Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Psicopoética: Lenguaje, subjetividad y recreación subversiva del mundo
Psicopoética: Lenguaje, subjetividad y recreación subversiva del mundo
Psicopoética: Lenguaje, subjetividad y recreación subversiva del mundo
Libro electrónico728 páginas11 horas

Psicopoética: Lenguaje, subjetividad y recreación subversiva del mundo

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

En este libro la psicopoética es entendida como un acontecimiento sociopsicológico que involucra de manera más o menos sutil o explícita deslices recreativos y que surge bajo determinadas condiciones culturales y de relaciones de poder en el contexto de la interacción cotidiana, así como a través de ciertos modos de dialogar y conversar. La psicopoética se asume, así, como una forma intersticial de vincularse (discursiva e intersubjetivamente) con el mundo y con los demás, en virtud de lo cual se abre y se proyecta, conscientemente o no, una dimensión política de resistencia inventiva en el hablar y en el hacer; una especie de poética de la interlocución de implicaciones marcadamente subjetivas que se opone a las pautas de comportamiento y expresión. De esta manera, la psicopoética, en su talante imaginativo, subversivo y muchas veces lúdico, contrasta con la realización de diálogos formales, de carácter algorítmico; diálogos institucionalizados o dirigidos al cumplimiento de objetivos de conocimiento, control o desarrollo de diversa índole. Con todo ello, se subraya la importancia de concebir y reivindicar modos de relación y de palabra que promuevan la desujeción creativa en la vida social y que puedan extender, en su tensión dinámica, todo espacio posible de libertad.
El libro tiene carácter transdisciplinar y en su recorrido teórico pasa por la recuperación del pensamiento de Deleuze, Guattari, Serres, Agamben, Maffesoli, Bajtín, Foucault, Butler, Haraway y Braidotti, entre otros; aborda los debates propios de la crítica de la psicología y sus aparatos de subjetivación y normalización y realza constantemente la potencia generativa y de transformación de mundos sociales que tiene lugar en el juego del desplante poético. En todo caso, la obra combina el rigor de la investigación académica con el despliegue creativo de ideas que abren diversas y sugerentes líneas de reflexión sobre la interlocución cotidiana y sus posibilidades de reinvención, los modos de existencia social y la relación entre la subjetividad y los designios del poder.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 nov 2021
ISBN9789876919920
Psicopoética: Lenguaje, subjetividad y recreación subversiva del mundo

Relacionado con Psicopoética

Títulos en esta serie (100)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Lingüística para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Psicopoética

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Psicopoética - Raúl Ernesto García

    I. El acontecimiento de la psicopoética

    Lenguaje: consigna y devenir minoritario

    A Gilles Deleuze y Félix Guattari

    Enunciación

    Al hablar unas personas con otras, se produce no solo una determinada transmisión de información, sino que se establecen diversas formas de relación, se generan efectos comportamentales o se consiguen objetivos más o menos predefinidos. Hablar constituye así una de las expresiones más inmediatas de la constante transformación del sujeto: cuando uno habla, uno deviene otras cosas (lo uno deviene múltiple). No obstante, todo hablar también implica, presupone, vincula y, de hecho, realiza y actualiza algún proceso de enunciación y, desde la perspectiva de Gilles Deleuze y Félix Guattari, los actos de enunciación y el enunciado mismo, como unidad lingüística fundamental, estarán asociados a la noción de consigna. El lenguaje habrá de relacionarse de uno u otro modo con el ámbito de la obediencia. Una regla de gramática, señalan, es un marcador de poder antes de ser un marcador sintáctico. Tal situación abarca el ejercicio comunicativo mismo: La información tan solo es el mínimo estrictamente necesario para la emisión, transmisión y observación de órdenes en tanto que mandatos.¹ El lenguaje, pues, le da órdenes a la vida. Las consignas implican en su movimiento y realización cotidiana algo así como un veredicto, una especie de sentencia de muerte. En este sentido será preciso entender que dialogar –como lenguaje verbalizado– es un ejercicio que no remite a códigos neutrales ni se reduce a la mera comunicación de informaciones. En la emergencia del diálogo existe una dimensión pragmática y política ineludible que resulta, por lo menos, tan importante como el ámbito semántico o sintáctico y, así, los sentidos específicos producidos en el diálogo se definen también por los actos que la enunciación presupone en cada instante. Pero la enunciación –recordémoslo– sobrelleva la consigna.

    Nosotros llamamos consignas no a una categoría particular de enunciados explícitos (por ejemplo, al imperativo), sino a la relación de cualquier palabra o enunciado con presupuestos implícitos, es decir, con actos de palabra que se realizan en el enunciado, y que solo pueden realizarse en él. Las consignas no remiten, pues, únicamente a mandatos, sino a todos los actos que están ligados a enunciados por una obligación social. Y no hay enunciado que, directa o indirectamente, no presente este vínculo. Una pregunta, una promesa, son consignas. El lenguaje solo puede definirse por el conjunto de consignas, presupuestos implícitos o actos de palabra, que están en curso en una lengua en un momento determinado.²

    Doctrina

    Más que informar o comunicar, el lenguaje transmite consignas en la vertebración de los mandatos sociales; es decir, en la realización de la vida. La vinculación entre acto y enunciado garantiza el avance de la consigna. Sin embargo, será posible también la promoción de cierta indisciplina lingüística como ejercicio de oposición a la disciplina estructurante de la enunciación y a la gramaticalidad (que define el uso correcto de la lengua mediante preceptos). Pero esto presupone, claro está, que la realización de un encuentro dialógico no producirá ningún sentido absolutamente independiente de las significaciones trazadas por la doctrina enunciativo-gramatical (y práctico-política) dominante en ese momento o campo social particular. Los procesos de subjetivación estarán relacionados indefectiblemente, pues, con los órdenes de sujeción correspondientes. De hecho, las consignas, en su enorme variabilidad, poseen la capacidad de hacerse olvidar por los hablantes. Nadie se culpa por las consignas que ha seguido y transmitido, en la interacción y en las conversaciones, a lo largo de su vida. Las consignas tienen, así, el talante del discurso indirecto y, muchas veces, de la realización silenciosa.

    Transformación

    Cada enunciación individual vigente en el diálogo constituye de alguna manera la resonancia de aquellos mandatos colectivos e impersonales. La producción de subjetividad es, en cierto modo, un proceso relativo que se vincula con los requerimientos de los ejes discursivos que se extienden por la socialidad. No obstante, el momento enunciativo no se agota por la confirmación de constantes del discurso (es decir, por la aceptación, el reconocimiento y la subordinación a los cursos de la realidad establecida), sino que implica también, como aspecto inaccesible a las determinaciones normativas, el surgimiento de la transformación del mundo mismo, un acto que, al realizarse, constituye lo expresado por el enunciado. Se trata de esos actos instantáneos en virtud de los cuales, por ejemplo, el acusado se convierte en condenado por lo dicho en la sentencia de un juez; el joven obtiene la mayoría de edad por lo estipulado en determinada regulación de carácter civil, o los pasajeros de un avión secuestrado se convierten en rehenes por la declaración de los secuestradores.

    Deleuze y Guattari hablan así de las transformaciones incorporales. Aluden a los actos de transformación de realidades que, si bien se atribuyen a los diversos cuerpos que en sí experimentan esos cambios (cuerpos entendidos en sentido amplio, no solo como cuerpos anatómico-fisiológicos, sino como cuerpos sociales tales como los aparatos jurídicos, morales, psicológicos, etc.), ocurren, más bien, como un atributo no corporal porque son precisamente lo expresado por el enunciado con relación a tales cuerpos sociales.

    La transformación incorporal se reconoce en su instantaneidad, en su inmediatez, en la simultaneidad del enunciado que la expresa y del efecto que ella produce […] El amor es una mezcla de cuerpos, que puede ser representado por un corazón atravesado por una flecha, por una unión de las almas, etc.; pero la declaración te amo expresa un atributo no corporal de los cuerpos, tanto del amante como del amado.³

    La transformación de tales realidades se dice de los cuerpos involucrados, pero la transformación es ella misma incorporal y remite a la enunciación correspondiente. De este modo, se distinguen las modificaciones corporales de las transformaciones incorporales: se trata de dos fórmulas diferentes, una de contenido y otra de expresión. Deleuze y Guattari señalan que tanto el contenido como la expresión tienen su propia forma; esto significa que la expresión no es algo que represente, describa o constate algún contenido previo o simultáneo; entre contenido y expresión (aun presuponiéndose recíprocamente) no habrá correspondencia cerrada ni conformidad plena porque ambas fórmulas plantean su independencia y su heterogeneidad. Así, la expresión estará constituida por la concatenación de los expresados, es decir, por el encadenamiento de los diferentes elementos de lo expresado; y, por su parte, el contenido estará constituido por la trama de los cuerpos. Por ejemplo: "Cuando el cuchillo penetra en la carne, cuando el alimento o el veneno se extienden por el cuerpo, cuando la gota de vino se vierte en el agua, se produce una mezcla de cuerpos; pero los enunciados «el cuchillo corta la carne», «yo como», «el agua enrojece» expresan transformaciones incorporales de naturaleza completamente distinta".⁴ Justamente, lo que se revela con tales transformaciones incorporales es la noción de acontecimiento.

    Acontecimientos

    El acontecimiento será un valor no corporal que, aunque se atribuya a los cuerpos, no se reduce a la condición corpórea con la que está relacionado. El acontecimiento no es la representación de un contenido, no se explica directamente por la trama corporal en sí, ni por el juego de referencias. El acontecimiento acaso implica, en algún momento, un acto de lenguaje. Interviene en los contenidos no para representarlos, sino para anticiparlos, retrogradarlos, frenarlos o precipitarlos, unirlos o separarlos, dividirlos de otra forma. La cadena de transformaciones instantáneas siempre se insertará en la trama de las modificaciones continuas […] ¿a partir de qué momento puede decirse de alguien que es calvo?.⁵ No existe, pues, una representación entre contenido y expresión, tampoco un paralelismo. Entre tales dimensiones no existe identidad, sino, más bien, una serie compleja de inserciones mutuas y fragmentaciones, una concomitancia, un intercambio continuo de registros, un entrelazamiento de signos y cosas. Un enunciado habla no de las cosas per se, sino de los estados de cosas y desde los propios estados de cosas. Entre contenido y expresión habrá un funcionamiento relativamente independiente y, al mismo tiempo, cierta presuposición recíproca que impide plantear un carácter primordial de uno u otra.

    Pero, además, tanto el contenido como la expresión (que viven en constante interacción) implican ineludiblemente, por sus conjugaciones, un trasiego de desterritorialización permanente. El contenido no determina la expresión por acción causal. Esto no significa sin embargo que la expresión constituya una forma autosuficiente entendida como sistema lingüístico que permita erigir así una máquina abstracta de la lengua de carácter lineal, es decir, que considere los elementos lingüísticos en sí mismos como elementos constantes. El acto de la enunciación no es meramente lingüístico, sino diagramático y sobrelineal; en efecto, en contra de un orden lingüístico lineal fijo (que solo reproduzca la realidad), aparecen las propias transformaciones incorporales o acontecimientos que involucran ya determinada sobrelinealidad, porque ellos implican precisamente una interpenetración entre la lengua y los campos sociales y políticos relacionados, con lo cual se transforma la realidad misma. Lo lingüístico es parte del diagrama complejo de la enunciación, y no al contrario. Por eso es pertinente hablar de innumerables simbiosis y mezclas que acaecen en la enunciación (decir estribo –por ejemplo– presupone una nueva e interesante relación hombre-caballo, con todas las derivaciones instrumentales que ello entraña).

    No es posible aceptar entonces la existencia de constantes universales de la lengua que permitan verla estrictamente como un sistema homogéneo de reproducción de los órdenes de realidad establecidos. Antes bien, la variación es inherente a todo sistema y opera desde dentro. Cada sistema cambia, salta, se fuga de sí mismo en cuanto involucra un potencial de transformación actuante. A tal grado es así, que todo sistema puede definirse no tanto por sus constantes (que propenden a la homogeneidad trascendente), sino por su variabilidad (que presupone inmanencia y continuidad, aun siendo objeto de regulaciones específicas). Esta variación continua de la lengua, que involucra una variación continua de la realidad en sí, ocurre en las enunciaciones cotidianas de las personas: En una misma jornada, apuntan de nuevo Deleuze y Guattari, un individuo pasa constantemente de una lengua a otra. Sucesivamente, hablará como «un padre debe hacerlo», luego como un patrón; a la amada le hablará con una lengua puerilizada; al dormirse se sumerge en un discurso onírico, y bruscamente vuelve a una lengua profesional cuando suene el teléfono.⁶ No se trata de variaciones extrínsecas, sino intrínsecas; al hablar como padre, como esposo o como profesional, se constatan cambios internos de orden sintáctico, semántico y, por supuesto, fonológico y prosódico. Pero también, simultáneamente, se constatan cambios de orden existencial. La lengua, por tanto, al igual que el mundo, vive intrínsecamente atravesada por vectores de variación continua.

    Cromatismo

    Ante la función centralizante de las constantes discursivas (que marca el establecimiento y el arraigo de los órdenes de realidad), emerge el instante descentrado de las variaciones continuas al hablar. Si bien al hablar funcionan unos u otros centros de validez y estabilidad amparados por designación de los dispositivos sociales extendidos del saber y del poder; si bien tales establecimientos de la enunciación organizan los modos mayores de realización del habla misma y del mundo, también acontece que se efectúa una potencia resistente a dichas zonas centrales y tienen lugar (fugazmente) unos u otros modos menores en virtud de los cuales resurgen infinidad de elementos alternativos tendientes a dispersar la unicidad de lo que se dice y de lo que se es. Elementos fantasmáticos, imaginarios, idiosincrásicos, cargados habitualmente de cromatismos emocionales inusitados que de alguna manera descomponen el principio central de la enunciación, para promover formas incesantes de cambio en los sentidos involucrados al momento de la expresión misma. La variación se libera de tal forma que su realización entreteje los hilos de la creatividad.

    En este sentido, las llamadas lenguas secretas como el argot, la jerga profesional específica, los lenguajes particulares de los centinelas, de los vendedores, inventan léxicos propios y formas retóricas que se diferencian de los aspectos comúnmente extendidos de la lengua en uso. Con ello, certifican procesos de variación permanente del sistema-lengua-mundo dominante. Se trata de manifestaciones enunciativas que si bien pueden verse como subsistemas de los centros jerárquicos, trastocan sin embargo esos territorios lingüísticos generalizados por la socialidad. Se trata de un hablar cromático que implica un enorme coeficiente de variación, que si bien hace instalar también determinadas fijaciones o constantes operativas, estas no detentan para nada una condición definitiva. Si el sistema lingüístico tiende a permanecer en los modos mayores de la enunciación, es decir, en el cultivo de lo dominante, de la constancia universal y de la trascendencia, toda lengua en su realización concreta tiende también a la variación inmanente, imprevisible, intensa, innovadora.

    Al dialogar y conversar, puede ocurrir que se cree o ejercite una lengua dentro de otra lengua; que se dinamice un subsistema enunciativo más o menos espurio, apócrifo o nómada, respecto de las pautas discursivas instaladas por los ejes de constancia del sistema-lengua-mundo dominante (ejes de constancia que se extienden, desde luego, con vocación de perpetuidad). Tal situación revela entonces un cierto bilingüismo al dialogar y conversar, aun y cuando se converse en el mismo idioma. O, dicho de otra manera, cualquier persona que dialoga, que habla con otra, lo hace siempre poniendo en juego dos idiomas: el idioma de la consigna y la obediencia (o sea, el del afincamiento y reproducción funcional de la realidad tal cual es) y el idioma de la variación y la creatividad (es decir, el de la transformación desobediente del mundo mismo). Cada hablante en sus expresiones, gestos y palabras produce así métodos irrepetibles de variación: abre su abanico heterogéneo de posibilidades enunciativas para alterar con ello el despliegue diacrónico de la lengua sedentaria (encargada esta última de la instalación, validación y fijación permanente de la realidad dispuesta por el saber y el poder dominantes).

    Conjunciones

    En el lenguaje se confronta siempre la figura del verbo ser y la figura de la conjunción, es decir, la y. Estos dos términos solo aparentemente se entienden y se combinan, puesto que uno actúa en el lenguaje como constante y forma la escala diatónica de la lengua, mientras que el otro lo pone todo en variación, constituyendo las líneas de un cromatismo generalizado. De uno a otro todo cambia.⁷ Por eso para Deleuze y Guattari resulta necesario analizar la conjunción y no exclusivamente como el nexo de unión de dos momentos expresivos, sino como la forma clave de toda posible conjunción de mundos, forma que logra cuestionar la lógica entera de una lengua porque socava la primacía del verbo ser como instancia fija, estable o invariable: la disyuntiva versus la conjunción.

    Pensar en tales conjunciones implica de algún modo admitir la presencia (simultánea) de una especie de lengua extranjera al interior de la propia. O bien, recuperar uno mismo cierta condición de extranjero al hablar su propio idioma. Un cierto desfasaje, una cierta incongruencia, una distancia entre lo que se dice y la forma irrepetible (incluso extraña) en que se dice. Se trata de admitir la presencia de cierto tartamudeo del lenguaje total y no solo de la palabra pronunciada. Pensar la lengua como despliegue intermitente, como balbuceo, como texto no concluido, como ámbito parasitado por la variación –digamos, transido por el movimiento de y–. Ser bilingüe o multilingüe en la propia lengua significa subrayar el carácter ilegítimo de una paternidad discursiva, autoritaria o indiferente. Significa apelar al mestizaje enunciativo. Significa también el advenimiento de la intensidad y de la soltura inventiva en el hablar.

    Variación

    La lengua en uso involucra siempre potencialidades no realizadas. Las determinaciones constantes del hablar estándar y de la realización funcional del mundo –por ejemplo, en el ejercicio de dialogar– sufren el asalto de la variación imprevisible. Dicha variación promueve giros atípicos en la expresión que incluso resultan muchas veces impertinentes. Como acto verbal, modifica formas correctas de hablar y cuestiona con ello su constancia prescriptiva. Se produce, pues, una tensión que desterritorializa el sistema-lengua-mundo dominante. Es así que la expresión inusitada genera relieves intensivos en el intercambio verbal y abre alternativas inéditas de seguimiento comunicativo. Resulta interesante que la expresión atípica (sorprendente, inusual o inventiva) no se somete, desde luego, a las formas correctas (constantes o reiterativas) del hablar, pero tampoco puede constituir una variable absoluta. Ella asegura la variación del modo estándar al sustraer cada vez el valor de la constante (n-1).⁸ En efecto, en la expresión inusitada se le quita peso específico a la constante, porque se la utiliza de forma diferente, inadecuada, desobediente o incorrecta respecto de las vías generalizadas de su aplicación en el habla extendida por la colectividad. Se le agrega, además, cierto colorido emocional propio, que altera los tonos grises de la disciplina enunciativa.

    Estas variaciones no han de verse como fenómenos aislados o exclusivos de niños, locos o poetas. Las variaciones encarnan el quehacer ordinario de la lengua. Las variaciones no resultan marginales en cuanto que la lengua –insisto– no ha de definirse solo por constantes; no ha de concebirse como instancia universal o general, sino como instancia potencial-real que no admite reglas obligatorias, absolutas, definitivas o invariables. Lo que la lengua tiene son reglas facultativas que varían sin cesar con la propia variación, como en un juego en el que en cada tirada estaría en juego la regla.

    Exigencias

    Deleuze y Guattari hacen una crítica al postulado lingüístico de que la lengua solo podría estudiarse científicamente bajo las condiciones de una lengua-sistema-mayor-estándar. Un estudio científico de la lengua intentaría extraer de las variables un conjunto de constantes y determinar así la serie de relaciones constantes entre las variables. Pero el modelo lingüístico por el que la lengua deviene objeto de estudio se confunde con el modelo político por el que la lengua está de por sí homogeneizada, centralizada, estandarizada, lengua de poder, mayor o dominante. Por más que el lingüista invoque la ciencia, tan solo la ciencia pura, esa no sería la primera vez que el orden de la ciencia vendría a garantizar las exigencias de otro orden.¹⁰ Cualquier signo, la gramaticalidad misma, será un indicador de poder antes que un indicador sintáctico. La capacidad del sujeto normal para producir frases y expresiones gramaticalmente adecuadas y correctas constituye una condición de posibilidad básica para su propio sometimiento a las leyes y regulaciones de la vida social (esto es inevitable, toda persona aprende a hablar, en principio, para ser sometida). Si alguien ignora la gramaticalidad dominante y comienza a expresarse de modo distinto, por ejemplo, de modo incoherente o a designar el mundo con neologismos, terminará muy probablemente recluido en un hospital psiquiátrico o en alguna otra institución especial. La unidad de una lengua tiene, por tanto, carácter ontológico y político. Es de este modo que los empeños de la ciencia por delimitar las constantes, las regularidades y/o las relaciones estables en el estudio de su objeto van unidos al empeño político –muchas veces ignorado– de imponer tales aspectos en la praxis cotidiana (en este caso en el hablar), o sea, de promover consignas.

    No obstante, es posible diferenciar –según los mismos autores– dos tipos de lenguas, las altas y las bajas, o bien mayores y menores. En realidad, se refieren no tanto a dos tipos de lenguas, sino a dos formas posibles de tratar la misma lengua. El primer tratamiento se define por el poder de las constantes y el segundo, por la potencia de la variación. Sucede que no puede existir un sistema homogéneo que no esté vinculado a variaciones inmanentes, continuas, minoritarias mediante las cuales, a la vez, dicho sistema continúa constituyéndose. Las constantes lingüísticas se obtienen de las variables de enunciación. Lo constante no existe sin lo variable; de hecho, constante y variable –tal como se ha sugerido– no se oponen como realidades separadas. Acaso la constante (y el tratamiento particular que hace de la variable) a lo que se opone es al tratamiento alterno de la variación continua.

    Abigarramiento

    Aparece la posibilidad de horadar, de socavar la lengua dominante con el "tratamiento creador de la lengua menor, construyendo un continuum de variación […] limitar las constantes y extender las variaciones: hacer tartamudear la lengua, hacerla «piar»… desplegar tensores en toda la lengua, incluso escrita, y obtener de ella gritos, chillidos, alturas, duraciones, timbres, acentos, intensidades".¹¹ Si bien, por un lado, la lengua menor en cierto sentido empobrece o degrada formas sintácticas o léxicas de la lengua mayor, por otro lado hace proliferar efectos de cambio y cultiva una propensión al abigarramiento y a la glosa interpretativa o paródica. Se trata de la posibilidad de hablar a través de las constantes, pero sin dejarse atrapar totalmente por ellas. Eludir en el habla la instalación definitiva de la constante. O mejor, tal vez, elidir la constante. Poder hablar sobrecargadamente en una paráfrasis continua de cambios directos. Hablar en términos de un rechazo, digamos, intermitente o relativo, a las prescripciones discursivas diacrónicamente instaladas. Diluir las constantes a favor de la diversidad y el dinamismo más o menos incontrolado. Hablar musicalmente por medio de cierta improvisación interactiva.

    Minoría

    Al dialogar y conversar, se puede abrir un devenir menor de la lengua mayor. Se puede lograr una desterritorialización de los mandatos tradicionales de cierta razón dialógica o conversacional instalada en un momento dado. Convertir en menor la praxis dialógica mayor. Fugarse del diálogo conclusivo, cerrado, digamos, plenamente realizado. Dialogar y conversar en la propia lengua, pero, al unísono, activar un punto extranjerizante en el hablar. Seguir los mandatos mayoritarios de ese diálogo (esto es ineludible), pero abrir también mundos menores que fragmenten imprevisiblemente dicha instalación dialógica mayor. Así, en la medida en que alguien traza líneas menores de apertura o digresión (especulativa, paródica, burlesca, imaginativa o metafórica) en el ámbito de realización de una razón dialógica mayor (epistemológica, algorítmica o institucional), tiene lugar en su evanescencia y en su carácter inaprensible (a la manera de una transformación incorporal) el acontecimiento de la psicopoética.

    Psicopoética se relaciona con la posibilidad de lograr una especie de extranjerización –parcial– del encuentro dialógico. Se renuncia en ese instante a la pretensión de entendimiento analítico pleno. No importará tanto el qué se dice, ni el quién lo dice, sino la vertebración creadora de los plexos existenciales involucrados en esa interlocución que deviene minoritaria.

    Recordemos que lo mayoritario y lo minoritario constituyen dos dimensiones funcionales del uso de la lengua. No se trata solamente de una oposición cuantitativa.

    Mayoría implica una constante, de expresión o de contenido, como un metro-patrón con relación al cual se evalúa. Supongamos que la constante o el patrón sea hombre-blanco-macho-adulto-urbano-hablando una lengua estándar-europeo-heterosexual cualquiera […] Es evidente que el hombre tiene la mayoría, incluso si es menos numeroso que los mosquitos, los niños, las mujeres, los negros, los campesinos, los homosexuales […] La mayoría supone un estado de poder y de dominación, y no a la inversa. Supone el metro-patrón y no a la inversa.¹²

    Así, toda determinación diferente de la constante detenta una condición minoritaria. Esto significa que tendrá el estatuto de subsistema, o bien que realiza un movimiento que propende a salir del sistema, a existir como outsider. Pero, además, la mayoría, al tener el respaldo del metro-patrón dominante que la comprende, nunca carece de protagonismos, siempre promete alcanzar el éxito ("solo si sigues las reglas podrás llegar a ser alguien en la vida"). La minoría, en cambio, nunca tiene éxito; no tiene figuras protagónicas; suele asociarse al nadie; pero, por lo mismo, es el devenir de todo el mundo, su devenir potencial en tanto que se desvía del modelo.¹³

    Lo mayoritario, entonces, constituye el sistema homogéneo y constante; las minorías constituyen subsistemas, y lo minoritario constituye el devenir potencial –creado y creativo– del mundo. No se trata de conquistar la mayoría, es decir, de convertir lo minoritario en mayoritario (instalando otra constante que domine desde otros puntos simbólicos). Lo que sucede es que el devenir nunca es mayoritario; devenir es devenir-minoritario. Un hablar menor en el diálogo y en la conversación hará posible un devenir que concierne, desde luego, a todo el sistema; un hablar menor que actúa como agente potencial de cambio y erosiona la estructura de tal encuentro dialógico como dimensión mayoritaria. Se trata de un devenir menor del diálogo mayor: [L]as minorías […] deben ser consideradas como gérmenes, cristales de devenir, que solo son válidos si desencadenan movimientos incontrolados y desterritorializaciones de la media o de la mayoría.¹⁴

    Las posiciones o formulaciones confrontadas en un diálogo (es decir, aquello que diga un sujeto –su tesis– en contraposición a otras ideas –antítesis– planteadas por un interlocutor, al cual reconoce como dialogante) pierden preponderancia en sí mismas, porque lo que ahora se destaca es el conjunto de aspectos emergentes, no consensuados, imprevisibles, desautorizados, creativos, que constituyen en ese momento la expresión del devenir minoritario mismo del ejercicio del diálogo como sistema. La conciencia minoritaria es la que deviene mundo-creación al dialogar. Incorpora la variación continua que transgrede constantemente, y de diferentes maneras, las fronteras del metro-patrón mayoritario de los órdenes discursivos que fijan el mundo-conservación. La conciencia minoritaria en el diálogo inventa, pues, devenires específicos en la conjugación del mundo.

    Es en estos términos que el diálogo como vehículo de consignas continúa funcionando en la interacción discursiva. Es el diálogo que cumple con los mandatos de saber y de poder que circulan en determinado dispositivo cultural o institucional. Se trata de ese momento mortífero-mortificante del dialogar: La consigna aporta una muerte directa al que recibe la orden, o bien una muerte eventual si no obedece, o bien una muerte que él mismo debe infligir, propagar. Una orden del padre a su hijo, «harás esto», «no harás aquello», es inseparable de la pequeña sentencia de muerte que el hijo experimenta en un punto de su persona. Muerte, muerte, tal es el único juicio, y lo que convierte el juicio en un sistema. Veredicto. Es por eso que de cierta forma uno muere cuando recibe-obedece-reproduce la consigna en el dialogar, lo mismo que cuando uno dialoga por consigna. Acaso vivimos a medio morir en la interacción con quienes nos rodean. Muertos vivientes los que nos reunimos a dialogar, los que hablamos unos con otros (se dialoga siempre en trance, como entes vulnerados, heridos inevitablemente en la constante batalla, aceptando, padeciendo los mandatos discursivos del mundo, pero a veces también respondiendo persistentemente, subversivamente, creativamente, evadiendo, confrontando como sea posible el orden establecido). La consigna lleva en sí otra cosa unida a ella, algo así como un grito de alarma o un mensaje de fuga. Sería muy simple decir que la fuga es una reacción contra la consigna; más bien está incluida en ella, en un agenciamiento complejo, como su otra cara, su otra componente.¹⁵

    Fuga

    Cuando se dialoga, se conversa, se habla con cualquiera, se involucra consigna y fuga. A tales complejidades obedece-responde la variación continua. Fuga y variación continua se oponen intensivamente a la instalación extensiva (consignataria) del discurso mortificante. En otras palabras: diablo se opone a Dios. La variación continua en la realización de un diálogo supondrá entonces la ruptura de moldes, el traspaso de los límites instituidos, la fluidez de los acontecimientos y, con ello, la impugnación de toda palabra o cuerpo que pretenda estacionarse en algún punto claramente demarcado. La variación continua de contenido y expresión, al efectuarse un ejercicio dialógico o conversacional, implica que las palabras, los cuerpos, los gestos, las cosas, la realidad misma en su heterogeneidad se vean afectados por quienes participan en esa interlocución; afectación que acaecerá de modos todavía desconocidos: vibración, intermitencia, cromatismo, abigarramiento, vivificación, multiplicidad.

    Desasosiego

    La cuestión crucial estará no en la pretensión de anular la acción de la consigna (lo cual es imposible), sino en cómo rebelarse (y revelarse) contra la sentencia de muerte, contra la íntima muerte que la consigna viene a inocular en la sangre de quienes hablan; la cuestión crucial estará en cómo abrirse al desasosiego y a la risa; cómo esgrimir competencias para cierta huida provisional-táctico-estratégica del esquema discursivo totalizante y para el retorno combativo y lúdico, a golpe de acción y palabra inusitada, contra las constantes del esencialismo. Bajo las consignas hay contraseñas. Palabras que estarían como de paso, componentes de paso, mientras que las consignas marcan paradas, composiciones estratificadas, organizadas. La misma cosa, la misma palabra, tiene, sin duda, esa doble naturaleza: hay que extraer la una de la otra –transformar las composiciones de orden en componentes de pasos.¹⁶ Pero, en todo caso, un diálogo o conversación cuya emergencia implica la modificación de cierta composición de orden en componentes de pasos es un diálogo que, por fortuna, se descompone creativamente ya en el acto mismo de su realización; es un encuentro conversacional que incumple los mandatos de saber y de poder; es un diálogo que deviene minoritario; es decir, un hablar que se deja llevar –psicopoéticamente– por la música improvisada del acontecimiento.

    Diversas conexiones e impurezas al hablar

    A Michel Serres

    Red

    En su estudio sobre la idea de la comunicación y el problema de la traducción, Michel Serres propone valorar el encuentro comunicativo como un diagrama en red.¹⁷ Una red de comunicación se constituye en el encuentro por una pluralidad de puntos o cimas unidos por una serie de ramificaciones o caminos. Cada uno de esos puntos o cimas del diagrama en red constituye una tesis o un elemento definible dentro de algún conjunto empírico específico. Cada camino, por su parte, implica la relación particular, el contacto o el flujo de determinación que existe entre dos o varias tesis o elementos en determinada situación concreta. Por definición, ningún punto se privilegia con respecto a otro, ninguno se subordina unívocamente a tal o cual; cada uno tiene su propio poder (eventualmente variable en el curso del tiempo), su zona de irradiación y también su fuerza determinante original. Como consecuencia, aunque algunos puedan ser idénticos entre ellos, en general son todos diferentes.¹⁸ Con los caminos o flujos de determinación que vinculan dos o más tesis ocurre algo similar: ellos trasladan influencias diferentes que además varían en el tiempo. Habrá entonces lo que Serres llama una reciprocidad profunda y compleja entre puntos (tesis) y caminos (vías de relación).

    Así, una tesis cualquiera puede ser vista como la intersección de dos o varios caminos o flujos de determinación (es decir, un punto o cima cualquiera podrá configurarse como el punto de cruce de una multiplicidad de relaciones: como un elemento que nace de pronto por la confluencia de varias determinaciones). Al mismo tiempo, un camino cualquiera o flujo de determinación se activará desde una u otra correspondencia entre por lo menos dos tesis o puntos configurados previamente. El encuentro comunicativo se piensa entonces como una red compleja –diagramática– tan irregular como posible que además subraya un carácter dinámico y una constante diferenciación interna. Una red cuyos puntos de intersección y flujos de relación varían sin cesar por el movimiento inmanente del propio diagrama.

    Multilinealidad

    La situación comunicativa adquiere cierta condición espacial compleja en cuanto acaece en términos de longitud de las líneas de relación; área de las superficies temáticas desarrolladas y volumen de los cuerpos (físicos, sociales o simbólicos) involucrados. Comunicarse, dialogar implicará una permanente movilidad y variaciones en el tiempo y en el espacio que también pueden ser bruscas o repentinas. Esta reflexión resulta relevante para el replanteamiento conceptual de la noción de diálogo y para la exploración de nuevas posibilidades de comprensión teórica del propio encuentro dialógico. Serres mismo hace un ejercicio comparativo entre este modelo diagramático de la comunicación y el modelo dialéctico tradicional. Según los argumentos del autor,¹⁹ las diferencias entre un modelo y otro son las siguientes:

    El argumento dialéctico marca un solo camino para ir de una tesis a otra: el camino de la lógica, es decir, el que resulta lógicamente necesario y que pasa por el punto único de la antítesis o de la situación opuesta. En este sentido, el razonamiento dialéctico es unilineal y se caracteriza por la unicidad y la simplicidad de la vía, por la univocidad del flujo de determinación que transporta.²⁰ Por el contrario, el modelo del diagrama en red implica una infinita y compleja pluralidad de las vías de relación. Habrá muchos caminos para ir de una tesis a otra y será posible pasar por cualquier cantidad de puntos o cimas intermedias según la situación interactiva concreta. Esto lo que significa es la posibilidad de la digresión: en efecto, ningún camino será en este caso una vía lógicamente necesaria. Puede suceder que el camino más corto entre dos puntos cualesquiera, es decir, el circuito más corto entre los dos puntos en cuestión, sea eventualmente más difícil o menos interesante (menos practicable) que otro más largo, pero puede transportar más determinación y abrirse momentáneamente por tales o cuales razones.²¹ Cualquier camino que se siga entonces en una conversación será seleccionado entre otros posibles según las circunstancias de la situación móvil. Se rechaza, pues, la necesidad de una presunta mediación única en el transcurso de la interlocución y se asume la posibilidad de seleccionar una mediación x entre otras mediaciones también practicables por derecho. Se piensa la interlocución en términos de un modelo tabular más que en términos de un modelo lineal. Este último no sería más que una reducción o caso particular del modelo tabular. Al razonamiento dialéctico (lineal y de mediación única) se opone, pues, un razonamiento con muchas entradas y conexiones múltiples […] más rico y más flexible que un encadenamiento lineal de razones, cualquiera que sea el motor de ese encadenamiento: deducción, determinación, oposición. Para encontrar el argumento dialéctico será suficiente homogeneizar la red y cortar sobre ella una secuencia única con flujo determinante fijo, o también proyectarlo sobre una línea única.²² El diagrama comunicativo en red implica, por el contrario, una diversificación (una apertura múltiple) de la secuencia dialéctica: es multidimensional más que unidimensional, va de la línea al espacio.

    En el modelo diagramático de la interlocución, se incrementa el número de mediaciones posibles: los caminos practicables entre una tesis y otra aumentan por supuesto en número; pero, además, se ofrece la posibilidad de diferenciar ya no solamente el número, sino también la naturaleza y la fuerza de tales vías de relación. El argumento dialéctico, en cambio, traslada en su linealidad solo un tipo unívoco de determinación, a saber, la negación, la oposición y la superación dialéctica de la tesis, determinación que en efecto existe, pero a la cual se maximiza siempre globalmente de modo desproporcionado. El modelo de la red compleja habrá de introducir "en la multilinealidad de sus vías la plurivocidad de los tipos de relaciones y la evaluación de su fuerza respectiva, eventualmente diferenciada".²³ Así, cada camino o relación entre una tesis y otra habrá de transportar "un flujo dado de una acción o reacción cualquiera: causalidad, deducción, analogía, reversibilidad, influencia, contradicción, etcétera".²⁴ Y, por otro lado, una tesis cualquiera puede recibir varias determinaciones al mismo tiempo, o bien constituir la fuente –específica y diferenciada– de tales determinaciones. Cada tesis (punto o cima del diagrama) involucra entonces una conexión con la pluralidad. Dicho de otro modo: cada tesis o elemento definible en la conversación constituye un punto que puede ser simultáneamente plurideterminado y plurideterminante.

    En el diagrama en red de la comunicación no se asume la presunta equivalencia o equipotencia de unas u otras líneas, caminos o relaciones en la determinación de las tesis. Incluso si se piensa en términos de piezas iguales en un tablero de ajedrez: [S]obre él existen peones con un poder equivalente en derecho, pero cuyo poder actual es variable según su situación recíproca en un momento dado, de acuerdo con la disposición del conjunto de las piezas y de su distribución compleja con respecto a la red de juego opuesta.²⁵ En ese complejo y mutante tablero ajedrecístico, habrá también piezas con poderes diferenciados (caballo, rey, torre, reina) que implican determinaciones distintas tanto por su naturaleza como por los caminos abiertos en su vinculación específica. Sus poderes también dependerán de la situación y distribución provisionales en la dinámica (más o menos azarosa) del propio juego. Cada encuentro comunicativo, cada intercambio verbal, involucrará entonces una red compleja en movimiento perpetuamente inestable ante los incalculables o sutiles cambios expresivos en el espacio irregular de la interlocución. Así, las redes diferenciadas y móviles en su poder se entrelazan con otras redes complejas en todas las direcciones posibles del espacio comunicativo. Con ello, cada dialogante se pluraliza y se interconecta en el hablar. El modelo dialéctico será, por el contrario, el caso restringido y singular de una confrontación permanente (pero) que tiene una dirección constante o unívoca entre dos tesis (o peones), que se asumen equipotentes en principio. Se trata en este caso de una lucha entre dos elementos separados por una presunta distancia constante, sobre una vía privilegiada de antemano. El conflicto dialéctico terminará con la toma de posesión de un punto ocupado hasta ese instante por un predecesor ahora vencido.

    Sucede también que el modelo de la comunicación en red permite concebir asociaciones locales y momentáneas de puntos y contactos particulares que forman una familia muy definida de poder determinante original.²⁶ Se trata de asociaciones específicas de unas u otras tesis y relaciones que organizan series de subconjuntos localmente más importantes que el conjunto total, cualquiera que este sea. Tales subconjuntos conforman familias de poder que pueden coexistir con otros agrupamientos de ese tipo y generar una complicada y desigual interferencia recíproca. El argumento dialéctico tradicional, en cambio, no distingue entre lo local y lo global, pues se limita a promover totalidades en su dicotomía con la contradicción. De este modo, Serres reivindica la noción de pluralidad de subtotalidades originales,²⁷ la cual deviene fundamental porque permite enfocar sutilezas, relieves o aspectos muy específicos en el encuentro comunicativo, ignorados o excluidos por una perspectiva dialéctica en sentido estricto.

    El modelo de diagrama en red del encuentro comunicativo transforma globalmente cualquier situación ubicada en un espacio-tiempo. Tal transformación puede concebirse análogamente, desde la perspectiva de una situación de juego. En efecto, en la realización de un juego de mesa ocurrirá una compenetración más o menos elaborada de redes diferenciadas de elementos puntuales. En el espacio-tiempo del juego, afirma Serres, hay transformación por parte de cada red, cada una para sí, y cada una según la transformación de la otra. La situación de conjunto resulta así de una movilidad muy compleja, de una fluidez tal que es prácticamente imposible prever lo que pasará después de dos turnos.²⁸ Aquí parece reivindicarse una imprevisibilidad clave en el pluralismo infinito de lo acontecional;²⁹ en oposición a una concepción, digamos, legislativa y soberana que valora los diferentes momentos de la secuencia del juego comunicativo como un encadenamiento riguroso y reiterado, es decir, que obtiene leyes o regularidades del proceso por selección arbitraria de unos u otros momentos decisivos diacrónicamente proyectados, produciéndose una determinación unívoca y fija.

    La pluralidad de conexiones que vinculan unas y otras tesis (puntos o cimas) en el modelo diagramático permite el fenómeno de la retroacción, esto es, una resonancia inmediata del efecto sobre la causa, digamos más bien la retroacción de la cima-recepción sobre la cima-origen. Y continúa Serres: El flujo causal ya no es tal, porque la causalidad ya no es irreversible: lo que quiere influenciar inmediatamente es influenciado por el resultado de su influencia. Con esto se rompe, pues, la irreversibilidad lógica de la consecuencia y la irreversibilidad temporal de la secuencia: la fuente y la recepción son al mismo tiempo efecto y causa.³⁰ Lo que sucede, por tanto, es que se fractura cualquier linealidad conceptual. La complejidad deja de ser un juicio descriptivo para convertirse en un aspecto consustancial al saber y a la experiencia en el encuentro comunicativo y dialógico.

    Hibridaciones

    Serres sugiere la reflexión de que una idea o noción cualquiera (por ejemplo, la noción de diálogo) experimenta en el tiempo diversos entrelazamientos que la transforman inapelablemente. En este sentido escribe:

    [U]n contenido histórico, por ejemplo una idea (en lo que hace a la historia de la filosofía), se pierde, se debilita, decae y se mezcla. El vector cronológico de la historia es portador de la disgregación progresiva de la idea. Esa disgregación no es un olvido puro y simple (¿cómo definir ese olvido?), sino un debilitamiento continuo de la idea por comunicaciones sucesivas. La historia de las ideas es ese juego del teléfono que da al final una información tanto más deformada cuanto más larga ha sido la cadena.³¹

    No se trataría entonces de recuperar la historia de los avatares de un presunto logos puro; sino de reconocer las metamorfosis e hibridaciones de un logos tradicionalmente referido a sí mismo.

    Alboroto

    En la revisión crítica de la obra de Platón y la consecuente conceptualización de la noción de diálogo, Serres reconoce la participación clave del ruido de fondo en la instalación arriesgada de un sentido en el diálogo. El dialogar constituirá ese juego de los interlocutores que, más que confrontarse dialécticamente, se asocian contra los obstáculos de la interferencia, es decir, acuerdan tácitamente el establecimiento de un tercero para poder excluirlo: ese tercero es el ruido, el demonio que lucha contra el ejercicio de la abstracción dialéctica. Así, el éxito del diálogo se asocia en Platón al reconocimiento de una u otra forma abstracta o idealidad que desmaterializa la interlocución, universaliza elementos y hace posible la ciencia. En otras palabras, para que el diálogo sea posible, hay que cerrar los ojos y tapar los oídos ante el canto y la belleza de las sirenas.³²

    En otro texto Serres extenderá esta reflexión: para dialogar, los interlocutores habrán de utilizar las palabras en un sentido al menos parecido.³³ Esto expresaría la intervención (explícita o implícita) de un contrato previo sobre un código común. Tal acuerdo precede, pues, a cualquier confrontación dialógica. Por otro lado, continúa, ninguna disputa verbal es posible si, procedente de una nueva fuente, un ruido gigante parasita y borra cualquier voz.³⁴ Es así que los dialogantes consecuentes, unidos en un mismo bando, luchan contra las impurezas sonoras, simbólicas, materiales que causan interferencias en los argumentos y en las voces prístinas de la idealidad conceptual. En este sentido, todo diálogo bien planteado, aun y cuando involucre confrontación y posibles desacuerdos y rupturas, presupone todavía aquel acuerdo marco al interior del cual resulta posible. En consecuencia, dos interlocutores podrán empecinarse en determinada contradicción, pero allí presentes velan dos espectros invisibles o cuando menos tácitos, el amigo común que los concilia, por el contrato, al menos virtual, del lenguaje común y de las palabras definidas, y el común enemigo contra el que luchan, de hecho, con todas sus fuerzas conjugadas, ese ruido de camorra, esa interferencia, que borraría hasta anularlo su propio alboroto.³⁵

    Mundanidad

    Dialogar, tener un intercambio verbal, participar en la conversación ha de convertirse en algo más impuro: en una interlocución no abstraccionista; no estrictamente dialéctica; en una interlocución que involucre juego e interferencias y que acontezca como un diagrama en red: como un encuentro dialógico-cambiante interconectado con la mundanidad abigarrada y compleja del entorno en la configuración provisional e irreverente de sentidos compartidos. Psicopoética vive dicha interlocución impura; psicopoética nunca podría constituirse como un diálogo consecuente (consumado, trascendente, científico) porque siempre abrirá sus ojos y sus oídos ante el canto y la belleza de las sirenas, lo mismo que ante las maravillas imprevisibles del espacio.

    Trama intuitiva, razón sensible y pensamiento del instante

    A Michel Maffesoli

    Júbilo

    Los mundos occidentales de la llamada posmodernidad asisten hoy, en diversas prácticas sociales, al retorno de una serie de valores arcaicos que se colocan en un primer plano de la vida interactiva. Junto al debilitamiento de las certezas en el pensamiento, emergen fenómenos juveniles tales como los nuevos tribalismos y nomadismos que implican además, en sentido estricto, una actitud trágica ante la vida que se revela en múltiples episodios de la experiencia cotidiana; se trata de prácticas sociales que, sin tal referente, parecen no tener ningún sentido. A través de dicha sensibilidad trágica, el tiempo posmoderno parece detenerse: vive cierta inmovilización o, al menos, se hace más lento en contraste al desarrollo científico, tecnológico y económico acelerado de la modernidad, de signo eminentemente dramático. Para el sociólogo Michel Maffesoli, la vida social de hoy parece más bien una concatenación de instantes detenidos a partir de los cuales suele seguir el imperativo clave de la re-creación. Se trata de un cambio de paradigma que va desde una concepción egocentrada del mundo –que otorga primacía al individuo racional que vive en la sociedad contractual de la modernidad– a otra concepción locuscentrada –que se relaciona con la emergencia de grupos o neotribus de la vida social contemporánea que, a

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1