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El principio de angustia
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Libro electrónico353 páginas11 horas

El principio de angustia

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La angustia ha acompañado siempre la existencia humana desde sus orígenes. Desde la Modernidad, angustia y crisis refieren a esa experiencia de hundimiento, abismo y falta de fundamento, de naturaleza subjetiva y pasajera, que procuramos evitar a toda costa.Esta obra, por el contrario, realiza una aproximación psicológico-existencial a la angustia en su conexión con el principio, con la potencia del inicio. En un profundo diálogo con destacados autores como Schelling, Kierkegaard, Freud, Heidegger o Sartre, el autor va desgranando cómo la angustia, lejos de ser un afecto pasajero, constituye el afecto ontológico fundamental de la vida humana.
Este afecto se despliega en una triple potencia: como angustia del nacimiento, vértigo de la libertad y angustia de muerte, marcando así las diferentes edades del hombre: infancia, juventud, madurez y vejez. Entender la angustia como angustia del nacimiento y no como potencia del fin, ni como angustia de muerte, constituye la clave de este libro intempestivo que formula un verdadero principio de esperanza para nuestro tiempo de crisis.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 mar 2022
ISBN9788425448393
El principio de angustia

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    El principio de angustia - Fernando Pérez-Borbujo

    Fernando Pérez-Borbujo

    El principio de angustia

    Herder

    Diseño de la cubierta: Ferran Fernández

    Edición digital: José Toribio Barba

    © 2021, Fernando Pérez-Borbujo Álvarez

    © 2022, Herder Editorial, S. L., Barcelona

    ISBN EPUB: 978-84-254-4839-3

    1.ª edición digital, 2022

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a Cedro (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).

    Herder

    www.herdereditorial.com

    A mi madre

    ÍNDICE

    PRÓLOGO

    PREÁMBULOS. ANGUSTIA Y PRINCIPIO

    1. La angustia y el principio

    2. El principio y el fin: el sentido de la angustia

    3. El camino (methodos) de la angustia: las edades del hombre

    3.1. La ley de los tres estadios kierkegaardianos

    3.2. La teoría de las potencias de Schelling

    4. La triple facultad del principio y las edades del hombre

    5. Prolegómenos a una filosofía de la vida

    6. La angustia y la filosofía de la historia

    PRIMERA PARTE LA ANGUSTIA DEL PRINCIPIO (I): EL NACIMIENTO

    1. La angustia del nacimiento

    1.1. Angustia y poder

    1.2. La angustia como separación de la madre: el principio matricial

    1.3. El principio frente al fin

    1.4. La vida antes de la vida

    1.5. Nacimiento, cuerpo y angustia

    2. La angustia del nacimiento como pérdida de lo matricial

    2.1. El problema del sujeto de la angustia en el nacimiento

    2.2. Inhibición, síntoma y angustia: la angustia de castración

    2.3. Otto Rank y el trauma originario del nacimiento

    2.4. Freud versus Rank

    2.5. El nacimiento y el origen del deseo: Lacan

    2.6. La doctrina psicoanalítica sobre la angustia

    3. La angustia del nacimiento como ruptura de la esfera

    3.1. La emergencia del nuevo sujeto: la intimidad originaria

    3.2. El nacimiento como emergencia de lo angélico

    3.3. La voz y el canto de las sirenas

    3.4. El diálogo silencioso

    3.5. «Nacer o no nacer, he ahí la cuestión»

    EXCURSO I

    SEGUNDA PARTE LA ANGUSTIA DEL PRINCIPIO (II): LA LIBERTAD

    4. La angustia ética: el vértigo de la libertad

    4.1. La libertad como facultad del principio

    4.2. De la Naturaleza al Espíritu

    4.3. La angustia como conciencia moral (Gesinnung)

    4.4. La angustia ante el mal

    4.5. La angustia ante el bien

    4.6. La angustia ante el destino: el drama de la libertad

    5. La nada de la libertad: la imaginación ética

    5.1. Imaginación, desrealización y aventura ética

    5.2. La angustia ante la nada

    5.3. La angustia ante la mirada del otro

    5.4. La angustia de la libertad como enredo del deseo

    6. La angustia religiosa: lo absoluto

    6.1. Angustia ética y angustia religiosa

    6.2. La angustia religiosa y la realidad del pecado

    6.3. La angustia como endiosamiento bueno y malo

    6.4. La desesperación (Verzweiflung) como angustia de lo eterno

    6.5. La angustia religiosa y la fe

    EXCURSO II

    TERCERA PARTE LA ANGUSTIA DEL PRINCIPIO (III): LA MUERTE

    7. El problema del fin: la angustia ante la muerte

    7.1. La muerte como fin

    7.2. El significado de la muerte: los muertos

    7.3. Muerte e inmortalidad

    7.4. La muerte como juicio

    7.5. La muerte como misterio

    7.6. Muerte y despedida

    7.7. Nacer y morir. La vida como pedagogía del fin

    7.8. La angustia de muerte

    8. El ser para la muerte: realización y destino

    8.1. Angustia y temporalidad: la finitud

    8.2. Angustia y voz ética

    8.3. Angustia, mundanidad y temporalidad

    8.4. Angustia e historia

    8.5. La angustia de muerte y el amor como principio: Heidegger y Arendt

    9. Angustia y esperanza

    9.1. Angustia y escatología: el problema del fin

    9.2. La angustia del nacimiento y el poder de la esperanza

    9.3. La esperanza como angustia del principio en el fin

    9.4. La esperanza como potencia del principio, del medio y del fin

    9.5. Angustia y esperanza: la escatología

    EXCURSO III

    EPÍLOGO

    APÉNDICE. LA ANGUSTIA Y SUS POTENCIAS

    1. Evolución, dialéctica y vida

    2. La ley de los tres estadios en Søren Kierkegaard

    3. La teoría de las potencias en la filosofía schellinguiana

    4. La angustia y sus potencias

    5. El principio de angustia y sus diferencias con el evolucionismo

    BIBLIOGRAFÍA

    Información adicional

    La única alegría del mundo es comenzar. Es bello vivir porque vivir es comenzar, siempre, a cada instante. Cuando falta este sentimiento –prisión, enfermedad, costumbre, estupidez–, querríamos morirnos.

    CESARE PAVESE, El oficio de vivir

    «En el principio era la angustia», tal habría debido ser la traducción que Fausto emprendiera del famoso prólogo al evangelio de Juan. Ni el lógos, ni la acción, candidatos de los últimos dos milenios a ocupar el lugar del principio, parecen haber dado cuenta de la situación del hombre, y mucho menos del hombre en la encrucijada contemporánea. La angustia se ha mostrado, desde el inicio de la Modernidad en crisis, como el afecto determinante de nuestro tiempo. En ella se ha querido ver una señal del malestar –psicológico, moral y espiritual– que caracteriza a nuestra época después de la «muerte de Dios»,¹ expresión que indica no tan solo el desamparo existencial, sino la falta de sentido y de referentes comunes para la construcción de una vida comunitaria plena.

    Estas visiones, que reducen la angustia a su nivel psicológico, la conciben como un mal que debe ser evitado a toda costa. No obstante, una exploración rigurosa sobre el papel que la angustia juega en la vida humana podría llevarnos a corregir esa visión. Para empezar, habría que establecer que la angustia no es un fenómeno que tenga que ver tan solo con la muerte, sino que, por el contrario, la angustia muestra su fuerza y su sentido verdaderos en el fenómeno del nacimiento. Dicha corrección en nuestra percepción de la angustia nos permitirá cambiar también la valoración de la misma y entender de un modo nuevo su sentido.

    La angustia del nacimiento es la que nos permitirá entender toda angustia (de nacimiento, sexualidad, libertad o muerte) como una angustia del principio. Es el principio, y todo aquello que se inicia, y en tanto que se inicia, el origen de la angustia. La angustia señala y muestra lo que está naciendo en tanto en cuanto está naciendo. Angustiarse es lo propio de lo que está naciendo, de lo que se encuentra en el proceso de nacer, de salir a la luz, de alumbrarse. De ahí que en la angustia desempeñe un papel fundamental la relación del existente con lo matricial, con la madre, en cuanto principio de alumbramiento.

    Será este cambio de orientación el que nos permitirá percibir que la angustia no es un fenómeno de la Modernidad, sino un fenómeno persistente y constante en la historia de la Humanidad, como nos lo demuestra la tesis de Nietzsche sobre la presencia de la angustia bajo la aparente serenidad que Winckelmann atribuía al helenismo griego; o la presencia de la angustia en los ritos sacrificiales de la religiones primitivas; o en cualquier ámbito donde aparezca la actividad humana ligada a la cuestión del inicio.

    Las conexiones entre angustia y esperanza nos permitirán ver dicha tesis extrapolada al ámbito social, político y comunitario, pero también a sus dimensiones natural y cosmológica. En realidad, la tesis que aquí defendemos es de naturaleza metafísica y, por ende, atiende al Ser desde su origen. Si así fuese, no habríamos hecho sino confirmar la verdad de la sentencia que encabeza el presente volumen: «En el principio era la angustia (Am Anfang war die Angst)».


    1 Peter Watson, La edad de la nada. El mundo después de la muerte de Dios, Barcelona, Crítica, 2014.

    Prólogo

    I

    En una época como la actual, marcada por la crisis –no tan solo económica, sino moral, espiritual y social–, parece hasta de mal gusto volver a conjurar el viejo espectro de la angustia. Tras años intentando olvidarnos de tan incómodo huésped resulta del todo impertinente volver a hacerlo irrumpir en escena. La angustia evoca en nosotros un estado de ánimo, un afecto displicente y desagradable que directamente sintoniza con aquello que en nosotros, irremediablemente, no va bien. Hemos desarrollado en la última centuria hasta el extremo nuestro conocimiento psíquico para no saber qué significa la angustia. La angustia habla de un malestar psíquico, de un temor indeterminado que nos atenaza de manera aparentemente inexplicable, de un síntoma cuya raíz se nos escapa sin que podamos vislumbrar su origen.

    Se ha impuesto de manera generalizada que el estar angustiado es el preámbulo de un mal inevitable. Al igual que en el caso del depresivo, la percepción social de la angustia habla de uno de los males que con más cuidado hay que evitar a toda costa. Pero desgraciadamente la angustia nos atenaza cuando menos lo esperamos, atacándonos por la espalda y brindándonos su abrazo mortal. Aunque el ataque de la angustia sea súbito, imprevisible y letal, lo terrible para el ser humano es que la angustia se desarrolla en espiral, en una especie de tendencia obsesiva a girar en círculos, favoreciendo la autorreflexión de la angustia sobre sí misma, de modo que el angustiado aún se angustia más, y cuanto más busca el origen de su angustia, que se esconde y huye de su mirada interrogadora, más se angustia. De igual modo el depresivo, ignorante de la causa de su depresión, no puede sino sentirse inocentemente culpable, e ignorando el origen saberse culpable de un mal del que no sabe cómo librarse.

    Esta naturaleza dialéctica de la angustia es la que ha hecho que el ser humano rehuyera en todo momento y lugar, como si de la peste se tratara, la realidad terrible de la angustia. La angustia, en su espiral sin fin, hablaba al hombre de su desamparo, del hundimiento de su mundo, de la crisis de sus creencias y valores, impeliéndolo a la inacción paralizante que debería conducirle a una meditación pausada y reflexiva sobre su vida. El ser angustiado, paralizado, se encontraba en posición introspectiva, ensimismado, espantado y horrorizado de encontrase hundido y sin posibilidad de salvación, se veía irremisiblemente perdido por causa propia. La única manera de salir de la angustia parecía ser con un cambio radical, no tan solo de vida sino del propio ser: «renovarse o morir», parecía ser el lema. No es de extrañar que esta visión que la sabiduría popular tenía de la angustia supusiera que esta amenazaba con acabar irremisiblemente en la muerte por suicidio, haciendo que el sujeto se viera continuamente amenazado por la tentación de la desesperación. La pérdida de vista de la realidad, la oclusión del horizonte de futuro, la vivencia radical del sinsentido, la percepción de pérdida de suelo y un sufrimiento de tal profundidad llevan a que se desee acabar, aunque sea a costa de la propia vida.

    El hombre actual, agobiado por el peso finisecular de una sociedad que está harta ya de vivir en la crisis y busca tan solo maneras de habitar la crisis, anhela narcóticos, mecanismos de evasión, finales felices, motivos para la acción, fuentes de renovadas esperanzas. La conciencia apocalíptica de nuestro tiempo, fruto de una escatología sin futuro, apela necesariamente a la búsqueda de nuevas formas de esperanza. La capacidad de resistencia del viviente, su autoestimulación a la vida aún allí donde todo parece volverse en contra, es tan fuerte que nunca renunciará a alguna forma de esperanza con la que enfrentarse con los males, los peligros y los retos de su propia época.

    Donde, quizá, esta percepción psíquica de nuestro tiempo falla es en la creencia de que nada hay más opuesto a la esperanza que la angustia. Si la angustia es el prolegómeno de la desesperación, no parece que pueda establecerse ninguna relación entre angustia y esperanza. Es aquí donde quiere irrumpir el presente libro, donde la voz del filósofo quiere llevar la contraria al saber popular, plenamente consciente de que puede ser su voz un clamor en el desierto o, aún más, que puede el pueblo, cansado de vanas esperanzas, decirse para sí «vayamos y matémosle», o, como le ocurrió a Empédocles, ser llevado en volandas para ser arrojado vivo al volcán Etna.¹ A pesar de ello, no puede el filósofo renunciar a su pequeña verdad, la descubierta con tanto esfuerzo en el cuarto de estudio de su interioridad, nacida de una perplejidad, no exenta de ese inveterado impulso de llevar siempre la contraria, de ir siempre a contracorriente: ¿Y si la angustia no fuera la negación de la esperanza, sino su verdadero fundamento? ¿Y si no fuese posible ninguna verdadera esperanza que no tuviese en su seno, en su raíz, encerrada y cauterizada, la angustia? Pero, si así fuera, ¿qué es la angustia?, ¿cuáles son su función y su sentido en el seno de la vida humana? Si la angustia no fuese el enemigo de la vida humana plena, sino su máximo aliado, ¿no habría que reescribir la historia de los últimos siglos?, ¿no habría que escribir un firme alegato a favor de la angustia? El presente libro es el intento de iniciar esa escritura que se ha vuelto una necesidad imperiosa en nuestro tiempo.

    II

    La angustia ha acompañado siempre la existencia humana desde sus orígenes. La encontramos presente ya en el simbolismo religioso antiguo, en las concepciones mítico-filosóficas de la physis y de la polis.² Resulta evidente que la angustia en el mundo antiguo se modaliza en torno a la idea de arché y que encontramos su huella en el ámbito del mito. Los grandes relatos teogónicos, las grandes construcciones mítico-filosóficas de la Antigüedad, en clave cosmológica habitualmente, nos relatan el problema de los orígenes, la emergencia del mundo y de su orden, siempre precario y en crisis, en clave de una angustia del principio o del origen. Curiosamente, será en los escritos de los grandes poetas y en los filósofos presocráticos (desde Tales a Empédocles) donde esta angustia del arché se hará viva y presente, y donde la realidad mítica se aliará con el naciente lógos para dar forma inteligible a esa angustia inserta en la Naturaleza (physis), en el principio maternal-material (el Ser).

    Será a través de la escuela eleática, y megárica, que se producirá la progresiva intelectualización y logificación del Ser que preparará las especulaciones posteriores de Platón-Sócrates y Aristóteles, de la academia platónica y la escuela peripatética, en las que la angustia del inicio es sustituida por la angustia del inicio del pensar: la admiración (thaumasía).³ Dicha angustia se modula en clave aparentemente armónica, serena y pacífica, como lo había visto Winckelmann en el periodo clásico y helenista de la filosofía griega. Ya Nietzsche se encargó de demostrar que bajo esa máscara apolínea se esconde toda la fuerza del impulso dionisíaco, que bajo la virtud templada y la reflexión prudente se mueven las fuerzas oscuras del linaje y de la sangre, del destino y de las fuerzas tónicas, el conflicto trágico.⁴ Es en la tragedia griega donde se manifiesta el conflicto entre lógos y pietas, donde se recoge la esencia mitológica de la religiosidad griega y se hace presente toda la fuerza de la angustia.⁵

    No obstante, como afecto determinante de una concepción filosófica de la existencia, como elemento reflexivo característico de la condición humana, podemos afirmar el carácter moderno de la angustia. La modernidad de la angustia radica en que ya no se ve en la admiración (thaumesis) el origen de la reflexión filosófica, el nacimiento de la pregunta que interroga por el ser y por lo que hay, sino en la angustia de un vivir que busca un fundamento firme en el que asentarse, un pensar metódico que quiere evitar el engaño y la mentira; que quiere edificar sobre roca firme con el fin de que su edificación nunca más se vuelva a hundir. Desde este punto de vista, el precedente de la angustia se encuentra en la duda cartesiana, donde se produce una crisis sin precedentes del suelo de valores y creencias anteriores, y donde emerge tentativamente un nuevo inicio.⁶ La duda es la manifestación moderna de la angustia, ligada a la crisis, al hundimiento y al nacimiento de lo nuevo. Dicha angustia de la duda es la que conduce el pensar a la disciplina propia del método como figura nueva de lógos. Tanto en Descartes, como en la Scienza Nuova, hasta llegar al pensamiento kantiano, podemos proseguir esa angustia de la duda que marca el camino metódico del pensar moderno.

    Estos orígenes modernos de la angustia podemos rastrearlos en toda la Ilustración pero se patentizan, de un modo claro, en la reflexión que sobre el propio proceso ilustrado llevó a cabo su colofón: el idealismo alemán. Los orígenes de la angustia contemporánea, sus más profundas raíces, al menos en lo que hace a su tratamiento por parte de la filosofía, los encontramos en algunas caracterizaciones que Hegel realiza en su Fenomenología del espíritu a la hora de distinguir la angustia del temor, y relacionarlo con el tema de la nada como esencia misma del espíritu.⁷ Allí su autor distingue el temor, que siempre lo es ante algo concreto y determinado, cuyo aspecto produce un miedo paralizante, de la angustia, que siempre lo es ante la nada, ante una potencia universal y fluida de muerte, que hace temblar a la subjetividad en su seno más interno. Es precisamente en la «lucha a muerte de las autoconciencias», cuando la conciencia que desprecia su vida, dominando su miedo a la muerte, se erige, en un primer momento, en señora de sí misma, obligando a su conciencia refleja a someterse a su servicio ofreciéndole su reconocimiento servil. Por su parte, la conciencia del siervo, que temió en su ser más íntimo el poder nihilizador y nadificante de la muerte, que se aferró agónicamente a la vida, aun a costa de sacrificar su trabajo y su producción a una conciencia ajena, señora, que no teme a la muerte, irá paulatinamente dominando dicha angustia ante la nada mediante el poder del trabajo que cultiva y rotula la tierra.⁸ El trabajo será, para la conciencia esclava, el camino para dominarse a sí misma y dominar la Naturaleza, uniéndose la técnica así, secretamente, al miedo a la muerte y a una nueva forma de dominio.

    Esta primera caracterización de la angustia (Angst), como diferente del temor (Schrecken), ocupará un lugar central en la reflexión schellinguiana en torno al fenómeno del nacimiento de la libertad humana a partir de la naturaleza, donde la dimensión psicofísica y la moral se unen en una concepción de la angustia que se cifra en el drama de la libertad, tal como el autor expone en sus Investigaciones filosóficas sobre la esencia de la libertad humana y los objetos con ella relacionados (1809). En ella, como veremos, la angustia es el verdadero vértigo de una libertad originaria, que se despliega en la Naturaleza sometida a un equilibrio precario y que avanza de un modo sinuoso, para emerger con la aparición de la conciencia humana, en cuanto conciencia que se eleva más allá de la Naturaleza y hace sentir al hombre el vértigo de esa potencia sobrenatural.

    En cualquier caso la angustia recibirá una nueva caracterización en la definición del ser para la muerte que nos propone Heidegger en El ser y el tiempo (1927), y, posteriormente, en los análisis que sobre la nada lleva a cabo en ¿Qué es metafísica? (1929). La angustia aparece aquí en el marco de una ontología de la finitud, en el seno de una conciencia temporal finita, que determina la angustia como un temperamento creciente de la vida humana, irrebasable y pesimista.

    En ese ámbito, haciendo de la necesidad virtud, se insertará, a partir de las lecturas de Hegel y Heidegger, la reflexión de Sartre, en sus obras Lo imaginario (1940) y El ser y la nada (1943), en torno a la angustia como ligada a una libertad que es pura negación de la facticidad y pura realización de la imaginación, siempre amenazada por la mirada del otro y entregada a un juego de luchas de conciencia, que convierte la vida humana en una actividad heroica.

    A pesar de que el paradigma existencialista ha primado en la visión sobre la angustia, antes de él se instauró una de las líneas más fecundas en la prosecución de la dimensión de la angustia en la vida psíquica del ser humano: el psicoanálisis. Aunque el psicoanálisis ha mostrado muchas de sus deficiencias y carencias a lo largo de su existencia, no se pueden negar tampoco sus grandes descubrimientos y aciertos. Uno de ellos, en el que no se había puesto mucho énfasis hasta fecha reciente, gracias a la obra de Peter Sloterdijk, es haber descubierto el papel que desempeña la angustia en el nacimiento. En una línea muy diferente, encontramos el planteamiento de la escuela psicoanalítica, freudiano-lacaniana, que, partiendo de Otto Rank, con su El trauma del nacimiento y su significado para el psicoanálisis (1924), plantea el origen de la angustia no en la cuestión del fin, sino en la del inicio, en el momento de la separación de la madre, del corte del cordón umbilical, de la pérdida del objeto y la ree­laboración del narcisismo primario. Primero Freud, en su obra Inhibición, síntoma y angustia (1917), y en sus escritos primeros so­bre La angustia, y después Lacan, en su conocido seminario sobre la angustia (1962-1963), reformulan esta idea de Rank e intentan hablarnos de un trauma originario, de una herida en el origen, que lastra toda la condición humana y la determina como vida en la angustia.

    En esta misma línea, recientemente, Sloterdijk, con su idea de las esferas como espacio intrauterino que el hombre intenta reproducir en su vida adulta en diferentes formas y maneras, como retorno a la Madre, nos recuerda la importancia de establecer esta angustia del origen que determina todos los mecanismos defensivos de la psicología individual y social. En Esferas, más particularmente, en el volumen I de su conocida trilogía (1998), lleva a cabo este recuerdo de la necesidad de una ginecología filosófica, así como la perentoriedad de repensar el trauma del nacimiento como experiencia humana primordial.

    Por último, intentaremos ver si esta angustia se resuelve, en la muerte, la finitud y la pérdida de la trascendencia, en una desesperación sin salida, o si, por el contrario, como espera a su manera Kierkegaard, hay alguna posibilidad de resolución psicológica de la angustia y una dimensión escatológica de la misma que permitan alumbrar una nueva dimensión de esperanza para los dos últimos siglos de reflexión sobre la condición humana.

    III

    En la presente obra prima, aunque elaborada fenomenológicamente, la aproximación psicológico-existencial a la cuestión de la angustia, tanto por los autores escogidos para abordar el tema (existencialistas y psicoanalistas) como por los temas abordados (nacimiento, sexualidad, libertad y muerte). Tan solo incidentalmente, en la cuestión que atañe a la formación del Superyó y la conciencia moral en el planteamiento freudiano, o la cuestión de la angustia ante la mirada del otro en Sartre y Lacan, parece haber sobrevolado el discurso la cuestión de la angustia social.

    Una mirada social, histórica y política debería venir a complementar el camino aquí propuesto. La razón de primar este método por encima de otros ha sido, sin duda, el interés en reformular una concepción de lo humano, en redefinir una antropología. Este enfoque antropológico, que constituye el rasgo más importante de la filosofía del siglo XX desde Heideg­ger, exige el rodeo por la pregunta previa por el que pregunta antes de abordar el objeto, con el fin de intentar alcanzar una objetividad que no permite más eludir la dimensión subjetiva del sujeto cognoscente.

    Además, el presente libro quiere moverse en la frontera entre una teoría de los afectos y una teoría de la inteligencia. Sin querer caer en ninguna forma de irracionalismo, tampoco en ninguna forma de sentimentalismo romántico, se pretende recuperar una teoría de los afectos primordiales, a nivel ontológico y metafísico, como un modo de enraizamiento de la inteligencia en su base material. La inteligencia humana no es puramente espiritual, ni contemplativa. Aún menos permanece desvinculada de la acción, en el puro desinterés o la impasibilidad. Se vuelve así necesaria una teoría de los afectos que nos permita entender este campo intermedio entre lo psicológico y lo filosófico en el que se mueve la presente investigación.

    Por último, y, sin embargo, una de sus consecuencias más importantes, es que, si bien la Modernidad quiso olvidarse del cuerpo, u ocultarlo procediendo a elaborar una teoría puramente racionalista del mismo, que coincidía con una concepción maquinista y materialista, lo cierto es que la angustia se caracteriza por ser un afecto intelectual en el cual desempeña un papel fundamental el cuerpo. En cuanto realidad psicosomática, la angustia es inconcebible tanto en el seno de una teoría puramente espiritual de la inteligencia, como en una concepción de esta puramente materialista y mecanicista. La angustia es una realidad que implica ese ámbito fronterizo entre lo psíquico y lo somático que hace de la reflexión filosófica un elemento siempre fiel a las exigencias del cuerpo. Ya veremos que todas las definiciones que se han ido dando a lo largo de la historia de la filosofía corresponden a esta realidad ambigua, y ambivalente, por lo que participa indistintamente de ambas realidades.

    No obstante, y aunque se verán puestas al descubierto las raíces ontológicas y metafísicas de la angustia, en un discurso que busca primar su dimensión objetiva, es cierto que una teoría sobre la angustia exigiría atender a otras dimensiones que la que hemos privilegiado aquí. Sin duda, ya ha habido importantes aportaciones en este sentido que pueden servir como complemento a lo expuesto. Podríamos afirmar, sin menoscabo de otras opciones, que lo que nos ha interesado en nuestra investigación son las relaciones entre angustia y sujeto, puesto que a nuestro entender la angustia, como afecto recurrente y sostenido en la vida humana, permite una caracterización básica y fundamental de la subjetividad humana.


    1 Friedrich Hölderlin, Empédocles, Madrid, Hiperión, 1996, pp. 74-89.

    2 Josep Olives, La ciudad cautiva. Ensayos de teoría sociopolítica fundamental, Madrid, Siruela, 2006, pp. 15-102; Joseph Ryckwert, La idea de ciudad. Antropología de la forma urbana en el Mundo Antiguo, Madrid, Hermann Blume, 1999, pp. 9-31 y 203-247.

    3 Platón, Teeteto, 1155d.

    4 Friedrich Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, Madrid, Alianza, 1991, pp. 68-78 y 185-191.

    5 María Zambrano, El hombre y lo divino, Madrid, Siruela, 1992, pp. 126-204; Søren Kierkegaard, O lo uno o lo otro, Madrid, Trotta, 2009, vol. 2/1, pp. 158-161.

    6 René Descartes, Discurso del método, Madrid, Espasa-Calpe, 1991, pp. 56-58; F. W. J. Schelling, Lecciones muniquesas para la historia de

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