Kiko Robot
Por Valentín Rincón y Edgar Camacho
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Frida y Eduardo son hermanos y tienen un abuelo al que le gusta fabricar diversos artefactos. Juntos construirÁn a Kiko. No podrÁs creer todo lo que es capaz de hacer, pues no sÓlo sabe cantar y jugar, sino que es un robot muy especial. Sin embargo, dentro de Él se esconde un gran misterio. Descubre, junto con sus creadores, de quÉ se trata. Una historia enmarcada por la familia y la amistad.
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Kiko Robot - Valentín Rincón
A orillas del lago
—¡¿ De veras te saliste sin permiso y llegaste hasta la curva de donde se ve el panteón?! –preguntó Eduardo, el hermano menor, abriendo mucho los ojos y alzando las cejas.
—Sí –contestó Frida–. El otro día sólo llegué hasta las palmas, pero hoy…
—No debes salirte sin permiso; además, mamá se puede enterar y te va a dar… ya ves cómo es.
—¡Mira lo que traje…!
—¡Dátiles!, ¡dame uno!
—¡Ssht, ahí viene mamá! –dijo Frida escondiendo los dátiles.
—Vayan al refugio y díganle a su abuelo que ya es hora de llevar a tu papá al aeropuerto –ordenó Natalia.
—¡¿Otra vez se va de gira?! –exclamó el pequeño Lalo.
—Sí, otra vez. Ya lo sabías. Apúrate. Mi papá ya debería estar listo.
—Ha de estar en su taller; estaba terminando un trabajo que le encargaron –dijo Frida.
—Sí, vamos.
Los niños corrieron hacia la parte de atrás de la casa en busca del abuelo Rubén, un viejo recio y alegre, jubilado, que se había dedicado por muchos años a trabajar para una empresa industrial en sus especialidades: la mecánica, la electrónica y la computación. A veces, según él mismo admitía, necesitaba la soledad; quizá por eso disfrutaba de vivir en su refugio. Junto a éste, y casi formando parte de él, estaba su taller, en donde se dedicaba en sus ratos de ocio, que eran muchos, a fabricar artefactos de los que hacen ciertos movimientos obedeciendo órdenes dadas a control remoto mediante la manipulación de un tablero.
—¡Abuelo! –gritó Frida desde la puerta del taller–, ¡ya es hora de llevar a mi papá al aeropuerto!
—No, yo no voy a ir. Tengo que terminar de armar este aparato aprieta tuercas, pues lo debo entregar mañana.
Así que Natalia y los niños llevaron a Gerardo al aeropuerto.
Natalia, la mamá de Frida y Lalo, era una mujer de 35 primaveras, ojos risueños color aceituna y cabellos castaños; era bióloga y se dedicaba a cultivar orquídeas en su pequeño invernadero. Ahí pasaba momentos agradables cuidando sus flores y supervisando a Margarita, quien desde hacía unos años le ayudaba en esa labor, y a Fausto, marido de esta última, quien hacía diversos trabajos, desde darle mantenimiento al jardín hasta cortar leña o lavar el carro y la camioneta. Margarita y Fausto tenían dos hijos que a menudo jugaban con Frida y Lalo.
Algunas veces la gente acudía al invernadero a comprar orquídeas.
Gerardo Cáceres, el papá de los niños, era el primer violonchelo de una renombrada orquesta.
Frida, inquieta y algo desobediente, tenía el cabello castaño, como su mamá. A su vez, Lalo tenía la tez clara y el pelo negro, como su padre, y era risueño, vivaracho y sumamente curioso.
Frida y Lalo tenían por amigos a los hijos de los trabajadores y a uno que otro compañero de la escuela, como Felipe, condiscípulo de Frida, quien vivía cerca.
La casa, a la que algunas veces llamaban la hacienda
Misterio
Una noche, Frida, Lalo, Felipe, los hijos de Fausto y algunos otros niños decidieron jugar al bote pateado. De acuerdo con un sorteo a Frida le tocó buscar a los demás. Así que patearon el bote y corrieron todos a esconderse.
—¡Un, dos, tres por Ramón que está detrás de la retama! –gritó Frida y Ramón salió de su escondite–. ¡Un, dos, tres por Pedro que está detrás de la camioneta!
Así, Frida fue encontrando a uno por uno sin que nadie le pateara el bote de nuevo. Sólo le faltaba encontrar a Lalo.
—¡Recuerda que no se vale llegar hasta lo húmedo del lago ni a la casa del brujo! –gritó.
Pasó un largo rato. Los encontrados estaban listos para correr y esconderse nuevamente si Lalo lograba patear el bote antes de que lo descubrieran, pero ya se había tardado demasiado tiempo.
—¡No se vale esconderse tanto tiempo! ¡Te tienes