Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Prólogo Sigma
Prólogo Sigma
Prólogo Sigma
Libro electrónico674 páginas9 horas

Prólogo Sigma

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Prólogo Sigma es el primer libro de la saga Sigma, el cual narra la historia de Liam, un joven de preparatoria cuya vida da un giro inesperado cuando, una noche después del colegio, experimenta un suceso traumático. A partir de ese momento comenzarán a desencadenarse una serie de eventos que mostrarán a Liam un

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento4 sept 2019
ISBN9781640864061
Prólogo Sigma

Relacionado con Prólogo Sigma

Libros electrónicos relacionados

Sagas para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Prólogo Sigma

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Prólogo Sigma - F.Z. Isaac

    1.

    Era una tarde tranquila la de aquel día. Las nubes se movían lentamente sobre el cielo, las copas de los árboles se mecían con el ligero soplar del cálido viento de otoño y las aves parecían volar hacia el horizonte, hacia aquellas colinas tan lejanas entre las cuales el sol se iba perdiendo de vista, dejando tras de sí un cielo color naranja que, esa tarde, era especialmente bello.

    Hacía ya tiempo que me gustaba quedarme hasta tarde en el colegio sin hacer nada en particular. No estaba inscrito en ninguna clase o club extracurricular, y no era mi intención unirme a ninguno. La verdad, es que me agradaba contemplar los atardeceres desde mi ahora solitario salón de clases, ubicado en el tercer piso, disfrutando de la ligera brisa que me acariciaba el rostro.

    Desde la ventana se podían ver las canchas en las que, aún a esas horas, entrenaba el equipo de futbol de la escuela, y, de vez en cuando, era posible observar también a un grupo de chicas que salían de su club de lectura pasar por ahí, admirando desde lejos a los jóvenes deportistas. Era claro, por más que intentaran disimularlo, que aquellas chicas tenían un notorio interés por los miembros del equipo de futbol: sus coquetas risillas, sus miradas indiscretas y sus muchos susurros entre ellas lo volvían algo obvio.

    Me parecía curioso el hecho de que el amor siempre había sido un tema recurrente entre las personas de mi edad, pues no era extraño que se corrieran más rápido los rumores sobre la nueva pareja o sobre algún drama amoroso en el colegio, que cualquier otra novedad. Claro que yo no era la excepción. Después de todo, no creía que pudiera existir nunca emoción más hermosa que la del amor, aunque hacía ya tiempo que yo no la sentía por nadie. Había algunas chicas bastante atractivas en mi colegio, pero la mayoría de ellas me parecían bastante aburridas y superficiales. No eran la clase de chica de la que yo podría enamorarme.

    A veces me quedaba pensando en esta clase de cosas, mientras miraba atentamente los muchos atardeceres que pasé en ese salón de clase, por lo menos hasta aquel día.

    El colegio ya se encontraba casi vació para cuando el sol comenzó a ocultarse y las luces de los pasillos dentro del edificio se iluminaron. Era posible distinguir cómo el claro cielo del día se desvanecía gradualmente entre el oscuro azul de la noche a medida que pasaba el tiempo. Se había hecho tarde, y estaba seguro que lo mejor era partir. Ya había visto el atardecer y tenido suficiente tiempo para mí mismo. Era hora de volver a casa.

    Tomé mi mochila de la banca sobre la cual la había dejado, me la colgué en el hombro y salí del salón para caminar por los solitarios pasillos del colegio y bajar por las escaleras. Aún se lograban escuchar las voces lejanas de los estudiantes que, al igual que yo, permanecían en el lugar, probablemente terminando sus actividades de alguno de los clubes en los que estuviesen inscritos, pues dudaba mucho que existiera alguien más como yo que se quedara ahí por una razón tan simple como lo es el ver un atardecer; Claro, a cualquiera le parecería extraño, y supongo que tendrían razón en pensar así, después de todo, la mayoría siempre se olvida de tomarse un tiempo para apreciar cosas tan comunes como esa.

    Mis pasos hacían eco en los largos pasillos mientras me dirigía hacia la salida, y no esperaba ver caras familiares hasta llegar a mi casa; pero estaba equivocado, de la nada y sin aviso alguno, sentí una mano posarse sobre mi hombro derecho, lo cual me hizo sufrir un sobresalto. No había escuchado ningún ruido detrás de mí, y el ambiente en el colegio parecía tan solitario y calmado que no pude evitar el asustarme.

    —¡¿Pero qué rayos…?! —grité, mientras intentaba volver a mi estado de tranquilidad en el que, hasta ese momento, había estado.

    Me di vuelta, y me encontré con mi amiga Samantha, a quien parecía haberle hecho mucha gracia el que yo me asustase, pues no dejaba de reírse.

    —¿Qué te sucede? —le pregunté—. ¿Crees que es muy divertido ir por ahí asustando así a la gente?

    Pasó un rato antes de que ella fuera capaz de contener la risa y contestarme.

    —Bueno, no en realidad —me dijo, mientras intentaba en vano dejar de reír, de hecho, apenas había sido posible para mí entender lo que había dicho.

    —Pero tienes que admitir que a veces es muy divertido ver a tu amigo gritar como una pequeña niña asustada —añadió ella.

    Samantha se echó a reír aún más fuerte. Yo por mi parte sentía cómo mi rostro comenzaba a ruborizarse de la vergüenza, quizá se me había escapado un pequeño grito, pero no creía haberlo dado como una pequeña niña.

    —Bueno, tal vez sí me asustaste un poco —le dije—. Pero eso es porque me tomaste por completo desprevenido. Te aseguro que nada como eso volverá a pasar jamás.

    Justo después de terminar de decir esas palabras, otra mano me tocó por la espalda, acompañado de un gemido fantasmal. Obviamente no se trataba de ningún fantasma, pero aquello no evitó el que yo volviese a saltar del susto.

    —Pensé que habías dicho que no volvería a ocurrir —dijo mi amigo Ethan, con un tono sarcástico, quien había llegado al lugar de una manera muy sigilosa y precavida, con la clara intención de volverme a asustar.

    Samantha casi no podía mantenerse en pie de la risa, que para entonces se había convertido en carcajadas a lo grande. Ethan, por su parte, solo sonreía, y yo, bueno, intentaba recuperar el aliento por segunda ocasión.

    —¡¿Qué les pasa a ustedes dos?! —les grité, para intentar hacer que Samantha dejara de reírse.

    —¡Ay!, ¡vamos! —contestó Ethan—. Era solo una pequeña broma.

    —¡Sí! —lo apoyó Samantha, que continuaba riendo—. No seas tan amargado.

    Estaba realmente frustrado con lo que había sucedido. Es decir, yo nunca había sido alguien en extremo valiente, pero ahora estaba seguro de que Samantha no dejaría de molestarme con eso por un muy largo tiempo. Así era ella, pero no puedo negar que la quería como si fuera mi hermana. Quería a ambos en realidad.

    Tanto Samantha como Ethan habían sido mis amigos desde que éramos pequeños. Ethan siempre había sido una persona muy tranquila, seguro de sí mismo y siempre de los mejores alumnos de la escuela. En cuanto a Samantha, ella era la alegre del grupo, siempre bromeando, haciéndonos reír, la aventurera de nosotros tres. También podía llegar a ser muy linda, pero no era algo que demostrara siempre, normalmente disfrutaba más de jugarnos bromas a mí y a Ethan. Ellos dos eran algo sumamente especial para mí.

    Por fin Samantha dejó de reír. Se sobaba el estómago ya que parecía que tanta risa había hecho que le doliera.

    —¿Estás bien? —le pregunté.

    —¿Es en serio? —me contestó ella, con un tono juguetón—. Lo de hoy va a mantenerme bastante alegre los próximos días, o meses quizá.

    Bueno, por lo menos ella se la estaba pasando bastante bien. Le dirigí una sonrisa y me di vuelta para estar de frente también a Ethan.

    —Y bien, ¿qué hacen ustedes dos por aquí tan tarde? —les pregunté a ambos.

    —Recién acabo de terminar mis actividades en el club de música —respondió apresuradamente Samantha—. Justo estaba a punto de irme a casa cuando te vi pasar.

    —¿Y te pareció muy divertido venir a asustarme? —le pregunté.

    —Claro —me dijo ella, con una enorme sonrisa—. ¿A quién no le parecería divertido?

    —¿Y tú? —pregunté, volviéndome hacia Ethan—. ¿Por qué rayos me asustaste también?

    —Bueno —dijo él—. Creo que a veces uno tiene que dejarse llevar por el momento.

    Ethan y Samantha compartieron una mirada de comprensión mutua, como si ambos estuvieran orgullosos de lo que me habían hecho, y sí, supongo que probablemente yo podría haber actuado igual de estar en su lugar, así que decidí no hacer más problema del asunto.

    —¿Qué haces aquí tan tarde? —le pregunté a Ethan.

    —A diferencia de ustedes dos, las actividades de mi club no empiezan sino hasta ahora —nos dijo—. No hay momento como la noche para tener una clara vista del cielo y las estrellas.

    Ethan se había unido al club de astronomía del colegio, un grupo de estudiantes que se juntaban sobre la azotea con un telescopio para mirar los cuerpos celestes.

    —¿Y en dónde están tus otros compañeros? —le preguntó Samantha a Ethan.

    —Por hoy solo seré yo —nos dijo—. A menos, claro, que quieran acompañarme.

    Samantha siguió su camino hasta la salida del colegio, como si de pronto Ethan y yo nos hubiéramos desvanecido en el aire.

    —¡Yo paso! —nos gritó ella, justo antes de salir por la puerta.

    Y así simplemente, se fue. Samantha era una chica bastante extraña a veces, pero sin importar nada, era nuestra amiga, y esa clase de comportamiento ya no nos sorprendía ni a Ethan ni a mí.

    —¿Y tú qué me dices? —me preguntó Ethan, una vez que Samantha se había ido.

    —No lo sé —le dije—. Ya es algo tarde.

    —No creo que tardemos demasiado —me dijo él—. Además, no vivimos muy lejos el uno del otro, podríamos volver a casa juntos cuando terminemos.

    No solo Ethan vivía cerca de mi casa, también Samantha. De hecho, ella era mi vecina. Los tres habíamos vivido bastante cerca desde hacía ya mucho tiempo. En realidad, era así como nos habíamos conocido de pequeños, en un patio de juegos cercano a nuestras casas. Samantha estaba jugando en los columpios cuando de pronto se fue de cara contra el suelo, yo corrí a ayudarla en cuanto la vi, pero no había sido el único, otro niño había ido también en su auxilio, era Ethan, que había dejado su pelota sobre el césped para ir a ver si ella se encontraba bien. Ambos la levantamos con mucho cuidado mientras que ella no paraba de llorar. Recuerdo que hice una cara graciosa para intentar animarla mientras que Ethan le sobaba la cabeza con sus pequeñas manos, ella se rio y nos dio un abrazo a los dos, justo antes de que su mamá la apartara de nosotros para llevarla directo a un doctor, pero no sin antes agradecernos por intentar animar a su hija. Ethan y yo nos quedamos jugando juntos y comenzamos a ser amigos desde entonces. Días después, Samantha volvió al parque con una férula en la nariz y una paleta de dulce para cada uno de nosotros tres. No pasó mucho tiempo antes de que descubriéramos que vivíamos muy cerca el uno del otro, y desde ese día no hemos dejado de ser amigos, y de recordar los momentos que pasamos juntos desde que nos conocimos. Para mí, siempre serán de los recuerdos más hermosos que tengo, y de los que no me olvidaré nunca, hasta el día en que mi vida termine.

    —¿Entonces qué me dices? —preguntó Ethan—. ¿Te apuntas?

    —Seguro —respondí muy animado después de dar un breve paseo por mis memorias—. No veo por qué no.

    Ethan y yo subimos por las escaleras del colegio, charlando sobre cosas típicas de los muchachos de nuestra edad, chicas, fiestas, amigos, etc., hasta llegar a la azotea del edificio.

    —Ayúdame a montar esto —dijo Ethan, mientras sacaba de su mochila el estuche donde llevaba el telescopio.

    Abrimos el estuche y entre los dos armamos la base, para después, poner el telescopio sobre ella. Era una noche bastante tranquila, solo se escuchaba uno que otro automóvil lejano y la brisa del viento soplar, pero nada más que eso. El colegio estaba en las afueras de la ciudad, y aunque ésta podía llegar a ser muy ruidosa durante el día, aquella noche todo parecía estar en calma.

    Hacía bastante frío, así que saqué la chamarra que tenía guardada en mi mochila y me la puse encima. Ethan iba ya preparado para la situación con un largo abrigo y una bufanda, después de todo él ya estaba acostumbrado a tener que cuidarse del clima para poder ver las estrellas durante la noche.

    Me quedé recargado sobre el barandal, mandando mensajes con mi celular y contemplando a ratos la panorámica vista de la ciudad mientras que Ethan observaba las estrellas con el telescopio.

    —¿Y bien?, ¿vas a dejarme usar eso en algún momento? —le pregunté en tono de broma.

    Ethan se rio levemente y luego respondió:

    —Claro, de hecho, creo que ya es tu turno.

    Me acerqué al telescopio y me incliné para poder ver a través de la mirilla. ¡Era una vista impresionante! Las estrellas parecían poder ser tomadas por mi mano, como si por un momento la galaxia se hubiera reducido al tamaño de una pequeña pelota y la inmensidad de nuestro mundo se hubiera vuelto insignificante. Lo admito, siempre me parecieron fascinantes cosas como aquella, que existen más allá de nosotros y de nuestro alcance. Tan misteriosas como para hacerte cientos de preguntas sobre ellas, y, al mismo tiempo, tan majestuosas como para no sentirte agobiado al darte cuenta de que posiblemente jamás obtendrás respuesta a tus preguntas.

    —¡Qué bello pensamiento! —exclamó Ethan.

    Aparentemente, sin darme cuenta, había dicho algo de lo que pensaba en voz alta mientras miraba por el telescopio.

    —Bueno, tú me conoces mejor que los demás —le dije—. No creo que pueda decir algo como eso frente a cualquier otro.

    Ethan se fue a parar a una de las esquinas de la azotea, con la vista nocturna de la ciudad y las colinas que la rodeaban frente a él.

    —Hacía tiempo que no teníamos un momento así para hablar tan tranquilamente —dijo Ethan, con una sonrisa—. ¿No crees?

    Solté el telescopio y caminé hasta llegar junto a mi amigo.

    —Es verdad —respondí—. No recuerdo la última vez que los dos platicamos sin que Samantha o alguien más estuviera con nosotros.

    Ethan guardó silencio por un rato antes de continuar con la charla.

    —Ya no somos aquellos niños que alguna vez fuimos —me dijo—. El tiempo pasa, y a veces no puedo evitar pensar que llegará el día en que tengamos que separarnos y tomar cada quien nuestro propio camino.

    —Creo que eso no importa —respondí—. Dudo que algo como eso evite que sigamos siendo siempre amigos.

    Ethan me sonrió y luego volvió la mirada hacia el horizonte y la ciudad.

    —Es un poco triste para mí pensar que nos reuniremos menos después de la graduación —dijo.

    Las palabras de Ethan estaban llenas de melancolía, y el pensar que aquel día llegaría me hizo entristecer un poco también, pero estaba seguro de que nada podría hacerme olvidar mi amistad con ellos. Tendría que morir antes de eso.

    —¿Crees que algún día podríamos dejar de llamarnos amigos? —me preguntó—. ¿Que las cosas podrían llegar a ser diferentes?

    —¿A qué te refieres? —le pregunté.

    —Quizá no volvamos a vernos después de graduarnos —respondió—. O quizá algún día alguno de nosotros se convierta en algo distinto de lo que es ahora.

    Me quedé pensando por unos momentos antes de responder, pero por más que le daba vueltas en mi cabeza siempre llegaba a la misma conclusión.

    —Creo que sin importar lo que suceda en el futuro, lo que somos y hemos construido hasta ahora los tres, permanecerá por siempre —le dije.

    Ethan me respondió con una sonrisa acompañada de un leve tono de decepción en el rostro, como si estuviera de acuerdo con lo que yo acababa de decir, pero al mismo tiempo sin que esa idea lo hiciera sentir satisfecho.

    —Sí, supongo que tienes razón —me dijo—. Es solo que me gustaría poder estar seguro de que nunca cambiará lo que somos ahora.

    —Te entiendo —respondí, mientras le ponía la mano sobre el hombro en señal de ánimo—. Hagamos un esfuerzo porque siempre sea así.

    Ambos nos quedamos ahí en silencio, mirando el panorama nocturno por un rato, cuando de pronto, antes de poder decir o hacer nada más, un destello rojizo nos iluminó violentamente el rostro, seguido de un estruendo espeluznante que nos derribó al suelo de la azotea, producto de una explosión. Cuando pareció haber terminado el impacto inicial, Ethan y yo nos pusimos de pie y comenzamos a buscar con la mirada el origen de aquel estallido. El humo negro y las llamas que había dejado tras de sí se encontraban demasiado cerca de notros, dentro del campus del colegio, en una de las aulas del edificio de en frente.

    Ethan y yo cruzamos miradas brevemente y después corrimos por las escaleras del edificio hasta llegar a la planta baja. Algunos alumnos y profesores que aún estaban en el colegio al momento de la explosión, se habían reunido frente al edifico de donde salían aquellas llamas y humo negro. Por suerte no había ningún tipo de club o clase extracurricular en ese lugar y a aquella hora, así que nos limitamos a pensar que solo había sido una fuga de gas en el laboratorio o algo por el estilo. Los profesores intentaban mantener la calma y el orden, evitando también que algún estudiante se acercara más de lo que debiera, hasta que llegaron los camiones de bomberos al lugar, acompañados de una ambulancia.

    Una multitud cercana de estudiantes y profesores comenzó a aglomerarse fuera de una de las salidas del edifico en que la explosión había sucedido. Se escucharon gritos de horror y llanto. Ethan y yo decidimos ir a ver de qué se trataba, así que nos abrimos paso hasta llegar al frente de la multitud. Lo que vimos aquella noche, fue algo que ninguno de los dos habría querido tener que presenciar en su vida. Era una camilla, rodeada de paramédicos intentando reanimar los signos vitales de una chica que yacía sobre ella, cubierta de heridas y sangre por toda la cara y cuerpo, encontrándose mutilado uno de sus brazos, perdido aparentemente a causa de la explosión.

    Al principio no lograba ver bien de quién se trataba, pero después de unos momentos de observar aquella escena, tanto Ethan como yo nos vimos abrumados por un sentimiento enorme de dolor y desesperación. Intentamos colarnos entre los policías y los paramédicos que nos detenían y cortaban el paso. Cualquiera hubiera reaccionado igual, cualquiera se habría sentido de la misma manera si hubiera tenido que ver a su amiga inconsciente y recostada sobre aquella camilla médica luchando por su vida, así como nosotros tuvimos que ver a Samantha aquella noche.

    2.

    Las imágenes que mi visión presenciaba en ese momento se volvieron borrosas a causa de la cantidad de lágrimas que escapaban de mis ojos. Todo me parecía estar fuera de lugar y no lograba explicar cómo pudo haber sido posible el que sucediera algo como eso. Se suponía que Samantha se había ido ya a su casa. Tanto Ethan como yo la vimos salir del lugar, entonces, ¿por qué?, ¿por qué ahora estaba sobre aquella camilla, cubierta de sangre? Sentí la urgente necesidad de vomitar, me sentía débil y al mismo tiempo lleno de adrenalina mientras que los paramédicos luchaban por recuperar los signos vitales de mi amiga. Lo único que nosotros podíamos hacer era mirar desde lejos. Los segundos parecían días, y los minutos, meses. Aquella sensación me devoraba desde adentro y la impotencia que experimentaba era tan grande que podría hacer sentir enfermo a cualquiera.

    El tiempo transcurría y Samantha no reaccionaba. Yo no quería que todo acabara ahí, no quería que ella muriera, estaba seguro de que no podría soportar perderla, pues significaría perder una parte de mi vida sin la cual no querría continuar.

    Después de un rato los paramédicos decidieron cesar en sus intentos de reanimar a mi amiga, y al ser propietarios de amargas y lúgubres expresiones de resignación, provocaron en mí el sentir como si mi corazón fuera presionado violentamente hacia fuera de mi pecho.

    —¡Retiren a todos por favor! —gritó uno de los paramédicos a los policías.

    A pesar de las indicaciones que pudieran darnos, Ethan y yo no íbamos a ir a ningún lado, no sin antes asegurarnos de que Samantha estaría bien. Tenía que estar bien. Los policías nos sostenían a Ethan y a mí mientras veíamos cómo cubrían la cara de nuestra amiga con una manta blanca.

    —¡No! —grité con desesperación desde lo más profundo de mi alma—. ¡Maldición, no!, ¡Samantha, abre los ojos!

    Los policías intentaban retirarnos por la fuerza mientras todos los demás estudiantes y profesores solo observaban la escena, desde un lugar muy diferente al que Ethan y yo nos encontrábamos. Me rehusaba a dejar que me alejaran de ella, no iba a aceptarlo así tan fácilmente. Las lágrimas que derramé aquella noche fueron muy diferentes a las de cualquier otra ocasión en mi vida. Un sabor mucho más amargo y la sensación de tristeza que, presentía sería eterna, se habían apoderado de mi corazón y de mi alma.

    Con un gran esfuerzo, logré zafarme de manos de los policías y corrí hasta donde estaba la camilla, abriéndome paso entre los paramédicos. Retiré la manta blanca del rostro de mi amiga y pegué mí frente a la suya, sosteniendo sus mejillas con mis manos.

    —Por favor, Samantha, no nos dejes —le rogué—. ¡Por favor no me dejes! ¡Te necesitamos! ¡Yo te necesito! ¡No te rindas por favor! ¡No nos dejes aquí así! ¡No puedes hacerme esto!

    Los paramédicos intentaban alejarme, pero yo no iba a dar ni un solo paso atrás, no podía separarme de ella, quería creer que aún podría estar bien. A pesar de mis esfuerzos, fue imposible evitar que me tomaran por los brazos y me alejaran de Samantha cuando los oficiales de policía llegaron para ayudar los paramédicos.

    —¡No! ¡Maldición! ¡Suéltenme imbéciles! —les grité—. ¿No pueden ver que tengo que ayudarla?, ¡déjenme estar con ella!

    Mis alaridos resonaron a lo largo y ancho de todo el colegio, estaba seguro de que, en cada pasillo, en cada aula vacía, en cada par de escaleras del lugar, hacían eco mis gritos de dolor y desesperación. No quería aceptarlo, no podía ser posible, hacía pocos momentos que ella había estado riendo con nosotros, que yo había estado junto a ella sin recordarle cuánto la quería, cuán importante era para mí.

    Intentaba nuevamente y con todas mis fuerzas liberarme de los oficiales que me sujetaban, pero esta vez me tenían completamente controlado, por más que yo luchara por soltarme lo único que conseguía era cansarme inútilmente.

    Aquella noche, las estrellas parecieron dejar de brillar y la luna alejarse aún más de la Tierra. Las personas desaparecían mientras que yo me sumergí en un oscuro abismo del cual sentía que no habría escapatoria, solo rogaba a quien fuera que pudiera escucharme que salvara a mi amiga, que se apiadara de ella y de mí, que, de cualquier forma, Samantha regresara junto a nosotros para volver a reír juntos y ser capaz de abrazarla y recordarle lo mucho que la quería, lo mucho que nunca dejé de quererla.

    En un último esfuerzo, antes de que colocaran la camilla dentro de la ambulancia, golpeé a uno de los policías en el estómago con la mayor fuerza posible una vez que ellos creyeron que me había calmado, logrando quedar libre. Corrí una vez más y con toda mi energía hacia aquella camilla, volví a descubrir el rostro de mi amiga y me acerqué a ella:

    —Samantha, no sé si puedas escucharme o no, pero no quiero que nos dejes aquí —le dije—. No quiero que te vayas…, Por favor quédate, quédate y te prometo que te dejaré jugarme cuantas bromas quieras, pero por favor no te alejes…, todavía nos queda demasiado por vivir, demasiado por compartir, a ti, a Ethan y a mí.

    Me retiré un poco para poder ver su rostro, para acomodar su cabello que le cubría un poco la cara y me quedé ahí mirándola, por corto rato, recordando todo lo que habíamos pasado hasta aquel día, todo lo que no le dije, todo lo que no llegamos a vivir. La alegría y todo rastro de vida se habían ya desprendido de ella para entonces; su piel tan fría como el metal de la camilla que la sostenía; su semblante, teñido por el rojo de la sangre que manchaba su ropa, su cuello y su rostro. Fue entonces que lo comprendí: ella ya no volvería a abrir los ojos, no volvería a reír, no volvería a abrazarme como lo hacía antes, nunca más. Se había ido, y nada podría ya hacer para cambiarlo. Alcé la vista y observé a mi alrededor. Me di cuenta de que Ethan se hallaba sentado, recargado en una pared ahí cercana, con la cara enterrada entre sus piernas las cuales sostenía con sus brazos fuertemente, claramente resignado ante la magnitud de la situación.

    —Samantha… —exclamé, con lágrimas en los ojos que se escurrían hasta mi barbilla y se deprendían para caer sobre el rostro de mi amiga—, jamás olvidaré ninguno de tus detalles, ni una sola de las mañanas en las que me saludabas con una sonrisa antes de partir juntos hacia el colegio, ni uno solo de los abrazos que me diste con tanta calidez, ni la forma en que volvías cada uno de nuestros días un momento divertido. Eres la chica más especial que he conocido y espero que, a donde quiera que te hayas ido, algún día pueda volver a encontrarme contigo… Te quiero Sam, por favor, no te olvides de mí, porque yo nunca podré olvidarme de ti.

    Le di un beso en la mejilla y, con el alma hecha trizas, le cubrí el rostro de mi amiga con la manta blanca, di unos pasos hacia atrás y me dejé caer sobre el suelo, mirando al cielo nocturno de aquella noche y el humo color negro que aún emergía del edificio. Cerré los ojos y me quedé ahí, suspendido. Nadie más existía, nadie más se encontraba ahí. No hubo persona que se atreviese a acercarse a mí en ese momento, ni siquiera los policías que antes me habían sometido, ni siquiera aquel al que había golpeado. Creo que al final, todos comprendían cómo me sentía y cómo se sentirían ellos de haber estado en mi lugar.

    Me quedé inmóvil, tirado en el suelo por un buen rato, quizá más de lo que algún otro consideraría suficiente, pues, en ese momento, nada lo sería. Al cabo de unos minutos, escuché el sonido de alguien dejándose caer también en el suelo junto a mí. Se podía escuchar que quien quiera que fuera también intentaba contener el llanto, y no tardé mucho en identificar que se trataba de Ethan quien al parecer había decidido hacerme compañía. Al final, solo las voces de algunos oficiales, bomberos y profesores. Ni siquiera abrí los ojos para ver cuándo se llevaban a Samantha, estaba seguro de que Ethan tampoco lo había hecho, ya era bastante difícil darse cuenta de lo que había sucedido, y mucho peor estar consciente de que tendríamos que vivir con ello el resto de nuestros días.

    —¿Crees que sea cierto? —me preguntó Ethan, cuando por fin los dos habíamos logrado dejar de llorar, aunque fuera solo por un momento—. ¿Que aquellos a quienes perdemos en el camino permanecen siempre a nuestro lado?

    —Eso quiero creer —le dije—. Sé que no podría ser de otro modo.

    Era imposible de contener, Ethan y yo ahora portábamos una profunda herida en nuestras vidas y era seguro que eso dejaría una cicatriz para siempre, pero por lo menos era algo que compartíamos los dos, así que no tendría que enfrentarme a aquello yo solo.

    Permanecimos ahí hasta que mi madre llegó al lugar, quien probablemente había sido llamada por las autoridades del colegio. Ella nos recibió a mí y a mi amigo con una triste expresión y un consuelo silencioso. Nos dio un fuerte abrazo y nos ofreció gentilmente irnos de aquel lugar. Mientras nos dirigíamos a la salida, escoltados por mi madre y un par de profesores, pude notar cómo todos nos miraban discretamente y solo cuando creían que nosotros lo hacíamos hacia otro lado, ninguno se atrevía a vernos directo a los ojos. Era como si nadie quisiera interrumpir nuestro dolor.

    Ethan y yo subimos y nos quedamos sentados en la parte trasera del auto de mi madre hasta que ella terminó de hablar con uno de los oficiales. No sabía si le estaban informando que yo había golpeado a uno de ellos, o se trataba de algo distinto; realmente no me interesaba lo que pudiera pasarme, había cosas mucho más importantes en mi cabeza en aquel momento.

    —¿Qué vamos a hacer sin ella? —me preguntó Ethan, rompiendo en llanto de nuevo—. ¿Cómo vamos a seguir?

    Las lágrimas volvieron a tornar borrosa mi vista. De verdad no tenía idea, no podía imaginarme ni un solo día más en el cual Samantha ya no estuviera ahí, y aun si pudiera haberlo hecho estoy seguro de que solo habría sido una oscura y vacía visión falta de toda alegría. Ya antes, tanto Ethan como yo, habíamos pasado por eventos un tanto lamentables, pero nunca por algo como esto, sin embargo, aquellas veces en que nuestra amiga aún estaba a nuestro lado, recordé que ella siempre nos confortaba diciendo que la vida era demasiado corta como para vivirla con tristeza.

    —No sé cómo vamos a vivir sin ella —le dije a mi amigo—. Pero sé cómo habría querido ella que viviéramos, ¿recuerdas lo que siempre nos decía sobre lo breve que le parecía la vida?

    Ethan sonrió con la mirada perdida, como si repasara en su mente cada ocasión en la que Samantha nos había alentado con aquella frase.

    Demasiado corta para vivirla triste —murmuró Ethan para sí mismo—. De nosotros tres siempre creí que sería ella quien viviría por siempre.

    —Lo hará —le dije—. Hasta el último día de nuestras vidas, tú y yo jamás la olvidaremos, y cuando nuestro día llegue también, sé que ella estará ahí, para recibirnos a donde quiera que vayamos.

    —¿Cómo puedes estar seguro de eso? —me preguntó, intentando que no se le quebrara la voz.

    —Porque tú y yo haríamos lo mismo si hubiéramos sido nosotros.

    Ethan sonrió al tiempo que las lágrimas volvían a escapar de sus ojos, yo por mi parte miré por la ventana del auto hacia el cielo estrellado de aquella noche, tan solo para imaginar que Samantha estaba ahí con nosotros en el asiento trasero, a punto de saltar sobre alguno de los dos para hacernos cosquillas o simplemente molestarnos con sus incesables cariños que, ahora, extrañaba más que nunca.

    Por fin, mamá entró al auto, lo puso en marcha y nos fuimos de ahí. Supe entonces que no quería dejar solo a Ethan en esa situación y, en cierto modo, tampoco quería estarlo yo. A diferencia de mí, que vivía únicamente con mamá, él no contaba con compañía alguna en su casa, ya que sus padres se la pasaban la mayor parte del tiempo viajando.

    —¿Por qué no te quedas en mi casa por un tiempo? —le pregunté a Ethan.

    —No lo sé, no quisiera causarles ningún inconveniente —dijo él.

    —Tranquilo —intervino mamá—. Claro que puedes quedarte con nosotros.

    —¿En verdad no habría problema? —preguntó, Ethan.

    —Claro que no —respondió ella—. Eres bienvenido y puedes quedarte si así lo quieres.

    —Supongo que me gustaría tener algo de compañía por un tiempo —dijo Ethan.

    Conocía bien a mi amigo, y sabía que normalmente él habría rechazado aquella invitación, pero dadas las circunstancias, tanto él como yo necesitábamos de apoyo mutuo. Las palabras de aquella corta conversación fueron las únicas que se pronunciaron durante todo el camino a casa. El silencio que imperó, solo era roto por el ocasional sonido del motor y por el de nuestro llanto.

    Por momentos volvía a sentir esas ganas de vomitar, así que abrí la ventana para dejar que la brisa me refrescara un poco. Todo pensamiento me llevaba con insistencia al recuerdo de Samantha, eso era inevitable. No podía sacarme de la cabeza la imagen de todo lo que era y lo que había sido. No hallaba palabras para describir esa sensación, era simplemente algo tan difícil de explicar que el mero hecho de intentar ponerlo en palabras le quitaba parte de su verdadero significado.

    Todo lo que antes parecía familiar de camino a casa se había vuelto completamente extraño y ajeno, ya no se veía igual, como si algo hubiera cambiado. Aquel sentimiento prevaleció incluso cuando llegué a mi casa y pude observar aquel lugar al que yo llamaba hogar, del cual ahora tenía la sensación de no haberlo conocido antes, al igual que aquella casa junto a la mía, la que, hasta esa mañana, había sido el hogar de mi amiga. Pero no más, ya no más…

    Ethan y yo subimos a mi alcoba y no volvimos a bajar, ni siquiera nos volvimos a dirigir la palabra, simplemente acomodamos el otro colchón sobre el piso para que Ethan pudiera dormir sobre él y apagamos la luz. Esperábamos dormir y olvidar todo lo que había sucedido, cosa que no sucedió, pues toda la noche no fue más que una tortuosa vigilia. Ninguno de los dos llegó siquiera a cerrar los ojos, mas tampoco charlamos, permanecimos hundidos en el silencio, al menos hasta que cualquiera de los dos comenzaba a llorar. Ni mi amigo ni yo éramos capaces de retener el llanto. Ethan, en un momento dado, bajó a la cocina para ir por un vaso de agua. Se tomó su tiempo para ello, aunque yo no pude moverme de mi cama ni un solo centímetro.

    Al final de aquella lastimosa noche, cuando los primeros rayos del sol se colaron por entre las ventanas de mi cuarto, me levanté de la cama y fui a verme al espejo del baño. Apenas fui capaz de reconocer aquel rostro de ojos hinchados y labios secos, casi inhibido por completo de la realidad. Volví sin más a la cama y me desplomé sobre ella reviviendo mi dolor. Todo lo que habíamos tenido que pasar Ethan y yo a lo largo de aquella noche, había sido un tormento peor que cualquier otra cosa que la mente humana fuera capaz de imaginar; privados los dos de todo descanso o piedad seguíamos siendo víctimas de aquel acoso emocional que ensombreció nuestra existencia.

    Así pasaron varios días, en los que no hicimos nada más que estar en mi cuarto, recostados en silencio. Interrumpíamos solamente y de vez en cuando interrumpidos por tener que bajar a comer algo. Ni siquiera había que preocuparse por atender al colegio ya que este había suspendido las clases por reparaciones y trámites posteriores a todo lo sucedido, o al menos eso es lo que mamá nos había dicho. Los días transcurrían sin tiempo y sin motivo de ser, tal como lo había imaginado. Los días después de aquella noche habrían de ser vacíos y carentes de significado.

    Una tarde, cuando Ethan y yo estábamos recostados en mi alcoba sin hacer nada en absoluto, como cualquiera de los días anteriores, mi madre tocó a la puerta, lo cual me hizo ponerme en pie e ir a atender.

    —¿Qué pasa? —le pregunté a mamá.

    —Tengo que hablar con ustedes dos —me dijo.

    —¿Sobre qué? —preguntó Ethan, que también se había puesto de pie y se había parado junto a mí en la puerta.

    —Es algo que me parece que los dos necesitan escuchar.

    Le permití a mamá la entrada al cuarto y, tanto Ethan como yo, nos sentamos sobre la cama para escuchar lo que mi madre tenía que decir, fuera lo que fuera.

    —Bueno, yo…—comenzó a decir ella—. Acabo de hablar con los padres de Samantha y…

    —¿Y qué? —le pregunté, un tanto desinteresado.

    Estaba al tanto de que mi actitud estaba siendo algo grosera, pero no tenía intención de disculparme. Mamá debía comprender cómo me sentía en ese momento, y cuál era la razón por la cual no estaba de humor para ningún tipo de diálogo.

    —Pues… —continuó explicando mamá—. Ya que todo está arreglado, han agendado el funeral de Samantha para mañana. Querían invitarnos a los tres.

    Tan pronto como escuché la palabra funeral, me eché sobre la cama y me cubrí con las cobijas. Hasta aquel día había mantenido idiotamente la esperanza de que algún milagro fuera a suceder que trajera de vuelta a mi amiga, pero ese era el final del camino, la culminación de aquella triste fantasía: el funeral de mi amiga. No quería ir, asistir a una inútil ceremonia sin más significado que darle el gusto de cerrar aquel capítulo a otros no era de mi interés, después de todo yo ya me había despedido de ella aquella noche, y ya no quería tener nada que ver con el concepto de su muerte, solo quería que viviera en mi memoria como alguna vez había vivido.

    No quise saber más del asunto e ignoré cualquier otra cosa que mi madre mencionó después de eso, al menos hasta que escuché algo impensable para mí.

    —También me hicieron saber que les gustaría escucharlos a ustedes dirigir algunas palabras en honor a Samantha durante la ceremonia —dijo mamá.

    — ¡No! —contesté rápidamente y sin dudarlo ni un solo segundo—. ¡Ni siquiera tengo pensado asistir!, ¡así que déjanos en paz!

    Esperaba escuchar la misma respuesta por parte de Ethan, pero mi error fue evidente cuando sorpresivamente lo escuché decir que él estaba dispuesto a hacerlo.

    —¿Es en serio? —le pregunté.

    —¿Por qué demonios bromearía con algo como eso? —me contestó, alzando el tono de su voz, casi como si me estuviera reprochando algo.

    —Como gustes —le dije—. Cada quien es libre de hacer lo que quiera.

    Mi madre salió de mi cuarto al darse cuenta del corto, pero conflictivo intercambio de palabras que habíamos tenido Ethan y yo.

    Aquella noche, Ethan regresó a su casa con tal de prepararse para el funeral del día siguiente. Yo, por mi parte, no planeaba hacer nada más que seguir como hasta aquel momento, recordando a mi amiga, ya que era la única forma que había hallado para encontrar algo de consuelo, y que, paradójicamente, me provocaba romper en llanto una y otra vez. Desde el crepúsculo hasta el amanecer, me la pasé pensando y convenciéndome a mí mismo de no ir a ese funeral, era una tontería, estaba seguro de eso; yo solo quería vivir con el recuerdo de mi amiga sin tener que pensar en su funeral cada vez que lo hiciera.

    Por la mañana, Ethan llegó a mi casa antes de tener que irse junto con la familia de Samantha y mi madre rumbo al cementerio. Yo esperaba que solo se fueran de una buena vez sin molestarme más, pero mi amigo tenía otros planes en mente. Ethan, subió a mi cuarto y entró sin siquiera tocar la puerta, me arrojó un esmoquin en la cara y se quedó parado ahí, mirándome sin más.

    —¿Qué demonios crees que haces? —le pregunté.

    —Espero a que te arregles para irnos.

    —Ya te había dicho que yo no tengo pensado ir.

    Arrojé la ropa que me había dado al suelo, y me cubrí de nuevo con las cobijas esperando escuchar la puerta cerrarse tras Ethan al salir, pero nada, él se quedó ahí parado.

    —¿De verdad le vas a dar la espalda así? —me dijo.

    Eché las cobijas a un lado y me senté sobre el filo de la cama.

    —¿Qué es lo que quieres de mí, Ethan? —le pregunté.

    —Que actúes como si en verdad hubieras sido el amigo que dices que fuiste con Samantha.

    Me puse de pie y, después de plantarme frente a Ethan, le solté un golpe. Él ni siquiera intentó esquivarlo.

    —¡No te atrevas a cuestionar mi amistad y mis sentimientos por ella! —le grité—. Tú no tienes derecho a eso.

    Ethan ni siquiera se sobó la mejilla, logrando mantenerse firme frente a mí.

    —¡Entonces ven a su funeral! —me dijo—. ¿O es que vas a abandonar lo que queda de ella también?

    —¡No me hables como si tú hubieras sido un mejor amigo para ella! —le contesté.

    Él abrió la puerta del cuarto y se dispuso a salir, pero antes de hacerlo se dio vuelta y me miró fijamente.

    —Pensé que serías menos egoísta —me dijo—. Tú más que nadie deberías saber lo mucho que a ella le habría gustado que estuvieras presente. Deja de actuar ya como un niño. Si no puedes hacer eso, entonces al menos deja de engañarte y creer que la conociste tanto como crees haberlo hecho…

    Ethan salió del cuarto y yo me quedé allí, derramando lágrimas mientras pensaba en lo que mi amigo acababa de decirme. Quizá él tenía razón, estaba siendo egoísta. Hasta aquel momento había pensado que la muerte de mi amiga solo me había afectado a mí, pero no me di cuenta de que sus familiares y otros amigos estaban sufriendo lo mismo que yo. Lo menos que podía hacer era asistir a ese funeral y dejar en claro lo que había significado Samantha para mí. Compartiría con los demás todo lo que yo pude apreciar y admirar en ella.

    Recogí el esmoquin del piso y me vestí con él. Me arreglé tan rápido como pude y bajé las escaleras corriendo, justo a tiempo para alcanzar a mamá, que apenas salía de la casa en ese momento. Ambos nos encontramos afuera con la familia de Samantha y con Ethan, quien pareció notarse satisfecho de verme presentable para la ceremonia al dirigirme una muy tenue sonrisa. Todos partimos en los respectivos autos con dirección al cementerio, dispuestos a rendir el último tributo a una persona tan maravillosa como lo había sido mi amiga.

    El solemne acto fue acompañado de un bello atardecer, parecido al último que había visto aquella vez en el colegio, el mismo día en que tuve que ver morir a mi amiga. Todos lloramos durante el transcurso de la ceremonia. La tristeza que había en el ambiente era notable, sin embargo, me sentí consolado al presenciar que tantas personas habían asistido al funeral. No había duda de que Samantha había sido una de esas personas por quienes era fácil sentir cariño.

    Después del discurso de un par de familiares y el de Ethan, llegó mi turno para dirigir unas palabras en honor a mi amiga. Di una pequeña platica sobre lo mucho que había compartido con ella a lo largo de mi vida, y lo que había significado para mí; sobre el vacío que había dejado en mi vida y cómo nunca olvidaría ni un solo detalle con respecto a ella.

    Cuando la ceremonia terminó, los únicos que permanecimos hasta más tarde fuimos Ethan y yo. Nos quedamos contemplando el atardecer desde el lugar de descanso de nuestra amiga. Ambos estuvimos en silencio hasta que el sol comenzó a ocultarse tras las lejanas colinas.

    —¿Sabes…? —me dijo Ethan.

    —¿Qué cosa? —le pregunté.

    —Voy a extrañar sus bromas, daría lo que fuera porque nos hiciera una última a los dos.

    Esas palabras me provocaron una sonrisa y unas cuantas lágrimas que se derramaron sobre mi mejilla, solo que esta vez no eran únicamente de tristeza, sino de felicidad al recordarla y evocar las muchas bromas que nos había jugado.

    —Sí —le respondí—. Creo que yo también daría cualquier cosa por algo así.

    Después de eso, cuando ya ambos nos habíamos puesto en marcha para volver a casa, Ethan tropezó graciosamente con la raíz de un árbol cerca del que pasábamos de camino al auto, provocando que una enorme bellota callera del árbol y me golpeara la cabeza. Ambos nos miramos sorprendidos, y al instante nos echamos a reír, como si nuestra querida amiga nos estuviera jugando una última broma. Alcé la vista hacia el atardecer, justo cuando el sol estaba a punto de ocultarse por completo…, podría jurar que, por un momento, justo antes del último resplandor de luz de aquel día, logré ver la silueta de Samantha quien, casi apenas podía sostenerse en pie a causa de la risa, para después sonreír tiernamente como siempre solía hacerlo y desvanecerse en el anochecer y sus estrellas.

    Aquella fue la última vez que dudé si ella realmente estaría a nuestro lado para siempre. Después de aquel atardecer, no me quedó ninguna duda de que así sería, y nada nunca podría cambiarlo.

    3.

    Al día siguiente, desperté con un sabor a amargo en la boca, era la primera vez en la última semana que había podido dormir la noche entera sin levantarme a ratos. Aun así, el mundo en el que despertaba aquel día se sentía como uno en el que yo nunca quise estar. Miré por la ventana de mi cuarto hacia el cielo de aquella mañana, parecía como si fuese a llover, había nubes de un tono gris oscuro que se mecían y cubrían todo el cielo, haciendo imposible ver ningún rastro de luz solar aquel día.

    Me quité las cobijas de encima y me senté sobre el filo de la cama y observé detenidamente una fotografía que estaba sobre mi mesa de noche, donde aparecíamos Ethan, Samantha y yo, abrazados después de un día de vacaciones que pasamos el verano entero en una casa junto a un lago. Aquella fotografía se encontraba antes en la habitación de Samantha, pero su madre me la había llevado después del funeral la noche anterior, explicando que su hija habría querido que yo la tuviera.

    Me perdí en los recuerdos que creamos aquel verano los tres juntos, pasaron muchas cosas el día en que nos tomamos esa foto. Ethan y yo arrojamos a Samantha al Lago, ella escondió nuestra ropa cuando fuimos a nadar un rato, dimos un paseo por el bosque circundante, e hicimos una fogata a las orillas del lago al caer la noche, quedándonos despiertos casi hasta el amanecer, charlando sobre

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1