Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Acción y reacción: Vida y aventuras de una pareja
Acción y reacción: Vida y aventuras de una pareja
Acción y reacción: Vida y aventuras de una pareja
Libro electrónico605 páginas7 horas

Acción y reacción: Vida y aventuras de una pareja

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

De buenas a primeras la palabra "reacción" no parece más difícil de comprender que la palabra "acción", dice el autor. Pero la diversidad de sus acepciones ha llamado la atención de los historiadores. ¿Por qué el término, inicialmente científico, pasó a la filosofía, al psicoanálisis y a la política? La palabra "reacción", con sus múltiples implicaciones, ofrece tanto una explicación causal como una aceptación.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 dic 2013
ISBN9786071617392
Acción y reacción: Vida y aventuras de una pareja

Relacionado con Acción y reacción

Libros electrónicos relacionados

Filosofía para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Acción y reacción

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Acción y reacción - Jean Starobinski

    adecuada.

    I. UNA PALABRA DE LA FÍSICA

    UNA PALABRA QUE LLEGÓ TARDE

    A primera vista, la palabra reacción no parece más difícil de comprender que la palabra acción. Normalmente, no nos detenemos para indagar su origen. La palabra no nos enfrenta con un enigma. Como en el caso de acción, son su discurrir y la variedad de sus funciones semánticas las que retienen la atención del historiador, en caso de que decida intervenir. ¿Cómo cambia el valor de la palabra? ¿De qué manera penetra en sus diversos campos? ¿Cuáles son las funciones intelectuales de las que ha sido portadora? ¿Qué recuerdo puede despertar? Hoy día es un término bastante trivial. Pero no siempre fue así.

    Sin embargo, dar vueltas alrededor de una etimología más remota no dejaría de provocar la reflexión. El conocimiento de los antecedentes de una palabra nos invita a concebirla como un derivado. Cierto, la raíz más profunda de las palabras del lenguaje intelectual no conduce necesariamente a su recóndita verdad: puede ser, así, su manifestación al nivel de los gestos concretos, al inicio de una transferencia metafórica. Conforme con los etimologistas, acto y acción (y sus homólogos en diversas lenguas modernas) remiten al verbo latino agere, ago, y éste debería ser referido a su sentido original, propulsar, hacer avanzar un rebaño: movimiento que ocupa un espacio del suelo, un momento del día, y en que el hombre está en contacto con el ganado.¹

    Se puede pensar entonces en ese sustantivo antiguo, actio, que fue muy empleado para designar la conducción del discurso y que llevaría en sí el recuerdo de una actividad pastoral más antigua. En su acepción abstracta, la única que conservamos, sería una metáfora olvidadiza de su origen. El poeta puede pensar en ello. Mas ese recuerdo no nos permite ser más eficientes en nuestros actos y acciones actuales. El jurista que introduce una acción y el poseedor de acciones en la bolsa no se sienten relacionados por ese recuerdo.

    Y ¿qué sucede con la reactio? La historia no nos permite ver en ella la pareja precisa de actio. Es un compuesto mucho más tardío, de origen erudito, forjado para constituir una pareja, en la abstracción conceptual más que en la vida. En efecto, reactio, reagere, no forman parte del léxico antiguo de la lengua latina. No aparecen como testimonio en ningún texto de la Antigüedad. Sus elementos constitutivos, el prefijo re-, el verbo agere y el sustantivo actio preexistían sin duda alguna, pero jamás se vieron reunidos en la lengua clásica para formar reagere y reactio. El antónimo de agere en latín clásico es pati (padecer, sufrir); el antónimo de actio es passio. Acción y pasión constituyen una pareja de opuestos conceptuales mucho más sólidamente establecida: esta pareja se hallaba presente en la lengua filosófica griega (poiein/paskhein). Tras su paso a la lengua latina, fue transmitida a las lenguas europeas, que se convirtieron en sus herederas. Reagere advino mucho más tarde, entre los escolásticos, en parte para reforzar sufrir, pati, y para darle un aspecto activo. Se formó porque estaba hecho de la misma materia que agere. Es una especie de sombra suya o de réplica invertida. Es por tanto, un término derivado (o correlacionado), al que el prefijo re- que precede al verbo le aportó una determinación antagónica, espacial y temporal. Antagónica: no hay reacción que se oponga a una acción. Espacial: se considera espontáneamente a la reacción como si repeliera una acción. Temporal: no hay reacción —al parecer— más que consecutiva a una acción que la precede y la provoca, aun si la acción y la reacción pueden ser concebidas como infinitamente próximas. Kant, como lo veremos, negará esta consecución y abogará por la simultaneidad de la acción y de la reacción.

    Con base en los documentos de que dispongo, creo poder conjeturar, por una parte, que reactio se introdujo de manera muy discreta en el latín narrativo de la alta Edad Media.² ¿Se impuso realmente? No he encontrado pruebas de ello.³ Por otra parte, en cambio, entre los siglos XII y XIII, reagere y reactio se incorporaron a la lengua latina erudita, para permanecer hasta la fecha. Son, pues, palabras especializadas: enriquecen la terminología de las ciencias de la naturaleza, es decir, de la física conforme a la acepción amplia —que comprende desde la cosmología hasta lo que llamamos desde hace dos siglos la biología—que tenía esa palabra y ese campo del saber en la tradición aristotélica. Mi primer testigo, como veremos, será Alberto Magno, quien contribuyó de manera decisiva a la adopción de Aristóteles por el canon filosófico medieval.

    CUANDO UN NIÑO NO SE PARECE A SU PADRE

    En el pensamiento de Aristóteles, a menudo se habla de la acción recíproca, en la que el paciente actúa, en reciprocidad, sobre el agente. El tratado De la generación y de la corrupción nos ofrece un perfecto testimonio. Aristóteles trata extensamente en él la oposición entre actuar (poiein) y padecer (paskhein).⁴ Esta oposición corresponde a la que, en la categoría del movimiento, interviene entre mover (kinein) y ser movido (kineisthai). Ahora bien, ser movido es verse incitado a mover a su vez (antikinein). Sólo existe un motor que, impasible, no puede ser movido, ni mover en reciprocidad: el proton ki-noun, el primum movens. El primer motor es inmóvil. Debemos suponer un extremo que sea motor sin ser móvil, ser eterno, sustancia y acto puro. Es así como mueven lo deseable y lo inteligible; mueven sin ser movidos.⁵ En este sentido, el primer motor inmóvil (proton kinoun) es asimismo la causa final, que mueve como mueve un objeto de amor. El movimiento en el mundo se origina a partir de una esfera inferior a Dios, que es la esfera superior del cielo y el primer móvil (proton kinèton, primum mobile). La traslación es en efecto el primero de los cambios, y la primera traslación es la traslación circular; o bien, este movimiento circular es producido por el primer motor.⁶ El movimiento, empezando por la eterna traslación de la esfera superior del cielo, se propaga de esfera en esfera hacia el mundo sublunar. Pero en este bajo mundo que habitan los seres vivos concluye la perennidad del movimiento local circular, la muerte está asimismo presente: El principio del que están suspendidos el cielo y la naturaleza [...] realiza la más elevada perfección, pero nosotros sólo la vivimos poco tiempo.⁷ Lo eterno es la sucesión de las generaciones y de las corrupciones, que imita la traslación circular.⁸ En efecto,

    más vale ser que no ser, pero el ser no puede pertenecer a todas las cosas, porque están demasiado distantes de su principio. Por ello, Dios realizó de otra manera la perfección del universo: fue creando la generación ininterrumpida, pues así el eslabonamiento más riguroso posible quedaría garantizado a la existencia; por el hecho de que lo que se aproxima más al ser eterno es que la generación siempre se rehace.

    La teoría hilemórfica de la materia hace de ella lo que padece (to paschôn).

    El movimiento local o traslación (phora) es el primero de los movimientos producidos en el cosmos, mas no es sino uno de los diversos movimientos (kinèseis) considerados por la física aristotélica. Recordemos que son cuatro: los otros tres son: 2) el aumento y la disminución (auxèsis y phthisis), 3) la alteración (alloiôsis), 4) la generación y la corrupción (genesis y phthora).¹⁰

    Kinein, mover: este término se emplea cuando se trata de definir la causa eficiente, es decir, el movimiento muy particular que, por la fecundación, asegura la generación de los seres vivos. Pues la fecundación se comprende como una comunicación de movimiento. Lo mismo sucede con el crecimiento y los diversos cambios cualitativos observables. En la fecundación, el esperma, que es el exceso (o residuo, perittôma) del alimento del cuerpo paterno, pone en movimiento la materia menstrual. Ésta se considera asimismo un exceso (o residuo, perittôma) de la sangre materna. El embrión y luego el ser vivo en acción se forman por el eslabonamiento de las consecuencias de este encuentro entre el agente formador y el sustrato material. Lo que adquiere forma llevará los caracteres de la especie, pero asimismo las singularidades del individuo.

    Las particularidades individuales deben mucho a este ser movido a su vez, que impide al agente ejercer todo su poder formador. La futura reactio de la terminología latina medieval designará lo que hará que el paciente no sea del todo pasivo (patiens, paskhon), sino que obliga al agente a ser movido y a padecer a su vez (repati, antikineisthai). En la Generación de los animales, Aristóteles expone las razones por las que los niños a veces no se parecen a sus padres. Es el efecto de un relajamiento de los movimientos del esperma: éste, dotado de calor y de poder formador, actúa de manera activa sobre la materia materna, más fría, que en cuanto recibe la forma, le opone resistencia, a veces con éxito:

    En cuanto a la razón que explica que los movimientos se relajan, es que el agente padece una reacción por parte del paciente (to poioun kai paskhei hupo tou paschontos), por ejemplo: lo cortante se ve mellado por lo que está cortando, lo que calienta se enfría por aquello que está calentando, y, por regla general, el motor, con excepción del primer motor, recibe a su vez cierto movimiento (to kinoun antikineitai tina kinèsin), por ejemplo, lo que empuja es en cierta medida empujado, lo que oprime es oprimido a su vez. A veces, incluso por lo general, el agente padece más de lo que actúa, lo que calienta se enfría, lo que enfría se calienta, en ocasiones sin haber producido ninguna acción, en otras después de haber actuado menos de lo que padece.¹¹

    De ello resulta que cuando el movimiento del esperma es el más enérgico, el parecido será mayor con el padre (sexo masculino, rasgos del padre). Los parecidos más distantes (con la madre o con uno de los abuelos), la formación de una hija o la formación de monstruos son efectos de una mayor resistencia del sustrato femenino.¹² Esta teoría confiere a la forma un poder activo sobre la materia, a la vez que privilegia al agente en relación con el paciente, al calor en relación con el frío, al sexo masculino en relación con el sexo femenino. Si nos adherimos a las proposiciones de Aristóteles, la reacción, el frío, la femineidad se hallarán en una posición secundaria. Este aspecto de la doctrina se presta, desde luego, a la acusación de falocentrismo. Sin embargo, notemos que, de haber acción y reacción entre el esperma y el residuo menstrual, es porque su sustrato es un solo y de la misma naturaleza.¹³ Tienen en común lo que permite la acción del uno sobre el otro. Lo caliente y lo frío, así como lo húmedo y lo seco constituyen las cualidades primordiales, de las que se forman los cuatro elementos, que las contienen por parejas: el fuego (caliente y seco), el aire (caliente y húmedo), el agua (fría y húmeda), la tierra (fría y seca). Según Aristóteles, lo caliente y lo húmedo tienen poderes activos; lo frío y lo seco tienen poderes pasivos. En virtud de estas oposiciones entre cualidades, los elementos pueden actuar unos sobre otros. La acción recíproca se da entre cualidades tangibles, aptas para encontrarse y mezclarse. En cambio, aquellos opuestos como la ligereza y la gravedad no ejercen una acción recíproca.

    Como vemos, el pensamiento aristotélico acepta sin dificultad la desigualdad de la acción y de la reacción, aun cuando les asigna un mismo género a una y otra, en cuyo seno difieren por su antagonismo.¹⁴ Éste hace intervenir asimismo la pareja kinein-antikinein en el terreno de las percepciones, de los comportamientos y de las pasiones. Como ejemplo veamos este pasaje del De memoria (II, 29), cuya interpretación, por cierto, no está libre de problemas: "Cuando la cólera y el pavor desencadenan algún movimiento, su reacción (antikinountôn palin toutôn) impide el retorno a la calma, mas perseveran en su movimiento de reciprocidad (epi to auto antikinousin)".

    Transcurrirán siglos antes de que la palabra latina reagere sea empleada como equivalente de anti-kinein. En un pasaje acerca de la reproducción de los animales, directamente inspirado en Aristóteles, Alberto Magno introduce reactio en la lengua erudita. En las Quaestiones de animalibus¹⁵ se leen en primer lugar estas líneas que parecen un comentario del pasaje de Aristóteles que acabamos de citar, acerca de la relajación (o remisión) de la simiente: "Todo agente natural, cuanto más distante esté de su inicio, más continua es su operación, tanto más se debilita y tiende a extinguirse porque el agente, en el dominio de la naturaleza, debe a su vez padecer al actuar, y al padecer reacciona, como dice el filósofo.¹⁶ Este principio se invoca en la misma obra para explicar la razón de la menor longitud de los miembros superiores, comparados con los inferiores: el crecimiento tropieza con mayor resistencia: Cuanto más se aproxima el crecimiento a su término, más se debilita a causa de la reacción del contrario".¹⁷

    En su Physica, Alberto Magno escribe, en términos que ya figuraban en el Averroes latinizado: necesse est quod agens repatiatur a passo. Es necesario que el agente padezca a su vez por parte del paciente. Esta vez, Alberto no emplea la palabra reactio, mas da su definición tal cual figurará en los diccionarios de filosofía hasta el siglo XVIII. Los puristas, sujetos al latín clásico, aceptarán esta definición, pero concluirán, como Gerard J. Vossius, que reagere y reactio son términos incorrectos que es preferible evitar, o cuyo uso no conviene conceder más que a los debates escolares.¹⁸ Vossius admite, no obstante, que reagere y reactio son términos que poseen una pertinencia técnica (vox idonea rei quam signant), mas prefiere locuciones como vicissim agere, resistere agenti in se (actuar recíprocamente, resistir a lo que actúa sobre uno).

    En las universidades medievales, la enseñanza de la filosofía natural y las disputas entre filósofos comprenden proposiciones acerca del movimiento, de la acción y de la pasión, así como de la reacción. Esta enseñanza y sus disputas acompañan la explicación medieval y renacentista de la obra de Aristóteles y de sus comentaristas (Avicena, Averroes). Al principio, el acuerdo es casi general acerca de los principios de física enunciados por Tomás de Aquino basados en Aristóteles: El movimiento es el ser en acto de lo que es en potencia como tal. Y también: Todo lo que es movido es movido por otro.¹⁹ Hablar de movimiento es hablar de la naturaleza, pues, según Tomás de Aquino, quien recurre a Aristóteles, la naturaleza es el principio del movimiento y del reposo.²⁰ Los escolásticos suelen remitirse a Aristóteles²¹ para afirmar que cuando interviene una acción recíproca existe una similitud de género entre el agente y el paciente, pero desemejanza de especie. Aristóteles postula a la vez comunidad y diferencia en el momento de la acción recíproca.²² Podemos ver en ello el origen o una primera formulación de lo que llegará a ser la noción kantiana de comunidad (Gemeinschaft).

    INTENCIONES Y REMISIONES

    En la historia de la ciencia medieval, es importante el papel de los grandes colegios ingleses. Entre los filósofos ingleses hemos seleccionado los escritos y la reputación de quienes estuvieron activos en Oxford y sobre todo en el Merton College: Thomas Bradwardine, Richard Swineshead²³ y William Heytes-bury. Desde principios del siglo XIV se apropiaron y discutieron los problemas de la física aristotélica, de la cinemática, de la gravedad, del choque de los cuerpos y sobre todo del calor.²⁴ Aquellos a los que se llamó los Calculadores intentaron, especulativamente, cuantificar la reacción. Se preguntaron qué parte de un agente padece una reacción (pars repassa) y qué otra parte permanece inmutable o es afectada en menor proporción por la acción padecida. Querían dar cuenta de la distribución igual (uniforme) o desigual (deforme) de las cualidades en los cuerpos. Según los casos, algunos negaban que pudiese haber reacción. Estos problemas fueron nuevamente examinados por los teóricos del impetus de la escuela de París, en la que había hecho escuela el nominalismo de Jean Buridan (Alberto de Sajonia, Marsilio de Inghen²⁵ y el genial Nicolás de Oresme). La discusión se propagó a Italia (Paolo de Venecia, Gaetano de Thiene, Giovanni Marliani). A lo largo de estos debates se elaboró una problemática en la que ciertos historiadores recientes han visto despuntar las reglas que impondrá Galileo. A partir de los conceptos fundamentales heredados de la Antigüedad, la idea de una matematización posible se abre paso de manera innovadora. Se trata de una geometría de las proporciones, de un cálculo de las intenciones y de las remisiones, de las formas en movimiento.

    Sin embargo, según el parecer del pensamiento científico posgalileano, los esfuerzos de cuantificación de los calculatores se aplicaban a objetos inadecuados. Esos cálculos y esas mediciones permanecían vinculados a una física que, a pesar de su opción de principio por un método resolutivo, aún no se había decidido a reducir su objeto al movimiento local y, por consiguiente, no había alcanzado a ver en la totalidad de la naturaleza el campo de aplicación experimental (es decir, abierto a una experiencia posible) de la aritmética y de la geometría. Cierto es que esta física distinguía en principio los "tamaños extensivos" (es decir espaciales) y las "cualidades intensivas, mas no sacaba las consecuencias de esta distinción. Concedía la preeminencia al movimiento local, pero no descartaba los demás tipos de movimiento: generación, crecimiento, alteración. E incluía entre las cualidades intensivas del movimiento tanto la velocidad, lo caliente y lo frío, como los sabores y los colores tal cual los perciben nuestros sentidos. Esas cualidades eran otras tantas formas" cuyo aumento se llamaba intensión, y su disminución, remisión. En lo que respecta a las cualidades intensivas, los cálculos seguían siendo arbitrarios e incontrolables. La evaluación cuantitativa permanecía enteramente tributaria de las intuiciones sensibles, sin auxilio de mediciones instrumentales disciplinadas. Como lo dice Alain de Libera, el proyecto de los Calculadores de Oxford daba acceso a una física de razonamiento imaginario y de la experiencia del pensamiento sin pretensión empírica.²⁶ Salvo en el caso de la velocidad y del movimiento acelerado, las graduaciones se atribuían a fenómenos mal aislados. Se imponían transcripciones numéricas a aquello que no era cuantificable. Esta física era, pues, incapaz de reducir su objeto tan sólo a tamaños extensivos y de confrontar sus cálculos con resultados experimentados. Los resultados obtenidos eran indefinidamente controvertibles. A lo largo de tres siglos, sin embargo, el Liber calculationum de Richard Swines head mantuvo un sorprendente éxito en Europa. Todavía era mencionado en el siglo XVII.²⁷

    ¿A qué fenómenos se refieren con mayor asiduidad hasta el siglo XVIII? El ejemplo privilegiado de la reacción sigue siendo el que ya se encuentra en el tratado aristotélico De la generación y de la corrupción: el del hierro al rojo vivo, inmerso en el agua, caso en el cual el hierro se enfría y el agua se calienta. El tipo de movimiento que experimenta es el de alteración cualitativa (alloiôsis). Aun cuando se les distingue, se semejan al tema de la alteración y la de la mixtión que preocupara a la química en sus inicios. El problema de la propagación y de la disipación del calor no será comprendido científicamente y no se formulará por medio de ecuaciones sino mucho después, cuando sea interpretado en términos de movimiento local molecular.²⁸ Como hemos visto, el hombre medieval consideraba poder abordarlo a partir de la física de los cuatro elementos y de una escala de las cualidades sustanciales, dotadas de actividad o de resistencia en grados variables. En particular, se suponía que la serie de cualidades—caliente, frío, húmedo, seco—se organizaba conforme a un orden de propiedades activas decrecientes y de propiedades resistentes crecientes. Los grados de calor (en general ocho) no eran medidos, sino atribuidos imperativamente, como fue el caso en la medicina de tradición galénica en lo tocante a las virtudes de calentamiento o de enfriamiento de las medicinas.²⁹

    El acuerdo sobre los casos de aplicación distó mucho de ser general, y los tratados De reactione o los grandes capítulos consagrados a este tema en obras más generales incluirán casi todos una parte polémica. Estos tratados se multiplicaron. No mencionemos más que un pequeño número de ellos: el de Giovanni Marliani³⁰ (hacia 1482), luego los de los aristotélicos de la escuela de Padua: Pietro Pomponazzi³¹ (1515) y Jacopo Zabarella³² (muerto en 1589). Pomponazzi, a quien pertenece uno de los primeros escritos, arremete irónicamente contra los calculadores ingleses, así como contra Nicolás de Oresme, Gaetano de Thiene y su cálculo de las formas, es decir, de las cualidades intensivas.³³ En lo que se refiere a esas cualidades intensivas, es necesario admitir que su intentio no es efecto de una suma de unidades discretas, de partes complementarias, sino de un perfeccionamiento cualitativo: es la forma misma la que puede ser más intensa (intenditur) o más atenuada (remittitur). Además, hay que distinguir las reacciones del mundo inanimado de aquellas de la vida. Zabarella, quien se opone al dualismo platónico, reconoce la omnipresencia del movimiento natural; mas distingue un principio absoluto, constituido por el movimiento del cielo, y un movimiento de los cuerpos terrestres, que es transmisible (transferible) y que es ora activo ora pasivo.³⁴ Su tratado De la reacción sale en defensa de Pomponazzi y desarrolla una teoría de la naturaleza que pretende mantenerse fiel a las tesis de la física aristotélica. Así es cuando admite, con Aristóteles, que la extrema distancia (por ejemplo: la de los astros con respecto a la Tierra) hace imposible una acción recíproca de los elementos y de los cuerpos inferiores. En la acción y la reacción hay un combate (pugna) y un esfuerzo de conservación de cada opuesto. Cuando el fuego actúa sobre el agua, actúa en la medida en que está caliente; cuando padece la acción del agua, no es en la medida en que está caliente, sino en que está frío en potencia, pues actúa por su forma y padece por su materia.³⁵ Hay que recordar sobre todo que Zabarella hace del cielo un primer motor corporal, que no está radicalmente separado del mundo en el que se desarrolla nuestra vida. La naturaleza es universal, rige todas las cosas, su objetivo es, mediante la acción y la reacción de los elementos, asegurar su conservación, y la producción de los cuerpos mixtos.³⁶

    El cambio decisivo se produjo tan sólo a partir del momento—principios del siglo XVII—en que la física abandonó la pareja metafísica forma-materia y en que la velocidad y la aceleración cesan de ser cualidades intensivas, incorporándose a la categoría de los tamaños extensivos. Desde entonces, la física geometrizada, estableciendo sus fórmulas y recurriendo, no sin dificultades, a instrumentos de medición para su verificación, adquiriría poco a poco los medios para cuantificar otras cualidades intensivas de la doctrina medieval, por ejemplo: los colores (colorimetría), lo caliente y lo frío (termometría, calorimetría).³⁷ Del hierro al rojo vivo que el agua enfría (técnica del temple) a las máquinas de vapor y a la termodinámica, es el exponente de toda la transición de una edad de la física a otra.

    NUEVOS MUNDOS

    En la Europa del siglo XVII, cuando Galileo y sus primeros discípulos establecieron los fundamentos de lo que hoy día nos parece el gran cambio de paradigma, los doctos se mantuvieron apegados a las definiciones peripatéticas del movimiento, de los tipos de movimiento, del contacto (es decir, del choque), de la mezcla. A menudo la doctrina se expuso con sus ejemplos y sus problemas clásicos: el hierro incandescente y el agua, el sol que actúa sobre los objetos terrestres sin padecer a su vez nada por ellos. En las obras escolares, estos ejemplos recurren comúnmente a la palabra reactio o al verbo repati. Tal es el caso del manual de Johannes Magirus (1597).³⁸ Existen una opinión compartida y un común denominador que, de hecho, no hacen más que repetir la fórmula de Averroes y de Alberto Magno. En su diccionario filosófico, Goclenius incluye una entrada con reactio y le da la siguiente definición: Acción de oposición o de reciprocidad de un cuerpo que padeció una acción; de esta manera, el cuerpo opone resistencia al primer agente y lo cambia, al tiempo que es cambiado por él.³⁹ Se observará que la definición recobra el prefijo re- en tres de los términos que ésta utiliza.⁴⁰ No evita, pues, la tautología que pone en riesgo tantas definiciones. Establece aquí un casi sinónimo, asimilando reaccionar a resistir.

    Ante las fechas en que aparecieron las nuevas ideas, en los grandes libros que marcaron la primera revolución científica (Kepler, Galileo, Descartes), nos veríamos tentados a creer que se produjeron grandes mutaciones en la conciencia colectiva. Ahora bien, esas ideas en primer lugar no llegaron más que a un pequeño número de mentes capaces de comprenderlas, de discutirlas y de proseguirlas. La masa de los rezagados es considerable. Apenas en 1690, el padre Jean Gabriel Boivin, de los religiosos franciscanos, resume escrupulosamente el pensamiento de Duns Escoto, para los seminaristas, y repite las fórmulas de la cosmología de procedencia aristotélica: hay aquí abajo potencias activas y potencias pasibles; mas el movimiento del mundo encuentra su origen en potencias activas e impasibles. Pues el movimiento universal tiene su origen en la perfección del primer motor inmóvil. En esta física abundan las imágenes antropomorfas: la acción y la reacción implican la victoria de un agente sobre un paciente. Vemos expresarse en términos de conflicto dramatizado relaciones de fuerza que la mecánica clásica analizará cuantitativamente como estados de equilibrio sucesivos.⁴¹ El autor no deja de señalar la objeción habitual: los astros accionan sobre los objetos del mundo inferior, pero no padecen ninguna acción de oposición. La respuesta le parece fácil y es la que ya fue formulada múltiples veces: los astros están tan distantes de las cosas sublunares que no pueden ser alcanzados por su reacción, y además los astros no pueden recibir las cualidades sublunares (non sunt capacia qualitatum sublunarium). En otros autores influyen más los temas de la física de los estoicos, el hermetismo y el paracelsismo. Admiten que el mundo atraviesa por influencias o simpatías, por medio de las cuales se manifiestan cualidades ocultas, es decir, por causas que el intelecto puede reconocer pero que no son captadas por los sentidos humanos.⁴² Las simpatías (y las antipatías) ponen en relación los astros, las piedras, los vegetales, los animales y los órganos del cuerpo vivo; mediante el juego de las simpatías (que daban peso de realidad a vínculos metafóricos) el mundo había podido ser interpretado como un organismo y el organismo como un microcosmos. Escribe el padre jesuita Gaspar Schott: Los efectos de la simpatía se producen de un objeto a otro por afección amistosa, o coordinación y relación innata [...] de tal manera que si uno es actuante o reaccionante, o tan sólo está presente, el otro también actúa o padece la acción.⁴³

    Si esta solidaridad no se confía en las esferas inferiores, si el ser humano puede contener en él no sólo todo el cielo, sino a Dios mismo (lo que Gaspar Schott se guarda bien de decir, pero lo que podrán afirmar los herejes), entonces no hay imperfección ni decadencia en ese bajo mundo. Las jerarquías del cosmos ordenado desaparecen y al mismo tiempo cesa toda condenación al desorden de la baja naturaleza a sublunar. Las consecuencias de una radicalización de la doctrina de las simpatías, con su parte de magia totalmente poética, pudieron paradójicamente allanar el camino a la nueva disciplina galilea: el mundo es uno, y las potencias que lo gobiernan son por todas partes las mismas. Sólo que, en el primer caso, el discurso metafórico se fundaba en la generalidad de lo comparable, mientras que en el segundo, los recursos de la matemática y el éxito de la experiencia conformarían la generalidad de lo calculable: ciertamente se dio un alegrón a los que reconocían de una a otra región del mundo las analogías sensibles, pero los fenómenos se sometieron al cálculo. De esta sumisión resulta, para los buenos calculadores, una maestría técnica, que pronto encontraría la manera de extenderse. La pareja acción-reacción pudo emplearse en los dos lenguajes: el de un vitalismo imaginativo que se complacía en la adivinación de las simpatías, y el de la mecánica, que aplicó a la naturaleza las reglas de la geometría.

    NOTA SOBRE LAS LENGUAS VULGARES

    Hasta aquí hemos comentado textos eruditos, redactados en latín. Volveremos a encontrar muchos todavía. Sin embargo, conviene preguntarnos de qué manera la reactio latina se implantó en nuestras lenguas llamadas vulgares.

    El ingreso en la lengua francesa fue bastante lento. No conozco más que un empleo de reaccionar en el siglo XVI. Se encuentra ese verbo en la Complainte de Nature à l’Alchimiste errant (1516) del pintor Jean Perréal (nacido a mediados del siglo anterior y muerto en 1530). Observemos que, en Perréal, el término sigue siendo expresión de un proceso de la física más general y más tradicional: no pertenece al vocabulario especializado de la alquimia, en el que nunca lo he visto ni aun en textos mucho más tardíos:

    Mais si faut-il que je die

    Qu’il n’est nul élément actif

    Qui peust agir sans le passif.

    Comme le feu en l’air agist,

    Ainsi l’air sur l’eau reagist,

    Et l’eau agist en l’air

    Quand le feu veut esmouvoir guerre.⁴⁴

    [Pero debo decir

    que no hay elemento activo

    que pueda actuar sin el pasivo.

    Como el fuego en el aire actúa,

    así el aire sobre el agua reacciona,

    y el agua actúa en el aire

    cuando el fuego quiere provocar guerra.]

    Perréal presenta así un cuadro de la tempestad, guerra de tres elementos. Sin embargo, no encontramos ni reaccionar, ni reacción en los autores importantes del siglo XVI francés, por lo menos si confiamos en el diccionario de Huguet y en múltiples índices recién establecidos. Lo más probable, mientras no contemos con mayor información, es que el término no tuvo curso en francés, de manera esporádica, más que en las obras que, vulgarizando nociones de física, conservaban la huella del pensamiento aristotélico y de la escolástica.⁴⁵

    En el italiano de Giordano Bruno, la reazione no es más que uno de los ejemplos de la contrarietà que reina en los fenómenos naturales:

    Dove è la contrarietade, è la azione e reazione, è il moto, è la diversità, è la multitudine, è l’ordine, son gli gradi, è la successione, è la vicissitudine.⁴⁶

    [Ahí donde está la contrariedad, es la acción y reacción, es el movimiento, es la diversidad, es la multitud, es el orden, son los grados, es la sucesión y la vicisitud.]

    ¿Es nueva la idea? De ninguna manera. Es de Aristóteles, de quien Bruno tomó la noción de contrariedad (enantiotès: Metafísica, I, 3, 4; Categorías, 14), y sigue casi al pie de la letra el texto del Estagirita; las breves proposiciones yuxtapuestas se presentan de manera anhelante, que dan la impresión de algo barroco.

    ¿Qué sucede en inglés? La lengua conoce to react y reaction desde finales del siglo XVI. El paracelsista inglés Kenelm Digby, en sus Natural Bodies (1644), se mantiene muy cerca de la fórmula binaria de Aristóteles, que deviene en canónica: If fire doth heat e water, the later reacteth againe [...] upon fire and cooleth it.⁴⁷ Digby es un mago que se complace en invocar las simpatías astrales. En cambio, como veremos, Thomas Hobbes se sirve también de esos términos, mas en el marco de una filosofía materialista, que se apega a la realidad corporal y que ambiciona formular mecánicamente todos los fenómenos naturales, hasta las operaciones mentales.

    En todas las lenguas en las que se introduce la palabra reacción pertenece al campo de la fisiología, es decir, de la filosofía natural. Para los cuerpos sólidos, duplica el más reciente contragolpe (aparecido en francés hacia 1560). Al principio no se emplea más que para los fenómenos de la naturaleza, sin ninguna aplicación al mundo humano.

    LA PALABRA Y LAS CIFRAS

    No abandonamos muy pronto las antiguas acepciones y de los antiguos ejemplos de la palabra reacción: nadie se hastió de reiterar lo del hierro incandescente sumergido en agua fría. En la Cyclopaedia de Chambers (edición de 1743, artículo reaction), así como en la Encyclopédie de Diderot y de D’Alembert (artículo reaction, traducido de Chambers, 1765), se lee:

    Los peripatéticos definen la reacción como la impresión que causa un cuerpo sobre el que lo afectó, impresión que ejerce en la parte misma del agente que lo afectó y en el momento mismo en que lo afecta, como lo hace el agua arrojada sobre el fuego, que al mismo tiempo que se calienta extingue el fuego.

    Sin embargo, Chambers y la Encyclopédie, tras haber rendido este tributo a la tradición escolar peripatética, agregan de inmediato la referencia a la tercera ley de Newton: Mas se ignoraba que la reacción siempre es igual a la acción. El señor Newton fue el primero en hacer esta observación. ¡Singular yuxtaposición de la física escolástica y de la nueva ciencia, en pleno siglo XVIII! La línea divisoria parece apenas empezar a esbozarse, entre un pasado, en el que los peripatéticos detentaban casi solos la autoridad filosófica, y el conocimiento moderno, inaugurado por Galileo, en que la precisión matemática enuncia leyes que dan paso al cálculo. La definición restringida por la Encyclopédie no excluye la definición canónica: le agrega la noción de igualdad, como si la antigua noción sólo esperara su complementación. De hecho, la definición antigua no era falsa: abarcaba demasiados fenómenos, para los cuales no proponía más que un enfoque mensurable. Todo se presenta como si la definición cualitativa y la definición cuantitativa hubiesen podido tolerarse mutuamente, al menos por un tiempo. Así es como la doctrina renacentista de las acciones recíprocas y de las simpatías pudo mantenerse viva hasta el momento en que ciertos románticos la reactivaron. La palabra reacción no experimentó un cambio semántico radical debido a Newton, pero adquirió dos caras, al obtener una connotación doble. Se le puede hacer militar bajo dos estandartes, como tendremos a menudo la oportunidad de recordarlo. Por una parte, en cuanto fue admitido el principio de la igualdad cifrable, la tercera ley de Newton fue considerada un argumento de peso en la interpretación mecanicista del universo. Por otra parte, pudo recuperar una noción más antigua, menos precisa en el sentido moderno, de la que Galileo y Descartes (sin duda para diferenciarse del aristotelismo), no habían querido hacer ningún uso.⁴⁸ Seguramente, la yuxtaposición en la Encyclopédie de la antigua acepción de la reacción y de su nueva condición cuantificada no pudo ser más que una fórmula totalmente provisional. La definición peripatética no tardaría en volverse obsoleta, pues todos los ejemplos favoritos de la antigua física —sobre todo el del calor y el agua— iban a poder ser reivindicados y tratados de manera muy diferente por la nueva física. A manera de emblema, me contentaré con evocar aquí a Sadi Carnot y su tratado capital acerca de la fuerza motriz del fuego.

    En los Principia (1687) de Newton, la tercera ley del movimiento está formulada así:

    La reacción es siempre contraria e igual a la acción, es decir, las acciones de dos cuerpos uno sobre el otro son mutuamente iguales y de direcciones contrarias.

    Todo lo que oprime o empuja es asimismo oprimido o empujado. Si oprimís con el dedo una piedra, vuestro dedo es igualmente oprimido por la piedra: si un caballo empuja una piedra atada por una cuerda, el caballo es también empujado por la piedra; pues la cuerda, estando igualmente tensa por todos los lados y haciendo por todas partes el mismo esfuerzo para liberarse, empuja por igual del caballo, hacia la piedra y la piedra hacia el caballo; e impide tanto el avance de uno como acelera el avance del otro [...] Y esta ley se verifica también en lo tocante a las atracciones [...]⁴⁹

    Los corolarios de la ley, no menos importantes, establecen las reglas de la composición de las fuerzas. D’Alembert, sin negar directamente la tercera ley de Newton, declarará que todos los problemas de la dinámica son resolubles mediante el cálculo de la composición de las fuerzas.

    Los historiadores de las ciencias lo mencionan a menudo: contra el naturalismo de Aristóteles, los inventores de la nueva física dieron preferencia a la noción platónica de un Dios geómetra, al tiempo que revivían el atomismo epicúreo y sobre todo la idea conforme a la cual el movimiento no se vuelve menos perfecto a medida que se aleja de la causa primera. Dios, o la naturaleza, impone una misma ley a todos los peldaños del universo.⁵⁰ Por consiguiente, ha concluido, en efecto, la distinción peripatética entre movimiento natural y movimiento violento, así como la perfección atribuida al movimiento circular que gobierna las esferas celestes. Pudo así constituirse la mecánica clásica, postulando el movimiento relativo en un espacio homogéneo e isotrópico.

    El choque de los cuerpos, antes de que Newton formulara sus leyes de la mecánica (y en particular la tercera), había sido objeto de un estudio asiduo. Se pueden seguir sus etapas desde las teorías del impetus del siglo XV hasta las fórmulas que la física nueva elabora, de Galileo a Mariotte, pasando por Kepler, Huygens, Wren, Wallis. Como hemos visto, Descartes encontraba en él un caso particular de la comunicación del movimiento sin recurrir, empero, a la palabra reacción. Sobre este punto, Newton no olvida rendir el tributo debido a sus predecesores en el scholium de las leyes del movimiento.⁵¹ A través de todas las etapas de este debate, se vio cada vez con mayor claridad que la noción de movimiento ya no podía ser considerada en diversos sentidos, como lo afirmaba Aristóteles. Sólo el movimiento local merecía ser examinado y analizado. Los demás tipos de movimiento admitidos por Aristóteles (generación y corrupción, crecimiento y descenso, alteración) debían reducirse al movimiento local o dejar de ser tomados en cuenta. La introducción de la tercera ley y de la idea de reacción permitió a Newton llevar a cabo un progreso decisivo con respecto a las ideas que había expuesto en un manuscrito anterior acerca del movimiento (De motu).

    El concepto de la fuerza interna de un cuerpo [escribe un intérprete reciente] ya no consiste en una fuerza que mueve un cuerpo en un movimiento uniforme; se transformó en una fuerza de reacción, una fuerza que un cuerpo ejerce solamente en el cambio de su estado producido por otra fuerza que se aplica a él. Con este cambio, Newton aclaró de una vez por todas su comprensión del concepto de inercia tal cual lo encontramos en la primera ley. Por tanto, Newton fue capaz de percibir todo lo que implicaba la noción implícitamente presente desde los inicios de su concepto de la fuerza centrípeta: que, desde un punto de vista dinámico, el movimiento circular uniforme equivale al movimiento uniformemente acelerado en línea recta. Ésta podría ser la intuición central sobre la que reposa toda la dinámica newtoniana.⁵²

    Llegado el caso, la tercera ley permite ahorrarse el paralelogramo de las fuerzas.

    Luego entonces, la mutación semántica del termino reacción es producto de la revolución científica; puso en ecuaciones lo que se prestaba al cálculo y renunció a especulaciones incontrolables sobre los cuatro elementos, sobre las cualidades sustanciales (caliente, frío, húmedo, seco) y sobre una idea del movimiento aplicable a todo lo que se encuentra en devenir. Se reconoció que no era posible hablar de cambio en las cosas inertes como se habla de cambio en los cuerpos vivos y en los apetitos. La matematización pudo funcionar porque se limitaron las variables consideradas. A una reflexión dominada por el modelo de lo vivo sucedió una ciencia puramente mecanicista. Hubo que atenerse sólo a la traslación: en lo sucesivo ya no se tuvieron que considerar más que masas en el espacio, distancias, velocidades, cantidades de movimiento, fuerzas, energías cinéticas.⁵³ Lo que se modificó profundamente fue la concepción del agente natural que, dejando de ser una potencia en vías de actualización, se vuelve una fuerza mensurable. La causa eficiente, en adelante calculable, vuelve indeseables y superfluas las causas finales. Correlativamente, la palabra pasión (el antónimo clásico de acción) adquiere un valor anticuado para los fenómenos de la naturaleza, y en lo sucesivo ya no se aplica más que en el campo del alma. Reacción designa el grupo de principios y de reglas que permiten prever con exactitud la velocidad y la dirección que tomará un cuerpo de masa determinada sobre el que se ejerce un conjunto de fuerzas. La gravitación misma es un caso particular en que la acción y la reacción se producen a distancia.

    No existe ninguna incompatibilidad, en el pensamiento newtoniano, entre estas leyes precisas y el reconocimiento de la existencia de Dios. Las leyes de la gravitación rigen las órbitas planetarias, mas la posición regular de estas mismas órbitas no se deriva de esas mismas leyes. Es a Dios a quien Newton recurre para garantizar la estabilidad del universo: el sistema cósmico se encuentra bajo el cuidado de Dios. Y el famoso Scholium generale final de los Principia se esmera por definir los atributos que necesariamente deben pertenecer al Dios creador. Éste, sin ser él mismo la eternidad y el espacio, ocupa la infinitud del espacio y del tiempo, permaneciendo idéntico a sí mismo. Aunque omnipresente, no padece por la acción de los cuerpos en movimiento, y los cuerpos no experimentan ninguna resistencia por la existencia de Dios. No se puede afirmar acción y reacción alguna entre el espíritu de Dios y la materia del mundo. Así como un ciego no tiene ni idea de los colores, nosotros no tenemos ninguna idea de la manera en que Dios omnisciente percibe y comprende todas las cosas.⁵⁴

    Newton, tanto en los Principia como en sus cartas a Bentley, afirma que la fuerza de atracción no es esencial para la materia.⁵⁵ La única fuerza esencial a la materia, según él, es la inercia. Quiere descartar el reproche que le hacen en Francia por los cartesianos (y también en Alemania Christian Wolff) de recurrir a cualidades ocultas. No creyó que las leyes de la mecánica (a las que durante mucho tiempo admitió que quería apegarse estrictamente) sean capaces de explicar todo lo que podemos comprobar. En las Cuestiones de la óptica, en sus trabajos químicos (conocidos desde hace poco tiempo), especuló acerca de los diversos tipos de éter, de la renovación periódica del mundo, de los ciclos cósmicos, de las fermentaciones vitales, sin decidirse a reducirlas simple y llanamente a las leyes del movimiento. Éste es uno de los puntos acerca de los cuales señala su desacuerdo con el mecanismo de los cartesianos. Esta inquietud de Newton se relaciona con sus convicciones religiosas. Algunos de los primeros comentadores de Newton —quienes lo divulgaron— no dudarán en invocar la igualdad de la acción y de la reacción para concluir de ello una prueba acerca de cómo Dios actúa en la naturaleza. De esta manera, Colin Maclaurin, a pesar de adoptar la idea del espacio absoluto, vuelve a introducir la noción de un primer motor, y se reclama del De mundo pseudoaristotélico. El propio Newton declaró que hay que partir de una Causa superior al mecanismo puro, pues el mecanismo en sí da testimonio de una intención divina, de una providencia bienhechora:

    Debido a que la acción y la reacción son siempre iguales, las acciones mutuas de los cuerpos no tienen ningún efecto sobre el movimiento del común centro de gravedad del sistema al que pertenecen [...] Si esta ley no fuera observada, el estado del centro de gravedad de la Tierra sería alterado por toda acción o impulso de toda fuerza que actuara sobre este orbe; mas por razón de esta ley, el estado del centro de gravedad de la Tierra y el curso general de las cosas se conservan independientes de todos los movimientos que puedan producirse en la superficie o en las entrañas de la Tierra. Por la misma ley, el estado de los sistemas particulares de los planetas y el reposo del sistema general perseveran sin que las acciones de cualesquiera agentes puedan causar algún trastorno [...] La necesidad de esta ley para conservar la regularidad y la uniformidad de la naturaleza bien merecía la atención de quienes elaboraron tratados tan completos y tan útiles acerca de las causas finales, si la hubiesen notado.

    Aunque [Dios] sea la causa de toda eficacia, deja sin embargo actuar las segundas causas que le están subordinadas, y el mecanismo contribuye a la producción de los movimientos del gran sistema de la naturaleza.⁵⁶

    Así, la igualdad de la acción y de la reacción limita y regula mecánicamente las fuerzas que son los instrumentos que Dios formó para ejecutar los designios a los que los destinaba.⁵⁷

    Newton no es el único en transmitir al Siglo de las Luces esta herramienta conceptual. Su gran adversario, Leibniz, integra en su sistema la misma noción, desarrollada de manera muy diferente. En los Principios de la naturaleza y de la gracia afirma:

    Todo es pleno en la Naturaleza [...] Y como debido a la plenitud del mundo todo está

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1