CINE CHILENO EN EL SIGLO XXI
Por Ernesto Ayala
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qué partes está sano, en cuáles se intuye un mal pronóstico y dónde no hay ya remedio. La distancia entre este
cine y el público que debería verlo aparece con claridad como lo que es: solo el síntoma de un problema
mucho más profundo. En breve, de lo que se entiende por cine. Y todo esto, encima, estupendamente escrito.»
(Ascanio Cavallo)
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CINE CHILENO EN EL SIGLO XXI - Ernesto Ayala
Cine chileno en el siglo XXI
¿Qué película te gustaría volver a ver?
Ernesto Ayala
Índice
Cine chileno en el siglo XXI
¿Qué película te gustaría volver a ver?
A modo de introducción
Una deuda pendiente
Sexo con amor
Como nos gustaría ser
El cesante
¿En qué estaban pensando?
Los debutantes
Tan lejos, tan cerca
Cero
Una vuelta por el otro Once
Sub Terra
¿Existe la épica de los acuerdos?
El nominado
Todo por nada
B-happy
Una vieja historia en un estilo nuevo
Mala leche
Otra de delincuentes
Azul y blanco
No todo se puede perdonar
Y las vacas vuelan
Diamante en bruto
La estación ausente
Solo en Chile
La memoria herida
No hay documental malo
Pausa y evaluación 1
La rueda delante de la carreta
Machuca
La herida de Chile
Cachimba
Pintura de brocha gorda
Gente decente
Gente sin rumbo
El corredor
La musculatura de la pasión
Promedio rojo
Más que una simple comedia adolescente
Mujeres infieles
Mucha sociología
La última luna
Un mensaje por la paz
Secuestro
La ansiada modernidad
Paréntesis
Mucha onda, poco cine
Salvador Allende
Cine y mitificación
Pausa y evaluación 2
Tensiones en el cine chileno
Malta con huevo
Ganas de más
Calle Santa Fe
La historia de una derrota
El telón de azúcar
La diáspora cubana
31 minutos, la película
Extrañar la tontera
El pejesapo
Con actitud de sobra
La buena vida
Soledad y frustración en Santiago
Sanfic y Tony Manero
Las trampas del patetismo
Santos
Encerrada en sí misma
Tanto tiempo
Mucho con muy poco
La nana
Injustamente tratada
Turistas
Una mujer perdida
Ilusiones ópticas
Informe sobre ciegos
Huacho
La tentación sociológica
Te creís la más linda (pero erís la más puta)
Como quien no quiere la cosa
La vida de los peces
Nadando en el pasado
Mandrill
Un niño hiperdesarrollado
Velódromo
Un ciclista que se escapa
A un metro de ti y Drama
Dos chilenas
Qué pena tu vida
Las partes y el todo
Metro cuadrado
Soledad en la pareja
El tesoro de América. El oro de Pascua Lama
Intenciones críticas
Lucía
Un debut prometedor
La muerte de Pinochet
Los riesgos del patetismo
El edificio de los chilenos
O el extraño mundo de nuestros padres
Música campesina
Cierta sensación de libertad
El mocito
Un hombre sin redención
Joven y alocada
Actitud versus cine
El año del tigre
Es un mundo extraño
Mi último round
Al viejo estilo
No
La punta del iceberg
El circuito de Román
Esto es cine
Pérez
Un cine posible
Verano
Muchas películas en una
Miguel San Miguel
No es González ni Tapia
Educación física
Cierta ternura
Pausa y evaluación 3
¿Fue un buen año para el cine chileno?
El salvavidas
Un viaje que faltaba
De jueves a domingo
El camino tangencial
Gloria
A corazón abierto
El futuro
¿Dónde está?
El otro día
Modelo para armar
La última estación
La importancia de saber mirar
Morales, el reformador
Pesado pero no tonto
La chupilca del diablo
Una de Jaime Vadell
Donde vuelan los cóndores
De Rusia con amor
La danza de la realidad
Metáforas y ternura
El verano de los peces voladores
Pura inminencia
Matar a un hombre
Severamente
Pausa y evaluación 4
Tierra de condenados
Aurora
Una lucha personal
Los jetas. La revolución es interior
Apariencias que engañan
Santiago violenta
El momento de hacerse hombre
Habeas corpus
Cierta modestia
El club y La once
A un mar de distancia
Crónica de un comité
Una épica invisible
La memoria del agua
A prueba de tontos
Surire
Amor por el paisaje
La voz en off
Aventuras familiares
Chicago Boys
Al calor de los prejuicios
Los castores
Hacer lo correcto
Neruda
Persecución metafórica
El rastreador de estatuas
Persiguiendo un recuerdo
El viento sabe que vuelvo a casa
Canibalismo cinematográfico
Vida de familia
El pariente pastel
Una mujer fantástica
Indecisión
Los niños
Adultos conscientes
Robar a Rodin
El justificativo
No estoy loca
Continuidad y retroceso
Pausa y evaluación 5
Corto circuito emocional
Swing
Problemas de programa
Il Siciliano
Otro padrino
La casa lobo
Pesadilla febril
Dry Martina
Mujeres a la deriva
Ausencia
Amor artístico
Gloria Bell
El mismo determinismo
Araña
La superioridad moral
Lemebel
Impresiones de Pedro
Índice onomástico
Libros publicados por esta editorial
Créditos
A modo de introducción
Una deuda pendiente
Estos textos fueron escritos entre inicios de 2003 y fines de 2019. La totalidad de ellos fue publicada en el diario El Mercurio, en un principio en Wikén y más tarde en Artes y Letras. Corresponden, en su mayoría, a críticas o comentarios —vale poco la pena distinguir ya entre ambos conceptos— de películas chilenas recién estrenadas en su momento, aunque también existen algunos textos que buscan reflexionar de un modo más general sobre el estado de las cosas en el cine chileno, evaluaciones que, sin haberlo yo pretendido, han terminado por mostrar cierta periodicidad y, vistas hoy, quizá sirven para retratar parte de la discusión que se ha dado en torno al cine chileno en lo que va del siglo XXI.
Cada lector juzgará respecto a la certeza de los juicios presentes aquí, pero no parece del todo descabellado constatar que el conjunto de textos al menos registra, si bien no de manera exhaustiva, buena parte del impulso febril que experimentó el cine chileno a partir del año 2000.
Las cifras son muy reveladoras. Para no ir tan lejos en la comparación, dejemos afuera las catacumbas en que se sumergió la producción cinematográfica nacional durante la dictadura de Pinochet: los esfuerzos heroicos del cine chileno durante la transición (1990-1999) lograron un total de 38 largometrajes de ficción para un período de diez años, es decir, se estrenó un promedio de 3,8 películas chilenas por año. Esto llevó a Ascanio Cavallo, Pablo Douzet y Cecilia Rodríguez a escribir en 1999: Un hecho es incontestable: durante los 90 se ha producido más cine en Chile que nunca antes en su historia
.¹ Sin embargo, gracias a los menores costos del cine digital, el retorno e incremento de las escuelas de cine y el aumento de los distintos fondos públicos concursables promocionados por el Estado desde 1992, el cine chileno en un solo año como 2017 pudo mostrar 49 estrenos, de los cuales al menos 25 fueron largometrajes de ficción.² El año 2018 la ficción chilena disminuyó a 19 estrenos,³ pero, con todo, en un solo año se estrenó el equivalente a cinco años del prolífico
cine de transición. Hoy, el problema parece ser no la escasez, sino la sobreabundancia de producción cinematográfica.
Ahora, el boom del cine chileno a comienzos del siglo XXI ha estado lejos de limitarse simplemente al número de estrenos. Han sido también los años en que una nueva generación de cineastas ha iniciado y consolidado su trabajo, generación que, pese a limitaciones propias de toda etiqueta, suele describirse como la del novísimo cine chileno,⁴ con el fin de distinguirla del nuevo cine
que describió los movimientos de los años sesenta. Este grupo ha hecho un consistente esfuerzo por exponer su trabajo fuera de Chile, ya sea en el circuito mundial de festivales de cine, dirigiendo producciones extranjeras o colocando sus películas como candidatas a premios anuales de asociaciones internacionales relevantes. Los Goya para La buena vida (2008) y La vida de los peces (2010); el Gran Premio del Jurado al Mejor Largometraje Dramático Internacional en el Festival de Cine Sundance para La nana (2009); el Oso de Plata como Premio Especial del Jurado del Festival de Cine de Berlín para El club (2010), y el Oscar a la Mejor Película de Habla Extranjera para Una mujer fantástica (2017) prueban que estos esfuerzos no han sido en vano.
El éxito internacional, sin embargo, ha estado lejos de asegurar una buena relación entre el cine chileno y el público chileno. En 2018, de acuerdo al estudio encargado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio,⁵ el cine chileno capturó solo el 2,8 por ciento de los espectadores que fueron a algún tipo de cine, ya sea en multisalas o en el circuito independiente, proporción que corresponde a casi 790 000 personas. Ese mismo año, el cine europeo exhibido en Chile —que está muy lejos de ser omnipresente— triplicó esa captura de espectadores. El asunto luce peor cuando se ve que a 589 000 de esos 790 000 espectadores chilenos
los llevó una sola película: No estoy loca, de Nicolás López. Es decir, sumando ficción y documentales, las restantes 41 películas chilenas registradas por el informe alcanzaron apenas 201 000 espectadores en el año 2018, algo así como el 0,71 por ciento de la taquilla. Con escasas 14 películas estrenadas, el cine proveniente de Asia superó esa cifra. Dicho en corto, exceptuadas las comedias de abierta vocación comercial, el público local parece mucho más interesado en el cine asiático que en el cine chileno.
Sin ánimo de engolosinarse con los números, la realidad es que durante el resto de la década de 2010 las cifras no son mucho mejores: el cine chileno casi nunca supera la participación del 5 por ciento. La gran excepción fue 2012, cuando llegó al 13 por ciento empujada por Stefan v/s Kramer, de Stefan Kramer, que fue la cinta más vista del año —sin apellidos, en cualquier categoría que se ponga— y por sí sola atrajo a 2 056 000 espectadores.
Así, hoy no es arriesgado decir que el cine chileno tiene mucho mejor acogida fuera que dentro de Chile.
Sobre esto se viene debatiendo desde finales de la década de 1990. Cavallo, Douzet y Rodríguez, en su libro de 1999, ya exponían algunas posibles razones: Así, la débil sintonía del público con el cine nacional solo puede explicarse por razones culturales más complejas. Por desagradable que resulte a oídos de una comunidad intelectual que por años ha repetido las mismas demandas, este es un fenómeno que ha afectado a todas las cinematografías subsidiadas por el Estado, bajo cuya protección los profesionales del rubro ignoraron las necesidades de esa sintonía
.⁶
Los autores asignan como fuentes de distanciamiento la escasez de comedias y, de manera más general, la ausencia de humor: Visto en conjunto, el cine chileno ofrece un panorama sombrío y adusto, como si la sociedad a la que remite viviera bajo el peso de unas preocupaciones cuya gravedad le impiden reírse consigo misma
.⁷ A estos dos factores suman una descomedida valoración de la metáfora
,⁸ con lo que describen la preeminencia de un cine que oscurece los hechos y datos del relato para que, con los pretextos de la universalidad
y el arte poético
, las metáforas y las ideas
que estas encarnan brillen sin sombra. Este tipo de cine en Chile perdura como un anacronismo, pero no tanto por desfase cronológico, sino porque se enfrenta a un público que ya no acepta comulgar tan fácilmente con las ruedas de carreta del didactismo o de las ocurrencias presentadas como ideas
.⁹
Vistas veinte años más tarde, estas razones continúan insanamente vigentes. El innegable éxito de las películas de Nicolás López y Stefan Kramer da cuenta de que el público chileno sí está interesado en las comedias. Algunos desearíamos que fueran más sofisticadas e inteligentes. De manera análoga, el fracaso de otros intentos de comedia sin oficio ha demostrado que el público no está dispuesto a comprar cualquier cosa bajo el rótulo de comedia chilena. Aunque están brotando excepciones en las películas de Ernesto Díaz, Fernando Lavanderos, Che Sandoval, Maite Alberdi o las últimas manifestaciones de Cristián Jiménez y Alicia Scherson, entre otros casos excepcionales, la falta de humor y el panorama sombrío y adusto siguen siendo la regla en la producción nacional. El reputado crítico argentino Quintín tuvo la osadía de recordarlo en 2014, y levantó su buena polvareda: Creo que el cine chileno tiene esa impronta, sórdida y cruel, sobre sí mismo, sobre la sociedad y sobre todo
.¹⁰ Respecto al abuso de la metáfora, este parece algo en retirada en el cine chileno, pero como testimonian algunos de los comentarios aquí compilados, está aún muy lejos de morir.
Las causas de fondo de la distancia entre el cine chileno y su público más inmediato pueden seguir en un subsidio estatal que ha continuado aumentando sostenidamente a través de los años. Ellas se complementan con un circuito de retroalimentación iniciado por los realizadores chilenos en el que, dando por hecho que el público local no responde a sus propuestas, prefieren orientarse a satisfacer las demandas o gustos del circuito mundial de festivales de cine. Estos son compartidos a lo ancho de Occidente y suelen exigir películas con temas de impacto social, críticas al modelo económico o político, sensibles a las minorías postergadas y donde la historia relatada tenga características melodramáticas, aunque con un tratamiento retórico forzadamente seco, contenido, franciscano. Este tipo de cine —marcado, en lo que va del siglo, por el estilo de los hermanos Dardenne— resulta obviamente elitista y esquivo al gran público, que huele el plato de lejos y prefiere arrancar a alternativas menos sombrías. En síntesis, en una suerte de profecía autocumplida, la orientación al cine de festival del grueso de la realización chilena termina alejando al público que extraña. Incluso es posible que simplemente no se extrañe a nadie. Dados los incentivos de subsidios nacionales y concursos internacionales, el prestigio obtenido en la arena de los festivales vale mucho más que un poco más o un poco menos de público. Esto no debiera sorprendernos: en muchos países del mundo se observa un vacío, una distancia cada vez más insalvable, entre el cine de festival y el cine masivo, pues uno busca complacer a una elite de intelligentsia cultural y el otro, por miedo a perder la inversión realizada, trabaja sobre fórmulas probadas, complacientes y conservadoras.
La discusión sobre el cine chileno y su público no se zanjará aquí, por supuesto. Pero es una herida que lleva demasiados años abierta y merece ser atendida. Por una parte, porque de permanecer o incrementarse podría cuestionar la política de subsidios que hoy, en la práctica, mantiene los niveles de producción, ya que podría ser legítimo preguntarse para qué se están subsidiando películas que nadie quiere o, visto desde otro punto de vista, cuál es el sentido de continuar empujando una industria que resulta incapaz de tomar vuelo por sí misma. Por otra parte, porque un cine sin público, como señaló alguna vez el crítico Héctor Soto, amenaza con convertirse en un afición parroquial, de nicho, seca y latera, como la filatelia.
Quizá no se trata de que el cine chileno busque masividad a toda prueba, como la tarjeta de una gran tienda o los seguidores de Colo-Colo. Pero necesita tener su público, entusiasmar más allá de quienes trabajan en su industria, generar relaciones de auténtico afecto con sus películas. El año 2018, 14 películas chilenas, un tercio de las registradas por el informe del Ministerio de las Culturas, fueron vistas por menos de 500 personas. Un público tan escaso no es ni siquiera parroquial y le resta al cine su razón de ser, su justificación de existir. Este medio nació como un espectáculo curioso, algo pirotécnico, que pronto, al prestarse como un gran soporte para contar historias que nos interpelaban, encontró la masividad que ha justificado su presencia hasta hoy. La orientación actual del cine de Hollywood al gran espectáculo y a los efectos especiales ha ido empobreciendo su densidad cultural, pero aún sigue existiendo espacio para películas que conecten con el público adulto, que muevan los corazones y establezcan relaciones de afectividad con su contenido. Por nombrar directores al azar, así lo hacen Richard Linklater u Olivier Assayas, Damián Szifron o Michael Haneke, Clint Eastwood o Hirokazu Koreeda. El cine chileno contemporáneo aún no logra tener un director que despierte el entusiasmo o las expectativas que cualquiera de estos nombres produce. Sus películas pueden entrar a festivales importantes, pero no generan afecto genuino, entusiasmo espontáneo, conversaciones intensas o defensas apasionadas. A estas alturas del siglo XXI, esa y no otra sigue siendo la deuda pendiente del cine chileno.
¹ Ascanio Cavallo, Pablo Douzet y Cecilia Rodríguez, Huérfanos y perdidos. El cine chileno de la transición (Santiago: Grijalbo, 1999), 18.
² Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Estudio oferta y consumo de cine en Chile 2017
, Gobierno de Chile, http://estadisticascine.cl/analisis-de-resultados-del-espectaculo-cinematografico-2017/. Hay que constatar que este estudio es poco preciso en sus números. Por ejemplo, para estrenos chilenos en multisalas habla en distintas partes del informe de un total de 26, 28 o 31 películas. En otras palabras, no muestra coherencia con sus propios números. Al mismo tiempo, en la práctica no distingue entre cine de ficción y cine documental. Para comparar con las cifras de la transición debí hacer esa separación bajo mi criterio, el que es, por supuesto, susceptible de errores.
³ Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Diciembre 2018. Oferta y consumo de cine en Chile
, Gobierno de Chile, http://estadisticascine.cl/wp-content/uploads/2018/07/Infografia-Cine-Diciembre-2018.pdf/. Este informe tampoco discrimina entre ficción y documental.
⁴ Ascanio Cavallo y Gonzalo Maza (editores), El novísimo cine chileno (Santiago: Uqbar Editores, 2010).
⁵ Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Diciembre 2018
.
⁶ Cavallo, Douzet y Rodríguez, Huérfanos y perdidos, 20.
⁷ Ibídem, 27.
⁸ Ibídem, 28.
⁹ Ibídem.
¹⁰ Pablo Marín, Quintín: ‘Me parece que el cine chileno no arranca y no tiene la nobleza de las películas de Raúl Ruiz’
, La Tercera, 27 de octubre de 2014. Para más detalles de la polémica, ver página https://www.latercera.com/noticia/quintin-me-parece-que-el-cine-chileno-no-arranca-y-no-tiene-la-nobleza-de-las-peliculas-de-raul-ruiz.
Sexo con amor
Como nos gustaría ser
Existe una vieja hipótesis entre los cinéfilos acerca de que Hitchcock utilizaba a Cary Grant como una proyección de cómo le gustaría ser, mientras que James Stewart era, más bien, un retrato de cómo se veía a sí mismo. Con Sexo con amor pasa algo análogo al efecto Grant: parece una película de cómo nos gustaría ser a los chilenos: vivos, divertidos, rápidos, gozadores y, por supuesto, buenos para la cama. Sexo con amor es la típica película en que, pese a que las historias pueden estar lejos de ser felices, uno lo pasa bien y sale con la sensación de que la vida es mejor de lo que parece: más colorida, más divertida, más completa. Es una fiesta donde todo sucede rápido y, aunque no alcanzas a darte cuenta muy bien, no te importa.
La estructura de la historia es coral. La película, en lo fundamental, sigue tres historias: a Luisa (Sigrid Alegría), una profesora de educación básica, y sus vacilaciones entre su pareja oficial
y su amante, un escritor algo frustrado que, a su vez, tiene su propia mujer; a Álvaro (Álvaro Rudolphy), un supuesto ejecutivo y su inagotable empeño por conseguir sexo, pese al amor que declara por su mujer; y las tribulaciones de Emilio (Boris Quercia) y Maca (María Izquierdo), una pareja de clase media que lleva más de un año sin tener sexo.
La excusa para anudar las tres historias es bastante forzada: Luisa es la profesora jefa de los hijos de su amante, así como de los de Álvaro, Emilio y Maca. Esta debilidad, sin embargo, se perdona porque Sexo con amor, a diferencia de El chacotero sentimental (1999), quizás su antecedente más directo, trata de ser una película completa y no tres mediometrajes unidos. En ese sentido, Sexo con amor es más madura y compleja, más cine. Sus personajes están algo más desarrollados, es más cómica y no tiene el fondo moralizador que resultaba algo fastidioso en la segunda y tercera historia de El chacotero.
Sin embargo, al prescindir de un protagonista, como es fácil imaginarse, Sexo con amor no puede escapar a ciertas pretensiones sociológicas. Detrás de su propuesta sin ambiciones más que hacer una buena comedia
oculta la ambición de retratar la idiosincrasia sexual del chileno o, lo que podría llamar más pretenciosamente, una erótica chilena. Ahí está Álvaro, el cachondo-liberal-relájate-viejo, y ahí está Maca, la señora católica-reprimida-no-que-me-duele. Entremedio, el chileno apocado que solo quiere una cachita, la mujer que se entrega al sexo pero en realidad quiere amor, el volado que no pesca demasiado, el seguro de sí mismo que termina enamorado a su pesar. Esta pretensión sociológica no es necesariamente mala, pero la amarra muy firmemente a cierta tendencia del cine chileno actual en que la búsqueda del retrato social opaca el poder de una buena historia, de un buen personaje, de grabar la memoria colectiva. En otras palabras, gracias al prolijo guion y la eficiente dirección de Boris Quercia, Sexo con amor puede ser de lo mejor que ha salido del cine chileno de los últimos años, especialmente si hablamos de comedia, pero, al mismo tiempo, no significa realmente un avance en su desarrollo creativo. Se reduce a pulir y sacarle brillo a lo que ya existe. Como comentario al cine chileno, Sexo con amor cae, paradójicamente, bajo el efecto Stewart: reconoce y proyecta sus propias limitaciones.
Sexo con amor. Chile, 2002. 108 min.¹¹
¹¹ Wikén, 27 de marzo de 2003.
El cesante
¿En qué estaban pensando?
El cesante hace agua por muchos lados, pero, por sobre todo, hace agua en los materiales propios de la ficción: personajes, historia y estructura. Que sea una película de animación no es una excusa para descuidar ninguno de estos materiales. Hasta la ficción más elemental —digamos, una historia de sobremesa— los tiene en cuenta. Más aún debiera tenerlos en consideración una película por la que uno paga entrada. Podría tratarse, por supuesto, de una cinta experimental en la que, justamente, una de las intenciones es violar las convenciones clásicas del relato. Pero El cesante tampoco clasifica como experimental. No tiene la atmósfera, el rollo ni la propuesta de una cinta que busca transgredir los límites de la convención narrativa o estética. Parece simplemente un intento fallido, caótico, desarticulado de hacer una película de animación para adultos. La elección de Coco Legrand para la voz del protagonista, así como la fuerte tendencia escatológica del humor, hacen pensar que el motor principal de la cinta era hacer reír. Es triste decirlo por tratarse de una producción chilena, pero ni siquiera esto logra. Hay tres o cuatro tallas buenas, es cierto, pero la mayor parte de ellas son tallas verbales que funcionarían con la misma eficacia escuchadas en una radio. O sea, no es un humor cinematográfico, visual.
El cesante cuenta un día de Carlos Meléndez, un desempleado de clase media que sale a buscar trabajo. La entrevista que lo hace dirigirse al centro de Santiago es postergada dos veces hasta que —y no es que esté arruinando la tensión de la historia—, logra reunirse con el jefe de la empresa al final del día. Eso es todo. El resto de la historia se dilata en las eternas reflexiones de Meléndez, que abusan y sobreabusan del recurso de la voz en off, y en algunos encuentros que, durante la espera, el hombre tiene en la fauna santiaguina. La verdad es que tal como está escrito suena mejor de lo que es. La historia de Meléndez no convence ni a un niño y el supuesto motivo de la película, las tribulaciones de la cesantía, no está más que burdamente explorado. Las historias secundarias, por su lado, no tienen ni patas ni cabeza y son como pequeños cortos, totalmente arbitrarios, sin mayor razón de ser, que no aportan ni en sí mismos ni al conjunto de la