El poema de la Pampa: "Martín Fierro" y el criollismo español
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El poema de la Pampa - José María Salaverría
José María Salaverría
El poema de la Pampa: Martín Fierro
y el criollismo español
Publicado por Good Press, 2022
goodpress@okpublishing.info
EAN 4064066062262
Índice
CAPÍTULO II El Argumento
CAPÍTULO III Jactancia y Valentía
CAPÍTULO IV El Escenario de Martín Fierro EVOCACIÓN QUIJOTESCA
CAPÍTULO V El Amor y la Queja
CAPÍTULO VI El Cuchillo del Gaucho
CAPÍTULO VII Hazañas y Entreveros
CAPÍTULO VIII Los Indios
CAPÍTULO IX Un Duelo con un Salvaje
CAPÍTULO X Refranero Picaresco
CAPÍTULO XI Consideraciones Finales
CAPÍTULO XII Un Conflicto de Sentimientos
CAPÍTULO XIII Martín Fierro y Sarmiento
APÉNDICES
EXPLICACIÓN DE ALGUNOS CRIOLLISMOS CONTENIDOS EN ESTA OBRA
ESTOICISMO CRIOLLO
ESTETICA DE LA PALABRA
EL ESTILO DESMESURADO
LA PROFESION INTELECTUAL
ATORRANTISMO
LOS PAYADORES
EL EXITO DEL MARTIN FIERRO
SARMIENTO
CAPÍTULO II
El Argumento
Índice
LOS que exigen a la obra literaria un gran número de episodios, bien trabados y tendientes a un fin armónico, en una forma más o menos clásica; los que siguen el precepto francés de orden, redondez y armonía, en el pequeño poema del Martín Fierro hallarán pocos motivos para admirarse. Esta es una obra suelta, libre, un tanto desordenada. Tiene todo el aire de la antigua novela española, y por tanto se reduce a tomar al héroe, situarlo en medio de la vida y hacerle andar. El héroe, en efecto, realiza sus actos como en la misma vida, sin someterse a un plan, un acto tras otro; y cuando el narrador se fatiga, corta el hilo de las aventuras, y el libro ha terminado.
Este libro, en suma, describe la vida azarosa y amarga de un gaucho ríoplatense. El mismo héroe nos cuenta sus antecedentes, su alegre juventud en el pago[4] donde naciera:
Entonces, cuando el lucero
brillaba en el cielo santo,
y los gallos con su canto
décian[5] que el día clareaba,
a la cocina rumbiaba
el gaucho que era un encanto.
Y sentao junto al fogón
a esperar que venga el día,
al cimarrón[6] se prendía
hasta ponerse rechoncho,
mientras su china[7] dormía
tapadita con su poncho.
Y apenas el horizonte
empezaba a coloriar,
los pájaros a cantar
y las gallinas a apiarse[8],
era cosa de largarse
cada cual a trabajar.
Este se ata las espuelas,
se sale el otro cantando;
uno busca un pellón blando,
éste un lazo, otro un rebenque,
y los pingos[9] relichando
los llaman desde el palenque...
Tiene una china que le quiere, o sea una mujer adjunta; tiene dos hijos, y no le falta un buen caballo, el pingo cariñoso y trotador, y algunos útiles de caballería, como son las espuelas grandes de plata, el ceñidor adornado, el lindo poncho y la daga[10] inseparable. Toda esta felicidad se acaba el día en que llega un juez avinagrado, el cual recoge a todo el gauchaje como en una redada y envía a los pobres hombres a la frontera de los indios, para que sirvan de soldados.
Y aquí empiezan los infortunios del gaucho Martín Fierro. Lo hacen soldado; pasa hambre; no cobra nunca la paga entera, y encima de esto tiene que soportar los ataques en masa de la indiada, que acomete más de una vez al fortín[11] de los cristianos.
Y pa mejor de la fiesta,
en esa aflicción tan suma,
vino un indio echando espuma
y con la lanza en la mano,
gritando: "Acabau, cristiano;
metau el lanza hasta el pluma..."
Dios le perdone al salvaje,
las ganas que me tenía;
desaté las tres Marías[12]
y lo engatusé a cabriolas.
¡Pucha![13]. Si no traigo bolas
me achura el indio ese día.
Era el hijo de un cacique,
según yo lo averigüé.
La verdá del caso jué
que me tuvo apuradazo.
Hasta que al fin de un bolazo
del caballo lo bajé.
Ahí no más me tiré al suelo
y lo pisé en las paletas.
Empezó a hacer morisquetas
y a mezquinar la garganta...
Pero hice la obra santa
de hacerle estirar la jeta.
La mala vida de la frontera se le hace tan odiosa a Martín Fierro, que decide marcharse; y como simple desertor vuelve a los poblados. Y estando de fiesta en una pulpería[14], el aguardiente le trastorna el seso, de modo que arma pendencia a un valentón, riñen, y lo deja muerto. Otro día se encara con un negro, mientras rasguea la guitarra, y también riñen, e igualmente lo mata.
Huye, pues, a la ventura, y al escapar se le llena el alma de una desgarradora melancolía.
Vamos, suerte, vamos juntos,
dende que juntos nacimos.
Y ya que juntos vivimos
sin podernos dividir...
yo abriré con mi cuchillo
el camino pa seguir.
Un día le sorprende el piquete de soldados que andaba tras él. Martín Fierro desenvaina su largo cuchillo y vende cara su libertad. Tumba a dos o tres de la policía. Y cuando el peligro es mayor, uno de los soldados, el amigo Cruz, exclama:
... ¡Cruz no consiente
que se cometa el delito
de matar así un valiente!
Y el soldado Cruz, verdadera expresión de hidalguía castellana del antiguo régimen, se pasa al lado del débil. Y entre los dos bravos hacen huir al piquete.
Caminan juntos por la Pampa desierta, hostigados por la civilización. Reducidos al último extremo, expulsados, inadaptados, ¿qué arbitrio tomarán los gauchos cimarrones? Se refugian, pues, en la patria de los indios. Piden hospitalidad en los toldos [15], y aunque los acogen a su amparo, les someten a rigurosa vigilancia y a frecuentes ultrajes. El amigo Cruz cae enfermo, y se muere. Queda Martín Fierro solo, triste, desesperado.
Y cierto día que el héroe sale a vagabundear, descubre que un indiazo está maltratando a una cristiana cautiva. No vacila, seguramente. Un tosco y rudimentario Quijote vela en el fondo del alma de Martín Fierro. Se avalanza, riñe con el indio, suda mucho para vencerlo, y últimamente lo rinde, lo degüella. Toma en el anca a la cautiva, y huyen a todo escape. Llegando a los primeros poblados, la cautiva y su salvador se separan, y Martín Fierro, casi envejecido, retorna a sus lares. Ya la justicia olvidó las cuentas viejas. Martín Fierro busca su casa, y la encuentra rota, sin techo. Su mujer desapareció, y nadie sabe de ella. Sus dos hijos están allí, y al encontrarse cuentan todos sus vidas, sus trabajos... Y esto es todo.
Sí, esto es todo. Pero como en la generalidad de las obras de su género, lo importante del Martín Fierro no consiste en su trabazón ni en la transcendencia de sus episodios; el valor de la obra está en el tono, en el aire libre y primitivo, en la poética o dramática realidad de los pasajes, en el dibujo de los tipos, en la gran ráfaga de vida pampeana que sopla por todos los rudos versos del poema. En tal sentido, el Martín Fierro merece el amor y la importancia que le conceden a última hora las personas más cultas de la Argentina; indudablemente es el libro que con más fuerza y espontaneidad describe la vida de la Pampa, antes de que ésta fuese manoseada por el agio y la inmigración. Y para los españoles que hemos habitado aquel país, y sentimos que en la llanura del Plata se reproduce y continúa el tipo español con todos sus lunares y todas sus bellezas, este libro del Martín Fierro nos sorprende al principio, nos entusiasma después, y al final lo consideramos como una simple prolongación de la literatura y del alma españolas a través del Océano.
CAPÍTULO III
Jactancia y Valentía
Índice
CUANDO más recorremos las porciones de este pequeño y curioso mundo, nos convencemos más de la eterna repetición de las cosas, y observamos, en efecto, que los pueblos se prestan unos a otros los usos y las modalidades, y que nada verdaderamente existe de único y de original. Yo he asistido en Guipúzcoa a los torneos de los versolarios, pujando por sobrepasarse en ingenio y agudeza ante un público numeroso y atento, mientras los vasos de sidra corren de mano en mano, y la extraña salmodía con que se acompañan los versos, lejana imitación del canto llano, deja en el aire una sensación de modorra campestre. Esto mismo, con igual carácter e idénticas manifestaciones, lo hallé en la isla de Puerto Rico, donde los jíbaros y negros acostumbran a contender en las pulperías en un monótono recitado de versos que llaman allí décimas. Pues bien, en la Argentina se repite el fenómeno poético-popular.
Hacen en la Pampa el oficio de versolarís unos bardos rústicos que llevan el título de payadores. En las fiestas, en las bodas y los bautizos, en las animadas zambras que siguen a la operación de la hierra o el esquile del ganado, o sencillamente en las noches del sábado rural, solían, y hoy todavía acostumbran en muchos sitios, reunirse algunos de estos payadores, que guitarra en mano y dispuesto el frasco de ginebra, se enzarzan en interminables discreteos versificados. El buen payador, naturalmente, ha de ser un tanto vagabundo, bebedor, enamorado y jaque. Muchas veces, irritado por las burlas del contrincante y no pudiendo sufrir las risas del auditorio, el payador puede ocurrir que se levante, eche a volar la guitarra y proponga al cuchillo la terminación de la fiesta. Esto, como era de esperar, le ocurre con frecuencia al irascible y gallardo Martín Fierro.
En su sangre alienta la tradición fanfarrona y osada, pundonorosa y altiva de un hidalgüelo español del siglo XVI. No le falta ni siquiera el punto necesario de petulancia, y con esto abarca el hispanismo de las dos grandes centurias; frecuentemente habla y se conduce Martín Fierro como un soldando andaluz que ha guerreado en Flandes bajo el reinado de Felipe IV.
El hispanismo, el andalucismo, el casticismo siglos XVI y XVII resalta en Martín Fierro a lo largo de todo el poema; y eso es más notable y guarda más interés, porque su autor Hernández no se propuso ni remotamente lograr este efecto de hispanismo; él quiso hacer un poema de pura esencia argentina, y siendo verdaderamente bien argentinos el poema, los personajes y las acciones, al mismo tiempo resultan fundamentalmente españoles.
Es muy difícil que en otra raza cualquiera el héroe del poema, convertido en narrador de sus hazañas, tome