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Mundos al descubierto: Antología de la ciencia ficción de la Edad de Plata (1898-1936)
Mundos al descubierto: Antología de la ciencia ficción de la Edad de Plata (1898-1936)
Mundos al descubierto: Antología de la ciencia ficción de la Edad de Plata (1898-1936)
Libro electrónico497 páginas9 horas

Mundos al descubierto: Antología de la ciencia ficción de la Edad de Plata (1898-1936)

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Extraterrestres. El fin del mundo. Estados totalitarios. Científicos locos. Y todo eso en nuestro país hace cien años. Este libro supone una invitación al lector a adentrarse en el universo de la ciencia ficción temprana en España. 
Mundos al descubierto constituye la mayor antología de ciencia ficción de la Edad de Plata jamás publicada: veinticuatro textos, la mayoría de ellos muy poco conocidos, que presentan un completo panorama de las distintas facetas de la ficción científica entre 1898 y 1936. Se reúnen aquí narraciones breves tanto de autores consagrados (Unamuno, Azorín, Gómez de la Serna, Pardo Bazán o Pérez de Ayala, entre otros) como de escritores fuera del canon literario. Esta producción demuestra cómo en España, al igual que en otros países europeos, existió una línea de escritura alejada del costumbrismo que se dedicó, mediante las técnicas de la ciencia ficción, a explorar e interrogar el futuro, la idea de progreso, los avances tecnológicos o las nuevas formas políticas autoritarias. En definitiva, una oportunidad única para sumergirse en historias fascinantes, imaginativas, divertidas y proféticas que un siglo atrás retrataron nuestro presente y anunciaron nuestro futuro.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 abr 2021
ISBN9788418153372
Mundos al descubierto: Antología de la ciencia ficción de la Edad de Plata (1898-1936)
Autor

Varios autores

<p>Aleksandr Pávlovich Ivanov (1876-1940) fue asesor científico del Museo Ruso de San Petersburgo y profesor del Instituto Superior de Bellas Artes de la Universidad de esa misma ciudad. <em>El estereoscopio</em> (1909) es el único texto suyo que se conoce, pero es al mismo tiempo uno de los clásicos del género.</p> <p>Ignati Nikoláievich Potápenko (1856-1929) fue amigo de Chéjov y al parecer éste se inspiró en él y sus amores para el personaje de Trijorin de <em>La gaviota</em>. Fue un escritor muy prolífico, y ya muy famoso desde 1890, fecha de la publicación de su novela <em>El auténtico servicio</em>. <p>Aleksandr Aleksándrovich Bogdánov (1873-1928) fue médico y autor de dos novelas utópicas, <is>La estrella roja</is> (1910) y <is>El ingeniero Menni</is> (1912). Creía que por medio de sucesivas transfusiones de sangre el organismo podía rejuvenecerse gradualmente; tuvo ocasión de poner en práctica esta idea, con el visto bueno de Stalin, al frente del llamado Instituto de Supervivencia, fundado en Moscú en 1926.</p> <p>Vivian Azárievich Itin (1894-1938) fue, además de escritor, un decidido activista político de origen judío. Funcionario del gobierno revolucionario, fue finalmente fusilado por Stalin, acusado de espiar para los japoneses.</p> <p>Alekséi Matviéievich ( o Mijaíl Vasílievich) Vólkov (?-?): de él apenas se sabe que murió en el frente ruso, en la Segunda Guerra Mundial. Sus relatos se publicaron en revistas y recrean peripecias de ovnis y extraterrestres.</p>

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    MUNDOS

    AL DESCUBIERTO

    Antología de la ciencia ficción

    de la Edad de Plata

    (1898-1936)

    Selección y prólogo de Juan Herrero Senés

    biblioteca

    Más Allá

    3

    Directora:

    Alicia Mariño

    © De los textos, sus autores

    © Selección y prólogo: Juan Herrero Senés

    © 2021. Ediciones Espuela de Plata

    www.editorialrenacimiento.com

    polígono nave expo, 17 • 41907 valencina de la concepción (sevilla)

    tel.: (+34) 955998232 • editorial@editorialrenacimiento.com

    librería renacimiento s.l.

    Diseño de cubierta: Alfoso Meléndez

    Ilustración de cubierta sobre un obra de Anton Brzezinski

    isbn: 978-84-18153-37-2

    Prólogo

    que el lector ávido de ciencia ficción puede saltar impunemente

    Sobre la ciencia ficción

    Todos los libros en torno a la ciencia ficción dedican varias páginas a definir el género, cayendo de un modo u otro en la quizá inevitable petición de principio de adecuar la definición a los textos sobre los cuales quieren hablar. Este no será una excepción, aunque sostenga, más allá de la explicación que aquí pueda ofrecerse, que los textos incluidos tras este prólogo tienen valor por una serie de razones –estéticas, historiográficas, culturales– con independencia de su adscripción de género. Pero como estas historias se presentan en una antología de ciencia ficción bueno será decir, sin ninguna intención de entrar en abstrusos debates definitorios, por qué esto es así. Pues ante todo este tomo quiere ser una invitación a descubrir otros mundos de nuestra historia literaria, enterrados no solo por el paso del tiempo, y a disfrutar con su lectura.

    De hecho, empezaré –no soy ni el primero ni el último– poniendo en duda la utilidad de una definición muy estrecha de la ciencia ficción a partir de un relajamiento de la noción misma de género literario. Los géneros y sus subcategorías son compartimentos artificiales fluidos, temporalmente datados y mutables, que sirven ante todo para propósitos de ordenación y clasificación –que no es poco– cuando no comerciales, y sujetos a los vaivenes de la historia, las modas y la academia. La ciencia ficción puede servirnos de ejemplo para ver esto, porque a mi entender rehuye ser abordada mediante una definición esencialista; quizá se podría hablar, usando una metáfora del filósofo Ludwig Wittgenstein, de que existen ciertos textos en los cuales puede detectarse un «aire de familia». Esto es, un conjunto de acercamientos, enfoques, prácticas, tropos y motivos compartidos que usualmente se asocian al ámbito de la ciencia ficción. Si empezamos quizá por el aspecto más reconocible, aquel que tiene que ver con lo que generalmente se denomina el contenido o el argumento, encontraríamos textos que tratan del espacio más allá de nuestro planeta o del fin del mundo, o donde aparecen científicos más o menos cuerdos y se nos describen inventos o descubrimientos imposibles o inexistentes o civilizaciones desconocidas, en los que se fabula sobre cómo será la vida en el futuro o hubiera podido ser en un tiempo alternativo, o se indaga sobre los límites entre lo humano, lo animal y lo artificial.

    Ahora bien, como he dicho, la ciencia ficción –como cualquier otro género– no es una mera cuestión de dentro o fuera, temas tratados o no, sino de grados, de dominantes, de centralidad, de focalización. Una ficción realista, un texto romántico o una novela de aventuras pueden contener algunos de los elementos recién aludidos. Por ejemplo, quizá aparezca a un científico como personaje, pero que este no sea el protagonista. Incluso puede serlo, y sin embargo aquello que importe en la trama sean sus circunstancias económicas, sociales o sentimentales, y no tanto el desarrollo e impacto de sus experimentos. La literatura que tendería a fijarse precisamente en esto último, tematizándolo de manera prioritaria, y así dejando en segundo plano otros intereses o haciendo que los aspectos científicos, tecnológicos o utópicos ocupen el lugar predominante de la ficción o sean los motores de su peripecia, sería la más fácilmente identificable como ciencia ficción.

    Junto a este aspecto debería colocarse, para hacer distingos con la literatura fantástica, el esfuerzo y compromiso en los textos por situar en una posición de centralidad, como modo de descripción de los sucesos narrados, esto es, en tanto que explicación de los eventos, la racionalidad, entendida fundamentalmente como razón lógico-matemático-instrumental. Eso implicaría el arrinconamiento de fenómenos o explicaciones fantásticas en pos de una justificación lógica y científicamente verosímil, esto es, donde la nueva invención o la sociedad descrita, aunque inexistentes o imposibles en el tiempo histórico en el que se pergeñó el relato, son posibles dados ciertos condicionantes no maravillosos. La ciencia ficción persigue que la explicación de los sucesos narrados no acabe presentándolos como el resultado de un sueño, un milagro o un encantamiento, sino que remita a algo lógica y objetivamente posible, y en algunos casos, probable. Naturalmente, el descubrimiento o invento descrito –o la estrategia de situarse cuatro siglos en el futuro– constituye un procedimiento tan ficcional –esto es, tan «construido» por un autor– como el más fantasioso de los relatos, pero el pacto narrativo que presenta al lector tiene algunas cláusulas que defienden a este ante la posibilidad de que sea testigo de fenómenos más allá de la lógica y de la constitución física de la realidad. Ese compromiso en la fabricación del portal ficcional es central a la ciencia ficción.

    Esta coherencia o sobriedad imaginativa, que además se concentra por lo general en un determinado conjunto de temas, explica en buena medida que pueda decirse que las realidades ofrecidas en los textos de ciencia ficción son fabricadas por los autores mediante una proyección (que a la vez puede darse de varias maneras, así con confianza, con cuestionamiento, con exageración, por contraste, y no pocas veces involuntariamente) a partir de las realidades existentes en el estadio civilizatorio de la época en la que los textos se escriben, esto es, su propio presente. Esto significaría que la cercanía de una obra determinada a la ciencia ficción, como cualquier adscripción de género, es, por una parte, una cuestión en gran medida de intereses, preferencias y elecciones por parte de los autores; además, está en íntima relación con la recepción y con el estatus mismo de los géneros literarios en diferentes momentos históricos, empezando por el propio presente del autor; y en el caso específico de la ciencia ficción, su uso y valor depende además del estado de la ciencia y el avance material y tecnológico en el momento histórico (así, una obra de mediados del siglo XIX que incluya la descripción de un submarino, un avión o un robot sería considerada de ciencia ficción, por no existir todavía estas invenciones, pero cien años después su estatus anticipatorio se habría desvanecido). La adscripción genérica depende siempre de un umbral y un horizonte de expectativas que es patrimonio colectivo de una sociedad determinada. Pues la ciencia ficción, de manera palpable, se produce como impulso, consecuencia y reacción estética ante ansiedades, creencias, deseos, aspiraciones y miedos colectivos –y también individuales, claro– de un tiempo histórico. Constituye un reflejo oblicuo de los conocimientos, problemas, conflictos, ansiedades, esperanzas y miedos de su presente. Por eso a mi entender supone un grave error, fijándonos meramente en el argumento o en las realidades presentadas, tildar a la ciencia ficción de escapista. Está anclada en su presente al que interroga de forma indirecta; decide analizarlo, cuestionarlo, desafiarlo o denunciarlo no a través de una descripción de su situación actual, sino mediante un rodeo, planteando una hipótesis extraña, y así obligando al lector al ejercicio de resituar sus coordenadas y de comparar con su propio presente la realidad (verosímil) que se le presenta en la ficción. En ese sentido, la mirada que ofrece la ciencia ficción se produce inevitablemente de forma casi agónica en la tensión irresoluble entre el presente y el futuro, pues construye porvenires, sociedades alternativas, avances científicos o materiales posibles, desarrollos tecnológicos o modificaciones en las condiciones de vida en la Tierra (y, claro, también fuera de ella, pues no poca literatura fictocientífica tiene que ver con habitantes de otros planetas) que remiten simultáneamente al presente y a otro tiempo. Frente a la cercanía y familiaridad a la que invita la ficción realista, la ciencia ficción asume como principio creador que la distancia y el extrañamiento azuzan en el lector la interrogación, la imaginación y el conocimiento, cuando este va reconociendo que eso que se le está contando se separa de las condiciones de la realidad tal y como la conocemos, pero sin subvertir las leyes básicas en virtud de la cual entendemos esta misma realidad.

    La emergencia de la ciencia ficción

    A pesar de que pueden encontrarse ejemplos que nos llevan a las más antiguas literaturas, la gran mayoría de teóricos e historiadores convienen en que la ciencia ficción tal y como la entendemos ahora tuvo su emergencia a mediados del siglo XIX, fruto de una serie de circunstancias. Si hasta hace un tiempo parecía considerarse como factor decisivo para la producción fictocientífica el nivel de desarrollo material de las naciones –lo que explicaría que la ciencia ficción hubiera florecido fundamentalmente en Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia–, ahora esa tesis ya no puede ser sostenida, pues se han ido desenterrando ejemplos de textos catalogables como ciencia ficción en muchos países que no se encontraban en un estado de progreso tecnológico equivalente a los ya señalados. Así que, sin rechazar la importancia del avance civilizatorio material, debemos ampliar la mirada y preguntarnos por otros condicionantes contextuales que hicieron posible la aparición y consolidación del género fictocientífico. En ese sentido pueden considerarse especialmente importantes las modificaciones culturales –en la manera de pensar la realidad y de actuar en ella, en definitiva, de «entender el mundo»– producidas por el fenómeno del progreso, porque estas afectaron a sociedades que en términos de avance efectivo se encontraban atrasadas, pero que asistían al ineludible espectáculo de la consolidación occidental de la modernidad, buscando de distintos modos unirse a ella.

    A partir del impulso ilustrado del siglo XVIII se produjo la extensión, avance e impacto de las ciencias naturales como conjunto de disciplinas dedicadas intensamente y con afán abarcador a explorar, analizar, clasificar e interpretar la realidad dentro del marco de la racionalidad lógico-matemática. Esta racionalidad incluía no solo una serie de supuestos sobre la constitución del mundo y su funcionamiento, sino el afán de cuantificar, controlar y modificar este. Esto significa que la ciencia no era meramente una forma de conocimiento, sino una forma de incidir en la realidad a partir de la extensión de su perspectiva ordenadora sobre ella y de la tecnología como plasmación práctica de esa perspectiva. Los inventos y creaciones que iban surgiendo cambiaban las condiciones de vida de los hombres de manera creciente: cómo pensaban, vivían, se movían, se comunicaban, se relacionaban y se realizaban. A lo largo del siglo XIX y de manera gradual en numerosas naciones se produjo el tránsito de vivir en el campo a vivir en ciudades, donde las personas mayoritariamente trabajaban para la producción de bienes que además consumían. Sentían que su vida mejoraba, vivían más años y en mejores condiciones. Aumentaban los medios de transporte y de comunicaciones, se imponía la rapidez y la eficacia. Y el mundo se volvía cada vez más pequeño y más interconectado, haciendo que fuera consolidándose el sentimiento de globalidad e interconexión. El progreso como avance exponencial ilimitado se iba imponiendo no solo como hecho, sino como categoría para entender la historia. El hombre sentía que tenía el control de su presente y de su futuro, e interpretaba sus andanzas en la Tierra en términos evolutivos. Se producía la conquista del globo terráqueo en todos sus rincones, las fuerzas naturales se domeñaban para el propio progreso, los frutos de la naturaleza devenían producción y en definitiva se iba consolidando la percepción del mundo como aquello disponible para el hombre; ya no era prioritariamente el lugar que habitaba y por tanto su hogar, sino ante todo su territorio de explotación y el espacio donde expandía su reinado sobre el resto de la escala evolutiva.

    No puede ser casual que coincida el surgimiento de la ciencia ficción con el nacimiento de lo que en tiempos recientes viene llamándose el Antropoceno, la época de la historia geológica donde la raza humana comienza a modificar de manera radical las condiciones de habitabilidad del planeta Tierra. El hombre avanza, domina y sus posibilidades se sienten infinitas. Las leyes de la naturaleza dejan de ser vistas como inmutables a la acción. Empieza el desafío a lo grande y lo pequeño, a lo que muere y a lo que produce vida. Aquí es cuando se juntan en el imaginario creador la ciencia con la ficción, esto es, con la fabulación (que implica probatura y no solo reflejo) en torno a nuevos avances, inventos, viajes, encuentros y experiencias que parecían imposibles e inasequibles al hombre y que ahora pueden pensarse a partir de la extrapolación de las conquistas del desarrollo científico-tecnológico.

    Ante un panorama así pueden producirse múltiples reacciones: confianza, esperanza y entusiasmo; pero también desdén, escepticismo, miedo, y rechazo. En este mundo implantado en el siglo XIX y en el que aún vivimos no hay ganancia sin pérdida (y de esto nos estamos dando cuenta cada vez más). Y parece no haber freno. Lo nuevo engulle a lo anterior. Desde sus inicios la ciencia ficción ha sido bicéfala y no ha dejado de poner interrogantes encima de la mesa. ¿Quiénes son los agentes, las víctimas y los aprovechados de todos esos fenómenos que agavillamos en la noción de progreso? ¿De qué manera se conforma, se expande, se afianza? ¿Qué cambios produce en el hombre, así como en los otros seres que pueblan la Tierra, y en el planeta mismo? ¿Qué riesgos conlleva, qué formas de pensar supone e impone? ¿Tiene sentido todo este avance y a dónde conduce? Desde este punto de vista y simplificando mucho podemos distinguir dos momentos, teniendo en cuenta que naturalmente en todo momento hubo respuestas diversas y aquí se intenta meramente aludir a un sentir mayoritario. Si en los años centrales del siglo XIX los efectos de la ciencia y el progreso parecían asegurados y estimados, en la última década del siglo la duda comenzó a hacer mella y las preguntas se volvieron incómodas. Las voces críticas de los intelectuales se hicieron notar. Cundió una sensación de crisis que ya nunca, bajo distintos ropajes, dejaría de estar presente. Es aquí donde se inicia el periodo histórico en el que se concentra esta antología. Y esa media vuelta al desencanto explica el tono pesimista que poseen la mayor parte de los textos aquí incluidos.

    Presencia

    El arco temporal cubierto por esta antología va desde la crisis espiritual de finales de siglo XIX a los años de la Segunda República española, lo que viene llamándose desde que así lo hiciera José-Carlos Mainer la Edad de Plata de la cultura española y que se corresponde con lo que la historiografía internacional denomina Modernismo. El acontecimiento traumático de la guerra civil permitiría establecer cierto cierre temporal, tras el cual se inició una nueva etapa. El borde temporal inicial no es de entrada tan evidente porque a lo largo de buena parte del siglo XIX, y especialmente en su segunda mitad, pueden encontrarse ejemplos notables de textos de ciencia ficción, algunos escritos por autores que siguieron publicando más allá del año 1900. Reconocido el componente de arbitrariedad que tiene cualquier incisión en el devenir cronológico, puede ofrecerse cierta justificación si atendemos, al comparar los textos anteriores al cambio de siglo con los siguientes, no tanto a las realidades presentadas en las historias como a una modificación en el tono emotivo que exhiben y que podría resumirse en el tránsito entre una escritura en buena medida optimista, confiada e incluso celebratoria del avance histórico de la humanidad y que avala las conquistas del capitalismo y del positivismo, a una mirada desencantada, pesimista y crítica ante el progreso y las realidades sociales emergentes. Un diapasón negativo que ya es patente en el texto más antiguo aquí recogido, «Las ruinas de Granada» de Ángel Ganivet, publicado póstumamente en 1899 y donde asistimos a un viaje alucinante al futuro de la ciudad andaluza, en la que esta ha sido sepultada por un volcán.

    La ciencia ficción fue durante la Edad de Plata (y también después) un género de relevancia menor, esto es, que no poseyó excesiva visibilidad dentro de la producción literaria de la época (a diferencia, por ejemplo, de lo que ocurrió en el cine, donde desde sus mismos inicios no pocas películas hicieron uso de los temas y motivos de la ciencia ficción, hasta la actualidad). Dominaron entre los creadores otro tipo de intereses, enfoques y problemáticas; a lo que cabe unir como mínimo dos factores más: el primero es sociológico y tiene que ver con la autopercepción de los escritores, quienes a partir de finales del XIX empezaron a distinguir(se) entre una literatura minoritaria y culta y una literatura mayoritaria, esto es, dirigida al gran público, y que perseguía beneficios económicos. Los defensores de la literatura minoritaria entendían que una obra que buscara alcanzar a muchos tenía inevitablemente que reducir su grado de exigencia y excelencia literaria, y adecuarse a las exigencias del mercado; lo que implica, claro, entender que la «alta» literatura es en realidad para unos pocos –con el corolario de que una obra que venda mucho es casi automáticamente sospechosa. El otro factor, relacionado por supuesto con el primero, tiene que ver un asunto de valor estético que aún continúa presente en nuestros días, según el cual la elección de ciertos temas o puntos de vista lleva implícitamente aparejado un juicio de mayor o menor calidad. Esto es lo que ocurre a menudo con la literatura «de género», bien sea la novela erótica, la policiaca o la de ciencia ficción, por poner solo tres ejemplos; pues se considera que su pertenencia reconocible a un subgénero conlleva una serie de limitaciones –y de obligaciones– en el proceso creativo.

    Todo esto ayudaría a explicar por qué no existió una tradición autóctona sólida de ciencia ficción en España, y que la cantidad y calidad de textos no sea comparable con otros países –pero este, repito, no es un fenómeno privativo de España. Y además no supone que no puedan encontrarse textos, ni que estos no sean interesantes, ni que tengan que ser considerados copias o remedos de lo que se escribía en Francia o en Gran Bretaña.

    A pesar de lo anterior, pueden nombrarse tres autores españoles que tuvieron una dedicación que podríamos llamar sostenida al ámbito de la ciencia ficción. Uno de ellos es el periodista gerundense Nilo María Fabra (1843-1903), fundador de la primera agencia de noticias en España y autor de tres volúmenes de cuentos que giran mayoritariamente en torno a esta temática y que lo convierten en buen candidato a padre de la ciencia ficción nacional: Por los espacios imaginarios (con escalas en la Tierra) (1885), Cuentos ilustrados (1895) y Presente y futuro: nuevos cuentos (1897). En ellos Fabra, atento observador de los desarrollos mundiales en comunicaciones y transporte, describía cómo los habitantes de Marte juzgaban a los terrícolas, fabulaba con un viaje entre Madrid y Buenos Aires en el año 2003, profetizaba que España entraría en guerra contra Estados Unidos –conflicto que acabaría ganando–, o reescribía la historia de España desde el siglo XVI modificando los sucesos históricos; todo eso y más sin dejar de plasmar una ideología patriótica y conservadora fascinada con los cambios geopolíticos y los avances tecnológicos. Afortunadamente, para quien esté interesado, sus mejores relatos están disponibles por haber sido reeditados no hace mucho. En relación con el segundo autor, el militar y geógrafo José de Elola (1859-1933), nos encontramos ante el caso más parecido a lo que siguiendo patrones anglosajones llamaríamos un escritor «de género». Entre el año 1919 y 1927 publicó, bajo el pseudónimo de «Coronel Ignotus» más de veinte novelas de ciencia ficción y aventuras, diecisiete de las cuales aparecieron en la colección «Biblioteca novelesco-científica» de la Editorial Sanz Calleja, cuyas cuantiosas tiradas en papel barato obtuvieron gran éxito comercial; eran obras que mezclaban peripecia con divulgación científica; estaba ambientadas en el siglo XXII y protagonizadas por la ingeniera aragonesa María Josefa Bureba, inventora y capitana de una gigantesca nave espacial con la recorre el espacio mientras lucha con su enemiga y rival de amores Sara Sam Bull. El tercer autor es Jesús de Aragón (1893-1973), ingeniero y profesor de contabilidad que gastaba las noches escribiendo relatos de aventuras fantásticas y al que se tildó de «Julio Verne Español». Bajo el pseudónimo de «Capitán Sirius» publicó catorce novelas entre 1924 y 1934 entre las que destacan Una extraña aventura de amor en la Luna (1929), El continente aéreo (1930) o La destrucción de la Atlántida (1933). Ellos fueron los precursores de una saga de escritores españoles de bolsilibros y «libros a duro» que, siguiendo la moda del pulp norteamericano, florecieron en España a partir de los años 50.

    Con la excepción de estos autores, que han quedado fuera de esta antología por razones distintas (Nilo María Fabra por cronología y tono, y el «Coronel ignotus» y el «capitán Sirius» por dedicarse casi en exclusividad a la novela larga), creo que puede afirmarse que en la literatura española modernista la ciencia ficción no se constituyó como un género distintivo –es decir, como modalidad literaria– atractivo para que algunos creadores se dedicaran a él de manera continuada –cosa que sí ocurrió con la novela erótica o la folletinesca–, pero sí como un modo literario novedoso, atractivo y peculiar. Como ya dije, uno de los valores capitales de la ciencia ficción es que permite una manera distinta de mirar y de ofrecer el material ficcional, lo que significa que posibilita tratar ciertos asuntos y plantear ciertas preguntas que desde otros enfoques son más difícilmente abordables; por ejemplo, ¿cuál es el futuro del hombre en la Tierra? ¿Qué consecuencias tienen los avances tecno-científicos? ¿Qué distingue a lo humano?

    Por todo esto, la manera en que los escritores españoles se acercaron a la ciencia ficción puede describirse como incursiones. Es decir, dentro de un corpus de producción más amplio, numerosos autores, muchos de ellos de primer rango (Unamuno, Baroja, Azorín, Araquistáin, Fernández Flórez, Pérez de Ayala o Gómez de la Serna, por citar a los más destacados), decidieron en determinado momento probar ese modo oblicuo de mirar o ese tema poco acostumbrado y alejado de los ejemplos aportados por la realidad, casi a modo de probatura, experimento o juego en algunos casos, de igual forma que coquetearon, por ejemplo, con el relato histórico o los modos de lo fantástico o lo terrorífico. Al interés puntual de tratar asuntos futuristas, tecnológicos, apocalípticos o extraterrestres, junto a la atracción por este enfoque alternativo, debe sumarse la consolidación de un creciente archivo de temas y tropos compartidos y reelaborados en las obras de varios autores que fueron poco a poco fueron constituyendo una ecléctica tradición propia que aunaba calidad literaria y éxito editorial. Me refiero a Thomas Moore, Julio Verne, Edgar Allan Poe o H. G. Wells, entre los más influyentes, y cuyas producciones fueron en nuestro país ampliamente leídas, traducidas, conocidas y comentadas. Los escritores españoles, en definitiva, ensayaron en ciertos textos las posibilidades expresivas de la ciencia ficción, y entonces produjeron obras –mayoritariamente cuentos y novelas cortas– donde se discute del rumbo nacional, de los límites de la experimentación científica, de las nuevas ideologías políticas o de la experiencia de la modernidad mediante el recurso a seres artificiales o de otro planeta, eventos apocalípticos, sociedades utópicas, científicos obcecados o futuros lejanos. Si algunos autores no volvieron a internarse en estos ámbitos y su única incursión ha quedado como una rareza –Pío Baroja o Ramón Pérez de Ayala, por ejemplo–, otros repitieron la experiencia, así Emilia Pardo Bazán o Azorín, como el lector podrá comprobar en la ficha presentativa que antecede a cada relato, donde se da breve noticia de la trayectoria individual de cada escritor. En cualquier caso, el corpus de texto de ciencia ficción de la Edad de Plata –al que la labor de los estudiosos va reivindicando y analizando, a la par que se añaden nuevos ejemplos enterrados en colecciones de quiosco, editoriales de escasa tirada o en publicaciones periódicas– no es desdeñable ni en cantidad ni en calidad, y supone un aspecto más de la poliédrica fisonomía de un periodo floreciente de la cultura española.

    Algunos rasgos generales

    Vista en su conjunto, y asumiendo la variedad y heterogeneidad de las propuestas, podría decirse que la ciencia ficción española de la Edad de Plata presenta ciertas dominantes:

    En ella predomina por lo general la cautela y el pesimismo. Ante las nuevas realidades sociales y materiales, los escritores suelen suponer que la situación histórica va a empeorar. Esto explica que prevalezcan las distopías sobre las utopías, esto es, la presentación de sociedades futuras o posibles que tienden a suprimir más que a ampliar las libertades, y que muchas veces la desazón aparezca ya en el punto de partida para ser confirmada en el desenlace. Esto es, la ficción trasluce desde su inicio desconfianza frente lo nuevo o lo desconocido, miedo a lo que pueda perderse o a la ruptura de reglas y patrones asentados y así mismo frente al comportamiento individual o colectivo. El ser humano, en soledad y en tanto que parte de un colectivo, es a menudo retratado como egoísta, interesado, primario en sus deseos y comportamientos, cuando no ineficaz o hastiado. Los científicos no buscan el avance de la ciencia, sino el enriquecimiento, la gloria o la solución a un problema personal. Los políticos –y aquellos que los apoyan– aparecen aposentados, corruptos, cínicos, indolentes o déspotas.

    En consonancia con lo anterior, se muestra escepticismo ante la idea del progreso. Los avances comportan la merma o pérdida de valores, actitudes y realidades que se consideran importantes e incluso esenciales de lo humano o de la civilización, y por tanto las novedades o las revoluciones se presentan como ejemplos del cruce indeseado de ciertas líneas rojas. El progreso, en tanto que avance civilizatorio material, se sitúa a menudo en contraposición a la cultura, entendida como repositorio humanístico de base tradicional y cuya prevalencia es de alguna forma indiscutible.

    Esto explica que domine por lo general el conservadurismo en las ideas, se mantengan posiciones esencialistas y rígidas sobre la familia, los roles de género, el papel de las colectividades o los valores morales. Lo que justifica que en gran medida el propósito de las ficciones sea admonitorio. Su objetivo prioritario no es enseñar o divertir, sino advertir, ofrecer un mensaje que rebaje en el lector el optimismo o entusiasmo ante el porvenir y lo sitúe en una posición vigilante cuando no de oposición. En este sentido, los autores hacen uso de la ciencia ficción por su capacidad futurista y en cierto modo profética, esto es, para hablar cuando no vislumbrar el porvenir (baste recordar en este sentido lo orgulloso que sabemos que se sintió Ramón Gómez de la Serna de que el cuento aquí incluido hubiera adelantado la invención de la bomba atómica).

    En la mayoría de los casos, las narraciones basculan entre el asombro ante las circunstancias inéditas descritas y el recurso al costumbrismo que sirve para rebajar la solemnidad y reforzar el engarce de aquello que se nos presenta con las realidades humanas más básicas y cotidianas y el quehacer diario. En no pocas ocasiones, el tono tiende a un humorismo que distanciándose se burla y que comunica incomodidad, amargura o nostalgia, y se utilizan los patrones narrativos del melodrama.

    En la medida en que no se están describiendo realidades locales, sino fenómenos que potencialmente pueden ocurrir en distintas partes del globo, la ciencia ficción española se aleja por lo general del localismo para presentar historias más ambiciosas en su alcance, pues trata de asuntos que afectan al curso de la civilización o al planeta en su conjunto. Este globalismo se muestra en que muchas de las historias no tienen una ubicación geográfica específica o esta es irrelevante.

    En la medida que la literatura fictocientífica, como aquí se ha argumentado, incorpora, reacciona y responde a su contexto histórico y social, no es de extrañar que eventos de gran trascendencia obtuvieran reflejo en los textos, particularmente aquellos que tuvieron un alcance internacional. En relación con esto destacan tres momentos históricos que constituyeron la excusa, la espita o el fondo sobre el cual se escribieron los textos: la Gran Guerra, la Revolución rusa y el ascenso del totalitarismo.

    La ciencia ficción española, naturalmente, no se produce en el vacío ni en términos circunstanciales ni en relación con los vaivenes de la cultura, particularmente de la literatura. Ya se mencionaron las influencias de Verne o Wells, a las que podrían sumarse Mary Shelley, Théophile Gautier, Arthur Conan Doyle, J.-H. Rosny, William Morris, Auguste Villiers de l’Isle-Adam, Samuel Butler o Edward Bellamy, así como las historias aparecidas originalmente en las revistas Amazing Stories, Astounding Stories o Grandes Aventures y que en España publicó fundamentalmente la editorial Prensa Moderna. Junto a eso cabe situar el rol central que había adquirido el periodismo –que en esta época no solo se expande enormemente, sino que se amplía a la ilustración, la fotografía, la radio y la televisión– y que se dedicaba denodadamente a informar y publicitar los acontecimientos, avances, descubrimientos e invenciones que se producían en el mundo. Particularmente las revistas de gran público –Nuevo Mundo, La Esfera, Por esos Mundos, Crónica– dedicaron un espacio significativo a cuestiones como las condiciones de vida en la nueva Rusia o en Alemania e Italia bajo el fascismo, o en las ciudades norteamericanas pobladas de rascacielos y automóviles, a la astronomía, a la invención de robots o de máquinas que parecían sustituir el trabajo manual, y temas similares.

    Echando un vistazo a la nómina de autores de ciencia ficción en esta época se observa que junto a escritores profesionales, el género atrajo a cultivadores de otras disciplinas, especialmente médicos, militares e ingenieros, que aprovecharon su conocimiento de primera mano del avance científico y tecnológico para pergeñar sus ficciones.

    En cuanto al corpus, como dije, se observa la preponderancia de las formas breves, fundamentalmente el cuento, el apólogo o la novela corta. Ciertamente existen ejemplos de novelas largas y de obras de teatro con temas de ciencia ficción, pero las superan en número las que tienden a menor extensión. Ello está relacionado, claro, no solo con el carácter periférico –respecto al núcleo del sistema literario, de sus temas y modos– que tiene el acercamiento a la ciencia ficción, y al carácter de probatura, sino a la existencia de una enorme cantidad de plataformas de publicación –colecciones de novela corta, revistas y periódicos que insertaban folletines y cuentos– que reclaman textos breves y que estaban dispuestas a imprimir obras de orientación diversa que pudieran sorprender al lector medio.

    Temas y tendencias

    Dentro de una producción no poco heterodoxa, pueden detectarse varias temáticas preponderantes en la ciencia-ficción española y que son los que se han utilizado para ordenar los textos que aquí se ofrecen. Estos aparecen agrupados temáticamente en cinco apartados. Creo que un breve sumario del punto de partida de cada texto servirá para comprender mejor esta agrupación, además de (espero) agujar la curiosidad del aquel que leyendo este prólogo haya llegado hasta aquí.

    El primer apartado, con el título de «Mundos extraños», presenta cinco obras donde mediante un cambio de ubicación –espacial, temporal, o de enfoque– se nos introduce en universos separados de la experiencia cotidiana como punto de partida para la ficción, lo que automáticamente obliga al lector a salir de su zona de normalidad y reorientar sus coordenadas de interpretación. Así, la novela corta «En las cavernas» de Emilia Pardo Bazán se ambienta en los albores de la humanidad y describe los devenires de una tribu nómada en la península ibérica durante la prehistoria, para luego concentrarse en las relaciones de poder y dominación en torno al trío protagonista, dos hombres atraídos por la misma mujer.

    «Mecanópolis» de Miguel de Unamuno nos cuenta, con aire casi kafkiano, la inquietante historia de un hombre perdido en una ciudad de la que solo sabemos que, por lo que parece, sus únicos habitantes son unas máquinas altamente desarrolladas que reaccionan a la llegada del visitante.

    «La sed de oro» de Ramón López-Montenegro lleva la lógica del capitalismo a su conclusión última: supone un planeta Tierra cuyos recursos naturales han sido explotados hasta el agotamiento y en la que sus habitantes encuentran una oportunidad para que continúe la acumulación de riqueza a partir del descubrimiento de un metal precioso en Marte. La humanidad hará todo lo posible por llegar a este planeta y hacerse con el botín.

    «Un mundo al descubierto» de José María Salaverría ofrece el único ejemplo en esta antología de temática plenamente extraterrestre. En ella aprendemos cómo unos marcianos en un estadio civilizatorio superior al terrícola observan e interpretan, entre el asombre y el horror, las realidades de la Tierra, mientras deciden si van a colonizar el planeta.

    De la prehistoria a una ciudad atemporal pero futurista, luego en un viaje de ida por el sistema solar, para acabar, mediante una lente de aumento, a ras de suelo; pues el último texto, a cargo de Agustín de Foxá, ofrece la descripción de cómo se organizan socialmente las diminutas termitas. Sus patrones de ordenación social presentan, a decir del autor, una preciosa clave para comprender algunos movimientos de las colectividades humanas en la época de los totalitarismos. Este texto es singular por tratarse del único aquí incluido que pertenece a la no ficción y que en realidad utiliza una hipótesis fictocientífica para construir el argumento de su ensayo.

    Estas cinco obras transmiten una sensación similar a la del experimento de laboratorio donde los protagonistas tienen algo de cobayas, pues al igual que le ocurre al lector son extraídos del ambiente normal supuesto, para ver cómo reaccionan. Con ello se buscaría, además de explorar la hipótesis planteada, hacer visibles experiencias y emociones básicas, inherentes a lo humano: la soledad, el egoísmo, el deseo, la curiosidad y el miedo. Como notará el lector, los textos de este apartado comparten además, cada uno en su estilo, una tensión irresuelta entre el impulso individual y las demandas colectivas.

    El título del segundo apartado, «Científicos e inventos» anuncia con claridad la temática que agrupa a estos textos y que tiene la doble raigambre fáustica y frankensteniana: la búsqueda de conocimiento llevada demasiado lejos y el impulso de modificar las leyes inmutables de la física o de la biología. Este punto de partida aparece tratado a través de ejemplos de descubrimientos y probaturas que fuerzan los límites de la práctica científica, y así nos encontramos doctores de ambición desbordada, experimentos con un alto nivel de riesgo o invenciones que buscan cambiar o redimir a la humanidad de una vez por todas. Alejandro Larrubiera presenta en «La mujer número 53» el caso de un norteamericano que busca experimentar de primera mano cómo se siente ser una mujer y para ello no duda en jugar el todo por el todo para cambiar de cuerpo. Rafael López de Haro también ofrece un ejemplo de transmigración de personalidades en «El caso del doctor Iturbe» cuando el reputado protagonista, saltándose consideraciones éticas y deontológicas, decide llevar a cabo una operación imposible y muy peligrosa para salvar de la muerte a su amada esposa. Los cuentos de Ángel Marsá y Alfonso Hernández Catá se distinguen de estos primeros, centrados más bien en un conflicto individual, al incorporar una perspectiva social que indaga la utilidad de las experimentaciones más allá de exclusivos intereses personales y cuáles serían las repercusiones sociales; los científicos se encontrarán así ante dilemas morales de no fácil solución que plantean un trance íntimo. En el primer caso, «La voz de la sangre», el joven e idealista doctor Casas, movido por las injusticias que los obreros sufren de los patronos y de las fuerzas de orden público, encontrará un método infalible para modificar las condiciones de la conflictividad social, pero para ello tendrá que hacer frente a las actitudes reaccionarias de su propio padre. En el cuento de Hernández Catá, «Fraternidad», el conflicto se produce entre dos hermanos científicos unidos

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