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SOS ¿Soy demasiado complaciente?

e indican con la mano que me siente en una silla de madera de la cocina. Obedezco. La capa de plástico que me han puesto sobre los hombros me cuelga como si fuese una superheroína. El espejo que hay sobre la encimera está torcido y sólo alcanzo a verme la frente. Teniendo en cuenta que vengo a que me corten el pelo, lo de no contemplar mi imagen reflejada en tiempo real mientras intervienen con las tijeras quizá debería inquietarme. Pero, no, yo me fío de la peluquera… aunque es la primera vez que la veo. Se la han recomendado a mi madre, así que estoy convencida de que me va a dejar como una modelo. Tengo 14 años–esto fue hace 20–, es el apogeo de y las capas son lo más. Ni pestañeo mientras la opera el cambio de cargarse por completo mi lustrosa melena castaña de adolescente. Una hora después, me encuentro frente a frente con mi nueva yo. ¡Aquello no se parece al corte de Rachel ni por asomo! «Qué, Harriet, ¿te gusta?», me interroga la perpetradora de semejante despropósito. «¿Perdona? ¿Te estás riendo de mí? Acabas de arruinarme la vida», pienso, pero hago el malabarismo de responder: «Me encanta, a pesar de que la cocina se me da fatal; he aguantado, por educación, una cita de cinco horas con un chico con el que sabía que no tenía ningún futuro desde el minuto uno; me he callado lo que pensaba de verdad sobre una peli por si mis amigas no estaban de acuerdo conmigo. Y todo esto, ¿para qué? Para nada. «Porque, en realidad, cuando complaces a otras personas todo el tiempo, todos salen perdiendo», afirma el experto en ciencia conductual y profesor universitario Philip Corr. «Hacer cosas por los demás sólo por miedo a quedar mal no es un comportamiento de persona madura, no es sano». Ahí está el diagnóstico, pero la pregunta del millón es: ¿naces o te haces complaciente? Es decir, ¿puedo cambiar o me tengo que conformar si vengo así de serie? Para comprobarlo en carne propia, he decidido salir de mi zona de confort, esa que comparto con personas de gustos y opiniones similares a los míos, y voy a lanzarme a observar a aquellas que nadie tomaría por complacientes. Puede que no esté de acuerdo con lo que piensan y que ni siquiera entienda por qué están donde están, pero quizás me enseñen a ser algo más sincera. Desde que doy el pistoletazo de salida, sé quién será mi primera víctima…

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