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Crépitos: Doctrina Oscura, #1
Crépitos: Doctrina Oscura, #1
Crépitos: Doctrina Oscura, #1
Libro electrónico487 páginas7 horas

Crépitos: Doctrina Oscura, #1

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En El Roble una maldición posa sobre el viejo bosque circundante al colegio Durán-Dávila, ahí donde espectros de niños con cuencas vacías rondan con su cantar maligno.

Roxan y Andrey son dos estudiantes de último año cuya rutina dará un giro al encontrarse con estos seres y con algo aún más perverso que busca acabar con sus vidas y las vidas de sus compañeros. Además de un mal oculto que les vigila.

¿Serán capaces de desvelar el misterio detrás de lo que les acecha?

 

Crépitos es una novela de suspenso y terror, ligera y entretenida que te incitará a leer sin parar hasta que logres descifrar todos sus misterios.

¿Te animaras a saber que hay en el corazón del bosque y que es lo que crepita en el interior de cada uno?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 mar 2023
ISBN9798215470183
Crépitos: Doctrina Oscura, #1
Autor

Sergio Nuñez Garita

Nacido en 1987 en Heredia, Costa Rica.  Estudió arte en la UNA y administración de empresas en la UNED. Vive actualmente en Cartago, Costa RIca, con su esposa y dos hijos.   

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    Crépitos - Sergio Nuñez Garita

    ¹ Durán-Dávila, el colegio en el cual debía transcurrir su último año de bachiller en educación media. Un repentino y débil toc, toc lo sacó de sus pensamientos a la vez que una voz infantil llegó a sus oídos, llamándolo.

    —Andrey —dijo la voz—. Andrey ábreme por favor.

    El chico se levantó de su cama y abrió la puerta. Su hermana Sara entró corriendo, cerró la puerta y le abrazó las piernas. Lloraba en silencio.

    —Oye —dijo Andrey— ¿Qué pasa pequeña?

    La niña movió la cabeza con fuerza, negándose a hablar. Él le acarició el cabello y la acercó a la cama, ayudándole a tranquilizarse.

    —Sara —le dijo—. Dime que pasa, ¿por qué lloras? ¿Antonio te molestó?

    Antonio era su otro hermano, tenía trece años y gustaba de molestar a Sara quien apenas estaba por ingresar al primer año de escuela.

    —N… N… No —dijo entre sollozos la niña.

    —Entonces ¿qué ocurrió?

    La niña tembló un poco, tratando de acumular el valor para expresar lo que había visto y poco a poco comenzó a hablar.

    —Fu… fui a or… a orinar —dijo—, Y estaba ahí afue… afuera… vién… viéndome.

    Andrey temía lo que su hermana estaba por decir, temía que fuera lo mismo que él había estado observando en la casa poco después de que se mudaron, el motivo por el cual aún estaba despierto meditando esa noche. No quería oír lo que su hermana estaba por decir, pero ya era inevitable.

    —¿Quién te veía?

    —Era un… un niño —dijo—, como yo, per… pero no… no tenía… no tenía…

    No lograba articular lo que deseaba expresar, así que terminó señalando sus ojos en medio de su expresión de terror, acto seguido, se tapó la cara y comenzó a llorar. Andrey la abrazó, sin saber que decir. No podía decir que era solo su imaginación, pues lo que su hermana había visto era lo que a él le había atormentado todo el verano, y ahora temía que esa cosa que habitaba en su casa fuera capaz de hacerles daño. Miró a la puerta de su habitación mientras recordaba lo que había aprendido hasta esa fecha, sobre las leyendas de esa zona.

    2

    Andrey era parte de una familia mediana que había sufrido una terrible perdida un año atrás. Su papá había fallecido en un accidente de tránsito del cual Andrey prefería no pensar. Randall Arguedas, su padre, había sido un panadero con mucho talento, nativo del pequeño pueblo montañés de El Roble, motociclista aficionado, fanático del fútbol, los libros de detectives y a pasar el tiempo jugando videojuegos con sus hijos. Junto a su esposa Martha, había sacado adelante a su familia con un local propio en San José, pero tras su repentino fallecimiento habían tenido que realizar cambios para adaptarse a la situación. La madre de Andrey había recibido el pago de un seguro de vida que su padre había adquirido años atrás, con el cual decidió comprar una casa en la zona de El Roble, como el padre de Andrey había deseado por tanto tiempo. Un pueblo alejado al que su padre había soñado volver, y al cual ellos se trasladarían ahora sin él.

    Andrey sentía como su responsabilidad llenar el espacio que su padre había dejado, suplir la figura paterna que su hermano y hermana necesitaban. Sin embargo, la sombra de su padre era muy grande para ser cubierta.

    Randall Arguedas, además de ser un excelente panadero, había sido un gran hombre, musculoso, de quijada cuadrada y sonrisa amable, siempre atento a su esposa, ayudándola con el cuido de sus hijos y los deberes del negocio como lo del hogar, y con sus hijos, pues con ellos había sido un padre excepcional. Había estado ahí para cada uno cuando lo necesitaron, y también estuvo ahí cuando no. Andrey debía muchos de sus conocimientos y gustos a la estrecha relación que tuvo con su padre. Tras su fallecimiento el chico tuvo que pasar varios días en cama y fue ahí cuando sucedió por primera vez.

    La figura oscura solía aparecer en uno de los rincones de la pequeña habitación que compartía con Antonio en San José, el chico se frotaba lo ojos para alejar la visión que estaba delante suyo, pero esta se mantenía ahí impasible. Le atormentaba también en sueños inquietos, llenos de asfalto y sangre, tras los cuales despertaba solo para encontrar a la figura oscura de pie al lado de su cama, viéndolo. Era un espectro que le acusaba y el peso de su mirada era tal, que Andrey solía encontrarse de pronto en la cocina del apartamento, mirando fijamente el filo de los cuchillos sin entender por qué.

    Ante esa situación, la noticia del cambio de hogar parecía una buena idea, a pesar de las protestas de sus hermanos por tener que dejar atrás sus amistades. Su madre ignoró estas protestas y pronto se encontraron contemplando la autopista que conducía a Cartago, una autopista sorteada por pinos, robles sabana, y grandes montañas de tono verde. Después de una breve incursión por el centro de la ciudad, la carretera volvía a las amplias zonas verdes de aspecto rural en dirección al valle de Orosi. Ese era el camino a su nuevo hogar, un área donde los fríos vientos alisios soplaban con mayor fuerza y las tormentas podían azotar de forma inesperada.

    El Roble era el nombre del pueblo, ubicado en una amplia planicie a mitad del sistema montañoso del valle de Orosi. Andrey había contemplado con melancolía la belleza natural de la zona, sus pinos, cedros y ébanos de tono verde, varias zonas estaban recubiertas con sabana de pajón que se movía con fuerza empujada por el viento. El pueblo a su vez se encontraba rodeado por varios robles sabana y árboles de jacaranda, que con el rosa y violeta de sus flores creaba una imagen pintoresca, única, fácil de comprender porque su padre había deseado tanto volver. El pueblo en su parte exterior se encontraba dominado por varias hectáreas de zonas de cultivo, pero conforme se acercaban al centro del mismo, era común ver tiendas de suplementos especializados, supermercados, tiendas de ropa y varias viviendas de ladrillo rojo y paredes de madera, entre otras más modernas de concreto. A diferencia del centro de San José, El Roble parecía carecer de locales que para Andrey se habían vuelto vitales, como los centros de videojuegos o los cafés Internet.

    Atravesaron el pueblo hasta el extremo opuesto, donde a mitad de una amplia calle se encontraba ubicada la casa de dos pisos que su madre había adquirido. Era una casa de cemento, a diferencia de la mayoría de las casas de esa área del pueblo, tenía un viejo limonero en frente, un garaje y un pino alto lleno de vida. También contaba con una zona adicional a un costado, motivo principal por el cual su madre había elegido ese punto. Era un pequeño espacio que sería la nueva repostería, ahora administrada por ella. En la puerta de entrada colgaba un rótulo Repostería & Panadería Alborada.

    La familia había comenzado a explorar la casa tan solo llegar. En el primer piso se encontraba la sala de estar, la cocina, el comedor, un baño y la puerta trasera que conducía al patio. En el piso superior había cuatro habitaciones, la principal era la de su madre y las otras tres, más pequeñas, eran para cada uno de sus hijos. Era una mejora sustancial en comparación al apartamento donde había pasado casi toda su vida, la sola idea de que iba a tener un cuarto para él solo era maravillosa. Andrey había entrado con un leve cojeo a la que sería su habitación y pudo ver, a través de su única ventana, el paisaje montañoso que se extendía a lo lejos.

    Durante el primer mes se dedicaron a bajar y desempacar las maletas, retiraron los empaques de los muebles y estuvieron comprometidos en desembalar los contenidos de las cajas, así como en ordenar todo el nuevo hogar. Su madre había tomado una de las cajas que tenía el rotulo de Navidad sobre ella y les lanzó la pregunta.

    —¿Decoramos?

    Antonio y Sara miraron a Andrey, pero el chico había negado con la cabeza. Decorar sin su padre era como un ultraje. Su madre asintió con la cabeza e hizo la caja a un lado, contemplándola con tristeza. De esta forma pasaron una navidad sin festejo, pero las conversaciones llenas de optimismo no tardaron en llegar conforme los días pasaron y el nuevo aire parecía hacer efecto en las heridas de la familia.

    De todos los miembros, quien más rápido se acopló al cambio fue Sara. La niña se dedicó a explorar cada rincón de la casa con dedicación, encariñándose con cada objeto que llegaba a sus manos, como si del descubrimiento de un nuevo continente se tratara. Antonio por el contrario, extrañaba las amistades que había dejado atrás, extrañaba las facilidades que había en la capital y extrañaba el padre que se había ido. Andrey se encontraba en medio de ambos, extrañaba sus viejas amistades, pero agradecía el cambio y la paz que había traído a sus sueños el paisaje verde de El Roble.

    El dolor de su corazón al pensar en su padre era menos fuerte cuando caminaba por los adoquines del pueblo o visitaba el parque central, cuyo nombre oficial era "Parque Lic. Adriana Nuñez

    ² en honor a su benefactora, pero que los lugareños llamaban sencillamente Parque de las Amapolas", y que como su apodo indicaba, se encontraba rodeado por una abundante cantidad de amapolas que le daban un aspecto mágico, debajo de las luces colgantes y de los árboles que habían sido decorados para la navidad. En ese lugar las cosas parecían no ser tan malas como lo habían sido meses atrás.

    Una semana después de año nuevo, su familia decidió visitar las instalaciones del colegio donde transcurriría el último año de Andrey y el primer año de Antonio como estudiante de secundaria. Habían dado un recorrido por el campus y Sara había corrido por todas partes, rebuscando en cada raíz y roca que pudo encontrar, guardando nuevos tesoros dentro de una mochila rosada que había llevado para la excursión. La niña miraba las instalaciones con una fascinación casi tan grande como la decepción que tuvo minutos después cuando le explicaron que ella no iba a asistir a ese lugar, si no a la escuela primaria que estaba colina abajo, en el centro del pueblo. La decepción en los ojos de Sara aumentó cuando su infantil mente comprendió que ese sería el lugar donde pasaría los siguientes seis años.

    —No es justo —dijo—. Ustedes tienen todo un bosque.

    —No te preocupes —le dijo Andrey—. Podrás estar ahí antes de lo que crees.

    —-Es como un castillo —respondió Sara—. Hasta encontré semillas mágicas.

    —¿Sí?

    —Sí, y son solo mías —dijo ella mostrándole una cajita de madera—. Pero si el árbol que nazca llega a dar monedas yo te regalo unas cuantas.     

    —Gracias —dijo Andrey removiéndole el pelo—. Ves, tú también tienes algo que nosotros envidiamos.

    La niña sonrió y guardó la cajita en su mochila. Andrey comenzó a preguntarse qué clase de compañeros conocería en ese edificio y terminó concluyendo que su último año como estudiante de bachiller sería uno muy interesante. Al día siguiente tendría la primera pesadilla.

    3

    Se encontraba viendo televisión en la sala de su casa. Estaba solo, su madre había salido con sus hermanos para visitar una tía suya en San José.  Andrey había usado sus privilegios de adolescente responsable para convencer a su madre de dejarle quedarse en casa, alegando que deseaba ver un especial de televisión que transmitirían esa tarde, Rose Red. Era una miniserie de terror, un gusto que había heredado de su padre que solía contarle historias de miedo como la Tulevieja, o de pueblos fantasmas como Pórtico, el sórdido pueblo maldito en Limón.

    Andrey acababa de ver el primer episodio cuando notó que no tenía su celular a mano, buscó alrededor pero no lo vio en ninguna parte. Consternado Andrey decidió subir a buscar el celular en su cuarto. Subió por las gradas principales, encendió la luz del pasillo superior y caminó hasta su cuarto. El chico abrió la puerta y de inmediato vio el celular sobre su cama A saber en qué momento lo deje aquí pensó, y tras tomarlo salió de la habitación.

    La luz del pasillo estaba apagada.

    —¿Qué carajo…? —dijo al pasillo oscuro sintiendo un súbito escalofrío.

    El interruptor estaba en el otro extremo, cercano a las gradas, era solo ir y encender la luz, pero no comprendía que había sucedido, estaba seguro de haber encendido el interruptor antes de ir a su habitación, No importa, no pasa nada, pensó y caminó en dirección al interruptor, se acercó a este y antes de presionarlo lo vio, en el otro extremo del pasillo, de pie.

    Era una figura pequeña, similar a un niño.

    —¿Sara?

    Andrey lanzó la pregunta al aire, sabiendo que no tenía sentido, su hermana se había ido junto a su madre esa mañana y no volvería hasta el anochecer. La figura no respondió, se limitó a mantener su rostro inclinado. Andrey comenzó a dudar si la figura realmente estaba ahí o si era solo una alucinación, pero la silueta de un niño en el fondo del pasillo era demasiado clara como para creer que fuesen imaginaciones suyas.

    —Hola —dijo Andrey—. ¿Quién eres?

    La figura no dijo nada, su rostro se mantenía estático, con la mirada fija en el piso. No era la figura negra que le había acosado antes, era algo distinto.

    Andrey comenzó a sudar, sintió como su corazón se aceleraba poco a poco y su garganta comenzaba a secarse. De pronto decidió que eso no tenía sentido, iba a encender la luz y acabar con la incertidumbre de quien era ese niño.

    Pero su cuerpo no reaccionó, estaba paralizado.

    Sin poder moverse, por más que se esforzara, vio como la figura comenzó a levantar la cabeza, lenta, muy lentamente, como si supiese que Andrey ya no era capaz de presionar el botón, víctima de una parálisis. Andrey sintió el pánico crecer en su interior, sentía el corazón latiendo en su garganta, una parte irracional de su mente comenzó a gritar, una parte que sabía que cuando esa figura infantil alzara el rostro sería su final.

    La figura continuó elevando la cabeza con lentitud, el perfil de su nariz ya era visible. Andrey trataba de no verlo, de concentrar sus esfuerzos en romper la parálisis y encender la luz. Un ruido comenzó a llegar a sus oídos, provenía del niño, era ligero, como un susurro o un crepitar. Andrey no podía comprender lo que decía, pero aun así estaba seguro que el ruido provenía del niño. El pánico alcanzó su punto máximo y como si un hechizo se rompiera comenzó a gritar, o eso creyó, pues de su boca solo salió un leve gemido. En medio de su propia desesperación, Andrey invocó toda su fuerza de voluntad y logró mover el dedo sobre el interruptor en el mismo momento en que el niño alzaba por completo su rostro.

    4

    En lugar de que una luz se encendiera, Andrey despertó gritando en el sillón de la planta baja, a la vez que un golpe plástico le indicó que acababa de tirar su celular al suelo. Sudoroso, miró primero al celular, luego volteó a ver al piso superior. La luz estaba apagada, todo parecía normal.

    Andrey percibió el sudor frío en su frente y suspiró angustiado. Sabía que había sido una pesadilla nada más, la peor que hubiese tenido en su vida, pero una pesadilla, al fin y al cabo. Miró el televisor, el segundo episodio de Rose Red podía llevar diez minutos de haber iniciado, no recordaba cuando se había quedado dormido. Se enderezó en el sillón y volvió a posar su cabeza sobre sus manos mientras dejaba que la sensación de miedo se disipara, pensando que cuando esa sensación se alejará él iría por unas frituras y un refresco para evitar dormirse otra vez, haría como si esa pesadilla nunca hubiese sucedido.

    Pero el niño no lo dejaría olvidarla.

    Esa noche antes de irse a dormir Andrey encontraría a los pies de su cama un dibujo infantil, hecho con papel rayado y lápices de color. En él se podía ver un niño, su rostro reflejaba malicia, su torso mostraba una herida abierta a la altura del corazón y en el lugar donde debían estar sus ojos solo había un par de huecos negros, detrás suyo otro niño igual a ese lloraba. Andrey miró el dibujo largo tiempo, comprendió que algo malo estaba sucediendo, algo más que una figura oscura que solo habitaba en su mente… por más terrible que esta fuera.

    Las pesadillas continuaron regresando después de eso, al menos dos veces por semana Andrey volvía a soñar con el niño, a quien había bautizado como el niño muerto. En la mayoría de las ocasiones sus pesadillas se desarrollaban en un bosque, donde podía oír cantos infantiles a lo lejos y la figura del niño siempre estaba delante suyo, contemplándolo, con sus cuencas vacías. Andrey habría dejado pasar todo como una serie de pesadillas recurrentes, de no ser por los dibujos que comenzaron a aparecer en su habitación.

    El segundo de ellos mostraba a un niño de ojos verdes llorando frente al cuerpo de dos personas que parecían ser una pareja de ancianos. Andrey comenzó a sospechar que el habitante inesperado de su casa quería contarle algo e inició una investigación personal, preguntando de forma casual a los vecinos y dueños de tiendas si sabían alguna leyenda local de fantasmas, y de esta forma logró reconstruir poco a poco un mito local.

    Este giraba en torno a un bosque en los alrededores del pueblo, donde al parecer los fantasmas de niños acechaban a los viajeros desprevenidos. Se decía que estos niños habían sido víctimas de una muerte cruel y que sus almas vagaban por el bosque buscando venganza. Estos niños carecían de ojos y tendían a mirar con sonrisa maliciosa a través de sus cuencas vacías. Andrey continuó averiguando por sus propios medios, preguntando en los alrededores sobre esa leyenda, recibiendo evasivas de unos y risas de otros, hasta que al llegar febrero las pesadillas redujeron su frecuencia. Sin embargo, el estrés que Andrey había acumulado conforme pensaba más en esa leyenda de El Roble había comenzado a provocarle dolores de cabeza, junto a la sensación de que las sombras en su cuarto crecían cada día más.

    5

    Sara lloraba sobre la cama. Mientras Andrey esperaba que se durmiera se mantuvo contemplando la puerta, meditando, pensando si el niño muerto estaría tras esta o si se habría desvanecido. Dudaba si lo vería con sus ojos reales, o si terminaría despertando para darse cuenta que todo había sido un sueño otra vez. Impaciente, Andrey se levantó de la cama, decidido a terminar la incertidumbre.

    —Andrey no —dijo Sara a sus espaldas—. Por favor.

    —No te preocupes —dijo él—. Es solo un momento.

    Abrió la puerta, sentía el corazón en la garganta, pero aun así se asomó.

    No había nada.

    Terminó de asomarse, sacando por completo la cabeza y una parte suya pensó que si la puerta se cerraba con la suficiente fuerza ,podría romperle el cuello y caer muerto. Alejó ese pensamiento de su mente y miró el pasillo oscuro. Solo un par de segundos le bastaron. Andrey entonces cerró la puerta, le indico a Sara que se acostara y que esa noche dormirían con la luz encendida. La niña lo abrazó y lloró unos minutos hasta quedar dormida. Andrey en cambio duró más en conciliar el sueño, atormentado por lo que acaba de ver en el pasillo.

    Al día siguiente se despertó a las 5 a.m., era el primer día de clases. Sara seguía dormida y no había necesidad alguna de despertarla, solo a los alumnos de secundaria les correspondía estar a las 6:40 a.m. en el Liceo Durán-Dávila, los de primaria no iniciarían su año lectivo hasta el día siguiente.

    Andrey sentía su cabeza como si fuera un globo inflado debido a la falta de sueño. Se levantó cansado y se asomó tras la puerta una vez más. Abajo en la cocina podía oír a su madre cocinando. La luz del pasillo estaba encendida y ya no había nada que temer, no había ya ninguna sombra… Aliviado tomó su uniforme y bajó en dirección al baño, saludó a su madre y entró en el cuarto. El agua de la ducha salió tibia una vez que abrió la llave y sintió como el agua caía sobre su cabeza, deslizándose hacía abajo. Entonces Andrey tapó su boca con ambas manos y dio un grito, desesperado. Gritó sin hacer ruido.

    No había visto al niño muerto, en su lugar había visto algo de lo que creía haber escapado ¿hasta cuándo le perseguiría? La noche anterior en el pasillo, lo que había visto a solo un par de metros suyos era aquella figura negra, impasible, que le miraba con resentimiento, la misma que le había atormentado meses atrás.

    Andrey golpeó el muro del baño, sintiendo como todo su ser temblaba, incontrolable, ante el recuerdo de lo que había visto, sintiendo por primera vez lo que era ser dominado por un fuerte sentimiento de depresión.

    Capítulo 2

    Febrero

    1

    Roxan miró el bus pasar a su lado, llevando estudiantes a su primer día de clases, todos con los chalecos negros sobre camisas blancas, el uniforme reglamentario que exigía el Liceo. Varios rostros se asomaron por la ventana, para verla tanto a ella como al resto de estudiantes que preferían caminar al colegio en lugar de usar el autobús escolar. A diferencia de la mayoría de la población estudiantil del Liceo, los estudiantes de bachillerato, como ella, debían usar una corbata de tono naranja rojizo que los distinguía del resto, lo que solía despertar el interés de los otros estudiantes. A su lado, David nervioso y con el brazo enyesado caminaba pensativo.

    El camino que conducía al Liceo Durán-Dávila solía ser frecuentado por estudiantes y turistas por igual, debido a que ofrecía una vista muy pintoresca. Estaba rodeado por varios robles sabana florecidos de rosa, lo que le había ganado el mote de El sendero rosa. El mismo se extendía por un kilómetro colina arriaba hasta llegar a una bifurcación que conectaba el sendero con la calle principal de El Roble. Podía ser una caminata agotadora, pero el aire fresco y la vista del follaje rosado valían la pena.

    Desde el incidente que tuvo lugar a finales del año anterior, David había optado por una actitud cautelosa, más de lo habitual en él. Aquel día, Roxan lo había acompañado a la clínica y estuvo a su lado cuando los padres de David llegaron a emergencias. El chico pasó una semana sin hablarle después de eso, y Roxan se limitó a esperar hasta que David se decidió a llamarla. Quería verla en Calabaza humeante, la cafetería esquinera frente al Parque de las Amapolas.

    La conversación que sostuvieron ese día había resultado cuanto menos preocupante, haciéndoles volver a clases con una sensación de fatalidad que nunca habían sentido.

    2

    Roxan había estado encerrada en su cuarto, evitando el contacto con su familia, y con cualquier cosa relacionada a la navidad, cuando David la llamó pidiéndole verse en Calabaza Humeante. La chica entonces se colocó un suéter ligero de color gris y salió de su casa.

    David era su mejor amigo desde séptimo año, el único que era sincero con ella, que se atrevía a decirle si estaba siendo insoportable o innecesariamente asocial con los demás. Roxan lo había extrañado mucho durante la semana que siguió al accidente, y no dudó en salir de su encierro en cuanto él se lo pidió.

    El local era sencillo, pequeño pero acogedor. Era una cafetería ubicada frente a la esquina sureste del Parque de las Amapolas. En su interior, el café tenía varios sofás ubicados contra las paredes de ladrillo naranja y unas mesitas situadas frente a los mismos. El lugar tenía un atractivo adicional, que lo había convertido en uno de los lugares más concurridos de El Roble. A un lado de su entrada principal habían abierto un acceso al tejado, ahí habían colocado una plataforma que recubría el techo junto a varias mesas, plantas decorativas y luces colgantes. Era el sitio ideal para contemplar el parque en su totalidad o quedarse esperando a ver el ocaso. Sobre el tejado de Calabaza Humeante fue donde Roxan y David acordaron verse.

    La familia de Roxan estaba bien acomodada, era habitual que Roxan invitara a su amigo a comer y esa vez no fue la excepción. Ella pidió un par de bebidas cálidas, ideales para el clima frío de esa tarde de diciembre. David se veía pensativo, Roxan esperaba ansiosa una explicación al aislamiento que había tenido la última semana. Tras unos minutos de silencio David tomó un sorbo de su taza y por fin habló.

    —Rox —dijo—. ¿Crees en fantasmas?

    La chica lo miró, sigilosa. Un par de semanas atrás hubiese contestado que no, probablemente hubiese reído, pero tras lo que había visto el último día de clases (esas cuencas vacías), sospechaba que la pregunta de su amigo era algo más que una coincidencia. Miró el brazo enyesado de David y sintió un leve escalofrío recorrer su espalda.

    —Solía no creer en ellos —respondió con honestidad—. Pero creo que eso cambió.

    David la miró con ojos grandes, la duda aún se veía en ellos, como si quisiera decirle algo, pero no encontrara las palabras correctas para pronunciarlo. En medio de la vacilación de su amigo, Roxan vio un grupo de chicas que caminaba por el parque y sonrió maliciosa, lanzando una mirada llena de picardía a David.

    —Mira quien viene galán —dijo alzándole una ceja a David.

    David volteó a ver, su rostro moreno se ruborizó al ver a Kerry acercarse al café junto a un grupo de amigas. David estaba enamorado de Kerry desde noveno año, cuando bailaron juntos en el festival de mascaradas a finales de curso, pero nunca había conseguido reunir el valor suficiente para declarar su amor a la chica.

    —Quizás hoy sea tu noche —dijo Roxan sonriente.

    David la amenazó con la mirada, pero no dijo nada, el chico parecía debatirse entre la chica de sus sueños y eso que deseaba contarle, el motivo por el cual la había citado en primer lugar. La sonrisa de Roxan se fue apagando al ver la seriedad en el rostro de David, hasta que el chico suspiró alzando los hombros, resignado.

    —No importa —dijo—, Leslie me contó que Kerry está enamorada de Kevin. No quiero hablar mucho de eso ahora de todos modos.

    —¿Te hablas con Leslie? —dijo ella con una mueca—. Creó que tu coeficiente cayó unos cuantos puntos.

    —No es como crees, no seas odiosa —dijo él molesto—. Y no era eso lo que quería contarte.

    —Bueno, entonces suéltalo ya —dijo Roxan—. Ya te confesé que sí creo en fantasmas, ahora dime tú que te sucede.

    David asintió con la cabeza, alzó su taza y tomó un sorbo más de chocolate. Después comenzó.

    —¿Recuerdas esa historia que nos contaron sobre la vieja escuela en el bosque? —preguntó David—. Me refiero a la versión de tu hermano.

    La sospecha de Roxan se materializó en ese instante, Así que era verdad, uno de los niños del bosque casi lo mata pensó mientras asentía a la pregunta.

    —¿Que recuerdas de la historia?

    —Que el colegio está embrujado —respondió Roxan—. Debido a la vieja escuela. Ya sabes, todo eso de los niños del bosque.

    —¿Solo eso recuerdas? —preguntó David.

    —Bueno sí —dijo Roxan insegura—. Y todo el asunto de que si ves a uno de los niños tú o un ser querido estará sentenciado a muerte.

    David negó con la cabeza, su rostro se mantenía serio.

    —No —dijo—. Estas recitando la versión que todos conocemos. Me refiero a la otra, la que nos contó tu hermano.

    Roxan frunció el ceño, confundida por un segundo, luego abrió los ojos por completo al recordar las palabras de su hermano, tres años atrás, en un campamento que habían realizado a las afueras del pueblo Lo que pocos conocen es como murieron… y porque no tienen ojos… eso es un secreto que pocos saben, así que siéntanse privilegiados… fue culpa de ella, y si un día la ven, bueno, sabrán que les llegó la muerte. Para Roxan todo eso no había sido más que un cuento de terror, y conforme los años pasaron lo fue olvidando, incluso había ignorado a todos lo que en su clase afirmaron alguna vez haber visto, a lo lejos o en alguna esquina oscura del colegio, a alguno de los niños. Hasta que fue su turno de ver a uno. Pero lo que su amigo David insinuaba era algo mucho peor.

    —¿Te… Te refieres a la mujer de negro? —preguntó Roxan.

    David se limitó a asentir con su cabeza, luego bebió un poco más de su chocolate. Roxan imitó el gesto de su amigo y bebió un sorbo. Comenzó a relacionar el grito que David había dado antes de rodar por las gradas y lo que el chico estaba insinuando. El viento frío sopló con fuerza, revolviéndole el cabello negro frente a su rostro.

    —David —dijo Roxan—, ¿me estás diciendo que viste a la mujer de negro?

    —La bruja —señaló David—. Así le dijo tu hermano ¿no? —y luego recitó—, La mujer de negro que ronda la vieja escuela es la bruja, ella les sacó los ojos a esos pobres niños, pues sí Rox, la vi, puedes reírte si quieres.

    Roxan no rio, no hizo comentario sarcástico alguno, ni siquiera intentó refutar lo que su amigo decía y consideró que debía sincerarse con David de la misma forma que él lo había hecho con ella.

    —Yo vi uno —dijo ella—. Quizá un minuto antes de que cayeras por las gradas.

    Su amigo la miró con ojos abiertos.

    —Es verdad lo que dicen —Roxan dibujó un círculo alrededor de sus ojos con su dedo índice—, sus cuencas están vacías.

    Los dos guardaron silencio medio minuto más, hasta que finalmente David pronunció la palabra más sabía que alguien podría pronunciar en esa situación.

    —Mierda.

    Poco después Kerry apareció por las gradas, al verlos los saludó con entusiasmo. Roxan vio una vez más como la tez morena de David se tornaba roja como una manzana madura. Kerry era lo opuesto a Roxan, una chica morena, alta, cabello rizado y largo, su cuerpo mostraba ya un desarrollo favorable, sus facciones eran delicadas y su personalidad era magnética. No era de extrañar que David estuviese enamorado de ella, no era el único prendido de esa chica. Por el otro lado, Roxan era pequeña, de piel pálida, cabello lizo y negro azabache, su nariz pequeña y respingada, que junto a un par de orejas grandes (las que procuraba ocultar con su cabello) le daban una apariencia casi ratonil. Su personalidad solía ser la de una persona poco tratable, dispuesta a soltar comentarios hirientes y alejar a las personas. A pesar de eso ella y Kerry se llevaban bien. Quizás era la honestidad con la que Kerry solía sonreír o su capacidad para ignorar los comentarios sarcásticos de Roxan, pero la chica estaba entre la limitada lista de personas a las que Roxan les tenía aprecio.

    —Que disfruten chicos —les dijo Kerry con una nueva sonrisa y se retiró con sus amigas a una de las mesas del fondo.

    Roxan vio los ojos melancólicos de su amigo sobre la chica al retirarse, sintió pena por él, sin embargo, el chico volvió a la conversación como si no hubiesen sido interrumpidos.

    —Estaba volviendo al aula —dijo—, cuando sentí algo… como un presentimiento ¿sabes?, me detuve e instintivamente volví a ver la oficina del director.

    David se detuvo, luchando por pronunciar las palabras, obligándose a rememorar algo que prefería olvidar.

    —Ella estaba ahí —continuó—. No la vi bien, pero era ella. Era enorme, quizás de dos metros o más, su figura era completamente negra.

    >>Se volteó hacía mí, de su rostro solo recuerdo unos ojos enormes y saltones, luego gritó y se abalanzó en mi dirección… Cuando recuperé la conciencia estaba en el piso con varios chicos a mi alrededor y bueno, ya conoces el resto.

    David terminó su chocolate y la miró, casi con culpa.

    —No sabía que hacer Rox —dijo—, lo he pensado mucho, si debía o no contártelo o solo fingir que no sucedió… Pero la verdad es que cuando pienso en volver al colegio… Dios… Rox creo que la idea hace que me muera de miedo.

    La chica asintió sin saber que decir.

    —Esperaba que tú me dijeras que había sido una alucinación, un sueño o cualquier otra cosa —dijo David—. En lugar de eso me dices que viste uno… Dios ¿recuerdas toda la historia que tu hermano nos contó y lo que significa? —David se frotó su frente nervioso—. Es solo que no quiero morir Rox… Eso es todo… Me gustaría no morir.

    3

    Roxan veía la preocupación en David y deseaba encontrar una forma de consolarlo, una parte suya incluso consideró proponerle hacer algún tipo de exorcismo, pero dudaba que unos adolescentes de dieciséis y diecisiete años fueran capaces de sacar el espíritu maldito de una bruja, menos aun cuando Roxan a duras penas sabía el rosario y David llevaba ya un par de años dudando entre la fe y el ateísmo. No, quizás lo mejor sería dejar pasar todo el asunto y confiar en que el tiempo alejaría el problema, al fin y al cabo, ese año tenían las pruebas de bachillerato, que era ya preocupación suficiente.

    Dentro de las instalaciones Roxan reconoció a varios de sus compañeros de clase, vio a William y Giselle caminando juntos y bromeando. Eran dos de los mejores promedios de su clase. William era alto y de cabello rizado, mientras que Giselle era sumamente pequeña, incluso más pequeña que Roxan, rubia y de compostura rolliza. Roxan no les hablaba mucho, pero tenía una relación buena con ambos, al contrario del otro séquito de amigos que caminaba unos metros por detrás de ellos. Un grupo con el cual Roxan evitaba relacionarse o dirigirles la palabra, eran Steven, Leslie y Kevin, los bromistas de la clase, siempre gastando bromas pesadas a los otros alumnos o creyéndose mejores que los demás por sus ridículos actos de rebeldía. Evitándolos Roxan caminó junto a David por el pasillo, hasta que encontraron las listas de distribución a un lado, colocadas sobre las pizarras de anuncios a lo largo del pasillo principal.

    El Liceo Durán-Dávila tenía por tradición mantener los mismos grupos de alumnos cada año y variándolos muy poco, solo cuando algún alumno reprobaba el año y debían llenar el espacio restante con alguien más, así que Roxan y David tenían la certeza de estar juntos una vez más en su último año de secundaria, solo necesitaban saber cuál sería el número de clase y el aula donde estarían ubicados. Los dos se acercaron a las listas y buscaron sus respectivos nombres. David fue quien los encontró en una lista que era casi una copia exacta de la lista de los últimos cuatro años.

    Mientras Roxan recorría los nombres con rapidez, encontró un nombre que no reconoció y otro que al leerlo le hizo sentir un vacío en el estómago. Durán Silva Alex.

    De pronto su mente comenzó a funcionar acelerada, tratando de darle un sentido a ese nombre, de aceptar lo que implicaba y también… de ordenar sus sentimientos. En medio de la confusión que se había desatado en su interior, la voz de David llegó como un eco lejano.

    —¿Qué? —preguntó Roxan volviendo de los rincones más profundos de sus recuerdos.

    —Que sí estamos en la misma sección —contestó David y la miró detenidamente— ¿Estas bien?

    —Sí —mintió ella y leyó una vez más el nombre—. Vamos, no es nada.

    Ambos fueron ubicados en la sección 11-4, su profesor guía era el mismo que tenían desde noveno año, el profesor Walter Salas, uno de los educadores de historia que colaboraban en el colegio, e iban a estar ubicados en el aula número veinticuatro, en el segundo piso. Subieron las gradas por las que David cayó a finales del año anterior, y tras caminar por un pasillo extenso, abarrotado de estudiantes, ingresaron al aula correspondiente.

    Había un chico que no reconoció de pie, mirando por la ventana, con aire pensativo. Roxan sintió un vuelco en su corazón, casi segura de que se trataba de Alex. La chica reparó en un grupo de compañeras sentadas cerca del estudiante nuevo, hablando animadas sobre los planes que tenían para ese día. Era Kerry con sus mejores amigas, Amy, Kattia y Raquel, quienes también parecían interesadas en el estudiante nuevo. Roxan estaba indecisa entre ir y saludarlo o esperar

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