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Obras Completas vol. IV
Obras Completas vol. IV
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Obras Completas vol. IV

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Obras completas del autor español Gabriel Miró. En ellas el autor muestra una habilidad especial para diseccionar la sociedad de su época mientras denuncia la intolerancia y el oscurantismo religioso que lo rodeaba. Destacan estas historias por su cuidada prosa, su variado léxico y su sensibilidad exacerbada. Este volumen recoge los títulos «El abuelo del rey» y «Nómada».-
IdiomaEspañol
EditorialSAGA Egmont
Fecha de lanzamiento4 mar 2022
ISBN9788726508833
Obras Completas vol. IV

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    Obras Completas vol. IV - Gabriel Miró

    Obras Completas vol. IV

    Copyright © 1932, 2022 SAGA Egmont

    All rights reserved

    ISBN: 9788726508833

    1st ebook edition

    Format: EPUB 3.0

    No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

    This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

    www.sagaegmont.com

    Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

    PROLOGO

    Febrero de 1913. Gabriel Miró vive en la calle de la Diputación. Un segundo piso sin carácter, sin interés. Ha llegado de Alicante por consejo de unos amigos, ilustres amigos, Prat de la Riba, Maragall, José Carner, Nicolau d’Olwer, Bofill y Matas, Suriñach... Al público le suena el nombre de Miró por el premio de El Cuento Semanal; unos espíritus despiertos aprecian ya en él su gran valor.

    Llegan con Miró sus dos hijas, la esposa; más tarde, la madre. Miró es reacio a nuevas relaciones, sus amigos son escogidos. Vive retirado en su hogar, sólo adentrándose por los países que le ofrece su labor literaria.

    Recuerdo una noche del mes de junio; últimas noches de junio barcelonés; un aire suave, perfumado por las flores que asoman tras las tapias de los jardines, un aire que tiene un polvo fino de estrellas. La línea fugaz de un cohete, la explosión en la altura, las calles y los paseos llenos de gente, pues es fiesta y todos gozan de una felicidad ruidosa, en masa... ¡La vida es buena! Y Enrique Granados nos lleva a su estudio del Tibidabo. Nos ofrece frutas, helados; toca el piano maravillosamente y Gabriel Miró nos lee unas cuartillas recientes de El Abuelo del Rey.

    Miró es aprensivo, escéptico, diríamos que ausculta las sensaciones de la enfermedad, y sin embargo cree en los médicos. Cada día se ensanchan más sus amistades entre ellos. Ha platicado con Turró bajo los altos árboles de su jardín de Sant Fost, ha venido a mi casa de Rosas disfrutando de aquellos paseos por las aguas azules de la bahía incomparable, hemos recorrido el festón de las calas helénicas; él se asombra porque dice que hemos anclado en las montañas. Esta confianza de Miró por los médicos crece ante la epidemia tífica de 1914. Su hija Clemen, los hijos de Granados, mis hijos enfermaron todos. Días terribles de angustia y de peligro. Miró ya no escribe, no se separa de la cabecera de su hijita. Al fin todos curan y los Granados alquilan una casa en Vallcarca y es ahí donde nuestros hijos representan una obra teatral de Miró, lo único que escribió para el teatro. No recuerdo como surgió la idea. Creo que fué el propio Miró quien se propuso que los pequeños convalecientes representaran una especie de auto sacramental, un exvoto viviente! Con música de Granados: "La cieguecita de Betlehem".

    Comenzaron los estudios y los ensayos. Se anticipaba una primavera dulce y suave. En los atardeceres lisos el cielo era pálido y brillante. Tal vez unos copos ligeros se doraban sobre poniente. El silencio y la verdor fresca de Vallcarca han quedado impresos para siempre en mi corazón. Subíamos a Vallcarca una o dos veces por semana y era una delicia la paz gustada bajo los árboles florecidos. Hablaba Miró con su dulce lentitud alicantina. Granados se excitaba trémulo y efusivo sintiendo palpable ahora el terror por los peligros superados. Iba cayendo el día, los niños se divertían mucho y las mujeres se preocupaban por los detalles de la función. Ya de noche subíamos las escalinatas de los Josepets y esperábamos el paso del tranvía. Las estrellas pinchaban el cielo y nos acariciaba un aire fresco.

    En la "Cieguecita de Betlehem" que Miró no quiso dar al público —es un cuento para niños, decía, y sólo para nuestros niños— se ofrece la pureza lírica del amigo y su piedad por los pequeños y los desvalidos. ¿No recordáis el Ramonet del dia de Corpus y "el señor Cuenca" ante su profesor?

    Tardes de Vallcarca, claros domingos que nunca podré olvidar. ¡Han pasado muchos años! ¡Estáis ya muy lejos! Se fueron Granados y Amparo, desaparecidos en el mar. Se fué Miró con sus ojos azules, su tez mate, su voz tan sonora, y queda el recuerdo y la melancolía. Domingos claros de Vallcarca donde nuestras familias se unían en una gran familia, ¡no volveréis ya más!

    Miró entra en su obra definitiva "Figuras de la Pasión del Señor", Libro de Sigüenza... Vive ahora en la Bonanova. Un piso alto y espacioso; el comedor domina con su amplia terraza, donde hay geráneos, claveles, un jazminero y una parra, toda Barcelona y el mar. En el verano la ciudad se extiende inmensa, crepitante de luces. El cuarto de trabajo de Miró da a la montaña. En su estudio hemos pasado muchas horas de invierno; el ambiente es tibio, recogido; té caliente y aroma de tabaco dulce. Proyectos, planes y lecturas. La colección de Autores Españoles, otras extranjeras, Padres de la Iglesia; muchos libros más; hay cuadros, grabados, potes de porcelana y loza antigua donde se abren unas rosas.

    El espíritu de Gabriel se ofrece mejor en esta intimidad. Escribir es su función natural, como la abeja liba naturalmente su miel, construye la hormiga sus galerías o sus nidos la golondrina. Miró escribe por instinto y sobre esta estructura intuitiva, profunda, inserta a voluntad su actividad consciente. Afirma que le es difícil escribir, pero esto no es verdad; no sabe como escriben los demás.

    El mundo se le muestra a Miró en su multiplicidad contradictoria y en la mente de Miró se organiza y encuentra un sentido. Revive el pasado y se objetiva el presente, en una recreación expontánea de la realidad universal y eterna. La vida adquiere veracidad y entonces la realidad se hace novela.

    Pero si Miró es fácil en la obra, también trabaja. Nó, no es el autor que improvisa, que deja correr su pluma sin límite y sin regla. Carpetas hinchadas de notas, información, bibliografía, estudios del lugar llenan su despacho. En sus obras primeras Miró es un novelista local, un gran novelista local, y así toda la vida le influirá el ambiente levantino de su infancia y juventud. Ve, oye, palpa, huele, gusta siempre y en todas partes los paisajes de Alicante. Pero, después leerá historia y geografía, buscará documentos, estudiará topografía en mapas, esquemas, fotografías y grabados. Su gran ilusión es el viaje a Tierra Santa, el viaje proyectado muchas veces y que no llegará a realizar.

    Después de varios años deja Barcelona (su última residencia fué una torre de Sarriá con jardín y azoteas donde escribió El Humo Dormido, y algunos cuentos de El Angel, El Molino y el Caracol del Faro), y traslada su casa a Madrid. No cambia su vida; amistades seguras, la efusión comunicativa en la intimidad, el calor sentimental, la timidez aparente, que en el fondo es la merecida autoestimación. No frecuenta cenáculos, ni círculos profesionales, peñas literarias ni redacciones. Sus admiradores, que son tantos, de todo el mundo, se comunican con él por correo. Miró, en su casa, con los suyos, vistiendo su batín castaño y calzando sus cómodas zapatillas inglesas. Tiene un cargo importante en la Dirección de Bellas Artes que no le aparta de su labor literaria. Vive ahora en el Paseo del Prado. Su cuarto de trabajo mira al Museo. Fronda verde y fresca en primavera, ramas negras e hirsutas en el invierno. Y Miró escribe, escribe siempre, mientras frente a sus ojos se despliega, lejano y azul, el espectáculo imaginado del mar alicantino.

    En verano, muy pronto en el verano, marcha a Polop de la Marina, lleva entonces recias botas para excursión, una camisa abierta descubriendo su pecho y una correa aldeana sujetándole los pantalones de campo. Cuelga de su brazo una cayada, y pasea y explora el paisaje, y entra en el espíritu de los hombres. Habla con los pescadores, con los labriegos, con mendigos, con el cura y el médico. Sube a las montañas y mira el mar. Pero, ay, que no se ven ya blancas velas en el mar! La pesca es una industria con su técnica. Los marineros tienen su sindicato y las barcas ligeras que empujaba el viento, son ahora barcazas ventrudas, negras, con motores de aceite que huelen mal.

    Volverá en otoño a Madrid y trabajará todavía frente al Museo. El cierzo de enero agitará las ramas secas de los árboles friolentos que dibujarán una danza frenética de sombras en los círculos luminosos de los faroles urbanos. Y al llegar la nueva primavera, Miró enfermará de un mal traidor, y aquel verano ya no irá hacia el mar!

    ¡Adiós noble amigo! Serenamente habíamos hablado muchas veces de la muerte, del destino humano. Esta serenidad no te abandonó al final: ¡Señor, llévame!.

    Tenías mujer—compañera de los más tiernos años—madre, e hijas, dos nietos todavía para tu ilusión de perpetuidad. Amabas la vida en la plenitud de tus cincuenta años, como la amaba también Maragall:

    ¿Amb quins altres sentits m’el fareu veure

    aquest cel blau damunt de les muntanyes?

    Amabas mirar el mar, la tierra y el cielo, oir palabras dulces, la música y los versos, amabas el tacto de las cosas finas y turgentes, el gusto de las frutas, el olor de las flores, reposar a la sombra en verano y calentarte con fuego de leña y de sarmientos en invierno. Amabas el viento y el sol y todas las criaturas de Dios. Amabas a los buenos y a los malos. Todo, todo aquello vario e inmenso que se concretó en tus imperecederas novelas. Sensitivo, organizabas esas sensaciones y como nadie sugerías la complejidad, el placer, la melancolía de la vida humana. Lleno de intuición psicológica, creabas personajes vivos; penetrado del mundo, creabas los paisajes.

    Escéptico, amablemente escéptico, por tu inteligencia y por las enseñanzas de la vida—para ti no siempre fácil—buscabas defenderte por la reacción que es la ironía, esta leve y buena ironía de tus obras mejores. Así, todos al leerte te seguíamos con afán porque creabas un mundo nuevo y maravilloso con las sensaciones comunes y de cada día!

    Porque Miró fué el artista puro y el idioma se enriqueció todavía con su obra. He aquí su gloria, la gloria reconocida por todos. Pero en lo más hondo de su alma de artista está su bondad, su nobleza, su espíritu, su humanidad!

    Ahora Miró se encuentra al otro lado del misterio! Marchó con la multitud innumerable de los que fueron y quedan aquí sus libros y nos dejó su emoción. Su vida, su inteligencia, sus sentimientos los perdimos para siempre. Perdura su nombre y su obra inmarcesible. Esto es historia! Pero a unos pocos, fraternales amigos, nos queda además un íntimo recuerdo que no se extinguirá. Y esto es lo que nos importa sobre todo, porque siendo muy grande su obra, Gabriel era todavía mejor!

    Augusto Pi Suñer.

    Barcelona, julio 1933.

    EL ABUELO DEL REY

    Al Doctor Augusto Pi Suñer

    NOTICIAS DEL LUGAR

    Y DE ALGUNOS VARONES INSIGNES

    DE SEROSCA

    I

    Está Serosca en medio de una vega de mucha abundancia. Tiene hondas tierras oliveras de santísimo reposo. Hay josas umbrías y almendrales que, cuando florecen, visten todo el campo de blancura de una pureza y voluptuosidad de desposada. El herreñal tierno, mullido, donde duerme el viento y se tiende el sol ya cansado y se oye siempre un idílico y dulce sonar de esquilas, y los chopos finos, palpitantes, de un susurro de vuelo, dejan en el paisaje una emoción de inocencia, de frescura, de alegría tranquila. Pero los montes que pasan a la redonda parece que aprieten y apaguen la ciudad. En los días muy abiertos y limpios, desde las cumbres y las majadas de la solana, se descubre el azul inmenso del Mediterráneo. Los rebaños trashumantes, cuando llegan a los altos puertos, se quedan deslumbrados del libre horizonte. Los pastores miran la aparición de un barco de vela, un bello fantasma hecho de claridad. El barco se pierde, se deshace como una ola; o, pasa la tarde, y sigue parado lleno de resplandores; un vapor negro y codicioso se desliza por debajo y lo deja obscurecido de humo. Se queda solo el blanco fantasma, hundiéndose dentro del azul que parece todo mar o todo cielo. Llegada la noche, los astros bajan en el confín, al amor de las aguas. El barco debe de estar recamado de estrellas, como una joya de la Virgen de Serosca.

    Tiene esta comarca un lado o término abierto: el desportillo de un collado humilde; por aquí asoma el genuino paisaje de Levante, del Levante escueto y ardiente, desgarrado por ramblas pedregosas donde crece abrasándose la adelfa.

    Junto a las morenas masías se tuercen y desconyuntan las chumberas; sube una palmà y abre en el cielo su copa de color de bronce; los sembrados se crispan de sed bajo un vaho de horno; la viña madura se va cuajando de miel; así como la miel, de espeso y de dulce, es el zumo de sus racimos; los olivos y algarrobos recruzan y trenzan sus raíces centenarias por el haz de los bancales; un aire manso y cálido levanta tolvaneras de los barbechos y de las sendas, que se pierden entre la encendida calina.

    ¿Qué hace aquí Serosca?

    Serosca es frío, obscuro y silencioso; parece una ciudad vestida de hábito franciscano; tiene viejos casones de blasón en el dintel y huertos cerrados. Es como un rancio lugar de la ribera del Adaja. Por la más leve mudanza del tiempo, baja de los montes sus pañosas de nubes, y saca del hondo sus velos de nieblas y se arrebuja cegando a los vencejos de las gárgolas y veletas de las dos parroquias. Y llega hasta nevar. Son las suyas casi las únicas nevadas de la provincia; unas nevadas virginales, purísimas y frágiles; el menos imaginativo cree que se están deshojando y cayendo las flores de los almendros comarcanos.

    Le quedan a Serosca trozos de adarves, un castillo de tres cubos hendidos que parece un candelabro de oro; y en la falda labrada del otero del hontanar, la reja desentierra, todos los años, retajillos de cerámica, y algunas veces se quiebra contra un capitel, contra una losa de tumba o de terma.

    Los arqueólogos han visto todo un pueblo floreciente, progenitor de Serosca, dentro de las entrañas del otero, por cuya suave ondulación van ahora subiendo, recogidos y tristes, los cipreses del Calvario.

    Pero el catedrático don César sostiene que la primitiva Serosca debió de hallarse más a la izquierda.

    II

    Paróse don Arcadio delante de un vallado; tocó con mucha prudencia una pita valiente, erizada de púas; y mirando la lisera, gruesa, alta, que reventaba de suco, dijo:

    –¡Qué poderío de planta, María Santísima! ¡Y se trata de una pitera toda pinchosa y colgada de telas de araña! ¿Me quieren decir ustedes para qué necesita tanta fuerza?

    Hablaba el buen caballero con su nieto y con don Lorenzo, antigua amistad de la casa; pero en sus preciosos hallazgos de observación y en todo advertimiento gustaba de tratar de usted a los más allegados.

    Su amigo le repuso:

    –Todo lo creado tiene su gracia y razón de vida. La pitera guarda bien la heredad, aparte de que me parece de un dibujo enérgico y hermoso sobre el cielo.

    –Bueno. ¿Y por qué esa lozanía no ha de tenerla también esta pobre higuera? Hagan el favor de palpar el tronco, blando, devorado por la carcoma, como un mueble viejo; es de estopa; podríamos quebrarlo con los dedos. ¡Bien dicen que Nuestro Señor maldijo ya este árbol!...

    Volvióse don Lorenzo, y murmuró:

    –Lo dirán precisamente por esa higuera seca; en cambio, repare usted

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