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El árbol de oro: José Revueltas y el pesimismo ardiente
El árbol de oro: José Revueltas y el pesimismo ardiente
El árbol de oro: José Revueltas y el pesimismo ardiente
Libro electrónico389 páginas4 horas

El árbol de oro: José Revueltas y el pesimismo ardiente

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Al ser la versión corta de la tesis doctoral de Cheron titulada La prison dans l oeuvre de José Revueltas: résistance et critique, esta obra está dividida en tres partes: "El árbol de oro del arte", "Nocturno de la cárcel" y "La espiral del eterno empezar" que basadas en testimonios textuales conformados por ensayos, cartas y demás documentos históricos, exponen a la par el pensamiento crítico de Revueltas y su producción literaria. El árbol de oro. José Revueltas y el pesimismo ardiente desarrolla de manera clara y precisa la relación estrecha que mantuvo Revueltas con el contexto histórico en que vivió: su ideología política dentro del Partido Comunista Mexicano, la experiencia carcelaria que lo marcó profundamente y su estética literaria.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 nov 2014
ISBN9786071625076
El árbol de oro: José Revueltas y el pesimismo ardiente

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    El árbol de oro - Philippe Cheron

    2013

    I

    EL ÁRBOL DE ORO DEL ARTE

    Las cárceles y los días

    TODAS las épocas históricas han conocido mártires y prisioneros, en particular los de tipo político. En la medida en que todo poder engendra contrapoderes en el seno de cualquier sociedad, se da un enfrentamiento ineludible entre esas diversas fuerzas que tienden idealmente hacia un equilibrio —inestable, precario y siempre susceptible de ser cuestionado— que permite a una comunidad vivir (producir, consumir, reproducirse) y crear una cultura. En nuestras sociedades modernas las rivalidades entre individuos y segmentos sociales se reglamentan mediante disposiciones escritas (códigos civil, penal, etc.), un aparato de Estado especializado en vigilar que se apliquen y respeten (justicia, policía, entre otros) y una serie de medidas coercitivas apoyadas materialmente por los instrumentos y los edificios necesarios para castigar a las personas culpables de infringir la norma establecida. En las sociedades llamadas democráticas, esta norma goza de un consenso general o, cuando menos, mayoritario; aunque se pueda considerar que las clases dominantes la imponen de manera más o menos insidiosa.

    Michel Foucault ha mostrado que la prisión es la cúspide de una evolución del castigo en las sociedades occidentales y que se transmitió luego al mundo entero. Después de la época de los suplicios ejecutados en público con fines ejemplares e intimidantes, el poder prefirió poco a poco el encarcelamiento por razones humanitarias y también —sobre todo, según Foucault— políticas y económicas. En esa reorientación de las estrategias del poder, se ha ido ocultando el espectáculo del suplicio e interiorizando el castigo:

    A fines del siglo XVIII, y en los comienzos del XIX, a pesar de algunos grandes resplandores, la sombría fiesta punitiva está extinguiéndose. En esta transformación, han intervenido dos procesos. No han tenido por completo ni la misma cronología ni las mismas razones de ser. De un lado, la desaparición del espectáculo punitivo. El ceremonial de la pena tiende a entrar en la sombra, para no ser ya más que un nuevo acto de procedimiento o administración. [Del otro] es también el relajamiento de la acción sobre el cuerpo del delincuente. […] de una manera general, las prácticas punitivas se habían vuelto púdicas. No tocar ya el cuerpo, o lo menos posible en todo caso, y eso para herir en él algo que no es el cuerpo mismo. […] El castigo ha pasado de un arte de las sensaciones insoportables a una economía de los derechos suspendidos.¹

    El castigo moderno se basa menos en el sufrimiento físico —aun cuando los castigos corporales no han desaparecido del todo— que en la pérdida de la libertad por el encierro o el alejamiento. Siempre se apunta al cuerpo, pero indirectamente; con relación al castigo el cuerpo se encuentra en situación de instrumento o de intermediario: si se interviene sobre él encerrándolo o haciéndolo trabajar, es para privar al individuo de una libertad considerada a la vez como un derecho y un bien. En esta lógica, no está lejos el tormento psíquico del aislamiento absoluto en las cárceles modernas de alta seguridad. El cambio de objetivo, del cuerpo al alma, está claro.

    En otro orden de ideas y toda proporción guardada, parecería que hubo una evolución similar en la biografía (vida y discurso) de José Revueltas. Al principio, el espíritu no fue afectado sino que, por lo contrario, se vio reforzado en sus convicciones: para el revolucionario marxista el encarcelamiento sólo era privación de la libertad y una situación peculiar que había que asumir para seguir denunciando un poder opresor, enemigo del género humano y opuesto al sentido de la Historia. Después vinieron la duda y la angustia, cuando fue tomando conciencia de que sus opciones ideológicas estaban pervertidas en su aplicación y quizá en su principio mismo. Del penal físicamente espantoso pero de algún modo tranquilizador de Los muros de agua, a la tortura mental y moral de Los días terrenales y Los errores, y a la sociedad considerada como una prisión en El apando, el movimiento es inquietante y coincide con la evolución destacada por Foucault del suplicio antiguo (espectáculo, fiesta, a pesar del horror) al tejido carcelario de la sociedad.²

    Foucault continúa su estudio con la presentación del panóptico y su puesta en práctica en los penales modernos en el siglo XVIII. Basado en la racionalización del espacio, en la geometría y los descubrimientos en óptica, el panóptico permite, de una sola ojeada, una vigilancia perfecta de lo que ocurre en la cárcel, en particular todos los hechos y movimientos de los presos: una vigilancia permanente, exhaustiva, omnipresente, capaz de hacerlo todo visible, pero a condición de volverse ella misma invisible.³

    Estos elementos —interiorización, encierro y distribución geométrica del espacio— están en la base del sistema carcelario moderno, que ha perfeccionado sobremanera la vigilancia con los sistemas de control televisivos, electrónicos y otros. Son relevantes, pues resulta que se encuentran de una forma u otra en la obra de nuestro autor: estructura geométrica de algunos de sus textos literarios, personajes cautivos, interiorización de la idea de encierro (prisión ideológica, social, ontológica), entre otras características.

    De acuerdo con Bentham, el panoptismo iba a desplegarse en dos direcciones: vigilar y regular; es decir, el poder podía vigilar pero al mismo tiempo estaba vigilado y controlado él mismo, lo que supuestamente debía asegurar un desarrollo democrático. No hay peligro, por consiguiente, de que el aumento de poder debido a la máquina panóptica pueda degenerar en tiranía.⁴ No se encuentran muchas huellas de este fenómeno del vigilante-vigilado, de este equilibrio ideal, en la obra de Revueltas, donde la oscuridad parece imponerse del todo. Sin embargo, es la situación descrita en El apando, donde los apandados vigilan y dominan a los celadores encerrados en la jaula de la cárcel, en su rutina, en sus pequeños tráficos ilícitos dentro de la penitenciaría e incluso en la escala zoológica (en argot, los llaman monos). Y si ampliamos esa dialéctica del vigilante-vigilado a la de la cárcel y la evasión (y, por extensión, poder/resistencia, dogma/crítica), esto resulta muy frecuente en Revueltas, aunque al parecer nunca salga del círculo infernal de la enajenación: los apandados vigilan, dominan, logran incluso vengarse de los guardianes, pero todo eso para llegar a la conclusión de la voz narrativa: ¿ya para qué? No se evaden de su universo carcelario de traficantes-asesinos. Por ello, tendremos que buscar modalidades textuales que ofrezcan elementos de resistencia que contrarrestan la oscuridad invasora de los textos revueltianos, estudiar cómo funciona una escritura que trata de negarse a sí misma, analizar personajes masculinos en trance de desenajenación, personajes femeninos indómitos, etcétera.

    Resulta obvio el papel que ha desempeñado la cárcel tanto en la vida como en la obra del escritor mexicano José Revueltas (1914-1976). Sin embargo, esta última no se limita, ni mucho menos, a historias de presos y aún no se ha relacionado sistemáticamente este papel con otras formas de prisión como el confinamiento en el dogma, la cárcel de la condición humana⁵ o la aporía a la que llevan sus posiciones estéticas y cuya salida radica en el árbol de oro del arte, como lo veremos. El encierro, entendido en un sentido amplio, es uno de los grandes ejes que estructuran toda su obra —literaria y teórico-política—, a tal punto que él mismo se declaró cansado de ese tema. Encarcelado en Lecumberri a raíz del movimiento de 1968 y poco después de redactar El apando, sintió que tal vez era demasiado reiterativo: "Hace poco escribí un relato de treinta páginas que será publicado en La Garrapata. Trato temas de aquí [de la prisión], pero los he vivido tanto que me fatigan. No me gustan. Habría que buscar otro ángulo que no fuera el de la cárcel misma. Es un material agotado".⁶

    Revueltas no parece consciente de que acababa de escribir un texto magistral ni de que el tema de la prisión es mucho más vasto que el del encarcelamiento físico, y que su obra gira obstinadamente en torno a la idea del encierro y de la lucha para evadirse de él. Se trata de un tema recurrente, aun cuando ninguna prisión material (muros, rejas, barrotes) aparezca en el horizonte del relato. La cárcel es esencialmente interior y esto es, desde luego, lo que va a llamar nuestra atención.

    Entre los presos a lo largo de la historia, además de los rebeldes de todos los tiempos que luchan físicamente, como Espartaco para salir de la esclavitud, podemos distinguir a aquellos que logran liberarse mediante la creación de una obra. El caso del político romano condenado por crimen de Estado, Boecio (455-526), y sus Consuelos de la filosofía escritos en su celda sin ayuda de libro alguno, evoca irresistiblemente, saltando por encima de los siglos, al de Gramsci con sus Cuadernos de prisión y su impresionante biblioteca mental. O Heriberto Frías, Ricardo Flores Magón, que sufrieron la persecución de la dictadura porfirista. ¿Cómo no pensar también en san Juan de la Cruz, enclaustrado a causa de sus desviaciones doctrinales y evadiéndose físicamente pero también, claro está, en el brote poderoso de su misticismo lírico? ¿En sor Juana, víctima de los prejuicios frente a la prisión social de su época, admirable esfuerzo reducido al silencio pero del que permanece una obra que desafía tiempo y dogma? O en Giordano Bruno, Raymundo Lulio, todas aquellas mentes inflexibles que han dado sus letras de nobleza políticas a la cárcel; en el poeta Nazim Hikmet, contemporáneo de Revueltas. Sin contar los ladrones vueltos escritores, como Jean Genet, y aquellos personajes que pueden considerarse como símbolos literarios de la evasión a toda costa: el conde de Montecristo o Papillon.

    Preso político a causa de su militancia comunista, esa experiencia vital inspiró varias de las novelas de José Revueltas, así como otros textos (cuentos, teatro, cine, ensayos) de una vasta obra. Su recorrido político-ideológico empieza en el Socorro Rojo y las Juventudes Comunistas (1929), y llega a posiciones autogestionarias en 1968. En unos cuarenta años, evoluciona de una fe inquebrantable en la ideología del marxismo-leninismo a una posición crítica de la misma y de toda creencia ciega, a la desesperanza de nunca ver realizado su ideal de juventud. Todo ello con el siglo XX como telón de fondo: de Stalin y los primeros procesos de Moscú a los movimientos de liberación de los años sesenta y setenta, e incluso hasta la caída del muro de Berlín (1989), trece años después de su deceso, cuarenta después de la publicación de Los días terrenales, si se nos permite proyectar su obra hasta nosotros, en un futuro que es nuestro pasado reciente.

    Revueltas tuvo una relación difícil con la dirección del Partido Comunista Mexicano (PCM), tanto en lo que concierne a problemas de disciplina como a desacuerdos en la línea política a seguir. Fue el caso con respecto a las posiciones de la Internacional Comunista (IC): a veces las defendió, a veces se alejó de ellas, pero siempre con enfrentamientos. Son síntomas de un espíritu rebelde, así como la manifestación de un intelectual crítico que se niega a aprobar sin análisis lo que se le quiere imponer: una actitud inaceptable para un partido dogmático.

    Paralelamente, como parte íntegra de este combate ideológico, está su lucha en el terreno de la estética contra el realismo socialista. Para Revueltas, el papel del artista es mostrar lo oscuro, la degradación; abrir los ojos a la sombría realidad del mundo y de la existencia humana, para que despierten sus contemporáneos, aunque sólo sean unos cuantos. Su punto de partida es que el artista debe describir la realidad tal y como la percibe para poder combatirla: si ésa es nuestra realidad, como tal hay que reconocerla. Sólo reconociéndola podemos empezar a luchar contra ella para transformarla.⁸ La estética y la ética, íntimamente ligadas desde sus primeras reflexiones, desembocan primero en un cuestionamiento ideológico y luego en una reflexión más general, de orden filosófico: la toma de conciencia considerada como evasión de la cárcel.

    La estética constituyó el talón de Aquiles, el eslabón más débil de la teoría del realismo socialista que los artistas críticos lograron romper. El conocimiento de la verdad sobre los procesos de Moscú y el rechazo del realismo socialista asestaron al estalinismo un golpe decisivo. Más allá de sus esfuerzos por analizar el fracaso de la ideología marxista, Revueltas asumió una posición ética frente a la mentira del siglo. Ubicada en una especie de plano superior, impoluta, no contaminada por la dialéctica estalinista, esta posición le permitió mantenerse firme en su defensa de la libertad del arte y, por ende, de la libertad de pensamiento.

    Al final, Revueltas vuelve de algún modo a su punto de partida. Encuentra a otro nivel sus intuiciones de juventud, su desesperanza existencial expresada ya en algunos de sus primeros textos literarios, al observar que, en todas partes, el poder siempre impone sus leyes con menosprecio de todo principio, incluso en el ex paraíso socialista, donde se suponía que trabajaba por la liberación del ser humano. Toda una vida, toda una obra, para comprobar que el hombre es un ser erróneo, un preso del error; que la prisión está presente en todas partes, en todas las manifestaciones de la sociedad humana.

    En su caso, la literatura parece preceder a la reflexión teórica. Expresa de manera más libre, apoyándose en la intuición, lo que más tarde el pensamiento discursivo denunciará abierta, racionalmente. En su narrativa, es patente el esfuerzo de su escritura en lucha por rechazar las limitaciones del dogma.

    Por lo general, Revueltas no desatendió la forma (efectos del estilo, de la construcción) en provecho del fondo (las ideas del texto).⁹ Como buen escritor, le concedió el lugar legítimo que le corresponde y la mayoría de sus novelas y cuentos es prueba de ello. Pero para él esto no representó un objetivo, como fue el caso de buena parte de la literatura de vanguardia, autorreferencial, que buscaba deliberadamente extraviar al lector o colocarlo ante varias lecturas posibles; ésta deseaba erigir el texto en sujeto, hacer de él un fin en sí mismo o un simple juego. La novela de la aventura (de la exterioridad del mundo o de la interioridad del individuo) se convirtió así en la aventura de la novela que se refleja.¹⁰ Nada más alejado de las concepciones estéticas revueltianas, para las cuales un relato debe vehicular una idea, una visión del mundo, y transmitirlas de un emisor a un destinatario, con la condición imperiosa, claro está, de que no sean impuestas desde fuera sino que provengan del propio material literario.

    La distinción entre dentro y fuera es formal, como lo sostiene la corriente del análisis del discurso que minimiza esta separación y rechaza la concepción habitual de la literatura [que considera] que la obra constituye un mundo autárquico. En el marco general de una hermenéutica como la de Paul Ricœur, estimamos con Dominique Maingueneau —quien trató de sistematizar la enunciación literaria— que hay que agarrar ambos extremos de la cadena, mostrar que la enunciación de la obra se apoya en las leyes del discurso pero sin dejarse encerrar en ellas.¹¹ Se trata, pues, de estudiar la obra revueltiana en la frontera entre el texto y su cercanía inmediata (la situación de enunciación) para definir una "paratopía carcelaria específica a este autor, por la simple razón de que la obra debe considerarse en su vínculo con la sociedad, en la reflexividad de la enunciación, en la inseparabilidad del texto y el contexto".¹² Un doble movimiento lingüístico (revisión de los fenómenos gramaticales con los aportes de la pragmática, y rechazo de la oposición lingüística / extralingüística) ha vuelto precaria la búsqueda de homologías heterogéneas (sociocrítica), por un lado, y, por el otro, necesaria la elaboración de una teoría de la comunicación literaria.

    Así, este ensayo tratará de la vivencia política e ideológica en relación con los textos literarios, pues Revueltas es un buen ejemplo de autor en cuya obra la ficción y la realidad, la literatura y la ideología se entrecruzan para coincidir o divergir. El nexo existente entre los textos del escritor (literarios) y los del militante (discursivos, provenientes de una reflexión ligada a su praxis político-ideológica) es indiscutible y, aquí sí, permite señalar homologías entre estos dos polos del discurso emitido por el mismo enunciador. Éstos deben, en principio, correr parejo, sin contradecirse. Veremos que si bien esto es cierto de una manera general, no siempre es el caso; y esas excepciones que confirman la regla nos interesarán particularmente, porque permiten mostrar en Revueltas una característica asombrosa del discurso estético: la de colocarse por delante.

    En cuanto a las homologías entre discurso y biografía, entre una obra compuesta de textos que sólo remiten a otros si nos atenemos a una estricta aplicación de la semiótica, y una realidad socio-político-histórica, hay que tomarlas con cautela. No obstante, en un momento determinado pudo existir un punto de contacto, incluso, quizá, una especie de trasvase del mundo real al mundo de papel y viceversa. Al parecer, esta interfaz existió en 1950 durante la polémica causada por la publicación de Los días terrenales. Al escribir esta novela, Revueltas se salió del dogma, mientras que la polémica lo volvió a encerrar en él: transición de un hecho literario propiamente dicho (el escritor enfrentándose con su creación, sus personajes, su ficción en la cual proyecta sus fantasmas, sus dudas, sus esperanzas) a un hecho de orden ideológico (el militante-autor confrontado a la reacción suscitada por su obra en sus camaradas).

    La obra de José Revueltas está recorrida de principio a fin por una tensión permanente, y en este sentido hay un asombroso paralelismo entre aquélla y su vida —del mismo modo en que literatura e ideología se mezclan a veces inextricablemente—, sin llegar a confundirlas. Es evidente la presencia de la lucha, del agôn, en toda su vida-obra (su bio/grafía, como dice Maingueneau)¹³ y se puede calificar esta bio/grafía de agónica, en la acepción etimológica del término: lucha en la proximidad de la muerte (agonía) o de una situación límite. En el terreno de la estética, inseparable de la política y la ideología en la visión revueltiana, su combate por la libertad del arte contra el dogma del realismo socialista, en los años cincuenta y sesenta en México, adquirió visos de una pelea de David contra Goliat. Ante la cerrazón del pensamiento único de aquel entonces, el solitario militante Revueltas llegó a exaltar al arte tanto como a la razón.

    Su obra tiene por base a la cárcel (física y abstracta) junto al esfuerzo permanente por escapar al encierro. Esta tensión es su principio activo y Revueltas se inscribe en el marco de la filosofía hegeliana, como lo creía y lo afirmaba, para la cual la contradicción es la fatalidad de lo real y, por lo tanto, su motor. La dinámica resultante de esta tirantez entre polos opuestos es lo que llamamos el pesimismo ardiente¹⁴ de José Revueltas.

    La vivencia carcelaria

    A lo largo de su existencia relativamente corta —falleció a los 61 años con cinco meses— pero intensa, José Revueltas conoció numerosas veces la cárcel. Sin embargo, no se puede afirmar que pasó su vida en prisión, tampoco la mitad como algunos periodistas pudieron escribirlo, por entusiasmo o desconocimiento. No, sólo un poco más de cuatro años en total, lo cual de todas maneras es un buen récord. Seis meses de correccional, cinco y luego diez meses de penal, una duración difícilmente cuantificable de encarcelamientos cortos previos a estas estancias o a títulos diversos, digamos dos meses, grosso modo, y 30 meses en Lecumberri; lo que arroja un total de 53 meses, o sea, cuatro años y cuatro meses.

    Este aspecto cuantitativo de la vivencia carcelaria da una idea de su importancia relativa en el tiempo, nada más. Lo que nos interesa es que Revueltas probó una gama bastante amplia del mundo carcelario desde la adolescencia y luego a cierta edad (más de cincuenta años); y sobre todo, que se trataba de prisión política, es decir, del resultado de un ejercicio represivo del poder contra una actitud individual y/o colectiva frente al mundo, contra el compromiso de un individuo (en general integrado a un grupo) que implica una toma de posición frente a una realidad económica, política y social. Esa actitud vital comprometió a todo su ser y han de existir rastros en sus escritos.

    Vamos a revisar brevemente esas experiencias carcelarias (en sentido propio y figurado) porque se trata de elementos centrales en la narrativa de Revueltas: muchos fragmentos de su obra literaria están ubicados precisamente en la época heroica de la vida del PCM en los años treinta, en la que Revueltas participó de manera muy activa, por no decir exaltada, y que es una referencia histórica insoslayable. Sus novelas denotan una fijación en esos primeros años de su militante vida: años de adolescencia e inicios de la edad adulta, de pasión y fe ingenua en la inminencia de la revolución. Para él, se trata de una etapa constituida esencialmente por la lucha revolucionaria de los comunistas en la clandestinidad y por estancias repetidas en la cárcel y el penal, con todo lo que esto implicaba de riesgos, privaciones, sufrimientos.

    Revueltas trabó conocimiento con el universo carcelario en noviembre de 1929, a raíz de su participación en una manifestación prohibida en el Zócalo de la ciudad de México, para conmemorar la Revolución de Octubre y protestar contra el mal gobierno.¹⁵ Menor de edad (tenía 15 años), lo internaron en una correccional, como lo contó en 1975: Al ratito me agarraron, después del segundo orador, yo fui el segundo preso. Me llevaron a una delegación y de ahí a la sexta, donde me tuvieron secuestrado durante siete u ocho días en condiciones muy feas. Luego me mandaron a la correccional.¹⁶ Nunca insistió mucho sobre esta estancia forzada en su primera cárcel, pero fue muy dura: la correccional es un infierno, y además de puros chavos […] casi todos los vicios, y la suciedad reflejada a esa escala es alucinante […] Fueron seis meses terribles.¹⁷ Ahí Revueltas dio prueba de su enorme voluntad y su indomable capacidad de resistencia, que se manifestaron muy temprano y que nunca lo abandonaron; desde la adolescencia su carácter rebelde hizo honor a su apellido y nunca se desmintió: estuve abandonado de la mano de Dios porque ninguno de mis compañeros me hacía caso; me uní a una huelga de hambre sin que tampoco se supiera nada. Ya me había desmayado dos veces cuando tuvieron que inyectarme a la fuerza; rompí dos inyecciones, y gané puesto entre los más rebeldes de la correccional.¹⁸

    En aquella época, para un comunista bien nacido, era un verdadero honor ser enviado a la cárcel o al penal, la prueba obligatoria, iniciática, para obtener los primeros galones de buen militante.¹⁹ Tanto más cuanto que Revueltas era sospechoso a los ojos del partido al que deseaba a toda costa afiliarse. Por una parte, era muy joven y nadie quería tomarlo en serio; por la otra, se necesitaba mucha paciencia y tenacidad para superar los obstáculos debidos a la clandestinidad y a la desconfianza de todos contra todos. Contó sus desventuras para adherirse al partido:

    En una ferretería, donde yo era mozo, hice amistad con un compañero de trabajo que dirigía un sindicato de choferes, pero sobre él recayeron sospechas fundadas de que era agente de la policía, sospechas que se extendieron a mi propia persona, puesto que yo trataba de unirme a las filas del partido. Entonces iba yo todos, todos los días, a ver si me hacían caso […]. Y un compañero de apellido Casado me hizo un examen teórico y me preguntó qué había yo leído, y le dije que el resumen de El capital; todavía no estaba editado el texto íntegro en castellano. Se puso a preguntarme de la plusvalía, de la fuerza de trabajo, el valor de uso, el valor de cambio y todo lo contesté muy bien y pensó que yo era un espía preparadísimo. En seguida entré en relación con los emigrados cubanos y uno de ellos ya estaba siendo investigado por espía, precisamente el que [recibió] mi solicitud de ingreso al partido, así que aquello era verdaderamente una pesadilla, pero yo se lo atribuía a las circunstancias y no por eso renunciaba al comunismo.²⁰

    Una auténtica pesadilla, en efecto, si no fuera por su dimensión humorística que parecería sacada de la novela de Chesterton El hombre llamado Jueves, altamente apreciada por Revueltas, en la que los conspiradores son desenmascarados unos tras otros y resulta que son policías todos. Esa dificultad para ingresar al partido lo marcó mucho, a tal punto que en Los días terrenales (1949), por ejemplo, Gregorio hace todo lo posible para acercarse a los comunistas y ser aceptado por ellos, antes de buscar su propia vía (su verdad) cuando se da cuenta de su dogmatismo y de la imposibilidad de hacer valer sus argumentos.

    El fragmento de novela Esto también era el mundo (publicado póstumamente en Las cenizas) es un relato con carácter fuertemente autobiográfico, basado en gran parte en una huelga de hambre realizada por el autor y sus camaradas arrestados en 1932 durante un mitin, poco tiempo antes de ser enviados a las Islas Marías. Sus primeros intentos literarios giran alrededor de la misma experiencia concreta: la cárcel política, aceptada como una prueba honorífica y, en última instancia, como un rito de iniciación. Las escasas cartas escritas desde la cárcel por Revueltas en aquel entonces y que fueron conservadas (tres en total) reflejan el mismo estado de ánimo: seguro de sí mismo, resuelto hasta fanfarronear.

    Deportado dos veces al penal de las Islas Marías en 1932 y en 1934, Revueltas se muestra combativo en sus testimonios autobiográficos, lleno de fe en su ideología, con buen sentido del humor, de un humor sencillo, sano, sin huella de amargura. No hay el menor rastro de duda en sus testimonios de juventud (de 1929 a 1935), lo que no quiere decir que no existieran vacilaciones en la mente del joven Revueltas, sino que no tenemos prueba material, escrita, de ello. Vale la pena destacarlo, porque el contraste con lo que iba a venir después, a partir de 1938, es bastante brutal, como lo veremos más adelante.

    La cuarta estancia larga de Revueltas en la cárcel corresponde a los treinta meses pasados en Lecumberri, de noviembre de 1968 a mayo de 1971. Es su tercera y última etapa carcelaria, si reagrupamos en un solo conjunto los dos viajes a las Islas Marías. Así, podemos hablar de tres umbrales carcelarios en su vida: a) la correccional, o la iniciación; b) el penal, o la lucha del joven militante puro, y c) Lecumberri, o el combate (mejor dicho: la confirmación del combate, pues éste había empezado antes) en dos frentes del comunista crítico.

    Prisión eminentemente política, la de Lecumberri hizo que Revueltas ingresara en la leyenda y le diera su aureola de gloria ante una juventud impugnadora que soportaba cada vez menos un sistema político anquilosado. Fue un encierro combativo, reflexivo y productivo en el plano ideológico y literario. Multiplicó los ensayos sobre el movimiento con una preocupación teorizante que revela con qué lucidez percibía su carácter histórico; reflexionó sobre la crisis del marxismo; redactó cuentos. Sin olvidar que también es un punto de no retorno en lo que se refiere a su salud, porque después de su liberación de Lecumberri ya no será el mismo y la enfermedad le dejará cada vez menos tregua. Revueltas nunca hizo mucho caso de su comodidad ni de su salud, y esa actitud intrépida comprobada desde la correccional no había tenido consecuencias graves hasta entonces. Pero a la larga, la acumulación de ciertas carencias, de enfermedades larvadas, y su participación en una prolongada huelga de hambre (diciembre de 1969 y enero de 1970) terminaron por minar seriamente su salud.

    Comunista decepcionado, le quedaba un enorme élan vital y se entusiasmó por esa rebelión de la juventud que le pareció capaz de impulsar un viento de renovación que barriera las estructuras carcomidas del sistema político mexicano. No siempre lo entendieron, en particular cuando defendió, en septiembre de 1968, la posición de un regreso a clases con el fin de proseguir la huelga de una manera activa: retirada estratégica frente a las amenazas que se hacían cada día más precisas y ardid táctico para volver a desplegar el movimiento sobre bases nuevas y, al mismo tiempo, redefinir el papel de la universidad (enseñanza crítica, autogestión académica, etc.). Estimaba que un repliegue en la universidad hubiera permitido irradiar hacia fuera, hacia la sociedad en su conjunto.

    Después de la brutal represión en Tlatelolco, la persecución y el encarcelamiento (el suyo y el de la mayoría de los dirigentes), no se da por derrotado ni abandona sus ideas, tan convencido está de que aquel movimiento proviene de un verdadero maremoto que habría de regenerar a México. Se siente joven entre los jóvenes.²¹ Esta actitud se refleja en sus análisis del movimiento y hasta en ciertos escritos literarios, antes de que su entusiasmo se modere poco a poco en sus últimos años ante el vacío intelectual que encuentra en torno suyo y el dogmatismo reinante con el que se enfrenta, sin contar que sus propias reflexiones refuerzan su pesimismo y lo llevan

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