —¡No lo hagas! ¡Puede ser peligroso!

    Hice caso omiso a los gritos de mis vecinos, avancé como un loco en fuga del manicomio evadiendo a los que intentaban detenerme. Si no es por Spencer y sus habilidades en fútbol americano yo hubiera llegado —el desgraciado me tacleó; debería ser defensa y no mariscal—. Christopher y Cameron imitaron su ejemplo, tomaron la decisión más sabia para su edad arrojando sus cuerpos sobre mí y detuvieron mis intentos de ponerme en pie. Me importó poco su ayuda, desde el suelo seguí luchando para levantarme. Pensé en mi mami, en Mikey, me necesitaban. No se escucharon gritos en las llamas y mi corazón decía: «Aún tiene esperanza». Luché y luché contra mis amigos, pero al final no pude levantarme, su agarre me sofocaba.

    —¡Quítense de encima de mí! Debo ir ¿Por qué no lo entienden?

    —Es muy peligroso —dijo Christopher, quien sujetaba mi pierna izquierda.

    —Te vas a quemar, Anthony, ¿no lo ves? —replicó Cameron mientras inmovilizaba mi brazo derecho.

    —¡Deja que los grandes se encarguen! —gritó Georgy.

    —¿Quieres morir? —dijo Damian eufórico—. Porque no te vamos a dejar y más te vale dejar tu pierna quieta si no quieres que te lastime.

    La comunidad reaccionó lo mejor que pudo. Llamaron a los bomberos y policías, mientras algunos vecinos entraban a sus viviendas para tomar extintores, mangueras y baldes llenos de agua —la operación «salvar a la familia en apuros» entró en marcha—, de modo que cooperaron, mano a mano, hombro a hombro. Parecían enanos en fábrica de juguetes, solo que nadie se divertía. Trabajaron para mitigar las llamas, que amenazaban con deshacer mi único hogar. Incluso Georgy corría de lado a lado asistiendo en los baldes, que terminaban vacíos, cargándolos hasta las manos de mujeres solidarias y comprometidas con la causa. La coordinación entre las familias Davis, Miller y Brown era digna de alabanza. No perdían tiempo en sus movimientos, a pesar de que habían pasado unos escasos minutos, el sudor y el cansancio se percibía en sus rostros. El calor de las llamas amenazaba con expandirse a las casas vecinas. No podían parar, había vidas en juego.

    —La ayuda viene en camino, campeón, debes tener fe —dijo el señor Boodram—. Los vecinos están cerca de llegar a tu madre y hermano.

    A pocas calles del conjunto se escuchaban las sirenas de los carros de bombero, patrullas y ambulancias. Resignado a no poder moverme respiré profundo, alcanzase un leve estado de calma al ver las sonrisas de los vecinos por su ardua labor, me hizo creer en poder ver a mi familia de nuevo. Incluso la señora Brown se me acerco y dijo:

    —Lo hemos logr…

    Un zumbido aturdidor en mi cabeza seguido por una onda de aire caliente hizo volar a la señora Brown y al señor Boodram —me dejaron pasmado—. Nadie entendía lo sucedido, la casa fue hecha escombros; pedazos de madera y concreto caían del cielo. Aquellos vecinos más cercanos a la sala de reuniones gritaron de dolor, aunque no oía nada, sus rostros reflejaban miedo. Lo entendí al ver al pastelero envuelto en fuego luchando contra el suelo para apagar su ropa, al ver a más de cinco extraños arder inmóviles por el ímpetu de la explosión, al ver la casa de los Taylor medio incendiada y la casa de los White igual que la mía.

    Aproveché el intervalo para ponerme en pie, pero mis amigos estaban asustados y permitieron solo que me sentara. Sentí cómo mi corazón se rompió. Las lágrimas brotaron de nuevo. Ver aquellos cuerpos rodando, aquellos cuerpos inmóviles, nobles vecinos que ofrecieron su ayuda… en vano. El bello atardecer carmesí tornó el cielo en una mezcla de color naranja y negro tosco, coreado por nubes de humo gris chocando en masas de aire que se extinguían poco a poco.

    * * *

    Las risas cambiaron en llantos, hasta que a la vuelta de la esquina entró un camión de bomberos escoltado por tres patrullas y dos ambulancias. Anthony, sentado en el pasto, observaba a los policías acordonando el área, alejando a los vecinos de la explosión a una zona segura, mientras los paramédicos clasificaban a los heridos. Los técnicos de emergencias médicas también apoyaban en la labor. El robusto detective John Smith se hizo cargo de la situación, el señor Boodram se acercó a él.

    —Rápido, hay dos personas en la casa del medio. Las otras dos están vacías —dijo con una voz agitada.

    Los bomberos escucharon y empezaron su labor frente a las llamas.

    —Gracias, señor. Por favor, retírese a la zona segura —le dijo Smith.

    —Con el debido respeto, señor, tengo que decirle algo importante. Es acerca de las personas atrapadas.

    —Lo sabemos, es una mujer de 36 años y un niño de 14 años. Cuando recibimos la llamada nos dieron los detalles. Vaya con los demás, estar aquí puede ser peligroso.

    —Lo que no sabe es que el niño que está allá sentado es próximo a ser huérfano. A menos que encuentra a Eli y a Mikey.

    —Si no me deja hacer mi trabajo seguro lo será. Así que tranquilo. Cuando ellos terminen, hablaré con usted. —Le dio la espalda y continúo acordonando el área.

    Minutos después el caos cesó. Cuatro vecinos terminaron con quemaduras de segundo grado, seis murieron y uno presentaba quemaduras leves. La casa de los Taylor quedó en pie, dibujada por una mitad de muros quebrados y otra mitad de muros intacta. En cambio, los White se llevarían una sorpresa al llegar de vacaciones porque no tendrían morada donde habitar, su casa quedó hecha pedazos. Los bomberos procedieron a la búsqueda de los cuerpos en la casa de Anthony, mientras los policías reunieron a las personas involucradas en el peor cumpleaños de la historia. Los policías tomaron datos de cada vecino y procedieron a llamar al resto de personas que vivían en el conjunto para cerciorarse de que no hubiera servicios de gas afectados que provocaran un segundo incendio. El detective de la Policía, John Smith, volvió a hablar en privado con el señor Boodram:

    —Los bomberos encontraron el cuerpo de un adulto —dijo Smith en un tono experimentado—. No sé cuánto tarden en encontrar el del niño. Van a llamar a los forenses y esto se va a poner incómodo para el muchacho ¿Sabe usted dónde está el padre del muchacho?

    —Qué desastre, pobre Anthony —dijo el viejo Boodram entre lágrimas—. Según Eli el papá de los niños desapareció en el 83 en un accidente de avión.

    —Usted dijo que el niño estaba próximo a ser huérfano, ¿está seguro? ¿Abuelos, algún pariente cercano?

    —Ella nunca mencionó familiares aparte del padre, era muy reservada en cuanto a su vida personal. Aunque una vez mencionó que el abuelo del niño murió en la guerra.

    —¿Cuál es el nombre del niño?

    —Anthony Rushforth.

    * * *

    Mis amigos estuvieron a mi lado, no dejaron que alguien se acercara. Recuerdo que me decían: «No vas a estar solo, te acompañaremos en el dolor y puedes contar con nosotros», animándome a estar tranquilo. Demostraron ser un verdadero soporte. Hasta que el uniformado de la policía intervino y pidió unos minutos a solas. Sequé mis lágrimas.

    —Mucho gusto, Anthony. Mi nombre es John Smith, soy el detective a cargo y he venido porque eres mi prioridad y quiero ayu…

    —No puede ayudarme, no puede hacer nada, ¿o sí?

    —Puedo llevarte con un familiar.

    —Mi única familia está bajo esos escombros, a menos que mi papá aparezca por arte de magia.

    Me miró a los ojos y tomó aire. Las siguientes palabras no serían fáciles de decir. A pesar de la experiencia en estos casos nunca sería fácil hablar de lo dura que puede ser la vida para un niño en mi situación. En un tono suave y paternal añadió:

    —Anthony…, la vida suele ser injusta algunas veces, cambia en un parpadeo, nunca sabes por qué, pero siempre debes esperar lo mejor de ella. Veo que eres fuerte y de hoy en adelante tienes que trazar tu fututo. —Me dijo algo más, pero lo ignoré, le di la espalda—. Espera.

    —Quiero esperar hasta que encuentren a mi familia y quiero estar con mis amigos.

    —Sabes lo que va a pasar. Puedes despedirte, pero no puedes quedarte.

    Caminé resignado y dando pasos cortos hacia mis amigos evadiendo mirarlos a los ojos, ignorando lo que sentía me llené de valor contándoles lo sucedido. No quisieron aceptarlo. Damian de rodillas golpeó el suelo con el puño repetidas veces en señal de «¿Así que eso es todo? No lo admito ¿Con quién hablamos?». Georgy enfureció, Spencer lo abrazó agitando la cabeza frustrado al entender que no podían hacer algo a mi favor. Christopher y Cameron hicieron mala cara. Decidieron ser fuertes por mí, pero no pudieron. Todos lloramos.

    —Espero podamos vernos pronto —dije quebrantado—. Adiós, ya me tengo que ir.

    Giré y corrí hacia John Smith, que estaba dando las últimas órdenes a uno de sus subordinados. Corrí como si lo vivido en ese lugar, en ese vecindario, hasta ese momento, nunca hubiera sucedido, como si todo significara nada. John Smith encendió el motor, yo subí a la patrulla, John arrancó de inmediato revisando el retrovisor y los espejos laterales, enfocando a unos cuantos chiquillos acercarse deseosos por ver a su amigo una vez más. Sin embargo, John Smith no se detuvo. Captó mis intenciones a pesar de las lágrimas que corrían por mis mejillas. Pisó el acelerador dejando atrás un vecindario confundido, un hogar hecho escombros y las memorias de un niño que cumplió 12 años.

    Llegamos al centro de la ciudad, a un edificio rustico de aproximadamente 15 pisos que en la parte más alta ostentaba la bandera de los Estados Unidos. Debía ser un edificio del Gobierno. El oficial Smith aparcó la patrulla y me pidió que lo acompañara. Entramos y un vigilante nos iba a detener, pero John le mostró su placa y sin interrupción siguió caminando. Llegamos hasta el ascensor y presionó el número seis. Fuimos a la oficina del fondo. En la puerta vi un nombre colgado con la descripción:

    Nicholas Wilson

    Servicios sociales

    —Espérame aquí —indico John señalando las sillas de visitantes.

    John tocó la puerta y esta se abrió.

    —¡Hola, Nicholas! Tiempo sin verte. Luces algo cansado. ¿Qué sucedió?

    —¡Hola, John! Viejo amigo, imagínate que hace dos semanas dejé a un chico en un orfanato, pero se escapó por quinta vez y vino a verme. Sigue preguntando por sus padres, el pobre está desesperado. Tuve que regresarlo al orfanato a pie porque mi automóvil se averió.

    —Pobre chico. Parece ser inapropiado incomodarte. Pero necesito pedirte algo.

    —No te preocupes, debo redactar unos detalles en estos documentos y podremos salir por unas cervezas. ¿Qué dices?

    —De hecho, estoy trabajando, hay un niño afuera que requiere de tu atención… —dijo moderando la delicadeza de su voz—. Su madre quedó atrapada en un incendio y no lo logró. Los forenses están… El muchacho no tiene a nadie más.

    —Es una pena… ¿Cómo se llama el chico?

    —Anthony Rushforth.

    —Déjame hacer una llamada, mirar unos papeles y en cinco minutos salgo con una solución.

    —Es bueno contar con alguien como tú, gracias.

    El detective salió de la oficina e intentó contarme lo que yo había escuchado. No pudo, percibió en mí una mirada vacía y se ahorró sus palabras. Se sentó a mi lado y espero en silencio. A los quince minutos el hombre gordito de la oficina se presentó como Nicholas Wilson. Antes de que ofreciera sus protocolarias condolencias lo ignoré mirando a la ventana, aplicando la ley de hielo.

    —Amigo, el papeleo es largo. Lo haré después. Arreglé la estadía de Anthony en la casa hogar de Marjorie Carmel, se hospedará por una semana. Cuando el papeleo termine te llamaré para contarte del resto. Dame cinco minutos, yo los acompaño.

    Capítulo 2 — Orfanato

    El detective Smith encendió la radio. Mantuvo la frecuencia policial por si algo nuevo se presentaba durante el trayecto hacia la residencia de Marjorie Carmel. La señalización de Arlington Hills en la avenida principal casi me ayuda a ubicarme. Era difícil hacerlo física y emocionalmente hablando, no todos los días pierdes a tu madre y hermano el día de tu cumpleaños. Pensarlo avivaba el dolor que me consumía. Necesitaba distraerme y necesitaba hacerlo con urgencia. Me esforcé por apreciar el nocturno paisaje boscoso, el decente vecindario, las vacías autopistas. Sentí curiosidad en medio del dolor. Los orfanatos suelen ser residencias grandes con muchas habitaciones en zonas olvidados, feas por dentro porque a nadie le importan, pero aquí el vecindario aparentaba ser agradable.

    —Hemos llegado, Anthony—dijo Nicholas señalando la octava casa de ladrillo.

    Una señora de cabello café cobrizo, nariz chata y sonrisa elegante se acomodó su abrigo de piel falsa por causa del frío y nos saludó con el tradicional «bienvenidos, están en su casa». Nicholas empezó con las presentaciones, estrechó la mano de la señorita Carmel, introdujo a John como detective Smith y a mí como el pequeño Anthony Rushforth.

    —¡Me encantan los niños! Adoro cuidarlos —dijo Marjorie mientras pidió que la acompañáramos por un tour dentro de la vivienda de los niños desamparados.

    En la enorme sala había sofás de cuatro piezas, algo viejos pero en buen estado. Un televisor pequeño de color gris con antena —de esos que tienen de tres a cinco canales y tienes que girar una perilla para cambiar de canal—. La escalera de mármol conducía a las habitaciones del segundo y tercer piso. El azul rey de las paredes requería pintura. De por sí el primer piso lucía acogedor, viejo, pero habitable. Marjorie nos llevó a la cocina y preguntó si estábamos hambrientos. John dijo que no y se excusó por el tiempo al mirar su reloj. El señor Wilson usó la misma excusa sabiendo que no podía regresar por su cuenta.

    —¿Y tú, Anthony? ¿Deseas algo?

    —No, gracias, estoy satisfecho. —«¡Grrrrr!», tronó mi estómago.

    —¡Ja, ja, ja! —río Marjorie—. Te prepararé un sándwich en unos minutos.

    —Lo vas a disfrutar —dijo John.

    —Son los mejores, vas a ver —dijo Nicholas.

    Seguimos el tour y vimos el patio de juegos. Luego subimos las escaleras para encontrarnos con el baño de la izquierda y un cuarto gigante a la derecha. La señorita nos explicó que demolió la pared de dos cuartos y los convirtió en uno para que los niños no se sintieran solitos. Mencionó que tenían cuatro baños: el del primer piso que no vimos, el que está al lado de la escalera, uno más en el cuarto de las niñas habitantes del tercer piso y el de su habitación privada.

    —No podemos subir más, las niñas están en su noche de chicas.

    —Está bien, ya va siendo hora de despedirnos —dijo John.

    —Espera. Ven a conocer a mis hijos y luego te vas.

    Entramos a la habitación. Había cinco camas, tres a un lado y dos al otro. Cuatro armarios enormes forjados en madera y pegados a la pared, una lámpara de techo color café y una ventana enrejada mirando a la calle. ¿Era aquello una cárcel? La cara de los cinco niños (aparentaban mi edad) sentados en la alfombra roja leyendo cómics de Marvel probaban mi error.

    —Hijos, tenemos visita. Algunos ya conocen al señor Wilson, pero también quiero presentarles al detective de la Policía John Smith. Nos trae un nuevo miembro a la familia. Denle la bienvenida a Anthony.

    —¡Holaaa! —saludaron los cinco niños en coro.

    —Es un gusto conocerlos —dijo John.

    —Hola, muchachos, me alegra verlos de nuevo.

    —Hola, soy Anthony.

    —Hijos, les voy a traer unos deliciosos sándwiches con jugo. Por favor, pórtense bien.

    Regresamos a la sala y me senté en el sofá. John, Nicholas y Marjorie intercambiaron un par de palabras en la cocina. No duraron mucho porque estaban de afán. John se me acercó mientras Nicholas seguía con Marjorie. Bajaron la voz y no pude escuchar.

    —Adiós, Anthony —dijo John—. Mañana vendré por ti en la mañana, a eso de la 10:00 a. m. Cuídate mucho y pórtate bien.

    Marjorie y Nicholas venían de la cocina. Ella cargaba un charol plateado lleno de sándwiches, botanas y bebidas en cajitas, además de palomitas dulces para las niñas y su pijamada. Me pidió que la acompañara. Me levanté y Nicholas me extendió la mano. Le di la mía sin decir palabra alguna, di cuatro pasos adelante y lo pensé mejor.

    —Detective Smith, señor Wilson… Gracias.

    Me senté con los cinco niños a comer el sándwich. Interactúe muy poco preguntando acerca de los cómics. Theodore fue el primero en responder interesado en conocerme. No dije mucho, me limité a hablar de lo que sabía. Los demás niños me siguieron la corriente para entablar amistad, especialmente Nelson, el negrito, a quien alias Grandote describió como el hermano más noble de la familia. También tenían un pelirrojo pecoso que me recordaba a Damian, porque se encargaba de los comentarios imprudentes.

    —¿Cuál es tu avenjer favorito? —me preguntó Nelson.

    —Mi avenger favorito es Iron Man.

    —Nelson, hermano, aprende a vocalizar. Tus palabras dicen mucho de ti —dijo Ronald, el hermano más antiguo—. Cuando yo sea presidente de nuestra nación, lo verás, haré que nuestra educación sea la mejor.

    —Eres un fanfarrón —dijo el pecoso—. Primero arregla tus calificaciones y luego sí, opina.

    La señora Carmel nos interrumpió. Me entregó un pijama, cepillo de dientes. Luego esperó a que me quitara el uniforme de fútbol —lo llevó a lavar— y nos mandó a dormir. Ronald compartió la cama con Nelson. La señora Carmel confirmó que la cama junto a la ventana me pertenecía hasta que trajeran una nueva en el transcurso de la una semana. No entendí por qué lo dijo. El detective Smith me recogería en la mañana. La señora Carmel nos arropó a cada uno repartiendo el beso de buenas noches. Me sentí extraño, era la tarea de una mamá y me dolió aprender que mami no la repetiría jamás.

    Ni la luz apagada ni la cabeza sobre la almohada me permitieron conciliar el sueño. Cada vez que cerraba los ojos mi corazón se estremecía. Lo intentó una y otra vez, hasta que una pesadilla se apodero de mí. Veía mi hogar en llamas, imágenes de mami rodeada de fuego, llamándome. Mikey atrapado por las flamas que toman forma de hombre. «¡Aléjate de él! ¡Aléjate de él! ¡No! ¡No! ¿Por qué a Mikey? ¿Por qué a Mikey?». Luego desperté asustado. No sabía lo que significaba y tampoco me importaba, a veces lo sueños borrosos son solo eso, sueños. Me sentí atrapado. La casa de Marjorie Carmel no era mi hogar, quería salir de allí lo antes posible. Miré la hora en mi reloj de bolsillo: eran las 2:00 a. m. Me levanté evitando hacer el menor ruido posible desconociendo si mis compañeros de habitación eran de sueño ligero. Calcé mis tenis y amarré las agujetas dispuesto a atravesar la habitación. Sigiloso como ladrón en la noche agarré la chaqueta de Theodore para el frío.

    —¿A dónde vas? —preguntó el grandote.

    —Al baño —dije en voz baja.

    —¿Para qué la chaqueta?

    —Tengo frío.

    —Tú quieres escapar.

    —No.

    —¿Qué sucede? —preguntó Theodore arrojando una almohada al grandote para que se callara.

    —Anthony quiere escapar.

    —¡No! Yo quiero ir al baño.

    —Si va a escapar dile a mamá —dijo el pelirrojo pecoso—, ella se encargará. Dejen dormir.

    —No, porque Anthony no ha hecho nada —dijo el grandote—. Quedaría como un soplón.

    —Entonces, ¿qué hacemos para que no escape? —indicó Theodore, enojado por no poder dormir.

    —Vamos a comer un bocadillo nocturno y de paso hacemos guardia para que no escape —dijo Ronald mientras se rascaba los ojos medio dormido.

    —Estoy de acuerdo, ya que no dejan dormir —añadió Nelson.

    —¡Yo solo quiero ir al baño!

    —Entonces ve. ¿Piensas orinarte los pantalones? —dijo el grandote—. Si tuvieras que ir ya lo habrías hecho.

    Enfurecido me dirigí al baño. Mientras, a carcajadas recomendaron el baño del segundo piso para que no me perdiera de su vista.

    —Bajemos pronto—susurró Ronald—, pero no hagamos ruido, no queremos despertar a las chicas.

    —No quedé satisfecho en la cena —dijo el pelirrojo pecoso.

    —¡Decidido! Seremos los guardianes de la noche —dijo Theodore.

    Bajaron las escaleras, entraron a la cocina. Por lo que escuché decidieron a piedra papel o tijeras quién preparaba los alimentos nocturnos. Nelson y pecoso pelirrojo perdieron. Los demás actuaron de vigilantes. Salí del baño y regresé a la habitación. Sentado en la cama medité como escaparme y no se me ocurrió nada. De repente el reflejo de la luz de la luna me dio una idea. Abrí la venta, tomé la sabana y la amarré a las rejas, luego una cobija más gruesa. Hice una soga que resistiera mi peso, que me ayudara a aterrizar sobre el asfalto de la calle sin hacerme daño. Al intentar escapar repasé el plan con mayor detenimiento, me falló el cálculo. Mi cuerpo no cabía entre las rejas, necesitaba dos centímetros menos para atravesarlas. Lo medité por segunda vez. Se me ocurrió romper la ventana, pero eso atraería más atención de los vigilantes y de paso despertaría a la señora Carmel. Quería una distracción para Ronald y su combo, pero sin despertar a las chicas de arriba. Resolví bajar y observarlos, un cambio de perspectiva podría hacer la diferencia.

    Escalón por escalón llegué hasta el último. Me recargué contra el muro, los observé y obstruían la salida mientras conversaban. La luz de la cocina encendida. Nelson cocinaba y tarareaba al mismo tiempo. ¿Qué garantía tendría yo si corría hasta la puerta trasera de la casa? Quizá estaba cerrada con llave, quizá no, era un 50/50. Tomé aire y respiré profundo. Seguro de mi siguiente movimiento, emprendí la maratón hacia la puerta trasera. En mi intento de valentía choqué con Nelson cuando salió de la cocina. Ambos caímos al suelo al suelo, Ronald y su combo se rieron.

    —Calma tu hambre, amigo —dijo Nelson—, hay suficiente para un batallón.

    —¿A dónde ibas? —preguntó Ronald.

    —Quería ir a la cocina, también quiero comida.

    —Sííí, Anthony, ya te creímos —dijo el grandote—. ¡Ibas a escapar!

    Nelson me ayudó a levantar, se devolvió hasta el mesón de la cocina y tomó un plato.

    —Anthony, este cereal es para ti.

    —Gracias, aunque prefiero un…

    —No te muevas —dijo el pelirrojo pecoso—. No vas a escapar, te vi correr ¡relámpago! La puerta trasera está cerrada con llave.

    —Come tu comida y sé agradecido —dijo Theodore aparentando seriedad.

    A regañadientes me senté a compartir el cereal con los muchachos. El tercer y segundo

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