¿Cómo te hace esta imagen?
Sujeto las afiladas cuchillas metálicas bajo la ducha y me estremezco cuando los gruesos pelos oscuros recorren mis manos.
La sensación de tenerlos en la piel me hace sentir mal, aun así, me dedico a hurgar en la parte más íntima de mí hasta que dejan de aparecer en el mango de plástico. Llego a las piernas y corto la mata de vellos oculta bajo mi uniforme de pandemia: los leggings. El recuerdo de haberme encontrado un mechón en pleno verano me lleva a pasar las cuchillas por los dedos de los pies, antes de ponerme acondicionador en las axilas para el grandioso final.
Con cada folículo depilado me siento más limpia, pero la vergüenza no me abandona hasta que he retirado todas las pruebas de la ducha con el rigor de un investigador forense en la escena del crimen. ¡Dios no quiera que deje un rastro de mi verdadero yo! Como la mayoría de ustedes, me he afeitado el vello corporal desde mi adolescencia.
Conseguir mi primera rasuradora Venus fue un hito en mi vida femenina, tanto como robar un tampón del cajón de la ropa interior de mi madre, o darme cuenta de que las pilas no eran las únicas cosas que venían en tamaño AA mientras estaba en el probador de la tienda departamental con una entusiasta vendedora llamada Julie. Pero es ahora, con 34 años de edad encima, cuando empiezo a preguntarme para quién me afeito y... ¿Por qué?
EL DESEO DE SUAVIDAD
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