A contrapelo: O por qué romper el círculo de depilación, sumisión y autoodio
Por Bel Olid
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Este libro desmonta las ideas preconcebidas sobre las supuestas bondades de la depilación y analiza la penalización social que conlleva mostrar el pelo corporal tal y como nos nace. Con los datos en la mano, veremos que la elección no es libre y que mostrar o no mostrar el pelo corporal no es una simple opción inofensiva. ¿Qué vello estamos obligadas a erradicar si queremos ser vistas como "mujeres de verdad"? ¿Qué impacto tiene sobre nuestra salud física y mental acatar las normas sociales sobre depilación? ¿Qué pasa si no podemos? ¿Y si no queremos? Bel Olid expone con claridad y valentía no solo las contradicciones de la depilación de la mujer, sino también todo lo que conlleva de sumisión social, de obediencia a unas normas de mercado exigentes y de inseguridad personal de tantas mujeres.
Bel Olid
Escritora, traductora y profesora de traducción en la Universitad Autónoma de Barcelona, Bel Olid se dio a conocer gracias al Premio Documenta 2010 otorgado a su novela Una terra solitària. Ese mismo año recibió también el Premio Rovelló de ensayo por Les heroïnes contraataquen. Models literaris contra l’universal masculí a la literatura infantil i juvenil. En 2012 ganó el Premio Roc Boronat por La mala reputació, libro de narrativa breve que gozó de gran aceptación entre crítica y público. También ha publicado y álbumes ilustrados, entre ellos Vivir con Hilda, Premio Apel·les Mestres. Sus últimos trabajos reflejan el debate actual sobre género, identidad y sexualidad con una visión valiente y crítica, ya sea desde la ficción, con obras como Tina Frankens, Camioneras o Las brujas de Ariete, o bien desde la no ficción, con exitosos textos como Feminismo de bolsillo y ¿Follamos?, que ha aparecido o aparecerá en traducción en varias lenguas.
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Comentarios para A contrapelo
11 clasificaciones2 comentarios
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Creo que todas las mujeres deberíamos leerlo en algún momento de la vida.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Siempre había tenido muchas dudas de porque depilarse o no hacerlo significaba algo y que había detrás de este acto, este libro me hizo reflexionar mucho, y respondió muchas dudas.
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A contrapelo - Bel Olid
Decidí no volver a depilarme.
La parte de decidirlo es importante: desde la pubertad y hasta aquel día había pasado la mayor parte de la vida sin depilarme, pero ese hecho no estaba respaldado por una decisión consciente de desafiar nada. Como tantas mujeres, asumía la obligación de hacerlo si tenía que enseñar las piernas, las axilas o las ingles en público, y postergaba la obligación de hacerlo si no tenía que enseñar nada. Después de la ducha jugaba con los pelos de las piernas (que siempre pinchaban de tanto arrancarlos y afeitarlos) y pensaba «un día de estos tengo que depilarme», y lo iba dejando hasta que llegaba el calor.
Durante la adolescencia miraba fascinada las piernas impecables y aparentemente suaves de algunas amigas y me preguntaba cómo lo conseguían. Mi vello era rebelde, abundante, negro. La cera no lo arrancaba todo, y si pasaba la mano por encima de la piel dolorida y aún febril por la cera, seguía notándola rasposa y nada sensual. A los pocos días estaba otra vez igual. Cada vez la esteticista prometía que con esa nueva técnica no tendría que volver hasta al cabo de un mes, y cada vez era mentira. Cuando resultaba innegable que sí, que otra vez tenía las piernas peludas, recuperaba los pantalones largos y evitaba la playa hasta que terminaba por volver: la tortura de la cera caliente; la piel enrojecida y sensible; el vello asomando, amenazante.
Las cremas depilatorias sí que dejaban la piel suave, pero era una ilusión que duraba unas pocas horas. El vello crecía más rápido aún que con la cera y de forma más dificultosa, como rabiando por la agresión. La otra opción, afeitarme las piernas, era una tarea larga y tediosa. Me cortaba a menudo y el escozor de las heridas me acompañaba hasta que llegaba el picor del pelo al nacer.
El fracaso absoluto a la hora de mantener a raya mis pelos era más que un fracaso práctico que me condenaba a pantalones largos y días sin playa: era un fracaso manifiesto de mi feminidad. Ya me sentía impostora en el papel de chica: interpretaba como podía por miedo a perderme y encontrarme aún más sola de lo que estaba, pero sabía que la melena larga y los vestidos eran una mentira que sostenía penosamente. Que el vello se obstinase a subirme por las piernas, que brotase incontrolable y cada vez más abundante ajeno a mi impotencia ante aquella frondosidad empecinada de la naturaleza, era la señal inequívoca de que no, no era una mujer de verdad.
Mi madre decía que era culpa mía. No era lo bastante disciplinada con la cera, sucumbía demasiado pronto a la cuchilla. En realidad, hacerme la cera era caro y mi economía de adolescente, precaria. Ella tenía cuatro pelos finos y claros que se afeitaba una sola vez al año. Quizá si hubiese heredado esa característica suya no me habría visto en la necesidad de problematizar la depilación, de