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Higiene mental, psiquiatría y sociedad en Iberoamérica (1920-1960)
Higiene mental, psiquiatría y sociedad en Iberoamérica (1920-1960)
Higiene mental, psiquiatría y sociedad en Iberoamérica (1920-1960)
Libro electrónico276 páginas5 horas

Higiene mental, psiquiatría y sociedad en Iberoamérica (1920-1960)

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En la década de 1920 se constituyó un movimiento internacional de higiene mental, liderado por Estados Unidos y Francia, que se caracterizó por compartir, al menos sobre el papel, algunas cuestiones importantes como la crítica hacia la situación material y terapéutica de los enfermos mentales en los manicomios, la necesidad de implementar una asistencia psiquiátrica basada en la prevención de la enfermedad mental, la humanización del trato a los pacientes y la remedicalización de la locura. No obstante, en cada país estas cuestiones se adaptaron a las realidades nacionales, resignificándolas. Este libro nace con la intención de profundizar en el conocimiento de las realidades nacionales del higienismo mental en varios países iberoamericanos. Se presentan una serie de casos nacionales —Argentina, México, Brasil, Chile y España— que muestran algunos rasgos comunes como fueron el papel de la higiene mental en los intentos de reforma de la asistencia psiquiátrica, de su uso retórico y práctico como ideario de modernización, su capacidad para formar parte de la agenda de los diferentes regímenes políticos o el empeño en insertar el movimiento de higiene mental nacional en el contexto internacional. Casos que también poseen singularidades y adaptaciones nacionales que acentuaron determinadas cuestiones según el contexto local.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 may 2022
ISBN9788413524573
Higiene mental, psiquiatría y sociedad en Iberoamérica (1920-1960)
Autor

Mariano Ruperthuz

Doctor en Psicología, Universidad de Chile. Doctor en Historia, Universidad De Santiago de Chile. Psicoanalista (Sociedad Chilena de Psicoanálisis). Académico Universidad Andrés Bello. Investigador responsable de proyectos pertenecientes al Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (FONDECYT- Chile) en sus modalidades de Iniciación y Regular. Autor de Freud y los chilenos (Pólvora, 2016) y Estimado Dr. Freud. Una historia cultural del psicoanálisis en Latinoamérica (Edhasa, 2017) en coautoría con Mariano Ben Plotkin. Presidente de la Sociedad Chilena de Historia de la Psicología.

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    Higiene mental, psiquiatría y sociedad en Iberoamérica (1920-1960) - Mariano Ruperthuz

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    Ricardo Campos y Mariano Ruperthuz (eds.)

    Higiene mental, psiquiatría

    y sociedad en Iberoamérica

    (1920-1960)

    Colección Investigación y Debate

    SERIE PSIQUIATRÍA Y CAMBIO SOCIAL

    Esta publicación es parte del proyecto I+D+i RTI2018-098006-B-I00, LA HIGIENE MENTAL A LA POSTPSIQUIATRÍA: LA CONSTRUCCIÓN DE LA SALUD MENTAL COLECTIVA EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XX, financiado por MCIN/AEI/10.13039/501100011033/FEDER Una manera de hacer Europa

    © de los textos, sus autores, 2022

    © Los libros de la Catarata, 2022

    Fuencarral, 70

    28004 Madrid

    Tel. 91 532 20 77

    www.catarata.org

    Higiene mental, psiquiatría y sociedad en Iberoamérica (1920-1960)

    isbne: 978-84-1352-457-3

    ISBN: 978-84-1352-428-3

    DEPÓSITO LEGAL: M-7.082-2022

    thema: MKL/NHTB/MBX

    impreso por artes gráficas coyve

    este libro ha sido editado para ser distribuido. La intención de los editores es que sea utilizado lo más ampliamente posible, que sean adquiridos originales para permitir la edición de otros nuevos y que, de reproducir partes, se haga constar el título y la autoría.

    INTRODUCCIÓN

    Ricardo Campos y Mariano Ruperthuz

    En 1938 el psiquiatra francés Eugene Minkowski publicó en la prestigiosa revista Annales Medico-Psychologiques un artículo titulado A propos de l’ hygiène mental en el que intentaba poner un cierto orden sobre el significado de la higiene mental. A finales de la década de 1930 esta formaba parte no solo del acervo psiquiátrico sino también del de diferentes disciplinas (pedagogía, derecho, psicología, criminología, etc.), alimentando discursos y prácticas variopintas, referidas a la gobernanza de las poblaciones, que iban desde la eugenesia y la higiene racial hasta la prevención del crimen, pasando por la orientación profesional o las propuestas utópico políticas como la biocracia.

    Lo cierto es que la higiene mental en 1938 superaba con creces sus objetivos iniciales, circunscritos principalmente a la propaganda y educación de la población para cambiar su actitud hacia los enfermos mentales y a la reforma de la asistencia psiquiátrica, basada desde el siglo XIX en el internamiento en el manicomio, fuente de abusos y maltrato. El movimiento de higiene mental fue en sus comienzos el fruto de la denuncia contra la realidad asistencial y de las propuestas de superación del encierro manicomial como única forma de tratamiento. Su historia oficial tiene un mito fundacional en la figura del expaciente Clifford Beers y la publicación en 1908 de su libro A Mind That Found Itself, obra autobiográfica en la que relataba su paso por una institución psiquiátrica y el maltrato recibido. La obra de Beers, según el relato oficial (Dain, 1980; Parry, 2010), habría tenido la virtud de llamar la atención de psiquiatras que, como Adolf Mayer, se mostraban incómodos con la realidad asistencial y buscaban su transformación. De esa alianza —no exenta de tensiones (Grob, 1983)— entre un expaciente y un sector de la psiquiatría que buscaba salidas al impasse terapéutico que suponía el manicomio, surgiría en Estados Unidos un movimiento reformador, el de la higiene mental, que alcanzaría tras la Primera Guerra Mundial un carácter internacional. El movimiento vio aumentar notablemente su caudal gracias a la incorporación de su vertiente francesa, consolidándose esta como el centro del higienismo mental europeo (Wojciechowski, 1997-1998; Huteau, 2002). El papel de Edouard Toulouse como impulsor de la higiene mental en Francia y en Europa fue clave en este sentido. Su concepción de la higiene mental tuvo un carácter técnico-asistencial combinado con una vocación política consistente en la organización de la sociedad a partir de principios tecnocráticos, meritocráticos, psíquicos y biológicos. Su perspectiva de la higiene mental estaba muy ligada a las reflexiones sobre la necesidad de superar los regímenes políticos democráticos y dictatoriales por un régimen biocrático, dirigido por científicos (Huteau, 2002).

    Más allá de la retórica legitimadora de la historia oficial, sostenida por los propios protagonistas, parece poco cuestionable que Estados Unidos y Francia se erigieron en los dos polos de influencia mundial del movimiento de higiene mental, aunque con algunas tiranteces por su control y por la celebración de su primer congreso internacional (Thomson, 1995). Prueba de su notable influencia son las continuas referencias, con un uso nítidamente legitimador, que muchos movimientos nacionales de higiene mental hacían de las propuestas y logros estadounidenses y franceses. Durante la década de 1920 se constituyó un movimiento internacional de higiene mental que se caracterizó por compartir, al menos sobre el papel, algunas cuestiones importantes como la crítica hacia la situación material y terapéutica de los enfermos mentales en los manicomios, la necesidad de implementar una asistencia psiquiátrica basada en la prevención, la humanización del trato a los pacientes, la remedicalización de la locura y la educación sanitaria de la población en términos mentales. En líneas generales, este programa se traducía en el plano asistencial en la creación de servicios libres o de puertas abiertas —los llamados open-door—, donde el enfermo podía acudir voluntariamente, y de dispensarios de higiene mental para prevenir la aparición de la enfermedad mental, penetrando en el tejido social (escuelas, centros de trabajo, familias, etc.) a través de un servicio social psiquiátrico. Un programa esperanzador frente a la interminable noche manicomial, que oscilaba entre postulados biológico-deterministas y ambientalistas de la enfermedad mental. Minkowski, en el mencionado artículo, lo expresaba en estos términos:

    ¡La higiene mental! ¿Quién de nosotros no suscribiría a dos manos su advenimiento? Su necesidad, su razón de ser están fuera de duda. Sus realizaciones en el dominio de la asistencia a los psicópatas: servicios abiertos, dispensarios, red de instituciones para la infancia deficiente, que se inspiran en la idea de prevenir, de reducir al mínimo las medidas de coacción y de crear una atmósfera de colaboración confiada entre el público y el psiquiatra, muestran suficientemente el lugar que está destinada a tomar en nuestra actividad profesional (Minkowski, 1938, p. 467).

    Sin embargo, el programa general de la higiene mental tenía aristas, recovecos, adaptaciones nacionales y derivas controvertidas que se alejaban del espíritu humanitario y científico que decían defender sus promotores, como bien supo ver el propio Minkowski en relación a, por ejemplo, las leyes de esterilización forzosa implantadas en Alemania y defendidas como medidas de higiene mental por psiquiatras afines al nacionalsocialismo como Ernst Rüdin. En este sentido, una característica de los discursos higiénico mentales era la tensión entre propuestas inclusivas como el llamamiento universal a la prevención y a la humanización del trato al paciente mental y otras altamente segregadoras que apuntaban a los indeseables sociales.

    Una cuestión, no menor, apuntada por la historiografía sobre la higiene mental es la tentación de los psiquiatras adscritos a la misma de ampliar su autoridad, su campo de acción fuera de los muros del manicomio. El afán preventivo, recogido en el programa de higiene mental, llevaba aparejada la pretensión de diagnosticar, prevenir y curar no solo las enfermedades individuales, sino también las patologías consideradas sociales. Esa perspectiva sociopatológica de la psiquiatría tuvo diversas implicaciones de carácter político y cultural. Entre ellas destaca el diagnóstico de los males de la sociedad moderna y sus soluciones pretendidamente tecnocientíficas que tenían una fuerte carga moral. La cuestión no era en absoluto nueva para la psiquiatría, pues contaba con una larga tradición en este terreno. La novedad estribaba en que en el nuevo contexto abierto tras la Primera Guerra Mundial, marcado por una profunda crisis sociocultural y política y por el surgimiento de la sociedad de masas, la higiene mental contribuyó a diseñar una serie de horizontes sociales sobre la familia, el trabajo, la infancia y la educación, entre otras cuestiones.

    El higienismo mental aportó diferentes lecturas críticas de la nueva realidad emergente —presentes también en otros campos del saber— que no implicaban necesariamente el rechazo a la modernidad en su conjunto. La crítica cultural y política implícita en sus discursos era común entre los psiquiatras de diferentes ideologías políticas, si bien en la mayoría de las ocasiones sus posicionamientos políticos eran un factor diferenciador del significado de las mismas. Pero esas críticas conllevaban la propuesta de soluciones pretendidamente científicas a los problemas de la sociedad, justificando así su intromisión en todos los niveles, incluida la política. La higiene mental tuvo, por tanto, una dimensión política pues entrañaba un amplio programa de intervención social que buscaba regular numerosos aspectos de la vida de la población con el fin, según el caso, de construir ciudadanos equilibrados y conscientes de sus deberes y derechos, e identidades nacionales, raciales, o regímenes tecnocráticos.

    El diseño de políticas públicas a partir de las décadas de 1920 y 1930 encontró en la higiene mental y sus propuestas tecnocientíficas de prevención y examen un instrumento que funcionó con independencia del régimen político de cada país. El desarrollo de una serie de nuevas instituciones y la asunción de sus principios por parte de diferentes profesiones fraccionaron la figura del psiquiatra, que se multiplicó en otros agentes sociales y ámbitos profesionales como el educador, la visitadora social, el médico-social y el juez (Castel, 1979, 1980).

    La higiene mental, nacida en dos estados liberaldemocráticos —EE UU y Francia—, fue un instrumento esponjoso y adaptable que encajó bien en regímenes políticos de diversa naturaleza (autoritarios, democráticos, comunistas, fascistas) que diseñaron diferentes proyectos modernizadores y de respuesta al inestable contexto de entreguerras. Su elasticidad obliga, sin duda, a preguntarse por los diferentes significados que tuvo la higiene mental, más allá de las líneas maestras compartidas, al menos en un plano ideal, de sus adherentes.

    Por tanto, el movimiento de higiene mental constituye un claro ejemplo de un cuerpo de ideas y creencias de carácter transnacional sobre la salud mental, que comparte algunas características con otras teorías psicológicas que, como el caso del psicoanálisis, también se convirtieron en movimientos internacionales. Su alta capacidad para permear otros ámbitos no estrictamente especializados —en sintonía con la naturaleza de los saberes psicológicos— fue un rasgo compartido en buena parte de los países donde se desarrolló el movimiento. La apropiación y reinterpretación de la higiene mental dependiendo de los contextos nacionales por parte de diferentes agentes sociales fue una característica fundamental del higienismo mental. Por tanto, analizar su historia es aproximarse a una historia profesional de la medicina mental, pero también es conocer las representaciones socioculturales y políticas sobre la mente, la enfermedad psíquica y la salud.

    Las pretensiones intervencionistas y reguladoras de la higiene mental de todos los ámbitos de la vida fueron criticadas por sus coetáneos. El ya mencionado Minkowski —firme partidario de la higiene mental— expresó sus inquietudes ante las derivas que estaba tomando:

    Llegamos al punto en el que se ve claramente que la higiene mental no puede ser considerada en sí misma. Esta comporta las mismas dificultades y los mismos peligros y puede dar lugar a las mismas deformaciones, a los mismos errores que toda actividad dirigida. Es decir que al sujeto de la higiene mental se le plantea el problema del orden de valores, así como el problema del alcance de nuestra acción, en general respecto a nuestros semejantes. La salud —y todavía habría que saber que es la salud mental— es un valor incontestable, pero no es ni el único ni el supremo valor en la vida. […] Cada uno de nosotros, en el fondo, siente la necesidad de conservar un pequeño rincón, una zona reservada que es nuestra y sobre la cual no vengan a invadirla prescripciones exteriores, por higiénicas y saludables que sean; la posibilidad de algunos descarrios personales, de algunas infracciones forman parte de la atmósfera que queremos respirar; existe una zona de tolerancia que pide ser respetada, y ser completamente reclutados nos parece, o mejor dicho debería parecernos siempre intolerable, incluso cuando se trata de nuestra salud (Minkowski, 1938, p. 485).

    El estudio local pormenorizado de las realidades nacionales del higienismo mental es preceptivo antes de penetrar en análisis desde una perspectiva internacional y transnacional. Contamos con un trabajo emblemático sobre su carácter internacional (Thomson, 1995), centrado principalmente en el estudio del papel que tuvieron tanto el National Committee for Mental Hygiene (NCMH) de Estados Unidos en la celebración del Primer Congreso de Higiene Mental en Washington (1930) y en el desarrollo de la propaganda internacional de los principios de higiene mental, como la Fun­dación Rockefeller en la implementación de una estrategia inter­nacional de investigación y educación.

    No obstante, como señala el propio Thomson, los higienistas mentales de cada país, más allá del interés mostrado por las grandes líneas marcadas por Estados Unidos y Francia, adaptaron las mismas a las realidades nacionales, resignificándolas y aplicándolas en función del contexto local. A este respecto, la historiogra­­fía ha sido relativamente abundante para Europa (Wojciechows­­ki, 1997-1998; Huteau, 2002; Henckes, 2011; Freis, 2019; Huertas, 1998; Campos, 2004) y Norteamérica (Grob, 1983). Sin embargo, la realidad de la higiene mental fuera de los grandes epicentros de producción de conocimiento ha merecido tradicionalmente menos interés. Este vacío historiográfico es muy significativo en el ámbito iberoamericano, si bien afortunadamente en los últimos años ha comenzado a ser colmado con trabajos significativos y de calidad (Klappenbach, 1999; Talak, 2005; Dagfal, 2015; Dovio, 2017; Ríos Molina, 2016; Ruperthuz, 2019 y 2021; Araya, 2021, Vetö, 2017; Facchinetti y Jacó-Vilela, 2019).

    Este libro nace con la intención de profundizar en el conocimiento de las realidades nacionales del higienismo mental en varios países iberoamericanos, y de participar en el debate historiográfico que sitúa a los agentes locales exclusivamente como receptores pasivos y meros repetidores de las teorías del higienismo mental producidas en otros lugares. Frente a esta imagen, se muestra la complejidad de la circulación de las ideas y la importancia de los contextos locales en su reelaboración y adaptación y también en su producción.

    Se presentan una serie de casos nacionales —Argentina, México, Brasil, Chile y España— que muestran un conjunto de rasgos comunes donde la higiene mental participó en los intentos de reforma de la asistencia psiquiátrica, de su uso retórico y práctico como ideario de modernización del país, su inclusión en la agenda de los diferentes regímenes políticos o el empeño en insertar el movimiento de higiene mental nacional en el contexto internacional. Casos que también poseen singularidades y adaptaciones nacionales que acentuaron determinadas cuestiones como la eugenesia, la preocupación por la infancia, la salud mental de los trabajadores o las políticas raciales, entre otras. Del mismo modo, vemos cómo la higiene mental se potenció en combinación con otras teorías, como el caso del psicoanálisis, que le sirvió como legitimador en términos científico-sociales.

    El libro consta de cinco capítulos que son el fruto de diversos intercambios entre las autoras y los autores, muchos de ellos conectados a través de la Red Iberoamericana de Historia de la Psiquiatría. Como paso previo a su publicación, hubo ocasión de exponer y debatir con un público más amplio sus contenidos en el IX Taller de Historia Social de la Salud y la Enfermedad en Argentina y América Latina, celebrado en La Plata entre el 17 y el 19 de mayo de 2021. Asimismo, la existencia de dos proyectos de investigación, El rol de la higiene mental en la definición del modelo de atención psiquiátrica en Chile (1917-1954) (Proyecto ANID-FONDECYT nº 1190226) y De la Higiene mental a la postpsiquiatría: la construcción de la salud mental colectiva en la España del siglo XX (Proyecto MCIN/AEI/FEDER. RTI2018-098006-B-I00), dirigido el primero por Mariano Ruperthuz y el segundo por Rafael Huertas y Ricardo Campos, han supuesto un impulso en la publicación del libro.

    El libro comienza con el capítulo firmado por Hernán Scholten La difusión del movimiento de higiene mental en Argentina: redes internacionales, debates locales y reformas en la asistencia psiquiátrica. Su autor analiza los avatares de la higiene mental en Argentina, insertándolo en los esfuerzos de los psiquiatras argentinos por formar parte del movimiento internacional. Muestra asimismo, pese al temprano conocimiento del movimiento de higiene mental, los conflictos entre un sector de jóvenes deseosos de reformar la asistencia psiquiátrica a partir de sus principios y otro encabezado por Arturo Ameghino que apagó las expectativas que suscitaba la higiene mental, impidiendo que desde la Sociedad de Neurología y Psiquiatría adscrita a la Asociación Médica Argentina se creara una liga de higiene mental. Finalmente, la correlación de fuerzas entre los profesionales se inclinó hacia los partidarios de crearla en diciembre de 1929. Teniendo en la figura de Bosch un líder fundamental en su desarrollo y acciones. La higiene mental en Argentina, habría tenido un carácter estrictamente profesional y habría estado marcado por los conflictos entre psiquiatras.

    Por su parte, Andrés Ríos Molina, en el capítulo Psiquiatría para una nueva nación. La higiene mental en el México posrevolucionario, recupera de manera pormenorizada cómo los representantes del movimiento mexicano intentaron articularse y tomar posición con las esferas internacionales de la higiene mental. Asimismo muestra la articulación entre la política, los modelos de estado, los proyectos de modernización y el papel de la higiene mental y de la psiquiatría en su configuración local. Problemas como la pereza, el alcoholismo y la psicometría de la inteligencia revelan los supuestos que los psiquiatras manejaban en términos psicopatológicos y causales.

    En el capítulo tercero, A Higiene Mental no Brasil: racismo, eugenia e infância no Rio de Janeiro (anos 1920 a 1960), Cristiana Facchinetti, André Mota y Pedro F. Muñoz analizan la complejidad del higienismo mental en Brasil. En este sentido los profesionales usaron sus principios para discutir aspectos étnicos de la población. La estrategia de blanqueamiento, ligada al papel de la inmigración para renovar racialmente el país es un aspecto notable de los usos de este movimiento. Muestran asimismo la estrecha relación entre la higiene mental y la eugenesia y sus implicaciones en la construcción nacional.

    También analizan la inserción del movimiento de higiene mental brasileño en las redes internacionales, algo que aparece en todos los trabajos del libro. En este caso, además de la influencia notable de EE UU, destaca la conexión del movimiento de higiene mental brasileño en el contexto latinoamericano. También es muy significativa la preocupación del higienismo mental hacia la infancia dentro del proyecto modernizador del Estado brasileño.

    Luego, Mariano Ruperthuz Honorato, Ana Carolina Gálvez Comandini y Marcelo Sánchez Delgado, en el capítulo El movimiento higiénico mental en Chile: reformas, proyecciones y peligros (1920-1950), ofrecen una panorámica del movimiento de higiene mental en la capital del país, Santiago. El enfoque adoptado por los autores remarca los aspectos económicos que subyacían en la mentalidad de los promotores de la higiene mental en el país andino. Las posibilidades de ahorro en la gestión de la locura y la reincorporación rápida al trabajo de los individuos afectados de alguna enfermedad mental estuvieron muy presentes en los planes de los impulsores de la higiene mental en Chile, y convergieron con

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