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Incertidumbres del éthos vital contemporáneo: Del antropocentrismo al biocentrismo
Incertidumbres del éthos vital contemporáneo: Del antropocentrismo al biocentrismo
Incertidumbres del éthos vital contemporáneo: Del antropocentrismo al biocentrismo
Libro electrónico625 páginas17 horas

Incertidumbres del éthos vital contemporáneo: Del antropocentrismo al biocentrismo

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A lo largo del texto, siguiendo las teorías de sistemas, sondearemos la siguiente hipótesis: La Economía es un subsistema de redes de los sistemas antroposfera y tecnosfera, que tiene como deber-ser optimizar la coexistencia armónica y articulada de estos dos sistemas con la geosfera y la biosfera, agregando valor (riqueza) cuantificable en el mercado de bienes y servicios. De la Bioética Global podríamos decir algo semejante de lo predicado de la Economía […]. Pero se diferencia en que su deber-ser consiste en agregar valor moral y espiritual al conjunto de los cuatro sistemas, siendo estos valores morales y espirituales realidades intangibles no cuantificables, pero sí necesarias para la correcta convivencia de los seres humanos y de estos con su entorno ecosistémico. Por consiguiente, el referente ineludible, tanto de la Bioética Global como de la Economía, es el cuidado holístico de la vida, como nos proponemos argumentar en este libro de cosmovisión biocéntrica.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 ene 2022
ISBN9789587818000
Incertidumbres del éthos vital contemporáneo: Del antropocentrismo al biocentrismo

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    Incertidumbres del éthos vital contemporáneo - Gilberto Cely Galindo S J

    1

    LA CONDUCTA HUMANA ACTUAL. MORAL. ESTÉTICA. ÉTICA

    1.1. ANTROPOCENO. DUALISMO. SOCIEDAD VERSUS NATURALEZA. DECRECIMIENTO ECONÓMICO

    Llamaremos ethosvital a las condiciones de vida contemporánea y del inmediato futuro, tanto del hombre como de la casa terrenal, condiciones que comprometen la dignidad humana a favor o en contra de una convivencia justa, en paz, de bienestar y con oportunidades para todos en su búsqueda de felicidad.

    El ethos vital es el conjunto de formas de vivir con nuestros congéneres y con nuestra casa terrenal; son todas las condiciones antropocenas⁷ que comprometen nuestra suerte y la del planeta, la biosfera, desde que los seres humanos hemos venido distanciándonos de la naturaleza para apropiárnosla a favor de nuestras necesidades reales y de las que presumimos lo son. Necesidades guiadas, en buena parte, por intereses económicos y políticos. Esta muy larga etapa de milenios de creciente explotación de los recursos limitados del planeta que llamamos antropoceno se reconoce por las evidencias entrópicas de nuestro trasegar ecológico nefasto en los ecosistemas, y también deteriorante de la fraternidad humana.

    Este trasegar nefasto se llama huella ecológica, que también es huella humana en humanos, como diremos a continuación para evidenciar el antropocentrismo. La verdad es que los últimos dos siglos han sido de un alto crecimiento demográfico acompañado de un alto crecimiento industrial para satisfacer el consumo de alimentos, energía y de otros bienes y servicios. Todo este crecimiento va en contra de la salud ambiental, de la biosfera. Además está la gigantesca cantidad de basuras que los procesos de resiliencia naturales no logran degradar. Estamos sometiendo a la Tierra a un sufrimiento desgarrador que también es para sus habitantes humanos y no humanos. Esto no es justo.

    Desde el siglo pasado hasta hoy en día, estamos rebasando la capacidad de carga de la Tierra, como lo demuestran los indicadores de la Global Footprint Netwok. Estamos cerca de necesitar dos planetas Tierra para sostener una especie de equilibrio entre población-hábitat-economía. De todo esto y mucho más fuimos advertidos por el Informe Meadows desde 1972, Los límites del crecimiento –demográfico y económico–, pero estamos muy apegados a nuestras zonas de confort y somos demasiado lentos para reaccionar en el cuidado de nuestra casa común, que conlleva vínculos inexorables con la justicia debida entre los pueblos, el buen vivir y la paz mundial. Un año antes del Informe Meadows, en 1971, el libro de Nicholas Georgescu-Roegen La ley de la Entropía y el proceso económico nos advirtió de lo mismo.

    Por esos mismos años 70, varios gestores de pensamiento ecológico y moral avizoraron malos futuros inmediatos para nuestra especie y la de nuestra casa terrenal si continuamos las conductas económicas equivocadas que nos estaban llevando a la autodestrucción. Podemos traer a la memoria a personajes tales como Aldo Leopold, Arne Naess, Van Rensselaer Potter, varios Papas con sus encíclicas sociales y, por supuesto, los integrantes del Club de Roma, Aurelio Paccei, Alexander King, Ermst Ulrich, Dennis Meadows y muchos otros científicos economistas, filósofos y políticos.

    El Informe Meadows y la primera conferencia de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre temas ambientales, en Estocolmo, realizada del 5 al 16 de junio de 1972, que dio origen a celebrar el 5 de junio como el Día Mundial del Medio Ambiente, generaron una enorme e interminable controversia académica sobre Economía y política bajo los conceptos de desarrollo y crecimiento. Todavía creemos erróneamente que nuestro planeta, siendo finito, contiene recursos naturales infinitos que podemos explotar inmisericordemente, porque el crecimiento económico y el desarrollo deben ser imparables.

    Confundimos desarrollo humano con crecimiento económico. No son lo mismo, aunque tengan nexos que los vinculen. Tampoco debemos confundir anhelos de felicidad propios de la condición humana con crecimiento económico. ¿El bienestar y la vida feliz son posibles en condiciones económicas mesuradas en las que hayan justicia y menos desigualdades?

    Serge Latouche se ocupa de esta pregunta, dando continuidad a lo que ya, en los años 70, el matemático y economista Georgescu-Roegen, reconocido como el padre de la Bioeconomía y también de la teoría del decrecimiento económico, había iniciado. Latouche avanza apelando fundamentalmente a cambios conductuales de toda la población humana y de políticas que conduzcan a una vida frugal y simple, a la reducción al máximo posible de la producción y del consumo de bienes y servicios no necesarios, al abandono de las energías fósiles y sustituirlas por renovables, a la asunción con rigor de las propuestas de la economía circular, del reúso de las cosas, del manejo correcto de los residuos contaminantes, a la incentivación del trabajo cooperativo y solidario para que haya justicia y equidad en los ingresos.

    Latouche centra su atención de economista más en buscar el cambio actitudinal o modo de actuar de la gente, para lograr un mejor vivir en armonía ecosistémica –lo que llamamos ethos vital– que en una economía gestora de riqueza material. A pesar del enorme debate que han producido sus ideas, ha ganado adeptos entre personas serias y respetables que apoyan también el llamado del Papa Francisco a pensar que otra economía es posible, en los términos ecológicos de su encíclica Laudato si’. Juventudes alrededor del mundo y nuevos gobiernos de América Latina militan con estas convicciones.

    La palabra decrecimiento se convirtió en una grosera blasfemia contra los dogmas de la economía clásica, pero momentos vividos de crisis en que se altera negativamente el ritmo de actividad económica acrecientan los conflictos y el sufrimiento. Se dice que los países ricos lo rechazan porque no quieren perder sus condiciones de bienestar alcanzados y que los países pobres también porque se les negaría injustamente acceder a los beneficios que los ricos ya consiguieron. Muy pocos piensan que el crecimiento viene siendo un objetivo antieconómico porque se logra a costa de la pérdida de recursos naturales biofísicos (extractivismo, productivismo, consumismo voraz, además de usos desmesurados de fuentes energéticas siempre insuficientes) y de cambios climáticos destructores de la vida, de su calidad y de sentido. Y algunos creen que otra economía es posible, ante la inminente sexta extinción masiva de la biosfera.

    La supuesta economía ortodoxa prevalente en el mundo rechaza la propuesta de los teóricos del decrecimiento económico porque conduciría al cierre y bancarrota de muchas empresas, generaría desempleo, limitaría las libertades individuales y de política pública en el aprovechamiento y comercio de los recursos naturales, disminuiría la calidad de vida en los países ya desarrollados, dispararía una mayor inflación y depresión económica, reduciría la inversión en educación, salud y otros servicios públicos por menores ingresos fiscales, y frustraría muchas expectativas de felicidad de los ciudadanos.

    Precisamente ahora –50 años después– resurge el Club de Roma para recordarnos el tiempo perdido desde la publicación de Los límites del crecimiento. Este grupo de pensadores nos entrega Limits and beyond: 50 years on frond The Limits of Growht, what did we learn and what´s next? Son 50 años que hemos desperdiciado en detener el desastre de una muerte colectiva anunciada. También, 50 años de andar la palabra Bioética recorriendo el planeta, quizás secuestrada en discusiones casuísticas sobre salud humana y sobre los impactos de las investigaciones científicas en la praxis médico-jurídica, como ha sido prevalente en la percepción anglosajona. El libro Global Bioethies, de Van Rensselaer Potter (1988), ha sido poco asimilado por la política y no ha sido convertirlo en propuesta de ética pública y ni en ideario cívico.

    En la dinámica antropocena se ha ido gestando el antropocentrismo como la idea fuerza de la cultura que engrandece al humano respecto a la naturaleza, hasta envilecerla y exigirle gratuitamente la satisfacción de todas sus demandas. Esta exigencia abusiva y creciente, e irracional hasta el ecocidio, que se ha hecho evidente en nuestros días, encubre la filosofía dualista sociedad vs. naturaleza, más todos los dualismos internos de la sociedad, encubridores también ellos de terribles violencias e injusticias hasta el homicidio. Citemos algunos ejemplos de dualismo social: dominio del hombre sobre la mujer, dominio de unas razas sobre otras, de unos países sobre otros, estratificación social, personas libres y otras esclavas, nobles y vasallos, educados e incultos, habitantes urbanos y rurales, campesinos con tierra y sin ella, ricos y pobres, empresarios propietarios y trabajadores asalariados, etcétera.

    Todos los anteriores ejemplos tienen en común el ejercicio del poder de unas personas contra otras; la capacidad de dominio, de opresión y violencia, de injusticia e inequidad; y las profundas falencias éticas y morales a todo lo largo de la historia humana. En síntesis, las maldades que le hacemos a la naturaleza en el dualismo sociedad vs. naturaleza tienen peor correspondencia en el interior de la estructura social, lo que es una amenaza creciente que hacemos a la vida toda del planeta –lo que llamamos biosfera–.

    Poco avanzamos en humanizarnos, aunque inventariemos avances prodigiosos en ciencias y tecnologías. Las tecnociencias tratan de mejorar nuestra calidad de vida, viven en nosotros y nosotros en ellas, las llevamos en nuestro cuerpo y en nuestro ser, pero ellas no nos humanizan per se, aunque nos modelan como el alfarero a su cerámica. Necesitamos simultáneamente de los conocimientos sociales y humanos, así como de los sapienciales, para darle consistencia a la vida.

    Así las cosas, tendremos un ethos vital que se debate entre lo positivo y lo negativo, entre lo bueno, lo regular y lo malo, humanizante o deshumanizante, ético o antiético, moral o inmoral, digno o indigno y, como resultado de todo lo anterior, un ethos estético-ético o no.

    La moral es el conjunto de acciones individuales y colectivas, hábitos o modos históricos de convivir de una comunidad en su territorio, construyendo colectivamente lo que es favorable a todos y rechazando lo que les perjudica. Entendemos la moral como un constructo social que, por ensayo y error en el proceso de socialización, a partir de las emociones, va dando lugar a descubrir los conceptos racionales de bien y de mal, con reglas educativas que se pactan para beneficio de todos. Y dichos beneficios se convierten en creencias, convicciones, principios y valores que fundamentan evolutivamente las costumbres culturales. Los maleficios se reconocen socialmente como antivalores evitables.

    La estética habla del misterio insondable de lo bello, lo placentero, festivo, jubiloso, creativo, imaginativo, de lo autoorganizativo porque expresa los valores espirituales inherentes a todo ser humano en su hábitat natural y construido. La estética es el arte de convertir la vida y sus costumbres morales en gozo. Y el arte es la magia de hacer visible lo invisible, lo que se encuentra escondido en el misterio de lo revelado del espíritu a los seres espirituales.

    La ética, como reflexión que hacemos sobre nuestras costumbres o modos de vivir y de habitar, se construye en términos de racionalidad, volición libre, consciente y responsable para fijar fines y medios buenos de la conducta individual y colectiva aprobados socialmente; además, para elegir, entre múltiples opciones, formas correctas y estéticas de morar en la casa terrenal, casa común, que merece todo el cuidado para una justa y gozosa convivencia. La sociedad aprueba o reprueba las conductas de sus miembros, sus modos de habitar y convivir según los conceptos morales de bien y mal, de verdad, de buen vivir que construye históricamente a favor de la supervivencia, el bienestar, la armonía y la justicia colectivas.

    Los sistemas sociales, por ser autorreferentes, producen la ética por sí mismos. La ética, como la entendemos hoy, es un constructo histórico-social, interligado necesariamente a la auto-ethos-poiesis de los sistemas naturales biofísicos. Esta imbricada relación ecológica supera la tradicional ética antropocéntrica lineal y nos sitúa en una ética cosmocéntrica o biocéntrica de múltiples interrelaciones y alta complejidad que da cabida y cauce a la variopinta concepción de felicidad de los seres humanos. La política está al servicio de las aspiraciones de felicidad de los ciudadanos actuales, aspiraciones guiadas por la razón y no por simples caprichos individuales, a la vez que están comprometidas dichas decisiones políticas con las futuras generaciones humanas, para que ellas también puedan disfrutar de una vida digna en su momento.

    Este concepto complejo de lo público que establece vínculos morales humanos con el hábitat, más allá de los interpersonales y de los que se derivan de la fraternidad universal de la nueva ética, propuesta como ecología integral por el Papa Francisco, nos moviliza hacia la Bioética Global para favorecer unas mejores condiciones de vida, derechos de todos los seres vivos.

    La estética y la ética van juntas como expresiones espirituales del modo de ser y de habitar del Homo sapiens. Las interrelaciones ético-estéticas constituyen hábitos que conforman el ethos vital de cada persona en su modo de construir socialmente su propia felicidad, su autobiografía, en contextos políticos. Y nada más estético y ético que el misterio trascendente espiritual de la naturaleza humana, que ahora se abre espacios sorprendentes con la inteligencia artificial en el humanismo cibernético. ¿Se ocupará este humanismo cibernético de tratar con todo respeto la dignidad del misterio del afecto? ¿El amor será reconocido por la era digital con la máxima estima que merece por su belleza y grandeza moral? ¿Saben de justicia y equidad los algoritmos digitales? ¿Conocen ellos las palabras oblatividad y fraternidad? Debemos estar alertas de todo esto y de mucho más en los procesos educativos para que nos conduzcan al bien con sus expresiones estéticas.

    La naturaleza ha sido dibujada con el pincel de la estética. Y a los seres humanos nos corresponde mantener su belleza con nuestros hábitos éticos individuales y colectivos. Luego el hábitat y los habitantes exigen sinergias diacrónicas y sincrónicas de mutua interacción y reciprocidad, puesto que todo está ligado con todo. El desconocimiento de estas interligazones nos ha sumido en una profunda crisis ecológica y social, llena de incertidumbres, no tanto por lo que debemos hacer (¡que ya lo sabemos!) cuanto por el cómo hacerlo, pues implicaría renunciar a muchas comodidades y apegos innecesarios que nos han traído los avances tecnocientíficos de la cultura de la Modernidad.

    Podríamos decir que la episteme de la Modernidad tecnocientífica comenzó disociando al ser humano respecto de la naturaleza como si fuesen entidades radicalmente diferentes y antagónicas. Desde el siglo XVII, con Descartes y Galileo, y el progresivo método positivo-mecanicista, nos acostumbramos a explotar al máximo los recursos naturales, considerados estos como si fuesen inagotables. La Modernidad tecnocientífica desde Descartes, nos ha vendido la idea que los seres humanos tenemos que emanciparnos de la supuesta esclavitud histórica de la naturaleza y someterla a nuestro servicio. Este criterio influyó en los padres de la Ilustración en el siglo siguiente, quienes dieron rienda suelta al conocimiento crítico en busca de todas las libertades, centrando en la autoconciencia la zaga cultural del Siglo de las Luces, seguido por el desarrollo vertiginoso de las ciencias y tecnologías. Lograr ser autoconscientes para dotarnos de autonomía ha sido, desde los albores de los tiempos, el anhelo cognitivo y existencial del cerebro humano.

    El acceso a libertades y a la autoconciencia pasan por muy diversos procesos de subjetividad hacia el empoderamiento como emancipación, hacia la autoafirmación del ser en sí mismo. Todo esto es una larga y dispendiosa andadura individual y colectiva de aprendizaje por ensayo y error, con ganancias importantes y también costos históricos. Ningún aprendizaje es gratis, todos pasan la factura, tarde o temprano. La naturaleza nos está pasando ahora costosas facturas ecológicas por el dominio que hemos hecho de ella con las poderosas tecnociencias que, si bien nos han traído bienestar y nos han liberado de muchas tiranías materiales, han producido rupturas en las lógicas que articulan las dinámicas entre naturaleza y cultura en el proceso evolutivo de ambas. También el fortalecimiento de nuestra subjetividad –tan apreciada y defendida en los días actuales– nos deja el incómodo ripio de los egoísmos que nos disocian y enfrentan a los seres humanos con todo tipo de violencias. Son ripios antropocéntricos tan tóxicos que ponen en jaque todos nuestros logros. Así que la Modernidad, al hacerse cargo de realizar los ideales emancipatorios de la Ilustración, titubea nerviosamente ante los reclamos de las nuevas generaciones que no desean heredar estos pasivos históricos porque amenazan su futuro.

    Como hemos dicho repetidamente, la Modernidad nos entrenó para ser consumidores avaros de todo cuanto se nos antoje, sin reparar en límites, hasta que llegamos a la actual crisis ecológica y civilizacional. No queremos aceptar que podemos vivir mejor con menos. Que una vida frugal nos alivia del peso agobiante del mucho consumo, desperdicio y basuras, del agotamiento de los recursos naturales, de tantas ambiciones que ponen en riesgo la libertad y la conciencia moral, de la competitividad mal entendida, de la avaricia económica y política llevadas en lenguaje algorítmico, de conflictos bélicos de todo tipo y de muchas incertidumbres. La Modernidad nos ha puesto en el quicio del desgano existencial que caracteriza a la posmodernidad sumida en subjetividades autorreferenciales en busca de sentido. Quizás el Coronavirus, con sus estragos en todos los ámbitos de la vida humana, nos permita tomar conciencia de nuestras falencias, realizar una catarsis de los traumas severos de la Modernidad e intentar instaurar un nuevo orden mundial multicéntrico con un sistema efectivo de gobernanza global para exigir el cumplimiento de la normatividad ecológica y de derechos humanos, que ya existe en abundancia. Dichos traumas son globales, como también lo es la pandemia de la covid-19. Esta realidad nos obliga a pensar globalmente y a actuar localmente con premura.

    Para no ser éticamente ilusos, no se persiguen aquí utopías inalcanzables acerca de un ethos o ambiente vital que llene todas las condiciones socioeconómicas ideales que ultrapasen los imaginarios individuales y colectivos de felicidad. Tampoco de salud impecable y sin dolencias corporales o espirituales. Ni de longevidad sin límites. Todo lo anterior comprendería en buena parte al mito bíblico del paraíso terrenal. ¡No! Porque dicho paraíso nunca existió en los orígenes humanos como estado utópico de felicidad plena; tampoco existirá como tal, pero sí continuará inscrito en la psique humana el deseo de intentar construir mancomunadamente, en el presente y el futuro, un hábitat social con oportunidades diversas y libres para que cada persona satisfaga, hasta donde pueda, su propio ideario de felicidad en función del sentido y rituales con que desee llevar la vida.

    Más allá de los placeres sensoriales que puedan adicionar solamente bienestar hedonista pasajero, la felicidad consiste en disfrutar cada quien, a su manera y sin detrimento de las opciones ajenas, del modo correcto, placentero y gratificante de morar dignamente en nuestra casa terrenal, casa común, dándole sentido espiritual trascendente y duradero a la existencia.

    El autoconocimiento es requisito para que la felicidad aporte crecimiento personal y autorrealización, y conduzca, como dice la Real Academia Española de la Lengua, a un estado de grata satisfacción espiritual y física. Es decir, vida digna y buena.

    En el lenguaje aristotélico, este tipo de vida buena, placentera y virtuosa (areté) sería eudaimonía. Aristóteles vincula a la ética la estética, en la medida en que la vida buena es virtuosa y simultáneamente bella, tanto para quien se habitúa voluntariamente a vivir las virtudes con esfuerzo constante y alejado de los vicios, como también para quienes la observan complacidos por los beneficios morales que aportan los virtuosos a la correcta vida social. Y esa manera correcta de morar es la moral. Al reflexionar sobre ella, pasaremos por las fuentes que inundan de dignidad o no los territorios del ethos vital. Comencemos viendo la relación entre estética y Bioética Global, siendo la Bioética Global ética de la vida. La vida en sí misma es la más prodigiosa obra de arte, la belleza imitada éticamente por todos los artistas.

    Digamos de la estética que es el nombre del buen gusto que aporta contenidos de placer espiritual, bienestar, gozo de la vida, felicidad y deseo incansable de disfrutar con todo lo que nos aparece armónico, bello, bueno, apetecible y gratificante. Así es la vida. Es intrínsecamente bella. Como también es bella la ética biocéntrica, que se ocupa del cuidado y sentido de la vida en su totalidad compleja, no solo de la vida humana. Venimos al mundo precableados biológicamente con esta sensibilidad hacia lo que sea placentero para escogerlo y rechazar lo displacentero porque nos desagrada, incomoda y fastidia. Gracias a dicha predisposición biológica, percibida por los órganos de los sentidos y compartida con todos los otros seres sintientes con diferentes gradientes de sensibilidad y de conciencia, aseguramos la supervivencia, la percepción de la belleza para gozarla y el desarrollo progresivo de los sentimientos morales⁸ para crecer como seres humanos. Estamos hablando, entonces, del principio de placer y del principio de realidad propios del psicoanálisis freudiano.⁹

    El sumo bien, según el pensamiento aristotélico, es la felicidad, donde reposan la estética, la moral y la ética, construyendo dignidad humana. La felicidad, así, consiste en vivir jubilosamente conforme a la naturaleza y la razón. De ahí la importancia de conocer el sentido de la vida del hombre, el para qué se vive, que sobrepasa la inmediatez de las circunstancias para hallar su realización como ser racional y libre, que conlleva la pauta hermenéutica y la praxis política en las relaciones sociales. Ética y estéticamente moramos la tierra, construimos proactivamente nuestro hogar y proyectamos en este nuestro ideario subjetivo de bienestar, de felicidad: el buen vivir, ideal de las comunidades indoamericanas.

    Profundicemos en estos aspectos ético-estético-bioéticos, peregrinando por el concepto del ethos vital.

    1.2. VIRTUALIDAD Y MOVILIDAD HUMANA ACELERADA E IMPREVISIBILIDAD

    El ethos vital contemporáneo está marcado por la virtualidad, la movilidad acelerada y la imprevisibilidad como efectos de las tecnociencias, especialmente en el estilo de vida urbano, y también ya en el rural.¹⁰ La movilidad espacial nos ilusiona con la idea de llegar a ser ciudadanos del mundo, es decir, ciudadanos trashumantes, gracias a los transportes aéreos, marítimos y terrestres, que no reparan en distancias, tiempos ni riesgos. Y ahora trashumantes virtuales con Internet, que en todo transforma nuestras vidas personales y colectivas, y también medioambientales.

    La Cuarta Revolución Industrial es virtual y robótica, desestabilizadora de las estructuras morales habituales e imprevisible de aquellas que traerá consigo por las múltiples emergencias tecnocientíficas que se fecundarán entre sí, impactando los hábitos de las gentes y sus hábitats. Esto demanda mucha cautela educativa para que las nuevas generaciones no se salgan de madre humanizante, del cuidado de todo tipo de vida y de sus soportes abióticos, y de un modo fraternal de habitar el planeta. Todo el sistema educativo mundial debe apostarle a construir las tecnociencias en el nuevo paradigma biocéntrico, fuera del cual no habrá salvación para el hombre ni para la casa terrenal. De esto viene hablando la Bioética Global desde Fritz Jahr y Van Rensselaer Potter. Desafortunadamente, la cultura anglosajona sesgó la Bioética Global hacia las ciencias de la salud siguiendo el paradigma antropocéntrico dominante en los años setenta y dio lugar a pensar la Bioética Global como una más de las éticas aplicadas o profesionalizantes.

    Lo más sorprendente es que la virtualidad traerá mayor movilidad psicomental que producirá cambios acelerados e insospechados en la vida diaria de las gentes confinadas en las grandes metrópolis. Los medios electrónicos son instrumentos tecnológicos, son téchne, unos de los más recientes, entre tantos otros que a lo largo del proceso evolutivo han prestado un servicio adaptativo a los seres humanos en competencia con los seres no humanos. Así que nuestra especie articula su evolución filogenética a los medios instrumentales creando interdependencia y complementariedad con ellos, porque tiene pensamiento futuro, medios que a su vez reconfiguran y adaptan el cuerpo y la psique humana a modos conductuales de habitar el planeta, a un ethos vital, es decir, a modos de vida culturales. Así que ahora estamos construyendo la cultura de la virtualidad, o digital, un fuerte avance de la razón instrumental-analítica, a la vez que esta nos está construyendo con sus aciertos y defectos, porque la téchne crea dependencias comportamentales. Así lo ha hecho desde la oscuridad de los tiempos.

    Las innovaciones tecnológicas y los acontecimientos sociopolíticos penetran por todos los poros de la psique y las neuronas sin pedir permiso, vulnerando la privacidad y la voluntad libre. Los medios electrónicos de comunicación social (televisión, radio, internet, teléfonos celulares, redes sociales y toda la virtualidad) ejercen permanente presión emocional con sus fascinantes medios instrumentales y mensajes sobre los imaginarios de cada persona con narrativas distópicas, para movilizarla emocional e ideológicamente hacia múltiples metas de sentido confuso, sin rumbo unificado, que dispersan el libre desarrollo de la personalidad y fracturan la identidad individual. Todo esto cargado de la imprevisibilidad que rompe los procesos biofísicos de los ritmos circadianos, tanto de lo otrora cultura rural como de lo urbano actual, produciendo emergencias¹¹ incalculables que no dan tiempo para asimilarlas porque lo único permanente es el cambio veloz, complejo, disruptivo, volátil, incierto y lleno de ambigüedades generadoras de incertidumbres, también de utopías. Viene al tema el ancestral aforismo: si no puedes vencer a tu enemigo, ¡confúndelo!. Esto lo practican bien los difusores de fake news.

    La virtualidad –digital, algorítmica o una con el futuro hecho presente– es algo mucho más que los objetos físicos por donde transita (digamos de manera coloquial, sus juguetes, que tanto nos entusiasman: teléfonos celulares, computadores, televisores, relojes inteligentes, el Internet de las cosas, realidad virtual, hologramas…), es toda una cultura que nos globaliza, nos interrelaciona, nos hace interdependientes, nos hace soñar lo increíble porque nos hace ver lo invisible, nos recrea y nos lanza hacia estadios inmateriales de nuestra condición de seres corporales y espirituales.

    La virtualidad tiene la magia de traer el futuro al presente haciendo visible lo invisible. Impacta psicológicamente con la tiranía de crear adicción, dependencia e inmediatez, a la vez que resta importancia al pasado. ¿Tendremos una sociedad también enferma de adicción a lo digital, dependiente de sus juguetes e inmediatista en satisfacer sus deseos? Ya estamos observando síntomas de ansiedad que así lo sugieren. ¿Cómo educar para evitar esta nueva pandemia?

    La cultura de la virtualidad está operando cambios acelerados de las costumbres urbanas y rurales con efectos económicos y conductuales que afectan el mundo de la vida, del cual se ocupa la Bioétia Global. El mundo ya es y será diferente, nos lo repitieron en el Foro Económico Mundial de Davos, en mayo de 2022, insistiendo en el impacto de las nuevas tecnologías digitales, de la guerra Rusia. Ucrania, más las pandemias. Todo esto aporta incertidumbre económica, agravada por el cambio climático, con disminución de los alimentos que amenaza con hambruna general, aumento de migraciones, crisis de los combustibles fósiles, inflación generalizada y nuevo armamentismo.

    Oxfam Internacional elevó su voz en Davos para demostrar que durante la pandemia de la covid-19 muchos pocos ricos del mundo se enriquecieron mucho más y que tienen la obligación moral de ser grandes contribuyentes para aliviar el dolor de los pobres. Davos, entonces, nos alerta sobre la inminencia de los cambios sin decirnos cómo prepararnos para afrontarlos, porque las incertidumbres sobrepasan las certezas, además de carecer de una inteligente y eficiente gobernanza mundial, ya que los problemas son de proporciones abrumadoras. La advertencia de Davos es irónica: sálvese quien pueda. Mientras que su santidad el Papa Francisco, en sus dos encíclicas sociales, Laudato si’ (2015) y Fratelli tutti (2020) y en múltiples alocuciones, nos convoca a salvarnos colectivamente o a perecer.

    Haciendo una breve mirada retrospectiva sobre los cambios, las ciudades anteriores a la Revolución Industrial se organizaban respondiendo a las necesidades sociales de las gentes de entonces: asentamientos próximos a fuentes de agua y de fácil defensa frente animales predadores y agresiones enemigas, pastoreo cercano a la vivienda, cultivos de pancoger en su entorno, vecindario compuesto por familias extensas de tipo patriarcal con Economía solidaria artesanal, muchos lugares de culto religioso, movilidad restringida, comunicación cara a cara e intercambio inmediato de bienes y servicios. Con la Revolución Industrial, los asentamientos urbanos se organizaron en función de las tecnologías a vapor y eléctricas, productoras de empleo masivo, o sea, en las proximidades de las fábricas, y estas no lejanas de la provisión de los insumos o de los transportes comerciales terrestres, fluviales y marítimos. Los productos industriales hicieron desarrollar portentosamente la movilidad comercial y laboral, comenzando por los ferrocarriles. Progresivamente la vida urbana industrial rompió la familia patriarcal y la organización feudal. Vinieron a distanciarse espacialmente los lugares de vivienda, de trabajo, de la educación de los niños, del abastecimiento de víveres, del descanso, de defensa delincuencial, del culto y de los servicios administrativos de lo público. Ahora estamos en la revolución tecnológica de la virtualidad, que nos hace saltar fronteras espacio-temporales, nos globaliza a ricos y pobres haciéndonos creer iguales, que tiende a estandarizar las condiciones urbanas con las campesinas, y genera teletrabajo y teleducación, disminuye la asistencia a los centros comerciales, puesto que las compras se pueden realizar virtualmente y se entregan a domicilio. El pago de impuestos, de servicios domésticos y las diligencias bancarias ya se hacen de manera virtual; la recreación, como lo cultural y lo religioso, llegan virtualmente a los hogares, y así muchas otras novedades que modificarán los usos del suelo urbano y las maneras de habitar y de convivir. Todo esto son relaciones intrincadas entre lo económico y lo moral, viajando velozmente, sin cinturones de seguridad y sin rumbo fijo, en las aeronaves de las tecnociencias algoritmizadas que piden a gritos un pilotaje bioético protector de la vida humana.

    Toda Esa prodigiosa virtualidad, que nos hace creer que todos somos iguales, es discriminatoria y activadora de mayor desigualdad entre ricos y pobres. Este producto de la inteligencia artificial debe ser orientado con novedosos criterios biopolíticos humanizantes, para evitar nuevos colonialismos digitales, económico-políticos, de quienes poseen los big data, apoderándose de la información personal de sus usuarios para vulnerar los derechos a su privacidad y a la libre determinación, como también para someter a los países a manipulaciones inequitativas indignantes. Recordemos que, así como existen los virus de alto poder letal en la naturaleza, también existen los virus digitales y los hackers tremendamente destructores y capaces de producir guerras masivas sin disparar un solo tiro.

    En el mundo actual intercomunicado, los big data constituyen un activo de altísimo valor económico y político para negociar futuros, tanto o más como los bancos biológicos de germoplasma y los de ADN humano. Ya sabemos que la Economía y la política conducen el tren de las tecnociencias y que sus ambiciones sin límites tienen pocos escrúpulos bioéticos. Muy retrasados andan los países en regular bioéticamente estos tres gigantescos activos productores tanto de poder y de riquezas insospechables, como de posibles terrorismos y manipulaciones perversas. Los tres temas interactúan y son de tal envergadura vital que superan los nacionalismos y solicitan la atención de una gobernanza mundial para el cuidado y protección de la vida toda en el planeta Tierra: vida biológica y cultural. Donde quepan todas las culturas actuales.

    En esta sociedad globalizada, con fachada de ser incluyente, sucede lo contrario. Las personas y su tiempo quedan atrapadas en una autopercepción de fugacidad, de ser parte de la rápida obsolescencia de cualquiera de los objetos de consumo y de la fragilidad líquida de las relaciones humanas, como lo describe Sigmund Bauman (2005). Para Bauman, lo líquido es la incapacidad de mantener su forma durante mucho tiempo y su propensión a cambiar de forma bajo la influencia de presiones mínimas, débiles y leves es solo el rasgo más obvio y, en mi opinión, también la característica más consecuente de nuestra condición actual sociocultural.

    El trabajo de hoy forma parte de este juego distópico perverso, de condiciones que violentan toda psiquis individual y colectiva, ocasionan fatiga laboral por el estrés crónico, y traen efectos psicológicos negativos, como la ansiedad y la desesperanza, que con frecuencia conducen al síndrome de burnout.¹²

    El descanso, en esta sociedad llevada a las carreras productivas, no consiste en un recreo placentero revitalizador; no es re-crear las energías desgastadas, una especie de volver a nacer. No es un ocio recreativo generador de nuevo aliento para el emprendimiento laboral jubiloso, lleno de esperanzas frescas, como lo es el paisaje de cada amanecer. También descansar se vuelve rutina fatigante porque está mediada por juguetes tecnológicos que dan continuidad a los que ya se tienen en las actividades laborales. Peor si el trabajo se hace en casa y se vuelve pandémico, porque la casa pierde su ambiente hogareño y se llena de tensiones laborales.

    Cada vez más las tecnologías invaden nuestro diario vivir con la virtualidad, también llamada digital, con productos de la inteligencia artificial que nos prometen calidad de vida y hasta eterna juventud, modificando nuestra condición psicobiológica al deseo del poshumanismo. Bienvenidas la inteligencia artificial y la robótica si son incluyentes, justas y humanizantes; si no aumentan la brecha entre ricos y pobres; si velan por el bien común; y si respetan la dignidad de la persona y la de la naturaleza.

    La movilidad acelerada y la imprevisibilidad están legitimando la pluralidad de valores morales, de creencias espirituales y religiosas, de formas de vida y equidad de géneros con sistemas sociopolíticos que individualizan y liberalizan las costumbres. Todo ello está bien. Favorece la convivencia al despertar diversidad que enriquece los roles sociales, produce pluralismo, tolerancia, respeto por la diferencia e invita a la inclusión. En este contexto, cada uno busca a su manera la verdad¹³ que le aporte explicaciones a su propia biografía, prefiriendo la verdad que vaya en la línea de lo útil y pragmático, capaz de serenar las sensibilidades que incomoden y causen angustia. Sin embargo, en el contexto social actual, en que el ser humano se enfrenta a un mar de información que produce desconcierto interpretativo, abundan también las falsas noticias (fake news), que corren por las redes sociales desinformando de manera virulenta, sembrando incertidumbre y mucho daño a la verdad. Hacen falta líderes espirituales que ofrezcan ideales humanizantes.

    Este concepto de verdad utilitaria se riñe con el discernimiento, con las abstracciones metafísicas aportadoras de sentido trascendente y con los conceptos sintéticos que evitan fragmentar los saberes y perder el sentido de totalidad. Vivimos una angustiante pérdida del sentido de la vida y del deseo de vivir juntos. (Laudato si’, 2015, n.º 110). La verdad se desdibuja en todo aquello que demande esfuerzos de pensamiento duro con ascesis de largo aliento. Nadamos en un mar de información turbia donde se prefieren las verdades de fácil recibo, las que vienen envueltas en papel de regalo y con moño, aquellas que entran placenteramente y con mucha estética de oropel por los órganos de los sentidos, sin exigir desgaste intelectual de discernimiento alguno. Son aquellas verdades subjetivas constatables con la propia experiencia, aparentemente transparentes, y que llevan al relativismo moral porque se ubican en el filo de la navaja entre verdad y mentira, típico de las redes sociales, en las cuales cada participante cree que está dotándose de identidad para superar la anomia social tan desgastante del yo. O pueden ser verdades a medias, o fake news que, de tanto ser repetidas con las estrategias publicitarias terminan siendo aceptadas socialmente como verdades. Pero… a la postre, las verdades dispersas no pretenden universalidad alguna, sino construir un pequeño relato de vida convincente y coherente para el propio yo que le apropie identidad, o al menos un alivio a los cansancios existenciales que trae la autoexplotación en la sociedad contemporánea, manipulada por la clase dirigente a favor del crecimiento económico. El filósofo coreano Byung-Chul Han describe muy bien estos perfiles psicológicos contemporáneos producidos por la tiranía de la infocracia creadora de tribus digitales con el control de la información, nueva forma de poder político y económico.¹⁴

    Internet apoya generosamente este bazar de oferta de verdades para todos los gustos y de búsquedas de felicidad de los consumidores. Otro tanto hacen los credos religiosos de reciente aparición, los sospechosos de intereses mercantiles y poder político, varias pseudociencias, las supersticiones y brujerías de origen atávico, las creencias esotéricas de la Nueva era, algunas filosofías orientales mal aclimatadas en Occidente y la abundante literatura de autoayuda psicológica. Todas estas ofertas de verdades son proveedoras de elementos fragmentados de sentido existencial en la sociedad abierta, democrática, liberal, pluralista, tolerante, incluyente y laica. De allí que los gobernantes y legisladores deben satisfacer las demandas de los asociados, distinguiendo entre lo que sea obligatorio para la correcta convivencia de todos (ética de mínimos) y lo que sea preferencia de algunos más exigentes (ética de máximos).

    1.3. COMPLEJIDAD CULTURAL Y SOCIAL VERSUS LO ECONÓMICO E INSTITUCIONAL

    A la vez, esa trama social contemporánea que dispensa sentidos existenciales tan disímiles y caducos produce personas, instituciones y una sociedad ansiosa por la sobrecarga de transitoriedad, caducidad, desterritorialidad, individualismo, apegos y desapegos afectivos en un sistema económico capitalista-financiero internacional que sobreestimula la emotividad a favor de mayor productividad laboral y supuestas recompensas de bienestar para todos.¹⁵ Este sistema socioeconómico, ante la gran diversidad y heterogeneidad del mundo actual, genera muchas incertidumbres con su cortejo de la subjetividad, que tienta a la expansión: por ejemplo, en la actividad económica, con el endeudamiento personal con las tarjetas de crédito, y en la estatal, con los préstamos internacionales, mientras surge un objetivo oculto que recae en el aumento de la plusvalía, que se concentra en manos de unos pocos que astutamente invierten en lo más lucrativo a su favor en el momento.

    Por lo anterior, la Economía neoliberal, ante la falta de perfección en los mercados y las debilidades institucionales para complementar su acción, siembra desconfianza, inestabilidad e incertidumbre en la mayoría de las gentes, victimizadas por los efectos pauperizantes de sus salarios mínimos y de sus esperanzas de una vida mejor. Se trata de un ambiente complejo, dinámico y cambiante en que crece la tendencia de la industria a remplazar la mano de obra por máquinas robotizadas y a los empleados de escritorio por sistemas electrónicos sofisticados y de muy rápida evolución,¹⁶ lo que, de no generar un crecimiento inclusivo, eleva el desempleo, pues exige mayor especialización en nuevas competencias tecnológicas y sociales para mantener activo el aparato productivo, mientras el mercado reboza cada vez más de productos de consumo inalcanzables para muchas personas pobres que acumulan sentimientos de frustración por no poder adquirirlos. El mercado está dirigido e inducido por los industriales y el comercio, y no por los intereses reales de la gente, lo que incentiva la exacerbación consumista y los daños ecológicos, sin resolver las necesidades básicas de la población. Esta, en sus diferentes roles, es la que debe inducir al mercado con sus decisiones de gasto, y no ciertas empresas, como actualmente sucede. Las necesidades económicas reales de la población deben constituirse en voto político para una democracia deliberativa y participativa. Así las cosas, saltan al ruedo líderes populistas, tanto de izquierda como de derecha, que se apropian de la desgracia ajena para alimentar sus intereses políticos irresponsables, como sucede en América, sin que resuelvan las limitaciones y contradicciones del sistema económico, por el contrario, las agudizan poniendo en peligro las ya débiles democracias con la polarización ideológica.

    Tenemos, entonces, sociedades con superávit de emociones hedonistas y déficit de afectividad. Sociedades neuróticas, víctimas de incertidumbres estresantes causadas por la avaricia estimulada en todas las clases sociales por la sobreestimulación de las emociones, con efectos diferenciales en los diversos

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