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Más Allá De Mi Verdad
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Libro electrónico248 páginas3 horas

Más Allá De Mi Verdad

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En los grupos de personas afines ya sea en religiones, artistas, deportes, etc.... muy influenciados por las leyes se garantiza el derrame de adrenalina y el tiempo tanto como el espacio parecen encogerse.

Todo esto contribuye al desarrollo, proyección e intercambio de conocimientos, aspiraciones, experiencias como florecimiento y maduración de las ideas. El accionar de estos grupos favorecen el mejoramiento de la conducta.

El aspecto afectivo cuyo sello más hermoso es el amor como gran fruto de la experiencia comunitaria hace de lo humano la posibilidad de elevarse y el detalle más simple y la entrega más humilde le da a la vida una esencia trascendental de la entrega como manifestación de la grandeza de aquella ley inscrita en lo profundo por el accionar de la conciencia.

202

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 sept 2020
ISBN9781643344324
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    Más Allá De Mi Verdad - Ricardo Canales

    El amor: religión universal

    Si tuviésemos que recorrer el mundo en busca de la Religión Universal, nos encontraríamos con un panorama confuso; terminaríamos por darnos cuenta de una gama de religiones que giran en torno de sus propias verdades; en medio de este panorama un tanto difuso; pero de alguna manera comprensible, emerge la claridad de un pensamiento común: la existencia de un Ser Superior a quien llamamos: Dios.

    Partiendo de este principio nos damos cuenta, que la mayoría de grupos religiosos manipulan entre sí, algunos conceptos ligeramente distintos de la misma divinidad. Estas diferencias no son producto de la casualidad, obedecen a un nivel de conciencia espiritual inherente en cada ser humano, que le obliga a identificarse por la Ley de Afinidad, con pensamientos similares. Esta relación define la formación de grupos religiosos–espirituales.

    Es observando la forma de trabajo de estas agrupaciones que nos damos cuenta, que pese a tener un mismo texto como guía a seguir para alcanzar un objetivo, surgen discrepancias relativas a la interpretación de estos; sin embargo, aseguran sus intérpretes que Dios les revela la verdad; de ser así, ¿A quién le dirá la verdad? Sabemos que esta, es única; que el Padre no tiene elegidos, porque a todos nos ama por igual y que no podemos concebir una mentira piadosa de su parte. Lógico sería pensar que cada quien recibe la dosis de verdad que necesita, para clarificar cada vez más sus propios conceptos y penetrar a mayores estados de conciencia, siempre guiados por la luz del amor.

    La diferencia entre un tratamiento médico sería: que en este se prescribe la dosis necesaria de un proceso por tiempo determinado para liberar al cuerpo físico de una enfermedad especifica. Dios nos libera de la ignorancia, dándonos a conocer en dosis mínima la verdad absoluta. Somos nosotros que, buscándola externamente, nos alejamos del auténtico cristianismo, creyendo que Dios nos ha apartado de los demás; que nos tiene en un pedestal porque no se ajustan a nuestras creencias; a conceptos personales acerca de una verdad desconocida aún, para niveles de conciencia como el nuestro.

    Esta falta de claridad entre las funciones del espíritu y la mente inferior, produce directa o indirectamente algunos roces entre los que profesan una fe distinta en denominación, pero igual en los principios en que fundamentan sus bases: seguir las enseñanzas de Jesús, el Cristo. Estas confrontaciones o debilidades humanas no son nuevas; también se suscitaron entre los primeros cristianos; de esto da fe, un pasaje del Nuevo Testamento.

    Las religiones fundadas sobre la base del cristianismo y diseminadas prácticamente por todo el mundo, no logran un entendimiento común entre sus líderes para fundar la Iglesia Ecuménica, aquella que une a todos los seres que buscan fraternizar y transformar las diferencias existentes de raza y religión en luz para el espíritu; que reduzca el orgullo religioso y lo eleve a la máxima expresión del amor; que sensibilice nuestro espíritu; que nos haga comprender que como seres espirituales, tenemos el deber y la responsabilidad de compartir con amor nuestra fugaz estadía en este plano físico: tal como el Maestro Jesús lo enseñase.

    La Biblia, fuente de inspiración de las religiones cristianas en sus diversas denominaciones, ejerce una función: moral–religiosa–espiritual, en el ser humano; estas se limitan a aquellos que, siguiendo su fe, creen encontrar en su lectura la fuerza necesaria para enfrentarse a la vida con mayor conciencia. Este acercamiento interno con nosotros mismos, independientemente de la denominación religiosa con la que nos identifiquemos, genera un vínculo en algún grado armonioso con nuestro Cristo interno. El efecto total de esta entrega, no podrá ser percibido, solamente por la lectura, si el amor no mueve la voluntad para ejecutar el principio que demanda la enseñanza, pues la mística de todo está en la disposición, comprensión y ejecución de nuestros conceptos. Siguiendo este proceso el ser humano expande su conciencia, porque son sus acciones las que determinan su crecimiento o estancamiento espiritual.

    La libertad del espíritu, es un proceso lento que no puede realizarse en una sola vida física; no le es fácil a la materia despojarse del egoísmo, de la noche a la mañana, ni de otros elementos reductores de su crecimiento o, de conceptos que fueron necesarios en su momento; pero la Ley de evolución y progreso, se encarga de promover a quienes superaron sus pruebas, al conocimiento de nuevas verdades que contengan mayor claridad. Esta dinámica explica ligeramente, el por qué las diferencias tanto morales como espirituales, entre seres que comulgan con un mismo credo.

    El ser humano que practica una religión judeo–cristiana, por ejemplo, en el fondo, no busca la salvación, aun cuando sea esta el común denominador de sus integrantes. El espíritu, más adelantado que la materia, tiene el conocimiento suficiente para saber que la forma de ejecutar sus prácticas fraternas en comunidad es la religión; pero, al ser dominado este por su materia, la misma, justifica el motivo de su participación religiosa, siendo la salvación, la razón que le induce a realizar sus prácticas devocionales. El espíritu propiamente, no comulga con el concepto de salvación que tiene registrada la mente inferior; pero sí intuye que, a través de estas prácticas, ampliará los limitados conocimientos de su verdadera relación con su Creador.

    La Divinidad, en su infinita sabiduría, concede tantas vidas como sean necesarias para nuestra purificación, un proceso incomprensible a nuestro nivel de conciencia; pero de alguna forma se intuye, cuando el espíritu no está tan atado al dogmatismo.

    La perfección espiritual, es fruto de mil caídas, y los seres humanos aún no tenemos conciencia del verdadero significado de la salvación. Estas palabras, quizás chocantes de alguna manera a quienes guardan fidelidad a las enseñanzas de la religión que practican, son mejor comprendidas por aquellos seres que gozan de alguna libertad dogmática, pues no son presos ni contagiados por la parte emotiva de un bien intencionado líder religioso; sensacionalista, que desde un estrado, desglosa un pasaje bíblico con asombrosa habilidad, ocultando inteligentemente y quizás sin malicia, a sus feligreses, la parte humana; aquella que dimensiona el fanatismo, el temor y el fatalismo, más que la razón.

    Soy de opinión que los textos bíblicos pueden ser interpretados en dos sentidos: religioso y espiritual. El primero es más colectivo que individual y por su misma naturaleza, dogmático; porque se piensa de acuerdo a la comprensión que un bien intencionado líder religioso, hace de un texto determinado, sea por su nivel de comprensión o por la forma en que le fue enseñado. El colectivo lo escucha, aceptando conceptos sin cuestionar; porque grupalmente se tiene la idea, que aquel, quien está al frente conoce la Verdad; y cuestionarlo sería ir en contra de una supuesta iluminación o una falta de respeto para quien evidentemente habla su verdad en el servicio religioso que preside. Muchos de estos dirigentes son vistos por sus seguidores como figuras glorificadas; no se percatan que estos seres, también están aprendiendo a actuar con humildad; a despojarse del orgullo que da el poder; el sentirse elegido de Dios para orientar un grupo. Por otra parte, la pereza espiritual de sus dirigidos, permite condicionar sus mentes; privándose de usar el filtro natural del espíritu, capacitado para deducir con mayor claridad, coherencia y profundidad, los conceptos bíblicos de los demás, y aunque a veces es utilizado, lo hacen con tanta lentitud, que priorizan más la lealtad que la convicción.

    Al asistir a un culto religioso, nuestra mente guarda todo lo escuchado; algunos segmentos se esfuman rápidamente. Sin embargo, aquellos conceptos un tanto fuertes, fortalecen en el subconsciente a otros ya adquiridos. Si no son equilibrados pueden llevar al fanatismo, en un caso extremo a la locura. Se sabe de casos en que líderes religiosos han embobecido a toda una feligresía, arrastrándola al suicidio colectivo.

    Cuando se logra un equilibrio dentro de la fe religiosa que se profesa, se actúa con mayor sensatez, pues el espíritu adquiere mayor claridad y pudiese ocurrir que un mensaje medianamente comprendido, lleve a una persona a la práctica y no solo a admirar las palabras de un glorificado líder religioso.

    El espíritu, al alcanzar cierto dominio sobre su materia, obliga a la mente pensante a separar aquellas creencias sectarias o conceptos que se alejan del amor; porque no le son útiles para su crecimiento. Este sabe que toda acción al margen de esta energía reduce o estanca su proceso evolutivo. Alcanzado este nivel de comprensión, comienza a reconocer que el verdadero amor, tal como el maestro Jesús lo enseñase y que el Padre espera de nosotros, no es una regla de conceptos, sino acciones fraternas que redunden en beneficio del prójimo. Solo entonces la religión personal comienza a adquirir un sentido espiritualizado.

    Este proceso, un tanto complejo para el razonamiento humano, es mejor comprendido cuando el espíritu se separa de la materia a través del paso llamado muerte, porque al liberarse de su atadura, se rencuentra con su propia realidad.

    La Biblia, cuando es interpretada con sentido espiritual, la mente pensante cumple una función distinta a como actúa en el sentido religioso, porque se abre sin ningún interés sectario; al no condicionarse, el espíritu goza de cierta libertad que le permite razonar con mayor profundidad, aquellos conceptos que a su juicio no tienen lógica, sin importarle de donde lleguen. Esta apertura mental, juzgada y condenada por formas de pensamientos contaminados algunas veces por el fanatismo y otras por la ignorancia, tiene su recompensa, porque se aprende a respetar la opinión de los demás y a reconocer al ser humano, como miembro de la Gran Familia Universal. Se adquiere mayor visión de nuestra identidad espiritual y del por qué y a qué hemos venido a este plano físico; así mismo, cuál es el papel místico que juega nuestra familia biológica en nuestra vida. La religión, deja de ser el final de nuestra búsqueda, porque el espíritu descubre que solo es un medio, un complemento que nos permite ir más allá de aquellas verdades que la misma nos presenta. Este nivel de comprensión genera un grado de humildad, ya que, no estando el espíritu condicionado, puede escuchar otros conceptos, y si los considera más sensatos que aquellos adquiridos anteriormente en su grupo religioso, no vacilará un tan solo instante en considerarlos.

    La apertura mental es importante en el desarrollo de la conciencia espiritual. Si esta es permanente, la memoria graba todo; pero analiza y cuestiona. Nadie se deja llevar ciegamente por lo que otros piensen y digan acerca de la relación con nuestro Creador, sin antes razonar y valorar lo que escucha. Saca sus propias conclusiones sin censurar la de los demás. Aplica sus conocimientos bíblicos para la edificación de su espíritu y respetar aquellas creencias no afines a su forma de pensar. Jamás juzga ni condena al infierno a quienes escogen un camino diferente al de él. En definitiva, actúa más por convicción propia, que por los dictados de la religión que practica. Aun cuando paradójicamente sea esta última, la generadora de sus razonamientos que le hacen llegar a conclusiones más cercanas a la lógica y al sentido común.

    El razonamiento de lecturas bíblicas, con sentido espiritual, nos conduce a la práctica de su enseñanza con amor y en beneficio del prójimo. A servir al necesitado y no aprovecharse de él. No ver en la letra las alas que nos llevarán al cielo, sino el trabajo a ejecutar para ganarlas. No fotocopiar con nuestra mente una lectura que no beneficia a nadie, si no es aplicada con sabiduría y con amor en el diario vivir.

    El Maestro Jesús nos dice que el amor perfecto es la base de la salvación. Sabiendo que Dios es amor y no fuego consumidor como lo sostiene la mayoría de grupos religiosos en afinidad con aquellas creencias judaicas, plasmadas en el Antiguo Testamento; me atrevo a pensar, que las penas eternas del infierno, no son el final de los hijos desobedientes de Dios o que la salvación está supeditada a un ligero cambio mental que creemos nace en el corazón. Ambas creencias son necesarias porque, en alguna medida frenan los impulsos violentos de aquellos que comienzan a despertar conciencia, pero a medida que el espíritu crece en amor, se va liberando del dogmatismo, del condicionamiento en que la religión lo mantiene, pues las creencias que le fueron útiles en su momento, ya no le son necesarias. Muchas de estas, suelen ser razonadas con alguna ligereza por la parte humana, no por la divina en la cual participa nuestro Real Ser. Comenzamos entonces a darnos cuenta que la Perfección misma no tiene elegidos; que cada quien se autoelige gradualmente, en la medida en que crece su nivel de conciencia a través de acciones fraternas. Algunas creencias, independientemente si son compartidas o no, siempre deben ser respetadas, considero que cada quien tiene derecho a practicar de la forma en que sienta más útil su religión, sin que ello signifique, que otros, por pensar diferente les serán cerradas las puertas del cielo.

    La religión nos dice que todos venimos de Dios. La ciencia nos revela la manera en que nos vamos desarrollando en el claustro materno. Este proceso atribuible a la Madre Naturaleza, una de las diferentes formas en que nombramos a Dios, nos lleva a deducir que tanto cuerpo y espíritu son obras de su amor. Así, nos damos cuenta, que a partir del momento en que el primero sale a la luz, y el segundo del Seno Divino, la ignorancia de ambos es total; que cada uno sigue su propio proceso de desarrollo, pero el primero comienza y termina con la vida física; no así el segundo, cuyo aprendizaje es eterno. De esto podemos decir; que nuestro actual estado de conciencia es producto de un largo proceso evolutivo en el cual ha predominado nuestro instinto de conservación; mecanismo normal y aún necesario en mundos escuelas, pues activa la alarma de toda criatura viviente en situaciones adversas.

    Observamos con frecuencia actitudes salvajes de muchos individuos de quienes solemos decir: No tienen salvación de Dios. Pero lo que vemos es una apariencia de maldad; mas no podemos ir al trasfondo que la motiva; tampoco nos damos cuenta que en nuestra condición de buenos o elegidos, no estamos autorizados por la divinidad a juzgar o condenar a nadie, porque también nosotros, como ellos; estamos siendo permanentemente evaluados por nuestro ser de luz.

    Si el Padre no hace acepción de persona y es benigno con buenos y malos ¿Quiénes somos nosotros para juzgar o condenar a los demás? ¿Por qué no nos parecen sus actitudes? Si nuestro nivel de conciencia fuese superior al común de las personas, perteneceríamos a un mundo más puro; conoceríamos en toda su dimensión lo que significa misericordia. Se nos pide ser misericordiosos, porque no lo somos; se nos dice que perdonemos a nuestros enemigos, porque aún no hemos aprendido a perdonar. Si estas virtudes están integradas en la esencia de Dios, no sería sensato pensar que por un simple error que pudiésemos cometer, más por ignorancia que por intención, Él, nos va a condenar al fuego eterno.

    Dios es la perfección misma y nada crea al azar; sí sabe, cuál será la conducta y nuestras reacciones al enviarnos a esta vida.

    La forma de alcanzar la salvación, sostenida por muchos líderes religiosos afines al cristianismo, basada en el texto bíblico que la menciona; interpretada y razonada sin un pasionismo religioso, deja entrever, desde mi punto de vista, un concepto muy humano que necesita un análisis más profundo para encontrar la riqueza espiritual que encierra el texto, su contenido lógico, sensato; apegado al sentido común.

    Todos estaríamos de acuerdo que Dios, no hace experimentos. De sus manos nada sale imperfecto; consecuentemente conoce la forma en que vamos a actuar en este mundo. No tendría sentido que nos enviase a salvarnos o condenarnos, cuando se sabe que muchos seres, por razones culturales practican otras doctrinas no menos interesantes que el cristianismo, por ende, desde la perspectiva teológica de quienes aseguran estar ya preparados para ser alzados físicamente al cielo, todo aquel que piense diferente a ellos será condenado. Si pensásemos que el Altísimo desconoce cuál será nuestra conducta en este planeta o la religión que practicaremos, se justificaría la creencia que realmente hemos venido a esta vida a salvarnos o condenarnos. Más Dios, no es un científico terrenal que experimenta primero para averiguar después. Solo el hecho de pensarlo, refleja un desconocimiento de la grandeza de su amor. Seguramente que nuestra ignorancia, goza de su perdón.

    El pensamiento es una energía variable que se adapta con facilidad a las circunstancias que le rodean. Eventualmente, podemos convertirnos en juguetes de sus ideas, arrastrándonos a una vida llena de temores y preocupación. Desorientándonos; haciéndonos creer que el camino que hemos tomado es el correcto. Si estos pensamientos son equilibrados, lo más probable será que aquello que buscamos, poco a poco aparecerá más claro y de forma tan sutil que ni cuenta nos daremos. Por el contrario, si no lo son, pueden arrastrarnos al fanatismo, a tal grado que podemos llegar a caminar en el filo de la locura.

    No es que pensar sea malo, lo malo es no meditar lo que se piensa.

    La simiente de Dios en nosotros es el espíritu; que camina, crece y se desarrolla gradualmente en el camino de su perfección. Abonado con amor dará frutos apetecibles de su misma naturaleza. Toda acción contraria a este sentimiento retardará consecuentemente su desarrollo.

    Nuestro actual nivel de conciencia, no nos permite vivir permanentemente en amor. Y no lo podemos sostener, porque nuestra misma imperfección nos arrastra al goce de los deleites de la materia, que no son malos en sí, mientras no sean revestidos de egoísmo, orgullo o cumplan una función de esparcimiento, recreación o distracción sana. Cuando estos deleites son movidos por energías negativas o alucinaciones mentales, sellan la oportunidad al corazón de exteriorizar el sentimiento del amor; mismo que es generado por el alma: la chispa divina que contiene potencialmente todo el conocimiento de Dios. La guía interna que registra nuestros errores; y a la vez da las pautas para enmendarlos cuando existe voluntad, apertura mental o el espíritu goza de alguna libertad; sin el condicionamiento ni la presión que el dogma impone.

    El apóstol Pablo dice: ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?. Si fuésemos conscientes en su totalidad de esta realidad, nuestro mundo vibraría en una frecuencia más alta; la humanidad entera tendría mejores condiciones de vida. La miseria, las guerras y todas aquellas formas de exterminio de la raza humana desaparecerían. El hambre y la pobreza no sería la preocupación de raros gobernantes conscientes de su compromiso con Dios y con el pueblo, y que son elegidos con la esperanza que sus acciones serán siempre mejor que la de sus predecesores.

    Se dice que todo está escrito. Con el respeto que merecen aquellos que así piensan, considero humildemente que las Profecías se dieron para que no se cumplan; es una forma de prevenirnos e inducirnos a realizar un cambio interno. Una advertencia en la que cada uno de nosotros será responsable de los

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