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Mediación Perfecta: Cómo Manejar Conflictos
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Mediación Perfecta: Cómo Manejar Conflictos
Libro electrónico200 páginas3 horas

Mediación Perfecta: Cómo Manejar Conflictos

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Se quema una casa, aún sin gente, y ¡vaya desgracia hasta del indigente! Y si esta se quema, igual que sus habitantes, ¿acaso no trastorna y quebranta a sus familiares? Metáfora es tal siniestro del conflicto sin la mediación del maestro. Y saber que la humanidad se ampolla bajo el fuego del conflicto, ¿y quién puede salir invicto? Solo quien aprende primero a manejar sus conflictos, para después a ayudar a los incendiados. Porque de conflictos se ha llenado el ser humano, creando volcanes en su propia vida. Otros sin fabricarlos, no saben cómo eliminarlos. Hay suspiro...hay pobreza en esta área, y ¿cómo hallar salida?

El autor —Tito Venegas, teólogo de Costa Rica— toma historias de la Biblia y les da un giro nuevo para descubrir en ellas la Mediación perfecta.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 dic 2020
ISBN9781005659479
Mediación Perfecta: Cómo Manejar Conflictos
Autor

Tito Venegas

Teólogo y educador costarricense.

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    Mediación Perfecta - Tito Venegas

    Dedicación

    Este libro tiene doble finalidad. Está destinado a mujeres que de continuo afrontan conflictos, pero a menudo se dan por vencidas. Es porque necesitan aprender a ser mediadoras, o sea, a manejar los conflictos en vez de rendirse. Igual este libro lo dedico a los hombres, sean jóvenes o adultos que a menudo sufren chascos por verse incapaces de manejar los conflictos.

    PREFACIO

    La primera parte de este libro está llena de experiencias femeninas con irresistible carga emocional y legado espiritual para las hijas de Adán y Eva. Algunas historias como agua al alma sedienta, bendecirán su corazón. Millones de mujeres vivieron o viven estados o situaciones que lastiman sus emociones. Para ellas, estas historias pueden restaurar su dignidad, e iluminar su visión sobre ser mujer delante de Dios, y de la sociedad. Para otras, estas historias abrirán nuevos horizontes de cómo profundizar relaciones matrimoniales, espirituales y sociales. También hay espacio para madres con un caudal de maternidad misional.

    La segunda parte recoge experiencias de hombres hebreos y cristianos. Estos fueron varones, algunos equivocados en su papel ante Dios, que luego entendieron que debían cambiar su destino. Unos aprendieron a ver su lugar como mediadores un tanto tarde, pero lo hicieron. Otros fueron mediadores benditos durante toda su vida. Por su parte al menos una de estas historias, entrega rayos de coraje y dedicación a Cristo. Cada historia es un mensaje personal del Espíritu a cada cristiano, para convertirlo en un regalo de honor y suma calidad de vida para la humanidad.

    Aparte del propósito consolidario y motivacional, este libro lo escribo desde una visión y perspectiva o dimensión de la conflictología. Es decir, en sintonía el título: ¿Es indispensable la mediación, la perfecta? Todo cristiano tiene un papel mediador, incluso toda persona. ¿Por qué? Primero, porque el cristiano es un sacerdote. Es un mediador. Sólo que este oficio religioso, y de servicio, casi no se entiende. Por esto estas historias abren nuevas percepciones sobre cómo y por qué ser mediadores, ya que Dios espera esto de mí y de usted. ¿Se da cuenta de esto? Usted amiga, amigo, lector, tiene potenciales inmensos para ocupar un papel más protagónico en este mundo en conflicto. Y esto primero comienza con uno como persona. Luego sigue con su función relacional o social. En segundo lugar, no solo el cristiano debe ser una o un mediador, sino toda persona. Nadie nace y desarrolla allá en Venus o Marte, sino en este planeta, lleno de conflictos. De modo que toda persona necesita aprender a manejar sus conflictos personales y ayudar como mediadora a los demás.

    Ahora, ¿por qué escogí personas con menos exaltación en la historia, en su mayoría, o sea no tan prominentes como ha sido clásico? Porque ellas de alguna manera, en su mayoría, tipifican vidas casi por decir, un tanto comunes, o menos rango en la galería de los grandes. Pero esta comunalidad, a su vez entrega ejemplos de mediación en los conflictos que es crucial para el cristiano en todo tiempo. Ellos aprendieron a manejar el conflicto, y por tanto dejaron su legado. Así estas historias son más bien herramientas de Dios para ayudarnos a cambiar primero nuestro destino comenzando con la modestia, integridad, y ardor espiritual. Y luego a crecer en nuestro papel de mediadores en un sentido de compromiso delante del humilde, abnegado y supremo Mediador Jesús. Que Dios le bendiga en tanto lee este libro.

    Séfora

    (Hermosura) mediadora providencial

    ¿Qué de bueno tiene el desierto? Su calvicie es más bien un lamento por la gloria perdida. ¿Acaso su sequía se asfixiará pronto porque las nubes huyeron asustadas? ¿Quién puede escoger habitar en aquel incurable y estéril rincón planetario como exiliado de la justicia? ¿Es que se ha secado la matriz providencial? Imposible. También la solitaria arena esconde en su seno la belleza de su jardín. Y este con sus seductores perfumes, aguarda coqueto para capturar, aun al majestuoso príncipe mesiánico. Sí. La profética cantata de los siglos su melodía reserva desde aquel rocoso ambiente, para revelar la faz benigna de la libertad, cual arco iris anunciante a la distancia. Aquella piel reseca, aquel rostro de esquelético perfil, tiene en sus entrañas, las promesas trompeteras. Es también morada de los arcanos de Dios, que, aunque en estación de la sazón, esperan para madurar. Entonces con ira soberana demolerán a la arrogancia, y como la malévola cobra reina, al faraón su golpe desde el desierto le darán. Más el tiempo aun su visita al imperio, hará en su momento, y hermosura, la prometida, escondida, yace ahora allí, hasta que la aurora cante en tierra de libertad. Este es el desierto, que, aunque áspero, un hogar provee para el fugitivo que un día Jesús pastoreará.

    Porque allí como diamante del amoroso y omnisapiente Supremo Elohim, nacerá la hoy oculta Séfora (hermosura), hermosa para siempre. Y es que aquel país, el legendario Madián, es la madre patria de la niña, aquella trigueñita petunia. Sus padres Jetro y la anónima esposa, serán el histórico testimonio de una semilla en otro campo, que es la fértil matriz, como buena tierra en medio del humillado desierto. Es la niña aquella, que alejada, casi remota, nació bajo la tienda entre el calor y el frío, como oveja vestida del atardecer de su piel. Su rostro, bello como el ángelus de jaspe, la historia también ocultó. Porque para su madre era un ángel con continentes beduinos, con turbante y regazo infantil tan colorido. Sus ojos tan profundos verde olivo, bajo el tejado de cejas como palmeras sonrientes, serán la lámpara para futuros levitas de Jehová. Allí estaba creciendo la hija del jeque de Madián, envuelta en sus faldas, con una cinta en su frente, y sandalias hechas en la fábrica de sus propias manos.

    Desde sus más tiernos años, hermosura, la morenita, vio los montes pedregosos. Su infancia vivió la vida pastoril, la modestia de la naturaleza escasa en vestimenta de la gloria que Dios le dio. Aprendió esa modestia aplicada a todos los quehaceres y relaciones. Era una niña moldeada para vivir en el desierto, seguro sin jamás quejarse. No sabía que su futuro esperaba hasta la madurez del tiempo de Dios, pero estaba preparada para la adversidad en todas sus manifestaciones. Las piedras no eran un obstáculo para su cotidiana labor juvenil. Las estaciones groseras del desierto, el calor despiadado, o el frío indiferente, jamás lograrían enfadarla. Los escorpiones y las víboras, siervos del mal, nunca estresarían sus emociones forjadas en medio de las dificultades. Sabría sacar ventaja del precario ambiente, y convertir las gotas en manantiales de gratitud a Dios. El desierto era su hogar, y la sequía la oportunidad para meditar paciente en la abundancia del amor de Adonay.

    Séfora era tal vez la primogénita de la casa. Sus deberes marcarían la ruta para sus otras seis hermanas, cuyos nombres no se mencionan. En su casa tal vez hubo siervas, pero por los datos posteriores, podemos afirmar que ella fue formada y moldeada para el papel de esposa y madre. Junto a su madre, pasaría mucho tiempo aprendiendo a preparar tortillas de trigo secas y con económico aceite. Aprendió todos los deberes domésticos que respaldaban a una doncella para su futuro. Entendió lo que fue recoger agua del pozo para la casa, el cual no estaría tan cerca. Tendría que ir a distancia por la mañana y la tarde para las necesidades diarias. Tuvo que ayudar a su padre al pastoreo. De manera que sabía todos los oficios de ordeño quizá de cabras, y el cuidado y esquileo de las ovejas. Tuvo que estar en el desierto cuidando los rebaños tal vez gran parte del día. Aprendió a tejer, y preparar vestidos, ropa, calzado, Y cuidado de animales domésticos. Tuvo que ayudar a su madre a cuidar y alimentar a sus hermanas menores. Aprendió toda la economía doméstica que reclamaba la vida en el desierto, y la haría cantando como beduina que conocía a Dios. Su nacimiento como hija mayor, sería un privilegio para futura herencia, pero por su vida futura, notamos que eso no fue relevante para ella. Porque Dios la estaba preparando para algo sin precedentes en la historia de la salvación.

    Esta hija del desierto, era igual hija de Abraham y Cetura, o incienso, o aroma (Génesis 25:1-4). No como una etíope como la apodaron los israelitas de manera despectiva. Abraham se unió a Cetura tras la muerte de Sara, su esposa. Cetura fue la compañera de vida del venerable patriarca hasta su muerte. En aquella época, los padres relataban la historia de la creación, la vida patriarcal desde Adán, el diluvio, y la confusión de la torre de Babel. Cetura por su parte era adoradora del Dios de Abraham. De manera que por parte del tata tatarabuelo, Séfora aprendería a amar a Dios y vivir en la esperanza de la libertad de Israel. ¿Por qué? Porque era pariente de todas las tribus del afligido pueblo de Dios en Egipto. Como descendiente de Abraham, su familia era solvente en tierras, posesiones y riqueza material, pero sobre todo espiritual. En cuanto a su ancestral madre, es seguro que la trigueñita, no la conoció, pero su abuela, y madre le contarían muchas historias de fe junto a Abraham.

    ¿Cómo fue su generación? ¿Es importante saber esto? ¿Sería una generación conflictiva, politeísta, inculta, extraña a su propia familia y costumbres de modestia y espiritualidad? La respuesta nos mueve más al sí. ¿Por qué? Porque cuando Moisés llegó a un pozo en Madián, los pastores de allí, empujaron a las siete doncellas, y las echaron. ¿Quiénes eran las familias de aquellos pastores? No serían cosa buena. No tenían respeto por ser mujeres. No serían educados. Eran beduinos burdos y de seguro mal hablados. Sus costumbres eran rudas y sin el temor de Dios. Serían más jóvenes que adultos porque ellas también estaban jóvenes. Ambos, ellas y ellos, eran pastores. Significa que la generación que rodeó a Séfora, era gente sin principios, sin valores, al menos a juzgar por aquellos rudos vecinos. Las generaciones de su tiempo serían jóvenes de ir a sus fiestas, alegrarse sin reparos de no ofender a Dios. Pero ella, era diferente.

    ¿Qué de las primas de Séfora? Allá estaban viviendo la aflicción y humillación diaria en Egipto. Las noticias del dolor amargo de las doncellas israelitas, molerían su corazón cada vez que un mercader pasara por Madián. Esas jóvenes se casaban sabiendo que sus bebés varones serían tirados al río Nilo. Tal vez alguno de aquellos viajeros les diría que, en un año, al menos 1000 bebés eran lanzados al río. Séfora crecería en medio de continuo dolor por sus parientes en tierra de esclavitud. Algunas noches lloraría por simpatía a sus parientes chicas que nunca vio hasta ese tiempo. Tal vez pensaría por qué Dios no las libraba. Eran su pueblo, eran su tesoro, pero ¡tan lejos estaría su liberación! Porque ella tuvo que haber sabido que el patriarca Jacob, había profetizado que su pueblo poblaría a Canaán. Supo que José patriarca de Israel, llegó a ser primer ministro, y hasta más, es decir virrey. ¿Y qué sería de ella? ¿Quedaría siempre en el desierto, sin contribuir con algo más que producir leche, queso, vestidos, y servicio en Madián? ¿No tendría Dios, el Dios de su ancestro Abraham, algo para ella?

    Me imagino si algunas veces en un llanto inconsciente mientras dormía, soñara que era una madre en Israel. Soñaría que se había casado con un príncipe israelita, y que les había nacido un bebé, un varón. Soñaría tal vez que era como un ángel lleno de la luz de la alegría, trayendo una novedosa melodía a su recién naciente hogar. Estaría acariciando su carita tierna y dulce como lirio de claro manantial. Pero de repente, quedaría estremecida porque ese niño regalo del Señor, lo iba a perder tal vez al siguiente día. Su cuerpo todo quizá se escalofrió y saltaría de su dura cama de tejidos de lana que ella misma habría hecho. Se despertaría imbuida en incontenible llanto, y sus hermanas vecinas en su tienda, quedarían abrumadas y conmovidas. Correrían todas a preguntarle inquietas y afanadas por cobijar su frío emocional. Porque soy abuelo y me conmuevo cuando esos pequeñines me abrazan y me susurran:

    —¡Te amo, tata, te amo papo! —Y yo los acurruco en mis regazos y me niego a que un día les pase algo.

    Porque aquella época entre esperanza e ilusión, sería para ella y sus primas, un horrible ostracismo, donde nadie era nadie. Ahora mismo estoy enseñando en una nación donde la libertad es un imposible y el futuro una frustrada ilusión. Donde los padres ríen ante la danza en mueca de sometimiento y resignación. Aquí es donde las jóvenes solo aspiran a vivir y casarse sin fiesta abundante. Aquí es donde sus hijos serán tirados al río de la servidumbre, a la muerte de la ingratitud y al olvido de la sombría dignidad. Es donde cantar es un consuelo, y llorar prohíbo. Donde reclamar es un delito, con rango de un crimen. Más en el caso de Séfora, sabría que aquella pesadilla no era la suya, aunque a distancia empuñara su corazón en ruego y súplica por auxilio en la indecible angustia.

    Pero su vida estaba siendo moldeada para vivir un día al lado de ellas, y escuchar historias de sus propios labios. Un día el Dios de la providencia la acercaría tanto, que ni ella se lo creería. Escucharía cómo sus prometidos se encontraban solo de vista y con ropas viejas, solo con un manto para cubrir su desnudez. Las oiría contarles que no había dinero para celebrar la boda. Que ninguna de ellas podía reunirse en algún lugar fuera de sus casas para hablar de la vida de las doncellas, porque eran solo esclavos. Que sus esposos llegaban quemadas sus espaldas, con heridas por el látigo, y con su rostro abofeteado por el lodo y la resignación. Séfora, la hermosa flor del desierto, enjugaría sus grandes ojos oliva, al escuchar de aquellas sus pocas parientes que se le acercaran. Pero como estas vivencias del lacerante pasado de sus primas, estarían por delante en el tiempo, vamos de nuevo atrás a Madían donde vivía con sus hermanos.

    Eran seis hermanas que, junto a ella, crecieron y vivieron enfrentando los diarios conflictos de la región. Digo enfrentando, porque entre sus vecinos, la mayoría politeísta, o al menos idólatra, habría jóvenes de buen parecer. Sin embargo, ellas eran hijas de Abraham, por tanto, solo con sus parientes en religión debían casarse. Me parece oírlas hablar como suele platicar toda chica sobre su futuro matrimonio.

    Usemos nombres cercanos a su etnia. Así diremos, Jemima, Cesia, Keren Apuc, Sara, Raquel, y Zulami. Todas ellas hermosas, vigorosas, pastoras, entrenadas en trabajo doméstico y del campo. Algunas tardes platicarían entre ellas.

    —Jemima —diría Cesia, ¿será que nuestro padre, tendrá visto ya el joven que será nuestro esposo? ¿Tú has soñado que como paloma vuelas en las nubes el día de tu boda envuelta en amores con tu amado?

    —Claro que sí —respondería Jemima.

    —Y ¿cómo te gustaría que fuera tu futuro esposo? —Preguntaría Keren Apuc.

    —Como nuestro padre Abraham; —se adelantaría Sara. Un hombre cariñoso como mamá nos ha contado que nuestra abuela le dijo, era con nuestra madre Cetura.

    —Bueno —diría Jemima, —me gustaría que se pareciera a nuestro amado Job, que hemos sabido, vivió tiempo atrás. Que era un hombre que amaba a Dios. No como estos pastores rudos, egoístas y sin respeto por las mujeres. A esto, Raquel diría:

    —A mí me gustaría un esposo que fuera cariñoso como hemos sabido que era Jacob con Raquel. Por último, hablaría Zulami:

    —Me encantaría un hombre que me amara

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