Los dones del Espíritu Santo: Siete regalos de Dios para guiarnos hacia la santidad
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Gaultier de Chaillé
Gaultier de Chaillé (1985), sacerdote de la diócesis de Versalles desde 2013, estudió en el Instituto de Estudios Teológicos de los jesuitas en Bruselas y posteriormente cursó un máster en Teología en el Centre Sèvres. Actualmente se ocupa de las parroquias de Villepreux y de Clayes-sous-Bois, en la región parisina, y es el responsable del FRAT de Lourdes –movimiento diocesano juvenil para la peregrinación a Lourdes– desde 2020.
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Los dones del Espíritu Santo - Gaultier de Chaillé
Introducción
¿Por qué interesarse por el Espíritu Santo?
«Sé feliz» o «cuida de ti» son deseos en forma de obligación que solemos oír a lo largo de nuestra vida. Hay como un peso de obligación vinculado a la realización personal en nuestra civilización occidental y, desde una edad muy temprana, todo está planteado para que cada cual pueda realizarse, estar en paz, no sufrir. Al mismo tiempo sufrimos por vivir en el sufrimiento, en las prisas, en lo virtual, en la inseguridad y en la angustia… ¿Cómo ser feliz en un mundo que no lo es?
Existen numerosos métodos de «desarrollo personal» que proponen que nos mantengamos a la escucha de nuestras resonancias más profundas, para no dispersarnos en deseos frustrantes y para progresar en la realización de nuestras auténticas posibilidades, a la escucha de nuestros deseos fundamentales y de nuestras aspiraciones vitales.
Por otro lado, los creyentes parecen ir contra esta búsqueda de la felicidad al escoger el camino del esfuerzo, de la abnegación y del sacrificio, como si tuvieran que «soportar» el sufrimiento en la tierra para tener la esperanza de llegar al Cielo. El otro día una joven me decía: «Para vosotros, los sacerdotes, es más fácil: habéis elegido sufrir en la tierra para alcanzar la alegría en el Cielo, así que no hay nada que de verdad os afecte». Cómo lo diría… Ese no es exactamente el sentido de mi vida, y tampoco es la razón por la que la he entregado… ¡La fe no alienta el sufrimiento ni la aceptación del sufrimiento por sí mismo! No estamos condenados a ser desgraciados, y si la fe nos lleva a mirar más allá de la historia para buscar en ella nuestra completa plenitud, no se trata de contentarnos con no estar contentos…
Mi objetivo en este librito sobre el Espíritu Santo es demostrarlo: nuestra vida no será nunca perfecta en la tierra, y ninguna receta de vida que nos encierre en nuestro narcisismo personal nos conducirá a la verdadera alegría. Por el contrario, Dios está ahí para ayudarnos a encontrar la felicidad, ya desde ahora, sin negar la dicha eterna, sino preparándonos para ella. Es la obra del Espíritu Santo, es el método de la fe para hallar la felicidad, realmente, y la santidad, plenamente. No se trata de seguir un método, sino de un conjunto de consejos, de sugerencias, que Dios nos ofrece y que pueden ayudarnos en nuestro día a día a tomar buenas decisiones para avanzar hacia la vida, para no dejarnos abatir por la adversidad y sin permitir a nadie que nos diga qué es nuestra felicidad, pues la felicidad de cada uno no se parece a ninguna otra.
Al proponer estos consejos de vida esenciales me gustaría ayudar en su progresión a aquellos a quienes les cuesta encontrar la verdadera felicidad, porque eso es lo que Dios quiere para cada uno.
Breve recordatorio: Dios Trinidad
Los cristianos creen en un Dios «trinitario», un único Dios en tres personas distintas… La base de nuestra definición de Dios parece muy compleja y nos cuesta mucho arreglárnoslas cuando tenemos que explicarla. Por mucho que digamos «es muy sencillo», por mucho que pretendamos que la teología es accesible, que Jesús habla a los pequeños, nos sentimos intimidados por los conceptos teológicos.
Entonces, ¿por qué la Iglesia se ve obligada a hacer esas afirmaciones tan paradójicas? Sería mucho más sencillo hablar de varios dioses o de un solo Dios que fuera patentemente único. ¿Por qué hacer esta especie de unión entre los dos, con un solo Dios pero varias personas que hacen que se parezca a una tríada de dioses? ¿Por qué tanta complejidad?
Porque la Iglesia no ha inventado su propia teología, sino que la ha recibido, descubierto y comprendido poco a poco… La teología cristiana no es una invención como la de los comunicadores actuales, que fabrican productos para vender, comprensibles, simples, que están de moda… La fe en un Dios único con tres personas distintas la hemos recibido del testimonio de Jesús, en su vida y en sus palabras, que llevaron a los cristianos a leer de nuevo todo el Antiguo Testamento tratando de comprender a Dios. Y así, poco a poco, a lo largo de los primeros siglos de la Iglesia, los teólogos comprendieron que Dios no era una sola persona. Esto solo puede explicarse en cuanto comunión, en cuanto amor dentro de sí mismo. Si, tal como dice san Juan, «Dios es amor» (1Jn 4,8), entonces no puede ser soledad, porque el amor solo existe en relación. El amor es, necesariamente, un vínculo entre varias personas diferentes unas de otras.
Y, en Jesús, Dios expone a los hombres esta «no-soledad», esta «anti-soledad», que le caracteriza y que los cristianos denominan Padre, Hijo y Espíritu Santo. Cuando pronunciamos estos tres «nombres», tendemos a –o corremos el riesgo de– imaginar a Dios en tres entidades independientes, y la línea que lo separa de una especie de politeísmo es muy delgada. Para explicar quién es el Padre, quién es el Hijo y quién es el Espíritu, hay que ser extremadamente meticulosos en el uso de los términos. Entendámonos, Dios no nos va a lanzar un rayo si decimos algo inexacto sobre Él, pero una aproximación entre los términos engendra errores a la hora de representar a Dios. Me estoy conteniendo para no hablar aquí de «definición», porque al hablar de Dios, el uso de este término es inapropiado. «Definir» procede de «delimitar», que incluye la palabra «limitar», y engloba la idea de encerrar en una fórmula. Definimos un objeto de nuestro conocimiento, algo que observamos, una noción sobre la que reflexionamos, una idea que formulamos. Pero nunca definimos a una persona… «sé quién eres» es una fórmula que no encontramos en el evangelio más que en boca del diablo… (Mc 1,24; Lc 4,34). Quien dice «Sé quién eres» encierra al otro, lo destruye en la relación, le impide que se manifieste y le impone un concepto. Una persona escapa siempre a una definición, y si Dios es una persona, también escapa a ella.
Dios no habla de sí mismo más que en sus relaciones con nosotros. Se manifiesta, se experimenta, se presenta, y a nosotros nos corresponde entender quién es. Nos queda entenderlo como se entiende a una persona, en cómo tratamos de entrar en comunión con ella para vivir juntos. Y es así también como debemos comprender a Dios en cuanto Trinidad: es el que camina a nuestro lado. Sin embargo, al escribir un librito sobre los dones del Espíritu Santo, tengo que decir algo también sobre el Espíritu… ¿Quién es? Podríamos hablar de las tres personas de la Trinidad diciendo que lo son «en el sentido de…». Dios es Padre en el sentido de que está en el origen de todo. Es hijo en el sentido de que ha venido al mundo para compartir la vida de los humanos y salvarlos. Es Espíritu Santo en el sentido de que es amor. Pero también ahí nos encontramos como en un punto muerto… ¿Cómo entender que una persona se defina como «amor»? ¿Qué quiere decir el amor para nosotros?
¿Qué amor se vive en Dios?
Solo tenemos aproximaciones al amor, de acuerdo con nuestras experiencias, más o menos afortunadas o equilibradas. Nuestros amores humanos están hechos de don de sí, de deseo de reciprocidad. Puede que nos hayamos visto bendecidos, o decepcionados, o, por el contrario, transportados por amores vividos a lo largo de nuestras vidas. Pero ¿qué quiere decir «amar» para Dios? Podríamos decir que, en Dios, «amar» quiere decir «entregar» y «entregarse». La naturaleza trinitaria de Dios, esa no-soledad en Él, se caracteriza por la fuerza relacional. Entre nosotros, las relaciones son «adiciones», «accesorios» de nuestra existencia. Nuestras relaciones nos benefician mucho, y en cierto modo son necesarias para