Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Las lecciones de mi jardín en cuarentena: Descubre cómo cosechar las lecciones de tu vida mientras cultivas tu propio huerto en casa
Las lecciones de mi jardín en cuarentena: Descubre cómo cosechar las lecciones de tu vida mientras cultivas tu propio huerto en casa
Las lecciones de mi jardín en cuarentena: Descubre cómo cosechar las lecciones de tu vida mientras cultivas tu propio huerto en casa
Libro electrónico318 páginas4 horas

Las lecciones de mi jardín en cuarentena: Descubre cómo cosechar las lecciones de tu vida mientras cultivas tu propio huerto en casa

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Te saluda Mayra Alejandra Diaz.

Hoy te comparto una vida donde mi éxito más grande ha sido mi fe.

En el 2020, finalmente el rompecabezas de mi vida unió sus piezas y pude ver claro.

En la cuarentena obligatoria, mi Jardín fue mi maestro y mi guía; el canal por el que recibí las enseñanzas de mi Creador.

Son 50 plantas que

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento25 ene 2021
ISBN9781640867857
Las lecciones de mi jardín en cuarentena: Descubre cómo cosechar las lecciones de tu vida mientras cultivas tu propio huerto en casa

Relacionado con Las lecciones de mi jardín en cuarentena

Libros electrónicos relacionados

Autosuperación para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Las lecciones de mi jardín en cuarentena

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Las lecciones de mi jardín en cuarentena - Alejandra Díaz

    Índice

    1. La lección de las fresas:

    Invitación a compartir mis canciones inéditas.

    2. Lección del vástago:

    El conferencista Juan Luis Potenciano me ayuda a superar el miedo, a compartir mi inspiración.

    3. La lección del rábano:

    Aprendiendo costura y confección a los 16 años.

    4. La lección del camote:

    Practicando la flexibilidad ante las circunstancias que Dios permite.

    5. La lección del chile morrón:

    Creciendo a través de la opresión de los demás.

    6. Lección del tomillo:

    Mi pasión por escribir.

    7. Lección del aguacate:

    El dilema de vivir en donde no soy libre de ejercer mis sueños.

    8. Lección de la bugambilia:

    Creando un personaje para encubrir mis inseguridades.

    9. La lección del tamarindo:

    Nostalgia por el país en el que nací.

    10. La lección del epazote:

    Relato del hombre de la calle que se robaba la luz.

    11. La lección del chayote:

    Con disciplina se logran los objetivos.

    12. Lección del melón:

    Colaborando con la conversión de nuestro prójimo.

    13. La lección de la papa:

    La fe se oculta en la adversidad.

    14. Lección del cilantro:

    Recibiendo asesoría de mi mentor musical Luis Fletes, músico y compositor de Nicaragua.

    15. Lección del granado:

    Conquistador tipo cazador vs. conquistador tipo jardinero.

    16. La lección de la zanahoria:

    El fin de la ansiedad.

    17. La lección del maguey:

    Mi experiencia en el negocio de multinivel.

    18. La lección del tomate de cáscara:

    Las tres fases de una vida problemática.

    19. La lección de la moringa:

    Al amor se le da su lugar.

    20. Lección de la salvia:

    Evitar el exceso de las cosas buenas.

    21. Lección del Jitomate:

    Los jóvenes y sus distintas problemáticas.

    22. Lección de la col rizada:

    Practicando la templanza a la hora de comer.

    23. La lección de la papaya:

    El covid-19 llega a mi familia.

    24. La lección de la sábila:

    Escrito para feministas extremistas.

    25. Lección de la verdolaga:

    Mi derecho a elegir.

    26. Lección de los nopales del desierto:

    Reconociendo las injusticias que se cometen con los hombres.

    27. Lección de la lavanda:

    Amistades que no se soportan entre ellas.

    28. Lección de las flores silvestres:

    Bullying a los 7 años.

    29. Lección del girasol:

    ¿Por qué me quedé pequeña teniendo tanto potencial?

    30. Lección de las calabazas:

    Creando mi propia moda.

    31. La lección de las uvas:

    Recibiendo abono del amor de Dios.

    32. Lección de la espinaca:

    Aprendiendo a ser diferente.

    33. Lección del eneldo:

    Para crecer debemos de ser podados.

    34. La lección de la milpa:

    Renunciando a la belleza artificial / productos que utilizan partes de fetos abortados.

    35. La lección del kiri:

    Cultivando mi pasión por la lectura.

    36. La lección de la acelga:

    Mi renuncia a ser diseñadora de modas y mi paso por AA.

    Canción: Me Perdí Hacia Dentro.

    37. Lección del guayabo:

    Negligencia con mis amistades.

    38. Lección de la grama:

    Valorando a quien sólo estudia en la universidad de la vida.

    39. Lección del romero:

    La doble moralidad.

    40. Lección de la consuelda rusa:

    Noche de poesía.

    41. La lección de la palmera de cocos:

    La conversión de uno de mis amores platónicos.

    42. La lección de la maleza:

    El valor de los inmigrantes.

    Canción:Sin Seguro Social.

    43. Lección del árbol de mezquite:

    Nacer a lo natural.

    44. La lección de la piña

    Un amor platónico semi real.

    45. Lección del mango:

    El amor entre distintas clases sociales.

    46. La lección del persimón/caqui:

    Enfrentando mis miedos tras el refugio de un amor platónico.

    47. La lección de la berenjena:

    Fe, esperanza, ingresos inesperados.

    48. Lección de la okra:

    Vida activa pero a fuego lento.

    49. La lección de la sandía:

    Apostando todo por el verdadero amor.

    50. Lección de la vara de San José:

    Mi camino de conversión de regreso a la iglesia católica.

    Las lecciones de mi jardín en cuarentena

    No tengo tiempo; la excusa que me mantenía sin cumplir mi sueño de tener un jardín orgánico y comestible, pero todo cambió en el segundo trimestre del 2020.

    Cada uno de nosotros lo vivió de manera distinta. La tasa de desempleo aumentó, mientras otros permanecían trabajando quizá hasta doble turno. De pronto, sólo lo esencial estaba permitido, ya no había un lugar a dónde ir a pasar el tiempo disimulando el ocio. Se cancelaron los fines de semana de fiesta y cine. La ciudad que nunca duerme, por primera vez no sólo durmió, sino que entró en coma. Pero no era tiempo de lamentarse, sino de renovarse, era el momento perfecto para escribir una nueva canción, la ciudad del pecado podría convertirse en la ciudad de la conversión.

    Uno a uno fuimos tomando conciencia de la oportunidad que se abría paso a través de la crisis. Los que nos quedamos sin trabajo, también nos quedamos sin prisas, sin compromisos, sin deberes con fecha límite. De pronto, había más tiempo para la familia, y el miedo a estar desempleado poco a poco se fue atenuando, pues todo el mundo estábamos en el mismo barco.

    Desde el principio de la cuarentena, la oración se convirtió en los primeros auxilios de nuestra alma, miles de personas empezamos a rezar unidas a través de las redes sociales. Ante lo desconocido, nos dejamos guiar por la infinita sabiduría de Dios e inició la metamorfosis.

    Hablaré de mi experiencia personal. A mí la pandemia me sorprendió soltera, sin hijos, de 35 años, aún viviendo en la casa de mis padres. Fue el 23 de marzo del 2020 el día que finalmente me pegó esta nueva realidad, inició mi cuarentena, ya no tuve que regresar a trabajar.

    Hacía días que escuchaba rumores de que la gente estaba llevándose todo de las tiendas, pero finalmente le puse atención a lo que estaba pasando cuando mi madre me encargó frijol y encontré los estantes semi vacíos, sólo había tres paquetes restantes y eran de una marca distinta a la habitual, pero lo compré ante el peligro de que fuera el último frijol que volviera a ver en mi vida.

    Por primera vez sentí la necesidad de tomar precauciones y conseguir alimento extra, así que decidí que compraría un saco de arroz y otro de frijol, nada más. Me dirigí a otra tienda que recomiendan para comprar en grandes cantidades. Era poco antes de las ocho de la mañana y aún no abrían, cuando habitualmente lo hacían a las 6:00 a.m. Había una fila de clientes muy larga. Mientras me debatía en hacer línea o irme a casa, recordé la lectura bíblica que había leído esa mañana: «El Sueño del Faraón» en el libro del Génesis. Comprendí que ante las circunstancias era mejor cultivar mis propios alimentos, me fui a casa y empecé a sembrar.

    Se me vino a la cabeza la idea del trueque, el intercambiar unas cosas por otras en lugar de comprarlas. Si sembraba una amplia variedad de hortalizas, podría ofrecer éstas a cambio de lo que se estaba agotando en las tiendas, porque después de que la gente entró en pánico, empezó a almacenar en grandes cantidades. Así que en caso de una escasez en las tiendas, tendría alimento fresco para el intercambio.

    Ante la noticia de una posible escasez de alimentos, el nerviosismo sólo me duró unos minutos, después me invadió un éxtasis, estaba inexplicablemente feliz. Sé que fueron momentos críticos de mucha tensión, pero en mi realidad, sólo veía el milagro de tener todo el tiempo a mi disposición.

    La cuarentena del 2020 terminó siendo la brigada de rescate para mi inspiración. Había escrito canciones que estaban cumpliendo condena perpetua en las islas de mis inseguridades. Lo que empezó siendo un sencillo documental sobre hortalizas, se convirtió en el barco salvador que vino a rescatar mi poesía hecha canción, mis memorias y mi proceso de vida. Este año me sucedió lo que a la oruga, ya que después del aislamiento, me convertí en mariposa; al menos así de libre se siente mi alma.

    La lección de las fresas

    La fresa se unió al grupo selecto de anhelos que nunca sucedieron, era la hortaliza que más me emocionaba cultivar y saborearla recién cortada. Soñaba con su dulce sabor, con tomarla directamente de la planta y disfrutarla lentamente. Mi ilusión era sembrar muchas fresas, tantas, que gran parte de la cosecha la pondría en el congelador, de ahí las tomaría para hacer licuados. Hasta fantaseaba con ser ejemplo para los demás motivándolos a sembrarlas. También hice macetas colgantes para aprovechar mejor el espacio y llenar de este dulce fruto todo el borde de la casa.

    ¡Llegó el gran día! Sembré las fresas y a la par sembré jitomate. Germinaron los jitomates, mientras que las fresas no daban señales de vida. Averigüé que éstas tardan hasta un mes para germinar, en cambio los jitomates germinan en una semana; comprendí que sólo era cuestión de esperar, pero pasó el mes y nada. Relacioné este intento fallido con el hecho de haber usado las semillas de una fruta congelada, triturada en la licuadora. Creí que debí de haber esperado a que se descongelaran para extraerles las semillas.

    Después decidí no correr riesgos y compré las semillas en la tienda. En internet descubrí que es mejor reproducir las fresas por medio de estolones, los cuales éstas mismas producen. Para esto tenía que comprar una planta, pero cuando fui a la tienda, no me gustó el aspecto de las que había disponibles, así que decidí cultivarla sólo desde la semilla.

    En mi nuevo intento, pasó una semana, dos semanas, tres semanas, cuatro semanas, y esta vez sí había brotes. ¡Mis fresas habían germinado!, al menos eso era lo que yo creía. Mientras tanto, seguía aprendiendo sobre el más esperado de los frutos en mi huerto. De pronto descubrí que la planta de fresa no se parecía a lo que estaba germinando en mis macetas. Busqué fotografías de plantines y comprobé que nada de lo que nacía en mi jardín coincidía con las imágenes que encontré.

    Sin embargo, estuve un mes creyendo que las fresas habían nacido. La realidad fue que esta hortaliza, que me causaba tanta ilusión cultivar, nunca germinó. Pero en su lugar nacieron otras cosas, incluyendo la primera lección de vida de mi jardín, removiendo todo mi pasado.

    Lección inesperada

    La fresa fue la hortaliza que dictó el rumbo de este libro y la dirección de las lecciones de mi jardín, pues no era mi intención hablar de mí. Creí que sólo iba a reflexionar de una manera general, documentando el comportamiento de mis hortalizas, comparándolas con experiencias de nuestro diario vivir.

    Sin embargo, al reflexionar sobre mi intento de cultivar fresas, se abrió una caja de Pandora. Podría escribir el libro entero sobre la lección de esta dulce hortaliza, pero provocaría que me sumergiera en aquellos recuerdos que ya no me representan, ni me lastima el pensar en los anhelos que no se realizaron; quizá en el fondo, sólo temo que se repita la historia.

    Aún no sé qué pretende enseñarme mí jardín, no entiendo por qué he de sumergirme en las aguas turbulentas de mi ayer. Quizá es una invitación a comprender y valorar las lecciones del tiempo pasado, de recordar que no siempre fui la que soy, porque con el paso de los años, Dios me transformó.

    Reflexión de la fresa: invitación a compartir mis canciones inéditas.

    No comprendo por qué no germinaron las fresas si seguí todas las indicaciones, al menos eso creí. Igual sucedió con aquella ilusión, cuyo noviazgo también duró sólo un mes, justo cuando creí que pasaría mi primer San Valentín en pareja al haberme hecho de un novio en diciembre. Pero aquella ilusión sólo fue fructífera en mi mente, sin embargo, durante el poco tiempo que duró, llegué a pensar que me casaría con él, hasta me puse a buscar nombres para nuestros hijos.

    La fresa me removió tanto la historia de mi primer amor, porque la ilusión que sentía por cultivar fresas se puede comparar con la emoción que sentía por cultivar aquel noviazgo, pero la realidad fue que en los dos casos, la ilusión se esfumó en un mes.

    En mis macetas no germinaron fresas, pero nacieron otras cosas: melones, tomate de cáscara, jitomate, chile morrón, epazote, hasta una semilla del árbol de la vecina germinó, todo esto, excepto mis fresas, al igual que aquella primera ilusión que tampoco germinó ni dio frutos. En cambio, también nacieron otras cosas en su lugar: canciones y poemas.

    Mis temas inéditos, fruto de la inspiración de aquel primer amor, sólo los he compartido con unos pocos, que me han ayudado a mejorar mi forma de escribir. En estas canciones expreso una forma de sentir y de pensar que ya caducó en mí, pero que al mismo tiempo conservan la huella de las heridas que una vez surgieron en mi alma. En ellas describo un pasado que en su presente me dolió.

    Intentando participar activamente en la lección que me transmiten las fresas, por cada planta que germinó en su lugar, compartiré una canción que nació en lugar de aquel fallido intento de amor.

    En mi presente, soy libre de esos sentimientos que me hacían aferrarme a lo que no quería germinar en el jardín de mi corazón, pero había dejado en el olvido aquello que sí floreció: esas canciones que hablan de la que fui, evidenciando que en mi caminar no siempre tuve la fortaleza que tengo hoy. El tiempo me hizo madurar y cambié mi manera de pensar mil veces, antes de llegar a esta paz que invade mi presente.

    A continuación compartiré 6 temas inéditos que germinaron en lugar de aquella semilla de mi primer amor. Describiré el estado emocional en el que me encontraba cuando las escribí. Hasta ahora creía que el único fin de mis canciones había sido ayudarme a procesar mis emociones, pero hoy, sorprendentemente, la vida a través de mi jardín, me hace la invitación de compartirlas en el presente escrito. No hay ni una sola palabra de sentimiento ficticio en ellas, porque viví y experimenté todo ese torrente de emociones que describo en cada estrofa.

    La misión de mi inspiración hecha canción fue hacerme llorar a tal punto de que perdiera todo sentido el seguir llorando. Me costó comprender el porqué habría de compartirlas ahora que ya no me reflejo en ellas. Después entendí que no se trataba de mí, que quizá estas canciones harían llorar a alguien más, como me hicieron llorar a mi, y por medio de ese llanto, lograrían subir un peldaño más y salir de las garras de la tristeza. Porque a veces, un sentimiento atrapado en nuestro interior, no se libera hasta que lo evacuamos por medio de nuestro llanto.

    A través de mi huerto, la vida me hace la invitación de organizar mis emociones, de dar ejemplo de que cuando nos encontramos en el suelo, de repente nos topamos con una escalera que nos invita a subir, pero por más que lo intentemos no podremos saltarnos ni un sólo peldaño.

    Compartiendo mi inspiración

    A continuación comparto mis canciones, seguidas por una descripción del estado emocional en el que me encontraba cuando las escribí.

    1) Lo que Nunca Pasó

    Coro:

    Era bello, tan mágico nuestro amor,

    pero cuándo fue que esto ocurrió,

    es que de nuestra relación

    yo me quedé con aquello que nunca pasó.

    Sólo comparto el coro, porque esta canción la tengo arreglada profesionalmente en un CD, la canta una muchacha que se llama Ingrid. Aunque nunca hice nada con ella, si el público lo pide, la compartiré en mis redes sociales.

    Esta canción me hizo llorar mucho en su momento. La escribí un año después de haber terminado aquella ilusión. Las lágrimas se hacían presentes al reconocer que estaba construyendo en mi mente escenas que me hubiera gustado que ocurrieran, pero que no sucedieron. Sin embargo es un proceso hermoso el volar con nuestra imaginación, el soñar con las estrellas, aunque sólo terminemos estrellados.

    Al final se manifiesta en nosotros la gran lección, que es el propósito de todo dolor. Con el tiempo aprendemos a ser más sensatos y a cultivar con esmero todo aquello que queremos que florezca en nuestro jardín del amor; ya que a veces, nuestra tierra no tiene el pH de aquel amor que queremos cultivar, y aunque nos aferramos, no lograremos ningún fruto, porque el amor es de dos. El cazador va por su presa sin su permiso, en cambio, el jardinero se tiene que asegurar de que su tierra corresponda con las necesidades de aquella semilla si quiere que ésta germine y florezca en el huerto de sus ilusiones.

    Esta canción nació siete años después de aquel adiós. La escribí tratando de resolver las siguientes preguntas: ¿Por qué me fui? ¿Por qué no luché por lo que sentía por él? ¿Por qué puse tanta tierra de por medio, agotando las posibilidades de una reconciliación? Por un momento viajé en el tiempo y me sumergí en el sentir de aquella joven de 20 años que fui.

    Me recordaba insegura, dramática, con mil problemas fantasmas en mi mente. En ese entonces el caos no era exterior, sino interior, porque un torrente de emociones oscuras me atormentaba continuamente. Venía sufriendo de una serie de trastornos emocionales que era capaz de disimular ante los demás. Había leído la suficiente información en libros de autoayuda como para comprender que el problema no estaba fuera, sino dentro de mí. Sabía que no se puede dar aquel amor que no se posee de antemano. Que el otro no ha venido a llenarme de algo que carezco, sino a compartir ambos de nuestras riquezas espirituales y emocionales, aportando los dos de nuestra abundancia.

    Si los dos llegamos vacíos, entonces las carencias se harán aún más notables, porque cada uno reclamara la dosis de amor que no ha sido capaz de cultivar en su interior. Éste es el gran dilema en las relaciones amorosas, donde dos personas vacías pretenden llenarse la una a la otra, cuando sólo son un desierto árido e infértil, donde hasta la lluvia los ha olvidado.

    Escribir «Me Tengo Que Ir» fue someterme a un periodo de catarsis continuo. Lloraba a gritos cuando iba en el carro. En mi casa tenía que morder una almohada para que no se escucharan mis sollozos. Recitar esta canción me producía un dolor en el pecho, tenía que cantar enseguida otro tema de mi inspiración que se llama «Me Perdí Hacía Dentro» que comparto más adelante en la lección de la acelga. En ella encontraba la medicina para mis heridas que me lastimaban con fuerza, al cantar el tema que explica por qué no luché por cultivar aquel amor.

    Con esta canción también lloré mucho porque, aunque me fui lejos, aún guardaba la ilusión de volver con aquel primer amor, pero sólo me dedicaba a escribirle canciones. En mi soledad, le escribí más de cien, de las cuales elegí las 6 aquí presentes para musicalizar e intentar que una gran intérprete las incluyera en su repertorio. También soñaba con cantarlas yo misma y hacerme famosa, mientras agonizaba por dentro por aquel amor que, si bien, no pudo ser, llegó a mi vida a llenarme de inspiración.

    Por un tiempo sentí que inconscientemente había utilizado aquel intento de amor como una estrategia para mi inspiración, ya que antes no había sido capaz de terminar una sola canción.

    Yo tenía 3 años intentando escribir algo sólo con mis experiencias platónicas, pero no lograba darle conclusión a ningún tema.

    Descubrí que cuando una vivencia nos oprime el alma, podemos hacer arte con ella y evacuar ese sentimiento, que de quedarse dentro, terminará por destruirnos.

    Esta canción la escribí a los 5 años de haberme marchado lejos de aquel primer amor. La compuse con mi guitarra en mano, aunque estaba súper desafinada y no sabía tocarla; simplemente rasgaba las cuerdas de arriba hacia abajo. Aunque nunca aprendí a tocar de forma correcta, me gustaba improvisar con lo poco que sabía, saltando de acorde en acorde, rasgando las cuerdas, jugando a la súper estrella. Aún desafinada, mi guitarra me acompañó en muchos momentos de melancolía; aunque aún no he aprendido a tocarla como se debe.

    Parece que es ley de vida que los primeros amores sean truncados, como si fuera una lección indispensable para nuestro corazón. Quizá sólo así se aprende a amar de verdad. Pero el perder un amor es un drama tan grande que algunos ni siquiera viven para contarlo. Muchos acaban con su vida, sin saber que siempre habrá un buque a la expectativa de rescatar cada náufrago que se encuentre perdido en su travesía por alta mar.

    En este mundo hay miles de millones de personas, si no nos quiere una, pues nos querrá la otra. Con la madurez que nos dan los golpes de la vida, nos topamos con el amor verdadero, el único; ése amor de Dios que nos llena, nos colma de dicha y de paz. Entonces, todas las heridas sanan y podemos sonreír de nuevo.

    Esta canción fue una de las últimas que escribí después de 9 años de dejar aquel primer amor. Finalmente se casó con otra y pude ser testigo a través de las fotografías en su Facebook. Se casó por la iglesia y se veía tan feliz, que me causó sentimientos encontrados. Estaba literalmente sin palabras, porque era el final de mi ilusión de regresar con él.

    Nunca quise tener otro novio, siempre mantenía viva la esperanza de que tal vez un milagro me hiciera volver, ya que mis temores habían disminuido un poco. Mientras tanto, me la pasaba ocupada en distintas actividades para no extrañar esa parte sentimental en mi vida.

    Aunque no hacía nada en concreto para regresar con él, tampoco soltaba la esperanza de volver, pero cuando se casó, esa esperanza se tuvo que morir. En la canción me pregunto si fue culpa del destino o del miedo, hoy estoy segura de que Dios tenía otros planes para mí, por eso aquel amor, al igual que mis fresas, nunca germinó.

    Esta canción empezó en mi mente durante un concierto de Ricardo Arjona. Yo había estado demasiado ocupada como para naufragar en la melancolía por mi viejo amor. Antes del concierto sólo escuché el CD más reciente de Arjona para poder corear las canciones de su nuevo disco. Sus nuevos temas no me causaban melancolía, pero una vez sentada en su concierto, los recuerdos empezaron a llegar como zombis al acecho. Aunque aquel antiguo amor era una ilusión que ya daba por muerta, al escuchar aquellas canciones de siempre, había frases que me recordaban una mueca, una sonrisa, una palabra de aquel viejo amor. Regresé llorando a casa, me puse

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1