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Iteraciones
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Iteraciones

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Iteraciones Los seis ensayos que componen este libro transitan en los márgenes del sentido de la búsqueda científica y en lo impredecible en los procesos de experimentación. A través de la epistemología histórica, su experiencia de laboratorio y su interpretación novedosa de la filosofía de Jacques Derrida, Rheinberger problematiza la creatividad en los contextos científicos, la legitimación de sus objetos y la presentación de sus resultados. Tras estas dimensiones, propias del quehacer científico, siempre situado y material, se deja entrever una inquietud: ¿es qué la lógica de la vida puede aparecer también en la dinámica de los sistemas experimentales? La búsqueda de la respuesta a esta interrogante nos llevará a deambular si no a repetirpara hacerla posible.

Iteraciones es una oportunidad no solo para introducirse en la epistemología histórica, sino que también para conocer el pensamiento de una de sus eminencias contemporáneas. La obra, traducida por Nicolás Silva y Nicolás Trujillo, es el primer libro de Rheinberger en español, quien incluyó, para esta edición, un nuevo ensayo sobre el virtuosismo experimental.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 ene 2022
ISBN9789569441509
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    Iteraciones - Hans-Jörg Rheinberger

    Todo lo que puede conducir a una inscripción en general

    Hace ya casi cuatro décadas apareció el libro quizás más influyente de Jacques Derrida, como pudo constatarse después: De la gramatología (Derrida, 1970). Este libro está al comienzo de mi camino en la filosofía y me ha acompañado en mis exploraciones a través de la ciencia y la historia de la ciencia. Comienzo estas intervenciones con un largo fragmento del primer capítulo de la Gramatología, titulado El fin del libro y comienzo de la escritura:

    Desde hace un tiempo, aquí y allá, por un gesto y según motivos profundamente necesarios, cuya degradación sería más fácil denunciar que descubrir su origen, se decía lenguaje en lugar de acción, movimiento, pensamiento, reflexión, conciencia, inconsciente, experiencia, afectividad, etcétera. Se tiende ahora a decir escritura en lugar de todo esto y de otra cosa: se designa así no solo los gestos físicos de la inscripción literal, pictográfica o ideográfica, sino también la totalidad de lo que la hace posible; además, y más allá de la faz significante, también la faz significada como tal; y a partir de esto, todo lo que puede conducir a una inscripción en general, sea o no literal e inclusive si lo que ella distribuye en el espacio es extraño al orden de la voz: cinematografía, coreografía, por cierto, pero también escritura pictórica, musical, escultórica, etc. Se podría hablar también de una escritura atlética y con mayor razón, si se piensa en las técnicas que rigen hoy esos dominios, de una escritura militar o política. Todo esto para describir no solo el sistema de notación que se aplica secundariamente a esas actividades sino la esencia y el contenido de las propias actividades. También es en este sentido que el biólogo habla hoy de escritura y de programa a propósito de los procesos más elementales de la información en la célula viva. En fin, haya o no límites esenciales, todo el campo cubierto por el programa cibernético será un campo de escritura. Aun suponiendo que la teoría de la cibernética pueda desprenderse de todos los conceptos metafísicos —hasta del concepto de alma, de vida, valor, elección, memoria— que anteriormente han servido para oponer la máquina al hombre, tendrá que conservar, hasta que sea denunciada su pertenencia histórico-metafísi-ca, la noción de escritura, de huella, de grama o de grafema. Incluso antes de ser determinado como humano (con todos los caracteres distintivos que siempre se han atribuido al hombre, y todo el sistema de significación que ellos implican) o como a-humano, el grama —o el grafema— dará así el nombre al elemento. Elemento sin simplicidad. Elemento, ya sea que se lo entienda como medio ambiente o como átomo irreductible, de la archi-síntesis en general, de aquello que tendríamos que prohibirnos definir en el interior del sistema de oposiciones de la metafísica, de aquello que, en consecuencia, incluso no tendríamos que llamar la experiencia en general, ni siquiera el origen del sentido en general. Esta situación se anunció ya desde siempre (Derrida, 1970, pp. 14-15. Traducción levemente modificada).

    Hoy se podría agregar a esta lista las gigantescas máquinas de escribir, que cual computadoras conectan laboratorios de investigación, coordinan grandes proyectos, gestionan datos científicos y administrativos, y controlan el flujo de producción, de bienes y de dinero, los ejércitos y, finalmente, los cuartos de trabajo electrónicamente equipados de todos los que reflexionan sobre un fenómeno llamado la revolución informática. Y también se ve a Jacques Derrida sentado frente al PC, en un libro que lleva su nombre (Bennington & Derrida, 1991, p. 15).

    Y, sin embargo, esta situación no es nueva. Se anunció ya desde siempre, como dice el sorpresivo giro al final del pasaje citado. André Leroi-Gourhan en El gesto y la palabra (1971), así como Roy Harris en The Origin of Writing (1986), argumentaron de forma convincente que los sistemas de escritura no tienen su origen histórico ni en una originaria duplicación fi-gurativo-referencial de estados de cosas, ni en una duplicación inicialmente notativo-lineal de los pronunciamientos de un sujeto hablante, sino que surgieron de las modalidades de una actividad gráfico-háptica de carácter propio, que no depende de ninguna impresión o expresión, de ninguna mirada o habla. Leroi-Gourhan dice que el simbolismo gráfico se aprovecha, en relación al lenguaje fonético, de una cierta independencia (1971, p. 193). La coordinación históricamente reciente entre escritura y lengua, y ––como lo quiere la tradición filosófica––, la subordinación final de la escritura bajo la lengua fue una consecuencia de la polivalencia funcional de la escritura, de su excedente, pero no la causa de su origen. La forma del grafismo es anterior, no derivada. Lo que hoy ocupa el espacio de lo pictórico se debe al desarrollo de convenciones gráficas dirigidas a lo figurativo. Lo que nos es familiar como escritura se ha movido hacia lo lineal. Se trata del resultado de una diferenciación histórica entre sistemas de símbolos densos y articulados, sobre la base de una gramática de la diferencia (Goodman, 2010). El surgimiento de las notaciones escritas se basó en prácticas de numeración, hasta donde llegan las conjeturas arqueológicas.

    Con cierta probabilidad, el homo sapiens dominó el uso de los números antes de dominar el uso de las letras […]. La humanidad tuvo que ser numerada antes de volverse literaria. […] Algo sobre la cultura occidental indica que la pregunta por el origen de la escritura […] no pudo plantearse correctamente, mientras la escritura misma no fuera reducida a dimensiones de microchip. Solo con esta última revolución comunicativa fue claro que el origen de la escritura está vinculado al futuro de la escritura por caminos que dejan fuera de juego al lenguaje (Harris, 1986, p. 133).

    De ahora en adelante se trata del discurso de los grafemas, que ya siempre ha sido efectivo, pero solo ahora es clarificado.

    El tema de la escritura ––como grafemathesis universal––se encuentra a la orden del día, incluso cuando hay voces que declaran que el giro semiológico, con el que la escritura ha sido asociada de modo superficial, ha pasado de moda. Su grandeza, nos asegura Bruno Latour, fue desarrollar, al amparo de la doble tiranía del referente y el sujeto hablante, los conceptos que dan su dignidad a los mediadores, los que no son más que simples intermediarios o simples vehículos que transportan el sentido desde la naturaleza hasta los locutores o de éstos hacia aquélla (2007, p. 97). Y, como prueba del prejuicio duradero y enraizado de una conexión originaria entre lengua y escritura, añade tanto de manera explicativa como negativa: el texto y el lenguaje hacen el sentido; hasta producen referencias internas a los discursos y locutores instalados en el discurso (2007, p. 97). Tras la revolución semiológica así descrita, en la última década una variante del posmodernismo ha reemplazado a la otra. En vista de estas secuencias y consecuencias, Latour nos ha exigido finalmente comprender que jamás hemos sido modernos (Nous n’avons jamais été modernes).

    Latour tiene razón. No son juegos del lenguaje los que constituyen al contexto de sentido del mundo. [V]ivimos en sociedades que tienen por lazo social los objetos fabricados en el laboratorio (Latour, 2007, p. 44). Pero también hemos vivido en un mundo cuyo vínculo social son objetos inscritos, o mejor dicho secuencias formales de cosas, como lo expresa el historiador del arte George Kubler, incluso si estas no provienen siempre de laboratorios, sino primero de cuevas paleolíticas, luego de los campos agrícolas neolíticos, los hornos de fundición de la Edad de Bronce, y de los talleres y cortes renacentistas (Kubler, 1975, p. 45). Por tanto, con referencia a la hominización de lo individual, podemos representarnos cada historia personal, según Kubler, como la puesta en marcha de ruedas de la fortuna: una gobernando la parte de su temperamento y la otra rigiendo su entrada en una secuencia (1975, p. 16). Para nosotros, solo hay historia si hay secuencias formales de marcas-artículos diferencialmente replicables, de objetos primarios, de mutantes y sus posteriores réplicas, de toda esta descendencia de cosas (1975, p. 53). El museo prehistórico, y también la colección histórico-natural, vive del principio de las series y los enjambres. La historiografía, y en particular también la historia de la ciencia, tiene la tarea de llegar al fundamento de las condiciones locales de tales genealogías.

    Latour, que sigue a Michel Serres aquí, también está de acuerdo con esto: la historia no es meramente la historia de los hombres, sino que siempre ha sido ya también una historia de las cosas (Latour, 2007, p. 122). Pero, para nosotros no hay cosa alguna que no sea también grafema. Todo ser, en tanto existencia, es un ser escrito. La propiedad inmemorial de esta escritura generalizada, de la gramatología del ser, es la de posibilitar en general la re-iteración y la recurrencia, la diferencia como diferencia y, con ello, la historia y el sentido a partir de su materialidad.

    Derrida ha expresado una razón elemental para esto, aunque de manera casual y sin retornar a ella en detalle. Retomo una vez más el pasaje citado: "También es en este sentido que el biólogo habla hoy de escritura y de pro-grama a propósito de los procesos más elementales de la información en la célula viva". Por cierto, Derrida no dudó más tarde en recurrir a los fenómenos biológicos de la hibridación y del

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