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El Morro de Arica: La restistencia del periodismos peruano durante el cautiverio de Tacna y Arica
El Morro de Arica: La restistencia del periodismos peruano durante el cautiverio de Tacna y Arica
El Morro de Arica: La restistencia del periodismos peruano durante el cautiverio de Tacna y Arica
Libro electrónico396 páginas4 horas

El Morro de Arica: La restistencia del periodismos peruano durante el cautiverio de Tacna y Arica

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El libro que tiene en sus manos es una compilación de artículos del periódico homónimo que circulaba en la época posbélica de la guerra con Chile, en los departamentos capturados de Tacna y Arica. Los textos cuidadosamente seleccionados, que se rescatan en esta publicación, ponen de manifiesto las vivencias de los peruanos rehenes en las dos ciudad
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 ago 2021
ISBN9786124434006
El Morro de Arica: La restistencia del periodismos peruano durante el cautiverio de Tacna y Arica
Autor

Luis Enrique Cam

Luis Enrique Cam, editor e investigador de la presente edición de El Morro de Arica, es documentalista e investigador. Tiene una maestría en el King's College de la Universidad de Londres y es profesor de cine documental. Desde el 2010 viene realizando producciones cinematográficas de personajes históricos, entre ellos Madeleine Truel, la heroína peruana de la Segunda Guerra Mundial (2010) Héroe olímpico, la hazaña de Edwin Vásquez (2013) y Francisco Bolognesi: Tengo deberes sagrados que cumplir (2016). Sus documentales se han exhibido en ciudades del Perú y del extranjero. Cam tambien es director del documental El corresonsal del Huáscar e investigador y recopilador de las crónicas de Julio Octavio Reyes que dieron origen al libro con el mismo nombre.

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    El Morro de Arica - Luis Enrique Cam

    Los soldados de la pluma

    — Por Hugo Coya —

    El libro que tiene entre sus manos es un documento extraordinario, una auténtica radiografía de un momento crucial de nuestra historia republicana. Mucho antes de que gran parte del territorio nacional fuera ocupado por Chile durante la Guerra del Pacífico, Tarapacá, Tacna y Arica gozaban de una prensa pujante, la cual había evolucionado al compás de los cambios políticos, sociales y económicos registrados en esa zona.

    Al producirse la guerra, y luego ser incorporados esos territorios a un país ajeno, el rol de la prensa cambia, se transforma para establecer una nueva relación entre los periodistas y sus lectores, donde prima el nacionalismo y la añoranza de un país cuya población había sido obligada a abandonar y al cual ansía regresar.

    La prensa refleja, entonces, ese sentimiento nacionalista que se convierte en una fuente de resistencia ante el invasor dentro de las múltiples restricciones que le impone la ocupación, entre otras la pérdida de la libertad de expresión, la censura, el riesgo de ser encarcelado, las dificultades para conseguir tinta y papel para la impresión. Los periodistas esquivan hostilidades y las enfrentan para seguir publicando y así cumplir su compromiso con los ciudadanos aun a costa de las amenazas y riesgos que eso conllevaba.

    La persecución a los patriotas, la expulsión de maestros y el cierre de iglesias regentadas por sacerdotes de nacionalidad peruana forman parte de esos aciagos momentos que vivieron los habitantes de las provincias en manos de los invasores. Todo ello fue denunciado por medio de numerosos artículos, columnas de opinión, fotografías y piezas literarias.

    Los periódicos participaron como trincheras ciudadanas y sus periodistas mutaron en soldados de la pluma, quienes, a través de las palabras y las imágenes, mantuvieron vivo el deseo de sus habitantes de emprender el camino de regreso a casa y recuperar la grandeza de ese pasado glorioso que ostentaban junto a un país donde nacieron y deseaban volver.

    La exacerbación de la peruanidad se convierte en un tema recurrente en las páginas de esa prensa de resistencia ante el invasor, que destaca las vicisitudes económicas, los intentos de chilenización compulsiva y las represalias hacia aquellos que se niegan a reconocer a las nuevas autoridades como legítimas.

    Más allá de lo evidente, la prensa regional sirve de bálsamo a la población ante la conculcación y alienta a las personas a consolidar su vivo su patriotismo y a enfrentar el futuro con optimismo, aunque este se dibuje turbio e incierto. Difunde y promueve la condena de los actos del enemigo, da cuenta de sus crímenes y conserva el espíritu de desobediencia necesario para que a la hora crucial se consiga la reincorporación a la Patria.

    El gran vate del cautiverio, Federico Barreto, describe así esa azarosa época en su célebre poema «Desde el destierro».

    De mi suelo natal estoy proscrito

    y al verme aquí, tan lejos de mis lares

    la indignación ahoga mis pesares

    y en lugar de una queja, lanzo un grito.

    ¿Cuál fue, decid, mi crimen inaudito?

    ¿Adorar a mi Patria en sus altares?

    ¿Consagrarle mi brazo y mis cantares?

    ¡Pues hónrame la pena y el delito!

    Luis Enrique Cam ha realizado una meticulosa y reveladora recopilación de la prensa de aquella época que recoge en esta obra excepcional, y en la cual el lector podrá conocer de primera mano la forma en que vivían y sobrevivían estos peruanos. Su lectura mueve al orgullo por aquellos hombres y mujeres retratados en sus artículos, que lucharon hasta las últimas consecuencias para ejercer su peruanidad, al negarse a ser esclavos o súbditos de los chilenos. También, por aquellos periodistas de entonces que sostuvieron su fe en el derecho, la justicia, la humanidad, la libertad, rechazando la mentira, los crímenes y la barbarie con el mismo ahínco que preservaron su amor por el Perú.

    El Morro de Arica:

    sinónimo de peruanidad y amor a la Patria

    — María Elsa Pons Muzzo Díaz —

    Recordar y tener presente nuestra historia, manteniendo vivo el sentimiento de la Patria y mostrando identificación con nuestros orígenes, es el sagrado deber de todo peruano, así como de documentalistas, historiadores, periodistas, maestros y, por supuesto, del Estado. No es la primera vez que Luis Enrique Cam realiza esta hazaña en un país donde el libro se ha convertido en un artículo poco leído.

    Como él dice acertadamente, El Morro de Arica, fundado por el intelectual Enrique Ward Zegarra, contó con la colaboración estrecha de periodistas como Gerardo Vargas Hurtado, Rómulo Cúneo Vidal (Juan Pagador), Micaelo Rosi, Piquillo Aliaga, entre otros tacneños y ariqueños. El primer número se publicó en 1890 y continuó hasta su clausura por las autoridades chilenas en 1911.

    ¿Qué coyuntura se vivía en las provincias cautivas para que se cerraran los periódicos peruanos y ocurrieran otros hechos tan violentos en contra de sus pobladores? ¿Cómo preparó soterradamente el Estado chileno la clausura de escuelas, iglesias y diarios peruanos, concretando así la expulsión de los compatriotas que difundían —en los espacios públicos y privados— el amor a Tacna y Arica y defendían su peruanidad?

    Luego de la batalla de Tacna el 26 de mayo de 1880, y de la de Arica el 7 de junio de 1880, estas ciudades y el puerto peruano fueron ocupados por Chile. Desde esos momentos, este haría lo imposible por retenerlos, hasta 1929. Podemos decir que fue durante el gobierno de José Manuel Balmaceda (1886-1891) en que se consolida la idea de chilenizar ambos territorios. Por lo tanto, Chile imprimió medidas gubernamentales para lograr sus objetivos nacionales; es decir, conquistar y anexar, a como dé lugar, las provincias cautivas. Toda acción del Estado peruano, o de su población, que se opusiera a ello, se vería como una agresión, traición o conspiración contra las leyes y autoridades chilenas.

    En 1890, el Gobierno chileno nombra la nueva junta de alcaldes de Arica por un periodo constitucional de dos años. La integraron Nicasio Ruiz de Olavarría, Carlos Weguelin¹ y Antonio Mancilla Barazarte. Se da esta designación porque la ley chilena del 31 de octubre de 1884, que creó la provincia de Tacna, estableció que para la administración local de los departamentos de Tacna y Arica el presidente nombraría una comisión de tres individuos que con el nombre de «alcaldes» constituyesen una corporación o cabildo. Esta debería sujetarse en todos sus actos a las prescripciones de la ley municipal durante tres años. Por lo demás, la guerra civil en Chile de 1891 tuvo consecuencias para Arica y especialmente para el periódico El Morro de Arica, ya que se ordenó su cierre en marzo, y se mantuvo así hasta octubre de ese año.

    El Morro de Arica, en su editorial del miércoles 4 de marzo de 1891, dice: «Hace un año, un día como hoy, que se fundó El Morro de Arica. La infancia es la época más peligrosa no solo para el individuo, sino también para toda clase de concepciones humanas, puestas en práctica […].

    Por las mismas transiciones ha tenido que pasar nuestro periódico. Durante este primer año ha peligrado su vida varias veces y ha estado expuesto a morir de consunción, lo cual habría sido un baldón para este culto pueblo. Mucho trabajo y constancia nos ha costado el sostenimiento de «El Morro» y muy grato nos es que nuestros esfuerzos han sido coronados con un éxito feliz. En efecto, lo que hasta la fecha no se había conseguido en Arica, hemos logrado nosotros, esto es, una edición no interrumpida durante un año. ¡Arica no es terreno fértil para el periodismo!

    Las veces que hemos tenido que tratar del bien local lo hemos hecho con la mesura e imparcialidad que el caso requería. Nos hemos abstenido de iniciar o fomentar polémicas.

    Sin embargo, no siempre hemos podido evitar las recriminaciones y crítica de aquellos que se han visto atacados, ya sea en sus opiniones o en sus intereses privados. Las primeras no pueden ser siempre iguales y más cuando se trata del bien público, por esto debe existir la discusión que ilustra. Los segundos, los intereses privados, hemos atacado y atacaremos siempre cuando se trata del bien común.

    La edición del sábado 21 de marzo de 1891² sería la última antes de aquella primera clausura, hasta que reanudó sus funciones el sábado 5 diciembre de 1891.

    Por otro lado, la política de chilenización violenta en las poblaciones peruanas de Tacna y Arica se inicia en 1900, cuando la Cámara de Diputados de Chile acordó, en principio, el rechazo del Protocolo Billinghurst-La Torre³. Gobernaba el Perú el presidente Eduardo López de Romaña (1899-1903). Fue durante su administración que comenzó la nueva política chilena orientada a la transformación de las provincias sojuzgadas, cuya suerte la debía decidir un plebiscito reiteradamente pospuesto porque Chile sabía que lo perdería. Respecto a ello, don Jorge Basadre se refirió a que en los primeros veinte años del siglo XX se agravaron los conflictos limítrofes del Perú, pero que, a la opinión pública peruana, solo un litigio realmente la impresionó: el de Tacna y Arica. En ese tiempo —de 1900 a 1929—, la mayoría de peruanos de Tacna y Arica fueron expulsados de su terruño, abatidos en las calles, luego de ser atacados, golpeados y baleados cobardemente por turbas conocidas como «mazorqueros» o «cowboys». Otros peruanos fueron secuestrados y luego desaparecidos. Muchos eran llevados a las comisarías —«retenes» o «delegaciones» les llamaban los invasores— a cumplir con citaciones policiales en las que eran detenidos, torturados, desaparecidos y asesinados, sin reconocer sus captores que ellos hubieran ingresado a estos lugares. Las expulsiones se dieron en masa a religiosos, maestros, periodistas y población civil en general. Como reza el himno a Tacna: «Mantengamos el fuego sagrado del amor a la Patria inmortal». Estas palabras se sustentaban en que Tacna se sentía cotidianamente peruana.

    El paquete de medidas al inicio de este siglo se daría de forma directa y violenta desde el Estado y desde el accionar de los nacionalistas chilenos. Esto se dio a lo largo y ancho de las provincias cautivas como estrategia violenta para chilenizarlas, retenerlas y finalmente conquistarlas. Por eso, una de las páginas dolorosas, aunque poco conocidas de la vasta historia del Perú, está referida al ejemplo de peruanidad de la población civil de Tacna y Arica y al heroísmo de sus mujeres, quienes mantuvieron una resistencia activa y pasiva durante los 49 años que duró el cautiverio bajo el dominio del ejército chileno.

    Desde sus inicios fue una guerra desigual: de nuestra parte, defensiva; y de la otra, expansionista. Muchos tacneños y ariqueños ofrendaron su vida defendiendo el honor y el territorio patrio. En 1900 empezó la presión para consolidar la invasión chilena, lo cual se conoció como la «chilenización dura de Tacna». La estrategia para implantarla se estableció en tres frentes: contra las escuelas, las iglesias y la prensa. En estas circunstancias evidenciaron su patriotismo todos los ciudadanos, entre los que se incluyeron maestros, curas y periodistas, quienes sufrieron los primeros rigores de la «chilenización». A las escuelas se les impidió funcionar oficialmente en mayo de 1900; las iglesias fueron clausuradas en noviembre de 1909 y los periodistas vieron destrozadas las imprentas en julio de 1911.

    En 1901 se prohibió el izamiento de la bandera peruana en Tacna. Ante ello, una comisión de peruanos comunicó al intendente chileno que gobernaba la ciudad, su deseo de pasear nuestra bandera por las calles el 28 de julio. La respuesta fue que era «territorio chileno» y no se podía pasear una bandera extranjera. Los peruanos persistieron en su petición y, ante tanta insistencia, se les concedió la autorización solicitada, a cambio de no escuchar ningún «¡Viva el Perú!», ni ningún «¡Muera Chile!». Luego, nuestros compatriotas acudieron a la iglesia San Ramón, participaron en la misa y salieron en silencio portando la bandera peruana; caminaron despacio por las calles, pasaron por la plaza de Armas y llegaron hasta el local de la «Sociedad de Artesanos». Todo el recorrido lo hicieron —vigilados por las autoridades de Chile— sin pronunciar palabra alguna, de manera solemne, pausada y con profundos sentimientos reprimidos. Por eso se le llamó la «Procesión de la Bandera», ya que el recorrido se hizo en silencio.

    Los tacneños y ariqueños que permanecieron en cautiverio durante la ocupación extranjera sufrieron muchos vejámenes e inclusive eran presionados y obligados, durante las ceremonias u otros actos, a saludar a la bandera de Chile, aun estando en territorio peruano. Nuestros compatriotas lo hacían de mala gana y le dieron a tal gesto el carácter de intrascendente y superfluo: no saludaban a la bandera del Perú, sino a la bandera del país invasor. De ahí es donde surge la expresión «saludo a la bandera», que muchos actualmente repiten sin conocer el origen.

    Como sabemos, se clausuraron las escuelas particulares peruanas y en su lugar abrieron otras del Gobierno de Chile. Al mismo tiempo, la población chilena de Tacna aumentó con el traslado de la Corte de Apelaciones de Iquique y el crecimiento de la guarnición. Los trabajadores peruanos en las playas de Arica no pudieron continuar con sus faenas. Se prohibió el uso de la bandera bicolor y la celebración de la fiesta nacional peruana⁴. Frente a Bolivia, el Gobierno de Chile utilizaba una política altanera: «la razón o la fuerza», como la realizada por el ministro Abraham Konig⁵ en el citado país en 1890. Apunta Basadre:

    Al presidente Romaña fue propuesto un plan de conquista de Bolivia rechazado por él y por su canciller Felipe de Osma (Setiembre de 1900). El sucesor de Osma, Chacaltana, continuó el debate y ante la indiferencia con que fueron recibidos sus reclamos, ante la continuación de la política de chilenización y ante el rechazo definitivo que el Parlamento chileno hizo del protocolo Billinghurst-La Torre, el gobierno peruano retiró su legación en Santiago a mediados de 1901 (enviando) su famosa circular a los gobiernos extranjeros en la que exponía las razones para el rompimiento de relaciones diplomáticas y que ha sido considerado uno de los documentos fundamentales de la defensa peruana en este litigio. Allí fue planteada la solución del arbitraje⁶.

    Por otro lado, el intendente de Tacna, por orden de su Gobierno, ordenó a su vez al prefecto de la Policía, el 14 de mayo de 1900, proceder a la clausura de las escuelas peruanas en Tacna y Arica⁷ por el mismo hecho de su nacionalidad, entregándoles la debida notificación. Ello dio lugar a múltiples muestras de irreductible sentimiento patriótico de las maestras peruanas, como es el caso de la directora del Liceo de Tacna, la maestra Zoila Sabel Cáceres Barrera, mujer de gran temple y coraje. La consecuencia inmediata fue que el Gobierno chileno envió maestros de su país para abrir escuelas en Tacna y Arica, porque aludían que las escuelas dirigidas por preceptores peruanos eran el foco de resistencia en la niñez peruana, que más tarde tendría los votos a favor del Perú en sus manos.

    Así pues, en el contexto del cierre de las escuelas y persecución a los maestros peruanos, se obligó a los niños y jóvenes tacneños —y ariqueños— a instruirse en textos seleccionados por el Gobierno de Chile⁸.

    Fue así que Arica y Tacna vivieron un proceso de chilenización violenta. El Gobierno de Chile, ante la nueva situación de las negociaciones con el Gobierno del Perú, inició una intensa campaña para incorporarlas administrativa y culturalmente. Esa chilenización sería más feroz y desmesurada, pues sus habitantes se sentían peruanos y daban testimonio, en su vida cotidiana, de su valor y acendrado patriotismo. Entre las prohibiciones más arbitrarias y abusivas estaban el haberse negado a los peruanos el derecho a izar en el frontis de sus casas la bandera nacional y de celebrar el aniversario patrio; también de cantar el himno nacional peruano y el derecho de reunión, porque decían las autoridades que lo hacían para atentar contra Chile⁹. En la memoria que el director del Colegio Peruano de Arica, Oswaldo Zeballos Ortiz, leyó el 23 de diciembre de 1899, consigna:

    Este mes de julio de 1900 fue el más triste para la ciudad, porque el Gobernador de Arica, Manuel Montt M., hermano del candidato a la presidencia de Chile, Pedro Montt, negó su autorización para celebrar el aniversario patrio del Perú, cuyo programa había organizado, como en todos los años anteriores, la Sociedad Peruana de Beneficencia.

    En el mes siguiente, el diario local El Morro de Arica publicó: «La chilenización ha comenzado también por lo eclesiástico; pues ya tenemos en la ciudad cura castrense que dice misas al aire libre y que se preocupa en hacer venir de Santiago un sacerdote para el Hospital de este puerto» y «Han llegado veintitantos individuos de nacionalidad chilena, algunos de ellos acompañados de sus familias, en el vapor Chile de ayer¹⁰».

    Debemos recordar que la llamada política de chilenización violenta se inició en contra de los pobladores de las provincias ocupadas, también una vez que el gobierno de La Moneda logró solucionar sus diferendos limítrofes con Argentina a fines de 1899.

    La noche del 27 de abril de 1902, un grupo de vándalos prochilenos destruyeron los talleres de La Voz del Sur —según anota Oscar Panty Neyra en Historia de la prensa en Tacna—. Su director, José María Barreto, lanza desde Tacna un grito desesperado a la prensa limeña en un telegrama: «Editores de El Comercio, Lima. LA VOZ DEL SUR asaltada anoche. Maquinarias rotas, cajas empasteladas (destruidas). Mi imprenta ocupa el lugar más céntrico en el barrio comercial. El diario mediante esfuerzos aparecerá hoy, Barreto». La Voz del Sur sobrevivió como pudo. El Tacora, de Roberto Freire, salió al frente. En 1908 alertó sobre posibles agresiones a los diarios peruanos, según cuenta Panty Neyra. El Tacora no se cansó, incluso denunció la golpiza que recibió el propio Freire a manos de servidores chilenos (1910)¹¹.

    Esa política de chilenización se fue expresando cada vez con mayor intensidad, represora y compulsiva, como cuando el Estado chileno facilitó y propició la aparición de grupos nacionalistas exacerbados y alentados desde su Gobierno como lo fueron las «ligas patrióticas». Su objetivo era atentar, como fuere, contra las propiedades y bienes de las poblaciones de Tacna y Arica, e Iquique y Tarapacá, con el fin de extirpar su peruanidad y su amor al terruño en el que habían nacido y que defendían incluso a costa de sus vidas. Esas ligas patrióticas estaban, en realidad, fomentadas desde Chile y sus participantes eran chilenos chovinistas granjeados por su gobierno. Toda labor de integración, comunicación, propaganda y divulgación de lo peruano era amenazada, controlada y violentada. La documentación existente da cuenta de esta violencia política desde el Estado para extirpar la peruanidad y conseguir, de una u otra manera, la chilenidad de las provincias cautivas. Se encontraba cerca la celebración del centenario de la independencia de Chile, y ello también coincide con los más bárbaros atropellos y expulsiones de peruanos. Estas políticas se intensificarían en la década de 1920 con la decisión del árbitro norteamericano de dar luz verde al plebiscito establecido en el artículo tercero del Tratado de Ancón, lo que significó un fracaso para el Perú.

    Cuando en 1910 Chile celebraba el centenario del inicio del proceso de su independencia, se comenzó a expulsar a los sacerdotes peruanos de Tacna y Arica por considerar que desde el púlpito ellos robustecían el altivo espíritu patrio y un sentimiento negativo a renunciar a su nacionalidad. El intendente de Tacna, Máximo Lira, decretó el 17 de febrero de 1910 la expulsión de los sacerdotes, en cumplimiento a las órdenes expedidas por el ministro Agustín Edwards Mac-Clure¹². Estas determinaron que se notificara a los sacerdotes peruanos de ambas provincias que abandonaran «el territorio de la República» en el plazo de 48 horas, disposición que se cumplió el 7 de marzo¹³.

    Este nuevo exilio motivó el segundo rompimiento de las relaciones diplomáticas entre el Perú y Chile, el 19 de marzo de 1910.

    El cierre de las iglesias peruanas coincidió con un capítulo de la chilenización que, por la dureza de sus procedimientos para con los regnícolas, se denominó la política al «rojo blanco». En efecto, en 1909 eran clausuradas, en forma oficial, todas las iglesias de Tacna y Arica y de las poblaciones vecinas. Al mismo tiempo, se enviaban, por orden directa del intendente Lira, guardias armados en las puertas, a fin de impedir el ingreso de los religiosos y fieles peruanos en general. Los centinelas, recuerda Berroa, permanecieron en tal posición por espacio de un año, turnándose cada doce horas. De esta manera, se privaba de las prácticas del culto religioso a los habitantes católicos de aquellas provincias y, de paso, se impedía a los sacerdotes nacionales el ejercicio de su alto y noble ministerio. Y como si esto no bastara, se les prohibió también organizar las acostumbradas procesiones dominicales¹⁴.

    Al igual que con los maestros, los sacerdotes peruanos pasaron a la clandestinidad. Las ceremonias religiosas se realizaban en secreto en las casas de los pobladores de estas regiones. Este hecho se dio hasta que el intendente, el Cojo Lira, el 3 de marzo de 1910, notificó a los clérigos peruanos que debían abandonar el territorio. Lo mismo ocurría en Arica. La iglesia fue lacrada por el Estado chileno, pero la fe se mantuvo viva a pesar de la fiera y dura chilenización y desperuanización.

    Don Carlos E. Morales Arias¹⁵ narra que, a medida que transcurría el tiempo, parecía que aumentaba el encono y la ira del intendente Máximo R. Lira en su apasionado afán de chilenizar a como dé lugar las tierras cautivas. Para tal efecto, puso en operación un maquiavélico plan para acabar con la prensa peruana en Tacna —último obstáculo para conseguir sus propósitos después de haber clausurado y expulsado a maestros y sacerdotes—. Ciertamente, y con la misma violencia, esto ocurría en Arica.

    En julio de 1911, el intendente Lira pone en práctica el ataque contra la prensa peruana, al producirse el asalto a las oficinas y talleres de los periódicos La Voz del Sur, dirigido por Federico Barreto; El Tacora, dirigido por Roberto Freire, ambos de Tacna, y El Morro de Arica, dirigido por Enrique Ward Zegarra. Las oficinas y máquinas de estos periódicos quedaron totalmente destrozadas y fueron reemplazadas por periódicos y periodistas chilenos.

    En realidad, no era nada nuevo, pues el acoso y persecución contra la prensa peruana se inicia a los pocos años de haberse firmado el Tratado de Ancón, y se vuelven reiterativos hasta que se clausuran estos importantes medios de difusión de los derechos del Perú en Tacna y Arica.

    El 15 de julio de 1911 circuló por la ciudad de Tacna un panfleto llamando a los chilenos a un mitin en la plaza Colón, nombre con el que llamaban a la plaza de Armas. El panfleto decía en el encabezado: «Pueblo chileno. Pidamos la incorporación definitiva de Tacna y Arica». En el primer párrafo se lee:

    Cansados ya por tan enojosa y añeja cuestión, acordamos todos los chilenos aquí residentes y que nos encontramos de avanzada en este territorio que tanta sangre y sacrificio costó a nuestros padres y hermanos, solicitar en el meeting que, de una vez por todas, nuestro gobierno, sin contemplaciones de ninguna especie, proceda a la chilenización definitiva de los territorios de Tacna y Arica, incorporándolos de hecho a la república¹⁶.

    El 18 de julio de 1911, a pocos días de la celebración de las Fiestas Patrias del Perú, las autoridades políticas locales, en connivencia con los grupos de mazorqueros con el nombre de «ligas patrióticas», protagonizaron un escándalo mayúsculo al organizar y llevar a cabo un mitin donde unas 2000 personas —trabajadores estatales chilenos y gente lumpen— traídas de Arica, Iquique, y lugares próximos, irrumpieron y empastelaron las instalaciones de las imprentas donde se editaban los periódicos peruanos La Voz del Sur, El Tacora y El Morro de Arica. En ese mitin, el orador principal fue el abogado Salvador Allende Castro. A partir de entonces, la prensa patriótica peruana dejó de circular en la zona.

    Efectivamente, entre mayo y diciembre de 1911 las relaciones con Chile se tornaron más tensas. En Iquique, la sociedad «Liga Patriótica» pidió la salida de los peruanos de toda la región de Tarapacá. Dice Basadre:

    Los ataques violentos a las propiedades y los insultos a las personas en las calles menudearon y en la noche del 27 de mayo las instituciones peruanas de aquel puerto (dos clubs, una bomba, una sociedad de beneficencia y un periódico) fueron atacadas por turbas frenéticas y entre gritos, pedradas y balazos fue arrancado el escudo de la oficina consular y llegó a ser después arrastrado y destrozado¹⁷.

    El corresponsal de la revista Variedades¹⁸ informó sobre estos hechos:

    En días pasados dieron

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