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Política cultural y desacuerdo
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Libro electrónico115 páginas2 horas

Política cultural y desacuerdo

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En Política cultural y desacuerdo, Alexandre Barbalho propone salir del terreno conocido, e incluso autocomplaciente, para experimentar la cultura como desacuerdo. La incomodidad que genera la propuesta es acorde al tamaño del desafío que debemos enfrentar en la actualidad: construir nuevas maneras de vincularnos y estar juntos/as pospandemia Covid-19. Es cierto que la cuestión relativa a la necesidad de "sacudir" el campo cultural es anterior a la situación de crisis que transitamos. Sin embargo, la coyuntura crítica actual no hace más que reforzar el mensaje: no es tiempo para una cultura "conveniente", ni práctica ni cómoda. La pregunta gira entonces –y así lo entiende el autor de esta obra– en torno al futuro y a la potencia de la cultura y las políticas culturales en la construcción de ese futuro. Porque se trata de un tiempo que aún está en disputa.
IdiomaEspañol
EditorialRGC Ediciones
Fecha de lanzamiento2 oct 2020
ISBN9789874771810
Política cultural y desacuerdo

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    Política cultural y desacuerdo - Alexandre Barbalho

    Política cultural y desacuerdo

    Alexandre Barbalho

    Créditos

    Barbalho, Alexandre

    Política cultural y desacuerdo / Alexandre Barbalho ; prólogo de Romina Solano.–1a ed.- Caseros : RGC Libros, 2020.

    Libro digital, EPUB–(Reflexiones ; 6)

    Archivo Digital: descarga y online

    ISBN 978-987-47718-1-0

    1. Estudios Culturales. I. Solano, Romina, prolog. II. Título.

    CDD 306.2

    ___________

    © RGC Libros

    Equipo RGC: Nicolás Sticotti, Emiliano Fuentes Firmani y Leandro Vovchuk

    Corrección: Juan Rosso

    Diseño: Ana Uranga–Melasa diseño

    Foto de tapa: Alexandre Barbalho

    www.rgcediciones.com.ar

    ISBN: 978-987-47718-1-0

    Hecho el depósito que establece la ley 11.723.

    Impreso en la Argentina.

    Índice

    Prólogo

    Introducción

    1. Cultura y mercancía

    2. Cultura y gubernamentalidad

    3. Definición de la política cultural

    4. Liberalismo procesal y política cultural

    5. Liberalismo sustantivo y política cultural

    6. Política cultural y desacuerdo

    Referencias bibliográficas

    Prólogo

    "Las ciudades están cayendo

    un niño nace

    y los tallos siguen brotando

    y un niño nace"

    Luis Alberto Spinetta

    La cultura, lo político, el Estado. El terreno que surge a partir de esta mixtura es pantanoso, e imposible de transitar desde una mirada miope que reproduzca recetas conocidas o propias de otros ámbitos, con otras lógicas. Tampoco resulta abordable desde una postura temerosa que se dedique a repetir afirmaciones, acciones y programas a través del tiempo y el espacio, en un continuo inalterable y silencioso.

    Su especificidad, por el contrario, exige reflexión e imaginación, pero también cuestionamientos y cierta osadía que ayuden a recorrerlo en su propia trama.

    En este libro, Alexandre Barbalho nos propone salir del terreno conocido, e incluso autocomplaciente, para experimentar la cultura como desacuerdo. La incomodidad que genera la propuesta es acorde al tamaño del desafío que debemos enfrentar en la actualidad: construir nuevas maneras de vincularnos y estar juntos/as pospandemia de Covid-19.

    Es cierto que la cuestión relativa a la necesidad de sacudir el campo cultural es anterior a la situación de crisis que transitamos. Sin embargo la coyuntura crítica actual no hace más que reforzar el mensaje: no es tiempo para una cultura conveniente, ni práctica ni cómoda.

    La pregunta gira entonces –y el autor así lo entiende en esta obra– en torno al futuro y a la potencia de la cultura y las políticas culturales en la construcción de ese futuro. Porque se trata de un tiempo por venir que aún está en disputa.

    Las problemáticas contemporáneas representan un terreno complejo para las políticas públicas. Si bien en este contexto el rol del Estado en general resulta estratégico –para poner en práctica gestiones que atiendan el fortalecimiento de lo público, pongan en valor lo común, y combatan la fragmentación social–, la cultura o, mejor dicho, las políticas culturales pueden resultar particularmente adecuadas para el abordaje de estos desafíos.

    Alejada de la visión que la reduce a las bellas artes, la cultura adquiere un sentido político-estratégico en tanto su enfoque permite comprender el territorio y la sociedad, en toda su integralidad, y transformarlos.

    Mirado a través de ella, el territorio no es solamente una construcción material, una configuración del espacio físico, o un espacio de administración, sino también un sistema de imaginarios y expectativas en permanente reelaboración y conflicto, y el escenario del consumo simbólico que condiciona la manera en que vivimos (e incluso cómo imaginamos que podemos llegar a vivir).

    En esta capacidad de ver y abordar también el aspecto simbólico de las sociedades radica parte de la potencia de la cultura y de las políticas culturales. Al actuar sobre lo material y lo simbólico, la intervención cultural o el uso de sus estrategias poseen características re-significadoras y una gran potencia transformadora.

    No obstante, para que la cultura logre cumplir este rol disruptivo y potencialmente transformador no basta ni con una visión burocrática administrativa, ni con una perspectiva economicista de lo cultural, ni con una concepción de la política cultural como instrumento para gestionar lo social. Hace falta más.

    En cierta forma podríamos pensar que lo necesario es fortalecer su aspecto político,* que exige por un lado recuperar la noción de conflicto, de antagonismo, de desacuerdo, y por el otro poner en primer plano lo relativo a lo común, lo compartido, lo comunitario.

    Esta recuperación de lo político sobre lo cultural puede generar sensaciones contradictorias e incluso cierta molestia. Molestia por evidenciar lo irremediable del conflicto; por invitar a pensar la política (cultural) en sentido contrario a un cierto pensamiento idílico sobre ella; por remarcar lo inexorable de la incertidumbre que actualmente nos atraviesa.

    Sin embargo, al mismo tiempo esta perspectiva da lugar a la acción y a la posibilidad de cambio, y en ese sentido resulta movilizadora. Mirando a través de ella se puede sentir que el abanico de posibilidades está abierto, que hay grietas en los discursos unidireccionales, y que no hay un único formato de futuro.

    Sí, la imagen del porvenir es borrosa; la narrativa sobre el futuro próximo es confusa. Pero justamente este desconcierto general permite la emergencia de algunas certezas.

    Por un lado, que no hay una única manera de imaginar el futuro. Lo extraordinario de la situación coyuntural lo convierte en un momento estratégico para cuestionar, imaginar y construir nuevas subjetividades, nuevos vínculos, nuevos espacios. Otros futuros son posibles, pero debemos aprovechar la oportunidad y ejercitar la imaginación para, al menos, visualizarlos.

    Por el otro, que la construcción del mañana-posible hay que disputarla ahora. Es hoy que debemos construir el discurso que dará forma al futuro que queremos. La extrañeza que vivimos genera ciertas condiciones propicias para que las críticas a esquemas de pensamiento y lógicas de acción hegemónicos logren sembrar cuestionamientos e iniciar un camino de construcción alternativo.

    En las próximas páginas, Barbalho presenta un conjunto de reflexiones en torno a la situación actual de la cultura y las políticas culturales, y sobre sus posibilidades futuras. El autor, desde una argumentación que comienza con una aguda descripción del sometimiento de la cultura a la lógica del mercado y a la gestión de lo social, propone volver a poner el foco en lo disruptivo, lo desordenado, lo agitador de la cultura. Así, desde una perspectiva que comprende las políticas culturales como desacuerdo, invita a pensar(nos) y cuestionar(nos) para reimpulsar la potencia crítica de la cultura.

    Romina Solano

    Docente investigadora en FLACSO Argentina

    Introducción

    La cultura siempre fue el lugar de la norma, de la regla. La amplia tradición de investigaciones y elaboraciones teóricas de las ciencias humanas, en particular de la antropología y de la filosofía, fundamenta tal afirmación. Sin embargo, este mismo corpus establecido del conocimiento indica también que la cultura es el espacio de la crítica, del desorden.

    Este formato de dos caras, esa tensión constituyente impone al socius una lógica procesal y múltiple que da lugar a diferencias diacrónicas y sincrónicas entre los más variados tipos de agrupaciones humanas. Tal tensión puede recibir varias lecturas. Para el pensamiento conservador, por ejemplo, cuando la cultura afirma la cohesión, se llama civilización. Y cuando, por el contrario, da paso a la impugnación, se manifiesta como barbarie.

    En lo personal, prefiero entender esta tensión como una relación agónica, una disputa cuyo significado final se retrasa infinitamente. No obstante –y esta es la tesis que motiva el presente ensayo–, observo que en este juego, el oponente que desde hace tiempo se encuentra en situación de defensa, casi arrinconado y disculpándose por permanecer todavía en la disputa, es la cultura como ejercicio crítico.

    La cultura es la regla, afirmó Jean-Luc Godard en su Je vous salue, Sarajevo. En la década de 1980, en una visita al Brasil, Félix Guattari señaló durante un debate con el movimiento negro de Bahía que el de cultura es un concepto reaccionario.

    Traigo aquí esas dos definiciones desplazadas de su contexto discursivo de manera intencionada, con el objetivo de provocar al lector y presentar la idea-fuerza que creo fundamental para la comprensión del estado de cosas: la cultura se ha posicionado hegemónicamente en el mundo contemporáneo a partir de los paradigmas económico y social o, mejor dicho, a partir de la generación de ingresos y de la inclusión social, paradigmas que lejos de ser excluyentes son, en el caso cultural, interdependientes.

    Lo que defiendo, en el ensayo que sigue, es que estos dos paradigmas son los principales responsables de la pérdida de la potencia crítica de la cultura. Uno, por someterla a la lógica del mercado y del consumo. El otro, por gestionarla en la lógica de la biopolítica. Afirmo una vez más que estos procesos son dependientes entre sí. De ello me ocupo en el primer y segundo capítulo de este trabajo.

    Tal contexto plantea retos fundamentales para la elaboración

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